Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

»of stones and missions

(Escuchen la canción en multimedia cuando vean esto: «»)











                    Esa madrugada Gilbert salió del orfanato, tratando de ser lo más silencioso posible, para no alertar a ninguno de los niños y no preocupar a Clarisse. Era claro que en cuanto su ausencia se hiciera notar, la bella mujer que lo había cuidado todos esos años, inevitablemente se preocuparía, pero lo prefería de esa manera. Si podía regresar junto a Helena, todo malestar mejoraría en la madre.

Poniendo pie sobre las calles, rememoró lo sucedido la noche anterior.
A pesar de que había arruinado el trato pactado con los rebeldes, gracias a la captura de Bill por los soldados en el burdel, no pensaba dejar que la oportunidad de volverse a encontrar con su mejor amiga se fuera por la borda. Así que emprendiendo su camino hacia los botes de contrabando en el río, estaba afanado de llegar al punto de encuentro que estaba acordado. Era verdad que no tenía ni idea de cómo reaccionarían cuando lo vieran aparecer solo, sin el canoso por ninguna parte, pero era algo que quería arriesgar.

—¡Hey! —Alertó un hombre desde una esquina.

Ante el llamado, Gilbert volvió su cabeza hacia el sonido de la voz, sabiendo que le hablaban a él, pues las calles, a esas horas de la mañana, se encontraban desérticas. El castaño, maldiciendo por enésima vez en su interior, se detuvo y esperó con paciencia a que el soldado llegara a un lado de él.

—Buenos días —saludó el castaño con buen ánimo.

—¿Qué llevas en la bolsa? —Inquirió el hombre de armadura, arrebatándole el objeto sin esperar respuesta.

—Solo algunos bienes para empezar mi jornada de trabajo, señor —contestó con fluidez. Aquella respuesta era bastante común en Gilbert, sobre todo cuando se dirigía a los puertos.

—Bien —declaró el otro, devolviéndole la bolsa de cuero al castaño —. Muéstrame tus antebrazos.

Ante esa petición, Gilbert soltó un suspiro pesado y negó con la cabeza, dándole toda la respuesta al Soldado Negro. Preguntaba sobre la marca que les daban a todos los hombres que habían pasado ya la prueba de la espada.

Pronto, el huérfano se encontró a sí mismo abordando un barco con destino a Camelot. No más ayer había estado pensando que en algún momento le tocaría hacer ese viaje para mostrar que no era el nacido rey, solo que esperaba que aquello no fuera sucediera en el día menos oportuno.

Decir que se sentía desesperado era poco. No solo había hecho que Bill terminara arrestado, seguramente muerto, sino que también había perdido su oportunidad de ver a Helena. No tenía caso que él explicara que era del campo y que su familia había crecido en granjas y montañas, nadie le creería y eso era lo último que al rey le importaba. Todos los hombres que vivían esos años de adultez debían pasar por la prueba, no solo para rectificar el reinado de Vortigern, sino también para que quedara claro que no representaban una amenaza o peligro para quien llevaba la corona. Aunque Gilbert todavía se preguntaba qué pasaría cuando el heredero directo de Uther Prendragon, llegara a desenvainar la espada de la piedra. ¿Sería condenado a muerte por sus orígenes o perecería sin la clara oportunidad y derecho de luchar por lo que le pertenecía?

La respuesta a esas preguntas podía ser incierta, sin embargo la tiranía de Vortigern no parecía conocer límites.

El transporte estaba repleto de hombres que rondaban la misma edad de Gilbert, quizá menores o mayores, todos en diferentes condiciones económicas, incluso de salud. El espacio, al ser tan pequeño para tanta gente, obligaba a los pasajeros a mantenerse de pie y chocar hombros, gracias al constante balanceo al que estaban sometidos.

Mientras Gilbert paseaba sus ojos por el gentío, buscando algún rostro conocido, pronto lo encontró. No era justo la persona que toparse en esa situación, pero era mejor que nada, así que decidió comenzar a abrirse paso hacia el rubio del burdel, hasta llegar a un lado de él. De inmediato notó que el hombre de ojos azulinos parecía llevar una mueca de disgusto pasmada en el rostro.

—¿Listo para probar suerte? —Curioseó el castaño a forma de saludo.

Arthur lo vio de reojo: —Es una estupidez todo esto —resopló con cierto desprecio.

—Bueno, nosotros no hacemos las reglas del juego —comentó encogiéndose de hombros —. La gente se está comenzando a inquietar, incluso los Soldados Negros, que por cierto... —se quedó callado un momento, fingiendo buscar las palabras deseadas —, creí que no ponían un pie en el interior del prostíbulo.

