»of venoms and desires
(El siguiente capítulo contiene una escena +18. Pido responsabilidad, respeto y discreción. En caso de no querer leerlo, cuando aparezca este símbolo ► quiere decir que ahí empieza)
—Muy bien, más ideas —pidió Arthur sirviéndose una cerveza.
Varios integrantes de La Resistencia estaban sentados alrededor de una mesa cenando y creando nuevos planes, con las amarillentas llamas de las velas acompañándolos e iluminando sus rostros, proyectando grandes sombras sobre la roca de la cueva.
Helena y Gilbert estaban sentados uno al lado del otro. La primera parecía tener un mejor semblante, a pesar de que igual se veía cansada de cierta manera, pero su mejor amigo decidió quedarse en silencio, viendo la manera en que todo parecía estar asentado por el momento.
La preocupación todavía no disminuía, pero después de haberla visto tan mal, era gratificante encontrar cierta mejoría, por más mínima que fuera.
—Quemar su palacio favorito —intervino una chica de piel morena, cruzada de brazos.
De inmediato todas las cabezas se giraron hacia la fuente de la voz.
—Excelente, ¿cómo vamos a hacer eso? —Preguntó Wet Stick.
—Conozco al hombre que suministra brandy al palacio —contestó ella con una suave sonrisa —. Es el primer envío del mes.
Después de escuchar a la chica, la atención volvió a la mesa. Todos se habían quedado callados, después de todo aquel era un riesgo pesado, dado que dicho palacio quedaba en Londinium. Ninguno de los presentes había vuelto a poner un pie en esas calles desde que todo se fue por el caño con la aparición del rey nacido.
Helena soltó un pesado suspiro, y se terminó de tomar toda su cerveza en un solo trago.
—Es una buena oportunidad —aceptó ella por todos los demás.
—¡Oof! Ahora sí estamos calentado —animó el rubio sirviendo más bebida en la, ahora vacía, copa de la castaña.
Aquello sacó unas cuantas risas en el grupo, para que después todos se volvieran a centrar y arreglaran el día y el momento exacto para cumplir con aquella nueva misión. Debían encontrar la manera en que aquello saliera sencillo, sin tener más problemas de los necesarios.
—Qué desperdicio de brandy —comentó Back Lack, negando con la cabeza.
—Pero hará que el palacio arda bien —concluyó Arthur dándole una palmada en la espalda a su amigo.
—Al menos llevémonos unas cuantas copas —propuso Back Lack —. Será brandy gratis, después de todo.
Los presentes rieron, pero aceptaron la idea inevitablemente.
—Supongo que eso es todo por ahora, muchachos —habló Helena levantándose de su lugar y retirándose, después de despedirse.
El dolor de cabeza no parecía hacer nada más que aumentar, por lo tanto lo único que deseaba en esos momentos era despejarse un poco, antes de irse a la cama. Llevaba ese malestar desde hacía horas, pero no se calmaba y cada vez le costaba más tener una buena cara ante los demás. Ni siquiera la cerveza parecía haberle querido ayudar.
En su camino hacia un espacio más solitario, aunque la privacidad no era un lujo actual, se encontró con la maga, quien apenas la divisó, se levantó del lugar en el que estaba sentada.
Helena torció los ojos y cambió de dirección, no queriendo encontrarse de frente con la pelinegra. Le era inevitable no sentirse un poco traicionada y ofendida por todo lo que esa mujer le llevaba ocultando desde que la encontró en las calles de Londinium, cuando la elemental estaba escapando de los Soldados Negros. Y todo eso parecía haber sucedido hacía tanto.
Dio unos cuantos pasos para buscar otro atajo, pero un firme agarre en uno de sus brazos la detuvo a medio camino. Sabiendo quién era, solo se quedó de pie, pero no volteó a verla.
—¿Se te ofrece algo? —Inquirió con cierto sarcasmo.
—Hay varias cosas que debemos discutir sobre ti y... lo que debes hacer.
Helena resopló y se soltó.
—Todo está perfectamente claro, maga —respondió la castaña, volviéndose para enfrentarla.
