20. Lucerys
Perdón por la extensión nuevamente.
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El pequeño Lucerys suspiró profundamente, sus ojitos verdes se posaban en su padre Laenor -quien decidió apartarse por adentrarse al mar. El mayor de Los Velaryon yacía con la mirada perdida en el mar, derramando sus lágrimas y permitiendo que se las llevara; estaba sufriendo por la pérdida de su hermana. El corazoncito de Lucerys se estrujó, el dolor que su padre Laenor afrontaba le era desconocido. O quizás no, tenía a dos hermanos que adoraba con su alma. De solo imaginar que perdería a Jacaerys o a Joffrey, o a todos los que él amaba, lo llenaba de miedo. No lo iba a soportar, sus manitos temblaban, su aroma a lavanda con jazmines evidenciaba su inquietud y ansías de hacerse una bolita en el piso.
Inconscientemente, pegó más la capa que Aemond le regaló hacia su cuerpecito. Se encargó de que sus rulitos castaños desaparecieran de la vista de los lores de Driftmark, su rostro apenas podía verse y su aroma, a sentirse. Dejó que el sándalo y eucalipto prevalecieran, mientras que sus ojitos verdes buscaron desesperadamente al príncipe Aemond. Se hallaba vulnerable, el miedo de perder a los que amaba lo aturdían. No quería despedirse de ellos, dejar de recibir sus sonrisas como sus cálidos abrazos. Su corazón no sería lo suficientemente valiente, sus lagrimitas amenazaban con salir y recorrer las mejillas.
Que, ante la llegada de Lord Corlys, no dudó en refugiarse en sus brazos. Escondió su rostro, dejó que sus lágrimas se perdieran en los espesos cabellos blancos de Lord Corlys y que su corazoncito se supiera seguro. Lord Corlys acarició su espalda con delicadeza, esparció sus feromonas alrededor de él e hizo el abrazo más fuerte. El señor de Driftmark estaba de cuclillas, ofreciéndole consuelo al dulce hijo de su Laenor y dando fe de la tierna belleza de su nieto. Sus dedos secaron delicadamente el rastro de las lágrimas del pequeño Lucerys y apartaron la capucha de la capa negra para apreciar al hijo de su primogénito; era realmente hermoso -sus ojitos hinchados y cristalizados despertaba ese instinto protector de un padre celoso.
—Agradezco a los dioses por regalarnos un ángel más a nuestras vidas. —Lord Corlys susurró, sus manos se apartaron del rostro del pequeño Lucerys para sacar un caballito de madera. —. Que no hay más orgullo que conferirte mi legado.
El príncipe Lucerys sorbió su naricita para aceptar el caballito, notó lo peculiar era y su semejanza al símbolo de la casa Velaryon. Pudo entender la fascinación de su padre, delineó su forma con uno de sus deditos.
—Tanto mi asiento como High Tide serán tuyos algún día, Lucerys. —Lord Corlys se levantó, puso ambas manos detrás y anunció la herencia de su nieto con orgullo, el príncipe Lucerys detuvo su tarea de memorizar el caballito. Ese animalito de madera representaba solo la cúspide del legado de su abuelo, ese que traspasaría a él cuando Lord Corlys y la princesa Rhaenys falleciera o también su padre. No, su corazoncito volvía a desesperarse. —. Tu hermano será el rey, por supuesto. Él se sentará en consejos y ceremonias, pero el señor de las mareas gobernará el océano.
—Lo siento, ya no lo quiero. —El pequeño Lucerys rechazó el legado de su abuelo, no quería asumir esos títulos si para ello debía despedirse de las personas que amaba. No podía simplemente ascender al asiento de Driftmark y no encontrarse con la intimidante presencia de sus abuelos -de esos que se esforzaban por estar en las vidas de sus hermanos y la suya.
—Es tu derecho de nacimiento. —Lord Corlys se apuró en nuevamente agacharse, tomar al pequeño Lucerys de los brazos y mirarlo directo. Estaba desconcertado, su nieto no podía renunciar a su legado, era hijo de Laenor -de su primogénito. Le correspondía su asiento y ser el Señor de las mareas.
El pequeño Lucerys volvió a reflejar esa tristeza en sus ojitos verdes. —Si soy el señor de Driftmark, significa que todos habrán muerto.
Lord Corlys lo entendió, quedó doblemente desconcertado al encontrarse con una corazón tan puro. El pequeño Lucerys era ajeno al juego de tronos, no tenía intenciones de formar parte por el mismo amor que gobernaba a su corazoncito. Era un príncipe valiente y bastante noble. Se sintió orgulloso de que su linaje lo tuviera, que sea recordado como un Velaryon. Sin embargo, el temor se hizo presente porque a sus años, una verdad siempre coincidía: "Este mundo no es para los príncipes valientes y nobles, las arpías suelen acabarlos. Porque si no piensan y sirven para ellos, no los permitirán vivir".
El pequeño Lucerys cogió el caballito y se fue con sus hermanos Jacaerys y Joffrey. Ambos acompañaban a las hijas de Laena y Daemon, se animó a prestarles el caballito y a sonreírles con dulzura. A lo que Lord Corlys suspiró, los hijos de Laenor eran nobles y piadosos. El orgullo de la princesa Rhaenyra era lógico, difícilmente se tenía príncipes de ese porte y actitud -sobre todo, si provenían de la casa Targaryen.
La casa Velaryon protegería de esos niños, mantendría a las arpías lejos porque eran suyos y no permitiría que fueran socavados. Entre las risas tímidas tiernas de Rhaena y Bhaela como las sonrisas de gratitud de su princesa Rhaenys por tener a los príncipes de Rhaenyra mejorando el estado de animo de las niñas de Laena, Lord Corlys se decidió a qué era momento de instruir a sus nietos -a que fuera conociendo lo cruel e injusto del mundo, si pretendía mantenerlos vivos.
—Es hora de dormir, mis príncipes. —Rhaenyra demandó, el pequeño Lucerys negó. A pesar de que mantenía sonrisas y su aroma dulzón y calmado, su corazoncito seguía inquieto como el de sus hermanos. No podían dejar a su padre en el mar, solo y desprotegido.
—Padre, sigue ahí. —Jacaerys respondió, evitando que su segundo hermano fuera regañado. —. No podemos abandonarlo.
—Ni queremos. —Lucerys y Joffrey apoyaron al mismo tiempo, la determinación en los hijos de Rhaenyra no era negociable. Los señores de Driftmark comprendieron el amor de Laenor por ellos, en su empeño por cuidar de ellos y de que las tradiciones de su casa los incluyeran.
Jacaerys, Lucerys y Joffrey era unos Velaryon para el corazón de Laenor, sus amados hijos.
—Obedezcan a la princesa Rhaenyra y procuren que sus primas los acompañen. —Rhaenys intervino, se animó a acariciar los cabellos lacios de Jacaerys. Ese gesto era el inicio de la señora de Driftmark para rendirse a ellos, no podía serle indiferentes a los niños que adoraban a su hijo como un dios -aunque no lo fuera, ni se acercara a serlo. —. Que nosotros cuidaremos de su padre.
Lord Corlys asintió con la cabeza, la princesa Rhaenyra disimuló su sorpresa para darle la misma tranquilidad a sus hijos. Ellos se convencieron y se retiraron, no sin antes divisar a Lord Corlys dirigirse hacia Qarl y a su madre descender a la bahía.
El pequeño Lucerys se removió de la cama, estaba abrazado de su dragoncito de lana. El aroma a sándalo y eucalipto apenas se percibía y aquello lo intranquilizaba. Porque no tuvo tiempo para acercarse a Aemond, para tomarle de la mano o para simplemente apreciar una de sus lindas y efímeras sonrisas. Apenas pudieron chocar miradas en la ceremonia, y ese mero recordatorio lo empeoró. Halló angustia en los ojitos violetas de Aemond e incluso miedo, y los dioses no le dieron oportunidad de volver a verlo o de ser lo suficientemente fuerte como para buscarlo y tratar de calmarlo.
Estaba experimentando la frustración por primera vez, no iba a permitir que ganara. El pequeño Lucerys aprovechó que el cambio de turno de los guardias y que sus doncellas se irían a descansar para vestirse con uno de sus trajes y coger la capa de Aemond, se escabulló en el preciso momento de dicho cambio y corrió hasta la habitación de su platinado. El riesgo era enorme, las posibilidades de que se encontrara con algún alfa o beta de baja cuna y sin control eran bastantes; sin embargo, no le importó.
El pequeño Lucerys no supo que retenía el aire hasta que su respiración se entrecortó en el instante que logró entrar a la habitación de Aemond. Llevó sus manitas al pecho, trató de reponerse, solo para notar que el príncipe Aemond se preparaba para hacer exactamente lo mismo que él -escaparse.
