14. Aemond
El príncipe Aemond movía la pluma con elegancia, el pergamino iba llenándose con sus letras sobre las nuevas leyes que el rey Viserys I había aprobado sobre la vigilancia marítima en los Peldaños de Piedra, el maestre Marel no solo le exigió memorizarlas, sino desenredar los propósitos y opinar sobre ellas. Le resultó una tarea curiosa; en los años de lecciones con el Maestro Marel, fueron pocas las veces que se le exigía demostrar sus habilidades como estratega -esto comparado en los últimos días que llevaba repitiendo los ataques de la Conquista, de las guerras civiles en las ciudades libres y especialmente, de la caída de Valyria. Y no pretendía ser paranoico, pero había notado que Jacaerys y Lucerys estaban llevando las mismas lecciones. Laenor había reducido las horas de juegos de los hermanos Velaryon para instruirlos en la administración y distribución de recursos, en el armado y comando de flotas marinas al igual que las políticas de guerra usadas por Los Targaryen.
Su instinto le advertía, su hermana Rhaenyra estaba detrás de estos cambios y no la culpaba. La reciente noticia sobre el incendio del castillo de Harrenhal la desconcertó y le recordó que las guerras no solo se desarrollaban en el campo y con abanderados, sino que existían otras que se liberaban en las sombras y que sus enemigos podían compartir el mismo techo, comer en su mesa. O aquello fue lo que llegó a escuchar de la conversación de Rhaenyra con su esposo -tras recibir un cuervo de Ser Harwin. No quiso preguntar ni entrometerse, porque escucharlos fue accidental. Tuvo que obligar a su instinto en alerta a controlarse, a seguir el papel que le correspondía y ese lo había asumido personalmente a asegurarse que el pequeño Lucerys memorizara las diferentes rutas de escape del palacio.
Porque Harrenhal y Red Keep eran dos grandes castillos, con incontables lacayos que sirven y juran lealtad a sus señores -pero que fácilmente pueden ser comprados por sus enemigos; podrían correr la misma suerte de Lord Lyonel y perecer en un ataque ciego como lo fue ese incendio provocado. Ser Harwin les estaba advirtiendo de ese riesgo, el príncipe Aemond así lo entendió. Su mirada violeta ya no podía apreciar a sus doncellas y guardias con el mismo afecto, su instinto lo obligaba a desconfiar y a procurar la seguridad de los suyos -especialmente, la del pequeño Lucerys. Pues al recibir la noticia del incendio del castillo de Harrenhal, vislumbró a un pequeño Lucerys atormentado en el fuego, convirtiéndose en cenizas y desapareciendo de su vida. Y juraría que su hermano Aegon imaginó lo mismo, sobreprotegía a Jacaerys y lo obligaba a entrenar con él; lo que reconfortaba a su lobo al saber que no estaba siendo un dramático.
—Mañana entrenaré con Jacaerys al primer rayo del alba, puedes venir con Lucerys. —Aegon avisó con cuidado de no ser escuchado por el maestre Marel. Ambos hermanos empezaron a compartir lecciones por petición del mismo Aegon, esto en el intento de recuperar los años que aborreció sus obligaciones por no darle un sentido. —. Ya me encargué de comprar el silencio de un par de escuderos que armarán el campo de entrenamiento.
—Bien, ahí estaremos. Necesito tener la seguridad de que Lucerys verdaderamente sepa cuidarse, antes que lo haga con los otros.
—Ya somos dos, hermano. —Aegon suspiró con pesadez, entendiendo a Aemond. A él también le había tocado un hermano Velaryon que no dudaría en quedarse a auxiliar y defender a quienes lo necesiten; en lugar de irse y ponerse a salvo. Lo que él fácilmente haría y quizás aquello compartía con Aemond, los dos no dudarían en tomar a los que querían y marcharse.
Sin embargo, aquello no era una opción si compartías familia con la princesa Rhaenyra y sus hijos. El amor con el que fueron acogidos los motivaba a ser honorables, siempre que contaran con la garantía de que las personas que alentaban sus corazones estuvieran seguras -Jacaerys y Lucerys debían estar preparados, así podrían socorrer al resto de su familia.
Ambos hermanos Targaryen se comportaban como los dragones que eran; sobreprotectores con sus tesoros.
—Nyra debería confiar más, somos capaces de ayudarla y asegurar a los nuestros. —Aegon se quejó, su lobo estaba ofendido. Era un príncipe, un alfa y un Targaryen; podía enfrentarse a sus enemigos. Su corazón sentía la necesidad de luchar por el refugio que su hermana le ofreció, porque en él podía ser feliz, suficiente y amado con sinceridad. La mirada llena de ilusión y admiración de Jacaerys era la prueba, no lo soltaría.
