30. Aemond
La mente del príncipe Aemond se mantenía caótica, era derribado constantemente por sus propias emociones. Podía enfrentarse al enojo y a la frustrante impotencia de saberse reemplazado en cuestión de segundos como el nerviosismo y felicidad de un chiquillo esperanzado o el infernal miedo de ser ignorado. Su autocontrol pronto sucumbiría, llevó sus manos a la espalda para poder enterrar las uñas en los antebrazos -esto en el intento de seguir luciendo imperturbable. Lo que le resultaba imposible, sus conflictivas emociones se ladeaban de extremo a extremo y su mirada lo reflejaba. La oscuridad aparecía y desaparecía dependiendo de a quién le dedicaba su atención, su lobo prefería al segundo hijo de la heredera al trono para no escaparse de la jaula que le impuso.
"A los príncipes Lucerys y Aemond, el control del comercio marítimo y el soporte de la flota real", esos ojos verdes le correspondieron por segunda vez. Se mostraron temerosos, el corazón del príncipe Aemond se estrujó y su lobo aulló ante la necesidad de apartarlo de sus creencias que posiblemente lo señalaban como un monstruo. Porque tenía suficiente martirio con estar enterado de que es un supuesto extraño en su vida, no soportaría convertirse en el hombre del que debe protegerse. No cuando recordaba que esos hermosos ojos verdes habían sido sinceros al prometerle que jamás le tendría miedo, se suponía que era y que seguiría siendo su héroe.
"¿Acaso ahora era el villano de su historia?", su lobo le torturó con una respuesta afirmativa. Pues lo usó para vencer en las campañas y conseguir el favor de otras casas al reclamo de su hermano Aegon; de enterarse el príncipe Lucerys, no lo perdonaría por atentar contra el derecho de su madre -esa de la que sujetaba su mano con fuerzas, su amor hacia la heredera al trono era sincero e intenso. Tanto que el alfa prime sintió remordimiento por sus victorias y desprecio por ser el perro de guerra de su abuelo Otto.
No ansiaba más la adrenalina de las batallas o cumplir con esa misión que el mayor de Los Hightower le encomendó; no era más una prioridad en su vida, sino que el príncipe Lucerys regresara a su lado -que le permitiera volver a tomar su mano, que esos ojos verdes brillaran por él.
El alfa prime finalmente pudo entender a su lobo, a ese llamado al que desesperadamente buscaba atender. Dio un paso hacia adelante, quería hacerle saber al príncipe Lucerys que lucharía por tenerlo nuevamente a su lado -que por él, doblegaría sus propios miedos y no interferiría más en la sucesión. Su padre había sido certero con esos decretos regios, indirectamente quitó de sus hombros la exclusividad de tener que proteger a los suyos. La reina Alicent y sus hermanos también participarían activamente, serán capaces de cuidarse y tomar sus propias decisiones. Que el príncipe Aemond se sintió libre, sin correas de las que el mayor de Los Hightower tenía el control; podía obedecer a ese llamado que su corazón y lobo compartían.
Podía volver a arriesgarse y seguramente vencer, escoger al príncipe Lucerys jamás sería una decisión de la que se retractaría. Ni tampoco seguir a los que él ama, apostaba su vida a que Lucerys era mejor escogiendo a las personas.
"¿Podría volver a escogerlo, darle un lugar en ese corazón tan inocente que hirió?".
Inconscientemente continuó avanzando, estaba próximo a cruzar ese intermedio que lo separaba del príncipe Lucerys -de no ser por Aegon y Helaena. Su hermano mayor -con discreción- lo detuvo, y reprimió una sonrisa al toparse con la misma ilusión que él acogió cuando se decidió por el príncipe Jacaerys. El primogénito de la reina Alicent no pecaba de ingenuo, la mirada de Aemond albergaba anhelo de pertenecer a ese príncipe Velaryon y tal vez con ello, formar parte de esa sólida manada. El propio corazón de Aegon se llenó de esa esperanza, esos días en los que ambos eran una sola fuerza por proteger esa felicidad que los Velaryon y su hermana Rhaenyra lo motivó doblemente.
— ¿Debería avisarle al abuelo que su correa se soltó de tu cuello, que por poco corres a los brazos del segundo hijo de su supuesta enemiga? —El príncipe Aegon preguntó burlón, no pensaba cambiar sus tratos con Aemond. Aún no, primero necesitaba que su esperanza tomara forma.