— ¿Mond, a dónde vas? —El príncipe Aemond rascó su nuca, sabiéndose descubierto. No fue hace unas horas que regresó a su recámara, que se encargó de mentirles a su madre y hermanos que descansaría temprano por un dolor de cabeza. No imaginó que Lucerys lo visitaría, suponía que el desgaste emocional al que estaba expuesto y del que no podía defenderlo, lo vencería.
Pero ahí estaba, con las mejillas completamente sonrojadas y la respiración agitado. Su ceño fruncido no le ayudaba para lucirse intimidante, y quizás el príncipe Aemond hubiera sonreído por ello -de no ser porque lo encontró alistándose para devolverse a los lares donde estaban los dragones de sus hermanos y de los hijos de Rhaenyra.
"¿Le mentiría?", el mayor negó ante la posibilidad. No era una, no podía simplemente mirar a esos ojitos verdes y engañar su plena confianza.
El príncipe Aemond terminó de amarrar su capa para tomar una bocanada de aire, había decidido serle sincero al pequeño Lucerys. —A reclamar a Vhagar.
— ¿A Vhagar? ¿No es la dragona de la tía Laena?
—Era, Luke. —El príncipe Aemond no quería sonar rudo y egoísta, mas sus miedos eran aplastantes. Las palabras de esos lores que lo minimizaban, que fácilmente podrían atentar contra su unión con Lucerys lo desesperaba. —. Ahora es una dragona sin jinete.
—Yo... No lo creo, Rhaena piensa tomarla como suyo. —El pequeño Lucerys acortó la distancia con Aemond, lo picoso que delataba a su aroma de sándalo y eucalipto no lo asustó. Sospechaba que no era lo correcto, su prima sentía admiración por ese dragón a razón del recuerdo de su madre fallecida. —. ¿No es acaso su derecho? Si fue de su madre.
El príncipe Aemond resopló, no cambiaría de parecer y esperaba que no desatara una discusión con Lucerys. Porque a pesar de que no soportaba que el menor lo ignorara, no iba a ceder. —Los dragones no se heredan, solo se reclaman.
—Pero... Dudo que sea correcto, Mond.
—No lo es, Luke. —El platinado tomó las manos de Lucerys, su corazón ansiaba que lo acompañara como las otras veces -que sus sonrisas y palabras de aliento estuvieran con él. Pues sabía lo peligroso que era su decisión de reclamar a Vhagar -se trataba de una dragona suelta y salvaje. —. Pero, mis intenciones para hacerlo lo son. Puedes confiar en ellas.
El pequeño Lucerys asintió, pensativo.
—Dentro de esas intenciones, ¿está tu felicidad? —Aemond asintió. Como alfa prime, defender el honor de su prometido y el suyo ofrecía cierta felicidad que se mezclaba con una más genuina e inocente al tratarse de la posibilidad de cumplir el sueño de un pequeño príncipe Targaryen que deseaba volar por los cielos, compartir esa magia de estar vinculado a un dragón.
El príncipe Lucerys era consciente de esa ilusión, aún recordaba cada aventura en Pozo Dragón. El anhelo de tener un dragón dejaba un brillo en esa mirada violeta, que le impedía rendirse a concretarlo.
—Entonces déjame acompañarte, Mond. —El pequeño Lucerys apretó el agarre que compartía con el platinado. Se decidió a ignorar lo que parecía ser correcto por Aemond, por esa ilusión que seguramente le haré feliz de distintas maneras.
Porque ser un jinete de dragón era un regalo, uno que su Mond no podía serle negado.
— ¿A quién más dejaría, Luke? —El príncipe Aemond le sonrió al pequeño Lucerys, su corazón se inflaba de orgullo y alegría. La valentía se incrementó, fue basta para que se llevara a Lucerys por los pasajes que había descubierto. El silencio fue cómodo, ambos apreciaban los distintos que eran esos pasajes a los de Red Keep. Y que a pesar de ello, no temían perderse o a encontrarse a cualquier bestia.
Se tenían el uno al otro, su vínculo era más fuerte que el miedo.
Que para cuando llegaron a los lares de los dragones, el pequeño Lucerys y el príncipe Aemond se vieron entre sí. No iba a haber marcha atrás en el momento que se colocaran frente a Vhagar, en ese instante en que Aemond alzara su mano y gritara el nombre de la magnífica dragona de la conquista. Bastó unos segundos, no necesitaron decir palabra alguna, sus corazones y deseos se conectaron por sí solos. La decisión de reclamar a Vhagar se mantenía, ambos príncipes dieron su conformidad al apretarse las manos y adentrarse entre los dragones dormidos.
El príncipe Aemond llegó hasta Vhagar, la imponente dragona de la conquista yacía lejos de los dragones reclamados por la familia real. La enorme bestia dormía, no logró sentir la presencia de ambos príncipes. El pequeño Lucerys tragó saliva, era de esos momentos en los que debía ser de los más valientes -como Ser Harwin Strong se lo había dicho. Así que, alzó su rostro, jaló ligeramente al príncipe Aemond y con la determinación en sus ojitos verdes, fue suficiente para recordarle nuevamente que lo apoyaba.
Aemond asintió, permitió que Lucerys se devolviera con los otros dragones -con el suyo, Arrax había despertado por la presencia de su jinete. Se aseguró de que estuviera a salvo para devolverse a Vhagar, tomó aire y finalmente alzó su mano para llamar su nombre. La enorme dragona no titubeó en abrir su hocico, en mostrarle el amenazante fuego contra él. El príncipe Aemond no se inmutó, usó su voz de alfa -igual de imponente que ese abrazador fuego que atentaba con salir y destruirlo. — ¡Dohaerās! ¡Dohaerās, Vhagar! ¡Lykirī! ¡Lykirī! (*¡Sirve! ¡Sirve, Vhagar! ¡Calma! ¡Calma!).
La dragona cerró su hocico, sus afilados ojos se centraron en la mirada violeta de Aemond. Hubo un silencio en ambos, se estaban desafiando en dominio. Vhagar encontró que la firmeza de ser reclamada por el príncipe Aemond fue superada por la fiereza de su casta, de su territorialidad y hasta de su posesividad. Lo que terminó convenciendo a la dragona, de aceptarlo como su jinete. Por lo que, accedió a que el príncipe Aemond volviera a coger sus riendas, a intentar subirse a su gigantesco lomo.
El príncipe Aemond tardó en conseguirlo, ató sus manos a las riendas de la montura de Vhagar y pudo apreciar al mundo más pequeño. Su corazón latía con rapidez, una sonrisa de oreja a oreja advertía con adueñarse de su rostro -si es que su dominio sobre Vhagar se completaba. — ¡Soves! ¡Dohaerās, Vhagar! (* ¡Sube! ¡Sirve, Vhagar!).
La gigantesca dragona obedeció, los gritos de Aemond se escucharon y el pequeño Lucerys no dudó en ir por él. Vhagar se alzaba como la bestia enorme que era, el lado omega del príncipe Lucerys le recordaba el peligro que envolvía al platinado, que se apuró en seguirlo. Su propia dragón Arrax impidió que los alcanzara, y ambos también se enfrentaron. El dragón Arrax reconoció la preocupación mezclada con el miedo en su jinete, que cedió ante ella. Arrax se arrodilló, dejó que el pequeño Lucerys se subiera a su lomo y le ordenara volar por los cielos.
Al ser la primera vez de ambos en el cielo, Arrax solo llegó hasta veinte metros más allá de la bahía. Sus aleteos eran débiles, pero suficientes para mantener a su jinete sobrevolando. El pequeño Lucerys apenas pudo percatarse de lo que había hecho cuando los aleteos de su dragón removían el mar bajo ellos, el miedo no tenía lugar. Debía ser fuerte, valiente y capaz de ayudar a Aemond, así que envolvió sus manos con las riendas de la montura y se pegó más al lomo de su dragón; aguardando prudentemente por el retorno de Aemond -ese que no demoró.
El príncipe Aemond se presentó ante el pequeño Lucerys, se tensó al divisar a su prometido sobre su dragón y sin ningún cuidador cerca. —Seremos castigados de por vida, Luke.
—Entonces que lo valga. —El pequeño Lucerys abandonó el miedo y preocupación al tener a Aemond a salvo, seguro y feliz sobre su nuevo dragón. Que esos sentimientos fueron remplazados por la alegría y adrenalina, porque estaba montando a su propio dragón. Arrax no podía compararse a Vhagar, aún estaba en formación y apenas se mantenía en los aires. Pero su conexión con Lucerys era mayor, aviva el coraje nato del dragón y su orgullo.
El pequeño Lucerys estaba seguro de que su dragón podría llevarlo hasta los cielos, aunque tardara la noche entera.
—Siempre soñé que mi primer vuelo fuera contigo, Mond. ¿Me lo concedes?