Ante las palabras de Gilbert, el rubio volteó a verlo, alzando una ceja. No sabía bien a que se refería el castaño, pero Arthur casi podía percibir un tono de queja en la voz de su acompañante.

—¿Algo más que quieras comentar? —Cuestionó cruzándose de brazos.

—¿Para qué te necesitó Jack's Eye después de que se llevaron al rebelde?

Una sarcástica sonrisa se abrió paso en los labios de Arthur.

—Parece ser que la curiosidad sobre mis acciones es importante —desvió el tema —. Creo que sería mejor si me contaras en donde está ella. No puede haber otra razón por la que hayas estado allá ayer.

A pesar de no nombrarla, el nombre quedaba colgado de manera implícita en la conversación. No era difícil para Gilbert saber que el bienestar de su amiga significaba mucho para Arthur, incluso si no lo decía en palabras, pero sus acciones gritaban más de lo que alguna vez su garganta podría expresar. Aunque las intenciones del rubio siempre habían resultado ser buenas, Gilbert no siempre se sentía seguro de dejar que Helena se involucrara tanto con él, por miedo a que ella saliera lastimada. Tal vez las cosas no sucederían con la intención de que resultara herida, pero el castaño estaba convencido de que eventualmente sucedería.

Arthur no estaba hecho para asentarse y su mejor amiga merecía más estabilidad, algo que siempre le hizo falta en su vida.

—Sé que te importa —contestó el más joven —, pero no puedo decirte donde se encuentra.

Aquella respuesta pareció disgustar bastante a Arthur, quien no dudó en lucir enojado, incluso cuando sabía que nada serviría en contra de Gilbert para que soltara la lengua.
La relación, si es que se podía llamar así, que llevaban ellos dos, era gracias a la castaña, siendo esta conexión formal, pero desinteresada por el otro. El rubio sabía que meterse en alguna clase de pelea o discusión con el castaño le costaría su cercanía con Helena, por eso nunca dejaba que nada de lo que le dijera Gilbert fuera suficiente para hacerlo explotar. A pesar de que nunca faltaron las veces en las que no quisiera poner al castaño en su lugar.

Como decirle que su complicada relación con Helena no le concernía en lo absoluto.

Era extraño cómo justamente la misma mujer que los hacía interactuar, sin saberlo en realidad, era la misma que los mantenía alejados con cierta energía hostil.

—¿Está ella bien? —Preguntó, queriendo dar por finalizada la pequeña lucha de miradas entre ellos dos.

—Sí, sí lo está —contestó el castaño con la suficiente cordialidad que podía dedicarle a Arthur.

En cuanto llegaron al destino, la impaciencia de los Soldados Negros comenzaba a picar en los nervios de Gilbert y el rubio. Mientras desabordaban el barco, Arthur notó de inmediato otro, en el que tenían encerrados un gran número de niños, los cuales no superarían los quince años de edad. Las especies de jaula en las que los tenían atrapados no estaban hechas de metal, sin embargo la imagen de ver tantos rostros jóvenes en aquella situación, mandaba un malestar en el interior de ambos.

—¿Qué es lo que harán con ellos? —Cuestionó el rubio, a nadie en específico.

—Supongo que eso es lo que sucede cuando no pagas tus impuestos —contestó otro hombre regordete que caminaba a un lado del castaño.

—¿Llevándose a los niños? —habló Gilbert, sin ser capaz de ocultar su impresión —. Qué mierda es todo esto —terminó negando con la cabeza.

—¿Pero para qué los necesitan? —Siguió preguntando Arthur. Todavía le parecía irreal lo que estaba viendo.

—Te digo algo —contestó el mismo hombre de antes —. Por qué no mejor le preguntas al rey tú mismo, cuando lo veas.

Arthur lo volteó a ver, luciendo molesto con la respuesta escupida en su dirección, sin embargo no hizo nada, pues no tenía deseos de gastar energías con alguien que no valía la pena. Sería una estupidez empezar una discusión cuando estaban rodeados de soldados.

Siguieron caminando hasta tener ante ellos un valle, en medio de las montañas sobre las cuales estaba construido Camelot. El espacio estaba repleto de Soldados Negros y la fila hacia lo que parecía ser el punto de llegada, comenzaba a dar la impresión de ser interminable.

No habían pasado más de diez minutos desde que se habían formado con la multitud de hombres, cuando Arthur resopló impaciente y se comenzó a abrir paso para adelantarse.

