♤PREFACIO♤
Año 15.
10Ka, 50Ma.
Jadre.
Las miradas tienen poder.
Fue de las lecciones más importantes que aprendí cuando estuve en la tierra. Sin embargo, a pesar de tantas lluvias y cosechas, los sucesos vividos esos días están plasmados en mi memoria tan lúcidos como si apenas hubieran pasado par de meses.
El poder de los ojos es más intenso que cualquier otro que tengan los humanos. Es capaz de doblegar, intimidar, enamorar...
Porque las miradas son palabras silenciosas, que solo el que las recibe sabe su significado. Incluso, son más sinceras que cualquier sentimiento que puedan expresar los labios, porque ellas gritan lo que la boca calla.
Evidencian verdades, acrecientan sentimientos...
Miro mis propios ojos en el espejo. Están marchitos y tristes, me he pasado la noche entera llorando. ¿La causa? Lo que sucederá en pocos minutos. Mi corazón galopa con intensidad, mis manos temblorosas agarran la corona. Detesto este objeto, detesto mi ocupación y detesto las leyes irlendiesas. ¿De qué sirve ser la emperatriz sino puedo cambiar reglas tan recias y estúpidas?
Termino de vestirme y acomodar mi cabello. Normalmente lo hacen las damas de compañía, pero desde anoche pedí que se marcharan delante de mi presencia, no quería ver a nadie. Cerré las puertas de mis aposentos y sintiéndome al fin sola, rompí a llorar sin consuelo. Estuve horas y horas meditando, ideando, buscando una forma para impedir lo que no tiene variación, lo que debe cumplirse según lo estipula el séptimo mandato de los decretos reales:
"Cualquier criatura que atente contra la vida de un miembro real daynoniano debe ser ejecutado sin falta."
Una ejecución, una muerte.
Eso sucedería en breve: van a matarlo. Lo llevarán a la guillotina y le cortarán la cabeza.
Como soy la principal implicada, me corresponde estar presente. Pero ¿podré soportarlo? Si tan solo encontrara una manera de impedirlo; si tan solo pudiera revertir el tiempo atrás, alejarlo de Jadre y animarlo a que huyera a la Tierra... Todo es un gran malentendido. Pero mis explicaciones no han servido de nada, porque independientemente de lo que yo sienta, para el Clan Daynon lo que él hizo no tiene perdón, y su vida es el precio por la afrenta.
《Necesito fortaleza》
Repito las palabras para mí misma mientras llego a las puertas gigantescas que separan mis aposentos del vestíbulo. Avanzo con ritmo forzado, cada pisada me duele en el alma, como si cada metro que dejo atrás significara una oportunidad perdida de salvarlo. La ejecución no empezará sin mí. Ya consideré encerrarme, pero los idryos conocen los rincones del palacio y me encontrarían en un santiamén. Retrasaría su muerte, pero al final su destino seguiría intacto.
De verdad va a morir... de verdad lo van arrancar de mis brazos...
《Serenidad Khristenyara. Se te va a ocurrir algo》
Trago saliva y limpio algunas lágrimas que se me escapan, ruedan por mis mejillas y terminan uniéndose en el mentón. No puedo, no puedo perderlo, no puedo perder a otra persona más. Ya han sido suficientes muertos...
Ya fue suficiente.
Sigo recorriendo el vestíbulo dejando atrás la fila de ventanales. Aun así, el viento que se cuela por ellos alcanza mi vestido y provoca que la tela fina bambolee en varias direcciones. Lo aliso sabiendo que no conseguiré nada, pero el sudor de mis manos no se secará solo, no mientras tengo tanta presión oprimiéndome el pecho.
—Es hora.
La voz viene de en frente. Levanto la cabeza y la vista de la persona que lo ha dicho me produce un ligero temblor.
Mi esposo...
No importa cuántas veces me auto recalque quién es y el puesto que ahora ocupa, sigue alborotando mi corazón, sigue estremeciéndome cada centímetro del cuerpo. Pero también consigue brindar una paz inigualable. ¿Quién lo diría? Jamás imaginé que realmente nos fundiríamos en uno y lo necesitaría como el aire que ahora respiro. Aunque siempre se mantuvo esa llama minuto a minuto que pasábamos juntos, siempre hubo esa conexión que yo traté de ignorar pero que resultó más fuerte que todos los poderes universales.
Porque el poder del amor verdadero cuenta con la fuerza más infinita que existe.
Llego hasta él, lanzándome a sus brazos para llorar buscando ese refugio, esa sensación de que todo estará bien aunque estén a punto de arrancarme al otro ser que más amo en la vida.
—Calma —susurra dejando besos cortos por mis cabellos—. No puedes dejar que nadie te vea en ese estado.
—Ya no aguanto más esposo mío, ya no sé qué hacer para salvarlo.
Él me estrecha fuerte contra la coraza que resguarda su pecho, la armadura de general le queda de maravilla.
—Todo estará bien, yo seguiré a tu lado, yo seguiré para ti.
—No... —ahogo un sollozo— ... no puedo perderlo, no a él, no puedo...
—Khristen...
Menciona mi nombre en un tono sumamente conmovedor, lo que produce que mis lágrimas sean más amargas.
—Confiaba en mí.
—Hiciste lo que pudiste.
—Pero él no está libre —me lamento con la voz desgarrada—. Y ahora van a quitármelo, y no puedo evitarlo de ninguna manera. —Aprieto la capa azul de Prusia de su uniforme con mis manos.
Y ahí me quedo llorando entre sus brazos y con mis cabellos sobre su coraza, siendo el alma daynoniana más rota de Irlendia.
¿Cómo pasó esta fatalidad?
Retrocedamos en el tiempo, a ese día que salté por el agujero negro...
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