♤83♤ LA BODA MÁS ESPECTACULAR DE LOS CINCO MUNDOS
Año 15
10Ka, 50Ma.
Jadre.
Actualización triple. Este es el primero de los 3 capítulos que acabo de subir. Por favor, cuando terminen, sigan a los 2 siguientes.
Khristen
"En el fantástico mundo de Jadre, bajo el manto estrellado de Irlendia, la unión de la emperatriz Khristenyara Daynon y su general del ejército, Arthur Kane, elegido por el poderoso Tornado, Mano Derecha y próximo rey consorte, fue la epopeya de majestuosidad y amor más grande de la que se tiene constancia."
Así comenzó el registro oficial de ese día, el día de mi boda. Los escribas madrugaron como locos para no dejar fuera ningún detalle, los cortesanos luchaban con la presión del tiempo y la magnitud de los preparativos porque sí, el gran Arthur Kane y próximo rey consorte exigió una celebración por todo lo alto. Dicho por sus propias palabras "la boda más espectacular que se hubiese visto en los cinco mundos".
Yo le había estado comentando aspectos de mi discreta ceremonia con su primo, y en el momento Arthur no se lo tomó mal. Supongo que el puñetazo que le sacó sangre a Adrián fue una muestra de disgusto suficiente. Sin embargo, cuando nos sentamos a planificar nuestra boda, Arthur sacó todo lo que tenía dentro; entre algunas cosas, que mi vergüenza de boda con Adrián era inaceptable para una emperatriz, que una emperatriz se merecía los detalles más rimbombantes. Cuando intenté objetar que prefería algo sencillo, él no dejó ni que terminara siquiera, alegando que su boda no osaría parecerse al fraude que monté para contraer nupcias con su primo y por tanto él personalmente se encargaría de las maravillas que harían de nuestra celebración un hecho en la historia de Irlendia digno de alabar.
Arthur siendo Arthur..., aun habiendo pasado años.
En vista de la reanudada guerra y que las consecuencias del saqueo de la Bóveda Real aún hacían estragos, la cuestión monetaria podía ser un problema sino fuera porque mi prometido era un As en los negocios. A través de terceros, servidores leales que aparentemente actuaban por su cuenta, consiguió muy buenas inversiones en Korbe. También los altos señores de las diferentes regiones de Jadre aportaron valiosos obsequios, entre los que se contaba mucho oro.
Por lo que el año decimoquinto comenzó ajetreado. El Consejo Real aprobó un proyecto de ingeniería y arquitectura levitacional con Arthur Kane, Mateo Alonso y Ret Lee como los principales cabecillas del proyecto. Se formó un grupo de trabajo Juno, pero estos solo seguían las directrices de las tres mentes organizadoras. Arthur quería crear un espacio nuevo y hermoso donde intercambiáramos los votos, y como se trataba de Irlendia donde todo podía hacerse posible, se le ocurrió construir una especie de templo que levitaba en el aire, haciéndole honra a su elemento y desafiando las leyes de la física con las que se había guiado en la Tierra. En vista que tenía responsabilidades como Mano Derecha y general, se dedicó exclusivamente a la arquitectura, es decir, el diseño del templo y los planos. Para llevar a cabo la ingeniería de la construcción, dejó a cargo a Mateo, que aceptó la tarea facilitada pues Arthur también poseía conocimientos de ingeniería y sus apuntes fueron bastante específicos. Y para la tecnología exigida en esa clase de proyecto se haría cargo Ret Lee.
Puedo contar las innumerables horas que estuve probándome el vestido, que según las especificaciones de mi prometido, debía ser tan sensacional como nunca se hubiese cosido vestido alguno, pero me saltaré esas horas. También las interminables firmas que tuve que hacer en papeles, manuscritos y permisos digitales para que se llevara a cabo esta u otra cosa. Ni hablar de los encargos florales, las damas de honor y los invitados. Estuve tan agobiada con el tiempo previo a la boda que una noche me tiré en mi cama, maldiciendo la fecha y deseando chasquear los dedos para que con el acto, se desvaneciera el año decimoquinto completo y ya yo estuviera casada con Arthur sin tener que vivir los estresantes preparativos.