La maga la observó de pies a cabeza con atención, notando con facilidad todos los cambios sufridos en el último tiempo. La enfermiza palidez que comenzaba a pintar la piel de la elemental, las bolsas un poco oscurecidas bajo esos grandes ojos pardos, la delgadez que empezaba a hacerse notar y que sabía que no era exactamente por la falta de comida.
Ella no había creído que el proceso sería tan lento y desgastante, tan sufrido, pero ya no había vuelta atrás; eso era lo que tenía que suceder.
Nadie podía correr de su destino. Ni siquiera modificarlo lo suficiente.
—Puedo hacer que el proceso de absorción de vida se ralentice un poco —propuso después de unos segundos.
—Quieres decir que puedes hacer que me muera mucho más lento —comprendió la castaña malhumorada.
—Que lo puedo detener —aclaró —, por unos cuantos días, hasta que sea el momento.
Una sonrisa irónica y lastimada curvó los labios de Helena, a la vez que se cruzó de brazos, poniéndose a la defensiva de inmediato. La propuesta sonaba tentadora, pero en esos momentos se sentía demasiado orgullosa como para seguir mostrando debilidad. Era obvio que la maga no era la única que notaba sus cambios físicos y mentales, que venían sucediendo por varias semanas, Arthur y Gilbert dejaban bien en claro su preocupación por ella, incluso Bill, quien parecía asegurarse de siempre dejarle los mejores alimentos a su disposición.
—Creí que todo esto debía pasar de esta manera.
—El destino no se puede cambiar —explicó la pelinegra —, pero no hay que sufrirlo tanto.
¿Acaso alcanzaba a escuchar un poco de compasión en el impasible tono de voz de aquella fuerte mujer de ojos mieles?
—Igual me voy a morir después de todo —concluyó Helena alzándose de hombros.
—¿Qué? —Preguntó alguien detrás de la castaña.
En cuanto la elemental reconoció el tono de voz, arrugó la nariz y maldijo para sus adentros. Tratando de cambiar su expresión por una más amena, se dio media vuelta, encontrándose con el rostro confundido y preocupado de Arthur.
»¿Estás enferma? —Volvió a preguntar el hombre.
Bueno, esa era una manera de nombrar lo que le sucedía.
Helena se relamió los labios antes de contestar, pero la maga habló primero, interrumpiendo la mentira blanca que estaba por salir de los labios de la castaña.
—Estaré con ella un rato, para que se recupere —avisó.
—No hay nada de qué preocuparse, Art —trató de tranquilizarlo con una pequeña sonrisa.
El hombre parpadeó y asintió, pero no se le veía muy convencido. Decidiendo dejar a ambas mujeres a solas, se acercó a Helena para posar un beso sobre la frente de ella, asentir en dirección de la maga y después desaparecer por los laberínticos pasadizos de las cuevas.
—Entonces, ¿aceptarás mi ayuda?
Silverstone cerró los ojos y luego miró a la maga de reojo.
—Lidera el camino —hizo un gesto con la mano, antes de seguir a la pelinegra.
—Bebe esto.
Helena frunció el ceño, observando con cuidado el líquido verdoso y oscuro que le era ofrecido por la pelinegra. El olor era desagradable y sus ojos habían comenzado a empañarse por el extraño vapor que desprendía, dado que también estaba caliente.
—¿Qué es?
—Veneno —contestó con simpleza y acercó más la copa hacia la castaña.
—Bueno, después de todo, esto no me puede matar porque lo hará Vortigern, ¿no?
Después de tragar saliva, agarró con ambas manos el recipiente que contenía aquella bebida, pero luego posó una de ellas sobre su nariz, esperando así bloquear el asqueroso olor.
—Contrarrestará los efectos secundarios de la marca que tienes en tu cuello —expuso la maga, sentándose a un lado de Helena —. También detendrá los ataques.
Incluso esa sola palabra le producía escalofríos a la elemental. Ella ni siquiera comprendía de qué trataban esos supuestos ataques porque no los recordaba. Siempre despertaba más desgastada y cansada que antes, pero no rememoraba nada de lo que sucedía durante, pero si así podía detener algo que desconocía, lo aceptaría con brazos abiertos.
