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33. Lucerys

El príncipe Lucerys chocó su copa con la de Addam, bebió un sorbo del vino y disfrutó de su dulce sabor. La compañía del alfa mantenía en calma a su omega interior, las manos ya no le sudaban ni su corazón latía con rapidez. Tenía el control, pese a estar en la sala del comedor y a la espera de la reina Alicent con sus hijos. Lo que le extrañaba, esta tranquilidad principalmente se las proporcionaba su madre y hermanos. Pero todos ellos se encontraban dispersos, probando uno que otro postre de la mesa y animándose a bailar las melodías de los bardos. Solo estaba Addam de Cascos a su lado, contándole sus hazañas de pequeño. No supo en qué momento dejó de ver a Addam por su amado padre Laenor, tal vez fueron esos rizos blancos que adornaban su cabeza o esa tez morena que relucía, o incluso fueron esa manera discreta de arrugar el entrecejo cuando sonreía.

Lo cierto para el Velaryon era que su omega interior lo había reconocido como un hermano más; no sabía si era por gratitud de haberle salvado de esa mantícora que escondieron en un regalo que ingenuamente recibió de un mercader para Lord Corlys, o si era por la forma en que lo miraba y trataba. El cariño estaba en cada una de sus palabras, en esa complicidad que orillaba al alfa a apañar sus escapes nocturnos a la playa, en esa absoluta confianza que le daba en cada una de sus campañas y en esa determinación de protegerlo a él y al resto de sus hermanos. Que sentía que la llegada de Addam de Cascos era el regalo de los dioses por haberle arrebatado a su padre, pues tener al alfa era como si nuevamente Laenor estuviera en sus vidas.

"¿Los dioses podrían ser benevolentes y devolverle esa facilidad que con dureza se la quitaron? ¿Podrían hacer que su corazón soltara ese amargo dolor?".

Addam negó ante el silencio del príncipe Lucerys, le había hecho una pregunta que seguramente el omega no escuchó ni prestó atención. Lo que no le molestaba, porque las palabras de su padre cobraban sentido una y otra vez. Lucerys tendía a perderse en sus pensamientos, que el alfa desordenó sus rizos castaños como llamado. El omega se sonrojó, fijó sus ojos verdes en los café de Addam y se paralizó por unos instantes; podía jurarse aquel niño que era tiernamente reñido por Laenor al distraerse en sus pensamientos.

Los dioses no eran benevolentes, sino crueles.

Le devolvían la calidez del pasado para torturarlo.

—A pesar de lo verdoso de tus ojos, representan perfectamente la inmensidad del mar. Sobre todo, cuando estos lucen tan perdidos. —Addam susurró, aprovechando que las melodías y las risas de los mellizos de Baela y Helaena eran lo suficiente fuertes. —. ¿Qué es lo que te inquieta?

—El pasado, Addam. —El príncipe Lucerys evitó la mirada de Addam por girarse hacia la puerta del salón. Su corazón se sintió vulnerable, los recuerdos -por más hermosos que fueran- dolían. Que bebió otro sorbo de vino, esta vez con pesadez. Pues esa puerta pronto se abriría, la reina Alicent con sus hijos varones entrarían y se toparía con el recuerdo que más amó y sufrimiento le provocó. —. Temo que quiera devolverme con él.

Addam supo de lo que el omega hablaba, el agarre a su copa se hizo más fuerte en el segundo que la puerta se abrió y la llegada de los reyes fue anunciada. El alfa se permitió esparcir sus feromonas para tranquilizar al príncipe Velaryon y le ofreció su brazo para que esa ansiosa mano dejara de picar una de sus piernas. El omega lo aceptó, se pegó a Addam cuando el príncipe Aemond lo encontró.

La presencia del alfa platinado era intimidante, el aroma a sándalo y eucalipto buscaba imponerse a medida que esa oscuridad en su ojo violeta crecía. Addam de Casco estaba enterado de su molestia, porque no era ajeno a la historia que compartía con Lucerys. Y aunque el omega Velaryon no necesitara de su protección, jamás dejaría de procurarlo a él como a su corazón. No cuando le permitió ser parte de su vida y conocer a sus otros hermanos, su deber era enfrentarse a ese alfa prime que lo amenazaba.

—Voy a necesitar otra copa. —El príncipe Lucerys se soltó de Addam, recuperando el control. El alfa asintió y lo siguió, se percató de que Jacaerys no estaba bebiendo vino. El primogénito de la heredera al trono se había limitado a saborear del jugo de pera, ese mismo que le sirvió un vaso al príncipe Aegon.

