Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

38. Aemond

King's Landing caracterizaba al príncipe Aemond por su silencio, por la siniestra manera en que permanecía imperturbable. No conocían sonrisas en ese precioso rostro pálida, sino la dureza de su mirada y de sus facciones. Que los guardias escoltaban con miedo al grupo de príncipes que desataron una masacre en la capital, porque por primera vez divisaban una sonrisa en el jinete del dragón más grande. Era escalofriante para ellos, apartaban sus ojos y se aferraban torpemente de sus espadas. Ninguno quería pensar que esa sonrisa era de felicidad, que el segundo hijo de la reina Alicent era un monstruo a pesar de las barbaridades que las trovas de los bardos narraban.

Lo que poco le importaba al príncipe Aemond, él estaba ciertamente satisfecho con su actuar. Había demostrado a la capital y a los demás reinos que la casa del dragón volvía a ser doblemente fuerte, aguerrida y poderosa. No divisiones, ni canalladas que los debilite. Atrás quedaron el recelo de ese niño herido y el cruel juego de Otto Hightower al que estúpidamente se sometió. Así lo consideró el jinete de Vhagar cuando empuñó su espada al lado del príncipe canalla, porque estaría en su bando hoy y siempre que la felicidad y seguridad de Lucerys Velaryon fuera prioridad. Y justamente aquello sembraba la dicha en su corazón, una que no encontró en las numerosas campañas que realizó para la mano del rey.

"Siempre supimos que estábamos equivocados", murmuró su lobo en reproche. Con este presente tan placentero, resultaba fácil odiarse. No recordaba el dolor, la manipulación que hubo. Quizás era lo mejor, si pretendía apagar esa llama que lo consumió en la madrugada. Pues pronto aparecería su madre y hermana, no quería que ellas lo viesen con horror. No si ellas eran el filtro para quien realmente le interesaba, por lo que suspiró profundamente y borró su sonrisa en la espera. Se esforzó por no lucir como el esposo de la heredera al trono, mas la abrupta llegada de su abuelo Otto Hightower lo frustró.

Aegon y Aemond le sonrieron cínicamente al mayor, a ese que apenas consiguió vestirse apropiadamente mientras despotricaba en contra de sus acciones. No podían apostar si su dramatismo era por los cuantiosos ejecutados o por haber traslado a su único hijo a una mazmorra. La llegada de la reina Alicent con la princesa Rhaenyra e hijos les impidió descifrarlo. La vergüenza golpeó a los príncipes de cabellera plateada, conscientes de lo incorrecto que resultaba su altivez frente a Jacaerys y Lucerys -los príncipes que se distinguían por la prudencia y el honor en las justas

—Entiendo que en la madrugada se realizó una purga en contra de los traidores. ¿Es cierto, príncipes? —La heredera al trono cuestionó a su hijo Joffrey y hermano Daeron; siendo ellos los encargados de las capas doradas y de la guardia real. Mientras la reina Alicent tomaba asiento a la mano izquierda de la princesa Rhaenyra, solicitando a su padre callarse.

—Totalmente, majestades. —Habló el príncipe Joffrey, temiendo únicamente por los regaños de Jacaerys y Lucerys. Se suponía que debió cuidar de Aegon II y Viserys III, no desatar una cacería. —. En días de vileza, consideramos apropiado responder con nuestro lema: Fuego y sangre.

El príncipe Daemon sonrío orgulloso, no distinto del tercer hijo de la reina Alicent. En esos ojos violeta, cursaba la admiración por el último vástago de Laenor Velaryon.

—Se los agradezco. —La princesa Rhaenyra se dirigió tanto a su esposo, hijo y hermanos. En pro de resguardar el orden, se realizaba esa junta. Porque la heredera al trono estuvo enterada al inicio de las acciones de su hijo; es más, fue quien permitió tal masacre al concederle plena libertad y posteriormente, a su alfa y hermanos. Era lo que esta capital corrompida merecía, como futura reina pretendía ser tan generosa como severa. —.  Sin embargo, estimo que el resto de la capital requiere de varias explicaciones. Por lo que, les encomiendo escribir los cargos con los que sentenciaron a los caídos.

Ese era el supuesto castigo con el que la reina Alicent y ella pretenderían reprocharles, causando que el rostro de Otto Hightower se pusiera rojo de la impotencia.

— ¡Majestades, no pueden permitir que los príncipes actúen con una impunidad desenfrenada! ¡Deben rendir las razones de sus atropellos!

—Es lo que precisamente harán, lord mano. —La heredera al trono usaba el mismo tono neutral de su padre, conteniendo las ganas de burlarse del mayor. —. Precisarán sus acusaciones contra los caídos y con los que aún viven. Para su tranquilidad, los últimos serán puestos ante mi justicia.

