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18. Rhaenyra

La princesa Rhaenyra suspiró cansada, llevaba horas sentada en la enorme biblioteca del palacio, el maestre Marel la acompañaba en la misma búsqueda. Los libros que su esposo Laenor demandó a unos comerciantes de Essos llegaron por la mañana, decidió encerrarse a leerlos y que su pareja fuera a supervisar los entrenamientos de sus hijos -especialmente, de su dulce Lucerys. No podía simplemente confiar en los alfas y betas que rodeaban a su niño, su instinto le advertía del peligro que rodeaba a su hijo se duplicó. Porque ahora su Lucerys era un omega prime, otro tesoro de Valyria que les regalaba en su linaje y que tristemente despertaba ambiciones por la facilidad que resultaba reclamarlo.

Como madre y omega, se lamentaba por el mundo injusto que su pequeño Lucerys tendría que enfrentar. Pues ahora representaba un desafío para el orgullo los alfas que merodeaban el palacio, no iba a interesar el estatus de su hijo si se les ofrecía la oportunidad de tomarlo como suyo. Tampoco que por decreto regio esté prometido al príncipe Aemond Targaryen, un alfa prime. Sabían que la marca para un omega era decisivo en su vida, el rechazar a su pareja como su muerte terminaría arrastrándolo en una agonía con el mismo final fatídico de su alfa -de las primeras injusticias de su casta.

La princesa Rhaenyra había contenido su absoluta preocupación por procurar que su pequeño Lucerys no se sienta culpable de ser un omega prime; sin embargo, no pudo protegerlo de esas miradas hambrientas que lo rodeaban. Su hijo se había percatado, le preguntó una noche si podía quedarse encerrado en su habitación las veces que Aemond o su padre Laenor o ella misma no podía acompañarlos a sus recorridos en el palacio o en sus entrenamientos. Estaba segura de que esa noche lloró tanto que los mares angostos igualaron a sus lágrimas, porque su dulce niño amaba su libertad -disfrutar de la simpleza del castillo, perderse en los pasajes, conversar con los sirvientes y doncellas, y ser consentido por ellos, pero prefería renunciar a todo lo que le hacía feliz por ese miedo que se reflejaba en esos ojitos verdes.

Su corazón se rompió, apenas era un niño que se presentaba y que soñaba con volar lejos en su dragón; no era justo. La reina Alicent supo apoyarla al ofrecerse a ser la compañera del pequeño Lucerys en sus recorridos junto con Qarl; mientras que el príncipe Aemond se encargaba de traerle por las noches una nueva capa impregnada por su aroma. Su dulce Lucerys se emocionaba con cada capa que recibía, se encargaba de mantenerla lisas y limpias, las usaba para dormir -formando un nidito. Aquel gesto tan inocente provocaba una intensa ternura, las doncellas del Lucerys se volvieron más recelosas con las otras, no permitían el habitual rote por asegurar que el nidito de su hijo no fuera invadido con otros aromas. Lo que ciertamente también ayudaba a Rhaenyra, su dulce Lucerys recuperaba la valentía cada noche en ese nidito.

Le recordaba a ella, a una Rhaenyra pequeña que usaba las capas de su tío Daemon para creerse con su valentía y enfrentarse a esos lores que la pretendían.

—Mi princesa. —El maestre Marel interrumpió sus pensamientos, esos que había creído borrarlo. Su lado omega se había encargado de desaparecer la figura de Daemon, esto para proteger a su corazón. Porque estaba sola, no podía permitirse ser abatida por el abandono de quién juraría era su destinado -no si tenía a sus niños dependiendo de ella. —. ¿Se encuentra bien?

—Solo angustiada por mi niño. —La princesa respondió, cerrando el tercer libro. Había encontrado lo suficiente; la cualidad más resaltante de un omega prime se destacaban por su absoluta fertilidad y el grandioso porvenir de sus cachorros, los hijos que tuviera serían fuertes guerreros, dotados con la magia del dragón para reclamar a las bestias de su casa o desatar anidadas de las mismas que se relacionaran con sus padres -su pequeño Lucerys tenía a Arrax, y Syrax como vínculo directo.

Para cualquier casa anexada al reinado de su padre, esa información bastaría para alzarse en armas y declarar la guerra por el príncipe Lucerys. Porque tener a su niño significaría la promesa de que su descendencia se volviera poderosa y seguramente la dinastía que gobierne los siete reinos.

"Los sueños no nos convirtieron en reyes. Los dragones sí", la princesa Rhaenyra volvió a recordar a Daemon.

—La noticia sobre su casta recorre los siete reinos, apuesto mi ascenso al trono que la mayoría de las casas ya han tramado sus jugadas para llegar hasta él. —Rhaenyra acusó con coraje, Otto Hightower se había encargado de informar a las casas reales sobre la condición de su pequeño Lucerys. Aún le costaba a la princesa su intención; si fue para enaltecer la fortuna de su sangre al contar indirectamente con dos tesoros Valyria, o en el intento de arruinar el compromiso pactado entre sus nietos y los suyos.

—Temo que sus esfuerzos serán en vano, el príncipe Lucerys le pertenece al príncipe Aemond. —El maestre Marel se alarmó; los escritos que leyó sobre su príncipe Aemond no eran mitos, sino verdades que no podían ser ignoradas por la ambición de los hombres. No podían interferir en la unión de los príncipes, estaban destinados a pertenecerse. —. La fuerza de su unión no se debe únicamente al poder de nuestro rey Viserys I, sino a la misma magia Valyria.

—Soy consciente de ello. Pero como madre, prefiero que esa unión se fortalezca y mantenga por el amor que se tienen, y no por el deber. —La princesa Rhaenyra entregó el libro al maestre Marel, atenta a sus palabras. —. Porque se tratan de las personas que más adoro en este mundo, no puedo simplemente obligarlos a permanecer juntos si ello los hiere y hace infelices; sería demasiado cruel.

El maestre Marel asintió, obligarlos por el miedo de lo que podría desatar en el otro era egoísta. —Entonces nuestro deber de protegerlos se ha duplicado, mi princesa.

—Me temo que así es, las hienas han empezado a actuar. —La princesa informó. Fue la mañana anterior que La Corte recibió una propuesta de Tyland Lannister de enviar a su hijo a la capital, de que se dispusiera a servir cercanamente a la familia del rey. El propósito era claro, se sabía que sus hijos se presentaron como alfas y el menor no era la excepción. Pese a que el príncipe Lucerys estaba comprometido, pareciera no ser suficiente para sus ambiciones. —Tyland Lannister ha ofrecido al menor de sus hijos como escudero del príncipe Aegon. Y al tratarse de una de las casas que financian la bóveda real, mi padre estuvo en el deber de aceptar su propuesta.

Un breve silencio se instauró, el maestre Marel repensó las palabras de la heredera al trono y concluyó lo mismo que ella.

La casa Lannister era la primera en apostar, no la única.

—Aun sin tener pleno conocimiento sobre la valía de la casta del príncipe Lucerys, se están atreviendo a merodearlo.

—Porque les basta saber que es hijo de la futura reina y que comparten similitud con un omega cualquiera, el reclamarlo resulta sencillo para cualquier alfa. —La princesa reconoció doblemente enfurecida.

—Siempre que cuente con las habilidades de combate necesarias. Pues los omegas prime no solo se destacan por su fertilidad, sino por su dominio. Pueden llegar a ser letales para los que perciba como amenaza. —Rhaenyra se lo concedió, su pequeño Lucerys había aprendido a gruñir a aquellos que miraran mal a sus hermanos y prometido -especialmente a Ser Criston Cole. —. Sin mencionar que su aroma es el mejor aliado, puede avivar instintos a su favor.

Rhaenyra comprendía a mayor magnitud que su niño estuviera escrito para Aemond, lo complementaba a la perfección.

—Lo que me está informando deber ser de conocimiento para todos, maestre Marel. Necesito que se enteren que mi dulce niño no es débil ni un trofeo de guerra que puede ser reclamado. —Las manos de la princesa Rhaenyra seguían sobre el libro dorado, ese que narraba de la grandiosa promesa que serían los cachorros nacidos de un omega prime Targaryen. —. Y para ello, debemos ocultar la fortuna de su vientre y la descendencia que dejará.

