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32. Aemond

Los príncipes Aemond y Aegon cruzaron miradas con el esposo de su hermana Rhaenyra, el alfa Daemon portaba ese desafío y arrogancia que ellos conocían a la perfección. Ambos hijos del rey Viserys I gruñeron, no olvidaron su primer encuentro en Driftmark y sus miedos que amargamente se convirtieron en una realidad. El príncipe Aemond se culpó; fue por su decisión que el alfa Daemon reclamó a la heredera al trono, que junto a sus cachorros formaran parte de su manada. Esa que el alfa Daemon recelaba, su aroma agave se tornaba más ácido cuando extraños se acercaban a los príncipes Velaryon. La territorialidad del alfa Daemon resultaba peligrosa para cualquiera, incluido ellos. El alfa Daemon no se preocupaba por hacer evidente su desagrado, por reflejar en esos ojos violetas un duro resentimiento hacia los hijos del rey Viserys I.

Ni Aemond o Aegon se intimidaban, eran dos príncipes alfas y habilidosos espadachines. Se desenvolvieron en campañas y torneos como su tío Daemon, desprendían ese aura imponente característico de Los Targaryen. Que las diferencias con él eran mínimas, casi inexistentes. La única que merecía resaltarse era la fortuna de su tío Daemon de ser querido y admirado por los hermanos Velaryon.

El príncipe Aemond tensó su mandíbula, su aroma a sándalo y eucalipto se extendió amenazante y su lobo le arañaba con fuerzas. Detestaba la fortuna de su tío Daemon, de que el alfa pudiese recibir esas hermosas sonrisas de Lucerys, de que a al dichoso príncipe canalla le permitiese despeinarle esos rizos castaños. No debería ser su tío Daemon el que disfrutara de esa complicidad y magia de Lucerys, sino él quien estuviera a su lado, el que riera de sus bromas, el que pudiera escucharlo con atención y el que incluso le extendiera esos panecillos de mantequilla a los que esos ojos verdosos observaban con deseo.

—Príncipes. —Los hijos del rey Viserys se voltearon, fueron reverenciados por el aclamado Addam de Casco. El alfa sostenía el brazo de la princesa Rhaena, el ojo de Aemond se clavó en ellos. Su aroma a sándalo y eucalipto evidenciaba ese enojo que iba carcomiéndolo, recelaba a la princesa Rhaena y al soldado Addam de Casco. Escuchó de la famosa triada Velaryon, de lo protectores y leales que eran con el príncipe Lucerys. Se sentía en desventaja frente a ellos y le enfurecía doblemente, Rhaena y Addam tenían tantas historias con Lucerys como alguna vez los dos forjaron las suyas en el pasado.

"Por tu culpa, tu maldita culpa. Ellos son más importantes en la vida de Lucerys que nosotros", el sentir de su lobo lo llevó al límite.

La mano del príncipe Aemond se dirigió hacia su espada, la tomó con fuerza y estaba apunto de desenvainarla. Su hermano Aegon le detuvo, lo arrastró hasta el campo de entrenamiento. El primogénito de la reina Alicent gritó a cada escudero, vasallo e instructor que se largaran, que no quería ni una sola alma o conocerían el filo de su daga. Fue obedecido de inmediato, incluso por los guardias que se hallaban altamente armados y protegidos. El aura que los hijos del rey Viserys I desprendían era de temer, en esos ojos violetas podían toparse con el deseo de que se corra sangre. Ninguno buscaba ser la víctima de la brutalidad de los príncipes Aegon y Aemond, que apenas lograron disimular el miedo al retirarse a grandes pasos.

El príncipe Aegon rodó ambos ojos, desenvainó su propia espada y la apuntó contra su hermano Aemond. El alfa prime sonrió de lado, sintiéndose superior. Su lobo está colérico y nublado por la frustración, su cruel instinto que usaba en las campañas amenazaba con soltarse. — ¡Créeme, Aegon! No quieres un duelo ahora.

