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♤82♤EN LA GUERRA Y EL AMOR NO TODO SE VALE

Finales del año 14
10Ka, 50Ma.
Jadre.

Kilian estaba cerca de una de las columnas interiores del salón mientras miraba un punto específico. Llevaba un rato prolongado mirando. No es que estuviese libre de distracciones, porque a cada minuto tenía un ser, perteneciese a cualquier tipo de clan, ofreciéndole maneras entretenidas de pasar esa boda en la que ni siquiera a los recién casados les interesaba estar presentes. El príncipe había rechazado todas las proposiciones. La última había sido de una hermosa atamarina que sugería nada sutil varias cosas, Kilian se dio cuenta que era una de las hijas del barón Makter Blof-Alante, el último miembro nombrado para participar del Consejo Real. Despidió a la chica sin zalamería, dando a entender que no estaba interesado.

Kilian Daynon podía ser el más encantador de los amantes..., como también el más antipático de los seres. Y esa noche de la boda de Adrián en particular, estaba con el modo desagradable activado.

—Buenas noches, Alteza. —Escuchó que decían. El sonido provenía de su derecha.

¿A cuál ser pertenecía aquel sonido? Quizás la había escuchado en un entrenamiento.

«Qué voz tan insoportable» pensó el príncipe que le daba igual quién fuese.

—Está muy elegante hoy —resaltó la voz.

—Siempre lo estoy —respondió él sin necesidad de ser cortés. Apoyó un hombro en la columna y descansó todo su peso en esa postura.

—Quería preguntarle, si me lo permite, qué posibilidad...

—No se lo permito —atajó Kilian brusco, todavía sin molestarse en mirar a quien le hablaba. Estaba bastante concentrado en el objeto inicial de su mirada desde que había entrado en el salón.

Al parecer su actitud de Lárgate-Y-Déjame-En-Paz dio resultado cuando escuchó pasos marchándose. Kilian tomó otro sorbo de vino y apretó la copa entre las manos por el actual objetivo de su mirada, la humana rubia, que seguía con los ojos cada uno de los movimientos de Arthur Kane como una perrita faldera. Desde que el príncipe captó el primer indicio de persecución visual, estuvo bastante atento a los demás. Aunque no era difícil descubrirlo, porque a todas luces se notaba que la descendiente del clan Idryo babeaba por el general, era algo que no podía ocultar y al parecer, ni siquiera le importaba disimularlo.

Horas antes de la boda, Kilian y Jessica habían tenido una fea discusión en el salón de embellecimiento. El príncipe estaba acostumbrado desde que era un niño a llegar a dicho salón, desvestirse y dejar que las Vilfas lo arreglaran. La tradición de la realeza de participar en esta práctica crecía arraigada a ellos. Así que cuando Kilian acudió a recibir su acicalamiento para la boda no se fijó en que la humana andaba por allí haciendo sabrían los legendarios qué.

—¡POR TODOS LOS CLANES!

El grito del príncipe resonó en el salón consiguiendo que todos dejaran de hacer lo que estaban haciendo. Resultaba que cada apartado dentro del gran cuarto que se dividía por cortinas de arabescos disponía de una sauna, espejos y multimuebles con pociones y tinturas. Kilian permitía que le lavaran y atendieran su preciado cabello rojo rubí intenso, uno del que estaba orgulloso por su textura sedosa y ondas ensortijadas ligeramente en las puntas.

En cuanto él había entrado al salón, una de las Vilfas le había rendido pleitesía y llevado a su apartado habitual para asistirlo. Sin embargo, mientras esperaba en la sauna que ésta trajera toallas limpias, Kilian había tomado un shampoo del lugar de siempre, uno que contaba con fórmula especial para cabellos rojos desarrollados en Imaoro. Se añadió una buena cantidad en el cuero cabelludo, pero cuando pasó exactamente un minuto y la espuma se volvió azul, Kilian brincó con horrorizada sorpresa. Y cuando se enjuagó y vio en el espejo que el espantoso color azul le había sustituido su rojo natural, emitió un grito que paralizó a las estilistas.

—Alteza. —La Vilfa que se estaba encargando ese día del acicalamiento del príncipe cayó de rodillas al suelo, parecía lo más adecuado en vista que el cuerpo completo del príncipe estaba estremeciéndose con airados espasmos—. Se... se han cambiado los lugares de los productos capilares. No pensé en decírselo porque nosotras siempre lo...

—¡Quién ha hecho esto! ¡¿De quién ha sido la vulgar idea?! Quiero colgarlo en el patio del castigo.

Hubo un silencio sepulcral hasta que una voz segura lo rompió.

—Ha sido idea mía.

Kilian reconoció la voz de la loca. Oh, por los delirios del universo, reconocería esa voz donde fuera. Jessica O'Brien caminó hacia el apartado decidida, pues contaba con la protección de la Mano de la emperatriz, elegido de Irlendia y general del ejército real. Pero una vez vio al príncipe emitió un grito que igualó al de él.

—¡Por los Legendarios! —Miró hacia otro lado, sumamente molesta—. Cúbranlo.

Las Vilfas actuaron rápido y le enroscaron al príncipe una toalla en la cintura. Él seguía inspirando agitado, justo como respiraba en sus entrenamientos donde los ataques y espadazos eran lo común. Pero Kilian se sentía más indignado que en un combate, sus fosas nasales estaban tan abiertas, el sudor en su frente era tan frío... Quería estrangular a la humana loca allí mismo.

—Escúchame bien cosa desquiciada —dijo tan severo que las Vilfas alrededor tomaron más distancia. Kilian levantó el índice y apuntó a Jessica que se negaba a voltear sus ojos en él—. Te vas a mantener alejada de este salón así como determiné que te alejaras de mis aposentos. Jamás pondrás otro pie aquí.

—¡No puedes hacer eso! —chilló Jessica volteando finalmente la cara. Lo miró a los ojos ambarinos, chispeantes de rabia.

A ella le hubiese encantado usar su dominio del agua y lanzarle chorros al exasperante príncipe hasta refrescarle la rabia. ¡Qué tipo para incordiarla! Y no se podía decir que ella no tuviese paciencia, porque era hermana de Jason y eso la había entrenado por años. Además de crecer cerca de Arthur y ser su novia en dos ocasiones. Pero al menos aquellos hombres, aunque estallaran, siempre conseguían redimirse a su forma. Tenían un lado gentil que ella conocía. Pero Kilian Daynon... ¡era tan superficial! Ni siquiera podía darse cuenta de cuando las cosas se hacían sin malas intenciones, solo por mejorar, por cumplir un trabajo de la manera más eficaz.

Arthur le había encomendado ayudar en aquellas tareas, Jessica quería cumplir lo mejor posible para asegurar su estadía en Jadre, y ese borrico de príncipe no iba a impedírselo.

—Sí que puedo —espetó él saliendo de la sauna con grandes zancadas, empapando las lozas pulidas allá donde pisaba—. Todavía no se te mete en esa cabeza quién soy en Jadre.

Las Vilfas miraron a la inglesa con decepción, acción que la intimidó un poco. Una de las cosas que ella valoraba cuando vivía en la Tierra era poseer el respeto y admiración de los demás, no lo contrario. Detestaba al imbécil de Kilian, pero delante de sus súbditos debía fingir la consideración que él tanto exigía.

—No pongo en duda su cargo, Alteza —dijo mordaz, sintiendo ganas de vomitar al usar el título real—. Pero no creo que el futuro rey consorte opine lo mismo de sacarme de este trabajo.

Kilian pestañeó, recordando a Arthur, y Jessica saboreó el placer de darle una especie de Jake Mate con un inteligente movimiento. Ella sabía pensar y usar sus fichas para beneficio, por mucho que el príncipe insistiera en afirmar que era desquiciada. Por lo que había oído, el hermano de la emperatriz y el general eran muy cercanos. Ninguno iba a querer estar contra el otro. Y en vista que había sido Arthur el que encomendó a Jessica un objetivo en Jadre, Kilian no sería el que se interpusiese a la decisión.

El príncipe, todavía conteniendo su rabia y deseos de electrificar a Jessica, no dijo nada más. Salió por la puerta del salón en dirección a sus aposentos. A esas horas, Ret Lee tuvo que literalmente «correr» para devolver el cabello del príncipe a su color natural.

Ahora en la boda, Kilian recordó lo sofocante que fue que una centena de criaturas laboraran en su cabeza como si fuese un campo de arar, y luego esperar pacientemente cada minuto del tratamiento. En el proceso no soportó ni mirarse al espejo. Ah, y estuvo odiando a Jessica vehementemente.

Y porque la casualidad gustaba mofarse de él, lo primero que enfocaron sus ojos al entrar a la celebración fue la melena rubia recogida de lado. Ella llevaba un vestido blanco que hizo bufar a Kilian, porque él sabía que el aspecto inocente estaba muy lejos de ser compatible con el carácter caótico de la descendiente. En un inicio, Jessica había estado compartiendo con las damas de su clan, con una inquietud palpable en sus ojos azules. Pero una vez que Arthur Kane reapareció en el salón, los ojos de Jessica reemplazaron la inquietud por la pasión.

A Kilian le molestaba que después de el tiempo que la humana llevaba en Jadre no comprendiera que debía olvidar al hombre por el que tantas locuras había cometido, más siendo testigo ocular del amor que Arthur y su hermana, la emperatriz nada menos, se profesaban.

Cuando Kilian la tuvo en sus aposentos y le exigió la verdad, ella le había revelado que estaba enamorada de Arthur Kane, que era su prometido en el otro universo y había venido por él. El príncipe no quería conocer los detalles del triángulo amoroso de Jessica y Khris con Arthur como eje central, pero de lo que sí estaba convencido era que el Elegido amaba a su hermana, y lo que hubiese tenido con la rubia era cosa del pasado.

Sin embargo, Jessica no se ayudaba con la cuestión de la dignidad, persiguiendo a Arthur visualmente por todo el salón y atravesándosele en medio cuando éste pasó cerca. En esos instantes un daynoniano de la Corte estaba ofreciéndole vino a Kilian; tenía dos copas de las que el príncipe aceptó una y auto seguido le propinó un trato hosco para que no lo atormentara con su presencia.

Quería estar solo.

En las festividades pasadas solía divertirse a su modo. Pero la boda política de Adrián le causaba cierto asco. Adrián Bénjamin Kane era un hombre tan completo, tan capaz, tan apuesto..., el dueño de su vida. No merecía aquello, pero como mismo ambos se habían reconocido la noche anterior, así era la política, así se demostraba la integridad por la emperatriz, así mandaba el claro mensaje sobre su deseo de unificar al reino.

Responsabilidades fundamentales que él como único príncipe de Jadre hubiese tenido que llevar a cabo si no estuviese en su actual condición, una por la que habían muerto Loriel. Extrañaba mucho a Loriel y su pérdida estaba tan latente como en el minuto exacto que había ocurrido, no es que pudiera festejar en la desabrida boda de Adrián.

Y ahí continuó, en toda la presunta soledad que se podía encontrar dentro de una celebración.

Arthur había llegado junto a su prometida, besándole el mechón de cabello que le cubría un lado del cuello. A Jessica no se le escapó esto, ni tampoco cuando salieron a hurtadillas en dirección al jardín. Fue en ese instante, al ver que la rubia loca salía disparada tras ellos, que Kilian decidió intervenir. Dejó la copa de vino en una de las tantas bandejas que portaban los sátiros y caminó veloz como una flecha diligente lanzada a una diana.

La inglesa O'Brien estaba a punto de atravesar el umbral que dividía el salón del jardín cuando sintió que una mano fuerte y nada gentil la sujetaba por el brazo, impidiéndole el avance.

—¿A dónde piensas que vas?

La muchacha intentó zafarse sin resultado.

—Suéltame —exigió entre dientes.

—No hasta que me digas qué pretendías al salir.

Ella entrecerró los ojos, un gesto que a Kilian le pareció escrutador.

—Intentaba tomar aire fresco hasta que un borrico me lo ha impedido.

El príncipe la soltó. ¿Con eso lo comparaba, con un borrico, un asno ignorante? Bueno, no es que él tuviera mejor opinión de ella.

—En ese caso, te acompaño.

—No es necesario —espetó Jessica reanudando su marcha.

—Difiero —dijo Kilian caminando a su lado—. En nuestro mundo es de mal gusto que una joven se escurra al jardín sola. Arruinaría su decencia.

—Mi decencia se arruinará de todas maneras si me ven salir con un hombre de tu reputación —resopló ella molesta por el rumbo que marcó Kilian.

—Vuelvo a diferir, porque en este caso, te conviertes en la envidia principal de todos los que estén dados a los rumores.

Jessica bufó.

—Ah sí, el impertinente y guapo príncipe Daynon, el soltero más codiciado de Jadre. Asterisco: con una pésima reputación entre los corazones que ha dejado rotos.

—Me alegra comprobar que no has olvidado mi distinguida apariencia física.

—Cualquiera que tenga ojos lo notaría —apuntó ella sin entusiasmo—. Y tampoco he olvidado tu impertinencia, aprovecho para aclarar que es más grande que tu relativa belleza.

—¿Relativa belleza? ¿Por qué no reconoces que soy de los prospectos más hermosos que has visto?

—Porque su impertinencia me nubla el juicio, Alteza —soltó sarcásticamente formal.

Kilian apretó su labio inferior con los dientes.

«Ya querrías tú comprobar lo impertinente que puedo ser cuando mi intensidad se desata.»

Estuvieron un rato caminando por los jardines colgantes donde los setos podados comprendían un laberinto en varias direcciones. La luna resplandecía generosa actuando por encima de los faroles eléctricos dispuestos en hileras por el lugar. Como era extraño estar cerca de la descendiente sin que los gritos y las injurias les ocuparan el tiempo, los ojos de Kilian descendieron lentamente por el rostro de Jessica, enfurruñado en una mueca de incomodidad. Intuyó que estaría pensando en Arthur y Khristen y que podría haber interrumpido cualquier cosa que estuviesen haciendo de no ser por un príncipe entrometido de ondeado cabello rojo oscuro.

Pero Kilian fue más allá de intuir pensamientos femeninos y apreciar el contorno rosáceo, ligeramente bronceado por llevar largos períodos expuesto al sol de All-Todare. Los ojos del príncipe detallaron los labios pintados por un tono suave de anaranjado, que hacía resaltar los ojos azules y las casi imperceptibles pecas que adornaban la zona de la nariz. Bajo las luces de los faroles, el vestido blanco de Jessica había obtenido un tono amarillo, y las sombras de los arbustos la salpicaban con matices negros. Aún así, seguía aparentando una inocencia que Kilian estaba al tanto, carecía en la humana.

De inocente no tenía un pelo.

Pero debía reconocer que el vestido le quedaba bien, demasiado bien para el provecho de ojos oportunistas que merodeaban esa noche. Porque en lo que Jessica estaba ocupada acosando a Arthur, cientos de varones del salón se la estaban devorando con la mirada. Esto a Kilian tampoco le pasó desapercibido y sabía que era cuestión de tiempo que a la descendiente le empezaran a llegar proposiciones. Esta última reflexión le hizo reír, porque Jessica era una criatura huraña que no dejaría que nadie se le acercara ya que solo tenía intenciones con Arthur. Arthur, su actual mejor amigo y cuñado.

Kilian supo que debía remediar eso, pero no estaba seguro de qué decir al respecto. Con otro ser masculino resultaría fácil, incluso con Kyra, siendo su hermana menor, sabría qué decir para controlarla. Pero Jessica era tan... Jessica, y no era fácil ordenarle que se olvidara del hombre que tanto amaba, aunque fuera por su propio bien.

Llegaron a una zona de bancos y ella suspiró al sentarse. Sus labios se entre abieron mientras admiraba el entorno, tenía las mejillas sonrojadas por el viento natural que recorría el jardín. Su aspecto era tan suave que el príncipe podía olvidar por cinco segundos que era una incordia constante. Cómo le hubiese gustado que fuese así, una atractiva rubia de umbríos ojos azules con la que él pudiera regordearse de sus victorias de guerra, cautivar con su ingenio típico y dedicarle la atención por la que muchos suplicaban. Quizás si fuera distinta y no una mula tozuda, hasta pudiera conquistarla con esas cursilerías de flores y bocadillos dulces que tanto gustaban a las de su género; él le ofrecería los mejores de palacio y entonces ella le sonreiría, no tímida sino satisfecha, y le diría que era el príncipe más especial que había conocido en su vida. Luego él la tomaría del mentón y se...

«Pausa, pausa, pausa.»

Kilian se sacudió internamente. ¿Qué estaba pasando? Aquello era una estupidez. Estaba divagando por su necesidad vigente, no porque quisiera vivir algo así con... con aquella lunática. Necesitaba controlar su fuego. Azoró las ideas. Tenía a su disposición a todo Jadre excepto a Jessica O'Brien y sabían los legendarios que él estaba muy a gusto con esa relación de odio-distancia que los consumía.

Por un momento, fue como si la muchacha adivinara los pensamientos de Kilian, porque lo miró de un modo inhabitual y profundo.

—Ya que has insistido tanto en acompañarme, pensé que al menos te sentarías —le dijo—. Estando parado de esa forma, tal parece que me estás vigilando.

El príncipe se controló para no responder con una grosería.

—Mis intenciones de vigilarte son tan obvias como las tuyas de perseguir a Arthur Kane.

Jessica abrió la boca pero él continuó:

—Un poco más y hubiese tenido que pedirle a los sirvientes que trajeran un mantel para secarte la baba.

—¡Eres tan vulgar!

Jessica estaba más que ofendida. En ningún mundo un príncipe debía hablar así de una dama con la dama en cuestión. ¿Es que Kilian no tenía estudios de cómo debía comportarse la realeza?

«No me extrañaría que los haya arrojado todos al inodoro» se dijo ella.

—Sí, puedo ser muy vulgar cuando me da la gana —aceptó él—. Pero tú no te quedas atrás.

—¿Sabes qué? Me vuelvo al salón. Es obvio que me has traído aquí para humillarme.

—¡Tú eres la que persiste en humillarse yendo detrás de una persona que no te ama! —Esto detuvo la acción de Jessica de levantarse. Kilian continuó con todo el desprecio que le provocaba la situación—: Hazte un favor a ti misma y recupera un poco de honor.

Jessica no pudo responder, un nudo enorme y seco se formó en su garganta, arañándosela. La sensación de impotencia se le subió a los ojos que parecieron fuentes desbordadas. Ella los secó con rapidez, mirando para otro lado repitiéndose por dentro un millar de veces que Kilian era un insoportable que no merecía verla llorar de nuevo; no después de haberle dicho en sus aposentos que pensaba que ella era «una llorona enferma de la cabeza».

Jess consideró que quizás sí lo era y las ganas irreprimibles de llorar la abarcaron otra vez.

Kilian sin embargo, no estaba pensando en las veces que la había visto llorar, sino en que quizás se había pasado de la raya con ese comentario que aunque sincero, carecía de compasión.

Pero es que aquella mujer conseguía que él sucumbiera a sus impulsos más primitivos y brutos, sin sutilezas ni contemplaciones.

