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»of fears and revelations

(Escuchen la canción en multimedia cuando vean esto: «»)





























                    Causar daño y dolor, ese era el único poder que le interesaba a Vortigern y que, siendo sincero, desarrollaba a la perfección. El usurpador conocía eso muy bien desde hacía años, él mismo se lo había hecho entender esa vez cuando Arthur creyó que sería ejecutado.

"Cuando la gente te teme... quiero decir, realmente te teme, es la sensación más embriagadora que un hombre puede poseer."

Era esa capacidad de tomar decisiones tan difíciles que muchas veces no llegaba a importar qué tan buenas o malas serían, solo que eran necesarias. Él no quería cargar con un peso que todavía no sabía cómo manejar, pero que si no lo hacía, entonces él y todos los demás quedarían siempre sometidos ante el hombre que sí era capaz de infringir esos daños y gobernar sin moral ni compasión.

Y eso era algo que no quería no debería permitir.

La visión que la Dama del Lago le había mostrado había sacudido todos sus sentidos y miedos, obligándolo a volver a aceptar una vez más la espada como suya. Aún le faltaba entender que no tomaba a Excalibur como un arma que sería netamente usada para atacar, sino como lo que en realidad era: un instrumento de protección y salvación para destruir aquellas fuerzas oscuras que contaminaban su país gracias a las terribles acciones y planes su propio tío.

Al sacar la espada del fango, con todo su ser ensuciado con lodo por todas partes, manchado con derrota y casi desesperanza por todo lo sucedido, alzó el arma con la punta hacia el cielo. Arthur hizo lo mismo, volviendo su rostro hacia arriba, antes de lanzar un tremendo grito, hasta que la garganta le raspó y la voz se le cortó.

En cuanto terminó suspiró de manera pesada, sintiéndose un poco más como él mismo y se levantó con dificultad, pues ya toda su anatomía estaba sintiendo por primera vez, desde que salió a correr por el bosque, el desgaste que sufrió de manera física, emocional y mental. Aquella humareda de sentimientos y sensaciones encontradas habían nublado su juicio y habían casi dictado su renuncia a lo que el destino le había planeado y, aun así, aquello se negaba dejarlo en paz y lo empujaba una y otra vez a avanzar a como diera lugar.

—Art...

El rubio se volvió de inmediato hacia la fuente de la voz con el cuerpo tensionado, antes de relajarse al ver la figura de Helena aparecer entre los árboles, aunque su corazón sí siguió estrujado. Ella lucía cansada, con la piel pálida, ojeras y despelucada, solo que él no encontraba todavía manera de dejar de verla menos atractiva que de costumbre, ya que él había tenido el maravilloso privilegio de observarla en todas sus facetas. Sí, la actual imagen que estaba ante él podría ser una de sus menos preferidas, pero tenía claro que jamás dejaría de deleitarse con la simple visión de ella.

Pasó su peso corporal de un pie al otro, incapaz de moverse de su sitio mientras veía que ella se acercaba a él.

—Deberías estar en el refugio.

—Tú deberías estar en el refugio —contraatacó, llegando a posicionarse enfrente de él —. Pero antes necesitas un baño —concluyó con una media sonrisa, tratando de aligerar el ambiente.

Arthur detestaba eso con toda su alma. Aquella curvatura de labios tan rota y forzosa que la elemental dibujaba, como si tratara de quitarle el peso de encima, un peso que sabía que él tenía que cargar, un peso muerto, la responsabilidad de la culpa.

Frunció el ceño y desvió sus orbes hacia otro punto del bosque, inseguro de poder mantener aquella mirada parda en su campo de visión. Se sentía demasiado mal por la muerte de sus amigos, que no sentía que sobreviviría si encontraba el odio que tanto buscaba en los ojos de Helena. Estaba aterrado de enfrentarse con el rostro de la decepción e indiferencia hacia su persona por parte de ella. Jamás sería capaz de superarlo, no era tan fuerte cuando se trataba de esa mujer.

—Necesitaba un respiro —contestó cortante.

Aquello hizo fruncir el ceño a la castaña.

—Está bien, todos lo necesitamos en algún momento —aceptó ella, a pesar de sentirse confundida con la actitud de Arthur —. Traje un caballo, podemos volver juntos al refugio y-

Él le interrumpe.

—Vuelve tú, necesito estar solo.

Helena hizo una mueca y, sin importarle en quedar completamente sucia por todo el fango que colgaba de la ropa de Arthur y que decoraba su rostro, se acercó a él y lo tomó de ambas mejillas. Lo obligó a verla con atención y él a regañadientes lo hizo. La poca iluminación de la madrugada no dejaba ver muy bien las expresiones del otro, pero se conocían lo suficiente como para percibirlas, no solo en el rostro, sino también en su lenguaje corporal, y ella sabía lo que el rubio estaba tratando de hacer.

—Así como me pides que no me aleje, no hagas tú lo mismo —pidió en un susurro —, aquí estoy, Art.

—Helena —suspiró y cerró los ojos, agachando la cabeza, pero eso no logró que ella deshiciera el agarre —. No entiendo cómo es que estás aquí después de todo esto —confesó a medias —, es mi culpa.

«»                    La castaña lo observó horrorizada cuando lo terminó de escuchar. ¿Qué se suponía que significaba eso? ¿A qué se refería? El corazón comenzó a latirle con locura, temerosa de lo que podría seguir a continuación.

—No es tu culpa, es de Vortigern. No te cierres, por favor —rogó con un hilo de voz. Los dos estaban demasiado lastimados como hacerse pasar por aquello —. Aquí estoy para ti.

—Te perdí en el segundo en el que Gilbert murió en Londinium.

Ante las palabras dichas, ambos se quedaron en completo silencio. Mientras la fémina trataba de comprender lo que acababa de escuchar, el otro tomó aquel silencio como la respuesta negativa y definitiva que tanto le asustaba. Una cosa para él era pensarlo, otra muy diferente era que ese temor se consolidara ante sus ojos.

—¿En verdad crees que te voy a imputar por eso? —Preguntó sorprendida y entristecida, logrando que él la mirara de nuevo con confusión renovada —. No seas terco Arthur, la muerte de él no tuvo nada que ver contigo —aclaró, sintiendo un nudo en la garganta por enésima vez al recordar a su mejor amigo —. Gil tomó su decisión y ahora nosotros tenemos que hacer que valga la pena.

El enojo no se había hecho esperar en su tono de voz, sin embargo, Arthur volvió a desviar la mirada.

» ¿Me quieres alejar? Muy bien, te doy tu espacio. —Y como si quisiera resaltar sus propias palabras, lo soltó y dio un paso completo lejos de él. De inmediato, el rubio extrañó el perfume familiar y la calidez de la elemental cerca suyo —. Si eso ayuda a que se te enfríe la cabeza, lo haré, pero no te atrevas ni por un segundo más a creer que yo te podría odiar. Cuando se te baje la estupidez y estés listo para hablar, sabrás donde encontrarme.

En el momento en el que la vio empezar a caminar devuelta a su transporte, le fue inevitable querer volver a tratar de aclarar sus dudas. Sintiendo el corazón en la garganta, se pasó una mano por el rostro en señal de frustración antes de mandar toda su atención hacia la figura lejana de Helena.

—¡¿Pero por qué no lo haces?! ¡¿Por qué no me odias si yo provoqué todo esto?! —Exclamó perdido y desesperado.

Sentía que no tenía ningún otro lugar al que agarrarse y que encontraba mejor manera de dejarse caer por completo y esperar así, que al tocar fondo, encontrara nuevas fuerzas para levantarse. Pero primero sentía la necesidad de cerrar algo, a pesar de que no pudiera distinguir si era lo correcto o no.

—¡Porque estoy enamorada de ti, maldita sea! —Contestó ella a gritos también volviéndose a verlo —. Si llega a haber un momento en el que tu tozuda cabeza lo comprenda en todas sus formas y sentidos, entonces dejarás de inculparte.









Decir que estaba enojada era poco.

Helena tenía la sensación de que, si su corazón no se calmaba, entonces toda la frustración acumulada en su interior finalizaría con ella echando llamas a través de sus manos u ojos. Siendo una elemental no sería tal vez tan extraño, el problema era que ella no tenía ni idea de cómo hacer esas cosas o si podría controlarlo en caso de que sucediera, ni siquiera tendría tiempo de aprender todo eso.

Había creído que no tendría tiempo para expresar sus sentimientos y a la primera explosión, no había dudado en gritarlo a los cuatro vientos en medio del bosque en la madrugada. Se sentía extraña, molesta, y terriblemente enamorada de Arthur Pendragon.

Otra de las cosas que había creído desde que había descubierto su destino era que todo estaba marcado y asegurado, pero en realidad ya no lo sentía así, pues nada de lo que pensaba sucedía como esperaba y la única certeza que tenía a su alcance era eso: su amor por él.

Antes no había habido mayor palabra intercambiada entre ellos sobre sus sentimientos amorosos y, a pesar de que ella había querido hacer ojos ciegos y corazón hueco, le era inevitable e inútil negar lo obvio. Se había quedado sin excusas hacía tanto que no haberlo confesado antes le parecía una pérdida de tiempo.

Helena Silverstone había aprendido que no debía dar las cosas buenas por sentado en la vida. Cuando menos se lo imaginó, había sido empujada a otra dirección, a un camino diferente al que ella se había ideado y aun así, al parecer ese seguía siendo su destino.

Nada ocurría por error y el tiempo tenía ese pecado de lo imprevisible y perfecto en su manera más retorcida.

Decidiendo acelerar el paso de la yegua, entre más cerca estaba de la cueva, más comenzaba a escuchar el ruido que provenía de esta. Frunció el ceño al distinguir dichos sonidos, ya que el refugio tenía la regla y característica más grande de permanecer oculto y pasar desapercibido, incluso cuando estaba en medio de la nada. Siempre era necesario ser demasiado cuidadoso, sobre todo en una guerra que no tenía descanso.

En el segundo en el que escuchó el primer grito, no dudó en iniciar una carrera en dirección al lugar.

Sintiendo el viento frío chocar contra su rostro y remover su ondulado cabello, entrecerró los ojos tratando de enfocar bien su visión a través de los árboles y encontrar la entrada exacta. Cuando lo hizo, por una milésima de segundo, deseó no haberlo hecho.

Soldados Negros.

Con el corazón latiendo rápidamente en su pecho, se bajó del animal y desenvainó su espada para socorrer a las personas que estaban siendo atacadas. No todos los que apoyaban La Resistencia eran guerreros: había familias enteras, niños del orfanato, mujeres, gente de mayor edad. Solo sería cuestión de tiempo antes de que los vencieran a todos.

—¡Blue! —Gritó buscando con sus ojos al niño entre el desorden, a la vez que traspasaba a un soldado con su espada.

—¡Helena!

La castaña se volvió hacia la persona que gritó su nombre, pero no pudo distinguir a nadie, pues más soldados habían comenzado a rodearla. Sacando también su daga para atacar y defenderse, trató de abrirse camino hacia las personas que necesitaban su ayuda. No podía dejar que alguien más muriera, no quería que nada les pasara a los niños, pero habían mandado todo un ejército al refugio.

¿Cómo habían descubierto su paradero?

—¡Busquen esa espada y al traidor! —Gritó un hombre.

La elemental lo miró sorprendida antes de lanzársele, pero su ataqué activo fue bloqueado por otro que, con ayuda de más uniformados, lograron desarmarla y la sostuvieron con firmeza para inmovilizarla. La castaña forcejeó con violencia, buscando algún punto débil del agarre mientras que al mismo tiempo sus ojos se movían frenéticos por el espacio.

Notó de primera que a los niños no los estaban asesinando, tampoco a las mujeres, pero los demás hombres u otra persona que tratara de detenerlos armada, sí los mataban. No entendía por qué ella no había recibido aquel mismo castigo, dado que ella se había lanzado a pelear con armas y ya había derrotado a más de un contrincante.

—Me has costado varios de mis hombres —comentó un general acercándose a ella. Helena se irguió y alzó el mentón con enojo —. Tienes suerte de que el rey te necesite con vida.

Sin contestar a las palabras del general, lanzó una patada hacia las rodillas de peste, provocando que se alejara de su encuentro lanzando un alarido. Luego prosiguió a mandar un cabezazo hacia el soldado que la sostenía por el lado derecho, y aquello le ayudó a que la soltara de inmediato.

Al tener su brazo libre no dudó en mandar un puñetazo hacia el cuello del que todavía la tenía aprisionada por el lado izquierdo. Aquel ataque ahogó al hombre y al soltarse, Helena aprovechó para agacharse y patear las piernas de aquellos que la rodeaban para provocar sus caídas.
Agarró nuevamente su daga, apuñaló a uno que la trató de volver a detener en la pierna y se alejó de aquel círculo que la tenía presa. En el segundo en el que iba a emprender camino para buscar refuerzos, dado que en ninguna parte había visto a Bedivere o a Goosefat y supuso que éstos habían ido a buscar a Arthur, un golpe en la parte trasera de su cabeza le hizo perder el equilibrio y fuerza.

Cayó de bruces con la visión empañada, no obstante, no se pudo reincorporar.

Cerró los ojos con fuerza y cuando sintió que alguien la iba a tocar, esa persona se alejaba horrorizada sacudiendo sus manos.

—¡¿Qué te sucede?! ¡Aprisiónala y vámonos!

—¡Está hirviendo, no puedo!

—No seas idiota —se quejó un soldado acercándose a la desplomada figura de la elemental, pero justo como había dicho su compañero: apenas sus manos enguantadas hacían contacto con ella, sentía un calor abrazador recorrerlo.

» ¡Mierda! ¿Qué demonios?

Respirando con dificultad, Helena comenzó a tratar de levantarse, detalle que alertó al enemigo. Antes de que ella pudiera hacer algún movimiento más, otro golpe volvió a aterrizar en su cabeza, noqueándola por completo.





Sentía todo su cuerpo destruido, aunque nada se comparaba con el dolor punzante en su cabeza, la cual parecía estar a punto de explotar. Se removió en su sitio y se dio cuenta de que tenía las manos y los pies amarrados. Trató de mover sus dedos y pronto notó que éstos estaban revestidos con alguna especie de guantes gruesos que no le permitían sentir la textura o temperatura del ambiente.

Abrió los ojos y lo primero que vio fueron unos zapatos negros elegantes y bien pulidos. Subiendo su mirada a través de la figura que estaba ante ella, se encontró con un hombre de mediana edad, tono de piel clara, ojos verdosos y cabello azabache. Sobre su cabeza descansaba una elegante corona. No sabía bien cómo explicarse en su interior, pero percibía la energía que emanaba de él, justo como podía sentir la magia de la maga cuando ésta la practicaba.

Era Vortigern.

—Así que tú eres la hija de Jonathon y Freya.

Helena soltó un suspiro pesado para después sentarse sobre la fría roca del calabozo.

La mujer miró con enojo y confusión al hombre. Lo que él acababa de decir no era verdad, el nombre de su padre era Benedict, no Jonathon. No recordaba conocer a alguien que tuviera ese nombre, por lo tanto, no guardaba ninguna clase de significado para ella, pero ¿por qué Vortigern había dicho aquello?

Miró a su alrededor, notando que el lugar estaba un poco iluminado y no solo era por las antorchas encendidas, lo que le indicaba que ya debían ser horas de más de la mañana. Había pasado demasiado tiempo inconsciente, el suficiente como para encontrarse a merced del usurpador, lejos de su gente, lejos de cualquier ayuda.

Esperaba que le llegara alguna señal del cielo para avisarle cuando sería su momento, porque estaba segura que si moría en ese preciso instante a manos del asesino de Uther, sería para nada.

—Entiendo si no te sientes contenta de que acabara de nombrar a tu padre —continuó al ver que la elemental se negaba a hablar todavía —, después de todo, fue él quien me dijo sobre tu existencia... la Silverstone que contiene todas las energías mágicas de los elementos.

—Lo que sea que crees, no es algo fehaciente. Mi padre se llamaba Benedict y lo asesinaste en su propio hogar —recordó con amargura y altanería.

—Bueno, al parecer hay bastantes versiones sobre tu historia, Helena —intervino agachándose para quedar un poco a la altura de la fémina —. Ya es hora de que conozcas la verdadera.

Sin darle lugar a respuesta hizo una seña a los soldados que aguardaban a la entrada y estos salieron del lugar. Pocos segundos después regresaron y traían consigo a un hombre de barba canosa, calvo y bastante demacrado. La castaña lo observó con confusión, pues no lo reconocía, pero al parecer aquel desconocido sabía más de ella de lo esperado y eso la incomodaba demasiado. Esperó a que los soldados dejaran al pobre hombre en su misma celda y después volvió sus ojos hacia el rostro de Vortigern.

—Te puedo asegurar —comenzó con tranquilidad —, que no tienes ni idea de quién soy.

—Tienes razón —aceptó riendo con ironía —. Durante años me aseguré de tener al último Silverstone bajo mi poder, cuando en realidad estaba vagando lejos de su destino.

Helena miró al inconsciente hombre de reojo y frunció el ceño. ¿Por qué de repente le sonaba la idea de la existencia de otro de su mismo clan? Tenía la leve impresión de poderlo confirmar, no obstante, le parecía también ilógico.

—¿Qué sabes tú de los elementales?

—Sé este hombre ayudó a Merlín a forjar la espada —contestó —. No cualquier objeto puede contener magia en sí, ese es el trabajo de los elementales.

No cualquier torre podía ayudarle a tener poder, entendió ella.

La castaña miró alarmada la figura desplomada del tal Jonathon y trató de levantarse para observarlo con mayor claridad, mientras que Vortigern parecía estar disfrutando de la actual confusión de la fémina.

—Lo estás matando con todas esas energías oscuras —concluyó.

—Qué bueno que en verdad no era el último Silverstone, ¿no es así? —Inquirió con una expresión de satisfacción —. Tienes tiempo hasta que Arthur venga con la espada para que absorbas sus últimas fuerzas y logres que Excalibur conteste solo a mí —informó levantándose de su posición agachada.

Helena soltó una carcajada amarga.

—Primero me dices que este hombre es mi padre y luego me pides que lo termine de matar... ¿Estás bien de la cabeza? ¿Todo en orden en tu gran castillo? —Preguntó sarcástica, tratando de tragarse el horror que sentía en cada fibra de su ser.

—Bueno, también pensé que necesitarías motivación —comentó con tranquilidad a la vez que se comenzaba a retirar —. Ya empecé con el joven guerrero... ¿Rubio? Al menos sobrevivió lo suficiente para confesar la ubicación de sus cuevas. Tal vez deba continuar con los niños, comenzando con el recién huérfano.

» Es una gran lástima que haya sido yo quien rasgara el cuello de su propio padre ante sus ojos.

El tono despreocupado de voz usado y el imponente porte de Vortigern le provocaron náuseas, que no solo eran por aquellas negras energías que lo rodeaban, sino que su persona en sí era demasiado desagradable. Todavía le sorprendía demasiado que seres humanos así pudieran llegar a existir en el mundo, que fuera totalmente descarados como para pensar que su capacidad para infringir dolor era una señal de poder.

Quizás sí lo era para él, porque le funcionaba bastante bien y sabía qué puntos tocar para doblegar al más valiente de todos ante sus pies.

Por más que ella quisiera evitar hacer lo que el hombre le pedía, le era imposible hacerlo cuando las vidas de otras personas estaban en riesgo. No podía dejar que nada más malo le sucediera a Blue, no quería dejar tampoco que la sorpresiva noticia de la tortura y muerte de Rubio fuera recordada solo como una triste traición. Ella no lo culpaba y jamás lo haría.

El autor de todos los males estaba ahí con ella, observándola con regocijo y superioridad, alimentándose de su doblada y desviada valentía.

Vortigern no le había puesto siquiera una mano encima, pero su simple presencia y amenazas eran suficientes.

—Haré que puedas controlar la espada —aceptó antes de que el pelinegro se fuera por completo de los calabozos.

—No solo quiero controlar la espada, Helena. En cuanto la tenga en mi posesión, tu energía mágica irá a parar a Excalibur e inevitablemente morirás también.

Era un bastardo demasiado astuto.

Él sabía de sobra que si Arthur obtenía todos los poderes de los elementales en la espada, lo derrotaría. Pero ahora Vortigern parecía tener la delantera al saber de paso que la fémina haría todo lo que le ordenara mientras tuviera manera de manejarla, poniendo en sus manos las vidas de inocentes.

Si él lograba su cometido, no solo tendría un arma mágica, también controlaría la mismísima naturaleza.





























Admito que estoy sin comentarios again :v

¿Qué les ha parecido el capítulo? Otra montaña rusa :D
Nuestra beba se le confesó a gritos al pobre Arthur y he revelado los nombres de sus padres, pero todavía me queda la duda de quién es el verdadero papá ahre. ¿Ustedes quién creen que es?

También quiero aprovechar esta nota para hacerme autospam jajajaja Si quisieran seguir leyéndome, podrían pasarse por mi perfil y echarle un vistazo a mi primer proyecto original que se llama El Secreto de la Montaña. Es una distopía fantástica y sí, uno de los face claims es Charlie, because why not^^ Me gusta demasiado cómo actúa ese hombre entre otras cosas 😂
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¡Feliz lectura!














a-andromeda

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