—No quiero. —La mirada del príncipe Aegon se encendió, mostrando ese fiero espadachín que recelaba bajo la imagen de un pobre borracho perdido en las calles de seda. El porte y autoridad de un Targaryen se hacía presente en él, su aroma a madera se espesaba y su propio lobo se mostraba a la defensiva. Sentía la misma furia, no soportaba el tener que conformarse con efímeros momentos al lado del príncipe Jacaerys. No cuando años atrás podía pasar días enteros, no cuando ambos eran libres de poder permanecer al lado del otro y simplemente ser ellos dos solos. Se le había arrebatado esa magia, su abuelo y tristemente su hermano. Lo culpaba por dejarse cegar, y él por no cobarde. —. Lo necesito.

El príncipe Aemond aceptó el desafío, compartía la misma necesidad de librar su instinto. Sacó su espada con agilidad, se abalanzó contra su hermano Aegon y el choque de ambas espadas resonó con fuerza. Los cuervos que llegaban a las caballerizas tomaron vuelo, cada movimiento era preciso y letal, el polvo se alzaba al compás de los pasos firmes de ambos príncipes. Su duelo era violento, los trajes de cuero de los hijos del rey Viserys I cedían al filo de sus espadas e hilos de sangre Targaryen se escurrían. Ninguno de los dos alfas estaba dispuesto a ceder, el coraje los consumía. Desde lo ocurrido en Driftmark, sus entrenamientos en conjunto se habían detenido. Aegon no lidiaba a su hermano, Aemond tampoco. Las pocas veces que se enfrentaban era por una cruel broma o comentario del primogénito de la reina Alicent, sus finales eran desastrosos y aparentemente este no sería l excepción.

El príncipe Aemond acorraló a su hermano Aegon contra la pared, las espadas de ambos eran su freno. La mirada del primogénito de la reina no guardaba miedo, era igual de retadora y amenazante que la del alfa prime. A pesar de que quisiera amistarse con él, su corazón le guardaba tanto por ser el que ayudara a su abuelo Otto a condenarlo a un trono que jamás deseó -un trono que de conseguirlo, lo alejaría definitivamente del príncipe Jacaerys.

—Sientes que vas a enloquecer, ¿verdad? —El príncipe Aegon usó su voz de mando, su aroma a madera cargaba ese peligroso recelo. Su hermano respondió con un gruñido. —. Es lo mínimo que mereces por condenarnos aquella noche en Driftmark.

—Tienes razón, me lo merezco. —El alfa prime dio un paso más hacia adelante, el filo de ambas espadas se adentraba en las manos de los hijos del rey Viserys I. Pese a la firmeza de sus agarres, ninguno pretendía clavar su espada en el cuello del otro. —. Pero, ¿qué hay de ti? ¿Qué hay del hermano mayor que fue un cobarde y dejó que yo decidiera por todos?

—Se convirtió en un príncipe sin gloria, en un pobre borracho que difícilmente merecerá a Jacaerys Velaryon. —El lobo de Aegon aulló dolido. Los esfuerzos que usó para desacreditarse como príncipe y así evitar ser comprometido por Otto Hightower empezaban a servirle en contra. Era consciente del desagrado de Daemon Targaryen hacia él, en lo indigno que lo consideraba para el primogénito de su hermana Rhaenyra. Y aquello solo como un familiar, no quería imaginarse las injurias que recibiría de querer ser contendiente por la mano y corazón de Jacaerys. —. ¿Debo agradecerte o maldecirte?

—No fueron mis manos las que llenaban tu copa, Aegon.

—No, fueron tus victorias en esas asquerosas campañas. —El príncipe Aegon empujó a su hermano, gastó todas sus fuerzas para lograr sacárselo de encima. —. Porque con cada casa ganada, una nueva proposición de matrimonio llegaba a mis oídos. He tenido que caer en lo más bajo para rechazarlas, portarme como un mezquino frente a los ojos de tantos nobles. Que puedo jurarte que si no fuera por tus jodidas campañas, nadie apostaría en poner la corona en mi cabeza.

El príncipe Aemond gruñó, detestaba al destino por condenarlo a ser el que velara por su familia -el que su abuelo Otto Hightower lo haya escogido como su perro de guerra. Y lo peor, que todo resultara en vano. Su hermano había desacreditado cada intento, ahora sabía que solo el miedo retenía los favores por los que él mismo sacrificaba una parte de sí.

Era injusto, no solo para Aegon.