Pero después de agobiarme solía recordar que sería mi última boda. Y en realidad, la única que iniciaría y culminaría satisfecha y feliz. Y Arthur tenía razón, nuestra unión debía reflejar la potencia de nuestros sentimientos. A pesar de mis reservas en cuanto a los grandes alcances de todo lo que se llevaría a cabo en medio de un conflicto bélico, pensé en los deseos de Arthur y acepté sus caprichos. Si él se hubiera casado en la Tierra, el alcance de la celebración hubiese ascendido a las expectativas más locas; no solo por ser de los multimillonarios más aclamados sino porque su condición de descendiente puro de sangre por sus dos progenitores lo hacían magistral entre los demás herederos; por encima de un sultán, de un primer ministro, de un gobernador. Era de los poquísimos descendientes del clan Fayrem, élite de guerreros, era el más famoso de su linaje Kane, el orgullo del fallecido y aún recordado Aquila Kane.
Ya que no se casaría en la Tierra y no tendría la celebración que probablemente había soñado, decidí ceder a cada una de sus peticiones en Jadre.
Como general del ejército, se aseguró con fayremses de confianza para que vigilaran los límites de nuestro mundo. Todas las tropas trabajarían ese día, desde la mañana hasta la noche, tomando turnos de relevo, pero siempre listos para defender en caso de un ataque y para devolver con fuerza la afrenta, en caso de darse una.
Aunque la ceremonia como tal se llevaría a cabo cayendo el ocaso, Arthur quiso que fuese a esta hora, con el sol declinando en el cielo y la noche pronta a expandirse. Recuerdo el nerviosismo que sentí cuando estaba en el salón de embellecimiento con todas las Vilfas, (y Jessica O'Brien, por cierto) retocando las últimas pinceladas del maquillaje.
Mi vestido era, con toda certeza y como había pedido mi futuro esposo, el más sensacional que se hubiera cosido, una obra maestra confeccionada con cuidado y elegancia. La base del vestido, tejida con hilo de plata, fluía como una cascada de estrellas, creando un efecto etéreo que me envolvía en un resplandor celestial. La falda, adornada con cristales, emitía destellos de luz que danzaban al compás de mis movimientos. El corsé, meticulosamente bordado con hilos de oro y plata, se ajustaba a la perfección, realzando la gracia de mi figura. Las mangas, transparentes y ligeras, estaban decoradas con diminutos diamantes. La cola se extendía ampliamente, emulando la estela de un cometa en su camino por la galaxia. Incrustaciones de gemas blancas la decoraban, tal como constelaciones vivientes. Se respetó el velo convencional largo, colocado debajo de un peinado voluminoso que lograba el efecto en mi rojo cabello de parecer más abundante de lo que en realidad era. El conjunto se completó con zapatos de cristal acolchonados en su interior que le otorgaban a mis pies gracia y ligereza al caminar.
—Estás espectacular —confesó Jessica agregándome otra capa de color pastel a los labios.
Lo decía con sinceridad, pude discernirlo en su voz. Aunque las manos le temblaban un poco. Se había ofrecido a ser una de las damas de honor y como era la única mujer que realmente conocía además de mi familia, acepté.
Puede que parezca absurdo, pero es increíble las cosas que permites cuando estás cerca de atravesar un suceso trascendental en tu vida; las que aceptas para preparar el terreno hacia algo mejor. Es como saldar cuentas, solo quieres estar en paz
—De todas las personas que he conocido...
—¿Soy la última que desearías a tu lado en un día como este? —atajó Jessica levantándome las pestañas con rímel.
—Iba a decir que eras la única que no esperé que se brindara para colaborar.
Ella suspiró en un gesto condescendiente. Disponía de bastante aplomo y no sé el porqué esto me sorprendió tanto. Probablemente porque desde que la conocía había estado atrás de Arthur como mosca a la fruta.
—Escucha, Majestad —agregó para que su expresión se guiara por el respeto a pesar de hablarme sin formalismos—. Pasé por muchísimas cosas en Balgüim y... —Bajó la cabeza y yo me identifiqué con sus penurias. No volvería a repetir mi travesía por Balgüim ni aunque me ofrecieran los cinco mundos en bandeja de oro. Prefería luchar—. Luego llegué aquí sabiendo que Arthur y tú... —Apretó los labios—. Cuando escapé de mi casa, una parte de mí siempre supo que no volvería a tener a Arthur, que ustedes estaban condenados a pelearse y amarse a partes iguales. Pero lo hice de todas maneras porque era tanto mi desespero en escapar... Lo único que me daba sentido en la Tierra era mi futuro con él y si ya no tenía eso...
Jessica no terminó la frase, pero por alguna razón comprendí a cabalidad el sentido. Le hubiera tomado una de sus manos entre las mías, pero no podría impartir sinceridad con el tacto. Nos debíamos no ser hipócritas una con la otra, al menos eso. No obstante me obligué a no descargar odio ni resentimiento hacia una persona que en efecto, lo había perdido todo.
—Hallarás tu propósito en Jadre, Jessica, estoy segura. Te mereces... más.
La inglesa sonrió débilmente.
—Es gracioso, tu hermano dijo algo parecido.
—Entonces ha de ser cierto, si la sangre real lo recalca.
Ambas reímos. Pensé que tal vez y solo tal vez, pudiéramos ser amigas en un futuro.
—Majestad, disculpe, pero la reina solicita la ayuda de lady O'Brien para el maquillaje —anunció Jaenice, mi otra dama de honor que llegaba acompañada de Evet, la esposa de Mateo y cuarta dama.
Kyra, Jessica, Jaenice y Evet, mis cuatro damas de honor. Todas llevaban un vestido elegante amarillo pálido y una tiara con arabescos de metal rosado que imitaban florecillas. Cuando Jessica pidió permiso para retirarse me quedé con Jaenice y Evet admirando sus muchas diferencias físicas, pero la belleza que perfilaba a cada una. Jaenice con su cabello color rubio oscuro, con rizos que le caían en el pecho y ojos de un azul más claro que el de Jess. Y Evet, con su lacio y recto cabello color café, su piel canela y sus curvas pronunciadas.
—Y dígame Majestad, ¿cómo se siente? —preguntó esta última sentándose en el banquito redondo que estaba a mi izquierda.
—Uf, demasiado nerviosa —me sinceré—. Pero no por miedo a lo que voy hacer, quiero hacerlo. Mis nervios son...
No terminé la frase y les dediqué una mirada cómplice. Estaba segura que ellas, al estar casadas, podrían entenderme.
—Recuerdo el día de mi boda, me sentía igual —comentó Evet.
—Escuché que fue una ceremonia preciosa —añadió Jaenice sentándose en el banquito de la derecha.
—De hecho sí lo fue —aceptó Evet jubilosa.
—Chicas, ahora que están aquí quería pedirles consejos para... —Tragué saliva—. Para esta noche...
Jaenice adoptó una expresión seria en tanto Evet sonrió emocionada. Miré primero a Jaenice, como era la esposa de Adrián de algún modo me hacía sentirla más cercana.
—Lo... lo siento Majestad. —Ella desvió su mirada, su expresión recrudecida—. No creo que yo sea la más adecuada para brindarle los consejos que necesita.
Me sentí un tanto abochornada conmigo misma por ponerla en esa situación, por mucho que fuera la emperatriz no tenía derecho a saber algo sobre su intimidad con Adrián.
—Lo que pasa es que lady Jaenice es tímida —aportó Evet muy entusiasmada por hablar del tema—. A mí no me es problema aconsejarle, Majestad. Lo primero es que no tenga vergüenza con su marido de nada. El general Kane la ama muchísimo, eso todos pueden verlo, y estará encantado de homenajear sus atributos esta noche. Déjese llevar, y no se retenga.
—Oh, por las estrellas... —exhalé en un pronto tímido e infantil, queriendo desplazar el momento que indudablemente llegaría.
—Yo que usted, estaría muy ansiosa —sugirió Evet con picardía y se me encendieron las mejillas— ¿Verdad, Jaenice?
—Pues... —Jaenice se quedó un momento pensativa, meditando qué respondernos—. Pues claro. El general es muy... contundente con lo que quiere.
Evet la miró con aprobación.
—Él sabrá que hacer, Majestad —aseguró la esposa de Mateo colocándome una mano en el hombro—. Va a ser la mejor noche de su vida, téngalo por seguro.
