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+Extra+ 1

Un día en la Academia Howlland.
Santa Mónica, California.
Estados Unidos.


La vida puede ser injusta y Bastian Dubois lo sabía mejor que nadie. A veces se sentía un poco hipócrita porque dedicaba gran parte de su tiempo en aconsejar a los demás, en guiarlos por el mejor proceder, en unir a dos almas que ansiaban encontrarse, pero en cuanto aplicarse sus propias palabras..., bueno, con eso Bastian tenía un problema inmenso.

Y ese tarde en los plácidos y verdes jardines de la Academia se hizo evidente más que nunca.

Tenía un tiempo antes de ocuparse en la próxima clase, arqueología avanzada; era una de esas clases que podían escoger dentro de varias y él decantaba por los fósiles. Hallaba similitudes con la pintura de cierta manera, y por eso le gustaba. Sin embargo debía acudir al salón en una hora, y tenía espacio para ocuparse en su pasión mayor: crear arte sobre el lienzo.

Otros chicos estarían duchándose o entrenando en el gimnasio, incluso dormitando. Pero Bastian había cargado con sus pinceles y su cabellete con el objetivo de crear ese cuadro especial que llevaba mucho pensando. La tarde estaba fresca porque octubre así lo permitía, las flores seguían de colores vistosos, y el silbido del viento que se escurre en otoño propiciaba una musa difícil de ignorar. Se sentía inspirado, ¿cómo desaprovecharlo? Fijó entonces su rumbo al oeste, a la dirección de las habitaciones de los herederos; antecediendo a esta edificación se encontraba uno de los jardines más exóticos que contenía Howlland. Lo más alucinante para Bastian eran las altas palmeras y las cintas colgantes que lo escondían de la vista del que pasara. No sería la primera vez que acudía a pintar y conocía ciertos rinconcitos perfectos. Por ejemplo, había uno frente al lago donde los gorriones se salpicaban y el leve movimiento de hojas por esa época del año creaba un ambiente acogedor.

Caminó sereno, disfrutando la sensación de estar a punto de crear algo hermoso, una sensación misteriosa que solo los artistas son capaces de sentir.

Una vez que se escurrió entre la vegetación al lugar de destino respiró con cierto placer. Acomodó el caballete para colocarle el cuadro en blanco que prontamente sería manchado con los tintes del encanto, y preparó el óleo que le ayudaría a reivindicar su obra en el futuro. Quizás pintara la próxima gran joya para la mejor galería de París, ¿quién sería capaz de saberlo? Solo había una forma de averiguarlo...

La primera pincelada se deslizó creando una sombra oscura por el blanco inmaculado. Tenía esa musa pero... ¿realmente había comprendido cómo expresarla?

Estaba decidiéndose al respecto cuando algo captó su atención entre los arbustos que tenía detrás. Dejó el pincel y miró en dirección.

—¿Quién anda ahí?

No hubo respuestas, así que se enfocó nuevamente en su cuadro. Tal vez fuese el viento, o alguna iguana, solían haber muchas por allí. Las siguientes pinceladas adquirieron una intensidad conocida. Un color dorado abarcó en diagonal gran espacio del lienzo y al contorno de este, un fulgor evidenció cuál era la inspiración más potente del francés: su sangre legendaria. Él le ponía tanto empeño, le ponía tanto amor...

—Vaya, es precioso.

Se detuvo abruptamente al escuchar las palabras. Asustado se giró para encarar al joven que se había acercado sin emitir el mínimo sonido; o quizás, si lo había hecho y Bastian estaba demasiado enfrascado en su cuadro. Resultaba al final que ese 'algo' de antes tenía nombre y un apellido muy poderoso.

—¿Qué haces aquí Aaron? —preguntó neutral.

No estaba molesto por la interrupción, pero le daba curiosidad que otro heredero merodeara por su rincón perfecto. Aparte de él y los jardineros asignados, nadie pisaba ese lugar.

El joven Kane se encogió de hombros y bajó la cabeza, cayendo los mechones de su cabello almíbar al frente. Necesitaba con urgencia un corte pero apartando esto, necesitaba bastante descanso. Fue cuando el francés se fijó en lo demacrado que lucía el siempre radiante Aaron Taylor Kane. Sus ojos estaban hinchados, las ojeras le profundizaban una expresión triste. A pesar de vestir con ropas caras, no primaba en su estilo ese toque excelso y elegante que lo caracterizaban. Estaba... diferente. Y en el mal sentido.

—Lo siento, no planeaba encontrarme contigo. De hecho con nadie. Necesitaba... —Aaron soltó una exhalación pesada—. Necesitaba caminar hacia ninguna parte...

Bastian se limpió las manos y se acercó más a él.

—Oye, ¿estás bien?

Aaron sonrió débilmente.

—No lo creo.

—¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?

—No lo creo —repitió la frase y Bastian se arrascó el mentón, analizando.

—Ey Aaron, puedes contar conmigo. —El francés apoyó una mano en el hombro del otro—. De verdad.