Lo mismo podía hacerlo enojar que llevarlo a fantasías que nunca debieron haber venido a su mente.

«Esa mujer me hace mal, y yo le devuelvo el mal cuando estoy cerca».

—Escucha Jessica O'Brien, voy a contarte una cosa que probablemente no sepas.

Ella no contestó. Estaba muy ocupada sorbiendo mocos y mirando el agua que caía de una plataforma flotante a otra, uno de los atractivos más peculiares de aquel jardín futurista. Kilian observó a la humana que para la fecha poseía una mejora notable en todo su físico, no como la primera ocasión en que la vio, cuando se desplomó y él tuvo que cargarla hasta el palacio. El príncipe rememoró lo equivocado que estaba cuando pensaba que la pobre muchacha que lo apuntaba con su espada era una criatura necesitada de cuidado por los demás.

¡Los demás eran los que necesitaban cuidado de ella!

Pero meditó también en lo que le supuso estar tanto tiempo sola en Balgüim, sobreviviendo a duras penas. Estaba consciente que Jessica era una mujer fuerte, y su gran error había sido enamorarse de alguien que no la correspondía.

—Dicen que en el amor y la guerra todo se vale —comenzó Kilian a pesar de que ella ni siquiera lo estaba mirando. Una brisa repentina azotó los dos cuerpos, y la muchacha se frotó los hombros con las manos—. Pero no es cierto —reveló él, sentándose a su lado.

El príncipe se quitó la capa roja de seda que constituía un adorno característico de su indumentaria y cubrió a Jessica. La descendiente no protestó o lo impidió, aceptó el manto con la cabeza baja y las mejillas todavía sonrojadas; era evidente que estaba avergonzada en todos los sentidos. Kilian continuó su lección.

—En la guerra y el amor casi todo vale, menos arrastrarse. En la guerra se muere de pie, y en el amor se dice adiós con dignidad.

Entonces se levantó, dedicándole una última mirada que ella recibió con ojos tristes y húmedos.

—No te arrastres más, Jessica. —Era la primera vez que Kilian la llamaba por su nombre, cosa que le asentó bien a ella en tanto a él le produjo sorpresa, el nombre en voz alta acariciado por sus labios sonaba diferente que en su cabeza.

Y entonces Kilian decidió marcharse, dejándola sola y reflexiva en el jardín, esperando con sinceridad que a partir de ese momento recapacitara. Entró confundido al salón. A diferencia de sus anteriores encuentros con la humana, este le había dejado un sabor misterioso en la boca.

—•—

Arthur y Khristen habían llegado hasta una zona contraria del jardín donde bancos repartidos en orden circular los recibieron.

—¿Y bien? —preguntó Khris, impaciente.

Arthur inspiró hondo antes de hablar.

—Hubo una cosa que dijo el duque hace días en una de las reuniones del Consejo que me dejó pensando

—¿En serio? —Ella no acertó con lo que podría haber dicho Dominik para dejar pensando a Arthur durante días.

—Fue cuando estábamos tratando el tema de la mejor fecha para celebrar la prematura boda de Adrián. Las palabras exactas del duque fueron: "La guerra propicia escenarios horribles, no veo porqué desperdiciar este breve tiempo de paz".

Khristen parpadeó con una rapidez innecesaria.

—¿Y...?

—Que tenía razón, mi amor. —El hombre la tomó por las manos, mostrando una emoción desesperada—. Ese viejo gordo parlotea idioteces la mayor parte del tiempo, pero esta es por mucho, la cosa más verídica que ha expuesto. No sabemos lo que ocurrirá en el año quince, y tanto el Consejo como el ejército real se están preparando para un contraataque de los Oscuros. En cualquier momento los destroyadores pueden dejar las contemplaciones y mostrar su naturaleza destructiva a nuestro pueblo. Yo quiero que estemos casados para cuando eso ocurra.