Otto Hightower supo que estaba frente ante una advertencia, porque era su hijo el único vivo de esa masacre. Así que se mordió la lengua, a sabiendas de que si continuaba errático iba a perjudicar a Gwayne.

—Confío en que se me hará llegar cada acusación. —Cedió el mayor, jurándose tan avergonzado y enojado. Ni tener a Larys rodando en el palacio le servía.

—Será así, lord mano, palabra de un Targaryen. —Daeron captó la atención del mayor. Otto resopló, incluso el hijo más olvidado halló un lugar en esa retorcida manada. De no ser un hombre bastante terco y rencoroso, se habría marchado de regreso a Antigua con su hijo Gwayne.

El príncipe Aemond era consciente de ello, de que su abuelo jamás olvidaría esta humillación. E inevitablemente se devolvía a esa mañana de su cumpleaños en la que Cole lo entrenaba con crueldad, en la que su hermana intervino para protegerlo de su enfermizo resentimiento. Rhaenyra no se amedrentó ante el beta, sino se impuso y le recalcó su lugar. Lo que justamente ahora hacía con su abuelo Otto, sin tener que poner una corona en su cabeza le evidenciaba su poder. Ese que no se reflejaba en los ejércitos, sino en los suyos. El príncipe Aemond finalmente lo comprendió, la resistencia de su hermana durante esos años atrás había sido ellos y la mano del rey siempre lo supo.

Las palabras de Aegon se transformaban en una absoluta verdad: "Nuestros enemigos saben que la única cosa que podría derrumbar a la casa del dragón es la casa misma. Ellos quieren que nos volvamos enemigos del otro, que nos destruyamos y solo su ambición sea la vencedora". La ambición de la que su hermano se refería era la de Otto Hightower, insistente en que desconfíen de Rhaenyra, que crean ciegamente que representaban un riesgo para su reclamo y así conseguir su separación. No consiguiéndolo a través de los rumores, entonces se obligó a ser el doble de infame. Lo de Driftmark debió ser su obra, conforme recordaba esa dolorosa noche se daba la razón. Porque tuvo a su abuelo rodándolo cual buitre decidido a destrozar cada parte suya, a llenar su corazón de odio y resentimiento. Fue tan despreciable, no solo le arrebató un ojo, sino le quitó la felicidad de un amor tan puro y cálido. 

La ira que estaba envolviéndole se tornaba feroz, el ojo violeta del príncipe Aemond destilaba fuego. Uno dirigido a la mano del rey, el esposo de la heredera al trono se percató y sonrió satisfecho. Mientras que Otto Hightower pasaba la saliva con dificultad, podía sentir que su vida peligraba. No equivocándose, el jinete de Vhagar quería aplastar a Otto Hightower, que sea la víctima del monstruo que él mismo creó; sin importarle que ese deseo lo convierta en un matasangre.

—Sé lo que deseas, hermano. —El príncipe Aegon susurró, en lo que apretaba la rodilla del segundo hijo varón de la reina Alicent. Debía controlarlo, evitar que termine lanzándose contra la mano del rey. —. Pero recuerda nuestro trato, su vida le pertenece a Daemon.

—No debería ser así, no cuando fue a mí a quien le arrebató su todo. —El tono del príncipe Aemond era grave, frío y cargado de odio. Uno que por primera vez reconocía como auténtico, porque lo que tenía con Rhaenyra en el pasado era una mezcla de dolor y rencor.

—Te equivocas, aún estamos dentro del juego.

El príncipe Aemond iba a contradecirlo, mas la heredera al trono tomó la delantera y le solicitó a la reina Alicent la entrega del que sería el último decreto regio del rey Viserys. No había que leerlo para saber su contenido, no con lo discutido en la madrugada. Que el jinete de Vhagar clavó sus uñas en las palmas de sus manos para contenerse, mientras su aroma a sándalo y eucalipto se tornaba pesado, amargo y ciertamente insoportable.

—Entonces queda en usted el recepcionamiento de las acusaciones y la publicación del decreto regio sobre la contienda por las manos de los príncipes Jacaerys y Lucerys Velaryon. —La heredera al trono extendió el decreto con el sello y firma del rey Viserys, justificando la presencia de sus hijos en la junta. No la acompañaron para ser testigos de su justicia, sino para reafirmar su decisión de contraer nupcias con las casas vencedora del torneo.

El príncipe Aemond se retiró abruptamente apenas vio a Otto Hightower recibir el decreto regio. Porque de lo contrario, hubiera usado su espada para cortarle las manos a su abuelo y quemar así ese maldito decreto. Lo más seguro era creer que su hermano lo ayudaría, él estaba igual de jodido.

Había desesperación, enojo y tanta frustración que el jinete de Vhagar podría subirse al lomo de su dragón y encargarse de quemar cada embarcación que cruzara el mar angosto. No le interesaba si se desataría una guerra, si causaría que los siete reinos se subleven en contra de Los Targaryen. Él podía simplemente mandar al mundo al infierno si así evitaba que vuelvan a quitarle al príncipe Lucerys. Estaba siendo irracional, lo aceptaba sin remordimiento. Que de no ser por su deseo de merecer al futuro señor de las mareas y ofrecerle un amor justo, se lo hubiera llevado lejos -con o sin su voluntad.

"Arruinado" era la perfecta palabra que podía describirlo, el príncipe Aemond resopló profundamente y se dejó caer por completo en la tina. Decidió que el agua fría aplacara ese fuego dentro de él, que sea el sueño que le brinde descanso a sus contradictorios anhelos y que el rastro de sangre en sus cabellos se esfumara y dejara de alentar a su lobo deseoso de una guerra. 

Despertó cuando la piel de sus manos empezaba arrugarse, por lo que salió de la tina y se cubrió con una bata de seda. Iba a escoger pasar el resto del día en su habitación, aislado del mundo que lo volvía tan miserable. Sin embargo, la necesidad de resguardar al futuro señor de las mareas era mayor, su lobo y corazón se lo demandaban. Obediente, el príncipe Aemond se vistió con uno de sus trajes de cuero, peinó sus cabellos en una media cola y cambió su parche por otro; no olvidando a su espada y daga de acero valyrio. Que al abrir la puerta de su habitación, se sorprendió de tener al príncipe Lucerys próximo a tocar y anunciar su visita.

— ¿Puedo pasar? —El jinete de Vhagar asintió torpemente, jurando estar en un sueño. Porque solo en uno podría volver a apreciar esos hermosos ojos verdes libres del dolor -del dolor que causó. Tuvo que pellizcarse con discreción para asegurarse de que no seguía dormido, que el príncipe Lucerys no se desaparecía tal como lo hacía noche tras noche.

Afortunadamente, el omega de cabello rizado seguía en su habitación; dejando con delicadeza la pequeña bandeja que trajo consigo. El príncipe Aemond no se había percatado de esa bandeja, tanto él como su lobo se mantenían en trance. En uno que hizo sonreír al futuro señor de las mareas porque fue él quien debió cerrar la puerta y tomar su mano para acercarlo a la mesa. El fresco viento de la mañana que se adentraba por el balcón hizo que el hijo de la reina Alicent reaccionara y se sonrojara ante el príncipe Lucerys, ese mismo que lo veía con ternura.

Nadie le creería al futuro señor de las mareas que el jinete de Vhagar era capaz de teñir de rojo sus mejillas o de aparentemente ser mudo. Lo que causó un ligero estrujón en su pecho, porque recordó esos días de niño en los que él podía jurar ser el único testigo de una faceta tan preciosa del alfa prime. No debía pensar en el pasado, no si pretendía crear nuevos momentos con el hijo de la reina Alicent. Así que, negó con la cabeza y se sentó. Tomó la jarra con jugo de naranja y sirvió dos vasos; bajo la atenta mirada del príncipe Aemond.

El futuro señor de las mareas imaginaba otro tormenta en la mente del platinado, tratando de descifrar los motivos de su visita. Tenía un par que le podía decir. —Dedicaste toda la madrugada para aleccionar a los traidores, debes sentirte cansado y hambriento.

El príncipe Aemond pensaba asegurarle que no era así, que estaba completamente bien. No era la primera vez que actuaba de noche o madrugada, en sus campañas solía tener días sin probar bocado. Sin embargo, ante la cálida presencia del omega, no encontró útil esa coraza que usaba para mostrarse inquebrantable. Entonces el hambre atacó a su estómago, no el sueño. Había dormido lo suficiente, sin mencionar que buscaba aprovechar cada segundo al lado del futuro señor de las mareas.

—Espero baste. —El príncipe Lucerys le extendió el vaso con jugo de naranja. El jinete de Vhagar bebió de inmediato, sintiendo el cítrico más delicioso. Tal vez porque se lo ofrecía el omega, sus mejillas nuevamente ardieron y su estómago rugió ante la pequeña bandeja. Había panecillos de mantequilla, dos pocillos con huevos revueltos, unas tres tartas de limón, queso picado y lo que podría jurar que eran moras.

El príncipe Aemond sonrió tontamente. — ¿Aún pretendes que guste de ellas? —Preguntó, señalando las moras.

—Tal vez. —El futuro señor de las mareas alzó los hombros despreocupado, mientras abría uno de los panecillos de mantequilla para llenarlos con los huevos revueltos. —. Lo que me interesa saber es si las comerás.

—Solo si tú me das a la boca. —El príncipe Aemond contestó asombrado por su atrevimiento, debe ser el efecto de Aegon sobre él. Su hermano suele ser tan descarado.

—Impulsivo y atrevido, es un poco del nuevo Aemond que voy conociendo. —El omega le entregó el panecillo que cortó al jinete de Vhagar, este último le dio su primer mordisco. La comida que antes juraba desabrida empezaba a gustarle. No, no era sino la compañía del hijo de la heredera al trono.

— ¿Te disgusta?

El príncipe Lucerys bebió un poco del jugo de naranja, relamió sus labios e hizo un gesto pensativo mientras uno de sus dedos golpeaba cuidadosamente su mentón. Para ser una acción simple lucía bastante hermoso, los rayos del sol caían sobre él, enrojecían sus mejillas y la brisa de la mañana despeinaba sus preciosos rulos. El príncipe Aemond se había perdido en su belleza, en esa que no había notado que alcanzó su máximo apogeo. El bardo que asesinó no mentía, Lucerys realmente se había convertido en la esencia de la vida. Un solo vistazo a su sombra te hará desearlo y él era un hombre -uno pecador e igual de ambicioso que sus futuros oponentes por su mano.

—Me resulta difícil decidirme si continúas mirándome así. No soy un sueño, Aemond. —El futuro señor de las mareas sonrió de lado, dejó su propia coraza de rectitud para mostrar ese príncipe audaz que era: la perfecta influencia de la princesa Rhaenyra y el príncipe Daemon. —. No necesitas memorizar mi recuerdo.

El príncipe Aemond rio por primera vez después de quince años, había sido ingenuo asumir que era el único atrevido entre los dos.

—Así que eres consciente del impacto que causas.

—Definitivamente. —El príncipe Lucerys cogió el plato con las moras y se llevó un par a la boca. Nunca fue ajeno a las miradas aduladoras, a los suspiros que robaba. Bastaba con verse en el espejo para saber que su madre le había heredado su belleza. —. Serlo ha hecho que me consideren un engreído.

—Ha de ser el recelo de quienes no tienen tu belleza acusándote.

—Es posible, no puedo asegurártelo. No suelo ser tan severo conmigo mismo.

El príncipe Aemond volvió a reír, comenzaba a tener sus propias sospechas. Lo único cierto era que efectivamente habían cambiado, no estaba más frente al inocente Lucerys que alguna vez acogió en sus brazos. Decir que no se sentía bien con ello era mentira, porque Lucerys creció y descubrió al mundo. Lo hizo sin perderse ante su infamia, guiado del amor que lo rodeaba.

Su seguridad hablaba por sí sola, cualquiera caería rendido ante él.

— ¿Aún sigue empañado en querer conocerme, en querer que mantenga mi corazón abierto para usted, príncipe Aemond?

—Más que nunca, príncipe Lucerys.

El futuro señor de las mareas asintió y sonrió no soberbiamente, sino tímidamente.

—Recuerde que no puedo ofrecerle el amor de antes, no con el torneo de mi mano a cinco lunas. —El omega sintió que debió aclararlo, no era más un príncipe libre que podría decidir a quién entregarle su corazón. No con su decisión de que sea la voluntad de los dioses y las hazañas de los hombres el que gane la oportunidad.

—Lo sé, no tema en ilusionar a este hombre. Que cree en la justicia de los dioses y hará que nuestros destinos vuelvan a unirse.

— ¿Los dioses o mi padre que aprobó la participación de los hijos de la reina Alicent en el torneo?

—Los dioses expresan su voluntad de tantas formas. —El tono de inocencia del jinete de Vhagar era insostenible.

El príncipe Lucerys negó en desaprobación y mordió su labio inferior para no reír; ignorando la mirada completamente fantasiosa del segundo hijo de la reina Alicent.

—Entonces espero que la voluntad de los dioses le sigan favoreciendo, que yo procuraré ser un príncipe justo y obediente ante lo que ellos dicten.

— ¿Es una promesa, príncipe Lucerys? —El príncipe Aemond le aceptó el plato con moras al futuro señor de las mareas, disfrutando enteramente de él.

—Lo es, perteneceré a quien gane el torneo.

*
*
*

Yo opino que Aemond se ponga las pilas antes de que sus contrincantes arriben, porque son realmente los reales contrincantes.

Recordemos que "el amor es la muerte del deber".

Pd: Que no me ajusticie Daemon, no dejé pasar mucho tiempo. 🤭

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro