21. Aemond
El príncipe Aemond cuidó que Arrax aterrizara primero, que su prometido descendiera a buen recaudo y que Vhagar se llevara al dragoncito del pequeño Lucerys. Ambos se quedaron en el destruido muelle en el que se dio la ceremonia del funeral de Laena, el aura de angustia y miedo dejó de posarse sobre ellos para ser envueltos por una inmensa alegría y complicidad. Que sus manos se buscaron, el pequeño Lucerys apenas consiguió recostar su cabecita en el hombro del mayor y el mismo Aemond se permitía sonreírle plenamente a la vida.
Porque ahora no solo era el hijo de un rey y prometido del adorable Lucerys, sino un verdadero jinete de dragón.
Deseaba que el mundo se detuviera en ese instante, que la belleza de la noche y cómo se reflejaba sobre el rostro de Lucerys fuera lo único que tuviera que presenciar. Porque ese instante le era completamente suyo, no quería compartir la tierna sonrisa del pequeño Lucerys ni su mirada orgullosa. Su lobezno coincidía con él, se sentían tan especiales ante la palpable de admiración del pequeño Lucerys. Que no se contuvo, besó su frentecita y despeinó esos rulitos castaños al notar cómo las mejillas de Lucerys se sonrojaban doblemente.
El príncipe Aemond rio divertido. —Nadie me crearía que el dulce niño de la heredera al trono fuera tan osado como para tener su primer vuelo con su dragón y sin instrucción, pero tímido de recibir un besito.
—Es por ti, Mond. —Lucerys hizo un pucherito con su boquita, cruzó sus bracitos y fingió haberse enojado al fruncir ligeramente su ceño. No era la primera vez que se sonrojaba, las muestras de afecto de Aemond eran contadas y cada uno, especial para él. —. Tus besitos son mágicos.
— ¿Así? —El dulce Lucerys asintió con firmeza.
—Haces que mi corazón estalle. —El pequeño deshizo su cruce de brazos para tomar la mano del príncipe Aemond y llevarla hasta su pecho. No mentía, el corazoncito de Lucerys latía con rapidez. Aemond sonrió de lado y lo imitó, Lucerys abrió sus ojitos.
—Entonces te acuso exactamente de lo mismo. —Ambos rieron tímidos, tan solo eran unos niños para el mundo. Pero parte del futuro de los sietes reinos que no perdonarían su travesura, se escuchó los pasos de los guardias que seguramente iban por ellos.
El príncipe Aemond se encargó de llevar al pequeño Lucerys por el mismo pasaje en donde se escaparon, la adrenalina se adueñaba de sus cuerpos y el viento se encargaba de mostrarle a la noche una última vez sus rostros marcados por una felicidad realmente plena y sincera.
A pasos de adentrarse al castillo, el príncipe Aemond percibió la llegada de un guardia por su aroma a madera. Ordenó que Lucerys se adelantara, que él iría por el otro pasaje para confundir al escolta que estaba a unos pasos de ellos. Les convenía ser encontrados en sus habitaciones, el castigo no sería tan severo. El pequeño Lucerys lo comprendió y obedeció, apuró sus pasitos hacia la única entrada del pasaje y se detuvo abruptamente cuando divisó que la puerta se abría desde el otro lado. El miedo amenazó con controlar al hijo de Rhaenyra, se hallaba solo en un callejón sin salida e instintivamente recordó sus propias advertencias de no salir sin su guardia.
Sin embargo, el pequeño Lucerys se contuvo y se puso en posición de pelea. El miedo no podía dominarlo, tenía que ser el valiente príncipe que Aemond quería. Por lo que, no dudó en abalanzarse contra las personas que entraron por la puerta; sorprendiéndose de toparse con sus dos primas: Bhaela y Rhaena. Ambas alfas lucían enojadas, el pequeño Lucerys pudo imaginarse la razón. Que se encargó de interponerse en su camino, su instinto le advertía que irían contra Aemond. En el aroma de las alfas se evidenciaban esas ganas de pelear, de encarar a la semilla del dragón que se atrevió a reclamar a Vhagar.
Bhaela resopló, dolida por el ultraje. —No solo sabes quién fue el ladrón de Vhagar, sino que le apoyaste a reclamarlo. ¿Verdad?
—Yo... Lo siento. —El pequeño Lucerys bajó la cabeza, sus manos jugaron nerviosas entre sí. Se sentía mal por causarles ese dolor a sus primas.
— ¿Por qué, Lucerys? —Rhaena se puso al lado de su hermana, usó su voz de dominio para que Lucerys alzara la cabeza y la mirara directamente. No funcionó, el pequeño Lucerys no reconocía mayor rango que el de su padre y prometido. —. ¿Por qué permitiste que me robaran el dragón de mi madre?
—Por amor. —Susurró despacio, sospechaba que no bastaría para sus primas. Ellas no lo conocían ni tampoco a Aemond, no podía culparlas por enojarse con ambas. Y a pesar de que no fue correcto, las plenas sonrisas de Aemond le impedían sentir un real remordimiento por haberlo hecho.
El pequeño Lucerys se avergonzó doblemente, no estaba siendo justo con ellas.
—Yo... Solo quise que fuera feliz, lo siento. —El príncipe Lucerys se decidió levantar la cabeza, que sus primas reconocieran su sinceridad entre sus contradictorios sentimientos. —. Ustedes no se lo merecen, son buenas. Pero él también lo es.
Bhaela y Rhaena se miraron entre sí, no necesitaban que el pequeño Lucerys dijera el nombre de la persona que les robó a Vhagar. Ahora tenían la certeza de que fue Aemond Targaryen.
—Siempre soñó con este momento.
—Yo también, Lucerys. —Rhaena se acercó a su primo, el pequeño Lucerys se tensó al notar las lágrimas recorriendo las mejillas de la hija de Laena. Volvían a lastimarla. —. Era mi derecho, mi felicidad.
—Lo sé y yo... —El pequeño Lucerys se vio acorralado por la culpa y el miedo de que sus primas no perdonaran a Aemond por haber reclamado a Vhagar. No quería que esa felicidad que su platinado tanto disfrutó se opacara por el rencor y enojo merecidos de las hijas de Laena. Así que, su corazoncito no titubeó en su noble decisión. —. Quiero darte a Arrax. No se compara a Vhagar, pero sé que te dará la misma felicidad.
Bhaela y Rhaena se quedaron sin palabras, su madre les había dicho que no existió un Targaryen capaz de ofrecer voluntariamente a su dragón. Y que de haberlo, solo su corazón noble y enamorado sería la razón de tremendo justo.
Ellas respetaban esa clase de amor, su propia madre se lo mostró al renunciar a ellas por respeto a la memoria de su hijo no nato.
—Es muy hermoso, obediente y feroz. —Lucerys habló con tristeza, no deseaba despedirse de su dragón. Mas, las ansías de mantener la felicidad de Aemond era mayor. —. ¿Puedes aceptar a Arrax?
— ¡Lucerys! —Jacaerys y Aemond gritaron al mismo tiempo, ambos príncipes no dieron crédito a lo que escucharon. El primero tomó a su hermano para recriminar su oferta, el pequeño Lucerys lo ignoró por rogar con la mirada a Rhaena que no rechazara a su dragoncito.
—Arrax es un dragón reclamado, no puedes aceptar la propuesta de Lucerys. —El príncipe Aemond usó su voz de alfa, era intimidante y ciertamente amenazante. No permitiría que su prometido renunciara a su derecho, por mucho que significara ese geste no era justo para Lucerys. —. Tampoco te dejaré.
Rhaena suspiró, cruzó miradas con su hermana y coincidieron en que sus ganas de golpear a Aemond seguían intactas. Pero que la devoción por el amor que su madre le narraba en las noches se balanceaba a favor del pequeño Lucerys.
—No aceptaré, y no por tus amenazas, ladrón. —Rhaena soltó herida, su hermana Bhaela tomó su mano. Ambas alfas platinadas con la cabeza alta se mostraban imponentes. —. Sino por respeto al amor que te tiene Lucerys. Porque no seré yo quien lo falté.
—Sino tú. —Sentenció Bhaela, seguido se llevó a su hermana Rhaena. El pequeño Lucerys no se sintió conforme, pidió que Jacaerys le dejara con Aemond. El mayor de Los Velaryon se negó, mas al notar el desconcierto de Aemond terminó accediendo.
Jacaerys se despidió de su hermano con un beso en la frente y un ligero jaló de orejas al pequeño Lucerys. El omega fue con su platinado, cogió con su mano delicadamente y le dedicó una sonrisa conciliadora.
—Nos sentenciaron.
El príncipe Lucerys negó. — ¿Recuerdas lo que dijimos, Mond? Nadie tiene derecho a separarnos.
—Solo nosotros. —Aemond recuperó la seguridad, la dureza de las palabras de las hermanas Bhaela y Rhaena era proporcional al ultraje que les hizo. No debían ser escuchadas, el enojo hablaba por ellas.
El pequeño Lucerys se encargó de dirigirlo hasta su habitación, de convencer a los soldados de Aemond con sus ojitos de cachorro para que les guardara el secreto como les dieran más tiempo a solas. El platinado negó divertido, permitió que los betas cedieran a su juego y fingieran unirse a la búsqueda de ambos; cumpliéndole así el deseo al pequeño Lucerys. Que tras asegurarse que los soldados hayan desaparecido junto con sus capas para engañar a sus compañeros, se adentraron a la habitación de Aemond. El primero fue el príncipe Lucerys -a quien abruptamente tiraron del brazo, Aemond apenas pudo reaccionar al ver cómo un hombre de cabellera rubia sujetaba con fuerza a Lucerys y amenazaba su cuello con una daga -una que había jurado apreciar entre los hombres de su hermana Rhaenyra.
— ¡Suéltalo ahora mismo! —Aemond amenazó, su voz alfa retumbó en la habitación. Sacó su propia daga, su mirada violeta iba entre encarar al desdichado hombre que amenazaba a Lucerys como a su mismo prometido.
— ¿Por qué debería obedecerlo, mi príncipe? —El hombre de cabellera rubia no tenía aroma, era un beta seguramente de baja cuna que no reconocía su dominio. Lo que alarmaba doblemente a Aemond porque observó cómo este se llevaba a Lucerys por uno de los pasajes de su habitación -el que seguramente usó para meterse a su alcoba. —. Si su prometido es realmente una tentación que merece ser conocida a profundidad.
—Porque te juro que no encontrarás paz si te atreves a tocarlo.
— ¿Cómo? ¿Así? —El beta tiró de los ricitos del pequeño Lucerys, la daga se pegaba más contra la piel blanca del menor y el corazón de Aemond se detuvo. Su lobezno aullaba decidido abalanzarse contra ese infeliz, mas el miedo de una mala movida fuera mortal para su prometido.
Y justamente ese miedo avivó la llama en Lucerys, el pequeño se armó de valor y de fuerzas para llevar una de las manos del beta hasta su boca y morderla con intensidad. El beta lo empujó contra el suelo, el príncipe Aemond no dudó en atacar al hombre desconocido. No iba a ser una pelea justa, el beta contaba con el doble de peso y quizás de experiencia en batallas callejeras. Porque supo esquivar los golpes del príncipe Aemond, de no ceder ante lo asfixiante de su aroma o su terca determinación.
El pequeño Lucerys se aventuró en la pelea, se trepó al beta y jaló de sus cabellos con la misma fuerza; permitiendo así que el platinado consiguiera apuñalarlo en la pierna y cerca al estómago. Aquello empeoró al beta, gritó de dolor y se enfocó en sacarse de encima al pequeño Lucerys. Lo cogió, lo puso al frente de él para propinarle un puñetazo que lo dejó nuevamente en el suelo. El pequeño Lucerys no se levantó, Aemond dejó sus ataques para correr hasta él y moverlo. Lucerys no reaccionaba, su nariz fue rota y quizás también su cabeza, había sangre a montones y no se sabía de dónde provenía.
El beta aprovechó la desesperación de Aemond por detener el sangrado de Lucerys para también cogerlo, hacer que su daga fuera directamente al rostro del platinado -a su ojo derecho. Fue un corte limpio, profundo y mortal; ahora era Aemond quien sangraba intensamente y el que gritaba por el dolor.
—El objetivo siempre fuiste tú, no el príncipe Lucerys. —El hombre de caballera rubia miró con superioridad, por su victoria hacia un niño de once años. —. Temo que mi futura reina nunca me perdonará por atentar contra su cachorro, pero espero que vuestra mutilación y muerte sea suficiente para honrar y librar a la dragona dorada de cargar con vástagos ajenos y sin títulos.
El beta iba nuevamente contra Aemond, esta vez su daga se clavaría en el pecho del príncipe platinado. Aemond se arrastró hasta su propia daga, con una mano en su ojo sangrante y con la otra, alzándola contra el hombre. El dolor era inmenso, mas no sabía si se trataba exactamente por el corte en su ojo o por las palabras del beta. Se rehusaba a creerlas, su hermana Rhaenyra no podría estar detrás de esto. Pero horriblemente vaciló cuando el beta se detuvo confiado a tomar el pulso del pequeño Lucerys. El desconocido no lo atacó y tenía razón al señalarle que Lucerys jamás fue su objetivo; de lo contrario, se lo hubiera llevado por el pasaje y no quedarse a burlarse de él.
Aemond fue un tonto, sus lágrimas se sintieron más amargas y dolorosas. Podía jurar que su corazón se rompió, que sus fuerzas por defenderse se esfumaron y que esperaba por el último puñal. Nunca se dio, sus propios guardias llegaron hasta su habitación y lanzaron su espada contra el beta; su muerte fue de inmediata.
El intenso dolor impidió que Aemond digiriera su traslado y de Lucerys hacia el salón principal. Su mente entró en un aterrador debate, una parte de él se negaba a creer que su propia hermana buscara su muerte. Porque Rhaenyra siempre se esforzó por hacerlo sentir querido, que pertenecía a una familia y que era especial. No podía simplemente aceptar que todos esos intentos fueran falsos, que su historia con ella y sus cachorros solo hayan sido una tetra para sobrevivir a Red Keep. Mas el que Rhaenyra no apareciera al mismo tiempo que su madre le hizo temer lo peor.
"¿Acaso tenía miedo de verlo vivo?", el príncipe Aemond ansiaba estallar y pedir explicaciones. Necesitaba que Rhaenyra se presentara, que lo viera directamente y que fuera sincera. No interesaba si rompía su corazón; a este punto, no podía estar más destrozado por sus pensamientos. Porque sentía cómo el mundo que adoró y se esforzó por merecerlo se le venía abajo, cómo el destino se burlaba de él por creer que finalmente sería feliz. "¿Cómo pudo si quiera imaginar que lo sería?".
— ¿Cómo permitió que esto pasara? —El rey Viserys I demandó, enojado. Tenía en un extremo a su hijo Aemond siendo tratado por el maestre Marel, y del otro, a un confundido Lucerys que apenas reconocía a su hermano Jacaerys y a los señores de Driftmark.
—Se suponían que los príncipes estaban en cama, mi rey. —Aemond contuvo un quejido cuando el maestre Marel terminó con los puntos, no quería que su madre sollozara más. No era su culpa de que él haya sido un tonto, un ciego. ¿Verdad?
— ¡Esa no es una respuesta! ¡Ustedes juraron proteger y defender mi sangre! —Por primera vez, se escuchó el dominio de la voz de alfa del rey Viserys I. Era una imponente y escalofriante, el mismo Ser Cole bajó la cabeza por haber fallado en su misión de cuidar a los suyos en esta noche.
La reina Alicent no se intimidó, su corazón de madre temblaba al ver la desgracia de su segundo hijo -ese al que había prometido cuidar de su felicidad ahora tenía el rostro desfigurado y la mirada tan pérdida como llena de dolor. —Va a sanar. ¿No es cierto, maestre?
—La piel va a sanar, pero ha perdido el ojo, majestad. —El maestre Marel anunció con pesadez. La reina Alicent se fue contra su hijo mayor, Aegon no supo defenderse. Se suponía que Aemond y Lucerys estaban descansado, el mismo Jacaerys se lo confirmó cuando fue a visitarlo.
Aquello no inmutó a Aemond, tampoco culpaba a su hermano. No fue su error, sino el suyo en caer en la trampa. Porque lo fue, no tuvo más dudas cuando divisó a Rhaenyra entrar resguardada por el dichoso príncipe Daemon. Ella fue directo hacia Lucerys, alarmada por el estado de su hijo. Seguramente, no previó que su dulce niño fuera alcanzado por su propia trampa. El príncipe Aemond bajó la cabeza, contuvo sus propias ganas de llorar. Se sentía tan herido, decepcionado. Porque si alguna vez titubeó en creer que Rhaenyra sería capaz, ahora no. Tenía al príncipe Daemon detrás, seguramente la reclamó y convenció de que no los necesitaba más -apestaba a él.
A Aemond ya no le importaba, la reina Alicent notó cómo su hijo bajó la cabeza ante la entrada de la princesa Rhaenyra, cómo contenía sus lágrimas en el único ojo que le quedaba. Bastó para que la beta lo entendiera.
— ¡Mi hijo fue emboscado y dañado permanentemente! —La reina gritó, su furia era la de una madre traicionada. No podía simplemente contentarse con la muerte del que atacó a su hijo, no cuando sospechaba que había más personas detrás. Porque el único herido con mortalidad fue su hijo, Aemond perdió un ojo y Lucerys apenas tenía una nariz rota. Sin mencionar que el atacante estaba esperando a su hijo en su habitación, las piezas se unían por sí solas. —. La muerte de su atacante no va a curarlo ni darle justicia. ¡Necesito la cabeza del verdadero responsable!
La reina Alicent exigió volteándose hacia Rhaenyra, la princesa sostuvo su mirada hacia la beta. — ¡Demando exactamente lo mismo!
— ¡Bien! ¡Entonces que todos sean interrogados! —La reina sentenció, el rey Viserys I arqueó una ceja. Mientras que, Otto miraba atentamente a Lord Larys. —. ¡Empezando por la princesa Rhaenyra!
— ¿Cómo te atreves a pedir tremendo ultraje? ¿Acaso has olvidado quién es la princesa Rhaenyra? —El rey Viserys I golpeó el suelo con su bastón, caminó amenazante hacia su esposa. La petición de la reina Alicent fue desmedida. —. ¡Mi heredera al trono, mi primogénita! No permitiré tal ofensa.
—Pero sí que tu hijo haya sido mutilado y que el verdadero responsable se mofe en nuestras caras. —La reina Alicent susurró indignada, el príncipe Aemond se giró hacia la princesa Rhaenyra. Notó su inquietante tranquilidad y se lo debía a su silencio, no decidió acusarla directamente por dos razones: No creía que fuera responsable hasta que la vio ingresar con Daemon, y por el pequeño Lucerys -ese que era retenido por el agarre de su madre.
—Alicent, no dejes que tu enojo sea el que guíe tu juicio. —Pidió el alfa mayor, la reina negó con la cabeza. Su corazón de madre no le bastaba que el atacante de su hijo yaciera muerto, necesitaba saber si Rhaenyra fue la culpable -si fue capaz de romper el corazón de su hijo.
—Si el rey no va a buscar justicia, entonces la reina lo hará.
