Sinne og anger
Sinne og anger
(Ira y Arrepentimiento)
Kjartan sintió que sus ojos se nublaban por un momento, su cuerpo aún débil mientras caminaba acompañado por Sköll y Hati. El peso del destino que llevaba sobre los hombros era abrumador, pero en algún rincón de su ser, una sombra más profunda esperaba. Fenrir, el lobo legendario que dormía en su interior, permanecía en silencio, como un depredador al acecho.
De repente, Kjartan sintió cómo su mente se desvanecía. El mundo real se disolvió a su alrededor, y una neblina oscura lo envolvió. La realidad había cambiado, arrastrándolo hacia un espacio mental profundo y antiguo, un lugar fuera del tiempo. Allí, el aire era pesado como la culpa y olía a sangre olvidada.
Delante de él, una enorme sombra se materializó en la penumbra, tomando la forma de un lobo gigantesco, más alto que los árboles, con colmillos afilados como dagas y ojos tan profundos como la noche. Era Fenrir, el lobo devorador de dioses. Su pelaje negro se movía como si estuviera hecho de las sombras mismas, y cada respiración suya hacía vibrar el aire a su alrededor.
A ambos lados del espacio mental, Sköll y Hati emergieron de la penumbra, tan majestuosos como en el mundo real. Sköll, el lobo blanco de la luz del día, y Hati, el lobo negro de la noche eterna, se detuvieron frente a su padre. Durante siglos, habían sido sus hijos perdidos, separados por las barreras del tiempo y la maldición de los dioses. Pero ahora, finalmente, se encontraban de nuevo.
Fenrir los miró con un brillo en sus ojos oscuros, no con cariño, sino con algo más profundo: una conexión inquebrantable, como si sus almas siempre hubieran estado entrelazadas a pesar de la distancia.
Skoll:—Padre... —dijo Sköll, su voz mental resonando como el murmullo de un arroyo al amanecer—. Después de tanto tiempo, volvemos a encontrarnos. Hati mostró sus colmillos en una sonrisa oscura mientras daba un paso adelante.
Hati:—Hemos esperado este momento durante mucho tiempo. Ahora que estás aquí, debemos saberlo: ¿Qué es lo que planeas, padre? ¿Qué harás con este poder y esta segunda oportunidad?
Fenrir inclinó la cabeza ligeramente, su mirada penetrando en lo más profundo de ellos. La voz del lobo no era un sonido, sino una vibración pura, una fuerza primigenia que atravesaba la mente como un trueno silencioso.
Fenrir:—Lo que siempre he deseado. —Fenrir mostró los colmillos en una sonrisa lenta y peligrosa—. Venganza.
Sus palabras eran frías como una tormenta invernal. No había odio en su tono, solo determinación. No era una rabia desenfrenada, sino una furia vieja, paciente, cultivada durante siglos de encierro y humillación. Había esperado demasiado tiempo, atrapado por las cadenas de Gleipnir, y cada momento de sufrimiento había alimentado su deseo de destruir a aquellos que lo habían encarcelado.
Fenrir:—Los dioses nórdicos pagarán por lo que hicieron. —continuó Fenrir, su voz resonando como un eco eterno—. Odin, Thor, Tyr... Todos ellos. Me arrebataron la libertad, me encadenaron como a una bestia, y condenaron a mis hijos a la oscuridad. Ahora, los encontraré y los destruiré uno por uno.
Los ojos de Sköll y Hati brillaron con emociones complejas. Comprendían la furia de su padre, porque también había ardido en ellos durante siglos. Ambos habían perseguido sus respectivos astros, Sköll cazando al sol y Hati a la luna, esperando un día en que las cadenas del destino se rompieran y pudieran correr libres junto a su padre.
Skoll:—¿Y qué hay de nosotros? —preguntó Sköll con calma—. ¿Qué papel jugamos en tu venganza? Fenrir bajó la cabeza ligeramente, como si los estuviera evaluando.
Fenrir:—Sois mis colmillos y mis sombras, los cazadores de los astros, y seréis mis aliados en el final de los dioses. Pero...** —los ojos del lobo gigante se oscurecieron aún más— hay algo más.
Fenrir miró hacia Kjartan, que permanecía en el fondo de su propio espacio mental, observando en silencio la conversación entre los tres lobos.
Fenrir:—Kjartan lleva mi espíritu, mi poder... pero también lleva su propia voluntad. Si ha de caminar a mi lado, deberá comprender el precio que implica abrazar la furia sin restricciones. No se trata solo de destruir. Se trata de asegurarse de que nunca más volvamos a ser encadenados.
Hati:—Finalmente... el Ragnarok está cerca. Hati dejó escapar un gruñido bajo, satisfecho con las palabras de su padre.
Fenrir asintió lentamente, su mirada fija en Kjartan.
Fenrir:—El Ragnarok siempre ha estado cerca. Ahora es cuestión de saber quién tendrá el valor para traerlo.
Kjartan sintió el peso de esas palabras en su alma. Sabía que el poder de Fenrir podía liberarlo o destruirlo por completo. Había una línea fina entre control y rendición, y caminar por esa línea sería su mayor desafío. Pero también supo, en ese momento, que no podía evitarlo. El destino ya lo había marcado, y ahora tenía que decidir si lucharía por sí mismo o abrazaría la furia del lobo que vivía en su interior.
Fenrir mostró una última sonrisa feroz antes de que el espacio mental comenzara a desvanecerse.
Fenrir:—Prepárate, hijo mío. La cacería ha comenzado.
Y con esas palabras, el espacio mental se desvaneció, y Kjartan regresó a la realidad, donde la luna llena seguía brillando sobre él. El lobo estaba despierto, y el Ragnarok era inevitable.
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El amanecer rompió con suavidad sobre las copas de los árboles, y los primeros rayos del sol iluminaron el cuerpo de Kjartan, ahora revitalizado. Cada fibra de su ser ardía con un vigor renovado. La esencia de Fenrir fluía por sus venas como un torrente salvaje, llenándolo de fuerza y propósito. El dolor, las heridas, y el cansancio de la batalla anterior habían desaparecido por completo. Su transformación no había sido solo física, sino algo mucho más profundo.
Se incorporó lentamente, sintiendo cómo la furia de la noche anterior aún latía en su interior, tranquila pero constante, como una llama que nunca se apaga. El peso de la venganza era todo lo que importaba ahora. Bjorn y su tribu del oso seguirían respirando por poco tiempo más.
Kjartan se colocó las pocas piezas de ropa que le quedaban, ató un cinturón improvisado con pieles rasgadas y tomó una lanza rota que había encontrado entre las rocas. No necesitaba mucho más que sus colmillos y su ira, pero aún quedaba en él un rastro de estrategia. Esta sería una cacería meticulosa. Bjorn no tendría dónde esconderse.
Justo cuando comenzó a caminar hacia el bosque, Sköll y Hati aparecieron a su lado, moviéndose con la gracia silenciosa de los depredadores. El lobo blanco se colocó frente a él, bloqueando su camino. El lobo negro se quedó a su lado, observando con cautela.
Skoll:—No puedes hacer esto así, Kjartan —dijo Sköll, su voz serena pero firme en la mente de su aliado—. Si atacas ahora, alertarás a las otras tribus. La tribu del cuervo y la tribu del ciervo no tardarán en unirse contra ti. Para ellos, eres tanto una amenaza como Bjorn. Hati gruñó suavemente, sus ojos rojos ardiendo en la penumbra del bosque.
Hati:—Ya no eres solo un hombre. Ellos te verán como lo que eres ahora: un lobo portador de Fenrir, una criatura que no debería existir. Irás contra Bjorn, sí, pero no tardarán en venir por ti también.
Kjartan apretó los puños, sintiendo cómo la furia de Fenrir bullía en su interior ante la sola idea de ser contenido. No había vuelta atrás. No importaba lo que pensaran las otras tribus. Bjorn moriría, y si los cuervos y los ciervos intentaban interponerse en su camino, ellos también probarían la furia del lobo.
Kjartan:—Que vengan. —La voz de Kjartan era baja y áspera, cargada de una determinación fría y brutal—. No me importa cuántos sean. Voy a encontrar a Bjorn y voy a arrancarle el corazón con mis propias manos. Sköll lo miró con preocupación, sus ojos azules brillando como los del amanecer.
Skoll:—Esto no es solo tu venganza, Kjartan. Es la guerra. Cada paso que des en este camino te llevará más cerca de perderte en la oscuridad. Fenrir puede fortalecerte, pero también puede consumirte. ¿Estás listo para cargar con eso?
Kjartan levantó la mirada, y en sus ojos no había duda, solo la frialdad de un cazador que había elegido su presa.
Kjartan:—Estoy listo. —Respondió con firmeza—. No me importa lo que haga Fenrir conmigo, ni lo que las otras tribus piensen de mí. Bjorn morirá, aunque el mundo entero se desplome después.
