11. Aemond
La presencia del príncipe Aemond se volvió más intimidante, lo respaldaba los cambios en su cuerpo al estirarse dos cabezas más de lo esperado a su edad y al tener la musculatura proporcional a la fuerza bruta que iba ganando con cada entrenamiento, su aroma a sándalo empezó a mezclarse con ligeros toques a eucalipto -una abrumadora combinación para aquellos que lo enfadaban, y su voz iba agravándose. Que las hijas de las doncellas se sonrojaban al divisarlo, ignoraban que el príncipe apenas tenía once años y que estaba prometido al dulce Lucerys.
No se las podía culpar, la reina Alicent se había empeñado en desconocer la promesa de matrimonio de sus hijos. Ella recibía a las grandes casas a su torre, atendía a las propuestas de matrimonio que esos lores le ofrecían; desatando una batalla entre los regentes. Porque la respuesta del rey Viserys I a esas faltas contra su decreto regio era ordenar a sus hijos y nietos compartir entrenamientos y torneos, presentarse en las calles de Westeros para cada obra social en nombre de la casa Targaryen e incluso servirle como coperos.
El príncipe Aemond obedecía a su padre y rey fielmente, la razón era la alegría de saberse prometido al dulce Lucerys. Las lecciones del maestre Marel le habían informado sobre la importancia y el significado de una boda Valyria: Los que se casen bajo la costumbre del dragón se prometerían el uno al otro, se volverían uno solo - "una sola carne, un solo corazón, una sola alma, ahora y para siempre". Que su lobezno aullaba con orgullo, Lucerys era el dulce niño que el palacio adoraba y consentía. Pero también el que solo le prestaba atención, el que se esforzaba por hacerlo reír y sentirse querido. Las sonrisas que Lucerys le daba eran únicas, su ojitos verdes brillaban de un modo tan hipnotizante solo con verlo llegar, su compañía y entendimiento lo libraba del enojo de ser un Targaryen sin dragón.
Lucerys lo complementaba, su corazón podía sentirse conforme con su vida. No necesitaba pelear por ser notado, ni de un dragón si tenía a ese dulce castaño a su lado. Que agradecía a los dioses por la decisión de su padre; porque a través de ese matrimonio, iba a poder asegurar que jamás apaguen su luz.
Su corazón y lobo coincidían en ese deber. De ahí que, haya decidido mantener a Ser Cole como su instructor, a pesar de que no le perdonaba la humillación de años atrás. Su instinto le ordenaba seguir a su lado, aprender de sus destrezas en combate y superarlo con los años de práctica. La verdadera intención detrás de esa arriesgada decisión era desacreditarlo como algún peligro, no era ciego. El beta no sabía disfrazar su desprecio a los hijos de la princesa Rhaenyra. Las miradas de odio y los tratos duros que el beta usaba para enseñarles a defenderse eran adrede, Ser Cole dejó de su manto de caballero hace mucho. Lo que el príncipe Aemond rechazaba, su corazón se llenaba de coraje.
Abandonaba la razón para entregarse a su puro y desenfrenado instinto, como ahora.
Ser Cole había aprovechado su demora para empezar a entrenar a Lucerys. Los ataques que lanzaban con la espada de madera no eran mortales, pero lo suficiente para causar el miedo en Lucerys. El beta se abalanzaba contra él, el pequeño Lucerys tenía que retroceder con torpeza y esquivar los golpes del beta que iban dirigidos a su cabeza. El príncipe Aemond pudo jurar cómo su lobo se enloquecía, cómo su mirada violeta se transformaba en el fuego del dragón y cómo parecía que la espada de madera no era digna de afrontar a Ser Cole.
— ¿Esto fue lo que te enseñaron los hombres de tu madre, ah? —Dominado por el enojo y burla, Ser Cole le gritó al pequeño Lucerys. El hijo de la princesa no caía, no se rendía contra el beta. A pesar de que sus piernas temblaban por el miedo que sentía al tener cada vez más cerca a Ser Cole, no soltaba su espada ni le daba la espalda. Ser Harwin y su padre Laenor le habían dado esa lección, luchar hasta el final y no mostrarse vulnerable ante su enemigo. No quería fallarles, pero el beta lo atacaba sin moderación -como si fueran rivales del mismo porte. —. No eres un digno heredero de la casa de las mareas.
—... —El pequeño Lucerys se sintió realmente atacado, sus ojitos amenazaban con romperse. Jacaerys luchaba contra Aegon para evadirlo e ir con su hermano, ambos podían compartir el miedo del otro.
—Solo un pobre bast... —Ser Cole no terminó, fue empujado con tanta brusquedad que acabó en el suelo.
El príncipe Aemond era el responsable, la amenaza de las lágrimas de su dulce Lucerys le dio las fuerzas para derribar al beta; logrando así ponerse delante de él. Aprovechó el desconcierto de Ser Cole para revisar rápidamente al pequeño Lucerys, no tenía ni un moretón -solo el miedo reflejado en sus ojitos verdes. Lo que desató el infierno en Aemond, su instinto protector se había vuelto más amenazante. Que no dudó en llevar a Lucerys con Aegon y Jacaerys, su hermano mayor entendió el deber de cuidarlo con solo una mirada fugaz de él.
Esto para volver al centro del entrenamiento, alzar su espada y desafiar a Ser Cole. —Hombres como Ser Harwin y Laenor enseñan la honorabilidad en la batalla, no puedo decir lo mismo para usted, Ser Cole.
— ¿Desaprueba mis enseñanzas, príncipe?
—Totalmente. Está siendo cruel con los débiles.
Ser Cole sonrió de lado, pudiendo jurar verse en el príncipe Aemond. Porque recordó los días en que defendía con tanta entereza a la heredera al trono, al punto de no temer a enfrentarse al príncipe Daemon y su dragón Carex. Él estuvo dispuesto a envolverse en una batalla que no iba a ganar por amor, lo mismo sucedía con el hijo de la reina Alicent. Por esa razón, no podía odiar al príncipe Aemond, solo compadecerlo por el final que le esperaba -la desilusión, Lucerys era hijo de Rhaenyra; y como tal, terminaría desechando a su príncipe cuando no le sea útil.
—Entonces, venga y aleccióneme, príncipe. —Ser Cole propuso. No podía quitarle la venda de los ojos a su príncipe, pero sí convertirlo en un gran espadachín -confiado de que sería para el beneficio de la reina Alicent cuando la princesa Rhaenyra y sus bastardos acaben con su espectáculo.
Con doble intención o no de Ser Cole, la furia que recorría en el príncipe Aemond era real. Fue directo contra el beta, no contuvo el impacto de sus golpes, buscaba herirlo. Ser Cole no era un rival fácil de vencer, sus movimientos eran precisos y firmes. Pero la motivación de Aemond lo superaba, que consiguió hacer retroceder a Ser Cole, a obligarlo solo a evitar sus ataques. El choque de las espadas de madera advertía la ruptura de una, el príncipe Aemond no se detenía. Él daba paso tras paso, lleno de coraje. Su aroma se espesó, se impuso contra Ser Cole abrumándolo y bríndale mayor ventaja.
El príncipe Aemond lanzó una patada directo en el pecho de Ser Cole, lo volvió a derribar. Se puso encima del beta, lo sujetó del camisón y acercó su rostro, mostrándole los colmillos. —Puedes usar a otros débiles, no me interesa. Pero no vuelvas a meterte con el príncipe Lucerys.
—Lástima que deba desobedecerlo, príncipe. —Ser Cole respondió, asombrado por lo que descubrió: una fuerza y determinación amenazante de su príncipe. —. Tengo cumplir con mi deber, y ese es enseñarle a defenderse de abusivos como yo.
—No lo necesita, me tiene a mí.
—Entonces, pruébelo y acabe conmigo. —El príncipe Aemond estrujó con más fuerza el camisón del beta, cayendo en la provocación de Ser Cole. —. O volveré a alzarme contra él y lo aplastaré como el insecto que es.
El príncipe Aemond no resistió más, se levantó y cogió su espada de madera. Esto con toda la intención de clavarla en la boca del beta, no quería volver a escuchar cómo insultaba a Lucerys. Su lobo se lo ordenaba, demostrando ese lado salvaje y peligroso que el maestre Marel había advertido a la princesa Rhaenyra.
Aegon admiró a su hermano; y a pesar de no haber escuchado la conversación de los dos, suponía que Ser Cole iba a merecer quedarse sin esa boca. Porque la usaba también para arremeter contra Jacaerys. Sin embargo, ninguno de los hijos de Rhaenyra consideraban que fuese lo correcto.
Que el pequeño Lucerys no tardó en soltarse de su hermano Jacaerys, esto por correr e interponerse en el camino de Aemond. No se intimidó por el asfixiante aroma de Aemond o su mirada llena de enojo, su corazón jamás podría tenerle miedo -él no lo haría daño.
—No. —Lucerys le susurró, el príncipe Aemond gritó frustrado y se giró hacia su hermano Aegon -quien se disculpó al bajar la cabeza.
El príncipe Aemond cerró los ojos, dejó que el tenue aroma a lavanda y jazmines de Lucerys lo relajara. Soltó la espada de madera, no iba a continuar con la bajeza de Ser Cole -solo por el pequeño Lucerys. Recobró la razón, clavarle una espada en la boca a un hombre era un espectáculo horroroso y más para un niño de seis años. Se desconoció y avergonzó, las palabras de Ser Cole actuaron como veneno que nubló su juicio.
No era un alfa abusivo, no era como él.
No era Ser Criston Cole, en su corazón había bondad y piedad.
Él tenía al dulce Lucerys, no la amargura de Cole.
—Hemos terminado, ser Cole. —El príncipe Aemond no dijo más. Ignoró las siguientes provocaciones del beta, prefirió irse con Lucerys. Su hermano Aegon y Jacaerys los siguieron, era suficiente entrenamiento para ellos.
El maestre Marel suspiró profundamente, había presenciado en las sombras el duelo. Se alarmó por el descontrol de su príncipe Aemond, quiso intervenir a la primera -evitar que Ser Cole conociera esa faceta del príncipe. Porque se suponía que los verdes tenían que seguir ajenos a toda información sobre los alfas prime, ese era su deber. Había fracasa, ahora sabían lo feroz que podían ser los alfas primes cuando se trataba de proteger a la gente que querían, que su lealtad iba a ser de utilidad para cualquiera. Pero lo que tranquilizaba a su corazón era la conexión entre su príncipe Aemond y el pequeño Lucerys, su alma destinado cumplía con su deber -y sin saberlo. Pues supo devolverlo a la razón, evitar que cayera y fuera usado solo por la provocación de un hombre como Cole.
El maestre Marel se devolvió a la biblioteca real, mientras que los príncipes se escabullían por los pasajes. Aegon prometió llevarse a Jacaerys a entrenar en el jardín de la Torre de Rhaenyra, esto bajo burlas de lo mal que el hijo mayor de su hermana sostenía la espada y sus pies torpes. El pequeño Lucerys dejó partir a Jacaerys, los dos se sentían nuevamente seguros -lejos de Ser Cole y con sus respectivos prometidos.
Por lo que, el pequeño Lucerys siguió tranquilamente al príncipe Aemond. No le preocupaba su silenciosa compañía, ni siquiera por el recuerdo de su errático comportamiento en el campo de entrenamiento. Confiaba en el alfa platinado, sus ojitos verdes siempre lo verían como el héroe de su vida. Que no dudó en tomar su mano, jugar con ella y perderse por los caminos secretos de Red Keep.
Ambos llegaron hasta la zona más alta del palacio, el príncipe Aemond fue el primero en cruzar el ventanal y ofrecer su ayuda al pequeño Lucerys quien no dudó en aceptarla; sentándose así en el tejado de la torre. El rostro del príncipe Aemond fue golpeado por el viento, sus cabellos platinados se removieron a la par que los ricitos castaños de Lucerys. Juntó sus piernas, las alzó y abrazó, su mente sobrepensaba lo que ocurrió en el campo de entrenamiento. No se portó como Ser Harwin le había enseñado, sino como Ser Cole. Cayó con facilidad en su provocación, y le avergonzaba.
El pequeño Lucerys pudo percibirlo a través de su aroma, el sándalo nuevamente se espesó. A lo que recostó su cabeza en el hombro del príncipe Aemond, calmando las dudas del mayor.
— ¿Por qué me detuviste, Luke? ¿Sentiste miedo? —El príncipe Aemond preguntó, temía la respuesta. No lo negaría, su corazón se rompería si escuchaba que asustó al pequeño Lucerys.
—Sí... Bueno, no. —Aemond sonrió por los balbuceos del pequeño Lucerys. El nerviosismo siempre le jugaba en contra; especialmente, si se trataba de Aemond. —. Yo jamás te tendría miedo, eres mi héroe.
—No te creo.
— ¡Es cierto! Eres mi héroe, Mond. —Los ojitos verdes de Lucerys reflejaban su sinceridad. El príncipe Aemond suspiró confundido.
— ¿Entonces por qué me detuviste?
—Para protegerte, no quiero que seas un abusivo como él.
— ¿Me odiarías si lo fuera? —Aemond miró directamente a los ojitos verdes de Lucerys, encontró la vacilación en ellos.
—No podría odiarte, Mond. —El pequeño Lucerys confesó. No se imaginaba odiando al platinado, no cuando su corazón lo quería y adoraba más que a cualquiera. —. Pero sí me romperías mi corazón.
—Preferiría que me odiarás.
El pequeño Lucerys hizo una mueca graciosa como desagrado a la elección de Aemond. —Yo no, te quiero mucho para hacerlo.
—Entonces solo nos queda un camino si queremos evitar que me vuelva un chico malo, Luke. —El pequeño Lucerys acercó más su rostro, curioso por saber. —. Y ese es que te quedes a mi lado.
— ¿A dónde más iría? —Lucerys preguntó ingenuo.
—Tal vez, a Antigua Valyria con Arrax. —Aemond propuso, el pequeño Lucerys negó de inmediato para seguido tomar la mano de Aemond.
—No nos iríamos sin ti, Mond. Eres parte de nosotros, la más bonita.
El príncipe Aemond bajó la cabeza, sus mejillas se sonrojaron y su corazón se llenó de una acogedora tranquilidad.
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