—Ella lo sabe, Aegon. —Aemond terminó de escribir, se fijó en su hermano y reconoció el fuego del dragón en su mirada. Por primera vez, su pechó se infló de orgullo de tenerlo como su hermano. —. Pero es madre, solo busca protegernos y...
—Llevarse los miedos para sí misma. —Aegon terminó por Aemond. Bajó la cabeza, su corazón se envalentó con más fuerza. —. Nyra realmente parece amarnos, Aemond. Necesito que me jures que la protegeremos, que la ambición de la Corte no nos la quitará.
— ¿Cómo podría? —La ingenuidad en la pregunta de Aemond hizo que Aegon lo recelara. Porque su hermano no conocía el nido de serpientes que se instauró en la Corte, no creció rodeado de esa envidia y avaricia. Aemond no tuvo incontables días escuchando los reproches de la Corte y de su propia madre por no ser suficiente para ganar la gracia del rey Viserys I, o por cuestionarse las razones de tanta insistencia para que odiara a su hermana Rhaenyra. No experimentó la amargura a una edad tan corta, Rhaenyra supo cuidar su inocencia y él no destruiría ese esfuerzo.
Aegon no heriría más a su hermano. Intentaba romper ese círculo enfermizo de poder al que fue metido de pequeño, porque quería ser honorable y merecedor del amor de Rhaenyra y sobre todo, de Jacaerys. —Solo jura, Aemond.
—No perderemos a Nyra. —Aemond percibió cierto miedo y frustración en el aroma de su hermano. Su mirada resultaba inquisidora, necesitaba escuchar más firmeza. —. Porque no renunciaremos a ella, lo juro.
Aegon tomó la mano de su hermano y la apretó, su juramento había sido sellado.
La puerta de la biblioteca real se abrió, la reina Alicent se hizo presente con su habitual imperturbabilidad en el rostro. La sorpresa se asomó en sus rasgos finos y delicados, sus dos hijos seguían tomados de la mano. Era un agarre fuerte, firme y cómplice; se reflejaba la hermandad de la que Ser Cole le había advertido y con la que le jugaban severas bromas. La reina Alicent se privó de sonreír por bajar la cabeza, la vergüenza y culpa acechó a su corazón. Porque en su cuidado, sus hijos jamás se permitieron compartir lecciones o prestarse para jugar. Usualmente, encontraba al mayor hiriendo al menor -que nunca imaginó a sus dos hijos entenderse, o avanzar juntos. Este logro debiese concedérselo a la princesa Rhaenyra y sus cachorros, estaba agradecida. Ella no lo hubiera conseguido, se encontraba tan rota y ciega -que buscaba aferrarse a los cuentos de Lord Larys para engañarse y no retroceder, su corazón no la volvería a traicionar.
La reina Alicent se repuso, fingió una toz para captar la atención de sus hijos. Aemond y Aegon se soltaron de inmediato, se levantaron y reverenciaron a su madre, ella no esperó ser recibida con sonrisas o abrazos. Se conformaba con el respeto de sus hijos, aunque no tuviera la seguridad de que se lo dieran por ser su madre, y no su reina. No quería alejarlos más de ella, sus constantes peleas por obligarlos a pertenecer en sus reuniones con los lores que ofrecían a sus hijas e hijos con altas dotes -no si su padre Otto estaba próximo arribar Red Keep.
—A causa del sensible fallecimiento de Lord Lyonel, el rey ha decidido llamar a su abuelo Otto Hightower para servirle como "Mano". —La reina informó con una falsa tranquilidad, Aemond y Aegon se removieron inquietos. El regreso de su abuelo no les alegraba, cada uno tenía sus tristes razones. —. Necesito que honren su llegada, vistiendo el color de nuestra casa.
—El negro y rojo son los colores de nuestra casa, madre. —El primero en responder fue Aegon, su instinto salió a la defensiva. Entendía que esa simple petición traía un trasfondo que prefería ignorar, no buscaba enredarse con la codicia de su abuelo. Tuvo suficiente de pequeño, se cerraría y aferraría con lo que obtuvo al lado de Rhaenyra y su familia. —. Creí que ya estábamos honrando nuestro linaje.
—No solo son Targaryen, Aegon. Por sus venas, corren la sangre Hightower, agradecería que nunca lo olvidaran. —La reina Alicent habló hostilmente. A pesar de ser una beta, su molestia era reflejada.
—No se preocupe, madre. Estamos enterados de nuestro deber con usted. —Esta vez, Aemond intervino. Lo que causó un dolor en el pecho de la reina Alicent, porque no pudo sentir más que la frialdad del compromiso en sus palabras. —. Como sus hijos, no le faltaremos.