El maestre entendía la orden, no era la primera vez que se encargaría de desaparecer libros y pergaminos de antiguos maestres de Valyria. Lo hizo con el príncipe Aemond, haría exactamente lo mismo con el príncipe Lucerys: su promesa de impedir que separen al príncipe Aemond de lo que nació para ser suyo seguía en pie.

—Será así, mi princesa. Tiene mi palabra. —La heredera al trono agradeció con una sonrisa, pudo finalmente soltar el libro y dejárselo. Confiaba en el hombre, durante años había mantenido su honestidad de procurar la felicidad del príncipe Aemond -esa que se ligaba con el pequeño Lucerys.

La angustia llevó a la princesa Rhaenyra hasta Pozo dragón, suspiró profundamente al encontrar a sus niños con Laenor, Qarl, Aegon, Aemond y Daeron. Su corazón pudo volver a latir con normalidad, sus manos dejaron de temblar y su aroma, de tornarse picoso. Sus niños estaban seguros no solo por las personas que los amaban, sino por sus propios dragones.

Su dulce Lucerys tenía al frente a su dragón Arrax -esa criatura que había crecido considerablemente tras la presentación de su jinete y con el que había forjado doblemente su vínculo. Ya que, ambos se reconocieron y mostraron respeto en silencio, el dragón Arrax permitió que Lucerys se acercara a él y dejara una de sus manitas sobre su cabeza. Los cuidadores de dragones se sorprendieron, Arrax era demasiado joven para mostrar tal tranquilidad y disfrute del tacto de su jinete. Se suponía que seguía en pleno entramiento para aceptar a Lucerys como su jinete; sin embargo, Arrax les ofrecía una tierna y graciosa escena al portarse como un cachorro con tremenda fiereza detrás.

El príncipe Aemond sonrió con evidente orgullo, la heredera al trono también.

La reina Alicent no quiso interrumpir, la ilusión y alegría volvían a reflejarse en la mirada violeta de Rhaenyra. Sin embargo, llegó un cuervo de las islas de Driftmark con una trágica noticia para la familia de Rhaenyra. No podía esperar, el rey Viserys I había dado la orden de preparar las embarcaciones para que la familia real viajara al igual que sus dragones. Por lo que, Alicent pidió a Los Siete que colmara de fuerzas a la princesa como a su esposo Laenor, entendía el significado de la pérdida y de lo constante que se presentaba en la vida de ellos.

La reina Alicent tomó aire, le brindó una sonrisa a la princesa Rhaenyra para seguido extenderle el pergamino que el rey Viserys I había leído. —Llegó hace unas horas, el rey quiso llamarte para leerlo contigo.

La princesa Rhaenyra volvió alarmarse en lo que extendía el pergamino, no quería enterarse sobre otra jugada de los lores de La Corte. Porque ahora su principal contendiente era Los Lannister, una casa poderosa que no perdonaban haber sido despreciados por ella.

—Se trata de Driftmark. —La reina Alicent se apuró en decir, notó la inquietud de Rhaenyra. Se tentaba en tomarla de la mano, la noticia que estaba escrita era devastadora. —. Nos han informado que...

—Laena Velaryon falleció en su tercer embarazo. —La princesa Rhaenyra terminó, la poca alegría que consiguió se esfumó.

Su corazón se estrujó, no pudo respirar por unos segundos, sus manos apenas le devolvieron el pergamino a la reina Alicent y su mirada apenas se mantenía. Quería romperse a llorar, Laena fue como una hermana. En los primeros años de su matrimonio con Laenor, ella decidió aventurarse a la capital por ambos. Se encargó de que Rhaenyra no estuviera sola, le enseñó sobre las tradiciones de su casa, a portarse como una digna heredera sin perder la ilusión de su juventud -esto al ser su compañera de vuelo con sus dragones. Que las noches en las que las dos se escapaban a Pozo Dragón y salía volando llegaron a la heredera al trono, derrumbando su poca resistencia. Las lágrimas se amontonaron, fueron recorriendo sus mejillas y la reina Alicent se decidió a tomar su mano. No fue suficiente, porque su amistad con Laena fue igual de valiosa.

Laena fue de las primeras personas que le devolvió las esperanzas, esas que le animaban a creer que podía ser querido y que por tanto, podía confiar nuevamente. Porque supo consolarla tras sus discusiones con La Corte ante su tardanza por quedar en cinta, jamás le reprochó que su renuencia a ser madre era por la abrupta pérdida de la reina Aemma. Ella acunó ese miedo y se mantuvo a su lado, fue una lástima que no llegara a conocer a ninguno de sus sobrinos.

Laena partió de King's Landing antes de que se embarazara de Jacaerys. Se escapó con Daemon, pudo recordar la furia que se desató en Driftmark y cómo ella le celebraba su osadía.

Porque hizo lo que tanto ansío.

La princesa Rhaenyra tomó una enorme boconada de aire, secó con rapidez sus lágrimas y agradeció a Alicent por estar con ella. La pérdida de Laena era tan dolorosa que se asombró por sus fuerzas de no volver a derrumbarse cuando le dio la noticia a su esposo Laenor. Pudo encargarse de llevárselo a sus recámaras, lo escuchó tanto maldecir a los dioses por esa injusticia como pedirle perdón a su hermana por no haberla buscado en estos años. La mirada de Laenor lucía tan vacía, que la misma Rhaenyra no encontró palabras de aliento. Sabía de las pérdidas, el destino los golpeaba nuevamente. Así que, solo se encargó de no dejarlo, de velar por él hasta que se rindiera. No podía exigirle ser fuerte, no con el amor que Laenor sentía por su hermana -y ella misma.

Laena se fue, la princesa Rhaenyra se permitió llorar nuevamente en la soledad de los muros de Red Keep.

El sol estaba despidiéndose de ese día tan amargo, sus hijos estaban con los príncipes en su torre y Qarl, velando el sueño de Laenor. Podía permitirse derrumbarse, llorarle a la amiga que no juzgó los términos de su matrimonio con Laenor -sino que la apoyó y abogó por ambos. No merecía este final tan crudo, dejar a sus amadas hijas y en su tercer embarazo. La misma sensación de miedo y frustración la consumió, la partida de su amiga se asemejaba al de su madre Aemma.

Rhaenyra también maldijo a los dioses, debía viajar a Driftmark y encontrarse con Daemon -el hombre que su corazón reclamó como suyo, pero que tuvo que renunciar a él. El miedo de volver a verlo aturdía su dolor, la dejaba más vulnerable. Como madre, no podía darse ese privilegio. Estaba enterada que los rumores sobre la legitimidad alcanzaron las islas de Driftmark y que su ferviente creyente era el hermano de Lord Corlys. Sus amados hijos estarían expuestos y su esposo Laenor estaba devastado y doblemente vulnerable.

Otto Hightower y Lord Vaemond acecharían a sus hijos como aves carroñeras, la princesa Rhaenyra solo podía llorar esta tarde.

Porque quebrarse era un privilegio que como madre no podía, sus hijos la necesitaban para protegerlos. Estaría sola, indefensa en esas islas. Lloró y lloró, le recriminaba a su lado omega por usar los recuerdos de sus días con Daemon. No era lo correcto, solo la empeoraba. Sin embargo, esos mismos recuerdos que se rehusaba a tenerlos le servían para añorar esa seguridad que Daemon le ofrecía -esa que su sola mirada violeta anunciaba lo mortal que sería si se atrevían a lastimarla.

Se sentía tan culpable de necesitarlo, mas su presente no favorecía a su habitual fuerza. Sus enemigos la estaban acorralando, el deber de proteger a los que amaba la rebalsaban.

—Dioses, por favor, apiádense. —La princesa Rhaenyra pidió entre sollozos, sus manos temblaban y su corazón no dejaba de doler. —. No estoy segura si seré capaz de soportar otra pérdida.

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[•] Todo se está acomodando, hice este capítulo con tonos más grises y angustiosos. Porque técnicamente Rhaenyra carga con el deber de proteger a su manada. Laenor es un excelente aliado, pero ahora con esta pérdida será difícil de reponerse. Nuestra dragona necesita de otro dragón. 👀💕🔥

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