El heredero Kane se encontró con los ojos de el muchacho que le hablaba. Tenía unos ojos azules como el cielo más despejado en un día de primavera. Sus facciones parecían esculpidas con esmero y la colonia que estaba usando desprendía un aroma envolvente, una mezcla de bergamota, ládano y cedro que brindaban un sosiego agradable, esa percepción entre la realidad y lo ficticio que Aaron aclamaba para alejar el dolor. Bastian era un chico real, y sin embargo parecía haber salido de un libro de fantasía. ¿Por qué no tenía alas como sus antepasados? Aaron intuyó que le quedarían muy bien. En sentido pleno, Bastian infundía una paz increíble, justo la paz que él necesitaba.

—¿Me dejas quedarme contigo? —pidió en un tono al que ningún humano con gota de sensibilidad podía ignorar.

Bastian sonrió.

—Por supuesto. —Bastian jamás se negaría a una petición de un Kane—. Pero te advierto que me gusta pintar en silencio, me ayuda a concentrarme.

—No pretendía hablar, ni siquiera me apetece.

El descendiente Dubois volvió a tomar su pincel y enfocó toda su atención en el cuadro. Escogió el color gris como la próxima elección cuestionándose por dentro si la repentina aparición de Aaron Kane había modificado su musa o en realidad la inspiración se basaba en sentimientos e iba acomodando la imagen que deseaba proyectar de acuerdo con las circunstancias. La pintura continuó adquiriendo forma en una piel exquisita, fresca y joven.

Aaron por su parte se quedó observando en silencio como había prometido. Al cabo de veinte minutos le empezaron a doler los pies, así que se sentó sobre el pasto verde, comenzando a entender el dibujo un poco abstracto que salían de las maravillosas manos del francés. Había una suspicacia muy delicada derrochada en el lienzo.

Cuando estuvo terminado el cuadro, Aaron olvidó las penas que lo abrumaban y Bastian volvió a regalarle una de esas cálidas sonrisas que podrían derretir un témpano de hielo en el más crudo invierno. Limpió los pinceles, luego sus manos y fue a donde el joven Kane para admirar desde aquella perspectiva su obra. Ambos, sentados uno al lado de otro, se sobrecogieron por la belleza extraña que transmitía la pintura.

—Es... no sé qué decir. —Aaron suspiró. En verdad se había quedado sin palabras.

—Pues no digas nada, se te da muy bien. —Bastian empujó con su hombro el de Aaron y se rieron juntos.

—Gracias —concedió el de ojos grises—. Eso es lo más acertado. No tenías que pintarme, nunca nadie cercano lo había hecho. Estaban estos usuarios de Instagram... —añadió Aaron recordando las miles de millones, literalmente, de publicaciones que le etiquetaban fans obsesionados con pintarlo en todas las posturas.

Pero no sentía cercana ninguna de aquellas obras, ni siquiera alcanzaba a verlas todas pues le etiquetaban cientos de miles de personas a cada hora.

Pero aquel arte de Bastian...

—Me levanté hoy con una corazonada, algo me decía que pintaría una gran obra.

—Mmm... no lo sé. ¿Soy una gran obra? —Aaron se mostró un poco gracioso por primera vez desde que había iniciado la conversación.

—Claro que sí —aseguró su compañero un poco sonrojado.

Si algo tenía en claro el francés era que cualquiera de los Kane prometía una gran obra; pintarlos, esculpirlos, escribir sobre ellos... Nada parecía suficiente para hacerle justicia a tanto esplendor y supremacía.

—Justo ahora no me siento como una. —La tristeza volvió apropiarse del tono del menor de los hombres Kane.

Bastian quiso decir algo pero se contuvo al último segundo. Quería saber qué pasaba realmente con Aaron. Todo indicaba a un daño emocional muy grande, quizás irreparable. El cuadro mostraba un Aaron resplandeciendo en medio de la oscuridad, la energía Oserium lo bañaba. ¿Por qué había pintado dicha imagen? Quizás para animarlo, para gritarle con palabras que era más fuerte de lo que pensaba. Aunque su arte ese día le había jugado una mala pasada, pues la expresión del Aaron del cuadro estaba recrudecida y sus ojos encerraban una turbulencia peligrosa. La musa podía desenvolverse en matices extraños, pensó Bastian. Puede que, en su subconsciente, lo que había querido reflejar era la determinación de Aaron, esa que guardaban todos los del linaje Kane.

—¿Alguna vez te ha dolido tanto el corazón que has deseado arrancártelo del pecho, Bastian? —soltó el chico de la nada.

—¿El corazón? —Bastian sorprendido, reflexionó.

Le dolía el corazón a menudo, aunque nunca se lo había contado a nadie.
A veces terminaba de pintar un cuadro, sobre ciertos herederos específicos, y tiraba el retrato en un desván, junto a los tantos que tenía. También tenía días de bajón emocional, esos días que no se sentía suficiente para cumplir un propósito. Pero jamás deseó arrancarse el órgano por ello, aunque en el sentido figurativo a veces le dieran ganas.

—Hay cosas que nos dolerán, solo que debemos escoger si cargar con ellas o no.

—Pero sino dependiera de ti —insistió Aaron—. Si te sintieras tan frágil y estúpido por culpa de tener un corazón que lo único que desearas fuera arrancártelo del pecho.

Bastian lo miró incómodo.

—¿Hablas en serio?

Aaron sostuvo su mirada en firme.

—Muy en serio.

—Pero cualquier persona sin corazón acaba muriendo, eso todos lo saben.

—En este mundo sí —sostuvo Aaron y enfocó su vista al lago.

Aunque Bastian sospechó que la vista estaba perdida y su acompañante miraba sin mirar. Pasó pues un rato prolongado y silenciosos. Aaron concentrado en sus pensamientos, Bastian descubriendo lo turbio que había sonado lo último que el Kane expuso.

—Hace mucho tiempo que me siento fuera de lugar Bastian —interrumpió el silencio de repente—. Dieciocho años para ser explicito.

—Eso es toda tu vida —respondió Dubois.

—Exactamente.

—¿Y estás seguro que la solución es arrancarte el corazón? —inquirió Bastian con la esperanza de que tal vez, hubiese malinterpretado a Aaron.

—Ayudaría mucho, eso sí. Aunque tienes razón, la solución no depende de un órgano tan banal...

—Aaron...

—La solución tiene que ser más grande y radical.

El joven de ojos grises se puso de pie y tomó el cuadro. Le gustaba lo que Bastian había reflejado, una versión de Aaron Kane mucho más fuerte, feroz.

—¿Te importa si me lo llevo?

—Es tuyo, lo he pintado para que lo tengas y recuerdes cada vez que lo mires que eres capaz de lo que te propongas, como todos los de tu familia.

—¿Por eso estás tan enganchado con los de mi linaje? —lo sorprendió Aaron y el francés se ruborizó.

—Si lo mencionas así...

—Prácticamente no tienes más amigos que Adrián. Andas todo el día revoloteando cerca de él y de Alissa. A mi prima la sobrecargas de regalos.

—¿Tan obvio soy? —quiso saber Bastian.

—Cuando estás con mi primo Adrián o con Alissa y uno de los otros Kane se acerca, tu rostro se pone como ahora. —Aaron lo señaló con el dedo y Bastian comprendió que debía estar más rojo que un tomate.

—Bueno es... es que ustedes... son capaces de combinar dulzura con fuerza, algo que me gusta en gran medida. —Aaron asintió en gesto de comprensión—. Virtudes que por supuesto, posees tú —animó Bastian.

Aaron no contestó, se limitó a caminar cargando el cuadro en sus brazos, y no miró atrás hasta que hubo desaparecido.

Bastian por su parte recogió el resto de los instrumentos pensando que no conocía a cabalidad a Aaron pero lo que sabía de oídas no era precisamente el cuento de hadas. No debía haber sido fácil ser el Kane que provocó la muerte de su madre al nacer, el último de los varones, el que nadie tomaba en cuenta.

Se marchó de su rincón por otro rumbo diferente sintiendo una sensación plena en el proceso. Era la primera ocasión en semanas que pintaba nuevamente a un Kane y tal vez, solo tal vez, hubiese servido para cambiar la condición de un chico...

—0—

Año 6, 10Ka, 50Ma.
Bajo Mundo.
Irlendia.

El suave bamboleo del barco podría marear a cualquiera, pero él se había terminado acostumbrando. Allí tirado en un amplio diván con la ventana del camarote abierta y el olor a salitre inundando cada esquina, recordó cómo sus primeros días en el Atroxdiom había estado vomitando sin parar. Si ya de por sí estaba delgado, en cuánto se unió a la tripulación su peso decayó al punto de considerarse 'esquelético'.

Luego fue haciéndose poderoso y cada cicatriz, cada músculo encerraba una historia en común: su proceso de débil a invencible.

El ahora Maltazar se levantó para alcanzar una botella nueva de Fron que guardaba en el armario cercano a ese objeto, un objeto que llevaba mucho tiempo cubierto con tela. Mientras usaba una copa para verter el líquido rememoró los últimos sucesos que había vivido y las acciones desesperadas de las que hizo uso para salvar su preciado barco en medio del incendio que se había desatado.

Tomó un trago y se decidió a quitar la tela que cubría el objeto que como hacía décadas, se mantenía colgado en la pared. La tela cayó en la alfombra que cubría el suelo, y el capitán se deleitó en la imagen que proyectaba aquel cuadro: un joven de ojos fieros resplandeciendo con energía Oserium de la oscuridad. En la parte inferior derecha estaba la firma del pintor.

Otro trago alivió su garganta.

—¿Quién iba a decirlo Bastian Dubois? —dijo en voz alta aunque no había nadie que lo escuchara—. Después de todo pintaste el futuro.

Se terminó de beber el líquido de Fron que había vertido en la copa y volvió al diván para recostarse, quedando frente al cuadro.

—Tenías toda la razón. Soy más fuerte de lo que todos creían. ¿Y sabes qué? Aún sigo pensando que me sobraba el corazón.

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