Con cada campaña ganada, la oportunidad por la que quería luchar se tambaleaba. Corría el riesgo de que Lucerys Velaryon se enterara de sus verdaderas razones, de que lo detestara y declarara su enemigo por intentar usurpar el trono que le correspondía a su amada madre. Su posición no se asemejaba a la de su hermano Aegon, el primogénito de la reina Alicent no tendría que lidiar con el desprecio o vencer a ese posible odio de la única persona que le importaba.

Los ojos de su hermano no podían juzgarlo con esa abrumadora severidad, el príncipe Aemond tiró su espada al suelo. Su lobo aullaba, su mente se tornaba en ese caos por la desesperación.

— ¡No quiero el puto trono de hierro, Aemond! —El príncipe Aegon gritó determinado. Jamás le interesó arrebatarle el derecho a su hermana Rhaenyra; no era su deseo ese poder, sino el de su abuelo Otto.

— ¿Crees que yo sí lo quiero? —Aemond respondió con la misma fuerza, sándalo y madera se mezclaban en el mismo sentir de la frustración. —. Ese puto trono de hierro puede perderse en las llamas de Vhagar, ¡y sería feliz!

— ¿Entonces por qué carajos ayudas a Otto Hightower a conseguirlo?

— ¡Para mantenerlos a salvo! —El príncipe Aemond no pudo callar más esa misión a la que su abuelo le convenció en creer y asumir. —. Porque mientras vivamos, representaremos un riesgo al trono de Rhaenyra.

Aemond repitió las palabras de Otto, palabras que nunca las sintió como suyas, sino como una mentira a la que quería creer para que el dolor por no ser suficiente no lo aplastara.

—No se supone que yo soy el idiota de los cuatro, ¿ah? —El príncipe Aegon también tiró su espada, avanzó hasta su hermano y lo obligarlo a mirarlo. Con ambas manos sujetó el rostro del alfa prime, necesitaba saber si realmente él creía en esa estupidez.

En ese ojo violeta, encontró la duda y el deseo escondido por gritarlo que no lo hacía. Sin embargo, también estaba ese impedimento -uno que Aegon conocía, la artimaña en Driftmark de su abuelo Otto fue perfecta. Aegon maldijo a la mano del rey, lo odiaba tanto. No solo lo rompió a él, sino a su hermano Aemond. Era un completo consumidor, un bastardo avaro que no merecía gloria alguna.

— ¿Pretendes quitarme ese título? ¿O por qué has dicho tremenda estupidez, Aemond?

—Porque el beta que me mutiló y atentó contra mi vida en Driftmark fue enviado por Rhaenyra. —Finalmente, el príncipe Aemond se lo contó a alguien. Esa supuesta verdad la había retenido para sí mismo, no buscaba llenar de odio los corazones de su madre o hermanos. Tenían suficiente con la desilusión y la infelicidad, no quería que cargasen con ese dolor de saberse traicionado.

"Temo que mi futura reina nunca me perdonará por atentar contra su cachorro, pero espero que vuestra mutilación y muerte sea suficiente para honrar y librar a la dragona dorada de cargar con vástagos ajenos y sin títulos", los recuerdos de esa noche golpearon al alfa prime. Volvía a ser ese niño herido, traicionado e incapaz de creer que merecía que lo amaran o pertenecer a una familia unida.

El príncipe Aegon vio cómo su hermano se perdía, cómo esa su furia se apagó y fue reemplazada por el dolor. Aquella noche en Driftmark, no se detuvo a pensar en Aemond. Lo buscó para enfrentarlo ante el miedo de perder en Jacaerys, se portó como un egoísta y era de esperarse que se acobardara. Su único motivo fue el miedo, ese que su abuelo Otto contraatacó con otro más fuerte. No se aferró al coraje de luchar por los suyos, como lo habría hecho Jacaerys. Estaba tan roto, tan desorientado y vulnerable. Apenas eran unos niños, unos que fueron destinados a la crueldad de su propia sangre por la ambición.

—Juro por mi mundana vida, Aemond, que nuestra hermana Rhaenyra no envió a ese asesino. —Aegon aseveró, las manos del primogénito acariciaban el rostro del alfa prime. Se estaba portando como un verdadero hermano, por primera vez al querer librarlo de esa supuesta y triste verdad.

