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❄️15❄️ ALGO MÁS QUE UN BESO

Inicios del año 13
10Ka, 50Ma.
Balgüim.

Maya estaba desesperada. El Príncipe de las Tinieblas había pasado un año completo evitándola ¡Un año! Los oscuros sí que podían darle largo a una situación...

En otra época, para la española hubiese sido imposible calcularlo, era difícil asegurar un período de tiempo en Balgüim, pero ya ella estaba acostumbrada a guiarse por la luna. No obstante, de poco le valía llevar el conteo si Jasper Dónovan la evitaba. Maya se lo achacó al hecho que quizás, al hijo de Dlor le hubiese entrado un lapso repentino por el envenenamiento y su percepción de la realidad se hubiera distorsionado a un punto extremo. ¿Cómo la había llamado? «Arpía». Una de esas aladas y traicioneras criaturas del Valle de Pesadillas, ladronas de comida y presagiadoras de malos acontecimientos. Porque cada vez que una arpía estaba cerca, sus garras terminaban o en tu comida o en tu cara.

«Y yo no me parezco a una arpía» protestó Maya delante del espejo de su habitación.

Esa noche se había aplicado maquillaje en los labios. Una tintura de un rojo muy intenso los cubría. Lo consiguió gracias a una de las nuevas cocineras que había traído Dlor al castillo. La oscura era más regordeta que sus compañeras de clan, y le gustaba salir del Alcázar a una zona cercana a recoger vayas. De entre estas, las rojas eran las que tenían mejor sabor y Maya aprendió a elaborar su propia tintura de labios a base de ellas.

Por su clan Idryo, Maya se destacaba en el arte de la curación y la medicina. También aprendía rápido las reglas y tenía un sentido de justicia bien dirigido. Sin embargo gracias a su tiempo en Balgüim estaba desarrollando la destreza con los componentes químicos. Estaba un tanto orgullosa de sus progresos. Sus primeros días en ese mundo habían acontecido como un sueño estrambótico en una mente gobernada por alucinógenos; todo parecía irreal, los detalles flotaban y se fundían con la nieve. Maya era una especie de zombi, sin criterio ni aliciente de vida.

Pero las cosas habían cambiado al encontrar pequeños propósitos en los que ocuparse. Incluso había conseguido salir por los alrededores del castillo a buscar especias con otras cocineras acompañadas de guardias. Como el alcázar se encontraba confinado en una colina congelada, y su conexión al resto del mundo era mediante un puente de piedra custodiado, las almas que salieran debían hacerlo bajo máxima vigilancia.

En todo el transcurso del duodécimo año, el anterior que recién había acabado, Maya vio a Jasper cinco veces. Las cuatro primeras habían sido en entrenamientos con el ejército oscuro en el patio más amplio del alcázar. El hijo de Dlor no tenía ni remotamente una complexión similar a los enormes soldados de su padre, pero en conjunto, con sus alas, los sobrepasaba de dimensiones. Seguía extremadamente delgado, mas las garras de sus pies y las que le habían crecido en los dedos le conferían una apariencia alarmante.

El entrenamiento del príncipe se basaba en obtener el dominio de su propio cuerpo e impedir ser un desastre junto a los soldados del rey, pues hasta la fecha seguía sin controlar del todo esa extensión de plumas y vértebras que lo elevaban al cielo. Maya, asomada desde la ventana de un salón para crematorios —porque era el único salón que le daba una vista perfecta—, estudiaba cada uno de los movimientos de Jasper, sus intentos por permanecer vivo frente a los ataques de los otros y su fortaleza para sobreponerse al dolor cuando lo abarcaba de repente.

La quinta ocasión había sido cuando salía de limpiar los aposentos reales. Maya se las ingenió para que las turias le dejaran la tarea de llevarle la cena a los aposentos del príncipe con la esperanza de verlo. Cosa difícil, pues el príncipe no deseaba que nadie husmeara en sus aposentos, de hecho, tenía prohibido hasta que se limpiara. Se escabullía volando por la ventana en cuanto intuía que se acercaba el horario de cena. Claro, él no tenía idea que era Maya la que estaba acudiendo hasta esa fatal vez, a su percepción, que se encontró con ella en el momento que la española se retiraba por la puerta, habiendo dejado la comida. Jasper se quedó de pie en el alféizar de su ventana, petrificado. Maya le dedicó una reverencia y salió de la estancia, para al día siguiente recibir el regaño de las turias que por una torpeza de ella, el príncipe había ordenado que nadie volviera a poner un pie o pata en sus aposentos. Ni siquiera para la cena.

—¡Sabrán las estrellas qué hiciste! —le bramó la encargada principal de las doncellas.

—No hice nada excepto lo de siempre, como se me había indicado.

—Pues algo has debido arruinar, inútil humana, porque el príncipe se ha enojado muchísimo —diciendo esto juntó las únicas manos que poseía y miró al cielo—. Supliquemos que no se lo comunique al rey, o todas estaremos en el Séptimo Abismo más rápido de lo que come una gárgola.

Maya no se perturbó, y eso que conocía la velocidad tan salvaje en la que comían las gárgolas. Pero se dio cuenta que lo que tanto había afectado a Jasper no era que fuese ella quien dejara la cena, sino habérsela encontrado.

Meditaba en todo esto y sonreía sola mientras se aplicaba maquillaje en los ojos. Estaba por espolvorearse la cara cuando dos toques en la puerta hicieron que dejara los polvos sobre la cómoda.

—¿Qué sucede Esmetek? —preguntó a la turia que estaba frente a ella.

«Malas noticias» gritó la voz interior de la chica. Porque era Esmetek la que había venido, la turia más vieja que llevaba unos dos mil años en el alcázar.

Que ella nada menos, que mantenía con dos de sus hermanas un lugar prominente en la corte de hierro y hielo  estuviera ante su puerta con esa cara de preocupación solo significaban malas noticias.

—Es el Príncipe de las Tinieblas, lady Alonso —informó la mujer-araña y a Maya se le congeló el alma al instante—. Ha habido una estampida, ha ocurrido de sorpresa. El ejército real de Jadre vino con sus lobos por el sur. Ellos... —Esmetek tragó saliva y la española sintió ganas de zarandearla.

—Habla, por favor.

—Ellos vinieron de imprevisto, atacaron solapadamente y sus lobos casi destrozan enteramente al príncipe.

—¡Por Daynon! —exclamó Maya olvidando por completo que Dlor había prohibido mentar ese clan en su corte.

La joven apartó a la turia y salió disparada fuera de la habitación.

—¿Dónde lo han puesto?

—Está arriba, en uno de los salones del rey —contestó Esmetek tratando de seguirle el paso—. Han traído el mejor sanador de Bajo Balgüim pero apenas si el príncipe lo ha dejado acercarse. Dlor el temible se percibe un tanto... perturbado. El aire a su alrededor, en realidad. Y no es para menos, Balgüim ha estado a punto de perder a su heredero.

—Llegaré a él antes que sea demasiado tarde.

Maya subió las escaleras en espiral, atravesó pasillos y bordeó columnas. El alcázar parecía un condenado laberinto, pero ella se había aprendido sus recovecos. Ya no temía a los lugares oscuros, ni a las esculturas macabras. Las gárgolas que custodiaban ventanas y a veces se paseaban haciendo guardia también le eran familiares. Recordó que su primer tiempo en Balgüim las tomó por esculturas sin vida, hasta que una de ellas le clavó los antinaturales ojos violetas y brillantes consiguiendo que se desmayara y una turia tuvo que hacer que recobrar el conocimiento.

Pero hasta a las gárgolas se terminó acostumbrando Maya. Se había acostumbrado incluso al fuego azul y sus iridiscentes llamas; unas veces era de un azul profundo, otras veces claro, como un pedacito de cielo despejado fulgurando al alcance. Y por supuesto que se había aprendido cada pasillo del alcázar, por lo que siguió recorriendo el camino hasta el salón del rey, ese donde solía revisarlo el curandero cuando venía de visita. Dobló por el vestíbulo correspondiente y...

Dos guardias estaban apostados en la puerta, una puerta cerrada.

Maya estaba tan desesperada que no ideó un plan, solo se lanzó a rogar el tan ansiado pase.

—Por favor, mis señores, se me ha informado que el príncipe está muy mal y requiere mis servicios.

Los guardias, altos y ataviados de armaduras la miraron como si fuera un giva insignificante. Uno de ellos se dignó a contestar.

—El mejor sanador del clan Oscuro ya se encuentra adentro, los servicios de usted son prescindibles.

—Si no entro por esa puerta nuestro heredero morirá.

—Si entra por esa puerta milady, los que moriremos seremos nosotros por dejarle pasar —repostó el guardia y adquirió nuevamente su posición firme de antes.

Maya apretó sus puños, enojada. Necesitaba entrar por esa puerta. Pero, ¿cómo hacerlo con semejantes seres fuertes e implacables impidiéndolo? Tenía que idear un plan.

«Vamos Maya, debe haber algo que puedas hacer»

Entonces algo hizo click en su cabeza. Agua, agua congelada, hielo. Ella podía controlar el agua en cualquier estado, y así lo hizo, Irlendia potenciaba sus habilidades.

Se aseguró de pasar por delante de los guardias y que estos la vieran dirigiéndose por la izquierda del vestíbulo hasta doblar por el mismo al pasillo siguiente. Allí, una hilera de columnas de hierro se levantaba dejando entre cada una el espacio preciso para ver del otro lado. A pesar del gran tamaño del salón, el largo no abarcaba hasta el final de ambos vestíbulos, izquierdo y derecho. Por lo que Maya se apostó detrás de las últimas columnas y extendió una mano, concentrando un cúmulo de su energía en los carámbanos de hielo que se encontraban a metros de distancia del otro lado de la edificación, por el extremo derecho. Derritió tanto hielo en esa parte que cuando el agua se escurrió por el corredor a los guardias no les quedó otra que ir a inspeccionar. De esta manera Maya pudo retroceder por el lado izquierdo encontrándose la puerta desprotegida. Pero seguía cerrada.

«Mi hueso será útil una vez más» se dijo esperanzada.

Y en efecto, con su hábil movimiento de manos pudo abrir la gran puerta que la separaba de Jasper. Una vez que se abrió por completo, los oscuros que estaban dentro, Dlor y el sanador, giraron sus cabezas para mirar a Maya. Esta no se amedrentó sino que con paso  resuelto, emprendió la marcha hasta la cama demasiado ancha donde tenían al príncipe.

—Mi rey —saludó con una reverencia dándose cuenta de cuán cargado estaba el ambiente.

—Maya de los Alonso —dijo Dlor, muy suave según era su costumbre—. Has llegado al límite de mi paciencia.

«Y tú al de la mía» contestó por dentro ella.

—He sido informada de la condición del príncipe y he venido a ayudar.

El sanador presente susurró una reprimenda.

Dlor la observó con detenimiento, tanto que a Maya le sobrevino un mareo. Dentro de su cabeza, las cosas empezaron a desordenarse. Luego unos tentáculos de sombras salidos de la nada se arremolinaron cerca de su garganta, cerrándose más y más...

—Inservible niña humana —siseó Dlor— ¿Qué podrías hacer tú en medio de la mediocridad de tu especie que no pueda hacer el especialista más preparado de nuestro clan?

—Suel-teme —pidió la muchacha intentando con sus manos, sacar las sogas negras que se le afincaban.

Para su asombro, las sombras cedieron.

—Puedo curar al príncipe —afirmó convencida.

Dlor suspiró lento y bajo, y no contuvo el humo que generalmente lo rodeaba, dejando que este se esparciera más allá de los límites.

—Solo porque es propicio que seas justamente tú... Harás que se cure —le dijo, mirándola de repente con esos ojos tan bizarros—. Si no lo consigues serás la próxima cena para los cóndores —aseguró y dando el veredicto, se esfumó por la puerta ordenándole a los guardias que le suministraran a la humana lo que pidiese.

El sanador le dedicó un asentimiento de cabeza a Maya, bien hubiese podido traducirse como lamentable despedida final. Luego se marchó por la puerta.

«Puedes hacerlo, eres una Alonso» se repitió.

Lo primero que hizo fue examinar con cuidado a su paciente. Después de un análisis superficial determinó que como las alas estaban destrozadas, Jasper no podría volver a volar, al menos hasta un tiempo. La española las movió con cuidado para examinar la piel debajo de ellas. No evitó un suspiro de estupor: tiras verdosas y rojas se esparcían por la espalda, esa que un día fue una blanca y tersa espalda ahora exhibía moretones y rasgaduras de garras, certeramente de lobos. El sanador le había puesto una pomada para la rápida cicatrización pero ella sabía que no sería suficiente.

Maya comprobó que Jasper seguía inconsciente y se alivió al respecto. Era un hueso duro de roer cuando estaba despierto despotricando sobre todo y repitiendo lo mucho que odiaba cada acción. Le había prohibido también acercarse, tomando todas las medidas necesarias para ni siquiera verla, pero en ese pasado no estaba como ahora al borde de la muerte. Maya prescindió de la amenaza de cercanía y tacto y se quedó a trabajar.

Lo hizo durante tres días. Tres días le estuvo suministrando vapores nutritivos en la nariz al príncipe para que no se deshidratara. Tres días le lavó y curó las heridas, le habló al oído suplicando que despertara, y le cantó baladas en español que fueron un hit en la Tierra por los años noventa. Durante tres días se dedicó a darle el tratamiento a sus alas para que renovaran la solidez.

Y aprovechando la inconsciencia del príncipe, besó por tres días cada zona que iba restaurándose; besó sus manos, sus pectorales, su frente... No pudo besar los labios, sin embargo. Le parecía tan íntimo que se reservó el placer. Una cosa era recompensar con dulzura partes de Jasper Dónovan para que adquirieran más fuerza, porque ella sabía que el amor y cariño genuinos le daban a cualquier alma las fuerzas para aferrarse a la vida. Pero besar en los labios era otra cosa, besar allí demostraba algo más significativo que una recompensa por curar.

Por eso se había negado cuando su ex novio Ábner se lo había propuesto una vez. No quería ser maleducada con él, pero ella reservaba el acto para una ocasión especial, una ocasión donde sintiera... amor verdadero. Confiaba que durante el tiempo que durara la relación desarrollaran el sentimiento. Pero la poca química entre ellos, la obligación para con su familia y el deber del linaje parecían opacar las oportunidades que sucediera en algún momento. Decidió entonces que después de la boda la chispa se encendería. Tenía que hacerlo, ¿no? Tanto los Kane como los Alonso esperaban descendencia pronto de la pareja. Pero todo marchaba tan... forzado. Maya se alegró que ya esa no fueran sus circunstancias. Se alegró haberse reservado en todos los aspectos y no quería quitarle la decisión a Jasper.

Así que en esos tres días solo mojaba los labios del príncipe con el agua más pura, la del estanque azul donde solía bañarse Isis, una vez que esta se refrescaba y el calentamiento natural era vencido por la frialdad del clima. Maya usaba después el agua para que los labios de Jasper no se agrietaran. Realizaba la tarea con tanto afán y delicadeza que supuso que compensaba el cariño que depositaba físicamente en los demás lugares.

La luna era un círculo muy grande al final del tercer día. Lo que significaba, según la posición del astro, que hubiese sido de noche en circunstancias normales. La española había mandado a subir agua caliente y gazas para limpiar al príncipe. Ya la sangre no brotaba incipiente, y los colores violáceos y verdosos de la piel se estaban aclarando. El aroma a durillo inundaba la habitación y la vista de las florecillas blancas reconfortaba a la joven, que esperaba que también reconfortara a Jasper y lo ayudara a despertar.

La nueva cocinera regordeta era quien le había conseguido las flores a Maya. Resultaba que se llamaba Vaniz, y venía del Alto Balgüim. Allá se levantaba un débil sol por ocho horas durante dos meses al año y las flores se extendían por muchos lares de campesinos. Como el durillo era un especie que sobrevivía a temperaturas bajo cero, Vaniz se había traído unas cuantas y las había sembrado por el cobertizo del castillo, que quedaba unos metros al oeste.

Maya pensó que le vendrían bien al príncipe.

Meditó en cada una de las acciones que había tomado mientras le limpiaba las manos a Jasper. Las garras en la punta de los dedos que habían remplazado a las uñas, esas garras que podían rebanar una garganta con muchísima facilidad, le daban sensación respetable al príncipe; como un inciso decente dentro de la humillación que constituía su envenenamiento. Y las manos eran tan frías pero a la vez tan cálidas... Jamás pensó que una contradicción tuviera una lógica agradable.

Estaba Dlor, por ejemplo, un ser lleno de contradicciones que inspiraba terror, como ese cantante tétrico de hard rock y heavy metal que cada ciertos períodos de depresión solía escuchar Mateo. ¿Cómo se llamaba? Algo del ícono rubio americano Marilyn y... ¡ah, sí!, el apellido del famoso asesino en serie, Manson. Maya odiaba a ese vocalista, y tenía tantos parecidos físicos con Dlor, tantas semejanzas en lo que le transmitían a los cerebros débiles..., que sencillamente la asqueaba.

Pero no Jasper. Un chico tan callado como agraciado. El atractivo de Jasper era inusual, cierto. Pero lo inusual en algunos casos genera fascinación, y la española estaba prendida de esa mezcla rara e inhabitual en ese mitad humano y mitad Legendario como era Jasper Dónovan.

Muy pálido para el resto del mundo, pero casto para ella. Era como la nieve..., blanca e inmaculada, sin tacha.

De ojos vacíos para el resto, pero profundos para ella. Como un aprisco al que solo le ves la falla y oscuridad en el fondo. Pero Maya conocía cuánta tristeza albergaban. Por eso resultaban bellos. Cada día de vida, a pesar del dolor, de la tristeza, de los pesares, Jasper Dónovan abría los ojos e intentaba respirar, luchar.

Y por último su tacto, insípido para los que habían tenido la proeza de sentirlo, pero tímido para la española. Jasper se inhibía con el contacto porque era un ser extra sensible. Había crecido tan desacostumbrado a cualquier muestra de afecto, incluso a muestras físicas de castigo (pues todos le evitaban y temían) que un simple roce de manos lo estremecía hasta lo mas recóndito.

Entonces la chica recordó el beso en la espalda y el ataque de ansiedad de Jasper. Rio por lo de «arpía». Tenía sentido que él se hubiera asustado tanto. Miró las manos entrelazadas de ambos y dejó plasmada la sonrisa complacida en su rostro. ¿Cuándo habían entrelazado los dedos si se suponía que ella solo lavaba sus manos?

Entonces el órgano del pecho le revoloteó de sorpresa y alegría, y alzó la vista a la cara del príncipe que finalmente había despertado.

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