❄️11❄️ GUISADO
Año 11
10Ka, 50Ma.
Bajo Balgüim.
La espera parecía cada vez más larga. Maya se había acostumbrado a las lentas horas del mundo oscuro. El pasar del tiempo en Balgüim era tan irrelevante que no existían relojes. El clan dividía los días por la luna, que se hacía más grande o más chica según el horario. Como en el alcázar y en el resto de aldeas se ingerían alimentos dos veces al día, no había forma de calcular cuando correspondía a mañana, tarde, noche o madrugada. Solo luna chica para la primera comida y luna grande para la segunda. El astro era el único pronóstico.
Pero dicho astro estaba grande cuando Dlor y sus tropas salieron a la batalla, llevándose al príncipe consigo. Y ya estaba diminuto como un grano de cebada a punto de desaparecer del firmamento. Maya temía por Jasper, por lo que pudiera sucederle en un mundo extranjero con guerreros experimentados como los fayremses descargando su odio mientras el Príncipe de las Tinieblas apenas podía convocar su propia sombra para protegerse. Desde su conversión a bestia él solo había ido empeorando en ánimo y salud, no se alimentaba y pasaba en vela semanas completas. La española conocía sus prácticas secretas para hallar una cura, pero el envenenamiento de Dlor no se deshacía con nada de lo que Jasper probara. Ella misma había intentado sin resultados satisfactorios. Incluso había probado con muestras de sangre de Jasper mezcladas en el estanque azul. Nada. Entonces, ¿cómo podía resistir una batalla?, ¿un supuesto error merecía que Dlor le hiciera semejante atrocidad a su propio heredero?
Desde que se enteró que el ejército oscuro se estaba alistando para atacar Jadre poniendo fin a la tregua, Maya empezó a temer por el príncipe. Y según habían pasado las largas y angustiosas horas, ella no hallaba qué hacer para calmar su ansiedad. ¿Estaría sucediendo una carnicería en Jadre? Y la interrogante más latente, ¿cuántas batallas tendrían lugar hasta que llegara la paz definitiva? El rey del clan Oscuro había exigido que su emplumado hijo estuviera presente en cada batalla que se diera a partir de la primera, y Maya se propuso que independientemente de a cuál bando se inclinara su corazón, fortalecería al príncipe. Si Jasper acudía a luchar todas las veces siguientes en el lamentable estado en el que se había ido, perdería la vida en cualquier momento. Y no se lo merecía. Maya no podía permitirlo sin más, sin hacer algo para ayudarlo. Era su doncella después de todo.
Él había sido bueno con ella, por tanto, Maya no quería que muriera. Además, se estaba encariñando con ese mitad humano, mitad bestia, de una forma que jamás imaginó... Porque Jasper Dónovan era más de lo que todos pensaban, y la muchacha se alegraba de tener esa exclusiva oportunidad de descubrirlo. Podía ser obstinado la mayor parte del tiempo, y mandarla lejos cuando se sentía irritado debido a sus malestares de plumas y garras. Pero Maya sabía que en el fondo, muy en el fondo, él disfrutaba de su compañía, que apreciaba que ella le leyera cuando el desespero atosigaba su atribulada alma, y que le suministrara calmantes cuando la ardentía y escozor se volvían insoportables.
Por eso Maya se resolvió vencer la ansiedad que le producía la espera elaborando un guisado que le repusiera las fuerzas al hijo del rey; porque volvería..., ella estaba convencida que él volvería de la batalla de Jadre, vivo.
Al principio cuando acudió a la cocina del castillo, las cortesanas oscuras que allí servían se resistieron a dejarla trabajar, pero Maya insistió alegando que el propio príncipe la había autorizado antes de irse; bestia alada y todo lo demás, Jasper mantenía autoridad en el alcázar como heredero de su padre, por tanto la servidumbre no pudo ejercerle más negativa a la joven que se desempeñó contenta en una tarea que hacía mucho, muchísimo tiempo no practicaba.
Cocinar no es que fuera de sus actividades más destacables, pero nunca se le dio mal. Desde pequeña leía los libros de recetas de su madre Elena, y no fueron pocas las ocasiones que la encontraron en la cocina de su mansión en España trepada a una silla, con delantal grande, cucharón en una mano y cacerola en la otra, una del tamaño de su cabeza. Luego ya crecida y viviendo en los Estados Unidos, invitaba cada cierto tiempo a su medio hermano Mateo a probar algún plato típico de los países de los que eran originarias sus amigas de la Academia.
«Si en aquel momento no se me daba mal, ahora tampoco» pensó.
Así que allí, en Balgüim, aprovecharía los ingredientes que viera y prepararía el mejor guisado que Jasper hubiera comido en su vida. Encendió la estufa y puso a hervir hielo en una cacerola para derretirlo. Cortó frutos rojos, champiñones y setas en rebanadas y las agregó cuando el agua hubo hervido. Los oscuros repudiaban la sal, y evitaban comer cosas que la contuvieran por naturaleza. Pero Jasper se había criado entre humanos; por su tiempo cohabitando juntos Maya sabía que aunque prefería lo desabrío, a veces escondido, cuando el menú era demasiado insípido, Jasper le rociaba polvo de giva.
Los givas eran insectos diminutos que solían posarse en los carámbanos de los techos. Como Jasper levitaba, le era fácil alcanzarlos. No obstante desde su conversión a bestia negra no gastaba energías en ello. Pero Maya quería que su guisado quedara perfecto, así que haciendo uso de la misma técnica de cuando era niña, arrastró una de las sillas largas y altas de la cocina y se trepó para atrapar algún que otro giva. Después de conseguir tres, los llevó entre manos a la nevera de piedra y los escachó hasta convertirlos en polvo. Solo el polvo de tres bastaría para salar la cacerola de guiso al gusto de Jasper.
Las especias en Balgüim no eran iguales a las del resto de los mundos, no encontrabas cebollas o ajos en los caminos. Allí se cultivaba tomillo y ajedrea de montaña; el primero para una buena digestión y aligerar los intestinos del príncipe, lo segundo una planta aromática que después de seca, realzaba el sabor en guisados y sopas. Maya también echó un poquito de citronela, una hierba que dejaba un gustico a limón propicio para su plato y era importada desde Bajo Mundo.
Para finalizar, y cuando todo estuvo hirviendo a punto de ebullición, la española añadió la mitad de una iguana cruda que había en conserva en la cocina. Los oscuros no comían carne cocida, sino cruda. Pero otra vez, la crianza de Jasper entre humanos había modificado su preferencia en cuanto a la ingestión de carnes. Maya dejó la misma el tiempo suficiente para que el calor la ablandara y deshilachara, ya que a Jasper no le gustaba mucho masticar. Aunque la española recordó que a Jasper no le gustaba nada que incluyera esfuerzo físico, ni en la actualidad ni cuando era un estudiante de la Academia. Los diferentes profesores del Campo de Entrenamiento no lo incluían en sus actividades porque desde el primer grado, Jasper había dicho que no necesitaba ayuda para manejar sus habilidades; uno se atrevió a decirle que provenir del clan Oscuro no le daba derecho de rebelarse, de cometer sedición contra el orden de Howlland como en un tiempo hicieron sus antepasados en Irlendia. Bastaron esas alegaciones para que Jasper levantara las sombras de abajo de la tierra, haciendo que envolvieran al individuo hasta ponerlo morado. Los cachetes se le inflaron y los ojos se le salieron de orbita. Finalmente, el cuerpo fue tragado por las sombras hasta las profundidades de la nada, para luego aparecer a unos metros de allí, tiritando y hablando locuras. Jasper preguntó si alguien más lo llamaría rebelde y sedicioso por no entrenar con sus compañeros.
Nadie volvió hacerlo.
Y al profesor... bueno, lo tuvieron en una clínica de un descendiente varias semanas hasta que recuperó la cordura y dejó de exudar frío.
Maya sabía por su tiempo en palacio que ocupar el puesto de príncipe no había cambiado la opinión que Jasper tenía sobre los ejercicios. Sumándole el hecho que ahora lo acompañaba un calvario de plumas, garras y dolor permanente. No obstante, el rompimiento de la tregua obligaría a Jasper a destinar esfuerzos físicos en los entrenamientos necesarios para cuando Dlor dispusiera que su ejército acudiera a batalla. En ese caso, Jasper no podía invocar sombras que se tragaran a su padre, aunque ganas de seguro no le faltaban...
Por tanto, Maya se esmeró en la comida, para fortalecerlo y darle ánimos. Solo le quedaba esperar que el ejército llegara y un hambriento príncipe recibiera de buen agrado la receta que ella había preparado. Cuando hubo terminado esperó inquieta en uno de los balcones del alcázar, un balcón continuo a uno de esos salones del montón en desuso. Estuvo allí una hora, tal vez transcurrieron dos... ¿Quizás tres? El tiempo en Balgüim se realentizaba de un modo agobiante. Los años transcurrían pero su paso era indiferente a los que estaban condenados a vivirlos.
Maya dedujo que como quiera que fuera, llevaba mucho esperando. Incluso las gárgolas de las almenas estaban cubiertas con una gruesa capa de nieve. Esas gárgolas que aparentemente eran estatuas, pero que escondían un corazón que se activaba cuando consideraba oportuno. No se movían, pero podían escuchar y vigilar. A Maya le resultaba espeluznante ver sus brillantes ojos violetas moviéndose dentro de aquella piel de piedra.
Después de una espera larguísima, el oscuro y nevado horizonte mostró el parpadeo de un fuego azul, ese que fulguraba con el ejército oscuro. Maya agudizó la visión para tratar de distinguir en la penumbra de la noche eterna; era extraordinario como sus pupilas se habían acostumbrado al medio de tal forma, que ya veía detalles en medio de la oscuridad que antes le eran inexistentes. Vislumbró un par de alas enormes, negras como las de un cuervo que se agitaban en las laderas. La criatura bordeó los peñascos congelados que se interponían al puente y se elevó en la muralla pasando tan velozmente cerca de Maya que por impulso aéreo la joven cayó sentada; y las reverberaciones en el hielo hicieron que carámbanos se desprendieran hacia abajo. El ser convertido siguió hasta la luna y luego de una pirueta torpe se posó en uno de los garitones de al lado de sus aposentos reales.
La descendiente salió del balcón literalmente corriendo. Atravesó el pasillo que correspondía, y el siguiente después de ese. Bajó los escalones, dobló por los vestíbulos, y entró en la torre donde estaba la puerta de la cocina para tomar parte del guisado y llevárselo a Jasper. Si había volado directo a sus aposentos significaba que estaba agotado y deshecho del combate y no tenía fuerzas para comer.
«Pero yo le llevaré la comida» determinó Maya.
Encendió el horno para calentar una porción mientras volvía a pensar en la guerra, sus amigos y su hermano. Antes había estado pensando mucho en Mateo. ¿Estaría entre los contendientes de Jadre? ¿Se habría enfrentado con el Príncipe de las Tinieblas? Tenía varias inquietudes, pero siendo sincera con ella misma, la mayor había sido si el príncipe regresaría muy herido. No había pensado en muerte porque resultaba demasiado angustioso. Mantuvo la esperanza que Jasper volvería vivo y en efecto, justo eso era lo que había pasado.
«Dlor puede castigarlo, pero no lo dejará morir, no puede quedarse sin heredero» se reiteró Maya.
Dlor el temible era un ser sin corazón, pero tenía sentido común. Así que por muy molesto que estuviera con su hijo y por muchos castigos que le infligiera, jamás lo llevaría a un extremo mortal. Todo lo que le había acontecido a Jasper era porque podía soportarlo, aunque él no lo creyera. Pero Maya estaba segura que era más resistente de lo que él mismo se atribuía.
La porción del guisado estuvo caliente antes de que sus pensamientos divagaran en todas las razones que habían llevado al rey a torturar a Jasper, así que Maya no perdió tiempo y la sirvió. Luego abrió la puerta de la cocina, pero lo que se encontró borró la leve satisfacción que se había formado en su pecho.
—¿Se puede saber... qué has hecho?
Dlor no alzaba la voz, nunca. Lo que traía un efecto más aterrador.
—Yo... y-yo solo cociné un guisado —respondió Maya con una breve inclinación de cabeza como saludo—, mi rey.
—Un... guisado... —Dlor repitió sus palabras lentamente, saboreándolas entre su boca.
Maya tragó saliva, pero alzó el mentón. Si algo había aprendido en su estancia en Balgüim es que Dlor saboreaba el miedo en sus vasallos. Le servía de alguna manera para incitarlo a ser intuitivamente cruel, atestarles un golpe donde más temieran. La española lamentó el hecho de que ningún Canisdiru le hubiese arrancado la cabeza al enemigo más antiguo de la Corona.
—¿Me recuerdas tu trabajo, humana?
—Soy la doncella personal de su hijo, mi rey.
De repente, la cacerola completa voló al techo con un ímpetu tan poderoso que se quebró en pedazos. El guisado se desparramó por el suelo y se mezcló con la escarcha de las esquinas de la estancia. Maya se llevó las manos a la boca para ahogar un suspiro.
—Entonces —dijo Dlor—, ¿por qué... te arrastras a la cocina? —El tono era una nota más aguda—. Por qué trabajas en lo que no... ¡te corresponde!
Con la última frase Maya cayó de rodillas, temblando.
—Lo... lo s-siento yo inten... yo intentaba...
Dlor levitando, se acercó a la descendiente y el humo oscuro que impregnaba lealmente su prescencia envolvió a la chica en círculos de tristeza y arrepentimiento. Un quejido emergió del suelo, y su color era similar al ónix. La claridad de la nieve y el fuego azul fue tragada por esa espesa masa negra que no paraba de crecer. Maya sintió que estaba dentro de una pesadilla.
—¿Tienes idea de lo que le sucedió a las siervas que despachaste de la cocina? —Ella negó con la cabeza, conteniendo el llanto—. Las mandé a desmembrar, vivas, y le di sus partes a mis cóndores para que se las comieran.
La española ya no pudo resistir las lágrimas que se le escaparon de los ojos.
—Yo no quería... ellas no tuvieron cul...
—Claro que tuvieron la culpa florecilla —interceptó Dlor de forma cordial—. No pueden aceptar órdenes de una humana por encima de las mías ¿verdad?
La pregunta fue lanzada mientras sus manos huesudas acunaban, se podía decir que hasta con ternura, el rostro de Maya. La chica, llorosa y avergonzada, miró los pozos vacíos e infinitos que tenía Dlor en las cuencas. Eran tan profundos y a la vez tan llenos de... nada. La 'nada' inundaba los ojos del rey de los oscuros transmitiendo todo lo malo. Una contradicción tenebrosa. Aquellos eran diferentes a los de Jasper, porque no daban señales de tragarse la luz y contenerla. Aquellos eran putrefacto veneno.
—Por eso florecilla, sino quieres que más siervas alimenten cóndores por tu culpa, debes portarte bien y saber cuál es tu lugar. ¿Entiendes eso?
Dlor, que no era muy dado a la paciencia cuando de recibir sumisión se trataba, apretó los dedos entorno al rostro de Maya de tal modo que la chica comenzó a ponerse morada.
—¿Entiendes... eso? —repitió colmado de impaciencia.
La doncella apenas pudo asentir como respuesta sintiendo cómo se le escurría la energía.
—Bien. —Dlor apartó sus helados dedos y la vida entró nuevamente por la boca de Maya a la vez que la tenebrosidad se volvió a enterrar en el suelo, trayendo la parcial claridad del ambiente—. Odiaría tener que deshacerme de ti —explicó dándole unas palmaditas en la cabeza como si fuera un cachorro—. Eres la única esperanza de mi hijo.
Y diciendo esto, se esfumó entre una cortina de humo que desapareció al siguiente segundo.
Maya estuvo un rato en el suelo, un rato prolongado. Secó sus lágrimas y comprobó que ya no temblaba. Por momentos podía olvidar que no era prisionera en un castillo de hierro y hielo, donde reinaba la noche eterna sumida en un crudo invierno, pero sucedían cosas espantosas y recordaba su pacto, su castigo, su precio...
Ella pagó un alto precio por su hermano Mateo y las consecuencias en Balgüim la perseguirían.
Se levantó observando con pena las porciones desparramadas del guisado mezclándose con las basuritas del suelo y con la escarcha, esa escarcha que estaba acumulada en cada esquina de aposentos, pasillos y salones del alcázar. Suspiró por tener que limpiar todo aquello, pero más porque si Jasper le gustaba el guisado y quería porción doble no iba a poder conseguirlo.
«Al menos probarás una porción» se dijo Maya yendo a una de las mesas apartadas de la estancia y destapando una cazuela pequeña de barro. Cómo era de esperarse, estaba frío. Posó su palma abierta sobre el guisado, que había hecho en su mayor parte con agua, y comenzó a calentarlo hasta que el vapor subió a su nariz confirmando que aquello había quedado delicioso.
Quizás realizar esa acción le hubiese supuesto más trabajo en la Tierra, pero no en Irlendia. Irlendia potenciaba las habilidades de los descendientes.
La española recuperó su sonrisa, agradecida con ella misma por haber cocinado tanto que a pesar del despilfarro que ocasionó Dlor, un poco se había salvado. Así ella no se presentaría ante Jasper con las manos vacías. Dlor podía haber volteado la cacerola, podía haber desmembrado a las inocentes cocineras de su corte, pero no pudo impedir que a su hijo le fuese llevado esa noche el guisado preparado por Maya Alonso.
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