—Arthur, espera —trató de advertirle Gilbert, pero el rubio se escabulló con facilidad entre la masa de personas —. Este es otro que tiene deseos suicidas —se quejó entre dientes, tratando de hacer también el mismo camino que el hombre de ropas blancas.

Lo bueno de los colores claros de la vestimenta de Arthur, era que resaltaba lo suficiente como para que el castaño no le pudiera perder de vista con facilidad. A pesar de estar varios pasos por detrás, seguía con sus ojos cafés fijos en la figura del rubio.

«»                    Decidió detenerse en cuanto la fila terminó delante de él, quedando de primero, pero el otro siguió hasta casi estar en frente de la piedra, la misma en donde estaba enterrada la espada Excálibur.

Gilbert miró hacia todas partes, con cierto nerviosismo y presentimiento asentándose en la boca de su estómago. Se removió en su sitio con intranquilidad y volvió su vista hacia Arthur, quien se acercó finalmente a la espada. En el momento en que la mano del rubio tocó la empuñadura del arma, una extraña energía recorrió el lugar, poniendo a todo el mundo alerta, sin siquiera ser esa la intención.

Viendo cómo Arthur esta vez comenzaba a agarrar la espada con ambas manos, los perros comenzaron a ladrar y luchar contra sus amarres, los caballos empezaron a relinchar y moverse, queriendo tumbar sus propios jinetes. Parecían esperar y a la vez estar atentos a lo que estaba sucediendo. Aquellas actitudes de los animales fueron bastante extrañas, como si pudieran percibir la fuerza que aquella arma de filo conllevaba en su material.

La tierra comenzó a removerse, la nueva torre del palacio, que todavía seguía en construcción tembló con brusquedad, mientras que el rubio comenzaba a sacar la famosa espada de la piedra.

Al ambiente era caótico, sin embargo parecía ser correcto, porque ante todos ellos, se alzaba el legítimo rey de Gran Bretaña.

Arthur era el rey legítimo de Gran Bretaña.

En cuanto el rubio tuvo en sus manos la espada, fuera del mineral, los Soldados Negros no dudaron en comenzar a agruparse para atacar. Cierto sentimiento de angustia y alarma se cernió sobre todos los que tuvieron la inesperada oportunidad de presenciar aquel histórico hecho, que antes había sido considerado como una simple historia para niños.

En medio de todo ese caos y la incredulidad de Gilbert, este no pudo reaccionar a tiempo y pronto fue empujado y maltratado lejos del valle, devuelta a los barcos. Trató de forcejear, pero el desorden era impresionante y pocos querían volver por miedo a ser atacados por el ejército, siendo obvia la regla de que todo aquel que se interpusiera entre las acciones y deseos del rey, sería agradecido con la muerte.

El castaño todavía no podía darle crédito a lo que acababa de presenciar. Ante sus ojos, algo que se creía que era un simple mito, acababa de convertirse en verdad. De inmediato pronto se preguntó cuánto tiempo demoraría todo eso en convertirse en leyenda, aunque de aquello último no estaba seguro, porque no existía ni la más mínima certeza de que el rubio sobreviviría.

Ahora solo le quedaba preguntarse sí mismo, cómo daría la noticia a Helena, cuyo propósito actual no solo era meterse en problemas, sino apoyar La Resistencia; apoyar a Arthur, aunque era seguro que ese detalle no lo sabría aún.

No solo había tenido que presenciar el arresto de Goosefat Bill, sino también la condena de aquel hombre de ojos azules.



Helena Silverstone estaba comiendo, sentada en una mesa, acompañada de Percival y Rubio, cuando un tremendo dolor de cabeza la azotó. Soltando un gemido lastimero ante el imprevisto malestar, dejó los cubiertos en el cuenco y apoyo su cabeza sobre sus manos.

Su cráneo parecía querer salirse y separarse del resto de su cuerpo. Entre más trataba de sobrepasarlo, más se expandía, así que se levantó de repente, alertando a los cercanos de la cueva, quienes observaron a la castaña con una expresión preocupada.

Pasaron unos pocos segundos, hasta que Helena sintió unas manos femeninas sostener las suyas con inquebrantable firmeza. Abrió los ojos, a pesar de que estos le pedían a gritos que los volviera a cerrar. Tenía lágrimas acumuladas y el pardo de sus irises había cambiado por un brillante plateado, para nada común en ninguna persona.

—Concéntrate —ordenó la maga —. Concéntrate en lo que estás viendo.

—N-no lo sé, no veo nada —lloriqueó con debilidad.

—Puedes ver más de lo que te imaginas, concéntrate —repitió la mujer de cabellos negros, sin soltar las manos de la otra.

Helena se esforzó por enfocar su visión en algo que desconocía. No lograba agarrarse de ninguna imagen que resultara lógica en su cabeza, no encontraba el ancla. La energía recorriendo su cuerpo era poderosa, intensa y por primera vez, sentía que estaba conectada a algo que no lograba ver con claridad.

Aguantando el dolor que era provocado por toda esa potencia recorriendo sus venas, inhaló aire con fuerza, a la vez que varias piedras se comenzaba a alzar alrededor de las mujeres. Los demás rebeldes que se encontraban ahí presentes, se alejaron temerosos de la pareja, pero se negaban a salir del refugio y perder de vista el acontecimiento.

Era la primera vez en más de dos décadas, desde que un elemental y un hechicero se reunían, hecho que no solo daba esperanza a la gente, sino también un sentimiento de invencibilidad. Una sería la guía del hijo de Uther Pendragon, mientras que la otra, no solo estaba conectada con la plata de cierta espada, sino que era la clave para poder destruir la magia negra que contaminaba el reino.

Pronto, una visión clara si hizo presente en la mente de Helena, quien todavía tenía sus ojos desenfocados y brillando con tremendo grisáceo en sus irises.

Una piedra, una espada en ella y alguien sacándola.

En cuanto cerró los ojos y los volvió a abrir, su pardo había vuelto a la normalidad, pero la respiración de la castaña era agitada y su expresión frenética. Buscaba respuestas a preguntas silenciosas que no sabía cómo formular en palabras claras. En ese instante, el sonido que cosas sólidas cayendo al suelo rocoso de la cueva llamó su atención y, al desviar sus ojos de los de la maga, se dio cuenta que estaban rodeadas de piedras de diferentes tamaños, mientras que las personas se encontraban alejadas varios pasos de ellas.

—¿Qué fue lo que viste?

—El verdadero rey se ha presentado —contestó Helena.

—¿La espada ya fue sacada de la piedra? —Preguntó Bedivere, acercándose con cautela.

La elemental solo asintió con su cabeza. Todavía se sentía abrumada por todo lo que acababa de presenciar y sentir. A pesar de que su mente parecía haberse calmado y que aquella energía se acababa de apaciguar, para terminar solo en una especie de vibración constante en su anatomía, no podía dejar de hacerse preguntas en su interior,

¿Qué clase de importancia y conexión tenía ella con la restauración del reino y su auténtico líder?

—Prometieron respuestas —recordó Helena, a pesar de que no dijo las palabras con la misma fuerza que solía poner en ellas.

La maga se mantuvo en silencio y observó las piedras que las rodeaban, para luego asentir para sí misma. Después volvió su vista hacia una cansada mujer de hebras castañas.

—Las obtendrás, pero todo debe ser a su tiempo —prometió el cabecilla de La Resistencia —. ¿Pudiste ver el rostro del hombre?

Ante la negativa dada como respuesta, todos se quedaron en silencio en sus lugares, hasta que de un momento a otro, un hombre que había sido enviado como explorador a los terrenos de Camelot, ingresó corriendo al interior de la cueva, alertando a todos.

—¡El rey! —Exclamó ahogado, gracias a la falta de aire, gracias a la carrera que tuvo que emprender —. El hijo de Uther Pendragon será ejecutado públicamente.











Siento que estoy volando publicando todos estos días capítulo nuevo xdd ¿Qué tal les está pareciendo la historia hasta ahora? ¿Predecible? ¿Normal? ¿Meh?
Espero que ninguna de las anteriores :|
Por cierto, he decidido alargar la maratón el día de mañana, PARA PODER TENER EL REENCUENTRO ARTHELENA QUE TODOS QUEREMOS. ¿Alguna idea de cómo será? :D Con esos dos solo se pueden esperar problemas, so...

Gilbert y Arthur se entienden, pero a la vez no JAJAJAJAJAJ Helena es el puente entre ellos dos y no lo sabe xddd

¿Qué es lo que tiene nuestra prota en relación con todo lo que está sucediendo? Yo me muero de revelar eso pronto ^^

*La escena escena del barco, la llegada a Camelot y la espada en la piedra, son canon en la película, al igual que la canción en dicha escena. Solo tomo crédito de mis elementos originales, como la inclusión de Gilbert y ciertos diálogos y tramas que no resulten conocidos.





Maratón 3/4
a-andromeda

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro