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12. Lucerys

El pequeño Lucerys miraba y escuchaba con admiración, su padre Laenor le recordaba sus años como guerrero con cada movimiento de espada que le enseñaba. Los maestres le habían narrado su hazaña con Bruma, ese precioso dragón de escamas color gris plateado pálido; los dos se alzaron por los cielos y desataron el horror del infierno contra La Triarquía. Al pequeño Lucerys no le emocionaba herir a otros, sino alzarse por los cielos en los lomos de su dragoncito Arrax.

Quería ser un verdadero jinete de dragón, probar esa auténtica majestuosidad que los caracterizaba a Los Targaryen. Porque recordaba las sonrisas de Aemond cuando le narraba sobre la conexión jinete-dragón, eran tan bonitas. Que sus ojitos violetas brillaban; él solía dejar de mirar los dibujos de los libros que Aemond le leía cada noche, por contemplarlo.

Se le escapó un suspiro, su padre Laenor dejó sus lecciones para negar divertido. A diferencia de Jacaerys que entrenaba y obedecía a Ser Harwin con esmero, Lucerys se perdía en sus pensamientos; como justo en ese momento: Se estaba motivando a ser un asombroso jinete de dragón para volar a los países libres, junto con Aemond; en lugar de seguir a su padre Laenor. Y quizás, no se le podía culpar. A su corazoncito se le había prometido un viaje a Essos, de la mano de Aemond.

Su sonrisita se ensanchó, su padre Laenor se agachó y desordenó sus ricitos castaños como llamado de atención. Las mejillas del pequeño Lucerys se tiñeron de rojo, volvía a distraerse por tercera vez. —Supongo que es momento de practicar. Vaya por su espada, mi príncipe.

—A la orden, pap-... Majestad. —El pequeño Lucerys se corrigió. Se sentía avergonzado, su padre supo calmarlo con un apretón de manos.

Y aquello ciertamente le daba mayor confianza en los entrenamientos; a pesar de que su padre Laenor y ser Harwin podían ser severos al momento de corregir sus ataques hacia el muñeco de paja. No era envuelto por ese inentendible desprecio de Ser Cole, podía aprender sin ser insultado o visto como si fuera una abominación.

Junto con su hermano Jacaerys, repetían sus golpes en la espada al igual que sus movimientos para evitar ser atacados como respuesta. Ser Harwin y su padre Laenor los enderezaban de ser necesario, incluso los animaba a usar más de sus fuerzas. Ambos hermanos se desenvolvían con destreza y determinación, que no se percataron cuando el rey Viserys I llegó con sus hijos Aegon, Aemond y en brazo, al travieso Daeron.

Curiosamente, los hermanos Velaryon realizaban una danza sincronizada con las espadas, tenían a grandes instructores apoyándolos como un público embelesado. No solo estaba la familia real, sino miembros de la corte que habían iniciado sus actividades en el palacio. Se podía divisar la belleza de los niños, esa que se diferenciaba de las particularidades de Los Targaryen -pero que llegaban a hipnotizar. Los cabellos castaños, las mejillas sonrojadas y esas miradas azuladas y verdes puestas en sus dulces rostros, robaban suspiros a los jóvenes escuderos.

Aegon y Aemond se miraron cómplices para seguido disculparse con el rey Viserys, corrieron hacia el centro del campo de entrenamiento. Se presentaron como los prometidos de los príncipes Velaryon, acto que resultaba innecesario de remarcar porque Jacaerys y Lucerys dejaron de practicar con su sola presencia. Los aromas de Aegon y Aemond era inconfundibles para los hijos de la princesa Rhaenyra.

Que el mismo Lucerys sintió cómo sus manos temblaban y sudaban, la espada de madera apenas se mantenía. La mirada que recibía de Aemond lo ponía nervioso, más si le sonreía con un evidente orgullo. Quería pedir ayuda a su padre Laenor o a Ser Harwin, pero ambos alfas se retiraron -permitieron que los príncipes sean los que guíen a los menores.

—No, Jace. Necesitas apuñalar a tu enemigo con mayor mortalidad, así impedirás que se abalance contra ti en su último aliento. —El príncipe Aegon corrigió, tras quitar la espada del Jacaerys del muñeco de paja. Lo que dejó sorprendido al primogénito de Rhaenyra.

El pequeño Lucerys también tenía la boquita entreabierta, haciendo que el príncipe Aemond rodara sus ojos. Porque tenía igual o mayor fuerza que su hermano, lo había demostrado al enfrentarse con Ser Cole. Y aunque su corazón se tentaba en imitar y hasta superar a Aegon, no consideraba que fuese lo correcto. Ser Harwin y Laenor les había cedido sus lugares de instrucción, no podía simplemente limitarse a hacer pruebas de fuerza.

Por lo que, Aemond resopló y se acercó al pequeño Lucerys. Puso sus manos sobre las suyas, haciendo que ambos saquen la espada del muñeco de paja que le tocó a Lucerys. El menor tragó saliva, su corazoncito latía con rapidez y lo amenazaba con salirse de su pecho. Porque tenía a Aemond cerca a él, podía percibir su aroma a sándalo junto con el eucalipto, como esos dos olores tan distintos podían mezclarse y hacerlo sentir tan seguro.

—Sé de sus buenos corazones, pero tienen que entender que son príncipes y sus vidas inherentemente corren peligro. —El príncipe Aemond le susurró con delicadeza, dejándolo a diez pies del muñeco de paja. —. No solo debes neutralizar a tus enemigos, sino acabarlos. Porque no puedes permitirte caer en batalla; eres mi corazón y buen juicio, Luke.

Lucerys le sonrió tímido, lo dulce de su aroma a lavanda con jazmines se hizo presente solo para reflejar lo especial que se sentía. —Entonces me cuidaré mucho. ¡Seré un gran espadachín!

—Debes serlo. No quiero convertirme en el monstruo que odies. —El príncipe Aemond repitió de sus peores miedos. A pesar de que las palabras del pequeño Lucerys lo tranquilizaba, temía a su propia naturaleza. Porque fácilmente perdía el control cuando escuchaba los rumores de su dulce prometido.

—Te lo dije, Mond: No lo serás. —El príncipe Lucerys contuvo sus nervios para ir hasta Aemond, ponerse de puntitas y dejarle un besito en la mejilla.

Lo que desconcertó tanto a Aemond -quien se quedó quieto por varios segundos, como a Ser Harwin y Laenor. Los dos alfas adultos inevitablemente se removieron celosos al divisar al dulce Lucerys dando esas muestras de afecto. Mientras que, el rey Viserys y el príncipe Aegon sonreían orgullosos y felices de que el pequeño Lucerys pudiera dejar sin aliento al altivo príncipe Aemond.

Ser Cole apareció, se le había informado sobre el espectáculo en el campo de entrenamiento. Por palabras de Lord Larys, era consciente de que solo tenía una oportunidad para empezar con la verdadera caída de la princesa Rhaenyra. Los rumores se habían extendido lo suficiente, sus sugerencias no quedarían en el aire. Por lo que, se presentó con respeto hacia el rey Viserys y su mano -que recién llegaba. Esto para finalmente acercarse hacia los príncipes, no sin antes reverenciar a Ser Laenor -ignorando la terrible mirada que le lanzaba el Velaryon mayor.

—Debo reconocer que es grata mi sorpresa que los hijos de la princesa hayan tenido la iniciativa de mejorar sus habilidades en combate. —Ser Cole murmuró, en lo que se ponía sus guantes e iba por una espada de madera. —. Pero temo que los príncipes Aegon y Aemond no están en las condiciones de instruirlos.

—No son ellos, sino nosotros los que estamos en dirección de las lecciones de mis hijos. —Ser Laenor habló, se acercó hasta sus hijos. Porque tanto Jacaerys y Lucerys habían dejado todo intento de prestar atención a los consejos de sus prometidos, la llegada de Ser Cole los intimidaba.

—Su presencia es entendible y aplaudible, príncipe Laenor. Porque empezaba a preocuparme por su desinterés. —Ser Cole medía sus palabras. Sabía que apostaba su puesto como guardia real, mas estaba dispuesto a sacrificarlo. La princesa Rhaenyra debía conocer el sentimiento de verse acorralada y resignada a asumir las consecuencias de sus errores. —. Ya que, nuestro Lord Comandante no goza de tiempo libre para suplantarlo.

Ser Harwin se había asegurado de llevar lo suficientemente lejos a los cuatro príncipes. Esto para evitar que las insinuaciones no recayeron en los menores, en esos que han forjado una relación sincera. Pero que claramente ser Cole esperaba terminarla, y quizás no le enojaría tanto -si no fuera porque usaba los hijos de la princesa Rhaenyra para su mofa y desprecio.

—Estoy seguro de que nuestro Lord Comandante no necesitaría suplantarme ni yo velar por la educación de mis hijos; si tuviera la seguridad que sean tratados con imparcialidad y el respeto que merecen por llevar la sangre Targaryen.

Ser Cole hizo una mueca de burla, al suponer que los hijos de la princesa Rhaenyra o el mismo Harwin fueron a quejarse de sus lecciones. — ¿Cuestiona mis métodos de instrucción, ser?

—Solo cuestiono el modo con el que aplica para mis hijos.

Ser Cole asintió. —Entonces deberé asignar mi puesto a nuestro Lord Comandante. Su preocupación por el entrenamiento de sus príncipes es algo inusual. Muchos hombres solo tendrían esa clase de devoción por un primo, o un hermano, o un hijo.

Antes de que Laenor pudiera abalanzarse contra Ser Cole, Harwin Strong le ganó. El alfa de cabellera castaña no se contuvo, la sugestión fue evidente y despreciable. Las miradas de los otros miembros de la Corte recayeron en los príncipes Jacaerys y Lucerys, los rumores no se hicieron esperar. Ambos hijos de la princesa Rhaenyra se sintieron acorralados y juzgados, el miedo y vergüenza se hicieron presentes en sus miradas. Que Aegon y Aemond se pusieron delante de ellos, desafiando a los que se dignaban a posar su atención.

— ¡Detente, Strong! —Laenor trató de apartar al alfa castaño, pero este se había decidido a romperle la boca al beta. Se lo merecía, los hijos del rey Viserys lo apoyaban desde su lugar. —. ¡No caigas más en su trampa!

Fue ahí que Ser Harwin cedió, satisfecho al tener la sangre del beta en sus guantes de cuero.

—Se excedió, Ser Cole. —Laenor empujó a Ser Harwin hacia atrás para ocupar su sitio, cogió al beta de su camisa. Su aroma era igual de asfixiante y picoso. —. Si cree que su propósito de desproteger a la princesa Rhaenyra se ha concretado, está equivocado. Mi esposa e hijos no están solos, y la próxima que lo vea cerca de ellos, será alimento para mi dragón.

—... —Ser Cole miró directamente al Velaryon mayor. No encontró mentira en su enojo.

—Porque la casa Velaryon los respalda, hoy y siempre. —Laenor se contuvo de apuñetear al beta, sentía las miradas de sus hijos encima de él. —. Y usted ha sido declarado su enemigo jurado. Cuide sus espaldas, Ser Cole. No quiere ser recordado como el caballero que el mar se lo tragón sin gloria alguna.

El pequeño Lucerys temblaba, el rechazo de Ser Cole era duro -pero se acostumbró, no el de esas personas extrañas. Lo miraban con un asco que empezaba a plantar la necesidad de correr hacia un espejo para mirarse en él y preguntarse qué tanto podrían aborrecer de su apariencia. Su inquietud se convirtió en miedo, sus ojitos verdes amenazaban con romperse al notar cómo se llevaban a Ser Harwin y su padre se acercaba hacia ellos. No quería que se preocupara por ninguno, sino que fuera con Ser Harwin.

El corazón del pequeño Lucerys se sentía culpable, el cálido y sorpresivo abrazo de Aemond fue su refugio. El menor se giró y escondió su rostro en el pecho del platinado, su aroma a sándalo se intensificó y se impregnó sobre él como si se tratase de un escudo -uno que no quería soltar.

Lo mismo sucedía con Jacaerys, apenas respiraba. Su mente no olvidaba las palabras de Ser Cole y la reacción de Ser Harwin, las dudas carcomían su cabeza. Que solo el agarre firme de Aegon sobre su mano lo hizo suspirar con pesadez para tomar aire nuevamente, el aroma a madera de Aegon se sobrepuso a él.

—Debo llevarlos con su hermana, príncipes. —Laenor avisó antes de acercarse a los cuatro menores. Aegon y Aemond podían atacar a cualquiera que llegara como una amenaza para Jacaerys y Lucerys. —. Fueron brutalmente expuestos.

—Y Ser Cole responderá. —Aemond prometió.

—Pediremos su capa, pero será después. Ahora no los dejaremos.

—Ni permitiremos que nos lo quiten.

—Son nuestros, recuérdelo. —Laenor suspiró y cedió, el territorio de dos alfas -y que uno sea un prime- no era un problema más que añadir. Ni tampoco ofrecer otro espectáculo, sus hijos estarían a salvo con ellos.

—Entonces déjenme escoltarlos lejos de estas hienas, el rey Viserys ya se retiró. —Aegon y Aemond asintieron. 

Laenor continuó con su camino, suponía que le esperaba una severa discusión con su esposa Rhaenyra -no solo para buscar la forma de ayudar a Ser Harwin, sino para apuntar sus siguientes movimientos con el afán de proteger a sus amados hijos. Por lo que, no dudó en volver a ceder ante la petición de los príncipes Aegon y Aemond de llevarse a sus hijos hacia Pozo Dragón, tras vislumbrar un mejor ánimo en ellos. Porque esperaba que su encuentro con sus dragones los fortaleciera, les llenara de verdades que aseveren su sangre Targaryen y su legitimidad; aunque su corazón se negara.

Como un padre sobreprotector, Laenor no quería soltar a sus hijos. Quería llevarlos a la torre de su madre y resguardarlos ahí de la tormenta, en nombre de esa inocencia y nobleza que guardaban en sus corazones. Que le costó despedirse de ellos, volver a entregarlos a los príncipes Aegon y Aemond.

—No tardaremos. —El pequeño Lucerys prometió, besó la mejilla de su papá que aún seguía agachado. Laenor asintió y acarició el rostro de su mejor hijo, no había maldad o avaricia en él. Lo que enfermaba de impotencia al Velaryon mayor, porque el odio de los oponentes de su esposa era sin razón.

El pequeño Lucerys corrió hacia Aemond, tomó su mano y partieron a Pozo Dragón. Su padre Laenor envió a dos de sus guardias para su cuidado, lo que les facilitó la llegada y que los cuidadores estuvieran esperando por sus órdenes. Tanto Aegon como Aemond, solicitaron a Vermax y a Arrax. Fue un acierto, los hermanos Velaryon olvidaron la amargura del campo de entrenamiento por la felicidad de poder estar con sus dragones -esto bajo la atenta vigilancia de sus prometidos.

En el afán de mantener las sonrisas de Jacaerys, Aegon ordenó a uno de los cuidadores que trajeran a su pequeña e inofensiva broma. —Aemond, eres el único que no tiene un dragón y como hermano mayor, me he sentido mal por eso.

— ¿En serio? —Aemond ordenó a los cuidadores regresar a los dragones, seguido se giró a su hermano. Tenía cierta desconfianza, a pesar de haber mejorado la relación entre los dos.

—Me duele tu duda, pero así. Encontré uno para ti. —Aegon tomó a su hermano, lo hizo caminar hasta las escaleras que los llevaban a las cuevas de los dragones.

— ¿Un dragón? ¿Cómo? —El tono de Aemond era una mezcla de emoción con miedo -ese que era tosco.

—Los dioses proveen. —Aegon susurró, conteniendo su risa. Tanto Jacaerys como Lucerys les dieron el alcance, y los cuatro pudieron escuchar cómo sonidos extraños se acercaban hacia ellos. —. ¡Admira al Terror Rosado!

Para cuando se mostró a la supuesta bestia prometida, Aegon estalló en risas. Los únicos que lo siguieron fueron los cuidadores y los guardias, el pequeño Lucerys no fue capaz de sonreír. Porque la supuesta bestia era un cerdo, y no un dragón como Aegon aludía. Esto era cruel, el corazoncito de Lucerys se estrujó al recordar la ilusión con la que Aemond hablaba de los dragones -a pesar de no tener uno. Pudo jurar que su corazoncito se rompía a pedazos, las incontables noches en que Aemond lo visitaba solo para narrarle fábulas de los dragones, de su majestuosidad y de los especiales que eran por montarlos -esas sonrisas y ese brillo en Aemond fueron sinceros, verdaderamente puros.

—Asegúrate de montarlo con cuidado, Aemond. La primera vez es dura. —El pequeño Lucerys se llenó de enojo, empujó a Aegon. No quería que se burlara de la ilusión de Aemond, que fuera tan malo con él.

Aemond no se lo merecía, era bueno. El pequeño Lucerys no dudó en saltarse encima de Aegon, Jacaerys tuvo que retenerlo de la cintura. Y al notar el forcejeo entre ambos hermanos Velaryon, Aegon entendió que su broma no fue divertida ni inocente. El hijo mayor de Alicent experimentaba el constante remordimiento con la convivencia de Los Velaryon, esto se sentía más aplastante -tras no solo escuchar los gritos del pequeño Lucerys, sino la mirada decepcionada de Jacaerys.

Aegon lo entendió, su broma no fue una. Aemond ni siquiera había reaccionado de mala manera, su hermano se quedó inmóvil y mirando al cerco con alas falsas. La quietud de Aemond lo hizo sentir peor, se tentó en volver con su hermano. Pero el pequeño Lucerys se lo impidió, a lo que Jacaerys tuvo que sacar a Aegon de Pozo Dragón para evitar que terminara golpeado por Lucerys.

—Lo siento. —Aegon apenas llegó a murmurar, Aemond no respondió.

El príncipe Aemond estaba perdido, su mirada violeta amenazaba con romperse. La tristeza podía sentirse en su aroma a sándalo, el eucalipto dejó de percibirse -su estado de vulnerabilidad era auténtico. El cerdo con esas alas falsas le remarcaba lo vacío que estaba, lo ajeno que sería a experimentar la magia de ser un Targaryen. Sus ilusiones volvieron a mostrarse truncas y crueles, dolía tanto. Que el pequeño Lucerys tomó su mano, la acarició con delicadez y de ahí, la apretó con firmeza; esperando que fuera suficiente.

No lo era, no en ese momento.

El pequeño Lucerys tomó aire, conteniendo su propio llanto. No le gustaba que Aemond se sintiera triste, que "el no tener un dragón" lo hiriera. Adoraba sus sonrisas, su constante desafío y su fortaleza; quería que siempre fuera feliz. Pero ahí entendió que la felicidad no sería eterna, que existiera vacíos como estos que él no podría arreglar. Lucerys bajó la cabeza, volvió a tomar aire para decirse que era momento de ser el fuerte. E hizo su mejor esfuerzo, se puso delante del cerdo para cubrirlo y así ponerse de puntitas. No tardó en abrazar a Aemond, el platinado permitió que sus lágrimas recorrieran ambas mejillas y mojaran los ricitos del pequeño Lucerys -esto en lo que se aferraba a él.

—Somos dos Targaryen que han fracasado en serlo. —El príncipe Aemond murmuró para sí -un nulo esfuerzo, el pequeño Lucerys frunció el ceño y negó con rapidez.

—No, solo somos Mond y Luke. —El príncipe Aemond sonrió de lado, tomó el rostro del pequeño Lucerys y agradeció encontrarse con esa inocencia. —. Somos suficiente.

—No lo creo.

El pequeño Lucerys hizo un puchero en respuesta. —Lo somos, e iremos por tu dragón.

El segundo hijo de la princesa Rhaenyra no dio oportunidad de que Aemond se opusiera. Jaló de su mano hacia las cuevas de los dragones, su agarre fue duro. Tenía miedo de encontrarse con alguno que no fuese Arrax, mas se mostró valiente para no dejar que Aemond los regresara. Su corazoncito le ordenaba no salir de las cuevas hasta que el príncipe Aemond haya conectado con uno.

Tristemente, fallaron al intentarlo con Dreamfyre.

Ante la amenaza de poder quemados por el fuego de Dreamfyre, el príncipe Aemond y el pequeño Lucerys se tiraron al suelo. Lograron esquivarlo, sus cabellos estaban alborotados y sus rostros, cubiertos por la ceniza. Ambos se vieron y rieron cómplices por una travesura que posiblemente les costará regaños de sus madres, lo que no parecía importarle al pequeño Lucerys. Porque podía sentir que la tristeza abandonó a Aemond, estaba de regreso esas hermosas y sinceras sonrisas. El dragón Dreamfyre volvió a tratar de herirlos, pero el príncipe Aemond fue más rápido y tomó al pequeño Lucerys, alejándolo del feroz dragón. 

Los dos corrieron, procurando al otro y jurando que el mundo se detenía solo para ellos.

—Primer intento fallido, volveremos.

— ¡Lucerys, no! —La risita traviesa del pequeño Lucerys llenó el corazón de Aemond.

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[•] Espero les guste este capítulo, porque la verdad estoy muy agradecida de cada lindo comentario y sobre todo me den un poco de su tiempo. 💕
[•] Les gustaría que sigamos el canon de Harwin o le permitimos vivir en HarrenHal (?) 👀💕

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