El alfa prime le gruñó en respuesta, no soportaba sentirse al descubierto. Siempre procuró que sus emociones fueran un misterio, igualar a la supuesta indiferencia de Daeron por los demás. Que solo cuando visitaba a sus sobrinos Jaehaerys y Jaehaera, se le podía observar sonriente. Sin embargo, su ilusión lo traicionó y expuso torpemente. Sus hermanos tuvieron que arrastrarlo con ellos antes de que el príncipe Daemon o Rhaenyra se percataron de esa docilidad que su corazón y lobo ofrecían para acercarse a su hijo, a Lucerys.
—Aegon, basta. —Helaena entregó sus cachorros a sus doncellas, permitiendo que se los llevara con su esposa Baela a la torre contigua. Su amada alfa iba a compartir el resto de la mañana con su familia, ella le alcanzaría tras asegurarse que Aegon y Aemond no se atrevieran a enfrentarse –"los muy tontos", pensó. —. Rhaenyra no es nuestra enemiga.
—Para los dos, no lo es. —Aegon señaló a su hermana y a él, después de meterse un par de uvas verdes. El haber ignorado esa necesidad de empezar su día con una copa de vino lo ponía ansioso, sus manos picaban y su boca se sentía tan sedienta. Esperaba que las uvas bastaran, no quería embriagarse. No cuando Baela le había extendido la invitación a él también. —. Pero, para el abuelo y Aemond, es la bruja que tienen que destruir antes de que ascienda al trono.
— ¿Eso es cierto, Aemond? —Su voz evidenció el miedo, amaba a su hermana Rhaenyra. Que no podía imaginar que Aemond la odiara, no cuando la heredera al trono permanecía sincera con su amor y preocupación. A ella no la había abandonado, estuvo presente en su embarazo. Le confió a su maestre Gerardys y sus doncellas, se atrevió a pasar los últimos meses de su embarazo en King's Landing solo para cuidarla, sostener su mano en el parto y procurar que no la olvidaran por recibir a sus gemelos.
El príncipe Aemond no era ajeno a esa verdad, fueron esos meses que paralelamente se halló de campaña. El mayor de Los Hightower no quiso que presenciara de cerca ese interés, que su corazón vacilara. Mas, las cartas que recibió de las doncellas de Helaena y de su hermana misma plantaron esa duda en su corazón. Una que creció más y más al borde de asfixiarlo, la princesa Rhaenyra le hacía imposible el querer odiarla por completo.
De ahí que, ese pequeño Aemond que se había jurado resentir y acabar con su hermana Rhaenyra no se encontraba más -no con la misma convicción, era lo que creía. Porque las afirmaciones que su abuelo Otto le dijo ese día se contradecían con las acciones de la heredera al trono, Rhaenyra se mantenía como esa madre que cuidaba de los suyos con esa devoción y entrega que recordaba.
"¿Entonces por qué mandó a deshacerse de él? ¿Acaso no lo amó, no fue suficiente para ganarse verdaderamente su corazón y seguir mereciendo su cuidado y protección?".
La mente del príncipe Aemond volvía a ser abatida con tantas preguntas. Lo simple de su vida se esfumó en el momento que el príncipe Lucerys y su madre regresaron a King's Landing, él ya no podía aferrarse con facilidad a ese camino de rencor y desconfianza que su abuelo Otto le ofreció.
—Aemond. —La princesa Helaena llamó a su hermano, Aegon estaba atento. Notó que el alfa prime tenía la mirada perdida, que su mandíbula tensa y sus dedos golpeaban incesantemente los apoyabrazos del sillón. Estaba en una batalla consigo mismo, la esperanza empezaba a tomar forma; el príncipe Aegon se metió más uvas verdes a la boca como celebración. —. ¿Realmente crees que Rhaenyra es tan ruin como para merecer que impidas su ascenso al trono?
El príncipe Aemond suspiró con pesadez, lo que iba a reconocer a sus hermanos le atormentaría doblemente. Pues jamás se detuvo a criticar, se dejó llevar por el dolor a ese vacío que él mismo forjó.
—En los Siete Reinos, se dice que los hijos de Rhaenyra son príncipes nobles, con un honor admirable y una justicia que los señala como unos verdaderos caballeros. —El alfa prime paró sus golpes a los apoyabrazos, se giró hacia sus hermanos y se topó con la ilusión y el miedo al mismo tiempo. —. Puedo dar fe de ello, hay grandeza en sus corazones. El príncipe Lucerys lo demostró en los Peldaños de Piedra al ofrecerle a sus enemigos un descanso eterno y digno.
