»of executions and reunions
En cuanto Helena, Rubio, Percival y otro integrante de La Resistencia se encontraron al frente, acompañados de toda la masa de personas que estaban asistiendo a ver el heredero de la corona, a ella jamás se le pasó por la cabeza que tendría en frente suyo el futuro del país.
La ejecución que estaba programada, era por los supuestos crímenes que el hijo de Uther cometió en Londinium al liderar una pandilla, e incluso tratos considerados de contrabando. Ese detalle extrañó a Helena, porque no era como si hubiera muchos grupos de ese tipo en las calles y, el más conocido y respetado de ellos, era el de Arthur, pero dudaba que fuera justo él quien sacó la espada de la piedra. Le resultaba poco posible, dado el hecho de que el rubio había vivido toda su vida en el burdel, siendo seguramente, el hijo bastardo de alguna mujer que trabajó en ese lugar, en sus años de juventud.
Inmediatamente al frente de ella, quedaba el ingreso hacia la planta en donde estaría el rey Vortigern y el hombre que sería ejecutado frente de ese gran número de personas. El espacio era al pie de una torre en construcción, adyacente al castillo. La arquitectura de la misma, era diferente en todos los aspectos posibles y Helena, a pesar de no haber hecho ningún comentario al respecto hacia sus acompañantes, se sintió atraída hacia la piedra que era usada como material para mantener en pie la obra en proceso. Podía percibir la energía que emanaba de aquellos minerales, pero así mismo, sentía el malestar que dicha fuerza provocaba en su interior.
No podía estar segura que eso fuera parte del significado de ser una elemental, pero algo le decía que aquella torre era importante y que cierto poder oscuro era contenido en su interior.
El acceso a la planta donde se llevaría a cabo tal ejecución, estaba bloqueada por un ejército de Soldados Negros, organizados en fila, mirando hacia la multitud. Estaban sobre caballos, los cuales también portaban una armadura negra.
El panorama parecía ser complicado, dada la increíble seguridad que rodeaba la construcción, pero al menos tenían de su lado a una maga bastante experimentada. Ella generaría la distracción, mientras que Helena y los demás socorrerían al heredero y tomarían la espada. La castaña en verdad esperaba que el arma estuviera presente y cerca, a pesar de que no existía la certeza de que Vortigern la exhibiera.
—¿Está cerca la espada? ¿La logras percibir? —Preguntó Percival en un susurro, sin desviar sus ojos del frente.
—Todavía no.
En ese momento, las grandes puertas dobles de entrada, fueron empujadas de par en par por dos soldados. En medio de la apertura, se encontraba el rey, caminando hacia el frente, para presentarse ante sus súbditos.
—¡Salve, rey Vortigern! —Comenzó a gritar el ejército.
La mujer volteó a ver a los demás plebeyos que se presentaron ese día, notando que ninguno seguía el coro ni los movimientos, sin embargo, pronto tuvieron la tarea de inclinarse ante el monarca. Esperaron con paciencia la señal para enderezarse y se quedaron en sus lugares, escuchando el coro de Soldados Negros, gritando la misma frase repetidas veces.
—¡Salve, rey Vortigern!
A pesar de que las personas alrededor del grupo rebelde comenzaron a seguir los movimientos en honor al rey, no era la misma potencia y energía, ni siquiera devoción, que se esperaría que se le dedicaría al soberano de Gran Bretaña. Helena y sus compañeros, tuvieron que seguir también el orden de movimientos. La mano derecha empuñada, haciendo un trayecto directo hacia su pecho, para luego ser extendida con firmeza hacia su lado correspondiente, formando una diagonal en relación con su cuerpo.
El rey, tomó asiento sobre un mueble que se encontraba en la planta, y pronto se adelantó Lord Mercia, fiel seguidor y acompañante de Vortigern. En cuanto éste último dio la señal para el silencio, todos se detuvieron y se quedaron callados, casi aguantando sus respiraciones por lo que se vendría a continuación.
Un hombre de cabellos rubio, con ropas blancas y cafés, caminaba hacia el frente ahora. Tenía las manos amarradas al igual que los tobillos, complicando un poco su andar. Helena tuvo que parpadear varias veces seguidas, convencida de que sus ojos le estaban jugando una mala pasada. El hombre que sería el legítimo heredero se le hacía demasiado conocido, pero no podía formar un juicio correcto desde su suposición, dado que la distancia difuminaba los rasgos y le era imposible determinar con certeza quién era.
—¡He aquí su rey nacido! —Anunció Lord Mercia, señalando al aludido —. ¡He aquí el hombre que sacó la espada de la piedra!
Helena le pegó un disimulado codazo a Percival y le señaló con el mentón a un soldado que se encontraba al lado del caballero que estaba hablando. El hombre de armadura negra, pero sin detalles que determinaran un rango importante en su labor, sostenía la espada Excálibur entre sus dos manos, de manera horizontal. El barbudo asintió, observando el arma con atención y después se volvió a mirar a la castaña, sabiendo que ese era el objetivo principal de ella.
»Querían una profecía —continuó hablando Mercia —. ¡Aquí está su profecía!
Mientras el hombre siguió hablando, degradando y confundiendo la esperanza de la gente, Helena comenzó a sentir la magia de la maga transportarse de un lugar a otro. Todavía no comprendía la razón por la que podía percibir aquella energía, pero debía dejarla pasar por el momento y concentrarse en lo que sucedería a continuación: cumplir con la misión de ese día.
Mientras un par de soldados maltrataban al heredero para posicionarle de rodillas ante lo que sería su muerte por decapitación, los pueblerinos se empezaron a remover incómodos, confundidos y decepcionados de presenciar aquello. El hombre que sería el verdadero rey no se había atrevido a moverse de su lugar, ninguna señal, ningún indicio de que lucharía por y para las personas que serían su gente.
Las esperanzadoras vibras que habían comenzado a azotar la nación desde que la espada se presentó, comenzaron a disminuir a pasos agigantados.
—Ya es hora —anunció Helena, sosteniendo las empuñaduras de su espada y daga.
Apenas esas palabras salieron de su boca, de los cielos descendió un águila para evitar que el verdugo tomara en sus manos el hacha, que usaría para decapitar al condenado. Las personas comenzaron a retroceder en cuanto los caballos del ejército empezaron a actuar de manera extraña e inesperada, lo que provocó que el avance de los rebeldes se complicara un poco. La oportunidad de entrada para rescatar al legítimo rey era efímera, pero debía ser efectiva en su totalidad.
Mientras que la maga, desde algún punto de la construcción, cerca de un precipicio, controlaba a los animales y generaba confusión en el ambiente, Helena, Percival y Rubio, avanzaron con agilidad y rapidez hacia la planta. Teniendo que luchar su camino hacia las escaleras, la castaña tuvo que herir a varios soldados para poder seguir, a pesar de que en su cabeza no se dejaba de repetir, que hacer ese tipo de daño no era lo mejor o correcto. Sin embargo lo que era correcto en esos momentos, era salvar al verdadero rey, y había precios desagradables que pagar durante la lucha.
—¡Toma la espada! —Le gritó Rubio a Helena, quien asintió y fue a atacar al guardia que custodiaba el arma.
Antes de acercarse al hombre, un perro se le adelanto y la atacó al soldado, provocando que la espada cayera al suelo. Sabiendo que esa acción había sido obra de la maga, no se preocupó por el animal que parecía estar rabioso, así que corrió hacia Excálibur y la agarró. Después buscó con la mirada a Percival, quien se encontraba liberando al hombre sentenciado a muerte. En cuanto ambos estuvieron listos y libres para escapar de la zona, las rodillas de Helena flaquearon al reconocer al rubio y conectar sus orbes pardos con los del otro.
Era Arthur.
—¡¿Qué esperas?! —La afanó Percival, llegando a donde se encontraba de pie, pasmada — ¡Tenemos que irnos!
Antes de que la castaña le pudiera decir algo a cierto hombre, fue halada del brazo que no sostenía el arma, por el castaño rojizo. Ante el movimiento, no le quedo de otra que obligar a que sus pies siguieran la fuerza externa, para no tropezar. Debían llegar al punto de encuentro con otros rebeldes y la maga.
Helena luchó por sobrepasar su impresión, pero todavía no lo podía creer, volviendo su cabeza para mirar hacia atrás a cada rato, queriendo asegurarse de que sus ojos no la estaban engañando. Arthur lucía igual, o incluso más sorprendido que ella, de verla en medio de todo ese caos, justo en un día como ese, en el cual creyó que no la volvería a ver, mientras tenía que caminar hacia una muerte que creyó segura.
A pesar de que todos sus instintos le rogaron que debía defenderse y no morir, Vortigern se había encargado de que apaciguara su espíritu de lucha, de una manera verdaderamente efectiva. Antes de que el rey y él se presentaran ante la muchedumbre que se reunió para verlos, el capitán del Ejército Negro se encargó de deslizar una daga por el delicado cuello de Lucy, una de las bellas muchachas que trabajaba en el burdel, amiga cercana de Arthur, terminando así con su vida.
El dolor ante la pérdida de alguien tan especial fue impresionante para el rubio, quien en su momento creyó que jamás sería capaz de recuperarse al haber visto algo así. Se quedó quieto después de haber gritado su sufrimiento, quedándose casi pasmado, mirando directamente el rostro impasible de Vortigern, leyendo a la perfección la amenaza que escondían sus ojos y semblante. Si decidía defenderse e irse, las demás chicas del burdel seguirían a Lucy; eso era algo que jamás permitiría.
En ese entonces Arthur no creyó que volvería a tener necesidad de luchar, pero acababa de encontrarla, corriendo al frente de él. El ver de nuevo aquellos cabellos castaños, ondulados y desordenados, revoloteando en medio de todo ese caos, como una guía para seguir hasta el fin, avivó aquella llama de querer vivir en su interior.
El rubio se sentía de cierta manera aliviado de volverla a ver, pero también molesto, porque Helena solo parecía ser experta en terminar en situaciones y problemas, mucho más grandes que en los que se vio involucrada antes, todos estos juntos. Además el hecho de verla relacionándose con gente que era desconocida para él, solo aumentaba su mal humor ante las circunstancias en las que se reencontraban.
Hicieron un rápido trayecto, a través de los andamiajes que se estaban empleando para la construcción de la torre, esquivando y empujando fuera de su camino a varios soldados, los cuales se interponían en su plan de fuga. Helena agarró con más fuerza la espada, puesto que se dio cuenta que iban a por ella al llevar dicho objeto, pero gracias a la rapidez de Percival para reaccionar, no tuvo mayores problemas y pronto se encontró al borde del precipicio con la maga.
La mujer llevaba una capa verde oscura y estaba agachada, con los ojos cerrados en concentración. Se estaba retrayendo hacia su persona, después de haberse conectado con los animales y haber manipulado sus acciones. En cuanto estuvo de pie, se quitó la capa del cuerpo y se preparó para saltar al agua, con el castaño rojizo.
Con la respiración agitada, gracias a la carrera que tuvo que dar para llegar a ese lugar, se colgó el cinturón en el que estaba envainada la espada a su cadera y se volvió hacia Arthur y Rubio, quienes apenas estaban llegando al punto de encuentro. Los otros rebeldes que los acompañaban, retrocedieron para mantenerles despejado el camino y fueron a atacar otros soldados que llegaban al lugar, pero la suerte no los acompañó por mucho tiempo y ahora iban a por los últimos tres integrantes.
—¡Qué estás haciendo! —Exclamó el rubio, llegando donde Helena y tomando los hombros de ella con firmeza.
—Pronto entenderás, pero tenemos que saltar —anunció ella, enfrentando el acantilado, después de soltarse del agarre.
—¡No! ¿Estás loca? —Se negó Arthur, sosteniendo ahora un brazo de la mujer y acercándola hacia él.
—Siempre supe que le tenías miedo a las alturas —bromeó la castaña. Volteó a verlo un segundo al rostro, antes de agarrar el brazo masculino también, tomar impulso y precipitarse al vacío.
En el segundo en el que sus cuerpos se adentraron al río, el impacto provocó que se separaran y ahora la preocupación, no solo era tratar mantenerse unidos, sino también no dejarse herir por las flechas que eran disparadas hacia ellos. Los Soldado Negros se habían negado a seguirlos y saltar al río, pero estaban equipados con arcos y flechas que empezaron a emplear para atacarlos.
Manteniéndose bajo el agua, el grupo comenzó a nadar, alejándose del acantilado, para buscar la orilla y emprender su viaje de vuelta a las cuevas.
En cuanto salieron a la superficie, lejos de terreno hostil, Arthur buscó con la mirada a Helena de inmediato. Pronto la encontró, siendo ayudada a salir del agua por un muchacho rubio, el más joven de todos. Frunció el ceño y se acercó a la pareja, solo para que la preocupación azotara su cansada anatomía, no solo gracias a la persecución que podría seguir en pie, sino también por la sangre que vio emanar de uno de los brazos de la mujer de cabellos castaños.
—Solo me rozó la punta de una flecha —comentó Helena, notando la intensa mirada de Arthur sobre ella.
Apretando la mandíbula, detestando del hecho que ella había corrido tremendo riesgo para salvarlo, negó con su cabeza en señal de desaprobación. Lugo volteó a ver a los demás integrantes del grupo. Otra mujer de cabellos negros y ojos mieles, un hombre de cabello castaño rojizo, barbudo, y el joven que estaba a un lado de Helena.
—¿Los conozco? —Preguntó, posando sus manos sobre sus caderas y alzando las cejas.
Ante la actitud de él, a Helena no le quedó de otra más que resoplar, sabiendo que eso apenas sería el comienzo. Lo conocía lo suficiente como para saber que en el viaje estaría rogándole a todas las energías del mundo, paciencia, porque tendrían que transportar a Arthur casi como un prisionero. Él no era en realidad una persona que ayudara a mantener la calma, así que necesitaba prepararse en su mente para aguantar el camino, con los excesivos e innecesarios comentarios del heredero.
—Presenta tus manos —ordenó el más joven de los presentes, acercándose al rubio con una soga en manos.
Arthur, alzando una ceja, retador, no hizo movimiento alguno para acatar la orden que le fue dada. Después volteó a ver a Helena con incredulidad, por lo tanto ella soltó un suspiro pesado una vez más y se acercó, tomando la cuerda con sus manos. Luego de asegurarle a Rubio que lo seguirían pronto, ella y Arthur se quedaron solos.
Sabía lo terco que podía llegar a ser el hombre, lo sabía sobre todo porque esa actitud era muy parecida a la suya, además porque lo comprendía y se sentía identificada de cierta manera. Ella había pasado por una situación parecida con los rebeldes, pero eso ya había cambiado. De hecho, ahora era capaz de decir que confiaba con su vida en las personas de La Resistencia. Su relación con Rubio y Percival había avanzado bastante después de revelar una parte de ella en el cementerio. Con la maga era diferente de cierta manera, pero no dudaba de ella, y Bedivere, aunque era demasiado estricto para su gusto, lo tenía en alta estima.
—Dame tus manos, Arthur —habló ella, mientras los demás organizaban sus pertenencias, para así emprender camino hacia donde se encontraban los caballos.
—No es el tipo de reencuentro que esperaba tener contigo...
Una media sonrisa se dibujó en los labios de la castaña, mientras ataba las manos del rubio con la soga. No apretó el amarre, pero sí lo dejó firme.
—¿En serio? —Preguntó ella, siguiéndole el juego que sabía que estaba a punto de empezar —. ¿Y cómo te imaginaste este momento?
Arthur esbozó una atractiva sonrisa y dio un paso más cerca a la mujer, provocando que ella tuviera que inclinar un poco la cabeza hacia atrás, para poder ver el rostro masculino con comodidad. Estaban cerca, pero no lo suficiente, o no como Helena lo habría deseado y, aunque no se sentía capaz de decirlo en voz alta en ese momento, se encontraba bastante agradecida de haber podido sacar a Arthur de una situación terrible, como lo era ser condenado a muerte.
Incluso cuando todavía no podía comprender en su totalidad que justo era él el hijo de Uther Pendragon.
Aquel detalle le hizo recordar la situación en la que se encontraban, los problemas que tendrían que enfrentar y el futuro que les deparaba. Ahora una triste curva se formó en los labios femeninos.
—Pues al menos no esperaba ser tratado como un prisionero, otra vez —recalcó el hombre, sin embargo no sonaba enojado —. Mucho menos por ti.
—No eres un prisionero, Art —contestó la castaña con suavidad —, pero necesitamos que vengas con nosotros.
—¿En serio, Helena? —Cuestionó —. Te pierdes todos estos días, ¿y ahora apareces siendo parte de La Resistencia?
La mujer agachó la mirada y sintió que ver la tela de la ropa del rubio era mucho más entretenido en esos momentos. Demasiadas cosas habían pasado en muy pocos días, a ella todavía la costaba mantener el ritmo de las circunstancias dadas. También estaba nerviosa, eso era obvio, pero se tenía que obligar a sí misma a seguir teniendo sus pies sobre la tierra, pues lo que se vendría a continuación, después de haber salvado al legítimo rey, no sería sencillo. Vortigern ahora tenía la mira sobre él, quién sabe qué más sabría el tirano sobre la vida de Arthur, a quién involucraría solo para cumplir con sus cometidos.
Ante el silencio de la otra, Arthur no esperaba quedarse sin respuesta y, a pesar de que seguía teniendo sus manos aprisionadas, eso no le impidió pasar sus dedos por el mentón de la fémina. Sentir la suave piel de la castaña sobre la punta de sus dedos, era algo que disfrutaba siempre, pero le parecía mucho mejor cuando podía observar aquellos grandes ojos pardos, mirando directamente los suyos azulinos.
Pero Helena dio un paso hacia atrás, desviando el tacto y su mirada hacia otra parte, sin darse cuenta del ceño fruncido que provocó en el otro. De ahí, sin decir ninguna palabra, comenzó a caminar hacia la maga y Rubio. Pasando a un lado de Percival, le hizo señas hacia Arthur y el castaño rojizo se acercó al hombre, para tomar la soga en sus manos y obligarlo a acompañarlos a todos en la jornada hacia el refugio.
Arthur siguió el camino de los demás, sin despegar sus ojos de la espalda de Helena, esperando a que su insistencia silenciosa fuera lo suficientemente intensa, para que ella le devolviera la mirada. Pero no sucedió. Aun cuando no quería estar metido con nada que tuviera que ver con que él era el hombre que sacó la espada de la piedra, no podía evitar seguir al grupo, curioso, no queriendo alejarse de cierta mujer de melena alborotada.
Si bien, no podía —ni quería en realidad— escapar ahora, sentía la necesidad de quedarse, con tal de poder estar cerca de ella y asegurarse de primera mano que no saliera lastimada, al menos no más de lo que ya estaba.
Sabía que Helena podía defenderse, él mismo vio el proceso y avance de la castaña en la academia de George, pero eso no aminoraba su preocupación ante lo que depararía el futuro para ellos dos. Él mismo sufrió las consecuencias de ser quien era de primera mano por el rey, y estaría maldito si dejaba que algo más les sucediera a las personas que le importaban.
¡ARTHELENA IS BAAAAACCKKKKKK! Si escuchan a alguien gritando, no se preocupen que soy yo. ¿Qué tal les ha parecido? Al fin vemos a nuestros bebos juntos *-* ¿Alguien se pregunta qué le pasó a Gilbert? ¿Nadie? Ok... tocará esperar para volverlo a ver a él *suspiro triste*
Les advierto que morirán conmigo en ciertos momentos, en otros querrán darle a Helena con la chancla, al igual que a Arthur, y... aquí lo único que pasará, es que se complicarán las cosas jijiji
Por cierto, les cuento que esta historia ahora será actualizada semanalmente ¡YEII!
¡Feliz lectura y fin del maratón!
*La escena de la ejecución y el escape son canon en la película al igual que algunos diálogos. Solo me hago responsable de todos mis elementos originales, como la inclusión de Helena en dicha escena, sus diálogos con otros personajes canon, trama y acciones.
Maratón 4/4
a-andromeda
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