El príncipe Aemond ya no pudo evitar esa sonrisa tonta, así que solo asintió. Ambos príncipes gritaron a sus dragones que los llevaran hasta las nubes más profundas; tanto Aemond como Vhagar, torpemente cuidaron de que Arrax consiguiera llevar a su jinete hasta esas nubes. Que las risas nerviosas no se hicieron esperar, el príncipe Aemond realmente atesoraba cada intento del pequeño Lucerys. Porque esos intentos iban con el propósito de hacerlo feliz, de mostrarle que podía saberse pleno y amistarse genuinamente con su destino.
Era afortunado, el príncipe Aemond tenía verdaderamente el corazón del pequeño Lucerys. Que Vhagar percibió esa adoración y marcó los aleteos de Arrax para iniciar un ritmo suave. Los dos dragones movían a sus jinetes de un lado a otro, se asemejaba a una delicada danza que reflejaba esa pureza de los sentimientos de sus jinetes.
Aemond finalmente comprendió a su corazón, sus mejillas se sonrojaron y su boca cobró vida propia. — ¡Te amo, Lucerys Velaryon!
El cielo fue testigo de una declaración llena de inocencia e ilusión, los dragones rugieron por la conexión de sus jinetes -de sus jinetes enamorados.
— ¡Y yo te amo a ti, Aemond Targaryen! —El pequeño Lucerys correspondió.
Los rugidos de sus dragones hicieron temblar las tierras de Driftmark.
Otto Hightower estaba en el balcón de su habitación, admirando el cielo, ese que seguramente presenciaba de los más bellos espectáculos. Sus sospechas se confirmaron con la llegada de Lord Larys; tanto su nieto Aemond como el príncipe Lucerys, no se hallaban en sus habitaciones. No ordenó su inmediata búsqueda porque sabía dónde encontrarlos -en ese hermoso cielo que no solo era adorando por la luna y las estrellas, sino por una danza extraordinaria de dos dragones completamente distintos como sus jinetes.
—Ellos verdaderamente se aman. —Otto se adentró a su habitación, aceptó la copa de vino que Lord Larys le ofrecía. Trató de disimular su frustración. —. Temo que nuestros esfuerzos conocerán el fracaso.
—Yo no lo creo, mi señor. —Lord Larys se tomó el atrevimiento de sentarse en la mesa del consejero del rey, de coger un par de uvas verdes y disfrutarlas. Había llegado el momento de su gran jugada -esta definiría si su esperanza debía mantenerse o debía ser aplastada. —. Muchas ignoran que el amor detiene la mano, que es una perdición y que termina volviéndose en odio.
Otto Hightower le concedió la razón a Lord Larys, su propia hija fue cegada por el embuste del amor -nuevamente.
—Que en realidad, el amor y el odio son las caras de la misma moneda.
— ¿Supone que conseguiremos que mi nieto llegue a odiar al muchachito que adoró desde el vientre de su madre? —La burla de Otto fue evidente, lo tildaba absurdo. —. Es cojo, no ciego, lord Larys.
—Confié, mi señor. —Lord Larys apoyó sus manos en el bastón de madera que portaba el símbolo de la casa Strong, completamente calmado. —. El amor que el príncipe Aemond le tiene al hijo de la princesa Rhaenyra no será suficiente para lidiar con la decepción.
— ¿Hacia quién?
—Hacia la princesa Rhaenyra. —Lord Larys sonrió. —. Algunas historias están destinadas a repetirse.
— ¿Cuál será el costo? —Otto preguntó, tras comprender el sutil acertijo de Larys. Volverían a romper el corazón de uno de los suyos, aprovechándose de los errores de Rhaenyra -esos que vinculaban al príncipe Daemon. Solo que la primera vez fue su puesto de mano el costo para convencer a Alicent de la supuesta hipocresía de la heredera al trono hacia ella.
—Uno muy grave, pero basto para que sus nietos regresen a usted.
Otto titubeó unos segundos, permitirle libertad a Lord Larys era riesgoso. Pero, su ambición aun más. — ¡Entonces que así sea! Devuélvame a mis nietos.
*
*
*
[•] ¿Ahora ven por qué Larys es una verdadera serpiente? El que haya expandido los rumores sobre la ilegitimidad de los príncipes Velaryon y que a su vez, se haya encargado de que Aegon y Aemond recordaran la mala de Daemon tuvo su razón de ser, fueron movidas sueltas pero dirigidas a un solo propósito.
[•] Pd1: Prometo responder los comentarios anteriores, no pude hoy como quería. Porque me enfermé y me tomé lo que quedaba de la parte para descansar y así traerles esta actualización. 💙✨
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