—Y el príncipe Jacaerys al convocar y convencer a los señores del valle de no desamparar al norte ni al muro con recursos en ese invierno que sufrieron del ataque de los salvajes. —El príncipe Aegon sonrió de lado, no imaginó que volviera a estar de acuerdo con Aemond. Pero ambos estaban ahí compartiendo la misma verdad sobre los príncipes Velaryon.
—Por esas y más razones que seguramente compartes, me es imposibles sostener si Rhaenyra es o no ruin. —Aemond tragó su saliva con dificultad, aún tenía sentimientos en contra. No podría olvidar esa noche en Driftmark, no sin un perdón por la que supuestamente escribió la ruptura y término de su plena felicidad. —. Porque son los hijos el reflejo de sus padres, y los príncipes Velaryon hablan bien de su madre.
La princesa Helaena sonrió, la respuesta de su hermano denotaba una mezcla de miedo, desconfianza y extrañamente esperanza de no equivocarse. No comprendía de dónde provenía las primeras emociones, ella recordaba la devoción y cariño que Aemond tenía por la heredera al trono. Mas, no insistiría. Tenía una acorazonada de que el alfa prime estaba esforzándose por soltar esas cadenas que le amargaban.
—Especialmente, Lucerys. ¿Verdad? —Aegon mordió sus labios para no reír, Helaena realmente estaba tentando a su hermano. Y curiosamente Aemond parecía acceder a abrirse ante ellos.
El alfa prime volvió a suspirar, hubo cierto cambio. La tensión fue reemplazada con una entera tranquilidad, Aegon supo que la magia de Lucerys seguía en su hermano.
—Aún lo amas. —Helaena aseveró, el corazón de Aemond se detuvo. No era capaz de negarlo, no se lo creerían. El nerviosismo se evidenciaba en su aroma, el príncipe Aegon sonrió y se acabó las uvas. El primogénito de la reina Alicent no necesitaba beber, su real impedimento dejaba de existir. Su hermano también estaba dispuesto a rendirse, ambos podrían apoyarse como en el pasado. —. ¡Entonces lucha por él! Deja de ser ese extraño con el que comparte memorias, Aemond.
—Lo haré. —El príncipe Aemond prometió, se levantó del sillón y avanzó hasta su hermano mayor. Jamás lo aceptaría de frente, no consideraba a Aegon como un ejemplo a seguir. Sin embargo, su decisión por retomar la historia con el príncipe Jacaerys lo ameritaba. —. Tengo puesto mi interés en recuperar a lo que fui obligado a renunciar.
Aegon relamió sus labios, bajó la cabeza y negó. Su hermano cambió sus palabras, la adecuó para él. Mas tenía el mismo propósito, remarcar lo que ahora era su prioridad. Podía sentir cómo la complicidad del pasado regresaba lentamente.
—De ser así, deberás poner tu mejor empeño. Cualquiera de tus rivales te supera. —El primogénito de la reina Alicent se la devolvió a su hermano, ambos se sonrieron por primera vez en años. La princesa Helaena se unió a ellos, su corazón ansiaba que su madre estuviera presente. Sus rezos habían sido escuchados, una nueva oportunidad se presentaba.
Una que Helaena recelaría, sus hermanos merecían la misma felicidad que ella disfrutaba. De ahí que, ante la llegada de Ser Cole solicitando que Aemond fuera a la recámara de su abuelo Otto, ella le pidiera que lo acompañara a recoger a sus mellizos a la torre contigua. La princesa sabía que no se lo negaría, Aemond la quería lo suficiente para hacer esperar al mayor de Los Hightower.
El príncipe Aemond pasó de frente e ignoró la solicitud de Ser Cole. No quería escuchar las rabietas de su abuelo, no por ese día. No esperó a sus hermanos, Aegon y Helaena se vieron entre sí antes de seguirlo. Había otra complicidad en ambos, porque -sin decirlo expresamente- acordaron que retendría a su hermano por lo que reste del día; a sabiendas de que en la torre contigua seguramente se encontraba la persona que lo hacía dudar de sí mismo, esa que no dejaba de ser la luz en su vida a pesar de los años.
Su historia no había concluido, sino se iniciaba un nuevo capítulo que ellos procurarían de cerca. Intuían que el príncipe Aemond continuaba siendo el inexperto alfa frente a sus emociones, más si había escogido la imperturbabilidad como de sus mejores corazas para evitar ser herido.
Helaena y Aegon se pusieron detrás del príncipe Aemond, esperaron que el alfa prime retomara el valor. Lo que tardó para el agrado del primogénito de la reina Alicent, él quería ir con el príncipe Jacaerys y aprovechar esos instantes donde el omega era libre del resguardo del príncipe Daemon o de esos dos cachorros suyos que fueron hechos a su semejanza.
