♤85♤ CON LÁGRIMAS DE SANGRE
Este es el último capítulo de una actualización triple. Revisar los dos capítulos anteriores porque Wattpad no está avisando.
Año 15
10Ka, 50Ma.
Jadre.
Desperté con un cosquilleo en el hombro que seguía una ruta ascendente hasta mi cuello. Cuando mis oídos se despojaron totalmente del estado de reposo del sueño, escuché los breves y gratificantes sonidos de cuando labios ajenos hacen contacto.
—Buenos días, afortunada esposa —ronroneó el provocador de mi despertar.
Mi general. Mi rey. Mi esposo.
—Buenos días. —Me giré hacia él, sonriendo y bostezando acto seguido.
Admiré los ojos grises desde mi ángulo de abajo. Esa mañana estaban más radiantes que nunca.
—Entonces afortunada, ¿eh? —interrogué divertida.
—Obviamente. ¿No es afortunada esa que pudo atar al gran Arthur Kane con las cadenas del matrimonio y luego extraerle todas las energías hasta agotarlo?
Revolví su cabello profiriendo gruñidos por su arrogancia a la vez que risitas de placer escaparon de mi boca . Sentí ese amor desbordante abarcarme otra vez.
—Pensé que despertarías pronto con ese ruido —dijo él señalando con el mentón el pequeño balcón que nos quedaba a la derecha, perpendicular a la cabecera de la cama.
Estaba a metro y medio pero cuando Arthur lo mencionó fui consciente de la algarabía que provenía de abajo. En Jadre las grandes celebraciones duraban días, así que la boda real de la emperatriz y su rey consorte se ceñía a la tradición por todo lo alto. Quise asomarme. La alegría es contagiosa, y aunque yo estaba desbordante y satisfecha, y plena, y todos los sinónimos, quería absorber la alegría que manifestaba nuestro pueblo por la unión. Para ser sincera, quería tener ese recuerdo de mi boda pues el día anterior había estado tan abrumada, nerviosa y con prisas, que no le presté atención a nadie más que no fuera mi impetuoso marido.
Incluso concluí que después de compartir desayuno con Arthur ambos podíamos interactuar en las celebraciones. Quería bailar en las ruedas de las damas, lanzar las zapatillas mientras nos colgábamos de los brazos y saltar al compás de la música. Y deseaba atiborrarme de comida hasta reventar. ¡Tenía tanta hambre! Mi estómago rugió estando de acuerdo.
—Vaya, usted siempre tan ávida, soberana Daynon —bromeó Arthur haciéndome cosquillas.
—¡Para! —rogué entre carcajadas, retorciéndome sobre el colchón.
—Qué maravilla contar con un esposo preocupado que ordenó un suculento desayuno en cuanto abrió los ojos —informó deteniendo la tortura y apoyándose en un codo—. La mesa está servida en el cuarto principal de nuestros aposentos.
—Hum, qué bien —dije envolviéndome en la sábana para levantarme. Estaba ansiosa por asomarme al balcón, comer y...
—¿A dónde creé que va, Majestad? —Arthur tiró de la sábana pero la agarré para que esta se quedara cubriendo mi cuerpo.
—Tenemos cosas que hacer, rey consorte —respondí tirando de la tela para que él la soltara.
—Estoy de acuerdo con esa afirmación, tenemos cosas que hacer —contestó tirando más fuerte.
Por supuesto que era más fuerte. Ah, pero en fuerza bruta. Así que usé la legendaria, ¡ja! Unas ráfagas de viento inesperadas empujaron a Arthur contra la cama y yo pude liberarme de su yugo. Corrí riendo al balcón, envuelta en la sábana blanca.
—¡Trampa! —gritó descargando sus dos puños sobre el colchón.
—Cada quién con su arte, general. Ahí tiene una dosis de su propia medicina —me defendí tranquilamente, observando el espectáculo que se desarrollaba abajo.
¡Tantos colores, diversidad y alegría! Los patios del castillo abiertos al público estaban a rebosar. Habían puestos regalando dulces y Vilfas obsequiándoles coronas de flores a las niñas daynonianas. Reí al ver que algunas agarraban las manos de los niños fayremses y les decían que ellos serían sus consortes y tendrían que hacer todo lo que ellas dijeran. Había una banda de sátiros haciendo malabares, búhos sobrevolando las torretas, guirnaldas colgadas por doquier y a lo lejos grandes lobos rodeando los terrenos con sus fayremses, protegiendo. Nada empañaría la alegría de la celebración; nada podría...
Mi corazón se paralizó.
En la distancia del este, esa dirección que conducía al territorio de Haffgar, la visión de una sombra a contra luz montada en un caballo con un bulto en el hombro derecho me congeló la agradabilidad. El caballo trotaba cauto, previsor, y la sombra más pequeña encima de la sombra mayor, me envió una conexión antigua y primaria, una de cientos de millones de años. Entonces entrecerré los ojos, discerniendo, captando cada detalle extrañamente familiar...
—Ya le enseñaré yo a la emperatriz lo que es jugar sucio —dijo Arthur a mis espaldas, cercándome con sus brazos como si fuera un carcelero que incapacita a un preso.
—Arthur. —Bajé sus manos y le señalé con un dedo tembloroso el horizonte.
Cuando él centró la mirada se puso tan serio y rígido como yo.
—No puede ser posible...
Estaba impactado.
Ambos lo estábamos.
Una revolución de emociones se libró en mi interior, chocando entre ellas, eclosionando.
No dije más palabras. ¡Me temblaban los labios! La lengua, las manos... Me vestí aprisa con lo primero que encontré y salí corriendo, atravesando todas las puertas que me aparecieron delante. Dejé con la felicitación en el aire a todos los que se me cruzaron en el camino, tan atónitos por mi prisa y mi mudez como yo misma de estar dirigiéndome al objetivo, de creer que fuera posible, de... de sentir otra vez los latidos de la esperanza.
Dejé atrás muros y torres. Dejé atrás bocas abiertas y expresiones sorprendidas. Corrí tan veloz que la mayoría ni siquiera se dio cuenta quién pasaba entre ellos. Atrás quedó la celebración, los sonidos, la realidad... Solo quedamos yo y mi carrera y los latidos potentes del órgano de mi pecho.
Mis pies descalzos dejaron de hacer contacto con pavimento y lajas para entrar en contacto con la tierra húmeda y el verde pasto. Las sombras se definían cada vez más, su figura y complejidad. Y yo seguí corriendo, con los ojos cristalinos y un subidón de adrenalina que amenazaba con provocarme un infarto.
Cuando la sombra más pequeña, ya comprobada por mis ojos en su legítima apariencia de búho, salió volando a mi encuentro, las lágrimas terminaron por derramárseme.
«¡Cómo te extrañé Órga! Me hiciste muchísima falta»
Mi búho voló alrededor de mí sin que yo me detuviera. Un fulgor dorado me delineó ambos lados del cuerpo: el enlace sagrado entre mi animal legendario y yo seguía intacto. Di brincos de felicidad y ella me despeinó el cabello con sus patas. ¡Órga estaba de vuelta! Y eso me hizo inmensamente feliz y me dio fuerzas para seguir corriendo.
Así que continué corriendo desbocada. Aunque podía volar u ordenarle a la tierra que me trasladara con una pequeña avalancha, quise disfrutar el momento; quise saborear la adrenalina. Y así, más cerca, comprobé de qué caballo se trataba: un pura raza árabe, formidable y robusto. ¡Era Perseo! ¿Pero cómo...? Eskandar saltaría en un pie.
Y entonces el que iba montado se bajó de Perseo y una oleada de satisfacción y éxtasis me abarcó.