El rey Viserys I no imaginó que la beta tomara a "Fuego Oscuro", se dirigiera hacia la princesa Rhaenyra. Los gritos de sus hijos no se hicieron esperar como el del Lord Comandante, el mismo príncipe Aemond temió y se levantó. Divisó cómo Rhaenyra contenía a su madre, cómo ambas nuevamente se enfrentaban.
Su corazón se deshizo completamente.
—Necesito que me lo digas, Rhaenyra. ¿Fuiste tú, la que creyó tener derecho de quitarle el ojo a mi hijo y romper su corazón?
La mirada de Rhaenyra se cristalizó. — ¿Cómo podría? Si he amado a Aemond desde que era un bebé, si le he prometido a uno de mis cachorros. —La mano de la reina Alicent tembló, la seguridad de Rhaenyra la confundía. —. No dejes que te engañen, Alicent. No nuevamente.
La reina Alicent estalló, empujó a la princesa Rhaenyra y sin desearlo, la lastimó con "Fuego Oscuro". La beta soltó la daga incrédula, había arrepentimiento en su mirada y Aemond no lo creyó justo.
Todos los rumores y comentarios sobre cómo la princesa Rhaenyra era librada de las consecuencias de sus decisiones por el rey Viserys I cobraron sentido, y tristemente no pudo negarlo más.
—No te lamentes por mi madre, fue un intercambio justo. Tal vez, perdí un ojo, pero gané mi libertad —Ambas mujeres se centraron en Aemond, el platinado se derrumbó cuando cruzó mirada con Rhaenyra. Se sentía tan herido, tan decepcionado. Que deseaba devolvérselo, porque entendía que todo se quebró. Él jamás volvería a sostener su mano, a confiar o ansiar su regazo; ni pertenecer más en su manada. Debía renunciar a ella, retribuirle el mismo dolor -aunque terminara pagando doblemente. Pues, su dolor le demandaba abandonarla a ella y todos los que la rodeaban, incluido el mismo Lucerys.
Ya no podía amarlo, jamás iban a coincidir.
El pequeño Lucerys amaría a su madre Rhaenyra incondicionalmente, y él la odiaría por romper su ilusión y por obligarlo a renunciar a su verdadera felicidad -antes de arrastrarlo a su amargura y dolor.
—Porque yo, Aemond Targaryen, rechazo a Lucerys Velaryon como mi omega y prometido. —Las palabras causaron el impacto deseado del príncipe Aemond, pudo sentir el dolor de la heredera al trono. Mas, dudaba que fuera por él -si estaba ofendiendo tanto a ella como a su hijo. —. La sangre del dragón no debe diluirse.
El príncipe Daemon fue hasta Rhaenyra y el pequeño Lucerys, los habían deshonrado y su oscurecida mirada violeta se posó ante Aemond.
El platinado no se intimidó, tomó la mano de su madre Alicent y desafió a Daemon. Él ya no era parte de la manada de Rhaenyra ni tampoco sus hermanos. Quizás nunca lo fueron, quizás solo actuaron como reemplazo y freno a los injurias que acecharon a la heredera al trono.
Ahora Rhaenyra tenía a Daemon, ellos no eran más relevantes.
"Para honrar y librar a la dragona dorada de cargar con vástagos ajenos y sin títulos", esas palabras retumbaron en la cabeza de Aemond.
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[•]Si solo el shock y los cabos "convenientemente" sueltos llevaron a esta conclusión de Aemond, ya pueden imaginarse cómo Otto lo usará a su favor y se encargará de convencer a Aemond que hizo lo correcto. ;;
[•] Pd1: Si se dan cuenta, la reina Alicent nunca fue tras de Lucerys sino de Rhaenyra. Porque a ella le confió a sus hijos, su felicidad. Y al tener a su hijo roto, se desesperó.
[•] Pd2: Cabe aclarar que esto es una pincelada, veremos cómo todo esta fractura se asienta en los próximos capítulos. Por lo que, oficilamente tendremos en el capítulo 25 sus versiones adultas.
[•] Pd3: Me tomaré los siguientes días para responder a sus comentarios, muchas gracias a todos ellos. ❤️
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