Aegon lo recibió gustoso y chocó vasos con Jacaerys, Addam frunció el ceño y más, al notar la sonrisa boba de Lucerys al verlos. Esa que se extendió al ver cómo su hermano Aegon III jalaba de Jacaerys para llevárselo con Viserys II, el primogénito de la reina Alicent fingió mirarlo mal e incluso le sacó la lengua -a sabiendas de lo infantil y faltoso que podría resultarle a un alfa adolescente.

El hijo de la princesa Rhaenyra y Daemon estaba dispuesto a enfrentarse contra Aegon II, advertirle que era un alfa igual de peligroso que él y que no dudaría en saltarle encima si pretendía robarse a su hermano Jacaerys. Esto de no ser porque sirvieron el festín, los reyes fueron los primeros en sentarse y con ello, dieron la orden indirecta de imitarlos. La princesa Rhaenyra miró a sus hijos y una sonrisa bastó para que se acercaran a la mesa. El príncipe Lucerys se sentó entre Rhaena y Addam, divertido de ver las muecas de desagrado de Aegon III de no haber alcanzado lugar al lado de Jacaerys pues Baela y su tocayo le ganaron. Mientras que, Viserys II se encargó de no fallar en su misión y estar cerca del segundo Velaryon.

El príncipe Joffrey golpeó las cabezas de sus dos hermanos menores para irse hasta el otro extremo de la mesa, agradeciendo la compañía de Helaena. No tenía afinidad por los últimos hijos de la reina Alicent, no confiaba en el príncipe Aemond o Daeron. Eran alfas reservados y para su desgracia, debía organizar la guardia real con uno de ellos. Los decretos de su abuelo y rey no le parecían tan inocentes, escondían otro interés. No podían negárselo, la intensidad con que cada Targaryen-Hightower miraba a los suyos le daban la razón. Que descaradamente respondió al de Daeron con una sonrisa socarrona, el alfa elevó su copa y la bebió, guardándose un gruñido.

—Addam, cuida de Joffrey. —El príncipe Viserys II le susurró al alfa, tras acabar parte de su ensalada y puré. Apenas pudo comer, con su hermano Aegon II habían vigilado a sus tíos -esos que difícilmente quitaban sus ojos de sus hermanos Velaryon. —. Nosotros respondemos por Jacaerys y Lucerys.

El príncipe Lucerys negó con desaprobación, no reprendía el recelo de sus hermanos menores. Entendía lo importante que era para ellos mostrar su territorialidad, como los alfas que eran. Por lo que no los desafiaba al querer conectar con Aemond. No tenía la voluntad de responder a ese llamado, su aroma delataría ese estado caótico que solo el príncipe Aemond desata con su insistencia. Así que, no pretendía arruinar esta cena, no cuando había notado a su madre más hermosa. Sus ojos violetas brillaban, sus sonrisas eran tan encantadoras y ese tierno aura de su embarazo se evidenció en todo su esplendor.

La princesa Rhaenyra lucía verdaderamente feliz, incluso plena. Compartía sus anécdotas con la reina Alicent, reía con ella y hasta se atrevía a incluir a los hijos de la beta a su conversación.

Su padre Daemon se limitó a acariciar la mano de la heredera al trono, de disfrutar silenciosamente de su felicidad e incluso de sonreír con ella. Lo que el príncipe Lucerys aplaudía en su mente, estaba enterado del desagrado de su padre Daemon por la reina Alicent y sus hijos. Que esto era una clara muestra de su amor por la heredera al trono.

Se esforzaría como él.

Decidido, el príncipe Lucerys se centró en Addam y Rhaena, en atender sus sugerencias para la próxima campaña. No pudo prometerles que el próximo verano regresarían a Driftmark, el decreto del rey Viserys I lo ataba a King's Landing. Ambos alfas negaron su propuesta de ser ellos los que visitaran a los señores de Driftmark, escogieron recordarles que era una tríada y no se dejarían. Las manos del príncipe Lucerys fueron tomadas por Rhaena y Addam, el omega Velaryon les sonrió e instintivamente llevó sus ojos verdosos al príncipe Aemond. El alfa prime observó los agarres de sus manos, el príncipe Lucerys pudo reconocer desde el enojo hasta la frustración y tristeza atravesar el rostro tenso de Aemond.

—Quiero alzar mi copa por su majestad. —La princesa Rhaenyra interrumpió. Se levantó, con su copa de vino. Los bardos dejaron sus melodías, el príncipe Daemon se alzó con ella y tomó su otra mano.

Lucerys sonrió con cariño, admiraba en demasía ese apoyo incondicional de su padre Daemon hacia la heredera al trono; no importaba lo errada o certera que su madre estuviera, él la seguiría. Había devoción, una que su corazón herido anhelaba disfrutar. Sus ojos verdosos brillaron con ilusión, el príncipe Aemond lo notó y el enojo nuevamente le recorrió.

El alfa prime cruzaba los límites del hartazgo, el silencio con el que debía aguardar su dichosa oportunidad lo quemaba desde las entrañas. Porque su corazón y lobo le gritaban que fuera con el príncipe Lucerys, que le hiciera saber que era tan admirado como su madre, que él tenía a alguien dispuesto a sujetar su mano en cada decisión y batalla que los dioses le dispongan, y que incluso se arriesgaría una y otra vez a ser lastimado si así tiene la fortuna de estar a su lado.

No dejaría pasar los días y correr el riesgo de que ese tal Addam u otro alfa quisiera robarle ese lugar que alguna vez fue suyo, el príncipe Aemond sostuvo su copa con ello en mente.

—He amado incondicionalmente a mi familia, pero debo admitir que nadie estuvo más leal a su lado que la reina. Ella ha cuidado de mi padre y hermanos con devoción, amor y un justo honor. —La princesa Rhaenyra era sincera, la reina Alicent lo sabía. Dejaron su rivalidad y miedos atrás, se enfocaron en cuidar a los suyos por el remordimiento de esos corazones rotos e inocentes que ellas no pudieron proteger. —. Permitió que este castillo retome sus colores con la unión de las princesas Baela y Helaena, que las risas primaverales resuenen y con ello, sembrar la esperanza y deseo que esos días dorados vuelvan.

La princesa Rhaenyra reconoció; consciente de que si sus hermanos regresaban a su regazo, era porque la reina Alicent no incitó el odio hacia ella. Convino no solo el matrimonio de las princesas Baela y Helaena respetando su amor, sino procuró ser mensajera de cada uno de sus sentires hacia sus hermanos. Le ayudó a estar pendiente de ellos, a querer forjar esa dicha de volver a unirlos.

—Y por eso, ella tiene mi gratitud y disculpas.

—Las mías igual, princesa. —Tanto Aegon, Aemond y Daeron prestaron especial atención, sus corazones empezaban a ilusionarse. Sobre todo, de los dos primeros. —. Ambas somos madres y amamos a nuestros hijos, tenemos más en común de lo que alguna vez quisimos reconocer. Pero hoy agradezco de que podamos unirnos en favor de los nuestros.

La reina Alicent se dirigió a sus hijos, no les volvería a negar ser parte de la manada de Rhaenyra. Ellos merecían rodearse de un amor puro, sin engaños y acechos -esos a los que inevitablemente su propio padre era el responsable.

—Somos una sola familia, una sola casa. —Ambas mujeres se sonrieron, eran esas dos amigas -esas dos cómplices a recuperar lo hermoso del pasado. —. Yo alzo mi copa por usted, será una buena reina.

Todos bebieron de sus copas, el rey Viserys I pudo jurar que el enfrentamiento que tanto temía desapareció formalmente. La reina Alicent y la princesa Rhaenyra escogieron el mismo camino, pertenecer a una sola familia y casa.

—Que los bardos toquen por esta maravillosa noche. —El rey Viserys I pidió emocionado, la mirada celeste del primogénito de la heredera al trono se contagió de esa misma dicha. No más barreras, podían recuperar lo que injustamente debieron renunciar y aquello se los agradecía a las princesas Baela y Helaena.

El amor de ambas mujeres fue la luz de esta esperanza, de este presente. Que el príncipe Jacaerys quería festejar con ellas, primero invitó a bailar a Helaena -no sin antes animar a su hermano Lucerys a imitarlo con la princesa Baela.

El segundo omega Velaryon asintió en respuesta y forzó una sonrisa. Quería compartir la misma alegría con la que sus padres alzaban sus copas, con la que Baela y Aegon tranquilamente observaban a Helaena y Jacaerys danzar, con la que Joffrey se unía a sus hermanos menores para molestar o con la que Rhaena se motivaba para cantar al tono de las melodías de los bardos. Ellos eran felices y libres, el príncipe Lucerys tenía cierto remordimiento carcomiéndole. Aún tenía cadenas tirando de él, impidiéndole lanzarse a esa dicha que perfectamente recordaba.