Corrí con más fuerza hasta que ya no hubo distancia que vencer, cerca como había imaginado tantísimas veces. Estaba vivo ¡vivo! Realmente vivo y entero, con todos y cada uno de sus preciados miembros y de seguro, sus diez garras. Yo siempre supe que estaba vivo, pero verlo... ¡Por todos los clanes! Verlo en persona, saber que ya estaba a pocos metros de tocarlo... Lucía tal como lo recordaba, o quizás, más fuerte y salvaje.
Tenía una nueva marca negra en el bíceps con forma de Caníril, y sus tres franjas negras circulares seguían tan ilustres como lo que representaban. Su mandíbula afilada con marcadas líneas, la barba que solía rasurar estaba crecida. Los labios firmes, pómulos altos. La nariz recta y las cejas fruncidas. Y sus felinos ojos, de un verde parduzco que lo mismo podían estar brillosos u opacos según las circunstancias; esos ojos que te traspasaban la carne, los huesos y el alma, capaces de discernir secretos del corazón y todo tipo de intenciones. Los mismos ojos que en esos instantes me escudriñaban expectantes con interés. Hacían un contraste tan candente con su piel bronceada, su cabello rubio en la tonalidad más oscura del color y con la agilidad de sus rasgos que simplemente te quitaba el aliento.
Me paralicé justo delante de él, respirando agitada. Y luego, nos abrazamos.
Nos abrazamos con fuerza, y ahí entre sus enormes y cálidos músculos comprobé lo amplificado de mi necesidad, el vacío tan profundo que había representado extrañarlo todos esos años. Oh Forian, mi Forian, tan duro por fuera y tan suave por dentro...
Su piel se había recrudecido bajo los soles y el trabajo, a saber los elementos, qué tipo de cosas había pasado. Aspiré su olor a eucalipto mezclado con sudor. Sonreí contra su pecho y él me estrechó todavía más. La circunferencia de mis brazos no era suficiente para abarcar su masivo tórax, mi propio cuerpo era como una ligera pluma de búho contra la agresividad que destilaba el del destroyador. Y sin embargo, su acción se sentía infinitamente dulce. Y sin embargo, no terminaba de encajar.
Sí, podía ser mi antiguo guardián, pero estaba diferente. Había algo... surrealista.
Siempre había dudado de la realidad de su existencia, como si cada partícula que él respirase fuese producto de una visión confortable, como si lo hubiesen sacado de un sueño..., del mejor sueño de todos los que se podían tener. Pero era un sueño palpable, una visión que podía abrazarte, protegerte y dar la vida por ti, matar por ti.
Forian existía y su esencia se mantenía muy viva en mi memoria sin que nada me hubiese hecho olvidarla.
—Mi emperatriz —habló por fin y el sonido de su voz acarició las ondas del aire, las alborotó y las hizo rebotar hasta mis oídos.
—Alfa —contesté separándome de él para volver a mirarle el rostro.
Hubiese querido que ese rencuentro fuese eterno, detenerlo y prolongarlo, no dejar que nada lo estropease. Pero temo decir que terminé tan fundida con el mismo, que advertí demasiado tarde los guardias que nos rodearon, las lanzas que le apuntaron y las espadas desenvainadas que palpitaban en las manos ansiosas de los guerreros fayremses.
Forian se tensó al instante y el verde pardo de sus ojos se opacó considerablemente. Yo estaba impactada, pero logré sobreponerme.
—¡¿Qué creen que están haciendo?! ¡Bajen las armas! —grité, no asombrándome de que mi voz fuese una orden que encerraba todo tipo de amenazas de no acatarse.
Ellos titubearon pero no bajaron las armas. ¿Por qué no me obedecían?
—Lo... Lo sentimos, Majestad —contestó uno y mi aturdido cerebro ni si quiera le importó de qué soldado se trataba—. Pero es el máximo líder del clan Destroyer, lo que significa...
—Lo que significa que ninguno de ustedes le tocará un solo centímetro de piel —determiné y los lobos gruñeron.
Habían cerrado el círculo acercándose más que los fayremses. Los destroyadores y los lobos eran rivales a muerte. Recordé la confesión de Forian aquella vez que manejó para llevarme a Palm Spring: «Odio a los perros». Entonces no lo entendía, pero allí rodeada por una parte canina del ejército real sí que pude hacerlo.
—¡La marca en la zona baja de su brazo lo delata! —gritó otro soldado.
—Si lo matamos, venceremos definitivamente a los destroyadores —animó un tercero—. Por favor Majestad...
—Basta ¡Basta! Cállense todos. —Yo me puse eufórica, no cabía en mí—. ¡Soy su emperatriz! ¿Acaso lo han olvidado?
—Nuestro deber es defenderla, Majestad —hablaron de alguna parte.
—Pero yo no corro pelig...
—Déjenos clavarlo con las lanzas en el suelo, ¡será rápido!
Estaban tan equivocados si creían que podían clavar al mismísimo Forian sin resistencia. No sabían con quién estaban tratando, eso quedó claro. Aunque lo que no terminaba de aclararse en mi cerebro era el porqué él no hacía ningún movimiento defensivo, se elevaba en montículos de tierra, se prendía en fuego... algo que le mostrara a sus adversarios que no la tendrían fácil, que no enfrentaban a cualquier ser.
Toda la situación hizo que las neuronas me dieran vueltas mientras mi cuerpo trataba de absorber los espasmos de las células, intentando poner en orden el flujo constante de emociones.
—¡Haz algo! —le rogué histérica a Forian, pero él se limitó a mirarme.
Esa mirada... dolor, sufrimiento, esperanza. Tantas cosas y yo no podían hallar la serenidad para descifrar el trasfondo.
—¡Lord Dominick Dukor! —chillé cuando vi al duque con un grupo de idryos distinguidos abriéndose paso entre los soldados.
—Majestad, ¡se ha conseguido!
Acudí hacia él, dejando a Forian con sus diez garras afuera y bajo sus pies, un ligero sismo en la tierra que amenazaba con convertirse en terremoto. Pero no provenía de él, sino de mí.
—¡Duque! Debe detener esta locura. Todo está mal. No hay de...
—¡Bendito sea este día que las estrellas guiaron a tal despreciable criatura hacia nuestras lanzas! —alabó el duque a altas voces con las manos extendidas al cielo—. ¡La pronta muerte del Alfa será un golpe definitivo para nuestros oponentes!
Los fayremses apoyaron esta resolución con gritos de guerra, alzando lanzas y espadas al aire con vítores.
¿¡ES QUE NADIE PODÍA ESCUCHARME!?
Los lobos aullaron y yo apreté los puños con una rabia daynoniana que aquellos vengativos no podían imaginar. Todos estaban tan alterados, agitándose en sus lugares, conmocionados, que apenas si podían entender lo que pasaba ante sus ojos.
¿Dónde estaba Devian? ¿Y Akenatem? ¡Y Arthur!
—Escuchen ¡Escuchen todos! —grité con tal intensidad que sentí el desgarro de mi garganta—. ¡No habrá ninguna muerte!
El ruido cesó y sentí el peso de las miradas, siendo la más pesada la del duque. Saqué sus propias cartas:
—La ley exige un juicio —recordé.
—¿Qué juicio puede tener una bestia como esta?
—La ley es inquebrantable lord Dominik, como máximo juez de Jadre está obligado a respetarla.
Los presentes se miraron entre sí y los demás jueces idryos intercambiaron palabras secretas, aunque el asentimiento de sus cabezas confirmaba que en efecto, la ley era la ley y no se podía quebrantar. El duque levantó el mentón intentando parecer firme, pero lo cierto era que su mandíbula estaba tensa y las manos le temblaban. Todos estábamos tensos, era imposible esperar lo contrario.
—La política está por encima de la ley —recitó.
—Es suficiente —la voz firme y alta del general del ejército hizo que los fayremses se giraran.
¡Por qué había demorado tanto!
—¿Qué es todo esto, Dominick? —le exigió Arthur al malnacido duque.
—Alteza ¡es la victoria que estábamos esperando! Con esta ejecución el clan Destroyer...
—¿Ejecución? —Arthur se envalentonó hacia él, rojo de ira—. ¿El alto juez de Jadre no va a respetar la ley de considerar en juicio privado antes de ejecutar?
—La política...
—¡Soy el que determina eso, insolente! —alzó la voz el actual general—. ¡Ni tú ni tu partida de ortodoxos jueces puede meterse en las estrategias de guerra!
Lord Dominik apaciguó su furor. Suspiró e hizo una inclinación de cabeza. Jamás lo había visto tan humillado y mi parte perversa reclamó más. El resto de jueces que rodeaban al idryo con mayor influencia entre ellos mostraron el mismo temor. Si eran inteligentes sabían que una vez que el sobrino nieto del terrible Agamón se desataba, no había forma pacífica de devolverlo.
Sin embargo, vi la nuez de la garganta de Arthur bajar lentamente, tenía controlada sus sangre aunque sus ojos grises eran semejantes a dos cuchillos filosos sobre el duque.
—Date por avisado, Dominik Dukor —dijo agravando el tono en el nombre—, que cuando pase esta conmoción, mi primer edicto como rey será juzgar la deplorable conducta que has demostrado hoy.
El duque quiso decir algo, pero se contuvo, incrédulo y asombrado, por la promesa nociva de la mano, elegido, rey y general. Los demás jueces miraron a Arthur con una mezcla de desaprobación y miedo.
¡Por mi que los convirtiera a todos en bloques de acero allí mismo! Estaba tan eufórica, consternada y furiosa que no podía razonar nada que no fuese fulminar a todos los que deseaban la muerte de Forian.
—General Kane —llamó la atención un capitán de tropas—, tenemos que hacer algo con el Alfa. No podemos...
—Aprésenlo —ordenó mi esposo—. Será llevado a La Sombra a la espera del juicio.
—¡¿Qué?! —chillé yo.
Aquello no podía estar pasando.
Los guerreros, todavía presos de su propio temor y a su sed de venganza, obedecieron.
—Un momento. ¡Alto!
Corrí nuevamente a Forian tratando de abrirme paso pero era demasiado tarde. Todo estaba pasando tan rápido y él... él seguía sin poner resistencia. Quedé estupefacta. Se dejó apresar con una serenidad que nadie se esperaba, pero que aún así no amortiguó la brutalidad con la que lo trataron. Lo golpearon frente a mí, usaron la vara de una lanza para ponerlo de rodillas, lo amordazaron y encadenaron como si fuese un aborrecible animal...
Y yo continué confusa, viendo cómo él no hacía nada para defenderse.
Antes que se lo llevaran nuestros ojos se volvieron a encontrar, y aunque habían pasado años desde que él había roto la conexión, de algún inexplicable modo, yo pude percibir en esa nueva mirada el mensaje:
«Déjalos descargar su ira sobre mí, deja que me encierren. Cuando todo se calme, tú me sacarás de esta y yo podré explicarte a qué he venido. Confío en que me salvarás.»
Parpadeé. Forian acababa... acababa de restablecer nuestra conexión. Y estaba seguro que yo iba a salvarlo, por mi promesa, por su fidelidad... Él no podía defenderse sin que sus acciones repercutieran en el clan Destroyer, ese clan del que lo habían desterrado y lo buscaban con una vehemencia mortal. Sí que el corazón del Alfa era inmenso... Aunque habían pasado muchos años y las circunstancias para con los suyos podían haber cambiado.
Sea como fuere, Forian revalidaba la verdad de que no existía alma más leal y entregada que la suya, y yo tenía la responsabilidad de conseguir que continuara existiendo.
Pero ahí estaba, viendo cómo se lo llevaban a la cárcel, sabiendo que participaría en un juicio marcado por el odio ferviente y las peticiones de muerte sobre él. Reinició la desesperación, sentí que la inconformidad me reventaba los sesos.
«Oh Forian, debo salvarte y no sé cómo. ¿Qué haré? ¿Cómo vencer en un sistema que no le permite a la propia emperatriz obrar como le apetezca sin que hayan nefastos resultados?»
Mientras la locura me invadía, unas vigorosas manos me cubrieron los hombros. Me giré hacia Arthur y arañé desesperada la zona de su pecho cubierta por un jubón de tela finísima.
—¡Cómo has podido!
Aquella voz no era mía. Era una réplica del más allá, prepotente y afligida.
Los fayremses ya estaban apartándose, custodiando al grupo que arrastraba a Forian en dirección a La Sombra.
—Es lo mejor por ahora, Khris, aunque no puedas entenderlo. Estará seguro allí, custodiado por hombres de mi entera confianza.
Lo miré confundida, tomándome un minuto para razonar su plan. La mente estratega continuó:
—No confío en más nadie para mantenerlo vivo hasta el juicio.
—Tenemos que salvarlo, Arthur —gimoteé consciente que mi revolución de emociones no me dejaba pensar con claridad ni formar estrategias para comprender de primera instancia al general.
—Lo intentaremos —aseguró él y me abrazó—. Te lo prometo.
—•—
Participé en aquel juicio con la misma resonancia que me bullía por dentro. Recordé en detalle todo lo bueno que Forian había hecho, ¡lo conté jadeante! Cómo me salvó de la muerte; la bendición que le dedicó el gran Gálora y su esposa; el tiempo que me estuvo cuidando en la Tierra aún sin yo saberlo; las veces que me salvó la vida después de que matriculara en Howlland; nuestros primeros años en Irlendia y su astucia para evitar peligros.
Pero... no sirvió de nada. Ellos tergiversaron la historia.
Citaron el séptimo mandato de los decretos reales: "Cualquier criatura que atente contra la vida de un miembro real daynoniano debe ser ejecutada sin falta."
Alegaron que el haberme robado de la cuna y sacado de palacio era una afrenta imperdonable. Que el tiempo que estuvo "vigilándome" en el universo paralelo fue un tiempo de tinieblas e incertidumbre para mi familia y toda Jadre, que lo más probable era que me hubiese salvado la vida en todas las ocasiones que lo hizo para conservarme hasta el momento oportuno, donde me trajera a Irlendia para devorarme
frente a su clan y granjearse el favor perdido.
¡Detestables mentiras! ¿Cómo sus mentes podían fabricar cosas tan retorcidas?
La mayoría reiteraba la valiosa oportunidad que nos «había caído del cielo». Maldije a todos los del Consejo que estuvieron de acuerdo en decapitar al Alfa: el duque, los jueces idryos, el barón Blof-Alante (aunque este último más por miedo) y Devian. Incluso él... él me fallaba en un momento así. Devian estaba aterrado y despreciaba a los destroyadores, y su cobardía y deseo de acabar la guerra no le dejó ver más allá de su odio.
Sin embargo el tope de mis nervios ocurrió cuando la ola de voces de nobles, cortesanos y plebeyos comenzaron a gritar por los alrededores del castillo «¡Muerte!», «¡Muerte al destroyador!». La noticia del prisionero que recién habían llevado a La Sombra se había esparcido como pólvora, incentivando el hambre de ejecución que tan común era en Jadre.
Aquello terminó de llevarse la poca cordura que yo mantenía. Me puse de pie haciendo que mi silla cayera, las paredes comenzaron a estremecerse y el viento turbio que evoqué se tragó la claridad del cielo. Mis manos se incendiaron en fuego consumidor, y mis ojos estaban brillando con el verde nocivo que exterminaba. Me convertí en un arma.
Los jueces retrocedieron espantados al ver que yo estaba fuera de mí, dispuesta a usar todos mis poderes juntos. Entonces Arthur revestido de acero me agarró y me sacó del salón para que no asesinara a los presentes. Pataleé y lancé mortales acusaciones. Los quería muertos a todos. ¡Muertos!
El pueblo exigía muerte, pues muerte iban a recibir. Y las palabras resonaban tanto a las afueras del castillo que era lo único en mi cabeza.
¡Escorias del Abismo! Ni el Séptimo Inframundo de Dlor era adecuado para parásitos tan despreciables.
Muerte.
Muerte.
Merecían la muerte más terrible.
—Khristen cálmate ¡Has perdido la razón! —exigió él cuando yo dejé que las llamas me envolvieran de pies a cabeza.
En vez de menguar mi furor, este aumentaba cada segundo. Los gritos lejanos de «¡Muerte!», «¡Muerte al destroyador!» seguían esparciéndose entre los muros.
—¡Mátalos Arthur! Véngame. Venga a Forian. Los quiero a todos muertos. ¡Hay que matarlos! Antes que sea demasiado tarde.
—Khristenyara...
—¡Suéltame! Los mataré ahora.
—¿Has perdido la cordura? ¡Ocasionarás una guerra civil! Dejarás solo cenizas para defender. Cálmate, por amor de tus antepasados, ¡cálmate!
—¡No me importa! —chillé golpeándolo por todas partes.
El rey resistía como si mis puños fuesen papel, así que lo intenté con más potencia. Desde que yo había comenzado a golpearlo, él había desvanecido su escudo de acero para que mis puños y codos impactaran contra su piel y yo no pudiera hacerme daño. Pero esto me molestó por ración doble. Quería sentir dolor, lo necesitaba para incentivar mi hambre homicida.
—¡No voy a dejar que toquen a Forian! —continué jadeando—. No puedo permitirlo. Le hice una promesa ¡Una promesa!
—¡Khristen ya basta!
—Suéltame Arthur. ¡Suéltame! O juro por los cinco mundos que te incineraré si sigues interponiéndote.
Pero el rey no se apartó y no me soltó. Me apretó con sus dos brazos, fuerte, sin titubear. Ejerció tanta presión que yo, agotada, con un desgaste mental, emocional y físico, no pude deshacerla.
—Ya, ya está... Tranquila, mi amor, tranquila.
—Tienes... tienes que... —El hipo ahora también luchaba contra mí—. Tienes que a-ayudarme a salvarlo... Arthur, por favor. —Las quejas eran más lentas pero seguían lacerándome con la misma ardentía—. Arthur, me-e prometiste que lo... que lo intentaríamos.
—Ya está... —susurró sin impedir que mi cuerpo endeble se desparramara sobre sus brazos como si fuera gelatina—. Gracias —dijo bajo y demasiado tarde me di cuenta que no me lo decía a mí, sino a sir Yasaiko, al que ni siquiera había visto llegar ni entregarle al rey una jeringa con un líquido amarilloso—. Vas a estar bien, amor mío... —siguió susurrando Arthur propinándome el pinchazo más rápido de lo que pude evitar.
Ya no me quedaban energías para luchar, ni sobreponerme. Mi cuerpo y mente se rindieron de forma instantánea ante los efectos del narcótico y cuando los párpados se me cerraron encontré una soledad fría que paradójicamente, quemó.
•Nota•
Lo siguiente es el Epílogo, (continuación del tan conflictivo Prefacio que tanta inquietud les dio al inicio de este 2do libro. Como saben, los epílogos son el apartado final del libro, el cierre de la trama. Para liberarlo de borrador, esperaré a llegar a 150 votos aquí.
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