La joven entendió la urgencia del planteamiento. Él estaba hablando del año quince y esa noche finalizaba el catorce. Lo que quería decir...

—Si lo meditas bien no tiene sentido esperar. Ambos conocemos los defectos del otro y sabemos lidiar con eso. Somos conscientes de nuestro veneno, lo digerimos de una forma que nadie más que nosotros puede digerir. Y estamos convencidos que no aparecerá nadie que nos haga sentir a esta magnitud. La guerra no ofrece oportunidades Khris, al contrario, propicia demasiadas situaciones para... para morir.

—Calla Arthur. Siempre con el tema de la muerte aquí y allá, y a donde vayas. ¿Se ha vuelto tu tema favorito, cierto?

—Khristen, tú estás muy consiente que puedo morir en cualquier batalla.

—La profecía dice...

—La profecía solo anuncia mi ayuda para que tú puedas gobernar desde el trono supremo, pero nada afirma que mi muerte no sea un medio para lograrlo.

—¡Estás torciendo todo! —gritó ella con rabia. Resopló mentando todos los clanes. Aquel insistente hombre sí que sabía sacarla de quicio.

Arthur por su parte, pasó de aguantarle las manos a Khris a sujetarle los hombros

—Khristen, desde que llegué a Irlendia te has rehusado a la idea de que pueda morir. No lo hagas, necesitas estar consciente de que es una posibilidad muy grande.

—¡No quiero que suceda!

—Eso no la hace menos real. —Suspiró—. Da lo mismo lo que signifique la profecía, la posibilidad de que me maten siempre existirá. Y yo no puedo pensar que suceda antes de haberte... —Apretó con fuerza los hombros de ella, notando lo delicados que se veían en contraste a las fuertes manos varoniles acostumbradas al peso de armas legendarias que le doblaban el tamaño a las Vilfas—. No quiero haberme perdido la oportunidad de amarte físicamente, Khristenyara Daynon —dijo orgulloso por la elección de palabras.

Su intención era expresarse desde el corazón, donde no existía un mero deseo carnal por aquella criatura hermosa que representaba todas las cosas deseables que una mente pudiera imaginar. Arthur Kane amaba a su prometida, estaba rendido por ella, enamorado de su terquedad y fortaleza, de su valentía y determinación, de la forma en que ella se movía, el sonido de su voz, la elegancia pero a la vez desesperación de su tacto y la lealtad incondicional hacia el universo del que era dueña. Entonces, no se limitaba a un simple deseo carnal, a resaltar características físicas que en algún momento cambiarían por diferentes motivos. Amaba todo de Khristen, de adentro hacia afuera.

Se arrodilló en el suelo, del mismo modo que cuando le confesó que lo tenía a sus pies, que su gran personalidad se agachaba para ser su esclavo. Del mismo modo que cuando le propuso matrimonio.

—Cásate conmigo a principios de este año entrante .

Khristen admiró la pizca de brillo que chispeó en los ojos de su amado, su hombre, el que sería su rey... Arthur siempre había tenido la facultad (de entre todas sus facultades) de conseguir que los ojos grises que podían ser tan turbulentos como una tormenta brillaran de un modo maravilloso en momentos que compartía con ella.

—¿Me amas? —le preguntó la emperatriz no para obtener lo que ya sabía, era verdad. La pregunta tenía la intención de ser más profunda, de escuchar una respuesta que abarcara más que lo superficial.

Arthur captó esto, como generalmente hacía cuando le tocaba descifrar a su futura esposa. Al menos eso tenía a su favor. La creencia popular era que a las mujeres costaba comprenderlas, pero eso no le sucedía con su pelirroja. Por tanto allí, arrodillado en el suelo, besó el dorso de la mano de ella con más pasión que ternura causando que los vellos femeninos se pusieran de punta. La observó directamente a los ojos dorados y le dio la respuesta que necesitaba:

—Yo te amo de los pies hasta el alma.

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