—Siempre que el respeto sea mutuo. —Aegon condicionó. A diferencia de su hermano, no podía ser entregado al compromiso. Porque ese compromiso que la reina Alicent esperaba era consumidor, amargaba la existencia a cualquiera -y no quería volver a ser infeliz. Había probado lo que era ser feliz, amado y admirado; no lo soltaría. —. Somos sus hijos y príncipes, nuestras decisiones deben ser escuchadas por usted.
—Como madre, son escuchadas, Aegon. Sin embargo, temo que como reina, no pueden ser acatadas.
— ¿Entonces seguirá con vuestros intentos de romper nuestros compromisos? —Aemond se giró hacia su hermano, estaba nuevamente sorprendido. Se acostumbró a que la altanería de su hermano mayor fuese por caprichos burdos, jamás se imaginó que simpatizara en uno. Había encontrado un fuego que ambos podían compartir, una lucha a la que tampoco pensaba renunciar.
—He dado mi palabra, ustedes no esposarán a los pocos agraciados hijos de la princesa Rhaenyra. —La reina Alicent procuró mantener la compostura, sus manos comenzaron a removerse inquietas. Podía sentir el dolor de sus hijos, el recelo hacia ella. —. Como madre y reina, no puedo permitir tal atropello hacia mis hijos.
— ¿Atropello? ¿Madre, acaso se ha tomado la molestia de vernos al lado de ellos? —La impotencia de Aegon se evidenciaba en su voz, podía escucharse rota y tan enojada a la misma vez. La historia que su hermano mayor y su madre tenían era ajena a él, Aemond solo sufrió la indiferencia de la reina Alicent y si tal vez la llama en contra de ella no era tan grande como la de Aegon se debía a la misma Rhaenyra. Su hermana jamás usó su dolor para ponerla en contra de su propia madre, sino acogió su corazón herido para llenarlo de amor y calidez. —. Somos felices, realmente... Lo somos. Por favor, deténganse.
La reina Alicent tomó aire, se acercó a su primogénito y agarró sus manos para apretarlas con firmeza. Las súplicas de Aegon hacían a su corazón vacilar, no a sus principios. —El trono demanda sacrificios, Aegon. La felicidad no está escrita para los buenos regentes. ¿Cuándo lo entenderás?
Aemond frunció el ceño, las palabras de su madre parecían no tener sentido -menos si se la dirigían a ellos. Su puesto de sucesión era por debajo de Rhaenyra y su hijo Jacaerys, la muerte de ambos solo podría elevar a su hermano Aegon al trono de hierro.
—Jamás, madre. Porque no deseo ser rey, ¿cuándo será el día que escuche a mi corazón? —Aegon se levantó, apartó sus manos bruscamente del agarre de su madre. Se sentía asfixiado, la reina Alicent insistía en darle una obligación que no buscaba. —. No quiero una corona, ni un trono. Ese no es mi derecho, sino el de mi hermana Rhaenyra. A mí se me ha conferido pertenecerle a Jacaerys, lo que realmente anhelo mantener hasta el final de mis días.
—Siempre he creído que los dioses me han conferido el castigo de tener un hijo estúpido, ya no tengo dudas de que es así.
— ¿Por qué? ¿Solo por rechazar la codicia del trono, y escoger ser feliz y amado?
—Por asumir torpemente que el hijo de Rhaenyra será tu juguete para siempre. —La reina Alicent corrigió con desdén, se negaba aceptar un futuro en el que Aegon o Aemond esposaran a los vástagos de la princesa. —. Debes detener tus engaños, Aegon. No puedes ni podrás pertenecerle a ese mocoso.
—Temo que esa decisión no le corresponde, madre. —Aegon desafió, su lobo había saltado ante el apelativo que su madre usó para dirigirse a Jacaerys.
—Se lo dije al rey, ahora a ustedes: Solo podrán hacer su voluntad cuando yo esté fría en la tumba.
— ¿Entonces no se detendrá hasta separarnos de ellos, madre? —Aemond volvió a interceder. Se dedicó a escuchar a su madre y hermana, pudo conocer mejor a su madre y sus intenciones. Quería a Aegon como sucesor del rey, no a su hermana. Y aquello le dolía, porque juraba que esta lucha era por la codicia -y no por amor a ellos. De serlo, se permitiría acercarse a sus hijos y procurar entender que sus decisiones de permanecer al lado de Rhaenyra y sus príncipes nacían de un amor noble. —. ¿Prefiere sacrificar nuestra felicidad?
—Es lo que el deber y honor demanda, Aemond.
—No le mientas, madre. Esto es lo único que nuestro abuelo demanda y usted se lo permite. —Aegon llegó al límite, la renuencia de su madre iba a empeorar con el regreso de su abuelo Otto. Aemond debía enterarse de ello, estar prevenido y no permitirse caer. —. No es una reina ni una madre, solo un títere que el abuelo ha socavado. ¡Aemond, entérate!
La reina Alicent estalló, fue hasta su primogénito y le profirió una sonora cachetada. Aemond contuvo el aliento, nunca se imaginó que su madre fuera capaz de lastimar a uno de sus hijos -no físicamente. Podía sentir cómo su corazón se decepcionaba, cómo sufría por empezar a entender la insistencia de Aegon al no querer renunciar a su hermana Rhaenyra.
La reina Alicent, su madre, jamás procuraría su felicidad. Su corazón debía resignarse, no serían suficientes.
—Yo soy su madre, no necesito que entiendan o aprueben mis acciones. Me basta con la tranquilidad de velar por el bienestar de ustedes, mis únicos hijos. —La reina Alicent sobrepasó su paciencia, todo intento de no enlodar a sus hijos con la cruda verdad se esfumó. El permitirles pasar más tiempo con Rhaenyra fue contraproducente, sus hijos se habían vueltos unos ciegos y tontos. —. Porque aunque les duela reconocerlo, su sola existencia hace peligrar la sucesión de Rhaenyra. Y créanme, llegará el momento en el que se decida eliminar cualquier desafío a su ascenso, ustedes no están a salvo.
— ¿¡Por qué nos lastimas!? —Aemond gritó. No podía imaginarse un futuro en el que Rhaenyra dejara de amarlos, que se decidiera a eliminarlos o que los considerara su enemigo. No podía, su corazón amenazaba con romperse. —. ¿Por qué quieres arrebatarnos el amor de nuestra hermana?
—Porque es sola una ilusión, Aemond. —La voz de Alicent cambió a una más gentil. No le convenía apartar más a su segundo hijo, no cuando empezaba a conocer más sobre su casta y valía. —. Ya casi son hombres, deben dejar de ser ciegos. Lo que Rhaenyra les ofrece es una mentira, solo los está usando para legitimar a sus hijos.
— ¿Legitimarlos?
—Madre, basta. —Aegon se puso frente de su hermano, quiso llevárselo afuera.
—Jacaerys, Lucerys y Joffrey no portan la apariencia de Los Targaryen o Velaryon, sino de Los Strong. Sospecho que entiendes lo que significa, son una ofensa. —La reina Alicent trató de acercarse a Aemond, Aegon se opuso. En la mirada de su hijo mayor, no había más que una insufrible decepción. La mujer que debía protegerlos y amarlos no hacía más que buscar amargar sus corazones, dolía. —. Estoy procurando mantenerlos a salvo, mantener su honor intacto.
—Pero, no a nuestra felicidad. —La mirada de Aemond se cristalizó. Los pretextos que la reina Alicent no bastaban, su corazón no podía simplemente creer en ellos. Porque no encontraba amor en esas justificaciones, se decepcionó más de ella. —. Hemos tenido suficiente, madre. Por respeto a usted, no saldrá de esta habitación la terrible acusación que dirigió a los príncipes Jacaerys, Lucerys y Joffrey. Pero no prometemos la misma discreción de repetirse.
Aemond avanzó, se puso al lado de Aegon y buscó la aprobación de sus palabras en su hermano mayor. La encontró, ambos asintieron. Estaban cumpliendo su juramento pactado antes de que la reina Alicent llegara.
— ¿Es posible que estén amenazando a su propia madre?
—Temo que nos ha orillado a esto, madre. Porque preferimos a nuestra hermana Rhaenyra para seguir, proteger y amar. —La seguridad de Aemond fue impecable, su hermano Aegon se sintió orgulloso. Las intrigas de su madre no le arrebataron la firmeza en el amor hacia la princesa. —. Ella será nuestra reina, le exigimos el mismo respeto que usted goza.
—Así que, no nos haga escoger. —Aegon secundó a Aemond, ambos se tomaron de las manos y alzaron sus rostros. Estaban seguros de defender a Rhaenyra, ese era el deber que consideraba digno de ellos. Eran parte de la manada de su hermana, debía cumplir con protegerla. Sus corazones así se lo exigían. —. Con ella, está nuestra lealtad y devoción.
—Con ella, y no con su propia madre. —La reina Alicent cerró los ojos, las lágrimas amenazaban con recorrer sus mejillas.
—Lo sentimos. —Ambos hermanos Targaryen respondieron al unísono.
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[•] A este punto, temo que el detonante de la fractura no sea suficiente. Voy a cruzar los dedos, aunque igual me gusta porque no pienso meter tanto angst o drama -no con esta historia de fondo.
[•] Por cierto, se lo debo. En el próximo capítulo, tendremos la presentación de Lucerys. El capítulo se escribió solo, se los juro que no tenía planeado esto. Espero les guste! 💕🫶🏼
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