—Majestad. —Una Vilfa interrumpió nuestros cotilleos para devolvernos la premura.
—Ya es hora, ¿cierto?
Esta asintió y me puse de pie. Había llegado el momento y lejos de mis pronósticos de hastío, estaba tan extremadamente nerviosa que creí que no llegaría respirando al final de la noche...
—•—
La ceremonia tuvo lugar en el templo flotante al noroeste, en el inicio de las Zonas Vírgenes; aunque desde el proceso de construcción, varios metros de la zona habían dejado de ser vírgenes para siempre. Muy irónico, ¿no?.
Fui conducida allí por un carruaje real atado a caballos magníficos que me regaló Eskandar por la boda. Todos los invitados, incluidas mis damas de honor esperaban arriba. Arthur había vaciado la imaginación en el diseño del templo, cuyo báculo resplandecía en el centro del recinto, anunciando el inicio de una unión destinada a la victoria. La plataforma flotante que lo sostenía estaba rodeada por un halo de agua, fuego, tierra y energía, los elementos principales. Tener esa imagen completa ratificaba que nuestra unión era legendaria, un eterno lazo universal.
Abajo, hileras de fayremses estaban apostadas, cada una a la derecha e izquierda respectivamente. Los guerreros reales estaban con sus espadas desenvainadas y apuntando al cielo, uniendo las puntas y formando un túnel de metal. Caminé hasta el final, donde Akenatem me tendió el brazo que me ayudó a no desplomarme allí mismo.
—¿Lista?
—Eso creo.
Él sonrió por mi respuesta y nos subió en una sincronización por el aire perfecta hasta la entrada del templo. Los congregados esperaban de pie, y con absoluta certeza supe que mi llegada los dejó encantados cuando los rayos del sol, ya declinando por la hora, tocaron mi silueta, encendiendo mi cabello y activando la luz de cada detalle brillante de mi vestido. Los irlendieses aplaudieron y la música exquisita producida por una orquesta de silfos comenzó.
Avancé por una pasarela dorada con rosas rojas y blancas a mi alrededor que iban abriendo más sus pétalos al compás de mis pasos. Sentí la expectación de todos ligada a la mía, y sin dudas comprobé quién era el otro ser que los tenía extasiados. Fijé los ojos en él y todo cuánto veía perdió el sentido; las rosas, la levitación de una masa tan pesada, el lujo del local... todo fue explícitamente mínimo comparado con Arthur Kane.
Él... Él lucía... ¿Cómo se explica la definición suprema de virilidad? ¿Cómo se puede tener una visión tan placentera para luego seguir respirando?
Ahí estaba erguido, seguro y sereno, tan fuerte, capaz, valeroso y perfecto, enteramente perfecto. Desde el último mechón de su cabeza hasta la punta de sus pies, no había defecto físico.
Su cabello era tan negro, su piel tan pulcra y sus ojos de un gris indescriptiblemente bello. Lo cubría un atuendo de rey y portaba una corona, como yo. Su capa era de terciopelo roja con un borde que semejaba copos de nieve. La túnica exterior era de un dorado típico de la realeza que combinaba con sus accesorios de oro. El jubón y los bombachos blancos, decorado con brocados color cobre, resaltaban la figura inalcanzable del que los usaba. El cuello de la vestidura portaba un botón con figura de lobo, en el cinturón real se incrustaban piedras preciosas ámbar, los botines de suelas de cuero llegaban hasta debajo de sus rodillas.
«Oh, Arthur amor mío, ¿cómo esperas que no me desmaye después de esto?»
Seguí caminando hacia él, temblorosa, sintiendo mis rodillas debilitadas. Me enfoqué en la cortina de agua, cual cascada legendaria, que caía detrás del altar. No podía avanzar si miraba a Arthur, no podía... Pero una vez que recorté toda distancia y sus manos tomaron las mías, pedí desesperadamente a mi organismo que me sustentara hasta haber completado los votos. Aquellas manos estaban muy calientes en contraste con sus fríos anillos de materiales valiosos, y las venas se le marcaban en el dorso por años de manejo de armas pesadas. Aquellas manos me recorrerían hasta el alma...
«Estelas, centellas y niebla cósmica»
Cuando Arthur se inclinó a mi oído y el debilitante Hugo Boss hizo contacto con mis fosas nasales, apenas si recordé cómo inspirar y exhalar.
—Estás radiante e incomparable, ridícula mía —susurró de un modo sumamente tierno.
«¡Deja de torturarme Arthur!»
Qué potente se escuchó el grito en mi subconsciente, pero que bajito se escuchó el patético «Igual» que dejaron escapar mis labios.
Devian comenzó a dar el sermón correspondiente pero sus palabras flotaban por encima de mi cabeza sin entrar en mis oídos.
«Me estoy casando, oh por todos los clanes poderosos.»
«Me estoy casando con Arthur.»
«Arthur Kane...»
Cuando llegó el momento de decir los votos di los míos sin pestañear. Luego me diría Kyra que se me había escuchado elocuente y firme, pero la verdad es que yo misma me sentí balbuceando y sin estabilidad.
Ah, pero cuando Arthur abrió la boca para dar los suyos, sorprendió a Irlendia, de un modo que luego, cientos de habitantes de Jadre harían fila en la Biblioteca Real para releer cómo el rey consorte rompió la tradición y emitió los votos más románticos de los que se tiene constancia:
—Majestad Khristenyara Daynon... mi siempre terca ridícula...
Hubo un murmullo de asombro entre los presentes por el apodo. A mí no me importó que se dijera en público porque siendo sincera, era mi apodo favorito. Arthur prosiguió:
—Hoy de seguro es el día más feliz de toda mi vida, y será el mejor hasta que me muera. Hoy es el día que te acepto como mi esposa, y prometo públicamente lo que tantas veces en privado ya te he prometido: amarte, amarte con locura y con pasión y sin cansancio.
Mis mejillas ya no podían estar más rojas que en ese instante. Arthur apoyó una palma de su mano en el lateral derecho de mi cara y juro que escuché los latidos tan acelerados de nuestros corazones.
—Cuidaré cada uno de tus cabellos rojos con la dulzura más grande que existe. Veneraré tu cuerpo hasta quitarte las dudas, por si tienes alguna, de la belleza que derrochas. Te haré mía con tanta dedicación que al final de la prueba te avergonzarás de haber dudado.
Entonces, sin esperar la conclusión de Devian y ante las miradas atónitas y emocionadas de los invitados, se acercó a mis labios y me besó profundamente.
Por. Todos. Los. Planetas.
Esta era una sensación muy nueva, una que prometía como sus palabras, ser eterna.
Se escuchó el aullido de un lobo en el aire y en menos de lo que se podía pensar, Tornado sobrevoló el templo con sus imponentes dimensiones captando la atención. Todos miramos al cielo, donde ya la pronta noche había suplantado los colores rojizos de la tarde. Diminutas estrellas aparecían aquí y allá, pero fue el aullido de Tornado y el control de viento procedente de las manos de Arthur moviendo las nubes el que formó un "TE AMO" en el firmamento.
«Santísimos cielos...»
Estallaron más aplausos, realizados con tantas ganas que reventaban la atmósfera.
¿O era yo la que tenía a la atmósfera a punto de reventar?
Miré a mi hombre, boquiabierta y con tanto amor dentro que se desbordaba. Él estaba sonriendo con los ojos cristalinos. Me tiré a sus brazos, olvidando el nerviosismo y los miedos, incluso el pudor.
Oh, ¡cómo lo amaba también! Era la mujer más afortunada de ambos universos. Mis sentimientos se reflejaron en el entorno, un fulgor dorado de energía Osérium iluminó el altar completo en símbolo de la intensidad que me corroía.
Devian gritó el casi innecesario «Los declaro esposo y esposa» sobre el aplauso de los presentes. Una lluvia de rosas blancas y rojas aconteció acto seguido, y la música que se desprendía de los instrumentos líricos se acentuó.
Y listo.
Finalmente me había casado.
Y estaba completamente enamorada, feliz y plena.
Nuestros monarcas tan bellos que se me salen las lágrimas... No sé quién me gusta más.
Recuerden que la actualización es triple, así que pasen al siguiente capítulo >
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro