Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

»of attacks and confessions

















Las últimas semanas habían estado cargadas de trabajos, misiones y planes.

Mientras que los integrantes de La Resistencia cumplían con sus deberes, como hundir los barcos que llevaban las cargas para la construcción de la torre de Vortigern, bloqueando de esa manera las rutas de los ríos, Arthur se había quedado en el refugio cuidando de sus heridas. De nada servía que el rey nacido peleara con un bastón ni que apenas pudiera aguantar su propio peso sobre sus piernas.

La buena noticia era que, gracias a las mezclas de hierbas de la maga, y la insistencia de Helena para que el rubio dejara de ser un cabezota y le hiciera caso de una buena vez para descansar, estaban pagando finalmente con la mejora del hombre.

Gilbert también había decidido unirse a la causa de manera más activa. En un principio, antes de siquiera salir de Londinium, a él jamás se le había cruzado por la mente aquello, pero gracias a todo lo que su mejor amiga le había contado, en realidad ya no tenía que pensarlo para saltar ante cualquier posibilidad de ayudar. Después de todo, no todos los días recibía información sobre magos, elementales o destinos marcados.

Si Gilbert era sincero consigo mismo, esperaba que Helena le siguiera contando un poco más sobre lo que ella había descubierto sobre sí y sobre su familia, pero apenas la mujer llegó a la historia de la misión en las Tierras Oscuras, había dejado de hablarle sobre el asunto.

No estaba para nada equivocado cuando señaló que ella había cambiado. Tampoco olvidaba la manera en la que parecía que la mujer se había comenzado a retraer poco a poco. Helena Silverstone no era la persona más abierta o social del mundo, sin embargo lo era con él y ya no le cabía duda de que existía algo que le molestaba a la elemental. La conocía demasiado y lo agradecía, pero si ella no quería hablar, encontraría la manera de hacer que alguien más lo hiciera.

—Arthur —llamó Gilbert, apenas divisó al rubio a unos metros de él, hablando con Bedivere, Percival y Rubio.

El heredero respondió a su llamado con un movimiento de cabeza, antes de excusarse con los otros hombres y se acercó al castaño. El nombrado lucía mucho mejor, a comparación del deplorable estado en el que Gilbert lo vio llegar a la cueva semanas atrás.

—¿Qué sucede? ¿Todo en orden?

Muchas cosas habían cambiado y ahora lo único que importaba eran las respuestas a esas simples preguntas, que en esos momentos parecían ser lo más complicado. Gilbert admiraba en silencio la fortaleza y firmeza en los planes e ideas de Arthur. Si bien el rubio era confiado y astuto, se necesitaba mucho más que eso para liderar de la manera en que lo estaba haciendo. Poco a poco se había ido ganando el respeto de todos los integrantes del grupo, también lealtad y confianza.

—¿Has hablado con Helena? —Preguntó el castaño.

—Es raro que tú me peguntes eso a mí —contestó el otro, cruzándose de brazos. Sus ojos claros brillaron con curiosidad.

Gilbert suspiró y posó sus manos sobre su cadera.

Ante la exasperada y preocupada expresión del hombre, Arthur frunció el ceño, comenzando a inquietarse. Él no era ciego y de alguna manera sabía a qué se refería el castaño, pero si Helena no había abierto la boca todavía para hablar con alguno de los dos, confiaba en que había una razón por debajo y él estaba esperando el momento en el que ella decidiera confiar en él. No deseaba presionarla.

—Está rara, algo le sucede.

—Deberíamos confiar en que ella hablará cuando lo desee.

—¡Algo está mal, Arthur! —Insistió Gilbert —. Está más pálida, apenas come —comenzó a enumerar —, pareciera como si tuviera la cabeza en otra parte.

—¿Acaso en verdad crees que yo no lo he notado? —Cuestionó —. Es por eso mismo que ninguno hemos dejado que haga parte de las últimas misiones. Hablé con la maga, pero Helena la evita como si fuera una plaga.

Ambos hombres se quedaron callados por un momento. Todo lo que ellos habían hablado era verdad, solo que desconocían las razones, si es que en verdad existían algunas.

Arthur estaba demasiado consciente del cambio de la mujer en cuestión, desde que ellos dos regresaron de las Tierras Oscuras. Pero eso no había sido lo único sucedido; la muerte de Clarisse también había marcado un antes y un después, o tal vez solo terminó siendo la gota que regó el vaso. De cualquier manera, Helena estaba lastimada, de luto, sufriendo, y tenía derecho de vivir todo eso, no obstante era claro para todos que eso ya no era lo único que sucedía.

—Creo que sería bueno que hablaras con ella —sugirió Gilbert.

—Admito que me sorprende que digas eso —dijo Arthur, parpadeando varias veces seguidas, antes de volver a cruzarse de brazos y alzar un poco el mentón.