— ¿Entonces quién, Aegon? ¿Quién pondría a ese asesino en mi habitación y me gritaría lo complacido que era por librar a su futura reina de un vástago sin títulos? —El primogénito de la reina Alicent quería decirle que era su abuelo, ese hombre que le impidió enfrentarlo aquella noche. Quería hacerle saber que lo amenazó con dañar a Jacaerys para mantenerlo callado, mas el miedo nuevamente interrumpía. El omega Velaryon que amaba estaba en el mismo castillo, las infamias que Otto Hightower prometió podían ser concretadas con tanta facilidad y él jamás se lo perdonaría.

Aegon detestaba sentirse atado.

—Nuestros enemigos saben que la única cosa que podría derrumbar a la casa del dragón es la casa misma. —El príncipe Aegon suspiró, rogaba que su hermano confiara y se librara de ese dolor de la traición. —. Ellos quieren que nos volvamos enemigos del otro, que nos destruyamos y solo su ambición sea la vencedora.

Aemond bajó la cabeza, se apartó de su hermano. La cabeza le dolía, su lobo y corazón vacilaban. La incertidumbre era tan desgastante, Aegon tenía una seguridad que envidiaba y la que él quería aferrarse. Mas el miedo de equivocarse estaba ahí acechándolo.

—Debes creerme, Rhaenyra no es el monstruo al que debemos odiar o temer. —Aegon caminó y se puso delante de su hermano, entendía que la manipulación de su abuelo era peligrosa y feroz. Él había sido de sus principales víctimas, no culpaba la frágil resistencia de Aemond. —. Solo debes mirar a nuestros príncipes Velaryon. Son asombrosos y con un corazón tan puro y noble porque han crecido bajo su amor.

Aemond le dio la razón, él mismo lo hacía reconocido frente a Helaena y Aegon. La heredera al trono no podía ser tan ruin si tenía unos hijos admirables.

—En cambio, nosotros apenas nos sostenemos. Porque Otto Hightower se ha dedicado a sembrar el odio, rencor e incluso ambición en nuestros corazones. —Aemond no podía refutar a su hermano, tampoco lo quería. Era cierto, la única que se salvaba de la miseria era Helaena. La amargura del deseo por el poder los había consumido, su vida se había vuelto grisácea y mundana.

Se habían perdido, Aemond lo reconoció días atrás y no quería permanecer en ese turbulento canal.

—Créeme, Aemond. Nuestra hermana Rhaenyra es inocente.

El primogénito de la reina Alicent insistió, el príncipe Aemond no halló ni un rastro de duda. Su hermano confiaba ciegamente en la heredera al trono, en su inocencia y que lo ocurrido en Driftmark fue una artimaña contra Rhaenyra. El corazón y lobo del príncipe Aemond realmente flaqueó, pues el seguirlo representaba librarse de esa misión con la que su abuelo Otto manipuló su dolor.

"¿La tomaría?", el príncipe Aemond divisó a la mano del rey llegar. Otto Hightower les avisaba sobre la cena que los monarcas organizaron, el desagrado era palpable en la voz del mayor. El alfa prime observó con detenimiento a su abuelo, jamás le dirigió una mirada llena de amor u orgullo. No como su hermana Rhaenyra, aún podía recordar lo valioso que llegó a sentirse en los ojos violetas de la heredera al trono. No tuvo que ganar campañas o traerle aliados, sino simplemente sonreírle.

El príncipe Aemond tragó saliva con pesadez. Si se descubría que las palabras de su hermano Aegon eran ciertas, solo una muerte dolorosa sería el perdón para aquel que tramó esa cruel trampa. Porque no solo lo mutiló, sino le arrebató un mundo en el que era amado.

Lo cierto en ese momento para el príncipe Aemond era que no quería seguir el camino de Otto Hightower.

No quería ser infeliz, no cuando recordaba lo maravilloso que era ser amado.

Lo quería devuelta; su felicidad, a Lucerys y al mundo que pertenecía.

Incluida a su hermana Rhaenyra, correría el riesgo.

—Decido creerte, Aegon. —El príncipe Aemond le susurró a su hermano. El primogénito le sonrió, se contuvo de abrazarlo por la compañía de Otto Hightower.

— ¡Vayan con los maestres! No pueden presentarse a esa cena heridos, son unos príncipes. —Gritó la mano del rey a sus nietos, sus ojos perspicaces le advirtieron de una amenazante alianza entre ambos príncipes Targaryen. La ventaja que había forjado con dureza se tambaleaba, no le convenía que Aegon y Aemond se reconciliaran. Era consciente que de no seguir la dirección que él les apuntaba, serían un verdadero impedimento. En el pasado, lo fueron. No se soltaron de Rhaenyra hasta que él destruyó a uno de sus pilares, hasta que sembró el odio y recelo entre los dos.

Otto Hightower estaba perdiendo su poder, apoyarse en Larys Strong volvía a ser una despreciable necesidad. Así que, mientras Aegon, Aemond y el mismo Otto Hightower abandonaban el campo de entrenamiento, el príncipe Daeron dejaba su escondite en las caballerizas.

El último hijo de la reina Alicent libró su propio aroma, reflejaba un perturbador enojo. Detestaba el juego de tronos, que su propia familia fuera la principal víctima. Recogió las espadas de sus hermanos, se las llevó consigo bajo una silenciosa promesa.

—Aegon. —El príncipe Aemond llamó a su hermano mayor, antes de desaparecer por uno de los pasajes secretos de Red Keep. —. Sigues siendo el idiota de los cuatro.

Aegon lo mandó al infierno, el alfa prime estalló en risas y se perdió entre el pasaje. Su mente aún era un caos, sus sentimientos se enfrentaban. El miedo era socavado por las ansias de querer ser feliz, de retomar esa vida simple y suficiente a la que su lobo tanto añoraba. Que se burló de sí mismo, siempre que usaba estos pasajes eran por dos personas: el príncipe Lucerys y su hermana Rhaenyra. Desde los tres años, se adentraba a esos caminos lúgubres. Su emoción por encontrarse con ambos fue la razón de esa valentía con la que enfrentó a la oscuridad y a los bichos que rondaban.

Lo que ciertamente no había cambiado, se regresó a los pasajes secretos para ir detrás de esas dos personas. Ahora tomaba uno para ir por su hermana Rhaenyra, su corazón le demandaba buscarla y enfrentarla. No podía callarse más, no si pretendía creer en las palabras de Aegon. Necesitaba que la heredera al trono le afirmara esa inocencia por la que Aegon apostaba su vida, poco importaba si existía la posibilidad de ser burlado.

Se rendiría por esa ilusión.

El príncipe Aemond empujó la puerta del pasaje, tras percibir el aroma dulzón de su hermana Rhaenyra. Daemon no estaba con ella, para su fortuna. Pudo divisarla sentada al lado de la chimenea, disfrutando del incesante calor del fuego y acariciando su abultado vientre. Se hallaba concentrada en cantarle ese arrullo de cuna, la dedicación y ternura que recordaba no se había borrado. La heredera al trono seguía siendo esa madre amorosa que cuidaba de sus cachorros, que el aroma a sándalo y eucalipto de Aemond se entristeció. Lo que llamó la atención de Rhaenyra, la heredera al trono se giró hacia el alfa prime.

Los preciosos ojos violetas de Rhaenyra se cristalizaron, la primera vez que un pequeño Aemond se escabulló en esos pasajes secretos llegó a su mente. Tenía al mismo alfa prime, con el cabello platinado revuelto, golpes y cortadas en los brazos. El mismo alfa prime que estaba a la defensiva y esforzándose por no romperse en llanto. La culpa la golpeó, su instinto maternal tiraba de ella para correr hacia su hermano y envolverlo en un cálido abrazo. Mas temía ser rechazada, las razones de este encuentro eran distintos y lo sabía. El príncipe Aemond luchaba una batalla interna, una a la que debía responsabilizarla.

La heredera al trono no pudo protegerlos, evitar que cayeran en las garras de Otto Hightower -que tuvieran este duro presente.

—Se dice que los hermanos mayores se convierten en la referencia de sus hermanos pequeños, en los que abren los caminos, y en los que están destinados a ser el héroe para imitar, querer y admirar. —La voz del príncipe Aemond resonó con torpeza. Era la primera vez en años que se dirigía a su hermana Rhaenyra, a la mujer que adoró y a la que se aferró. Ella le enseñó a amar, a pertenecer a una familia. Dolía tanto, un nudo en la garganta se le atravesaba. —. No puedo culpar a Aegon de fallar. No es verdaderamente el hermano mayor, ¿cierto?

—No, no lo es. —La princesa Rhaenyra negó, sentía una fuerte presión en el pecho. Lo que había rezado a los dioses se cumplía y era una agonía. Su hermano Aegon cargaba tanta tristeza, que su infelicidad era la suya. —. Sino yo... Yo soy su hermana mayor.

—Entonces eres tú quien nos falló. —La heredera al trono asintió, sus lágrimas estaban apunto de resbalar por sus mejillas. Su mayor fortaleza y debilidad era el amor hacia su familia. —. ¡No nos cuidaste! ¡No nos protegiste, Rhaenyra!

—Y no hay día en el que no me culpe, Aemond. —La princesa Rhaenyra avanzó lentamente hacia el alfa prime. Notó que no se alejaba, su corazón se esperanzó. —. Era mi deber, yo les fallé.

El príncipe Aegon sintió sus lágrimas salir primero, había retenido este dolor por tanto tiempo. — ¿Acaso no fuimos suficiente?

—Lo fueron.

— ¿Entonces por qué mandaste ese asesino, Rhaenyra? ¿Por qué decidiste quitarme la vida esa noche? —Lo volvió a soltar, su corazón temía ante la posibilidad de que ese dolor que la heredera al trono le mostraba fuera actuado, que de pronto su semblante cambiara y luciera la burla. Temía tanto, porque su corazón jamás dejó de guardar esta oportunidad.

—Yo jamás tomé esa decisión, Aemond. —La princesa Rhaenyra se atrevió a coger las manos de su hermano, de apretarlas y bajar la cabeza. Las lágrimas de la heredera al trono mojaron ese tembloroso agarre. —. Te lo juro, yo no podría reclamar tu vida.

— ¿Por qué debería creerte?

—Porque eres mi hermanito, el milagro que los dioses nos consintieron a tu madre y a mí. —La princesa Rhaenyra soltó una de sus manos, acarició la mejilla derecha de su hermano. Sus lágrimas resbalaban una tras otra al notar esa enorme cicatriz, sufría por no haberle evitado ese dolor. —. No podría atentar contra el niño por el que recé día y noche para que sobreviviera, por el que disfruté mi segundo embarazo, por el que me envalenté para proteger a los otros.

La princesa Rhaenyra le imploraba a los dioses que sus palabras bastaran, no quería que su hermano Aemond nuevamente la rechazara. No lo soportaría, lo quería demasiado.

—Eres una parte de mí, Aemond. —Las miradas de ambos chocaron, las lágrimas abundaban. —. Yo no he dejado de pedir a los dioses por la vida y felicidad de mi valeroso príncipe.

—Pero yo ya no soy ese, Rhaenyra. —Aemond bajó la cabeza, miró sus manos entrelazadas con las de su hermana. Recordó que esas manos estaban llenas de sangre, que esa honorabilidad que ella procuró se desapareció. —. He cambiado.

—No para mis ojos. —La princesa Rhaenyra le sonrió con ternura. —. Sigues siendo mi hermanito, ese alfa prime corajudo y decidido a llevar una carga ajena.

Aemond juraba que ese nudo en la garganta lo acabaría, su corazón roto se ilusionó con la esperanza. Su hermana Rhaenyra no parecía mentir; su temblor, lágrimas y que su aroma reflejara cada uno de sus tristes sentires le gritaban su sinceridad.

Estaba aterrorizado.

Porque si se había equivocado en juzgarla, entonces él habría destrozado injustamente el corazón de Lucerys, de su hermana y de todos los que alguna vez confiaron.

El príncipe Aemond sentía que la respiración se le entrecortaba, que sus piernas se tambaleaban y que su propio corazón amenazaba con salirse. Terminó cayendo de rodillas, la princesa Rhaenyra lo imitó. Su hermana se permitió acunarlo en sus brazos, en acariciar sus cabellos y consolarlo como en el pasado. El alfa prime volvía a romperse, no por el dolor de una traición, sino por el miedo de haberse dejado engañar.

Podía jurar que el peso de los años perdidos se acercaba, estaba dispuesto a aplastarlo.

—Eras un niño, Aemond. —La princesa Rhaenyra susurró, notó la atormentada mirada de su hermano mientras curaba sus heridas. —. Eras un niño en medio de la feroz ambición por el trono de hierro, fuiste su víctima.

El príncipe Aemond suspiró, el pecho le dolía. Dejó que las feromonas de su hermana lo tranquilizaran.

