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⚓️27⚓️ UN ASUNTO LEGAL

Año 15
10Ka, 50Ma.
Mar Akis.

En realidad Isis no se sorprendió cuando fue llamada a presentarse al camarote del capitán. Habían transcurrido unos días desde el infortunio de la última vez que visitó su camarote, donde él se había puesto muy tenso y murmuraba súplicas que Isis jamás había escuchado en un ejemplar del sexo opuesto. De hecho, de nadie. Jamás la habían tratado de tal modo.

Mientras se acercaba al sitio de destino, rememoró las veces que, al contrario de Maltazar, la habían tratado con desprecio. En el alcázar de Dlor, los oficiales le dedicaban un respeto fingido por el rey temible, pero ella sabía que en realidad les fastidiaba recibir orden alguna de una fémina, y más siendo albina. Porque haber nacido albina dentro del clan Oscuro era una deshonra, y en cualquier otras circunstancias, ella probablemente estaría muerta. Podía decirse que ser Isis era un milagro tanto como una desdicha.

Hacía centenas de años, Dlor había intentado fecundar descendencia, pero la cosa no había salido bien. Debido a sus muchas exposiciones a fórmulas químicas y demás elementos extraños para asegurarse en un futuro con el poder del Bajo y el Alto Balgüim, cada vez que fecundaba a una oscura terminaba envenenándola. Su ADN mezclado a sangre legendaria causaba reacciones adversas en los "envases" irlendieses que los fieles de Dlor le habían buscado para conseguir un heredero. Entonces llegó la noche en que trajeron una syrisa de sangre "real", es decir, una princesa del Dominio de las Algas de Jadre. Era un ejemplar de piel azul clara, con ojos brillantes y cola plateada.

Los mejores toxicólogos y especialistas del clan lograron para Dlor, una fórmula que cambiaba la cola de syrisa por piernas permanentes. Y en contra de la voluntad de aquella princesa del clan Lirne, de sus alaridos y maldiciones, la sometieron al doloroso tratamiento convirtiéndola en una especie sin cola. Así engendró Dlor a su primer heredero..., uno que lo ayudaría en su levantamiento sobre el mundo oscuro, uno que resultó defectuoso.

Desde que era un feto, un científico secuestrado de Korbe le mostró al rey temible, una imagen a todo color obtenida de un aparato extraño que mostraba el sexo del bebé. También, los innumerables análisis a este arrojaron la verdad de la genética "dañada" que crecía dentro del vientre de la syrisa transformada. Cuando Isis llegó, su nacimiento no fue motivo de gozo por ración doble: era niña y albina.

La syrisa falleció poco después y los años siguieron transcurriendo amargos para Dlor, que no encontraba un vientre que resistiera la incubación.

Así el rey, desesperado, mandó a su servidor de confianza al último lugar donde quedaba esperanza: el universo paralelo, el de los humanos. De una región de la Tierra llamada Transilvania, fue tomada una mujer apellidada Dónovan que llevaba en su sangre por generaciones la marca de los oscuros. Dicha mujer fue traída a Balgüim y por primera vez Dlor consiguió concebir un heredero sano. Los análisis eran perfectos, y las imágenes de los ultrasonidos también. Pero como la seguridad es una pizca de viento difícil de guardar, el "envase" de dicho feto poderoso, la mujer humana, enloquecía cada noche que pasaba en Balgüim. No superó que siendo virgen, fuese tomada por la fuerza nada menos que por el terrorífico Dlor. Ella había desarrollado también un miedo excesivo a las gárgolas que la custodiaban en su torre y cada vez que veía a una sobrevolar los muros, gritaba histérica en el idioma de las turias.

Loana, como se llamaba, había sido sumamente inteligente en la Tierra, pero perdió la cordura al enfrentar tantas lenguas diferentes al rumano y Káliz, al convivir con criaturas estrambóticas y despertar entre oscuridad e invierno eterno. Se llegó a enviciar con el fuego azul, la única fuente de luz, y varias veces la sorprendieron quemándose las manos con este. Dlor comprendió que por culpa de la irracional mujer su heredero aún no nacido estaría en peligro a cada minuto, así que convino devolverla a la Tierra, a su casa, con la esperanza que la locura abandonara la mente de ella y su hijo naciera como se esperaba.

Y su hijo nació... Pero la cordura nunca regresó a su madre.

No obstante el movimiento de enviarlo a la Tierra fue muy acertado en el gran juego por el trono supremo. La princesa de la profecía estaba en el mismo planeta, y solo era cuestión de seguir moviendo las fichas correctamente.

Dlor se encargó de guiar a Jasper desde el otro lado del universo, de prepararlo para ser un ser temible y respetado. El príncipe que mataría a la daynoniana, que le entregaría su órgano vital todavía caliente como trofeo y que llegado el momento se sentaría en el trono de Balgüim.

Isis meditaba en las diferentes vidas que ella y su hermano habían tenido, pero que a pesar de eso los unía un punto que ni siquiera el insensible Dlor logró romper: corazón.

Pudiera ser que Jasper pareciera frío e inaccesible, pero ella sabía el alma generosa y necesitada de afecto que escondía. De igual modo se conocía a sí misma, y tenía presente que podía amar y sufrir por causas ajenas. Por eso le interesaba la raza humana, porque gracias a que su hermano era mitad humano, no se había convertido en una versión más joven de Dlor. Esto meditaba camino al camarote de Maltazar, ese que un día había sido humano y que según se forzaba a demostrar, ya no lo era.

No obstante, cuando estaba con ella su sistema masculino llegaba a tal punto que parecía olvidarse de su esencia legendaria para ser el más ansioso de los hombres. No es que Isis tuviera experiencias previas con hombres atraídos a ella, era que sencillamente podía identificar este tipo de cosas porque las había visto de lejos. En el alcázar, existían parejas que trabajaban para el rey, aunque en diferentes puestos. Cuando ella salía a pasear en carruaje, veía a parejas de los pueblos cercanos. Nadie se comportaba indebidamente en público, pero esa conexión especial, esa complicidad, era evidente.

Ahora, el capitán del Atroxdiom superaba a todos los seres masculinos que ella hubiese accidentalmente atrapado dándole cariño a sus parejas. Maltazar parecía mucho más desesperado y tenso, como si estuviera a punto de reventarse cada vez que estaba cerca de ella. Y allí los conocimientos de Isis no se extendían, porque había comprobado lo que la ira y prepotencia le propiciaba hacer a los machos de cualquier especie, pero no había comprobado lo que una pasión retenida podía desplegar.

¿Sería igual de malo y doloroso? ¿Se comportarían los hombres de forma cruel y desquiciada?

Isis se inclinaba a pensar que sí, pero en una pequeña parte de su cabeza se albergaba el pensamiento que quizás resultara diferente, incluso gratificante... No quería ser ilusa, pero cada vez que Maltazar, o el hombre que había detrás del nombre robado, la miraba, le susurraba o ponía en evidencia a voz alta sus atributos femeninos, ella se estremecía y aturdía. Su corazón latía acelerado, y su cuerpo..., su cuerpo entraba en el mismo estado ansioso que el de él. ¡Ese humano transformado podía serle una auténtica tortura! ¿Cómo ceder a eso que los consumía a ambos cuando él ni siquiera le daba su verdadero nombre?

Llegó a la puerta del camarote del capitán y se sorprendió verla cerrada. Era costumbre que él la mandase a llamar y dejara la puerta abierta. Isis dio dos toques altos y seguros, que fueron respondidos al instante.

—No está cerrada con llave.

«Claro que no» resopló Isis en su interior y abrió la puerta para entrar. La escena que obtuvo fue placentera, porque en el extremo de la pulcra y ordenada habitación, un Maltazar de espaldas se mantenía observando por la ventana más amplia la trayectoria flotante que seguía el Atroxdiom por una masa de vapor en el espacio galáctico. La princesa no contuvo un suspiro al comprender que navegaban por el cauce cósmico del Mar Akis.

Maltazar iba ataviado con una camisa amarilla con volantes blancos que sobresalían debajo del remangado, subido hasta los codos. Encima llevaba un chaleco marinero de cuero rojo que se entallaba, y cinturones con botones de oro reforzaban la zona. Las manillas y anillos habituales se dejaban ver por la posición de las manos detrás de la espalda, y el aroma de vino se extendía por el camarote captando la atención de Isis a la botella con dos copas, una de estas medio llena, que estaban colocadas en el estante más cercano al capitán.

—Acércate —pidió con su voz ronca y seductora, sin voltearse ni cambiar en mínimo movimiento su postura.

Isis lo hizo hasta quedar al lado de él, pero Maltazar dio un paso atrás, permitiéndose la fascinante vista de la espalda de la albina que admiró por la ventana la grandiosidad del espacio exterior, la conexión de los mundos.

—¿Sabes dónde estamos? —le preguntó inclinándose hacia un lado, para que la interrogante quedara más privada aunque no había nadie en aquel camarote que pudiera escucharlos.

Como Maltazar se había quedado a ligeros centímetros más atrás que Isis, vio la cabeza de ella sacudirse afirmativamente.

—En el Mar Akis —contestó un poco extasiada. Estaban navegando por el vacío de la galaxia— ¿No deberían protegerse los piratas de arriba?

—La contramaestre les ha dejado órdenes para que se queden en cubierta —declaró él.

—Tiene... ¿tiene un motivo para navegar de esta manera, verdad? —ahondó Isis. El capitán del Atroxdiom nunca hacía nada porque sí.

—De hecho, me dirijo a un lugar especial porque hoy es un día especial —le susurró al oído e Isis se volteó, sobresaltada.

El hombre tomó la misma botella de Romanée-Conti que ya habían abierto y le sirvió un poco de vino a la princesa.

—Es una pena que no hayamos terminado la botella la vez anterior —dijo, ofreciéndole la copa.

—¿Qué celebramos, Capitán?

Maltazar bebió buena cantidad de vino antes de responder.

—He sido convocado al palacio real.

Y con esas palabras la princesa albina palideció, si es que era posible que su blanca piel pudiera aclararse más. El poder de hielo se hizo presente cuando una escarcha fina se desprendió de sus pies y se regó por la cubierta de madera que ambos pisaban. Porque «palacio real» solo era uno, y estaba en Jadre.

—¿Qué? —Más que atónita ella estaba incrédula, cuestionando la veracidad de la información. Aunque, ¿qué necesidad tenía el terror de los ocho mares de mentir?

—La emperatriz y su rey consorte me han convocado a palacio —repitió con detalles, paralizando más el corazón de Isis—. El primer día del año dieciséis de este décimo kiloaño, se espera mi presencia en el castillo de Jadre para discutir, según el mensajero real, un «tema importante concerniente a la seguridad de Irlendia y sus habitantes». —Maltazar rio breve y de forma irónica—. Yo sé qué es lo que quieren sus altezas tratar...

—Pero... pero eso... —Isis se había quedado muy alterada. Podían convocarlo para matarlo y deshacerse de él, después de todo sería un enemigo poderoso, el más poderoso de todos, si decidiera ir en contra de la Corona de Irlendia. Ni destroyadores ni oscuros, no. Isis estaba convencida que de darle la maldita gana, Maltazar resultaría demasiado peligroso para cualquiera que decidiera estar en el bando contrario.

Sí, la Corona podía intentar negociar con él para tener su apoyo o al menos, su neutralidad en la Guerra Roja, pero ¿qué garantías había que Maltazar aceptara? Conociéndolo como lo conocía, Isis sabía que él era tan impredecible como volátil.

—No vayas —soltó presa del pánico sin saber muy bien porqué tenía tanto miedo de su hipótesis—. Te matarán.

Maltazar miró las delicadas manos de Isis aferradas en un gesto desesperado a su brazo. Él tenía pensado una cosa, pero si ella le rogaba de «por favor» estaría perdido. Isis era su perdición más placentera, y ni siquiera la había probado.

—Debo hacerlo. Es pura política. Ellos querrán negociar un acuerdo. Puede ser mi oportunidad para ganar intereses.

—También la oportunidad perfecta para acabar contigo.