—La timidez no te servirá, Aemond. —Aegon le susurró, su hermana Helaena fue la primera en dejarlos en el umbral del jardín. Baela había ido por ella, esto para presumirla ante su hermana Rhaena. La alfa de la princesa estaba tan orgullosa de tenerla como su pareja que no perdía oportunidad de hacérselo saber a cualquiera. —. Necesita saber que irás por él.
Aegon palmeó la espalda de su hermano como ánimo y despedida, el príncipe Aemond resopló. Su mente y corazón eran azotados por un fuerte torbellino, uno en el que los nervios le superaban como si se tratase de un alfa que se enfrentaba por primera vez a sus emociones. Estaba tenso, sus manos le sudaban y su corazón latía rápido. En el jardín, podía distinguir una extensa variedad de aromas. Mas, solo el de lavanda con jazmines lo cautivaba. Su intensa mirada se clavó en el dueño de ese dulce aroma, el príncipe Lucerys se encontraba en la pileta con el pequeño Jaehaerys.
El omega prime armaba dos barquitos de papel, usó uno para meterlo en el agua. El pequeño Jaehaerys contuvo la respiración en ese preciso instante, llevó sus manitas a los ojos y temió que el barquito de papel acabara en lo profundo de la pileta. Mientras que, Lucerys delicadamente apartó sus manitas para ofrecerle una tierna sonrisa y de ahí animarlo a mirar hacia la pileta. El hijo de Helaena se rehúso, pero terminó cediendo ante el omega. El barquito de papel no se hundió, lo que bastó para que abalanzara contra él, feliz y sorprendido.
El príncipe Lucerys lo acogió con sumo cariño, acarició sus cabellos y levantó su mirada. Se topó con la de Aemond, ambos volvieron a encontrarse. La sonrisa del príncipe Lucerys desapareció, el omega se esforzó por concentrarse en el pequeño Jaehaerys y festejar su triunfo al corroborar que su propio barquito tampoco se hundió.
—Ven, ven, ven. —La tierna Jaehaera había dejado los pasteles de limón al escuchar los gritos de felicidad de su mellizo. Ella también se sorprendió y quiso acercarse. Pero con su tío Aemond, inocentemente buscaba que el alfa prime se maravillara con ella y dejara esa aparente tristeza en su aroma de sándalo y eucalipto.
Aemond no pudo negarse a su petición, pese a que su propio corazón y lobo temblaban. La tierna Jaehaera no dejaría de señalar la pileta ni tirar de su saco. Así que, la cargó en sus brazos y avanzó con pasos firmes hasta la pileta. Se aferró al pequeño cuerpecito de su sobrina para tragarse ese torpe nerviosismo, comprendía que la timidez podría ser vista como desinterés y no lo aceptaba.
Él estaba decidido a ir por Lucerys, a que esta oportunidad no se le escapara.
—Temo que deberás hacer otro, Lucerys. —El príncipe Aemond se armó de valor. Su voz no tembló y su mirada violeta tampoco se apartó del omega. Decidió llamarlo por su nombre, porque no era un extraño para él.
Lucerys era y seguiría siendo su luz, esa que ya no pretendía soltar.
—Si es lo que desea la pequeña Jaehaera. —La princesa asintió emocionada, ganándose una sonrisa genuina del omega. —. Entonces no tendré problemas de hacer otro, tío.
—Aemond, soy Aemond, Lucerys. —El príncipe Velaryon arqueó una ceja, sorprendido por la corrección del hijo de la reina Alicent. Se relamió los labios en el intento de no sonreír indignado, sin saber que ese gesto se robó la poca cordura del alfa.
—Lo sé. No he olvidado su nombre, tío Aemond. —El tono desafiante de Lucerys hizo sonreír al príncipe Aemond, le hizo saber que su primer duelo iba a ser que el omega dejara las formalidades de dos extraños y empezara a tutearlo.
Lo que tal vez llegaría a ser su primer fracaso, esos ojos verdes guardaban un fuego que amenazaba con acabarlo.
"¿Cómo lograría acercarse, derribar esos primeros muros que él mismo había ayudado a construir?", la respuesta era el perdón.
No podían comenzar una historia como dos extraños, ellos no lo eran. Tenían una historia aún pendiente, una que él debía sanar.
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[•] Temo que las actualizaciones serán los fines de semana. Si se puede antes, normal. Nos leemos pronto! ♥️✨
[•] Muchas y muchas gracias por seguir la historia. Como ven, poco a poco va tomando forma y poniéndose cada quien en su lugar. ♥️✨
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