—No debes culparte. —La princesa Rhaenyra terminó de saturar el último corte para después sonreírle. —. Nuestros enemigos sabían que la única manera de que nos separaran era que tú me odiaras.

El príncipe Aemond ladeó la cabeza. —No lo lograron, Rhaenyra. Yo creí que te odiaba, que si no iba contra ti era por Lucerys. Pero realmente era por los dos, no pude odiarte. Solo a mí, supuse que no era suficiente para que me mantuvieras en tu manada.

El corazón de Rhaenyra volvió a quebrarse, prefería haber escuchado que su hermano Aemond la odiaba. Porque esto dolía más.

—Así que, dejé que me usaran. —El alfa prime se calló por unos segundos, lo que iba a decir posiblemente arruine esta tregua o reconciliación. Mas no pensaba callarse, no si esperaba que este nuevo comienzo fuera sólido. El riesgo que tomó debía ser completo. —. Convencido de que mis hermanos y yo éramos un riesgo a tu reclamo al trono, me enfoqué en conseguir apoyo de diversas casas para que Aegon tuviera oportunidad de usurparte.

La princesa Rhaenyra igualó su silencio, no le preocupaba que fuera usurpada sino que sus hermanos hayan estado dispuestos en alzarse contra ella.

—Nuevamente, no debes culparte. —La heredera al trono repitió, entendía que las acciones de Aemond eran lógicas para la versión que tenía de Driftmark. Ella era la hermana que lo traicionó, que cruelmente le arrebató esa familia que lo había acogido con tanto amor. Y si fue supuestamente capaz de aquello, era de esperarse que en algún momento volviera a querer deshacerse de él y de sus hermanos.

Otto Hightower era un gran manipulador, las ansías de entregárselo a Syrax crecían más y más.

—Creías que era lo correcto.

—O tal vez solo fui un cobarde.

—Lo que verdaderamente importa es si continuarás con el camino que te trazaron. —La princesa Rhaenyra disimuló su angustia, quería el alfa prime a su lado -que le permitiese cuidarlo, protegerlo e incluso ser parte de su felicidad; quería una verdadera segunda oportunidad.

— ¿Y condenarme a ser tan infeliz, a presenciar cómo la luz de mi vida me abandona definitivamente? —Aemond negó, tomó la mano de su hermana y dejó atrás sus miedos. No se retractaría, confiaría nuevamente. —. Quiero a mi hogar de regreso.

— ¿Ese deseo incluye a esta mala hermana mayor?

El príncipe Aemond sonrió, se arriesgaba por amor. Lucerys era su luz y Rhaenyra, de sus mayores sustentos. Se volvería aferrar a ellos. —Solo si promete no volverme a fallar.

—Lo prometo. —El príncipe Aemond asintió, aceptó el abrazo de la heredera al trono.

La esperanza realmente cobraba forma; la princesa Helaena pudo sonreír, su último sueño fue dorado y acompañado de risas infantiles.

*
*
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~•~
¡Henos aquí!

Espero haber abarcado lo necesario para que nuestro niño diera este paso, el primero que considero debió cumplir para ir tras Lucerys. Porque nuestro otro niño ama a Rhaenyra, no podía simplemente arrastrarlo en una encrucijada tan desgastante de tener que decidir a quién seguir o creer. Aemond está haciendo los sacrificios, callando sus miedos en el intento de reparar el pasado. Es complicado el apostar por solo palabras. Pero el riesgo es válido si con ello se puede regresar a esos días en los que era tan felices. Así que, creo que ahora Aemond es libre de ser verdaderamente sincero con Lucerys, de contarle tal y cómo sucedieron lo ocurrido en Driftmark. A nuestro Velaryon le costará perdonar, pero nuestro valeroso príncipe está decidido a recordarle lo valioso que es. 👀❤️

So, pido disculpas por no cumplir el reto. Les debo las 500 palabras, y es que no quise abrumarlos e irme de largo con las otras dos escenas que planifiqué. Me estoy guardando la discusión de Aemond y Lucerys para el que viene, promesa que ahora sí lo tienen. Puede que les resulte que lo alargo, pero no es adrede. Deseo que los cimientos de esta segunda oportunidad sea sólida y bueno, la historia se escribe sola. ¡Nuevamente me disculpo! ❤️

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