Mientras que, los príncipes Aegon y Aemond abrazaban esta noche como el inicio de su segunda oportunidad, esa que aprovecharía para recuperar los corazones que lastimaron con su cobardía y miedos. Que para ambos alfas, no existía más fortuna que volver a ser amados por los omegas Velaryon. El trono y la codicia que desata no serían más su prioridad, esa no era su batalla.

Tanto el príncipe Aegon y Aemond se vieron, reconocieron esa convicción en el otro. Que se alentaron mutuamente, no había más impedimento para ir hacia el Velaryon que añoraban con fuerzas. Así que, ambos alfas se levantaron y cada uno fue en dirección de Jacaerys y Lucerys.

Los pasos del príncipe Aemond eran firmes y decididos. Ni las miradas curiosas de sus padres o del mismo Daemon lo inmutaron, su atención estaba clavada en Lucerys. El omega Velaryon había bebido su último trago de vino, las mejillas sonrojadas y los labios entreabiertos como humedecidos por el licor era una preciosa imagen que no deseaba dejar de ver. Ni esta noche ni nunca, el príncipe Lucerys era lo único que su caótico corazón quería. Su lobo coincidía con él, su ojo violeta se dilataba y hacía evidente su determinación. Que su andar se igualaba a la de un cazador, ese que iba decidido a tomar a su presa y no soltarlo jamás.

— ¿Tío? —El príncipe Lucerys susurró, sin recibir respuesta alguna. El alfa prime sujetó una de sus manos en un agarre fuerte y decidido, lo hizo levantarse de su silla y caminar hasta el centro del salón. Ambos se posicionaron frente al otro, la cercanía entre ellos era mínima.

Se creería que solo de haber permanecido juntos, bastaría sus miradas para que supieran la intención del otro. Mas, los príncipes Aemond y Lucerys compartían una conexión única que no necesitaba de palabras para descifrar el deseo que guardan.

El omega Velaryon lo sabía bien, que titubeaba en quedarse y danzar con el alfa prime. Su orgullo libraba una batalla contra ese nerviosismo que el príncipe Aemond provocaba en él, entendía que devolverse a la mesa significaría una victoria para el alfa prime. Y él ciertamente estaba cansado de que el príncipe Aemond lo abrumara con el pasado, de que tuviera que sufrir por su recuerdo -una y otra vez que se cruzaran. No iba a tolerarlo más, esta noche soltaría cada uno de los confusos sentimientos que quedan por el alfa prime. Dejaría que la inmensidad del mar los aplaste y pueda liberarlo, esas cadenas que su corazón arrastraba y por las que ahora lo hacían temblar debían desaparecer.

Porque no era un omega que se corría de un alfa, sino uno que le hacía frente. El vino se lo recordó y envalentó a darle sentido a sus propias palabras -esas que aseveran que el príncipe Aemond no era más un extraño en su vida. Por lo que, fue el primero en volver a unir sus manos y empezar a bailar. No apartó sus ojos verdosos, no se distrajo con la intensidad que era observado ni con la premeditada intención de acortar la distancia entre ambos.

La determinación del príncipe Aemond había desatado ese espíritu rebelde y desafiante del omega Velaryon.

—Este baile es lo único que tendrá de mí por hoy. —El príncipe Lucerys le susurró al alfa prime, su tono fue delicadamente amenazante.

— ¿Y qué hay de los siguientes días? —El alfa prime le dio una vuelta al príncipe Lucerys. Pudo notar el fuego en esos ojos verdosos, su lobo fácilmente aceptaría quemarse con ese fuego. —. ¿Qué podré obtener?

—Solo mi amabilidad, la misma por la que acepté este baile. —El príncipe Lucerys remarcó con seguridad, a pesar de que ese aroma a sándalo y eucalipto podía nublar sus sentidos, hacerlo perder sus propias convicciones y ceder -con tal de tener ese aroma nuevamente envolviéndolo, jurándole una basta seguridad. —. ¿Le seré suficiente al príncipe Aemond?

El príncipe Aemond negó ante la provocación de Lucerys, envolvió su cintura con una mano y la otra la llevó hasta su rostro. Lo acercó más a él, sintiendo su dulce aliento por el vino sobre los suyos. Su mirada violeta se centró en esos labios rojizos, relucían tan apetitosos. Que tragó saliva, sorprendido de que sus deseos por el omega Velaryon no supieran límites.