—¿Debería hacer un brindis? —Curioseó. Se notaba a leguas lo mucho que quería alargar el proceso de tener que tomar aquello.
—Solo bébelo —la cortó la maga —. De inmediato comenzarás a sentir los efectos del veneno —dicho eso, agarró la mano que Helena estaba usando para taparse la nariz y le hizo una seña.
La castaña volvió a pasar saliva una vez más y se engulló todo el contenido de la copa en un solo trago, como había hecho instantes atrás con la cerveza inglesa.
Justo como había dicho la maga, los efectos aparecieron con rapidez. Al dejar la copa sobre la mesa, tuvo que parpadear varias veces seguidas, tratando de enfocar su vista, ya que todo se había puesto borroso de un segundo a otro. Ya no parecía ser capaz de sostener su cuerpo y se tambaleó sentada, encontrando la superficie sobre la estaba, demasiado inestable.
Un agarre de hierro se concentró en una de sus manos y trató de llevar sus ojos hacia ese punto, pero todo era demasiado confuso para ella.
—Quédate conmigo —dijo la maga con tranquilidad, pero bastante seria —. Quédate conmigo —pero al final su voz cambio por completo, siendo más grave y alterada a oídos de Helena.
Mantenerse enfocada y concentrada parecía ser la acción más difícil que ella nunca antes había hecho. Las rocas parecían moverse en el suelo, las paredes de piedra de las cuevas comenzaban a tomar formas humanas, a moverse y observarla. Hasta las mismas llamas pequeñas de las velas del lugar tomaban sus propias formas, llevándose su atención, a pesar de que sabía que se tenía que concentrar en alguien que le hablaba. Pero ese alguien sonaba lejano y distorsionado.
—Los veo —susurró Helena, abriendo los ojos más de los normal, buscando manera de comprender mejor lo que veía.
—Estoy segura de que estás viendo muchas cosas en estos momentos —habló la maga, agarrando el cuello de la castaña para tomar toda su atención —. Concéntrate en mi voz. Nada más es real.
Era complicado hacerlo, sobre todo cuando su mundo bailaba entre sombras que parecían ser cada vez menos abstractas, tomando formas reconocibles e inesperadas. Nada de ese mundo parecía ser normal más.
Pero así como comenzaron esas visiones y efectos de veneno, pronto se fueron disipando. Le pareció que por un momento todo un universo oculto acabara de despertar para darle la bienvenida, y ahora que ella se estaba calmando, ese mundo de las sombras estaba volviendo a sus formas iniciales, despidiéndose para dar por terminado todo ese episodio.
Helena se dio cuenta entonces que estaba sudando, pero su cuerpo estaba temblando de frío al mismo tiempo que sentía que su estómago le quemaba, siendo esas sensaciones el residuo de lo que acababa de experimentar. Centró sus ojos en los ajenos y trató de regular su acelerada respiración.
—¿Esto funcionará? —Preguntó algo temerosa.
La maga observó su rostro con cuidado y soltó su agarre en el cuello de la elemental, tomando distancia. La castaña de inmediato sintió el vacío, detalle que la extrañó.
—Sí. Durará unos cuantos días.
En cuanto Silverstone se quedó sola en el espacio, tratando de dejar que los pequeños temblores residuales que azotaban su cuerpo después de haber bebido dicho veneno se calmaran, se levantó de su lugar. Su visión se desenfocó por un momento, como un mareo pasajero, pero pronto observó que nada más sucedió ni cambió a su alrededor.
Sin perder otro segundo, comenzó a caminar, lista para recostarse y descansar por la noche.
En medio del camino, posó una de sus manos sobre la pared de piedra del refugio y sintió una repentina energía recorrer su anatomía. Se detuvo en ese instante y observó el grisáceo mineral que acariciaban sus dedos. La textura era seca y áspera bajo la palma de su mano, casi podía sentir todas esas pequeñas imperfecciones de la roca, distinguir sus curvas, picos y trazos lisos.
Se sentía demasiado receptiva en esos momentos. Todos sus sentidos en estado de alerta.