El casi olvidado corazón de Maltazar inició con un latido fuerte lo que sería un pentagrama agudo de latidos. Su piel se calentó bajo el tacto de Isis, la sangre, probablemente la humana más que legendaria, recorrió con una velocidad inaudita a todos los rincones lejanos de su cuerpo. Clavó los ojos grises de una forma tan intensa en la princesa que ella pudo sentir el dolor de las dagas visuales. Hacía mucho tiempo que Isis no lo trataba sin formalidad, y a él le encantó que en esa ocasión le saliera espontáneamente, sin haberlo pedido.

—¿Acaso temes que me maten, Isis? —preguntó con una satisfacción que solo podía expresar un loco cuando hablaba de su figurativa muerte.

Ella tragó saliva, teniendo el hermoso rostro masculino tan cerca, con cejas ligeramente fruncidas de las que pendían adornos, los lunares salpicando su atractiva cara, los mechones de cabello almíbar desparramados por doquier y la barba más crecida que la última vez que se vieron.

Estaban tan ensimismados en lo que sentían que la princesa inhalaba las exhalaciones disparejas del capitán.

Por todos los diez clanes ¡sí! Le aterraba perderlo y se odió por eso. Una bestia asesina y calculadora al borde de la muerte a manos enemigas..., debía ser el éxtasis de cualquier ser racional de Irlendia. Pero Isis estaba convencida que ya había perdido la razón, la perdió desde el mismo momento que cedió a su gusto por semejante hombre. Oh, cuán irracional era, cuán estúpida y avergonzada se veía a la luz de sus sentimientos perversos... Al parecer, el albinismo no había impedido que los genes del clan Oscuro salieran a flote después de todo. Solo una oscura corrompida del buen juicio podía querer a una bestia maligna como era Maltazar y desear la vida de este sobre su muerte.

«Te perdí, Isis cuerda» se dijo antes de responderle en voz alta al capitán con renovada formalidad:

—Si algo le pasara a usted, el desequilibrio sometería los mares. Sería caótico en el aspecto político.

El corazón de la princesa continuó su labor complacido por el alegato que la boca había lanzado. Isis no se fue por sus sentimientos, sino por la lógica del pacto con el universo que había realizado el antiguo Maltazar y las consecuencias nefastas de romperlo. Criada como princesa de Balgüim también tenía conocimientos de política y pactos universales.

Maltazar rio por la astuta respuesta.

—Eres tan inteligente... Y eso solo te vuelve más peligrosa —ronroneó de una manera que a Isis se le erizaron los vellos de la coronilla.

Como albina, carecía de vellos en todas las áreas menos en la cabeza.

—Pero no te preocupes, princesa, tengo una estrategia para que las cosas marchen favorablemente en Jadre. No planeo morir todavía. —Después de decir esto, bebió un poco de vino y volvió a mirar al frente.

—¿Me ha llamado para comunicarme el plan? —quiso averiguar Isis cerciorándose que su presencia en el camarote del capitán todavía guardaba sentido.

—Sí, es por eso que estamos celebrando —contestó él alzando la copa y bebiéndose la última porción de líquido rojo.

Isis también terminó el suyo y le entregó la copa a Maltazar.

—No te explicaré mi estrategia en lujo de detalles, pero una parte fundamental de ella es presentarme en palacio como un ser con descendencia igual de poderosa en sangre y política. Que Jadre entero sepa que aunque corten mi cabeza, mi herencia viva se mantendrá para cobrar justicia y mantener el mismo control —declaró tocando el vientre de Isis.

Ella observó aquella mano entrometida haciendo contacto con una parte tan íntima de su cuerpo y arrugó el ceño.

—De qué está hablando... —pudo articular.

—Estoy hablando Isis —dijo Maltazar tomando el mentón de ella con adoración, alzándolo para apreciar las pupilas blancas con el iris brilloso—, que deseo que seas mi esposa.

La petición logró crear más estupefacción que la noticia de invitación a palacio. La princesa de Balgüim no respondió. ¿Cómo hacerlo? Aquel debía ser de los destinos más inesperados de su vida.

—Cásate conmigo —insistió acercándose más—. Eres una princesa de Balgüim, la hija de Dlor y yo el rey del océano. Nuestra unión nos volverá contrincantes invencibles y nadie osará levantarse contra nosotros. Nos temerán y respetarán, Isis. Y políticamente nos colmarán de favores. El Atroxdiom no tendrá que esconderse nunca más. La tripulación dejará de ser un puñado de piratas incomprendidos a convertirse en corsarios auspiciados por el mejor contratista.

Isis arrugó el ceño ante esa última variante, sopesando que Maltazar se inclinara a la opción traidora simplemente porque le traería mejor remuneración.

—Que será la Corona, sin lugar a dudas —afirmó el capitán leyéndole la mente—. No pretendo enemistarme con Khristenyara Daynon. —Entonces soltó a Isis y se quedó mirando un punto infinito. Pareció perdido por recuerdos del pasado—. Aunque nadie lo crea, y la emperatriz actualmente me odie, guardo misericordia en mi corazón para su causa. Hubo un tiempo en que éramos amigos. Yo no lo he olvidado.

Isis tampoco dijo nada al respecto. Se había quedado tan congelada como podía lograr su poder desatado a toda marcha. Lo que él decía tenía beneficios, sobretodo porque los pillajes a pueblos costeros y el robo desmesurado que eran consecuencias naturales de practicar la piratería al fin desaparecerían. Y ella podía ayudar a eso si accedía a casarse con Maltazar. Por otro lado, un matrimonio con el terror de los ocho mares... ¿Por qué en su cabeza la idea parecía más atemorizante que cuando el capitán la había planteado? Y él había tocado su vientre, había hablado de descendencia para asegurarse la vida y el control... Lo que significaba que tarde o temprano debería tomarla para engendrar en ella semillas del mal, y una vez que fuera su esposa no podría retenerse como hasta ahora. Maltazar la doblegaría como había hecho Vogark.

Ante la última reflexión, Isis dio pasos atrás temblorosa.

—Yo...

Debía hacer lo correcto. Debía procurar el bien mayor. Ya era una prisionera eterna del Atroxdiom ¿qué más tenía para perder? Su dignidad se había esfumado hacía mucho, y que la tomara Maltazar no debía ser más terrible que Vogark. Ya había pasado por esa agonía y aún la estaría soportando, o tal vez estaría muerta, si el capitán no hubiese decidido conquistar Greendomain y asesinar a El Verde.

La Guerra Roja había durado demasiado y su padre Dlor debía obtener la derrota que merecía. ¡Que las estrellas apiadaran los mundos de Irlendia si ese desquiciado conseguía el trono supremo! Nadie estaría a salvo, nunca. Y Khristenyara Daynon merecía la victoria. Isis la había venerado desde el primer momento que la vio: la niña de la profecía ante sí, crecida y sana, con cabellos color de fuego ondeando con cada paso y ojos con el fulgor dorado de la energía Osérium. Una daynoniana especial, con genes alineados y todos los poderes legendarios existentes, una que merecía el auténtico dominio del universo y con las cualidades necesarias para recibirlo. En ella no había orgullo ni malicia, solo miedo por la colosal responsabilidad que le sería entregada.

Y si el capitán quería casarse con la princesa del Bajo y del Alto Balgüim para ser tenido en cuenta por Dlor, si quería conseguir ascensión política a costa del favor de la Corona, y también el final de la piratería que por siglos había perpetuado su tío, el antiguo Maltazar, ¿qué de perverso había en ello? La estrategia era ambiciosa, sí, pero no maligna.

Isis vio finalmente el clan Fayrem manifestándose.

Aquella estrategia no era creada desde un corazón de oscuro, sino de uno fayremse. Daba testimonio que en el fondo, en ese fondo más intrincado donde ni las venas negras de la conversión podían llegar, él seguía guardando su parte humana, la que provenía de los guerreros y estrategas del reino legítimo, la que defendería a la realeza escogida por encima de todos los clanes.

«Aún te queda algo, humano desconocido, aún te queda algo»

Y después de alentarse con esto, Isis le contestó:

—Acepto.

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