Ev tolvyn hin a, taoba* (quiero todo de ti, niño). —El príncipe Aemond lo reconoció, el omega Velaryon relamió sus labios y lentamente subió su mirada a la del alfa prime. Pudo desvanecerse en esa intensidad, jurar que ambos cruzaron otro plano en donde ambos eran libres y solo sus sentimientos existían. Porque estaba esa conexión, esa que lo alentaba a ceder y dejar que el príncipe Aemond se acercara más y más.

El príncipe Daemon golpeó la mesa con ambas manos, su aroma se esparció peligrosamente. Que sus hijos Aegon III y Viserys II respetaron su territorialidad bajando la cabeza, mientras que Rhaenyra buscaba tranquilizarlo con sus propias feromonas. No sirvió, el enojo del príncipe Daemon fue mayor al notar que ni el príncipe Jacaerys o Lucerys reaccionaban a su llamado. El alfa había llegado a su tope, al inicio le resultó divertido la valentía de los hijos de su hermano Viserys I. No ahora, esa valentía se había convertido en un cinismo que conocía más que bien. Así que no los quería cerca de sus cachorros, suponía sus verdaderas intenciones y temía que el destino le cobrara cada una de sus faltas. Que no tardó en levantarse, dirigirse hacia sus cachorros y separarlos de los príncipes Aegon y Aemond.

Tanto como Jacaerys y Lucerys se colocaron detrás de su padre Daemon, esto únicamente para evitar que el enojo del alfa terminara en un duelo. Uno que los hijos del rey Viserys I no dudarían en aceptar, el príncipe Daeron se acercó a sus propios hermanos al igual que Joffrey con los suyos. La reina Alicent y la heredera al trono intervinieron, la princesa Rhaenyra pidió a sus hijos a devolverse a su torre.

El príncipe Jacaerys se llevó a sus hermanos, solo para ayudar a su madre a evitar que Daemon perdiera el control. Su aroma picoso lo evidenciaba, la sonrisa ladina con la que se enfrentaba a los hijos del rey Viserys I era la misma que le mostraba a sus futuras víctimas y ninguno de los omega Velaryon quería que esta cena terminara tan abruptamente.

—Si usarán mis capas, entonces tengo el derecho de resguardarlos. —Addam de Cascos aseveró, mientras que Jacaerys y Lucerys se colocaban dos de sus capas marcadas por su aroma. Habían dejado a sus hermanos menores en sus habitaciones y bajo el cuidado de Joffrey, esto para cumplir con su inicial propósito de visitar al mar.

Los dos omegas Velaryon necesitaban hablar con su padre, uno quería hacerle saber que las mariposas habían vuelto y que el otro se llevara su dolor.

—No, Addam. Necesitamos que te quedes aquí y cuides que no nos descubran. —El príncipe Jacaerys respondió, se encargó de cubrir los rulos de Lucerys con la capucha de la capa celeste. Su felicidad era palpable, su mirada brillaba de una manera única. Que esos ojos celestes no tenían nada que envidiar al cielo despejado con el que King's Landing amanecía.

—No puedo. —Addam se interpuso en la puerta, el príncipe Lucerys sonrió de lado y negó. No iban a usar esa puerta para salir, esta recámara también tenía un pasaje secreto y era el que usarían. Porque los llevarían hasta el jardín que conectaba las torres del rey y su heredera al trono. —. No estamos en DragonStone o en Driftmark, príncipes.

—Lo sabemos, Addam. —El príncipe Lucerys se acercó a él, junto con su hermano Jacaerys. —. Pero no hay necesidad de preocuparse. He visitado cada rincón de Red Keep, sé cómo llegar a la bahía sin abandonar el castillo.

Addam de Cascos ladeó la cabeza, aún no convencido.

—Estaremos bien. —El primogénito de la heredera al trono prometió en apoyo, Addam de Cascos se rindió.

Los príncipes Jacaerys y Lucerys se perdieron en los pasajes, cruzaron cada uno de ellos y se tomaron el tiempo de apreciar la belleza de la noche. Continuaron con su viaje, ignorando que las lámparas de aceite de las habitaciones de los hijos de la reina Alicent estaban aún encendidas y que los balcones abiertos, que fueron los alfas Aegon y Aemond que se percataron de sus siluetas y creyendo que se trataban de bandidos, siguieron su rastro.

El primogénito de la heredera al trono sintió el aroma de otros dos alfas, Lucerys se lo confirmó y ambos hermanos Velaryon decidieron separarse. Jacaerys tomó la salida derecha, mientras que Lucerys, el izquierdo. Su mano se aferró a la daga que colgaba del cinturón, reprimió su aroma a lavanda y jazmines tras encargarse de impregnar los muros de los pasajes. Había convertido los últimos pasillos en un laberinto para el alfa que estaba persiguiéndole, que dependería de sus intenciones si volvería a escuchar el ruido de las olas golpeando las rocas.

—Juraba que era el cazador. —El príncipe Aemond susurró. Se detuvo en seco al sentir no solo el aroma a lavanda y jazmines de Lucerys, sino una presión cerca de su costilla. Esa presión era inconfundible, se trataba del filo de una daga que fácilmente podría abrirse camino y perforar su pulmón. Lo que le maravilló, dándole esa mirada tan intensa que hizo vacilar al príncipe Lucerys en el salón.

El omega Velaryon resopló, esta vez no caería. Porque su corazón se sentía ofuscado y enojado, especialmente con los dioses.

Se suponía que este escape nocturno iba a ser el definitivo, que el mar se llevaría sus últimos sentimientos por el alfa prime y que finalmente su presencia le dejaría de doler. "¿Entonces cuál era la necesidad de los dioses por burlarse de él? ¿Acaso ya no se habían divertido lo suficiente al ignorar las plegarias de un niño que solo quería de regreso a este mismo príncipe Targaryen?".

El príncipe Lucerys se sentía doblemente herido, su corazón y mente volvían a ser una tortuosa odisea entre las dudas hacia su fe y los confusos sentimientos que aún guardaba por el alfa prime. Escogió el silencio y la indiferencia, apartó la daga del príncipe Aemond y continuó con su viaje. No quiso protestar ni exigirle al alfa prime que se regresara a su torre, sospechaba que no lo obedecería e importaba poco si él tenía razones válidas. Su recelo no le permitiría apreciar su preocupación, tampoco creerla genuina. Y aquello era desgastante, que fácilmente podría dejarse llevar por la inmensidad del mar.

Sus ojos verdosos se posaron en esas extensas aguas, ocultando ese deseo únicamente para él. No pretendía que el alfa prime lo viese con lástima, el orgullo que duramente forjó no lo merecía. Por lo que, tomó una gran bocanada de aire y la soltó con lentitud. Su pecho dolía, tener al príncipe Aemond a su lado dolía más de lo que imaginó. Que las palabras eran retenidas por ese nudo en la garganta, y era tan frustrante. Vino a la bahía para estallar, gritarle al mar que se llevara este dolor y que lo dejara libre. Mas, no podía. El dueño de las cadenas que arrastraban a su corazón estaba ahí con él, observándole y memorizando cada mueca y tic.

"¿Por qué de los dos, él solo sufría?", el príncipe Lucerys se giró hacia el alfa prime. Esperaba encontrarse esa misma seguridad que lo hacía creer que era burlado por el hijo de la reina Alicent. Mas en su lugar, rebalsaba el miedo que también le impedía hablar al mayor.

Ambos se vieron, el dolor se reflejaba en sus miradas cristalizados y aunque sus lobos querían correr por el otro, sus corazones se lo impedían.

—Lucerys. —El príncipe Aemond dio un paso hacia adelante, su voz temblaba.

—Aemond, no. —El hijo de la heredera al trono retrocedió instintivamente, se sentía amenazado y se lo hizo saber. El alfa prime se detuvo, respetando su espacio. —. Debes parar, entender que nuestra historia terminó esa noche en Driftmark y que sin importar las razones, ambos nos hemos convertido en perfectos desconocidos para el otro.

El príncipe Aemond negó, lo que hizo suspirar con pesadez a Lucerys.

—No importa si te niegas a aceptarlo, sabes que es cierto. Yo ya no te conozco; el Aemond del que me sujetaba con fuerzas e ilusión, del que me enamoré perdidamente y sin saberlo... ya no existe.

—Sí existe, Lucerys. Lo tienes frente a ti. —El alfa prime volvió avanzar, dolía un infierno observar cómo esos preciosos ojos verdosos se cristalizaban. —. Solo debes mirarme para encontrar esa misma convicción y devoción que te entregué de niños.

El rostro del príncipe Lucerys fue tomado por las manos del alfa prime, sus mejillas fueron acariciadas y las lágrimas surcaban peligrosamente sus ojos. El hijo de la reina Alicent parecía no mentirle, mantenía ese mismo cariño y devoción que recordaba en sus caricias.

—Sigo siendo ese Aemond. ¿Puedes creerme?

— ¿Habría alguna diferencia en este presente si lo hiciera? —El príncipe Lucerys respondió hiriente, no podía tomar el anhelo del alfa prime.

—Por supuesto que la habría, nuestra historia tendría una segunda oportunidad. —El hijo de la reina Alicent se mantuvo fuerte, no dejaría que las palabras de Lucerys lo rindieran. Él no dejaría de luchar por su historia con el futuro señor de las mareas.

—Una segunda oportunidad. —El príncipe Lucerys repitió, negando con la cabeza. Apartó las manos del alfa prime de su rostro y volvió a retroceder, había tanto dolor en su corazón. Que acusaba al alfa de querer burlarse de él. —. ¿Para qué, Aemond? ¿Pretendes repetir la historia, hacerme creer que soy suficiente para un verdadero Targaryen y de ahí rechazarme?

—Siempre fuiste suficiente, Lucerys. Yo no debí rechazarte esa noche y romperte el corazón. —La desesperación hizo que buscara nuevamente tacto con el Omega Velaryon. Lo tomó del brazo, lo hizo girar y que sus ojos verdosos se posaran sobre él. Necesitaba que supiera de su sinceridad, que le permitiera derribar esos muros.

—Pero lo hiciste, Aemond. —Las lágrimas finalmente se libraron, recorriendo las suaves y sonrojadas mejillas del príncipe Lucerys. Lo que derrumbó al alfa prime, quien con la otra mano se encargó de borrarlas. —. Y yo... solo era un niño que te quería demasiado.

Las propias lágrimas de Aemond se escaparon, eran tan amargas. Recordaba a ese niño que lo quería, recordaba sus hermosas sonrisas que le dedicaba y cómo su mirada verdosa se iluminaba al verlo llegar, recordaba todas las veces que eran la alegría y el consuelo del otro, recordaba la firmeza con la que ofreció su propio dragón solo para asegurar su dicha de haber reclamado a Vhagar.

El príncipe Lucerys había sido desde siempre su mayor tesoro y fortuna. "¿Una sola vida alcanzaría para devolverle toda la felicidad que le arrebató? No, claro que no. Iba a necesitar de esta y de las que siguen para poder merecerlo, para poder amarlo con la misma entrega".

Aemond se las daría, no volvería apartar su camino del príncipe Lucerys.

—Perdóname, Lucerys. —El hijo de la reina Alicent pidió entre sollozos, su lobo colapsaba con él. Sus manos temblaban, su aroma a sándalo y eucalipto se sometían a la triste esencia de lavanda y jazmines. —. Por favor, perdóname. Yo también era un niño que te quería demasiado y que por ese amor, creyó que separarnos era lo mejor para ti.

— ¿Lo mejor? —El príncipe Lucerys rio falsamente. Desde esa noche en Driftmark, él no había vuelto a sonreír con la misma ilusión. Una parte de sí se había marchitado, el vacío en su pecho le impedía reconciliarse con la vida. —. Si realmente lo fue, entonces por qué pasé noche tras noche llorándote y rogándole a los dioses que me devuelvan a tu lado. ¿Por qué tenía que doler el verme en el espejo, aborrecer mi apariencia por ser de las razones por las que me abandonaste? ¿Por qué ya no pude volver a sentirme en mi hogar, ah?

El príncipe Aemond bajó la cabeza, cada preguntaba revelaba la propia agonía de Lucerys.

—Porque yo era tu hogar. —El príncipe Aemond se encontró con la mirada rota de Lucerys, sus lágrimas aún recorriendo esas mejillas confirmaban esa verdad. —. Pero esa noche, no pude serlo. Yo... Estaba tan herido, el mundo que idealicé y del que me aferré contigo se me vino abajo. No podía sostener tu mano y prometerte que no te arrastraría a ese abismo de dolor y rencor que me atrapó.

— ¿De... de qué hablas, Aemond?

—De que si creí que separarnos era lo mejor para ti, fue porque yo estaba roto, Lucerys. —El príncipe Aemond supo que era el momento de que escuchara sus razones de esa noche, de que se enterara que jamás habría decidido soltarlo por voluntad propia. —. No solo me quitaron un ojo esa noche, sino que me destruyeron. Me hicieron creer que Rhaenyra envió a ese asesino, que se había hartado de mí y que escogía mi muerte a seguir fingiéndome cariño. Dime, Lucerys. ¿Cómo podría quedarme a tu lado, seguir amándote si mi corazón se sintió traicionado?

El príncipe Lucerys contuvo la respiración, no podía imaginar que su madre fuera la responsable de su ataque. No cuando él mismo la había encontrado llorando cada noche desde lo ocurrido en Driftmark, aferrándose a una de las capas que Aemond y pidiéndole perdón. Su madre era inocente, estaba seguro de ello. Porque fue su compañera en su duelo, la heredera al trono también había perdido a uno de los que amaba. "¿Entonces quién pudo ser tan cruel para acusarla de esa infamia, a sabiendas del irremediable daño que causarían? ¿Quién pudo jugar con sus corazones, herir profundamente a solo unos niños que solo querían amor y protección?".

—Tuve que renunciar a ti, Lucerys. Tuve que hacerlo antes de que supieras de mi amargura y dolor, antes de que esa inocencia con la que apreciabas al mundo se apagara por mi culpa.

—Hubiera escogido apagarme a tu lado, Aemond. —El príncipe Lucerys sostuvo, jamás fue partidario de "los hubiera". Pero ahora, sabiendo lo que realmente orilló al alfa prime a abandónalo, era uno y de los más fieles. —. Que haber vivido el infierno de estos años, creyendo que tú me abandonaste por ser un bast...

El príncipe Aemond no le permitió terminar, no aceptaría que esa acusación cruzara por los labios del omega Velaryon.

—Si quieres ódiame, yo cometí el error. Yo decidí por ambos, creyendo que no volveríamos a coincidir.

— ¿Y ya no es así? —El príncipe Aemond negó, una sonrisa tímida se asomó en su rostro a medidas que las últimas lágrimas brotaban.

—No, hoy vuelvo a elegirte a ti y al mundo que perteneces, Lucerys. Sin miedos, sin rencores.

El príncipe Lucerys cerró los ojos, su pecho dolía y su omega interior brincaba esperanzado. Aún era derribado por un remolino de emociones, aún se sentía a la deriva y sin un aparente horizonte. Mas abrir los ojos y encontrarse con Aemond al frente tan seguro le hizo saber que sería la cama de esta tormenta.

El príncipe Aemond se acercó a él con sigilo, lentamente lo envolvió en un abrazo y permitió que sus feromonas le brindaran ese consuelo que el omega Velaryon había añorado en esas duras noches de invierno. Lo que terminó por romperlo, fue el primero en llorar en la calidez de su pecho. El alfa prime hizo lo mismo en silencio, sujetando con fuerzas a Lucerys y pidiendo al mar que se llevara su dolor.

—Hoy vuelvo a ser tuyo. —El príncipe Aemond le susurró, ansiando que llegue el día en el que Lucerys fuera también de él y pudieran ser libres de tomar sus dragones y volar lejos de Westeros.

Pronto, la inmensidad del mar era su testigo.

Vhagar y Arrax, sus cantores. Los rugidos de ambos resonaron en Pozo Dragón, la princesa Helaena apagó la última lámpara de aceite confiada de que la bestia que acecha por debajo de las tablas no volverá a vencer.

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He aquí el inicio del final, se podría decir que he batallado mucho con este capítulo. Porque estoy atenta a sus comentarios, soy consciente de sus sentires y de que varias siguen resentidas por lo de Aemond. Considero que es justo, también que se pueda apreciar y acunar su dolor. Nosotras tenemos el panorama completo, ellos apenas están enterados de lo que ocurre y en base a ello, creen hacer lo correcto. Decisiones que certeras o no tienen consecuencias, ahora puedo decir que el drama principal ha concluido.

Lo que se viene es un nuevo comienzo para las dos parejas (Jacaegon y Lucemond) junto con el de DaeronxJoffrey, habrá desafíos. La confianza aún es un largo viaje que ellos recién se embarcan, a tener paciencia. Que ahora sembraré el fluff que les quité.

PD: No está más advertir que aquí no habrá triángulos amorosos, cada Velaryon tiene su Targaryen y soy fiel a sus sentimientos.

Espero lo disfruten, realmente me costó publicar este capítulo. Y sí, sé que falta aclarar más cositas, que aún hay dudas y miedos. Pero se irá tocando de poco a poco, a medida que la confianza en los personajes se retome (principalmente, como pareja). ❤️

Espacio para echarme porras, vencí a la frustración del capítulo y lo terminé. Además de que llegamos a las 5k palabras más las 500 que les debí del anterior cap. 🙌🏼♥️🖤✨

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