No confiando en sus acciones ante otra persona, decidió irse a su lecho individual. En cuanto estuvo sentada, sus músculos se regocijaron ante la comodidad y suavidad de las sábanas y pieles que habían encima. Como si fuera la primera vez, acarició todo lo que se encontraba, sorprendiéndose de hallar nuevas y desconocidas sensaciones y comodidades que antes no parecía haber experimentado.
Ahora le daba la impresión de que todo era maravilloso, cómodo y hasta hermoso.
Llevaba semanas en ese refugio, pero esa noche lo veía con nuevos ojos. Antes no le había interesado nada más que irse de ahí, pero ahora estaba contenta y admirando hasta el más mínimo detalle con ojos brillantes y animados.
Si así era como funcionaba ese veneno, no tenía problema alguno con volver a beberlo una vez más antes de morir.
—¿Helena? —La llamó alguien acercándose a ella.
La nombrada alzó la cabeza y sonrió emocionada.
—¡Bertie! —Saludó levantándose de un salto de su cama, antes de lanzarse a los brazos de su mejor amigo.
Gilbert frunció el ceño y la sostuvo. Hacía años que ella no le llamaba así, mucho menos cuando la mujer sabía lo mucho que él odiaba ese tonto apodo.
Era más que claro que Helena no esperaba reaccionar de esa forma ante nadie, pero apenas y registraba lo que decía o pensaba.
El hombre se alejó un poco de ella para observarla, notando que los ojos de la fémina tenían un extraño brillo vidrioso y la sonrisa que tenía curvada no parecía querer desaparecer en ningún momento cercano. ¿Acaso estaba entrando a una nueva etapa elemental o algo?
—¿Estás bien?
—¡Por supuesto que sí! —Contestó ella con la misma energía animada —. Dime, ¿desde cuándo tienes unos ojos tan cafés? —Inquirió acercando impulsivamente su rostro hacia el de su amigo, quien se alejó en inmediato, extrañado.
—¿Todo en orden? —Interrumpió alguien más.
Helena soltó a Gilbert y dirigió sus vivos ojos pardos hacia el nuevo intruso. Otra sonrisa se abrió paso en sus labios y el castaño se preguntó si a su amiga no le estarían doliendo ya las mejillas.
—¡Artie! —Suspiró la elemental, pero pronto sintió cómo esa emoción se fue asentando.
—Supongo que esa es mi señal de retirarme —comentó Gilbert alejándose cada vez más de la castaña.
Estaba demasiado rara y no sabía cómo lidiar con esa Helena. Lo único que no parecía nuevo era la profunda mirada de admiración y complacencia que tenía ella al observar a Arthur. Antes era mucho más retraída y cuidadosa, pero ahora parecía que no tenía miedo de esconder nada y era muy sencillo comprarla con un libro abierto al público.
Retirándose del espacio, el castaño le dio un asentamiento de cabeza al rubio y desapareció por los pasadizos, dejando al heredero a solas con Helena.
—¿Te sientes bien, cariño? —Preguntó Arthur, acercándose a ella.
La mujer se había quedado callada de un momento a otro.
La emoción que parecía haber estado sintiendo antes seguía desvaneciéndose poco a poco, dejando una vibración agradable en su interior. Aunque ya no se sentía tan eufórica como en un principio, los nervios que le producía la presencia del rubio seguían presentes, dejándole en claro que habían alguna cosas que jamás cambiarían.
—Sí —suspiró de nuevo, incapaz de desviar sus ojos de los claros del otro.
—¿La maga te ayudó?
—Sí.
—¿Vas a seguir contestándome con solo una palabra?
—Sí —bromeó, tratando de contener su sonrisa, pero Arthur la conocía demasiado bien.
Dicho eso, Helena se volvió hacia la cama para sentarse y comenzar a deshacerse de sus zapatos. Al ver que el legítimo rey no había hecho nada más que quedarse ahí de pie, observándola, alzó una ceja antes de hablar.
—¿Te vas a quedar ahí toda la noche? —Preguntó deshaciéndose de su ropa para quedar con la interior y meterse bajo las pieles y sábanas.
Con la boca un poco abierta, las comisuras se le alzaron en una sonrisa. Entonces Arthur la observó moverse, admirando por completo la piel desnuda y todo lo que alcanzaba ver debajo de las prendas. Jamás parecía poder aburrirse de esa vista, no importaba cuántas semanas hubieran pasado ya desde que dormían juntos.
—En realidad, es una encantadora vista desde aquí —se aventuró a halagar, sonriendo de lado e inclinando un poco la cabeza.
Normalmente cuando se iban a dormir, todo era hecho sin algún comentario, pero el ambiente en esos momentos era muy diferente al usual.
Agitando un poco la cabeza, Arthur se deshizo también de su ropa y se metió bajo las sábanas, cuadrándose detrás de Helena, quien ahora le daba la espalda. El brazo masculino se posó de inmediato sobre la anatomía de la castaña, para abrazarla y acercarla a su cuerpo.
—¿Ahora sí vas a dormir? —Inquirió Helena, mirándolo sobre su hombro.
—Puedo intentarlo —susurró él.
Pero antes de que la mujer pudiera registrar el divertido tono de voz de él, el rubio se atrevió un poco más y poso un ligero beso sobre el cuello femenino. Helena se removió en su sitio y soltó un pesado suspiro, su piel poniéndose de gallina, solo que ya no estaba segura si eso tenía que ver con el veneno o no. De cualquier manera, aquel simple roce se sintió demasiado íntimo.
El abrazo del rubio se apretó un poco y él se dispuso a acariciar la piel ajena con su nariz.
—¿Arthur?
—¿Sí, amor? —Preguntó, fingiendo inocencia.
Helena inhaló hondo y se volvió a remover, pero una pequeña y grave exclamación vibró en el pecho de Arthur, por lo que ella se detuvo en ese instante. El corazón le latía enloquecido en el pecho y de repente, pareció notar por primera vez la cercanía y posición en la que estaban sus cuerpos.
Con las mejillas ardiéndole a más no poder, lo enfrentó.
El rubio se apoyó en uno de sus brazos, para alzarse un poco más sobre la anatomía de ella, todavía abrazándola con el otro brazo. Sin perder otro segundo, su agarre sobre Helena se volvió a intensificar y la acercó a él para besarla.
Definitivamente esa noche era diferente.
► Agarrando la tela del camisón de Helena en un puño con su mano, se tragó un gemido propio al sentirla tan cerca de él, con solo unas delicadas telas separando sus pieles, deseosas del roce del otro. La mujer lo abrazó por el cuello, sus dedos y uñas acariciando el cuero cabelludo de Arthur, lo que provocó un quejido placentero por parte de él.
Con cada pasional segundo, cada toque y beso, sintieron que sus cuerpos se volvieron insoportablemente calientes, presionados por completo con el otro, estremeciéndose.
Separándose un poco para respirar, el rubio acarició todo un costado del cuerpo de la elemental, sintiendo bajo la palma de su mano cada sensual curva femenina, hasta detenerla en el muslo y posar la pierna de la mujer sobre su cadera. Arthur se sentía demasiado hambriento por ella y sabía que aquello era mutuo, pues los ojos pardos de la mujer que tanto quería estaban oscurecidos y deseos, probablemente el perfecto reflejo de los suyos propios.
La pequeña distancia que habían creado entre sus rostros, pronto volvió a desaparecer.
Después de volver a acariciar con intensidad los labios de la castaña con los suyos, de inmediato bajó y se inclinó más para para besar el cuello de ella, saboreando y pellizcando la delicada piel, ganándose un placentero susurro de su nombre.
—Arthur...
Con una exhalación profunda, él se movió hasta tenerla por completo bajo su anatomía, dejándola a ella descansar sobre su espalda, acomodándose él entre sus piernas, abriéndolas y provocando que sus partes más íntimas se rozaran entre sí. La manera en la que ella soltó un gemido lo hizo temblar como no creyó que sería posible. Suspiró con pesadez, sintiendo cada vez más aquella intensa excitación que estaba tomando control de sus acciones, y volvió a unir sus labios con los de ella. Jugando y acariciando la lengua ajena, empezó a mover sus caderas contra las de Helena, de manera que esa vez ambos suspiraron el nombre del otro en un gemido.
Todo estaba yendo demasiado bien, se sentía demasiado bueno y por ese mismo pensamiento, detuvo sus acciones.
Con un pequeño gruñido, se alejó de la castaña. Sentía su pecho querer explotarle de emoción y nervios, pero no era desagradable, era una sensación increíble y bienvenida.
—Quiero que seas mía —habló un poco agitado.
Una sonrisa se abrió paso en los hinchados labios de Helena.
—Solo si tú serás mío —susurró.
—Es bueno que no nos guste compartir —murmuró acercándose otra vez al rostro de ella, su corazón tartamudeando en su interior en frenéticos latidos —. Pero ya soy tuyo, amor.
Su voz se había vuelto un poco seria al final, pero de igual manera se percibía la calidez e invitación del momento. Arthur alzó una de sus manos para acariciar el sonrojado rostro de Helena y despejarlo de cualquier cabello rebelde que tanto le gustaba.
»Desde el principio —concluyó.
Soltando una pequeña risilla, la castaña abrazo la cadera del hombre con sus piernas y lo atrajo hacía sí. Aquello lo sorprendió en un principio, pero pronto se dejó vencer por los deseos, sintiendo su excitación subir cada vez más a cada segundo, con cada roce y gemido que aterrizaba en sus oídos por parte de ella.
En ese momento, las manos de Helena comenzaron a acariciarlo, explorando su espalda y hombros, hasta que las posó en el abdomen de él, sintiendo los músculos contraerse con cada caricia. La tela comenzaba a ser demasiado incómoda para ambos, por lo tanto no tardaron en deshacerse de ella. Apenas ambos cuerpos quedaron desnudos, la boca de Arthur se aferró una vez más al cuello de la castaña, besando, lamiendo y mordisqueando a su gusto.
No le importaba en absoluto que a la mañana siguiente todos en el refugio se dieran cuenta de lo que sucedía entre ellos dos, porque ahora, a él solo le importaban los sonidos que le provocaba a ella, las manos femeninas explorando su cuerpo. Se invitaban mutuamente a seguir y seguir, hasta que no fuera posible diferenciar donde terminaba o comenzaba el otro. Arthur quería, deseaba todo de ella y viceversa.
Helena se removió, sus cuerpos rozándose y acariciándose en maravillosa tortura.
—Eres tan hermosa —gimió Arthur, sin dejar de balancear sus caderas, acariciando sus partes más sensibles entre sí.
Bajando sus besos del cuello a los senos de ella, la reacción fue inmediata por parte de Helena, quien se curvó hacia él y gimió también, tirando la cabeza hacia atrás.
—Arthur —suspiró ella agitada.
El nombrado dejó unos últimos besos y sensuales mordiscos sobre la suave piel, antes de seguir bajando, dándole toda la atención posible a cada parte del cuerpo de la mujer que descubría. Alzándose un poco sobre Helena, agarró una de las piernas de ella, dándole un apretón al muslo mientras admiraba la anatomía femenina que se encontraba debajo de él. Admiró cómo el pecho de la castaña subía y bajaba en rápidas respiraciones, notando cómo había temblado un poco ante su intensa mirada, el sonrojo de su piel causado por los labios, lengua y dientes del rubio.
—¿Ya estás cambiando de opinión? —Bromeó ella al observarlo tan quieto.
—Solo estoy disfrutando del momento —contestó él, paseando sus manos por el abdomen de ella, sintiendo la manera en que la piel acariciada reaccionaba con naturaleza a su toque.
Entonces Helena se enderezó y se sentó, todavía teniendo entre sus piernas a Arthur. Lo abrazó por los hombros y comenzó a repartir besos y pequeños mordiscos en la fuerte y barbada mandíbula, para después pasarlos por el cuello y trabajado pecho. La respuesta de él fue casi inmediata, quien alzó un poco las caderas, buscando la humedad y calor que el cuerpo ajeno le ofrecía.
Abrazando a la mujer, provocando sus pechos entraran en fuerte contacto, una de sus manos bajó hasta acariciar la zona íntima. Helena, soltando un fuerte gemido, movió sus caderas de manera circular, hasta que ya ninguno de los dos soportó más aquel placentero sufrimiento.
Arthur, posicionando su miembro erecto en el centro de la feminidad de Helena, atrajo el cuerpo de ella para finalmente sentir cómo su humedad lo envolvía por completo. Cuando por fin se enfundó por completo, sus pieles se apretaron con fuerza, y el gemido que soltó Helena casi lo hizo perder todo el autocontrol que le quedaba.
—¿Estás bien, amor? —Preguntó el rubio con suavidad.
En el segundo en el que la mujer asintió, Arthur llevó sus cuerpos devuelta a la cama, recostándola a ella sobre su espalda, sin interrumpir en ningún momento su agradable conexión.
Solo entonces él alejó sus caderas casi por completo, esperando por un segundo para no golpearse inmediatamente contra ella, y luego las unió de nuevo, estableciendo un ritmo lento e íntimo.
Tuvo que mantenerse a raya todo el tiempo, casi abrumado por las sensaciones que embargaban su cuerpo como grandes olas, hasta que los muslos de Helena se apretaron y tensionaron más a su alrededor y las uñas de la mujer cavaron sobre la piel de sus hombros. Entonces recibió el mensaje, acelerando el ritmo de manera gradual.
Y se sintió increíblemente bien. El calor, la fricción entre su piel, el sonido áspero y sucio de sus caderas conectando, los dulces gemidos.
Y cuando su atención se deslizó un poco, casi lo arrojó al borde.
—¡Oh, Helena, yo... —Las palabras murieron en sus labios, un gemido reemplazándolas. Helena solo le clavó más las uñas, raspando la piel y curvando más cuerpo hacia el de él.
—Sí, yo... también — exhaló, gimiendo al final.
Sintiendo que no iba a durar mucho más, se apoyó de forma segura en uno de sus brazos, soltó la cadera de la mujer para llevar su mano hacia la intimidad de ella y tocó su clítoris, presionándolo con ligereza. La reacción fue instantánea. Las caderas de Helena se elevaron, su cuerpo se estremeció y Arthur de inmediato comenzó a acariciar aquel manojo de nervios con sus dedos, tratando de no perder el ritmo de sus embestidas.
—Arthur, yo-ah...
Al escuchar su nombre casi desgarrado por un gemido, los movimientos del rubio vacilaron un poco y gimió ruidosamente. Llevó su boca al cuello de ella y comenzó a pellizcar la piel, mordiendo y succionando nuevas marcas.
De repente, el cuerpo de la mujer se congeló, una inhalación atragantada, solo para removerse con fuerza justo después, rompiendo en continuos temblores. El nombre del heredero goteando en gemidos incontrolados de nuevo.
Él, rindiéndose también, alejó sus caderas en el último segundo para unirse a ella en éxtasis, amortiguando el nombre de Helena en el cuello de la misma. Sus músculos se contrajeron en un dulce y delicioso placer. Fue todo lo que pudo hacer para no derrumbarse sobre ella justo después de que ambos llegaran al clímax.
Con el cuerpo aun temblando, se sostuvo sobre la castaña con sus codos, observando la contenta expresión en el rostro de ella, sintiendo el orgullo y la felicidad creciendo en su pecho.
Arthur se acercó a ella y una amplia, aunque un poco cansada, sonrisa se extendió en los dos rostros.
Bueno, este capítulo salió mucho más largo de lo esperado, pero espero que valga la pena jijijiij
Pareciera que Helena se fumó unita por allá con la maga JAJAJAJAJAJ Yyyyy Arthelena ya está consolidadoooooo A ver cuánto les dura la felicidad ahre
Váyanse a bañar y echar agua bendita, por favor. Es la primera vez que me aventuro a escribir eso, por favor sean sinceros y amables conmigo xdd
Admito que desde un principio tenía pensado hacer una escena así en este fanfic, pero estaba muy insegura (de hecho, todavía lo estoy), así que espero no haberme avergonzado ni perder lectores :D
También unas gracias especiales a mi muchis Share (aestheticenergy) y a mi bella Lexy (liquorkisses) por haber sido mis lectoras beta para esa escena, para no acobardarme ni arrepentirme y que no fuera un total desastre jajajaja
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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