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⚓️9⚓️ INFANTICIDIO

Finales del año 12
10Ka, 50Ma.
Río Wiz, Bajo Mundo.

La noche resultó ser fresca, una temperatura que no era ni demasiado alta ni demasiado baja. El cielo no estaba manchado de púrpura o verde, sino que poseía un azul profundo muy natural de Korbe o Jadre. Incluso se veía la luna llena, tan radiante como si las horas siguientes fueran a tornarse largas.

Pero a pesar de las condiciones idílicas del entorno, la princesa del Bajo y Alto Balgüim sentía que su vida había dado una especie de giro de trescientos sesenta grados. Se había librado de un verdugo para quedarse con otro, técnicamente estaba en el mismo sitio que cuando comenzó su esclavitud: una moneda apostada a un propósito deshonroso.

Tenía una vaga noción de cómo la habían sacado de la hacienda. Una espada con fulgor legendario, cadenas rotas, y una especie masculina de aspecto peculiar que la tomó delicadamente entre sus brazos fuertes y cálidos para caminar con su peso a cuesta hasta algún destino. El olor a carne quemada le había llegado a la nariz, pero no tenía fuerzas para abrir los ojos e investigar, todo le daba vueltas en la cabeza y apenas tenía consciencia de lo que pasaba. Cuando pudo decir una palabra fue contradecida:

«He matado a tu tío. Yo soy el nuevo Maltazar ahora.»

Y después de escuchar eso, en la comodidad de aquellos brazos vigorosos cubiertos de telas finas, preciadas para cualquier irlendiés por lo costoso de su textura, y absorbiendo un aroma endulzado que debía haber valido diez fortunas piratas, se sumió en un sueño profundo.

Cuando despertó ya no habían rastro de los brazos, tampoco el perfume, solo un cuartucho vacío y oscuro que se movía por el bamboleo del viento. Algunas ventiscas entraban por la ventana alta, al igual que la única luz, proveniente de la luna, permitiendo que ella tuviera noción del lugar. Aunque si hubiese carecido hasta del brillo lunar, Isis de todas maneras hubiese podido detallar la estancia. Era una princesa oscura, y aunque albina, seguía perteneciendo al clan, su capacidad para ver en la oscuridad y discernir entre las sombras era indiscutible y natural.

Vio a su lado una cama y se preguntó el porqué no la habían puesto allí, en vez de depositarla en el suelo duro en el que ahora reposaba, en una posición incómoda además. Estaba amarrada a un mástil de madera, una áspera soga sujetaba sus manos hacia atrás, manos que estaban previamente lastimadas por los grilletes de Greendomain. El mástil atravesaba el bajo techo del cuartucho, alzándose a la superficie del barco. Pero su vista se enfocó en la criatura que entró por la puerta, con el mentón muy en alto y andares seguros. Se trataba de una turia, que la examinó de arriba abajo con ojos crueles de largas pestañas.

—Así que tú eres la hija de Dlor —dijo suspicaz—. No te pareces a tu tío.

Isis se limitó de hablar. No iba a responder a las provocaciones de una turia pirata, ya que su vestimenta y descaro al expresarse confirmaban que de los tripulantes, era una con alto cargo. ¿Qué querría conseguir al provocarla? Isis no estaba segura.

Aracnéa, no acostumbrada a que se le ignorase, se agachó para apretar con rabia el rostro de la princesa, como si esta le hubiese dedicado un agravio imperdonable.

—Sé que te consideras insuperablemente bella pero no durarás nada allá arriba —susurró airada la mujer-araña—. Los piratas te van a dejar tan maltrecha..., mucho peor de lo que te pudo haber dejado El Verde, que no servirás ni para limpiar la cubierta y Maltazar no hará otra cosa más que deshacerse de ti.

Siguió sin haber respuesta por parte de Isis, que se propuso continuar en silencio todo lo que pudiera. Aracnéa se incorporó.

—Deberías haberte quedado con el resto de los esclavos sin lengua en Greendomain, recogiendo las cenizas de los cadáveres.

En ese instante, Isis no pudo evitar que su semblante se ensombreciera y observó con extrema inquietud a la turia que se percató de la variación.

—Oh sí, petulante princesa, no hemos dejado más que una docena de esclavos mudos para cuidar las nuevas tierras del capitán.

El silencio continuó apretando los labios de Isis, pero sus ojos cristalinos demostraban toda la preocupación que no exhibía la boca.

—¿No me crees? —insistió Aracnéa coqueta—. Te lo mostraré entonces.

Con brusquedad la contramaestre desató a Isis y la empujó hacia una puerta antecedida por tres escalones. Cuando fue abierta, las luces artificiales del Atroxdiom golpearon los ojos de la princesa por una fracción de segundo, pero la turia no le dejó tiempo para acostumbrarse al nuevo entorno, sino que continuó empujándola con la rudeza tan característica. Aracnéa llegó al estribor y finalmente, dejó de empujar a la albina. Cuando la visión terminó de graduársele a Isis, pudo contemplar desde su distancia las ruinas del Valle Enrevesado.

El Atroxdiom flotaba por encima de las aguas y seguía un curso lento, muy lento, sobre el río Wiz en dirección a mar abierto, el Mar Entanche.

Sin embargo aún no estaba lo suficientemente lejos de la orilla, e Isis descubrió horrorizada que excepto la edificación principal, de Greendomain no quedaban ni los cultivos. Vio la pila de cadáveres que se habían quemado cerca del río y recordó a los niños que solían jugar chapoteando en esas mismas aguas. Entonces se mordió los labios mientras las lágrimas le surcaban la cara. No se escuchaba una risa, o un llanto, ningún sonido infantil que indicara que ellos se habían salvado.

«Malditos asesinos» repudió Isis en su interior.

Ella recordaba cómo al llegar al Valle Enrevesado, los niños vecinos a la hacienda le habían llevado rosas negras que crecían en el este y le habían enseñado la lengua de las pesadillas. Algunas razas del clan Zook tenían lenguas muy antiguas y complicadas, pero los niños eran maestros excelentes. Las lágrimas de Isis se volvieron hielo con las vívidas memorias. En ocasiones, cuando ella estaba demasiado agotada y maltratada a causa de Vogark y se le permitía ir a orillas del río Wiz para lavar su vergüenza, los niños le habían ayudado con las heridas y suministrado raíces que según se creía en el Valle, ayudaban para la natalidad.

Pronto vas a concebir un hijo —le decían—. Y El Verde se pondrá tan contento que no querrá maltratarte más. Solo tienes que darle un heredero.

Isis apenas podía asentir y suspirar, ella sabía que ese don se le había negado por su condición de oscura-albina. No obstante, las esclavas de la hacienda también se pusieron a la tarea por orden de su feudo, de suministrarle brebajes y remedios a fin que quedara «preñada» del drakgreenarí. Pero pasaron los días que pronto se convirtieron en años..., y nada parecía funcionar. Ni siquiera su poder del hielo hacía gran cosa. Si algo era sabido entre los irlendieses, era que para ejecutar poderes legendarios el portador debía estar fuerte y saludable. Pero la depresión de Isis, la princesa del Bajo y Alto Balgüim, llegó a ser tan profunda, que la escarcha de nieve que acompañaba sus pasos la abandonó por completo.

Estaba tan decaída a causa de la angustia de su matriz seca que no le importaba que algún remedio surtiera efecto y en su vientre se desarrollara un engendro verde y grasoso como su padre, no le importaba amamantar a una bestia. Solo quería un hijo.

Pero el hijo jamás llegó.

Y a pesar que Maltazar y su banda de piratas había acabado con Vogark y su dominio, el dolor punzante por el genocidio de los más pequeños le impuso a Isis una carga triplemente pesada de soportar.

—Los niños... —exhaló por inercia.

—Me encargué de ellos personalmente —escupió Aracnéa.

—Eran inocentes —farfulló Isis incapaz de desanudar el embrollo de su garganta.

—Eran pesadillas repugnantes que no merecían clemencia —atacó Aracnéa recordando la expresa orden de Maltazar de dejarlos vivir.

¿Cómo podía el Capitán si quiera considerarlo? Esa Isis, tan pálida, con atributos tan generosos en el cuerpo que los maltratos no habían logrado arruinar, no merecía saber la orden del Capitán. Isis no se merecía nada, a opinión de Aracnéa. Le resultaba insoportable mirarla, una princesa de pie, mancillada pero aún conservando su atractivo. La vida era muy injusta. Isis no debía lucir así, no debía tener privilegios por parte de Maltazar. Si él había matado al tío, ¿por qué perdonaba a la sobrina? ¿Por un par de pechos y piernas?

«Asqueroso» reprochó Aracnéa mentalmente.

Se encargaría de la princesita y le quitaría los aires de superioridad que podía adquirir ahora que el terror de los ocho mares le había perdonado la patética existencia.

—Merecían la muerte de la misma forma que los demás ¿O crees que cuando crecieran no iban a querer vengar el Valle del capitán Maltazar, ese que acabó con sus padres? —El sonido de sus palabras era similar al de una víbora.

Isis no se esforzó en debatir. Lo hecho, hecho estaba. Pero el lenguaje de su dolor siguió manifestándose en lágrimas heladas que le recorrieron el rostro, los hombros y el pecho. Había ocurrido un desastre terrible y ella no lo había evitado, no había podido proteger a esas almas buenas e inocentes que en un pasado la habían ayudado, consolado, y le habían enseñado con paciencia las costumbres de las culturas circundantes. Isis sintió tan amargamente que les había fallado y merecía morir. Ser una esclava sin lengua en lo que quedaba de Greendomain era una opción demasiado clemente.

Porque era el segundo infanticidio que ocurría sobre su cabeza, y eso no iba a perdonárselo.

El primero había sido un nefasto accidente, pero de cierta forma provocado, así que una pequeña Isis se convenció que debía morir por ello. Pero Dlor no pensaba así. Él fue quien la llevó a aquel orfanato cuando los niños sin reclamar fueron demasiados. Él fue quien planeó que su hija de cinco años desatara el poder de congelar sin que ésta supiera porqué su padre se lo pedía. Así Dlor se deshizo de cientos de criaturitas sin madre que lloraban por hambre, y así la princesa se convirtió en una genocida infantil involuntariamente.

Luego de eso, el rey de los oscuros la llevó al Séptimo Abismo y el martirio del gas tóxico la hizo escuchar los gritos aterrados de las criaturas en el momento de su muerte. El gas sacaba a colación los miedos propios y las pesadillas más turbias, y ella era una asesina digna de temerle a ambos. Los mejores médicos del reino habían predicho que por su condición de albina jamás concebiría un hijo y la pequeña Isis de cinco años se convenció que lo merecía.

Incluso se convenció que los que chillaban y agonizaban en las jaulas del Séptimo Abismo lo merecían. Que los tormentos y los alaridos eran castigo necesario para que los que habían cometido actos impíos pugnaran su alma. Pero ella, era una pecadora que no merecía redención.

Y sin embargo, había bajado dos veces a la infernal prisión y no había muerto.

Y ahí estaba ahora, viendo las ruinas y restos de cientos de infantes, viva, malditamente viva.

No era justo.

Había sobrevivido a dos infanticidios. Seguía respirando a pesar de todo.

Se juró que si no perdía la vida a bordo del Atroxdiom, ella misma se haría el honor. Un ser tan despreciable y peligroso no merecía seguir respirando, ella no era mejor que esos que gritaban en el fondo del Séptimo Abismo. No era mejor que Maltazar.

—¿Crees que estás muy segura en el barco lejos del valle de las pesadillas? —preguntó la turia escupiéndole al oído, dejando que su mano le arremolinara el corto cabello a la princesa y se lo halara con una rabia espontánea—. Tu verdadera pesadilla comenzará ahora.

—Aracnéa.

El llamado hizo que ambas féminas se voltearan. Se trataba de un atamarino de gran tamaño curtido por los soles, con las orejas agujereadas y tantos tatuajes de mapas negros en su piel que parecía como si la misma fuera un lienzo a vulgaridades. El pirata no habló de nuevo, solo dedicó un gesto de cabeza para Isis y luego otro al grupo que esperaba detrás. La turia ensanchó una sonrisa maligna.

—Por supuesto.

En ese instante exacto las piernas de la princesa comenzaron a temblar tanto que temió desplomarse allí mismo. La turia tenía razón: lo que le esperaba esa noche era peor de lo que hasta entonces había vivido.

«Te lo mereces Isis, la muerte sería demasiado benevolente para ti»

꧁☠︎༒☠︎꧂

Los piratas continuaron divirtiéndose a costa de ella, haciendo en el proceso que la princesa se sintiera humillada y envilecida.

Isis pensaba que después de sus terribles vivencias con Vogark nada podía arrebatarle la poca dignidad que le quedaba, pero la tripulación del Atroxdiom consiguió lo que creía imposible. Ya no tenía fuerzas de luchar, no después de haberse resistido tanto a los sometimientos de El Verde y soportado las filosas críticas de sus vasallos. Así que resistió, resistió la rotura de sus prendas superiores, el Fron que usaron para empaparle el cabello y humillarla, las risas ebrias de los piratas mientras se la lanzaban entre sí como si fuera un objeto sin valor fabricado con el único propósito de un entretenimiento y placer pasajeros.

Con un látigo le golpearon las piernas, acción que provocó que ella cayera de rodillas. Un híbrido de lagarto de apariencia repugnante le vació otra botella de Fron encima y el líquido la mojó transparentando la seda echa jirones que apenas la cubría. Los piratas comenzaron a dialogar obscenidades y reír como si en mucho tiempo hubiesen carecido de un espectáculo adecuado a sus gustos.

Y ella continuó tragando grueso. Apretó los ojos.

Resistió, resistió...

Hasta que se detuvieron repentinamente.

Ni un sonido austero, ni una risa borracha, ni un movimiento. El soplo de viento de mar que se colaba entre la niebla cósmica para ir a chocar con la carena del barco esparcía un soplido vibrante, ecos que le proporcionaron al momento una sensación de suspenso y pavor.

Isis, temblando en el suelo, no se atrevió a levantar la cabeza. No obstante el silencio repentino, con la mera interrupción del cambio de ondas en el aire, le permitió escuchar los pasos firmes que se acercaban, pasos realizados con botas de punteras anchas.

Otra brisa antinatural se expandió por la popa y el efecto místico y antiguo embargó a Isis con la certeza que algo así era librado por un compatriota del clan Oscuro. Pero ella sabía que en realidad el poder del clan no emanaba de aquel ser de forma autóctona. Más bien y como él mismo había confirmado, la supremacía que imperaba con su nuevo nombre había sido adquirida, arrebatada, robada a su legítimo dueño.

Un dueño que había sido su tío y del que ahora no quedaba más que la leyenda. Porque el nombre y todo su poder envolvían a un joven de ojos grises que resultaba tan misterioso como repulsivo.

La princesa alzó la cabeza y entre los cabellos húmedos que le cubrían el rostro divisó al capitán del Atroxdiom que no era su consanguíneo.

Era uno mucho peor.

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