Hubo un momento de silencio en el aire, como si los árboles contuvieran la respiración. Sköll y Hati intercambiaron una mirada breve. Ambos sabían que detenerlo era inútil. La furia en el corazón de Kjartan era tan implacable como la suya propia, y ahora que Fenrir había despertado en él, no había poder que pudiera contenerlo.
Finalmente, fue Hati quien mostró una sonrisa de colmillos, una expresión oscura y complacida.
Hati:—Si este es el camino que has elegido, no caminarás solo. —Hati levantó la cabeza hacia el cielo—. Donde tú vayas, nosotros iremos contigo.
Sköll asintió lentamente, aunque en su mirada había una mezcla de aceptación y preocupación.
Skoll:—Entonces así será. La luz y la sombra caminarán a tu lado hasta el final, Kjartan. Y si el mundo se desmorona a nuestro paso, que así sea.
Kjartan miró a los dos lobos, agradecido de alguna forma silenciosa. Sabía que Sköll y Hati no lo seguían por deber, sino porque compartían su hambre de venganza. Ellos también tenían cuentas pendientes con el destino.
Kjartan:—Vamos. —dijo Kjartan, apretando la lanza rota entre los dedos—. Bjorn no va a matarse solo.
Sköll y Hati se movieron a su lado, sincronizados como dos sombras gemelas. El lobo blanco y el lobo negro eran la extensión de su voluntad, la manifestación de la dualidad que ahora lo habitaba: furia incontrolable y propósito frío.
Los tres se adentraron en el bosque, con el viento frío acariciando sus pieles y la luna aún colgando en el horizonte, desvaneciéndose ante el amanecer. El rastro de Bjorn no estaba lejos, y Kjartan sabía que pronto, muy pronto, lo encontraría.
Y esta vez, no habría tregua ni piedad. Ni dioses, ni hombres, ni bestias lo detendrían. La caza había comenzado, y el mundo sabría lo que significaba despertar la furia del último lobo.
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-Tribu Oso-
El sol apenas se alzaba sobre el campamento de la tribu del oso, proyectando largas sombras sobre las tiendas cubiertas de pieles y los grandes tótems de madera tallada que guardaban el corazón del territorio de Bjorn. La nieve, que empezaba a derretirse con la luz del día, formaba pequeños riachuelos que se deslizaban lentamente por el suelo congelado. Todo estaba en calma... pero no por mucho tiempo. La tormenta de sangre se acercaba.
A lo lejos, Bjorn caminaba junto a su hijo mayor, un joven fuerte y silencioso, ambos portando lanzas y bolsas de cuero sobre sus hombros. Habían salido antes del amanecer para buscar suministros y resolver asuntos con un clan aliado. Bjorn, con su inmenso martillo colgado a la espalda, avanzaba entre los árboles sin sospechar lo que dejaba atrás. En el campamento, su esposa y su hijo menor descansaban en la cabaña principal, pensando que la paz del invierno aún los protegía.
Sin embargo, algo oscuro ya había cruzado los límites del bosque. Algo que llevaba la sombra del lobo y la promesa de una venganza implacable.
Kjartan llegó en silencio, una sombra entre los árboles. A su lado, Sköll y Hati lo seguían de cerca, sus movimientos sincronizados con los del lobo que los guiaba. Kjartan respiraba profundamente, dejando que el aroma del campamento de los osos impregnara sus sentidos. Podía oler la carne de sus enemigos, la sangre que aún no había sido derramada.
Kjartan:—Ahí están —murmuró Kjartan, aunque su voz apenas era un gruñido profundo. Fenrir rugía dentro de él, exigiendo violencia.
El cuerpo de Kjartan comenzó a cambiar. Sus huesos crujieron, su piel se rasgó y dio lugar al pelaje oscuro que crecía en su lugar. Sus garras se alargaron, sus colmillos sobresalieron, y su rostro humano desapareció en una máscara lupina llena de odio. La luna ya no estaba en el cielo, pero el lobo seguía allí.
Sköll y Hati observaron la transformación con calma, pues sabían que no había vuelta atrás. Kjartan se había entregado al lobo completamente. Con la furia de Fenrir latiendo en cada fibra de su ser, Kjartan se lanzó hacia el campamento sin advertencia alguna, sin palabras ni tregua. La caza había comenzado.
Dentro de la cabaña principal, la esposa de Bjorn estaba sentada junto al fuego, peinando los cabellos de su hijo menor, que apenas alcanzaba los diez años. El niño sonreía inocentemente, ajeno al peligro que se acercaba. Fuera, los guardias patrullaban el campamento con aire relajado, creyendo que ninguna amenaza se atrevería a desafiar la fuerza de los osos.
Y entonces, todo cambió.
Kjartan irrumpió en el campamento como un huracán de oscuridad y furia. Su forma de lobo era un monstruo, enorme y aterrador, su pelaje negro como la noche y sus ojos brillando con un rojo salvaje. Antes de que los guerreros pudieran reaccionar, sus garras atravesaron la primera garganta, silenciando al guardia en un instante. La nieve blanca se tiñó de rojo.
Oso:—¡ALERTA! ¡ALERTA! —gritó uno de los guerreros antes de ser derribado, su cuerpo hecho trizas bajo las garras del lobo.
El caos se desató en el campamento. Kjartan era imparable, una sombra furiosa que se movía entre las tiendas y los hombres como un depredador entre presas. Los guerreros que intentaban enfrentarlo eran destrozados con facilidad, sus cuerpos arrojados como muñecos rotos sobre la nieve. No había honor en esta batalla, solo venganza pura.
Desde la cabaña principal, la esposa de Bjorn escuchó los gritos y el sonido de la muerte acercándose. Aferró a su hijo menor contra su pecho, su corazón latiendo como un tambor. Sabía que no había escapatoria.
Kjartan, bañado en sangre, levantó la vista hacia la cabaña donde se escondían los dos últimos miembros de la familia de Bjorn. Sus colmillos destellaron en una sonrisa feroz. La voz de Fenrir retumbó en su mente, oscura y tentadora:
Fenrir:—Acaba con ellos. No debe quedar nadie. Que su dolor sea la sombra que persiga a Bjorn por siempre.
Sköll apareció a su lado en silencio, su mirada dorada fija en la cabaña.
Skoll:—¿Vas a matarlos, Kjartan? —preguntó el lobo blanco en su mente—. Ellos no empuñaron las armas contra ti. Hati mostró sus colmillos, disfrutando de la masacre.
Hati:—Hazlo. —gruñó con deleite—. Deja que la furia de Fenrir arrase con todo. No hay lugar para la piedad aquí.
Kjartan se quedó inmóvil por un momento, su pecho subiendo y bajando con respiraciones pesadas, sus garras goteando sangre sobre la nieve. El lobo en él rugía por más muerte, más destrucción. Pero había algo que lo detenía, algo en los ojos del niño que lo miraba desde la cabaña, tan inocente, tan frágil.
La voz de Fenrir se hizo más fuerte en su mente:
Fenrir:—No hay lugar para los débiles. El camino del lobo es el camino de la sangre. No dejes que el miedo detenga tu mano.
Kjartan apretó los puños. Podía sentir cómo la oscuridad lo consumía, cómo la furia de Fenrir intentaba hundir sus garras en lo que quedaba de su humanidad.
Y entonces, hizo su elección.
Se lanzó hacia la cabaña, dispuesto a completar su venganza... sin importar el precio.
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Kjartan, con los ojos encendidos por la furia de Fenrir, irrumpió en la cabaña. La esposa de Bjorn y su hijo menor apenas tuvieron tiempo de gritar antes de que el monstruo los alcanzara. Las garras del lobo atravesaron la carne con facilidad, silenciando sus vidas en un instante. No hubo remordimiento, solo un frenesí incontrolable, una necesidad de acabar con todo lo que estuviera relacionado con Bjorn, de convertir su vida en cenizas.
La sangre manchó las paredes de madera, y el cuerpo de la mujer quedó inmóvil sobre el suelo, abrazando inútilmente al niño que también había caído bajo las garras de Kjartan. El lobo —o lo que quedaba de Kjartan dentro de él— rugió, un sonido gutural que sacudió el aire como si anunciara al mundo que la masacre estaba completa. Sköll y Hati observaron desde la puerta, en silencio. El trabajo estaba hecho.
Skoll:—Esto no tiene vuelta atrás, hermano lobo —murmuró Sköll, su voz resonando como una advertencia suave, pero inútil.
Hati:—Que ardan todos —gruñó Hati, mostrando los colmillos en una sonrisa oscura—. Ahora ya no queda nada más que destruir.
El viento frío del bosque entró por la puerta abierta justo cuando Bjorn y su hijo mayor regresaban al campamento. Los dos se detuvieron en seco al ver la devastación. Guerreros muertos, sangre sobre la nieve y las tiendas reducidas a escombros. Bjorn sintió que el mundo se detenía cuando sus ojos encontraron el cuerpo sin vida de su esposa y su hijo menor, inmóviles en un charco de sangre.
Bjorn:—No... —murmuró Bjorn, su voz apenas un susurro roto.
La ira lo consumió. Sin pensar, lanzó un rugido que hizo eco en todo el bosque y se lanzó hacia Kjartan, desenfundando su martillo.
Kjartan, aún en su forma de lobo, lo esperaba con calma, observando cómo la furia consumía al líder de los osos. Bjorn era fuerte, pero Kjartan ahora era más, alimentado por la furia de Fenrir y por la satisfacción sombría de la venganza.
Bjorn se abalanzó sobre él, blandiendo su martillo con toda su fuerza. El impacto fue brutal, pero Kjartan esquivó el golpe con la velocidad de un depredador, y en un movimiento fluido, hundió sus garras en el abdomen de Bjorn. El líder oso gruñó de dolor, pero no dejó de pelear, lanzando un segundo ataque que apenas rozó a Kjartan.
Bjorn:—¡Maldito seas! —gritó Bjorn con voz desgarrada—. ¡Voy a arrancarte la vida!
Pero la lucha fue corta. Kjartan se movía con la velocidad y precisión de un lobo cazando a su presa. En un instante, derribó a Bjorn, haciéndolo caer de rodillas. Sus garras se hundieron en su carne, desgarrándolo y dejándolo medio muerto sobre la nieve.
Bjorn jadeaba, su martillo caído a su lado, incapaz de levantarse. Su vida se escurría lentamente con cada respiración pesada. La nieve blanca bajo él se tiñó de rojo, y la fuerza que alguna vez había llenado sus músculos comenzó a abandonarlo.
Kjartan:—Aún no he terminado. —La voz de Kjartan resonó fría y sin emoción, más allá de la furia, más allá del odio. Era pura crueldad, la manifestación implacable del lobo que vivía dentro de él.
Bjorn levantó la vista justo a tiempo para ver a Kjartan caminar hacia su hijo mayor, que observaba con los ojos abiertos de terror. El joven intentó retroceder, pero Kjartan lo atrapó con facilidad, sujetándolo por el cuello.
Bjorn:—¡No! —gritó Bjorn con un rugido desgarrado, tratando de arrastrarse hacia ellos—. ¡No lo hagas! ¡Es solo un niño!
Kjartan no mostró misericordia. Sus ojos brillaron con la intensidad feroz de Fenrir, y en un movimiento rápido y brutal, le rompió el cuello al joven, dejándolo caer inerte sobre la nieve.
Bjorn lanzó un alarido de dolor tan profundo que pareció partir el aire mismo. La desesperación lo consumió mientras veía a su hijo mayor morir frente a él, su cuerpo inerte junto a la sangre de su esposa y su hijo menor. Todo lo que había amado estaba muerto, y él no podía hacer nada más que observar.
Kjartan lo miró una última vez, sus ojos fríos e implacables, sin rastro de la humanidad que alguna vez había tenido.
Kjartan:—Esto es lo que merecías. —murmuró, dejando que las palabras se clavaran como una daga en el corazón de Bjorn—. Que vivas sabiendo que lo perdiste todo.
Bjorn se quedó allí, desangrándose en la nieve, incapaz de moverse, incapaz de morir rápido. Su mundo se había hecho pedazos y su alma estaba rota, pero su cuerpo seguía aferrándose a la vida, como si esa agonía fuera su castigo final.
Kjartan giró sobre sus talones, dejando atrás al líder oso, un hombre que había perdido todo y cuya vida ahora no valía nada. A su lado, Sköll y Hati lo siguieron en silencio, como sombras leales al final de una masacre. La cacería había terminado, pero la furia en el corazón de Kjartan no se había apagado. Fenrir aún ardía dentro de él, y el camino hacia su destino apenas comenzaba.
Mientras se adentraba en el bosque, sin mirar atrás, Bjorn se quedó allí, jadeando sobre la nieve manchada de sangre, solo con el peso de su sufrimiento y el vacío dejado por la pérdida.
Y así, el mundo aprendió que el último lobo no conocía la piedad.
-En otro lado-
Desde lo alto de una colina cercana, dos figuras inmóviles observaban la masacre que se desarrollaba en el campamento de la tribu del oso. Therin, el líder de la tribu del ciervo, y Eldrin, el líder de la tribu del cuervo, permanecían en completo silencio, como si el viento helado que soplaba a su alrededor hubiera congelado las palabras en sus gargantas.
Desde aquella distancia, habían visto cada detalle. Los gritos de los moribundos, la furia incontrolable de Kjartan en su forma de lobo, y la destrucción total del campamento. Pero lo que los dejó más inquietos fue la manera en que Kjartan acabó con la familia de Bjorn sin un atisbo de remordimiento: la esposa y el hijo menor, eliminados sin vacilar; el hijo mayor asesinado brutalmente frente a su padre moribundo.
Incluso cuando la masacre terminó y Kjartan desapareció entre las sombras del bosque, el silencio permaneció pesado sobre los dos líderes. El viento soplaba, llevando consigo el olor de la sangre y el fuego apagado, mientras Therin y Eldrin seguían mirando el campo de muerte que dejaban atrás.
Therin respiró profundamente, su rostro demacrado por la preocupación. Sus ojos dorados —los mismos que había heredado de generaciones de guardianes del bosque— estaban llenos de algo que rara vez permitía que se mostrara: temor. A pesar de la serenidad característica de su tribu, había algo en Kjartan que perturbaba incluso su calma ancestral.
Therin:—Esto es... peligroso —murmuró finalmente, su voz baja y grave, como si temiera que incluso el sonido de sus palabras pudiera atraer al lobo a su posición—. Ese hombre ha dejado de ser humano. No es más que una bestia.
Eldrin, a su lado, permanecía inmóvil, su capa oscura ondeando ligeramente con el viento. Los cuervos que siempre lo seguían en silencio ahora permanecían inquietos sobre sus hombros, sus ojos negros fijos en el campo de batalla. Su rostro no mostró emoción, pero sus ojos, oscuros como la noche, brillaban con una inquietud silenciosa.
Eldrin:—No es solo una bestia —respondió Eldrin, su voz suave pero cortante como el filo de una daga—. Es la manifestación de algo mucho peor. Ese no es el hombre que conocimos en otro tiempo. Eso es Fenrir encarnado.
Therin apretó los dientes, cruzando los brazos sobre su pecho, mientras su mente trabajaba rápidamente. El equilibrio que habían mantenido entre las tribus durante generaciones estaba en peligro. Los conflictos eran inevitables, sí, pero siempre se habían contenido bajo códigos de honor, alianzas y respeto mutuo. Lo que acababan de presenciar rompía esas reglas por completo.
Therin:—No respetará nada ni a nadie —dijo Therin en voz baja—. Kjartan no entiende de treguas ni límites. Acabará con cualquiera que se cruce en su camino.
Eldrin inclinó la cabeza ligeramente, su mirada todavía fija en las ruinas del campamento de Bjorn. El viento ululó entre los árboles, arrastrando consigo ecos de la tragedia que acababan de presenciar.
Eldrin:—Si lo dejamos seguir así, no habrá nada que detenga su avance. Hoy fue Bjorn. Mañana seremos nosotros. Todos seremos su presa.
Therin asintió lentamente, sabiendo que Eldrin tenía razón. Kjartan no distinguiría aliados de enemigos. No importaba si alguna vez habían luchado juntos o compartido intereses. Ahora Kjartan era una fuerza desatada, una tormenta sin control que consumiría todo a su paso.
Eldrin:—¿Qué propones? —preguntó Therin, aunque en el fondo ya conocía la respuesta. Eldrin dejó escapar un suspiro largo y bajo, como si aceptara con resignación lo inevitable.
Eldrin:—Debemos actuar antes de que sea demasiado tarde. Si no lo detenemos ahora, el lobo traerá la ruina a todas las tribus.
Therin permaneció en silencio por un momento más, sus pensamientos girando en torno a lo que acababan de presenciar. Sabía que enfrentarse a Kjartan no sería una simple batalla. Luchar contra el lobo significaba arriesgarlo todo, pero no hacer nada era un riesgo aún mayor. El precio de la inacción sería su extinción.
Finalmente, Therin asintió con gravedad.
Therin:—Entonces nos prepararemos. Convocaremos a nuestros guerreros. Kjartan no puede caminar libre.
Eldrin esbozó una sonrisa tenue, una sonrisa sin alegría, como un presagio oscuro de lo que estaba por venir.
Eldrin:—Será una cacería. Una que el lobo no verá venir. Pero debemos tener cuidado... o podríamos ser nosotros quienes acabemos siendo cazados.
Con esas palabras, los dos líderes se dieron la vuelta, alejándose de la colina mientras el viento helado seguía soplando, llevándose con él los últimos ecos de la masacre. Sabían que el tiempo se agotaba. Kjartan no se detendría hasta que todos aquellos que se interpusieran en su camino estuvieran muertos... y la pregunta ahora no era si lo enfrentarían, sino cuándo.
En las profundidades del bosque, el último lobo caminaba sin remordimiento, con Sköll y Hati siguiéndolo en silencio. El aire frío y las sombras lo envolvían, pero en su mente, Fenrir rugía con satisfacción. La cacería había comenzado, y ni dioses ni hombres estaban preparados para lo que venía.
Y pronto, las tribus lo aprenderían por las malas.
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-de regreso con Bjorn-
https://youtu.be/1Um8BFSh4xo
Bjorn yacía sobre la nieve, su cuerpo roto, empapado en sangre y dolor. La respiración era un tormento, cada aliento una promesa de que la muerte estaba cerca. Había perdido todo: su esposa, sus hijos, su hogar... y ahora solo quedaba esperar el fin, como un guerrero derrotado, sin honor ni gloria. Su martillo yacía a su lado, inútil, como él mismo, mientras su cuerpo se enfriaba lentamente bajo el peso de la nieve teñida de rojo. La vida lo abandonaba poco a poco, y Bjorn lo sabía.
Sus ojos se nublaron mientras la oscuridad comenzaba a arrastrarlo hacia un sueño del que no despertaría. Por un momento, deseó que la muerte lo abrazara rápido, que lo liberara del dolor insoportable que lo consumía. Sin embargo, el destino no le concedería esa misericordia.
Entonces, sin advertencia, el suelo debajo de él tembló. Una fisura se abrió con un sonido profundo y amenazante, como si la tierra misma se partiera bajo el peso de su sufrimiento. Las rocas comenzaron a crujir y desplazarse, y una luz anaranjada, ardiente y sobrenatural, brotó de las grietas. El aire se volvió pesado, denso con el olor a cenizas y azufre.
Antes de que Bjorn pudiera procesarlo, una enorme mano en llamas emergió de las profundidades de la tierra. Sus dedos eran como columnas de fuego y roca, envueltos en llamas vivas que rugían como un volcán en erupción. La mano lo atrapó sin piedad, sujetándolo con una fuerza imposible de resistir.
Bjorn gritó, no solo por el dolor insoportable, sino por el terror que lo paralizó. Sabía exactamente a dónde lo estaban llevando. Había escuchado las historias desde que era niño, los cuentos de guerreros condenados, arrastrados por fuerzas primordiales a un reino donde las llamas nunca se apagaban y donde el sufrimiento era eterno: Muspellheim, el Reino del Fuego.
La tierra se abrió más, y Bjorn fue arrastrado hacia abajo, envuelto en las garras ardientes que lo reclamaban. El suelo se derrumbó sobre él, y su grito de desesperación fue ahogado por el rugido del fuego. La oscuridad y el calor lo envolvieron al mismo tiempo, llevándolo a través de un abismo sin fin, una caída interminable hacia el destino que siempre había temido.
Finalmente, la caída terminó con un impacto brutal. Bjorn aterrizó sobre un suelo de piedra negra, rugosa y ardiente, cubierto de ríos de magma que fluían lentamente como venas de un corazón infernal. El calor era insoportable, como si su piel se derritiera bajo su propia respiración, pero, para su horror, no moría. El fuego no lo dejaría morir tan fácil. Muspellheim era un reino donde incluso la muerte era un lujo que no podía obtenerse sin sufrimiento.
Bjorn abrió los ojos, jadeando y sintiendo cómo el dolor lo mantenía despierto. A su alrededor, el aire vibraba con la presencia de seres inmensos, figuras hechas de fuego y destrucción. Caminaban con pasos pesados, arrastrando armas incandescentes y dejando a su paso un rastro de destrucción. Eran los gigantes de fuego, los hijos de Surtur, el gran destructor, cuyo destino era reducir el mundo a cenizas en el fin de los tiempos.
En la distancia, un trono de fuego brillaba en la penumbra, y sobre él, una figura gigantesca lo observaba desde las sombras incandescentes. Surtur en persona, el señor de Muspellheim, el guardián del fuego eterno, el portador de la espada que prendería el mundo en llamas al inicio del Ragnarok.
Bjorn sintió cómo su corazón se detenía por un momento. Estaba en el corazón del infierno. No había escapatoria.
Entonces, una voz profunda y resonante se levantó desde las llamas, una voz que no pertenecía a ningún ser mortal. Era el rugido del fuego mismo, un eco de poder antiguo y devastador.
Surtur:—Bienvenido, Bjorn. —La voz de Surtur resonó por todo el reino, envolviendo a Bjorn como una ola de calor abrasador—. Te esperaba.
Bjorn tembló bajo el peso de esas palabras. Había escuchado las historias, sabía que los gigantes de fuego no traían nada más que destrucción. Pero... ¿por qué él? ¿Por qué lo habían llevado hasta allí, cuando lo único que quería era morir?
Surtur inclinó su cabeza lentamente, su mirada ardiente fija en Bjorn, como si pudiera ver cada fibra de su alma.
Surtur:—Has sido arrancado de la muerte por una razón. La llama que arde en tu corazón aún puede ser usada. El lobo ha despertado en el mundo de los vivos... y el fuego no puede permitir que camine libre.
Bjorn jadeó, intentando comprender las palabras. El lobo. Kjartan. La furia del lobo y el poder de Fenrir habían desatado algo más grande de lo que jamás imaginó. Incluso el fuego temía lo que Fenrir podía traer consigo.
Surtur:—Si el lobo devora el mundo, no quedará nada que quemar, —prosiguió Surtr, su voz profunda como el rugido de un volcán—. Debes regresar, Bjorn. No morirás aquí. Volverás a la superficie, y cuando lo hagas... serás mi heraldo.
Bjorn intentó protestar, pero su voz se ahogó en el calor sofocante. El fuego no le daba opción. Muspellheim lo había reclamado, y ahora sería un arma más en la guerra que se avecinaba.
Surtur extendió su mano hacia él, y una llama viva se retorció en la palma del gigante, una llama negra que parecía devorar incluso la luz que la rodeaba.
Surtur:—Acepta el fuego, Bjorn. Vive. Y cuando llegue el momento... quemaremos al lobo juntos.
Bjorn sintió cómo el calor se apoderaba de él, llenando su cuerpo roto con una nueva fuerza, una furia que rivalizaba con la del lobo. Ya no era el guerrero derrotado que había caído sobre la nieve. Ahora era otra cosa. Algo más antiguo, más terrible.
El fuego lo consumió, y con ello, Bjorn renació.
Y así, desde las profundidades de Muspellheim, el líder de los osos se levantó una vez más, con la furia del fuego ardiendo en su pecho, listo para desatar su venganza.
El Ragnarok aún no había llegado. Pero las llamas ya se estaban preparando.
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-De regreso con Kjartan-
Kjartan caminaba solo entre las sombras del bosque, su cuerpo aún cubierto de la sangre de aquellos que había masacrado. El viento helado susurraba a su alrededor, pero no podía enfriar el fuego que ardía en su pecho. La furia que lo había consumido finalmente comenzaba a desvanecerse, y con ella llegó algo mucho peor: la conciencia de lo que había hecho.
Se detuvo junto a un arroyo, donde las aguas cristalinas reflejaban la luz tenue del amanecer. Kjartan miró su propio reflejo, pero no reconoció al hombre que veía. Su rostro estaba cubierto de sangre seca, y sus ojos, una vez llenos de propósito, ahora parecían vacíos, como los de un lobo salvaje. Había cruzado un límite del que no había regreso.
Los recuerdos lo golpearon como un martillo. La mirada aterrada del hijo mayor de Bjorn antes de que le rompiera el cuello, los gritos desesperados de la esposa del líder oso, el pequeño cuerpo del niño menor, inerte en el suelo frío. Todo volvió a su mente con una claridad cruel, como si el mismo bosque se burlara de él, repitiendo las escenas en un ciclo interminable.
Kjartan cayó de rodillas junto al arroyo, su cuerpo temblando bajo el peso del remordimiento. ¿Qué había hecho? ¿En qué se había convertido? Su venganza había sido completa, pero no había traído paz. Solo vacío. Un vacío tan profundo que parecía devorarlo desde dentro.
Su voz quebrada susurró en la soledad del bosque:
Kjartan:—¿Qué diría mi madre... si me viera ahora? ¿Qué diría mi padre?
El eco de esas palabras lo atormentaba. Hrafn, el líder de los lobos, había caído con honor, luchando por su gente. ¿Podía llamarse hijo de ese hombre después de lo que había hecho? ¿Seguía siendo humano... o el monstruo lo había consumido por completo?
Sus manos temblorosas se cerraron en puños mientras miraba su reflejo una vez más. No había humanidad en esos ojos. Solo quedaba la sombra del lobo que había despertado dentro de él.
Kjartan:—¿Qué soy ahora...? —murmuró, sintiendo que su voz se rompía bajo el peso del horror. ¿Un hombre? ¿Un lobo? ¿O solo un monstruo al que ya no le queda redención?
La voz profunda y tranquila de Fenrir resonó entonces en su mente, cálida como una hoguera en medio de la tormenta:
Fenrir:—Tú eres ambas cosas, Kjartan. Eres hombre y eres lobo. Y no eres ni lo uno ni lo otro por completo.
El eco de las palabras de Fenrir llenó su mente, envolviéndolo como un manto protector.
Fenrir:—No eres un monstruo, hijo mío. —continuó el espíritu del lobo—. Hiciste lo que tu furia te pidió, pero tu corazón aún late. La culpa que sientes es la prueba de que no te has perdido por completo.
Kjartan respiró hondo, intentando encontrar algo de consuelo en esas palabras. ¿Era cierto? ¿Aún quedaba algo de humanidad en él, o simplemente se engañaba a sí mismo?
En ese momento, Sköll y Hati emergieron de entre los árboles, moviéndose en silencio hasta colocarse a ambos lados de él. El lobo blanco y el lobo negro, símbolos de luz y sombra, se acercaron como si hubieran sentido el conflicto que se libraba dentro de su alma.
Sköll frotó su cabeza contra el brazo de Kjartan, con su mirada celeste llena de comprensión.
Skoll:—Padre, no debes cargar con esto solo. La ira que llevas dentro es pesada, pero no somos esclavos de nuestra furia. Eres más que lo que hiciste.
Hati:—Eres un lobo, pero no por eso estás condenado. Un lobo no pide permiso para vivir. Un lobo solo sigue adelante. Hati, con una sonrisa llena de colmillos, habló con su tono más oscuro pero igual de sincero.
Kjartan cerró los ojos, sintiendo cómo las palabras de sus hijos calmaban las olas de culpa que amenazaban con ahogarlo. Sköll y Hati no lo juzgaban. Para ellos, él seguía siendo su padre, tanto en la luz como en la oscuridad. Fenrir, dentro de él, también permanecía en silencio, ofreciendo su presencia como un faro en medio de la tormenta emocional.
Fenrir:—Tienes dos caminos, Kjartan, —susurró Fenrir en su mente—. Puedes lamentar lo que hiciste y dejar que la culpa te consuma... o puedes levantarte y caminar hacia adelante. La elección es tuya.
Kjartan dejó escapar un suspiro largo y tembloroso, sintiendo que parte del peso en su pecho comenzaba a disiparse. No podía cambiar el pasado, pero sí podía elegir qué hacer con lo que quedaba de su vida.
Con lentitud, se levantó, apoyándose en la lanza rota que aún llevaba consigo. El agua del arroyo limpió la sangre de sus manos, pero no podía limpiar lo que ya había hecho. Eso quedaría con él para siempre, como una cicatriz en su alma.
Kjartan:—Seguiré adelante. —murmuró finalmente, su voz firme pero baja. No había paz en esa decisión, solo certeza.
Sköll y Hati asintieron en silencio, colocándose a su lado como sombras gemelas. La luz y la oscuridad caminarían con él, como siempre lo habían hecho.
Kjartan miró al horizonte, donde el bosque profundo se extendía como una promesa de nuevos desafíos. Bjorn estaba muerto en espíritu, pero algo más antiguo y terrible se acercaba. Kjartan lo sabía en el fondo de su alma: los dioses, las tribus, y el destino aún no habían terminado con él.
Y ahora, caminaba hacia lo desconocido sin ilusiones, pero con una nueva determinación. Sería lo que fuera necesario. Hombre o lobo. O ambos.
Sin mirar atrás, Kjartan dio su primer paso hacia el futuro, con Sköll y Hati siguiéndolo en silencio. Y en su interior, Fenrir rugió suavemente, satisfecho de que el último lobo aún caminaba entre los vivos.
Kjartan cayó en un sueño profundo, agotado por el peso de la furia, la culpa y las batallas recientes. El frío del bosque lo envolvía, pero en sus sueños, todo era diferente. No había oscuridad ni sangre, ni ecos de la masacre que había dejado atrás. En su lugar, se encontró en otro tiempo, en otro lugar, uno que creía perdido para siempre.
Cuando abrió los ojos, ya no era el hombre adulto ni el lobo que había llegado a ser. Era solo un niño, pequeño y frágil, sin cicatrices ni remordimientos, sin el peso del mundo sobre sus hombros. Sus manos eran pequeñas, sus pasos inseguros, como si todo lo que había vivido se hubiera desvanecido y solo quedara la inocencia que alguna vez tuvo. Se sintió extraño, pero no asustado.
Se giró y entonces la vio: su madre, Astrid.
Ella estaba allí, joven y radiante, tal como la recordaba, con el mismo rostro amoroso que había sido su refugio en los días más difíciles. Sus cabellos dorados brillaban como el sol, y sus ojos azules, llenos de una calidez infinita, lo miraban con todo el amor del mundo. Ella sonreía, una sonrisa que no había visto en años, y esa sola visión fue suficiente para que algo dentro de él se rompiera.
Astrid lo sostenía en brazos, tal como lo había hecho tantas veces cuando era pequeño. Él sintió el suave calor de su piel, la seguridad de su abrazo, el tipo de amor que solo una madre podía ofrecer. No había expectativas, no había juicio. Solo amor incondicional.
Ella comenzó a entonar una canción, una melodía suave y familiar que se deslizó por el aire como una brisa cálida. Kjartan conocía esa canción. Era la misma canción de cuna que le había cantado cada noche cuando era niño, una melodía que había quedado enterrada en los rincones más profundos de su memoria, olvidada por los años y el dolor.
https://youtu.be/KTmatjyd4KM
Astrid:—Duerme, mi pequeño lobo —cantaba Astrid con voz suave y melancólica—. Bajo la luna y el cielo, donde los sueños corren libres...
La voz de su madre envolvía a Kjartan como un manto, acariciando su alma cansada. La melodía despertaba recuerdos olvidados: las noches frías en las que se acurrucaba contra ella, los susurros reconfortantes, el leve toque de su mano en su cabello. Y entonces, algo se quebró dentro de él.
Las lágrimas comenzaron a caer sin control por sus mejillas infantiles. Todo el dolor, el odio, la culpa y la furia que había acumulado durante años se derramaron en forma de lágrimas silenciosas. En ese momento, no era el guerrero roto ni el hombre consumido por la venganza. Era solo un niño, un niño que extrañaba a su madre más de lo que podía soportar.
Astrid lo apretó con más fuerza contra su pecho, besando su frente con ternura, como si supiera exactamente lo que estaba sintiendo.
Astrid:—Todo está bien, pequeño mío. —susurró mientras seguía cantando—. Estoy aquí. Siempre estaré aquí.
Kjartan se aferró a ella, enterrando su rostro en su cuello, llorando como nunca había llorado antes. Todo lo que había contenido durante años, toda la rabia y la pérdida, se desbordó en ese momento. Se sintió vulnerable, pero por primera vez en mucho tiempo, no le importó.
Kjartan:—Madre... —susurró entre sollozos, su voz apenas un murmullo.
Astrid siguió cantando, acariciando suavemente su cabello, como si nada malo hubiera pasado jamás. La melodía era un bálsamo para su alma, una promesa de que, aunque el mundo hubiera cambiado, su amor por él nunca desaparecería.
Kjartan lloró hasta que su cuerpo pequeño tembló, y su madre lo sostuvo todo el tiempo, sin soltarlo, sin juzgarlo, sin exigirle nada más que ser él mismo.
En ese momento, Kjartan supo que, a pesar de todo lo que había hecho, a pesar del monstruo que había despertado en él, su madre lo había amado siempre, sin condiciones. Y aunque su camino por delante sería oscuro y peligroso, ese amor seguiría siendo su luz, incluso cuando todo lo demás se hubiera desvanecido.
Y así, en los brazos de su madre, Kjartan encontró una paz que había creído imposible. Aunque solo fuera en un sueño, era suficiente para recordarle que todavía quedaba algo de él, escondido en algún rincón de su alma: el niño que había sido, el hijo que su madre amaba.
El mundo del sueño comenzó a desvanecerse lentamente, como niebla disipada por la luz del sol. Kjartan no quería dejarla ir, pero sabía que tenía que hacerlo. Aun así, la melodía permaneció en su mente, un eco suave que le susurraba al oído mientras volvía a despertar en el mundo real.
Y cuando abrió los ojos, el frío del bosque lo recibió de nuevo. Pero esta vez, había lágrimas en su rostro.
Y por primera vez en mucho tiempo, no sintió vergüenza por llorar.
Kjartan despertó en silencio bajo las ramas heladas del bosque. Los primeros rayos del sol se filtraban entre las hojas, proyectando débiles parches de luz sobre su cuerpo cansado. Sus ojos estaban húmedos, y las lágrimas todavía corrían por su rostro sin que intentara detenerlas. Por un momento, permaneció acostado, respirando lentamente, como si el sueño que acababa de tener hubiera sido tan real como la nieve bajo sus dedos.
El eco de la canción de su madre aún resonaba en su mente, suave y melancólico, envolviendo su corazón como un manto de consuelo. Astrid, su madre. La mujer que había sido su refugio en la infancia, la que lo había protegido del frío del mundo. Hrafn, su padre. El líder de los lobos, duro como la piedra, pero al final, un hombre que había luchado y muerto para proteger lo que amaba.
Todo lo que había hecho hasta ese momento —la sangre derramada, la ira que había dejado consumir su alma—, lo había llevado a un lugar oscuro, un abismo donde apenas se reconocía. Pero ese sueño le había recordado algo que había olvidado: que no estaba solo. Sus padres siempre habían estado con él, en su memoria, en su corazón, y quizás, incluso ahora, desde algún lugar más allá de lo visible.
Kjartan se sentó lentamente, su aliento creando nubes de vapor en el aire frío. Las lágrimas seguían fluyendo, pero ya no eran solo de tristeza o culpa. Eran de gratitud. Con cada una que caía sobre la nieve, sentía cómo su alma se aligeraba un poco más.
Kjartan:—Gracias... Madre. —susurró, cerrando los ojos por un instante, permitiendo que la imagen de Astrid siguiera viva en su mente—. Por todo lo que hiciste por mí. Por cada canción, por cada abrazo.
Su voz tembló, pero no se detuvo. De alguna manera, necesitaba decirlo, aunque nadie más pudiera escucharlo.
Kjartan:—Gracias, Padre... —continuó, sintiendo el peso del legado de Hrafn sobre sus hombros—. Por enseñarme a ser fuerte, por pelear hasta el final, aunque no estuvieras allí al final para mostrarme cómo hacerlo.
Una sonrisa leve, rota, pero sincera, asomó en sus labios. Era pequeña, frágil, pero verdadera. Por primera vez en mucho tiempo, no sintió el peso de la furia sobre su pecho, sino algo más suave, más humano.
—Lamento todo lo que hice... pero seguiré adelante. —murmuró, como si sus padres pudieran escucharlo desde algún lugar distante—. Por ustedes. No importa si ya no sé quién soy. Caminaré hasta el final.
Sköll y Hati permanecían cerca, sus miradas fijas en él. No dijeron nada, pues sabían que este momento era solo suyo. Solo lo miraron con respeto, como dos sombras fieles que habían visto todo lo bueno y lo malo en su interior... y aún estaban a su lado.
Kjartan se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, sintiendo que algo dentro de él había cambiado. No había redención completa para lo que había hecho, pero la culpa ya no lo controlaba. Seguiría adelante, porque eso era lo único que podía hacer. No había otro camino para los lobos: solo seguir corriendo, incluso cuando el frío acechara y los enemigos se multiplicaran.
Se levantó con calma, sintiendo el aire fresco llenar sus pulmones. La caza aún no había terminado, y el mundo todavía le debía algunas respuestas. Pero ahora, por primera vez en mucho tiempo, no se sentía perdido del todo. Los ecos de la voz de su madre y la sombra de su padre permanecerían con él, pase lo que pase.
Miró hacia el horizonte, hacia donde el bosque profundo se extendía en sombras y luz entrelazadas. La senda sería peligrosa, llena de oscuridad... pero también habría claridad en algunos momentos. Sköll y Hati lo siguieron, sin decir palabra. La luz y la sombra siempre estarían con él.
Kjartan respiró hondo una última vez y luego, con la serenidad de quien acepta su destino, murmuró al viento:
Kjartan:—Gracias por todo, Madre. Padre... No los defraudaré.
-En otro lado-
El cielo sobre los territorios del norte estaba nublado, cubierto por grises tormentosos, como si la misma naturaleza presintiera que algo terrible se aproximaba. En las ramas más altas de un abeto ennegrecido, un cuervo de ojos oscuros observaba el horizonte con curiosidad. Era una de las muchas aves que Eldrin, el líder de la tribu del cuervo, había enviado a vigilar las tierras cercanas. Los cuervos eran los ojos del bosque, y Eldrin confiaba en ellos más que en los hombres.
El cuervo graznó de repente, sus alas se agitaron con inquietud. Había visto algo que no debería estar allí. A lo lejos, más allá de las colinas nevadas, la tierra había comenzado a resquebrajarse. Un extraño brillo anaranjado, como si el interior de la misma tierra se hubiera encendido, se filtraba entre las fisuras del suelo. El cuervo se quedó inmóvil, cautivado y horrorizado al mismo tiempo.
Desde las profundidades de la grieta, un sonido gutural y profundo resonó, como si un volcán acabara de despertar bajo la superficie. La fisura se expandió, escupiendo llamas y humo, y la nieve que cubría el suelo se evaporó en segundos. El fuego y la roca fundida comenzaron a brotar del abismo, como si algo ancestral hubiera sido liberado.
Entonces de hay, emergió.
https://youtu.be/xhVKeyhZNLU
Una figura colosal salió de las entrañas de la tierra, envuelta en llamas y cenizas. Su cuerpo estaba compuesto de roca negra y ardiente, como si hubiera sido forjado en los fuegos más profundos del infierno. Sus ojos brillaban como brasas, y cada paso que daba hacía temblar la tierra a su alrededor. El aire chisporroteaba con su mera presencia, y a su alrededor, las llamas bailaban como si fueran parte de él.
Era Bjorn. Pero no el líder del oso que había caído bajo las garras de Kjartan. Esta era su nueva forma, renacido como una criatura de fuego y destrucción, un heraldo del caos. El reino de Muspellheim lo había transformado, infundiéndole con una furia primitiva que rivalizaba con la de Fenrir.
El cuerpo del ser, ahora mucho más grande que cualquier hombre, se movía con un propósito siniestro. Las llamas envolvían sus brazos y piernas, y en su espalda surgían picos de magma endurecido que lo hacían parecer una bestia sacada de una pesadilla antigua. Su martillo, antaño una simple arma de metal, ahora era un arma viviente, una columna de fuego y roca que brillaba con runas incandescentes. Cada movimiento suyo hacía crujir la tierra, y cada respiración suya era como el aliento de un volcán.
El cuervo observaba todo desde la distancia, sus ojos reflejando las llamas que ahora salían del abismo. Lo que veía era algo que ni los guerreros más sabios habrían creído posible. Bjorn había vuelto, pero no como el hombre que alguna vez fue. Ahora era una criatura de fuego y venganza, un ser que no conocía descanso ni piedad.
Cuervo:—Cawww... —graznó el cuervo, inquieto, antes de extender sus alas y elevarse rápidamente hacia el cielo. Llevaba consigo un mensaje que Eldrin debía escuchar cuanto antes: una amenaza mayor que cualquier otra estaba caminando nuevamente por las tierras del norte.
-Tribu cuervo-
En el campamento de la tribu del cuervo, Eldrin estaba sentado en su tienda, rodeado de runas y talismanes, meditando sobre las visiones que habían comenzado a atormentarlo desde la masacre de Bjorn. El cuervo aterrizó en una rama cercana, con el pecho agitado por el largo vuelo, y clavó sus ojos negros en los de Eldrin.
Eldrin supo en el instante en que lo miró que algo terrible había sucedido. El mensaje del cuervo llegó a su mente como un susurro oscuro:
Eldrin:—Bjorn ha regresado... y trae el fuego del infierno consigo.
Por un momento, Eldrin se quedó en silencio, su mente trabajando rápidamente. Había temido que Kjartan fuera una amenaza incontrolable... pero esto era peor. Bjorn, ahora como un heraldo de Muspellheim, no buscaría tregua ni alianza.
El líder cuervo apretó los dientes. Sabía que esta criatura de fuego no se detendría hasta que todo lo que tocara fuera reducido a cenizas. Kjartan y Bjorn, lobo y fuego, estaban destinados a encontrarse nuevamente. Y cuando lo hicieran... el mundo temblaría.
Eldrin se levantó lentamente, su capa oscura ondeando con el viento que entraba por la tienda. No había tiempo que perder. Debía reunir a los líderes de las otras tribus... o ninguno de ellos viviría para ver el siguiente invierno.
Y lejos, en las colinas nevadas, Bjorn, el heraldo del fuego, avanzaba hacia el norte, cada paso suyo una promesa de destrucción. No había piedad en su corazón. Solo llamas y venganza.
El cielo se oscureció con nubes de ceniza y humo, arrastradas por los vientos furiosos que acompañaban al monstruo que una vez fue Bjorn. Las llamas danzaban alrededor de su cuerpo, consumiendo el aire a su alrededor y dejando solo calor y devastación en su camino. Su piel era roca negra y ardiente, y en sus ojos brillaba el fuego inextinguible de Muspellheim. La furia lo impulsaba, ardía dentro de él como un horno eterno. Pero no era suficiente. Nada lo satisfacía.
El terreno temblaba bajo sus pies mientras caminaba hacia una montaña solitaria que se alzaba ante él, oscura y silenciosa, como si se atreviera a desafiar su existencia. El fuego rugía en su pecho, pidiendo liberarse, y Bjorn sintió cómo su furia alcanzaba un punto insoportable.
Bjorn:—Esta tierra... este mundo... no es nada. —gruñó con desprecio, levantando una mano hacia el cielo.
En un instante, las llamas se reunieron en su palma, arremolinándose en una tormenta de magma y fuego. Las brasas chisporroteaban violentamente, como si una voluntad viva se alimentara de su ira. El calor era sofocante, incluso para él, pero no le importaba. El fuego obedecía a su furia, y con cada latido de su corazón, el arma tomaba forma.
Con un rugido que hizo eco por todo el valle, Bjorn levantó su hacha, una colosal herramienta de destrucción formada por puro magma, su filo ardiendo con el fuego de las profundidades. Cada runa grabada en el mango relucía intensamente, alimentada por la energía furiosa de su portador. La mera presencia del arma hacía que la nieve a kilómetros se evaporara, y el suelo bajo sus pies se volvió roca fundida.
El aire tembló. El hacha parecía devorar la luz a su alrededor, proyectando sombras distorsionadas y alimentándose del odio en el corazón de Bjorn.
Bjorn:—Este mundo será cenizas— murmuró, su voz profunda y rugosa, casi como el rugido de un volcán a punto de estallar. Con ambas manos, Bjorn alzó el hacha ardiente sobre su cabeza y, con un grito ensordecedor, descargó el arma sobre el suelo con toda su fuerza.
El impacto fue apocalíptico. El filo del hacha atravesó la tierra con un brillo cegador, y una grieta masiva se abrió, dividiendo la montaña en dos. Un torrente de fuego corrió por la fisura, como un río de lava recién liberado. El suelo retumbó mientras las dos mitades de la montaña comenzaron a separarse con un estruendo devastador.
Y luego, explotó.
Una columna de fuego y roca ascendió hacia los cielos como una lanza ardiente, atravesando las nubes y esparciendo fragmentos de la montaña en todas direcciones. La explosión fue tan poderosa que el eco resonó por toda la región, sacudiendo los árboles en los bosques cercanos y haciendo vibrar la tierra bajo los pies de los animales que huían en todas direcciones.
El fuego consumió la montaña por completo. Rocas gigantes fueron lanzadas como proyectiles incandescentes, esparciendo destrucción en un amplio radio. Los árboles ardieron al instante, y ríos de magma comenzaron a fluir lentamente desde la fisura que había dejado el impacto, como un veneno que se extendía por las venas del mundo.
Bjorn permaneció en pie frente a la destrucción que había provocado, su cuerpo temblando de rabia. Pero no fue suficiente. No importaba cuántas montañas partiera ni cuántas tierras redujera a cenizas. Nada de esto saciaba la furia en su corazón.
Bjorn:—Esto no es suficiente. —murmuró, sus ojos llameantes reflejando la destrucción ante él—. Nada será suficiente... hasta que lo encuentre.
La ira lo consumió, como un incendio forestal que devora todo a su paso, arrasando con cualquier resto de humanidad que pudiera haber quedado en su alma. En su mente solo había una imagen: Kjartan, el lobo que le había arrebatado todo. El hombre que había asesinado a su familia. Cada vez que cerraba los ojos, veía el momento en que su hijo mayor cayó muerto frente a él, el sonido del cuello rompiéndose, la sangre derramándose en la nieve.
Bjorn dejó escapar un rugido inhumano, una mezcla de furia, dolor y venganza. Las llamas a su alrededor se intensificaron, girando en espirales furiosas mientras el hacha en su mano brillaba más fuerte. La furia era su único propósito. La destrucción era su único consuelo.
Gritó, su voz retumbando como un trueno—. No importa dónde te escondas. ¡El fuego te encontrará!
Con cada paso que daba, la tierra se agrietaba y ardía bajo sus pies. La furia de Muspellheim corría por sus venas, y no habría lugar en el mundo que pudiera contener su poder. El lobo pagaría por lo que había hecho.
Bjorn avanzaba, imparable, una tormenta de fuego caminante. Nada podría detenerlo. Ni hombres, ni dioses, ni bestias. Cada aliento suyo era una promesa de destrucción, y cada paso que daba acercaba más el fin.
El Ragnarok ya había comenzado en su corazón. Y cuando encontrara a Kjartan, no habría piedad.
Solo fuego.
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En lo profundo de los bosques de la tribu del ciervo, Therin se encontraba en su tienda, sentado junto a una mesa tallada con símbolos antiguos de protección y sabiduría. La luz del sol se filtraba entre las ramas de los altos árboles, pero ni siquiera la tranquilidad del bosque podía aplacar la inquietud que pesaba sobre él. Sabía que algo oscuro se acercaba. Lo había sentido en los vientos del norte, y el aire frío traía presagios que no se podían ignorar.
Un cuervo negro descendió de las alturas y entró silenciosamente en la tienda a través de la abertura superior. Llevaba un pergamino atado a su pata con un cordón de cuero. El ave graznó suavemente, inclinando la cabeza mientras esperaba que Therin lo liberara de su carga.
Therin desenrolló el pergamino con cautela. Sabía de quién provenía. Eldrin, el líder de la tribu del cuervo, siempre era preciso y nunca enviaba mensajes sin razón de peso.
A medida que sus ojos recorrían la carta, su expresión se endureció. Lo que temía era cierto: Bjorn había vuelto, pero no como el guerrero que alguna vez lideró la tribu del oso. Ahora era una criatura salida del mismo infierno, una bestia de fuego nacida en Muspellheim. La montaña partida y la explosión que Eldrin describía eran prueba suficiente de que lo que se aproximaba era algo más grande de lo que cualquiera de ellos podría haber imaginado.
Al final de la carta, las instrucciones de Eldrin eran claras:
"Therin, el tiempo de esperar ha terminado. Bjorn se ha convertido en algo más que un guerrero: es una fuerza que solo busca destruirlo todo a su paso. Él busca al lobo, pero no se detendrá solo en Kjartan. Este fuego consumirá todo si no hacemos algo. Reúne a tu caballería y prepárate para la guerra. Yo convocaré a mis guerreros y nos encontraremos pronto.
El Ragnarok ya ha comenzado."
—Eldrin.
Therin dejó escapar un suspiro pesado, doblando cuidadosamente la carta antes de colocarla sobre la mesa. Su mirada dorada se perdió por un momento en el vacío. Sabía que este día llegaría eventualmente: el equilibrio que tanto había intentado preservar entre las tribus había terminado. La paz que una vez soñó mantener era ahora un recuerdo distante, y el futuro se teñía con la sombra del fuego y la furia.
Se levantó lentamente, ajustándose el manto de piel que cubría sus hombros. El aire del bosque era fresco, pero él sentía el peso de lo que venía, como si el calor de Bjorn ya estuviera extendiéndose por todo el territorio. Había que actuar rápido, o no quedaría nada que proteger.
Therin:—Ragnarok... —murmuró en voz baja—. No pensé que llegaría así.
Therin salió de la tienda y levantó el brazo, convocando a sus capitanes. Los cuernos de aviso resonaron en el aire, sus ecos danzando entre los árboles altos, convocando a los guerreros de la tribu del ciervo. Era hora de armar a la caballería. Los jinetes, la élite de su tribu, eran conocidos por su velocidad y disciplina, capaces de atravesar los bosques más densos como si fueran parte del viento mismo.
Therin avanzó hacia el centro del campamento, donde los guerreros ya comenzaban a reunirse. Los caballos, fuertes y ágiles, resoplaban mientras sus jinetes ajustaban las monturas y las armas. Los arcos curvos, lanzas ligeras y espadas cortas relucían bajo la tenue luz del día. Todos sabían que algo se avecinaba, y sus rostros reflejaban la seriedad del momento.
Therin:—Preparen a los jinetes. —ordenó Therin con calma, aunque en su tono había una urgencia velada—. Nos moveremos rápido. El fuego viene, y no esperará por nadie.
Uno de sus capitanes, un guerrero de mirada aguda y vestimenta de cuero oscuro, asintió rápidamente.
Ciervo:—¿Nos dirigimos hacia el norte, señor? —preguntó. Therin sacudió la cabeza.
Therin:—No todavía. Primero debemos encontrarnos con Eldrin y su gente. No enfrentaremos esto solos.
El capitán inclinó la cabeza en señal de respeto antes de volverse hacia los jinetes, transmitiendo las órdenes. Los hombres de Therin se movían con precisión, preparando a los caballos y asegurando las provisiones. No habría margen para errores.
Therin se quedó en silencio por un momento, mirando hacia el horizonte. Sabía que esta guerra no era solo contra Bjorn o Kjartan, sino contra algo mucho más antiguo: el caos desatado, el fin del equilibrio entre las tribus. Si dejaban que la ira y el fuego se apoderaran del mundo, todo lo que conocían se convertiría en cenizas.
Therin:—Eldrin tiene razón —murmuró para sí mismo—. Esto es solo el comienzo.
Mientras los jinetes terminaban de alistarse, Therin tomó las riendas de su propio corcel, una criatura majestuosa de pelaje oscuro y ojos brillantes como estrellas. Subió con un movimiento fluido, su figura erguida y tranquila como la de un cazador a punto de liberar una flecha.
El tiempo de esperar había terminado. Ahora era el momento de actuar.
Con un último vistazo a su campamento, levantó su mano y dio la orden.
Therin:—¡Jinetes, en marcha!
Los cuernos sonaron una vez más, y el sonido de cascos resonó por todo el bosque mientras la caballería de la tribu del ciervo se ponía en movimiento, desapareciendo entre los árboles como un viento silencioso. Therin y sus guerreros cabalgaban hacia un futuro incierto, sabiendo que al otro lado de esa guerra los esperaba algo más grande que cualquiera de ellos.
Y en algún punto del camino, las tribus del ciervo y del cuervo se unirían para enfrentar la amenaza que ardía más allá del horizonte: Bjorn, el heraldo del fuego.
No habría piedad, ni para el fuego ni para el lobo.
-De regreso con Kjartan-
Kjartan estaba sentado en silencio sobre una roca, el viento frío del norte acariciando su rostro mientras contemplaba el horizonte. Su cuerpo ya se había recuperado, pero su mente seguía atrapada en los ecos del pasado. El sueño con su madre había calmado su alma, pero no había borrado las cicatrices que llevaba en el corazón. La sombra de Fenrir aún ardía dentro de él, esperando el momento para salir de nuevo. Y más allá de esa furia, había algo más, un mal presagio que no dejaba de acechar su mente.
Un escalofrío recorrió su columna. No era el viento del bosque, ni un presentimiento común. Era más profundo, más oscuro, como si la tierra misma contuviera el aliento. Kjartan sintió que algo se acercaba.
Se levantó lentamente, su mirada recorriendo el cielo cubierto de nubes. El aire cambió de repente, como si algo sagrado y antiguo descendiera del cielo. De pronto, una ráfaga poderosa atravesó el bosque, y el viento comenzó a girar alrededor de él en un torbellino suave pero imponente. Las hojas danzaron en el aire, y las ramas de los árboles crujieron, como si saludaran la llegada de alguien importante.
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Desde el cielo descendió una luz dorada que atravesó las nubes, irradiando una majestuosidad y un poder tan antiguos como los dioses mismos. Kjartan entrecerró los ojos para intentar comprender lo que estaba viendo, y entonces la vio.
Una mujer magnífica descendía con gracia, como si el viento y la luz la obedecieran. Su cabello dorado caía en cascadas sobre sus hombros, tan brillante como los rayos del sol en un amanecer invernal. Su cuerpo era musculoso pero hermoso, forjado tanto por la guerra como por la gracia divina. Su armadura dorada brillaba con un resplandor celestial, ajustada a su figura poderosa, y una larga capa de piel blanca ondeaba detrás de ella.
Kjartan la miró con asombro y cierta cautela. El lobo en él gruñía, sintiendo la presencia de algo que estaba más allá de lo mortal. Sin embargo, en la mirada de la mujer no había hostilidad. Había fuerza, sí, pero también una calma infinita, como la promesa de que, si había guerra, ella estaría allí para pelear hasta el último aliento.
La mujer tocó tierra suavemente, y una pequeña onda de luz se dispersó a su alrededor cuando sus pies descalzos tocaron el suelo. Su presencia era poderosa, imponente, pero serena, como la calma antes de la tormenta.
???:—Soy Skeggjöld, —dijo la mujer, su voz grave pero melódica, resonando como el eco de un trueno lejano—. Una de las Valquirias, hija de Freya. He venido a encontrarte, Kjartan, por orden de mi hermana mayor, Brunhilde.
Kjartan entrecerró los ojos, aún intentando comprender. Los dioses no intervenían fácilmente en los asuntos de los mortales. Algo muy grande debía estar ocurriendo para que una Valquiria descendiera de los cielos.
Kjartan:—¿Por qué vienes? —preguntó Kjartan, su voz ronca y desconfiada. El peso de su pasado y la furia que aún ardía en su interior lo hacían reticente a aceptar la ayuda de cualquiera, incluso de un ser divino.
Skeggjöld lo observó con calma, su mirada penetrante como la de un guerrero que podía ver más allá de la carne y los huesos, directamente en el alma de quien tenía delante.
Skeggjöld:—Brunhilde me envió para ayudarte. —dijo la Valquiria—. El destino ha trazado un camino oscuro para ti, y las fuerzas que se avecinan no pueden ser enfrentadas solo.
Kjartan frunció el ceño, apretando los puños. No estaba acostumbrado a depender de nadie. Había cargado con su furia y su dolor por tanto tiempo que pedir ayuda le parecía una debilidad.
Kjartan:—¿Por qué habría de confiar en los dioses? —gruñó, la ira asomando levemente en su tono—. Ellos no estuvieron aquí cuando más los necesitaba.
Skeggjöld no se inmutó. Había escuchado esas palabras muchas veces a lo largo de su existencia, y no las tomó como una ofensa. Su mirada se suavizó apenas, como la de alguien que comprende el peso de un alma rota.
Skeggjöld:—No estoy aquí por los dioses, Kjartan. Estoy aquí por ti. Y porque Brunhilde ha visto lo que tú no puedes ver todavía: la tormenta que se avecina. No es solo Bjorn lo que deberás enfrentar. Las fuerzas del destino se han puesto en marcha, y el lobo que llevas dentro es solo el comienzo.
Kjartan apartó la mirada, luchando con las palabras que había escuchado. El lobo en su interior rugía, recordándole la ira que siempre lo acechaba. Sin embargo, en presencia de la Valquiria, esa ira parecía más fácil de controlar.
Kjartan:—Bjorn... —murmuró, como si el nombre del líder del oso fuera un ancla que lo mantenía en el presente. La ira por lo que venía resurgía en su pecho. Sabía que Bjorn había sobrevivido de alguna manera. Podía sentirlo.
Skeggjöld asintió, su expresión volviéndose más seria.
Skeggjöld:—Bjorn ha sido tocado por las llamas de Muspellheim. Ahora es una criatura de fuego y destrucción, y su único propósito es encontrarte y destruir todo lo que se interponga en su camino.
Kjartan apretó los puños, sintiendo cómo la furia empezaba a bullir de nuevo en su pecho. Pero antes de que pudiera perderse en su ira, Skeggjöld dio un paso hacia él y colocó una mano firme sobre su hombro.
Skeggjöld:—Escucha, Kjartan. —dijo, su voz suave pero cargada de autoridad—. Si dejas que la furia te consuma, Bjorn no necesitará matarte. Te perderás a ti mismo antes de que puedas siquiera alzar una garra contra él. Tu lobo es fuerte, pero debes ser más fuerte que él.
Kjartan respiró hondo, cerrando los ojos un momento. Sköll y Hati, que lo observaban desde las sombras, permanecían inmóviles. Sabían que este era un momento crucial para él.
Skeggjöld retiró la mano de su hombro y lo miró con determinación.
Skeggjöld:—No te ofrezco una salvación, Kjartan. Solo te ofrezco un camino, uno donde puedas luchar por algo más que la furia. Brunhilde cree que todavía queda humanidad en ti. Y yo estoy aquí para asegurarme de que puedas encontrarla... antes de que sea demasiado tarde.
Kjartan abrió los ojos, mirando a la Valquiria. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que tal vez no estaba completamente solo en este camino. Y aunque su destino seguía envuelto en sombras, una chispa de claridad comenzó a surgir en su interior.
Kjartan:—Está bien. —murmuró, su voz más baja pero firme—. Si viene por mí... lo enfrentaré. Pero no lo haré solo.
Skeggjöld esbozó una sonrisa leve, una sonrisa que contenía tanto fuerza como esperanza.
Skeggjöld:—Bien, lobo. —dijo, cruzando los brazos sobre su pecho—. Entonces pelearemos juntos.
Skeggjöld lo miró con intensidad, su mirada firme pero llena de propósito. El viento sopló suavemente entre ellos, como si el mismo destino estuviera conteniendo el aliento. Kjartan, con los ojos oscuros y aún cargados de peso, levantó la vista hacia la Valquiria, consciente de que ya no podía escapar de lo que se avecinaba.
La Valquiria inclinó la cabeza ligeramente, su voz resonando como el eco de una promesa antigua:
Skeggjöld:—"No temas al fuego ni a la sombra, Kjartan... porque juntos, seremos la tormenta."
Fin del capitulo que les parecio?
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