—Solo... —Empezó, pero se quedó callado un momento, soltando un pesado suspiro después —. No des esperanzas de algo que no puede pasar.

El rubio enarcó una ceja retadora. Detestaba cuando Gilbert metía su nariz en asuntos que no eran de su incumbencia, sobre todo cuando se trataba de la relación de él con Helena. Eso ya era historia vieja para él.

—No me vengas con esa mierda, ella puede tomar sus propias decisiones.

—Pero los dos sabemos lo que ella va a decidir, ¿no?

Antes de que el legítimo rey pudiera volver a hablar, un estruendo los alertó.

Los dos hombres llevaron sus miradas de inmediato hacia la fuente del ruido, encontrando la figura de Helena en el suelo. Tenía la mirada perdida y estaba temblando brusca e incontrolablemente.

Sin perder otro segundo, se acercaron con rapidez hacia ella, pero la castaña no los volteó a ver ni respondió a sus preocupados llamados. Siguió en la misma posición sobre la roca del suelo, sudando y removiéndose, su rostro atorado en una mueca dolorosa, mientras que una suave capa de sudor comenzó a decorar la piel de la mujer.

El pánico se extendió por el lugar, pues jamás habían presenciado algo tan extraño e inesperado.

—Déjenme verla —pidió alguien, abriéndose paso hasta agacharse a un lado de la elemental.

Los ojos mieles de la maga observaron la anatomía de la castaña con cuidado, hasta que sus orbes se detuvieron en el cuello de la elemental. Sin interrumpir los automáticos y desordenados movimientos de Helena, acercó su mano hacia la tierna piel del cogote, notando que había una cicatriz sobresaliendo con un brillo pálido y grisáceo.

La maga apretó los labios y alejó su mano.

—¿Qué demonios es eso? —Interpeló Arthur.

Pero la pelinegra no contestó y se levantó de su sitio para retirarse.

—¡Hey! —La llamó Gilbert, enderezándose para enfrentar a la misteriosa mujer —. ¿Qué le sucede?

—Los temblores pasarán, deben dejar que ella misma los supere —explicó sin voltearse. Miró de reojo al mejor amigo de Helena —. No se va a morir, estará bien después del ataque.

—¿Ataque? ¿Ataque de qué? —Persistió, yendo a tomar a la mujer del hombro, pero Bill se interpuso.

—Déjalo así —habló el canoso con calma, sosteniéndolo con un agarre sólido.

—¡Se podría estar muriendo! —Gritó el castaño, soltándose de Goosefat. El desespero en el tono de voz no fue ignorado por nadie, sin embargo todos guardaron silencio.

Sin dirigirle otra mirada a nadie más que a su amiga, Gilbert se arrodilló a un lado del convulsionante cuerpo femenino.

Arthur se había quedado en completo silencio desde que se acercó a la castaña, ignorando todo a su alrededor. Con el silencio incómodo pesando sobre los hombros de todos, no tuvieron de otra más que dejar que todo pasara a su debido tiempo.





Cuando abrió los ojos, el dolor de cabeza era insoportable. En cuanto movió su cuerpo, sintió que todo a su alrededor tembló y cuando se sentó, varias rocas comenzaron a caer al piso. Su energía estaba descontrolada últimamente y cada vez más perdía el desconocido control sobre su magia elemental.

Helena se cubrió la cabeza asustada, hasta que el último mineral cayó y todo quedó en absoluto silencio. Soltó un suspiro tembloroso, bajó sus brazos y descubrió su rostro para observar el espacio con cuidado. Estaba recostada sobre una cama, la cual reconoció de inmediato, pero se sorprendió al no encontrar a Arthur en ninguna parte. Lo agradeció en su interior y se comenzó a levantar.

Sentía todos sus músculos tiesos, adoloridos, como si por un momento hubiera vuelto a parar en las Tierras Oscuras, donde había sido despojada de todo lo que alguna vez conoció y creyó, quien alguna vez fue. Donde había sido privada de decidir sobre su vida y lo que sería de ella.

El día en que volvieron al refugio creyó que todo se asentaría y tomaría un ritmo más normal, pero al pasar una semana, comenzó a sentir aquello que la maga le había dicho que sucedería en caso de que ella fuera la fuente de la torre de Vortigern. No le cabía duda de que algo negativo, desgastante y aterrador sucedía con ella. Cada vez tenía menos control, las pesadillas eran peores por momentos, tampoco sentía esa misma fuerza correr por sus venas como antes.

Era como si alguien estuviera absorbiendo su vida poco a poco, gota a gota. ¿Acaso así era como todo tenía que suceder?

Quitándose de encima las sábanas y pieles que cubrían su anatomía, se levantó y se puso sus botas. Sin perder otro segundo, tomó su capa y su daga, para así poder salir del refugio, pues necesitaba estar sola, tener un espacio para sí y tal vez, llorar un poco sin preocuparse de molestar a alguien más.

Cuando llegó al espacio principal, notó por primera vez que mucha gente faltaba. Bedivere, Bill, Rubio, Percival, Gilbert o Arthur... ninguno de los anteriores estaba presente. Acomodando la pesada tela sobre sus hombros, se acercó a uno de los hombres, que estaba haciendo guardia a un lado de una fogata.

—¿Dónde están? —Preguntó directamente.

El hombre se volvió a verla, antes de contestarle.

—Fueron a interrumpir con el suministro de esclavos de Vortigern.

Ante la respuesta que Helena recibió, apretó la mandíbula y asintió con lentitud. No podía creer que la habían dejado de nuevo atrás, cuando ella había sido lo suficientemente clara como para decirles que ella formaría parte de esa misión en específico, era algo que necesitaba hacer.

Liberar a niños de un futuro incierto a manos de los vikingos era importante para ella, ¿por qué la habían dejado atrás?

Ni siquiera era capaz de recordar cómo había vuelto a la cama, pero por querer echarse una siesta no era razón para que no la incluyeran.

Ahora no solo estaba cansada y adolorida, sino que también se sentía ofendida.

Con una suave despedida se alejó el hombre y caminó hacia la salida de las cuevas. Las personas que estaban montando guardia en el espacio la dejaron pasar sin ningún problema, ni intercambiaron palabras en absoluto.

En cuanto el aire de la noche acarició su piel, refrescándola y tranquilizándola, emprendió camino alrededor el bosque. Todo estaba a oscuras, siendo las estrellas y la luna testigos de su malestar y soledad, iluminando a duras penas el camino que inventaba con cada paso. Sentirse tan sofocada en las cuevas le preocupaba, pero ahora comprendía todas las razones por las cuales llevaba sintiéndose de esa manera.

Esa jodida cicatriz era la responsable de todo.

Estirando sus entumecidas extremidades hacia el cielo, notó por primera vez que la siesta que se había tomado había durado más que solo unas horas, pues la luz del amanecer comenzaba a pintar el cielo nocturno con tiernos tonos rosados y naranjados.

No podía creer que había estado inconsciente tanto tiempo.

—¡¿Adónde crees que vas?! —Escuchó que alguien exclamaba a unos cuantos pasos detrás de ella.

De un salto, dio media vuelta, encontrándose con Arthur. Se notaba que acababa de llegar de la misión, llevaba puesta su chaqueta, la espada Excalibur envainada y colgada en uno de sus hombros. Se le veía un poco agitado, pero no habían heridas nuevas visibles. Al parecer todo había salido como lo esperado.

Pero Helena lo ignoró, se volvió hacia su anterior camino y retomó su andar.

»¡Helena!

—¡Sólo daré un paseo! —Gritó malhumorada.

Esperando así quedarse sola, no se molestó en mirar sobre su hombro hacía atrás, pero pronto sintió que el rubio agarraba una de sus muñecas para detenerla. Volteando a verlo, frunció más el ceño y se trató de soltar, pero Arthur no desistió y siguió sosteniéndola.

—No deberías estar afuera, debes descansar —trató de razonar el hombre.

—Ya no necesito eso, necesitaba ir a ayudar a los niños.

A pesar de haber querido ser firme a la hora de hablar, su voz se quebró un poco y antes de poder hacer algo más, su rostro fue a parar entre el espacio del hombro y cuello de Arthur. Él la había atraído hacia su cuerpo para envolverla en un abrazo, pero eso era justo lo que ella no necesitaba en esos momentos. Estaba cansada de sentirse débil e inútil todos esos últimos días, porque sabía que la estaban manteniendo a oscuras, dejándola atrás en los viajes y planes. No deseaba el consuelo de nadie, solo quería seguir y ayudar a molestar al monarca actual para así vencerlo.

Soltando un suspiro se removió hasta soltarse y alejarse, tratando de ignorar la manera en la que su cuerpo contestó de manera instintiva al gesto del rubio.

—Helena, no me alejes —pidió él.

—No tienes que cuidar de mí todo el tiempo —se quejó ella, dándole la espalda.

Si seguía más tiempo observándolo, no le cabían dudas de que pronto sucumbiría a sus brazos de nuevo.

—Lo hago porque te quiero.

Si el tiempo alguna vez tuviera la capacidad de detenerse, ese momento sería el justo y perfecto, hasta necesario de hacerlo.

De repente los sonidos del amanecer ahora caían sordos a los oídos de la castaña. El bosque que se extendía a su alrededor ya no tenía importancia, ni siquiera el camino que ella estaba creando para despejar su mente. De hecho, su cabeza acababa de quedar en blanco, repitiendo esas mismas palabras una y otra vez, en un círculo perpetuo y vicioso, pero que de igual manera envió escalofríos por su espalda.

Pudo jurar que por un momento su pecho dolía y una mueca de desespero y añoranza adornó sus rasgos. Pero se negó a moverse de su lugar, se negó a mirarlo.

»Tú lo sabías ya —continuó hablando Arthur, pero no pareció acercarse a ella en un principio —. Lo llevas sintiendo todo este tiempo, al igual que yo.

—No entiendo nada de lo que estás hablando —contestó a medias —. Desde que volvimos de las Tierras Oscuras te pasas la mitad del tiempo diciendo estupideces que no tienen ni pies ni cabeza.

Pero su tono de voz al igual que sus argumentos, carecían de validez y contexto.

—¿Crees que en verdad no sé qué significa esto, Helena? —Cuestionó el hombre, comenzando a acercarse poco a poco —. Tú eres la otra mitad de mí, la mejor. Y me importas más de lo que me importo yo mismo.

En cuanto terminó de hablar, la mujer supo que lo tenía a un lado de ella.

Estaba nerviosa, demasiado.

Su corazón latía rápido y desesperado, como si buscara hallar aquella melodía que compartía solo con Arthur. Como si con cada latido le fuera posible salirse de su pecho y alcanzar siquiera a rozar la anatomía masculina, para así encontrar esa calma y certeza de que todo era real.

Que aquella confesión fuera verdad, y la respuesta solo parecía residir en él y solo en él.

¿Cómo distinguir entre sueños y realidad? ¿Entre deseos que carecían de sustancia y que se desvanecían con el tiempo?

Pero lo que ella sentía no había desaparecido en años.

De volteó a enfrentarlo, sin embargo no había contado que él estaría tan cerca. Le era bastante difícil respirar en ese momento, con él absorbiendo todo su espacio, tomando su aire y su cordura, palabra tras palabra.

Arthur siempre había sido bueno con las palabras. Helena no.

Así que hizo lo único que pasó por su cabeza.

Rodeó el cuello del rubio y acercó sus rostros, pero no hizo nada más, insegura de lo que podría hacer o no. Pero en el mismo aliento, el hombre abrazó su cintura y pegó sus cuerpos, para después posar sus labios sobre los de ella.

Al saborearse de nuevo, fue como si chispas recorrieran a través de sus cuerpos.

Helena sentía como si hubiera pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvo de esa manera con Arthur, en la intimidad del lecho. Se sentía como ese primer rayo de sol de la mañana acariciando su piel después de haber estado atrapada en la oscuridad, como si aquel beso contuviera todo lo que ella necesitaba para dejar de temer y ser libre.

No más negación, no más soledad o miedo, tampoco evitarlo, porque Arthur estaba dejando muy claro que no iba a permitir que aquello sucediera, ni siquiera por otro segundo más.

Ya conocía su destino, ahora solo le quedaba adueñarse de él. No lo podía cambiar, pero no por eso su camino tenía que ser igual de terrible que su fin. Quería creer que merecía ese pedazo de libertad que encontraba en los brazos del heredero; quería ser feliz con Arthur, así fuera por un tiempo ya determinado.

En cuanto sus labios dejaron de acariciarse entre sí, Helena cerró los ojos y escondió su rostro en el pecho del hombre.

—No me vas a volver a dejar atrás ni fuera de las misiones, ¿está bien?

Arthur sonrió y enterró su cara contra los desordenados cabellos de la fémina.

—No lo haré —prometió, a pesar de estar preocupado.

Todavía habían muchas cosas que hablar, pero él en verdad confiaba en que Helena lo hablaría cuando estuviera lista. Y el siempre estaría esperándola para ello.





























¡I'M BACK BITCHESSSSSS!

Apuesto que extrañaron esta historia como yo :D (o eso espero ahre)

¿Qué tal les ha parecido el capítulo? Yo preocupada por Helena, pero para eso están Arthur y Gilbert, sobre todo el primero *mueve las cejas repetidamente* además, aquí les dejo el crackship de la escena Arthelena, para deleitar nuestros ojos. Ya había subido la imagen al Instagram (andromeda.wattpad) primero, pero soy buena gente y la pongo acá también jajaja

Lo que sí no comparto acá porque no puedo es el booktrailer, porque no lo subí a YouTube sino a IGTV para que lo vean por allá (andromeda.wattpad) Espero que les guste porque me costo un ojo de la cara hacerlo xdd

Ahora prepárense porque en el siguiente capítulo habrá acción de la buena.
Can someone guess what I'm talking about? ;)

Muchas gracias por esperar y no abandonar la historia. ¡Bienvenidos a todos los nuevos lectores!

¡Feliz lectura!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro