♤78♤SOLO UN ACUERDO POLÍTICO
Año 13
10Ka, 50Ma.
Jadre.
Arthur, como Mano Derecha tenía autoridad para determinar ciertas cosas; por ejemplo, que una humana descendiente de idryos trabajara en el palacio con las Vilfas, y ayudara a las daynonianas encargadas de otras labores.
En otro tiempo, Jessica O'Brien se hubiera resistido a ser usada como auxiliar de belleza o emplear sus habilidades sobre el agua para los textiles, pero en su actual situación desesperada por quedarse en Jadre y su voluntad de hacer cualquier cosa para lograrlo, halló que ayudar a las nobles a embellecerse y usar el dominio sobre el elemento agua era el mejor puesto que Arthur le hubiese podido conseguir. Realmente no se hallaba limpiando suelos ni fregando platos.
Cuando Khristenyara se enteró, se enojó en primer lugar con Arthur. Le dijo todo tipo de cosas, y lo acusó incluso de guardar sentimientos por la inglesa.
"—Si que guardo sentimientos, pero solo gratitud y amistad. La conozco de toda la vida, Khris, si me pide ayuda voy a dársela, justo como ha ocurrido."
"—¡No te recordaba tan caritativo! —espetó ella."
"—Khris... hermosa majestad, ridícula mía... —Arthur fue diciendo estas cosas acercándose a su prometida. Cuando recortó toda la distancia posible, acunó la cara de ella con sus manos fuertes—. Te amo. Eso no lo va a cambiar nadie. Y el día que alguien lo intente, yo mismo me aseguraré de reventarle los órganos."
Un tanto grotesca, pero la afirmación consiguió la calma de la emperatriz, quien luego se dedicó a recibir todo el cariño que le evidenció su prometido. Y a medida que pasaron los días, Khristen comprobó que Jessica era inofensiva. Se pasaba horas en el salón de embellecimiento y comía con las Vilfas. Dormía en una de las pequeñas habitaciones que se encontraban en el ala del castillo destinada a los cortesanos menos encumbrados, y en su tiempo libre hacía senderismo por Haffgar para conocer la tierra de sus antepasados, y visitaba a Eskandar Kumar en All-Todare.
Khristenyara se relajó al respecto, y también los miembros de la corte que estaban azorados por tantas intromisiones humanas a su mundo en un mismo siglo.
Pero para Kilian las cosas no estaban muy relajadas precisamente. Parecía que estaba condenado a la guerra aunque no perteneciese al clan Fayrem, porque la humana «loca» propiciaba un campo de batalla cada vez que se topaban. Por ejemplo, en una de esas ocasiones que las cortesanas debían entrar a recoger sus textiles para lavarlos (ya que Khristenyara le había prohibido a Xenia, su doncella personal, que volviera a pisar los aposentos del príncipe), Kilian se había encontrado a Jessica trepada encima de un valiosísimo diván aterciopelado con botones de oro, intentando descolgar las cortinas de la ventana más próxima.
—¡Pero qué haces!
Al grito del príncipe, la descendiente O'Brien se dio un susto que casi se cae de espaldas contra el suelo.
—¡Por qué gritas de ese modo!
—¡Bájate del diván! —ordenó con el índice.
—¡No me grites! —Ella se bajó repleta de ira.
—¡¿Cómo no hacerlo?! ¡¿Qué tienen los humanos en sus inferiores cabezas para hacer cosas como estas?! —protestó él dando pasos certeros al frente, temiendo que ella hubiese arruinado un forro perfecto.
—¡Te crees tan superior! —respondió Jessica caminando también.
—No me creo, lo soy —dijo el príncipe atenuando por primera vez su tono.
Jessica arrugó la frente, demasiado enojada como para hacer otra cosa que no fuera lanzarle dagas verbales a aquel pelirrojo insoportable. Lo odiaba, odiaba a todos los de cabello rojo.
—¿Pues qué piensas de esto? ¡Los cortesanos opinan que eres un idiota consentido! Ese mimado que creé que con su patético mechón en la frente se consigue un aire misterioso pero que en realidad sirve para ser el centro de burlas de todo palacio.
Kilian se echó atrás, confundido. Los irlendieses de palacio lo adoraban, eso lo sabía todo Jadre.
—Mientes.
Jessica, sonriente, se cruzó de brazos.
—Pues no, es la pura verdad. Y te confieso que tus conquistas pasadas también han revelado detalles muy vergonzosos sobre ti. Los comentarios favoritos son sobre esa graciosa marca de nacimiento con forma de corazón que tienes en...
Kilian apretó los dientes y no se dejó intimidar.
—¡No me importa lo que pienses tú ni ninguno de esos mentirosos, no son nada para mí! —Irguió la espalda—. Pero ya que nos estamos sincerando en opiniones personales, te diré que me pareces una llorona enferma de la cabeza.
Jessica bufó pero Kilian descubrió que a ella le empezó a temblar el labio.
—¿Qué otra humana en su sano juicio cruzaría a un universo desconocido en busca del hombre que la dejó por otra?
Jessica abrió la boca por una punzada de adrenalina furiosa, misma adrenalina que la impulsó a lanzarse sobre Kilian con un ímpetu que solo había mostrado en las boutiques cuando iba de compras con sus amigas y ellas querían llegar primero al único y exclusivo bolso Luis Vuitton.
—¡Has pasado la raya!
—¡Estás loca! —gritó Kilian sacándosela de encima.
Estaba agitado, con los sentidos alertas y los ojos bien abiertos. En un movimiento inconsciente sacó a Luz de Fuego y apuntó a la descendiente. Ella enfureció todavía más.
—¡¿Vas a matarme?! —retó con lágrimas en los ojos, en parte por la furia, en parte porque Arthur Kane era su tema más sensible—. ¡Pues matándome será la única forma de callarme!
—Por todos los clanes. —Kilian se apretó el tabique de la nariz. ¡No podía pensar correctamente cuando tenía a esa mujer cerca!—. Solo vete de aquí —casi rogó—. Vete —repitió guardando la espada—. ¡Vete de mis aposentos y no vuelvas nunca más!
—¡Al fin estamos de acuerdo en algo! —espetó ella apresurándose a la salida.
Cuando atravesó la puerta la tiró tan fuerte que un cuadro colgado en la pared cercana se estremeció y se fue contra el suelo.
—Por todos mis antepasados —resopló Kilian dejándose caer en el mismo diván en el que segundos atrás Jessica se había trepado—. Es una rubia loca...
El príncipe juró que de ese momento en adelante, no se acercaría a ningún ser con cabello rubio en lo que le quedaba de vida. Al parecer el color afectaba gravemente la cabeza.
Por otro lado, Khristenyara se hallaba perturbada por una cuestión que estaría latente hasta que llegara un "positivo" desenlace. Se trataba de la propuesta de matrimonio que iban a presentarle a lord Dominic Dukor. El voluntario y mejor candidato a entrar en un pacto así no era otro que sir Adrián Bénjamin Kane. Antes de que el maestro de estrategias se lanzara a los leones, por decirlo de alguna manera, Khristenyara intentó impedirlo en un impulso que después ella misma catalogó como «inmaduro». Pero en aquel instante dejó que su emoción le nublara el juicio, y le suplicó al hombre que no lo hiciera, que no condenara corazones en un acto político, que se casara por amor... A todas las alegaciones Adrián respondió con una frase:
"—Siempre estaré incompleto, tú lo sabes. No existirá nadie que pueda suplantarte, ni ahora ni nunca. Déjame hacer esto por el Imperio, por ti. Déjame ayudarte a ganar al clan Idryo."
Adrián se mantuvo firme en su posición, y la mañana que acudió a la mansión de los Dukor junto a Devian, se comprometió para hablar conforme a todo lo que debía hablar. Ambos fueron en sus caballos, el Conde montando a Pharrael y el caballero Kane a Romeo, su híbrido pegaso-unicornio; aunque determinó que por educación, no volaría a Haffgar sino que llegaría a trote junto con el que posiblemente sería su cuñado.
Cuñado... Adrián se reía irónicamente en su interior por las vueltas de la vida. Lord Devian seguía representándole un estirado y exasperante noble, y tenía muy presente esa ocasión del pasado cuando estuvo dispuesto a batirse en duelo por la mano de Khristenyara. Es más, muy en el fondo, todavía seguía teniendo instintos fayremses que lo motivaban a fantasear un intercambio de espadazos con el Conde.
Pero había dado su palabra ante el Consejo Real de casarse con la hermana de Devian. Y lo último que necesitaba la Corona era que dos miembros influyentes se dejaran llevar por sus verdaderos sentimientos de antipatía; dándose el caso que uno de ellos fuese un idryo, precisamente el clan del que necesitaban apoyo.
Lord Devian Dukor también entendía esto. Cabalgando a su casa, repasó mentalmente todas las razones por las que aquella era una buena estrategia. Cierto era que hacía años, su padre no había escondido su desprecio por el «indigno humano». Pero la situación había cambiado. Sir Adrián Bénjamin Kane había demostrado ante los ojos del pueblo ser intachable y justo. Había adoptado las costumbres irlendiesas con decoro y a diferencia de su primo Arthur, que era temido por la mayoría por su temple, Adrián resultaba una persona solitaria y tranquila. Sí, a Devian no le caía bien por detalles personales, pero como juez de Jadre sabía separar defectos de virtudes. Y aunque una parte de él lamentara que su hermana Jaenice fuese entregada en matrimonio a dicho personaje, otra parte comprendía que era una buena estrategia y resolvería el mayor achaque político interno de la Corona: su padre.
A los hijos del duque los habían preparado para servir al reino, pasara lo que pasara.
Cuando llegaron a los jardines pertenecientes a su familia, Devian le indicó a Adrián, que había capturado un ataque de tos repentino, dónde podían amarrar los caballos momentáneamente. Si todo salía conforme al plan, podrían quedarse esa noche y guardar los potros en el establo.
—Romeo es un espíritu libre —le dijo Adrián—. No entraría a un establo ni arrastrándolo con mil cadenas.
Y dando esta excusa, le hizo señas al pegaso-unicornio para que emprendiera vuelo, sin hacer el menor intento de amarrarlo. Adrián omitió el comentario que no tenía pensado quedarse a dormir en aquella casa.
Devian resopló por lo bajo y se adelantó a la puerta. Pero antes de tocar, esta fue abierta por el mayordomo, que los estaba esperando.
—Milord. —El mayordomo hizo una reverencia—. Tenga paz. Le he dado la nota a su padre en cuanto la he recibido. El duque lo está esperando en su recámara auxiliar. —Después se dirigió a sir Adrián y le dedicó una reverencia de cabeza—. Caballero.
Adrián correspondió como era debido.
—Ten paz, Yiell —contestó Devian adentrándose a la mansión—. Gracias por tu eficaz servicio.
No había terminado de hablar cuando una jovencita, de la edad de Kyra Daynon, soltó un chillido y saltó al cuello de su hermano con alegría.
—¡Estás en casa!
—También me alegro de verte Dalila. —Devian rió abrazando a su hermana menor. Luego la bajó al suelo.
—Cuando recibimos el mensaje que venías, nos alegramos muchísimo —dijo una voz más distante y Devian enfocó los ojos en la mayor de sus hermanas.
—Jaenice, tan hermosa como siempre.
Ambos se encontraron a mitad del salón de bienvenidas y se estrecharon en un breve abrazo. Cuando Jaenice se separó, reparó en el caballero que se mantenía cerca de la puerta principal. Devian comprendió que debía hacer la presentación:
—Jaenice, él es sir...
—Adrián Bénjamin Kane, lo sé —atajó Jaenice con una sonrisa—. No estamos tan cerca de palacio, pero eso no evita que escuchemos sobre lo que ocurre.
Jaenice caminó hasta el caballero y le extendió una mano:
—Por todo Haffgar se habla de su intelecto. Es un placer al fin conocerlo personalmente.
Adrián vio la mano que le extendían, delicada. En general, el brazo de ella era diferente al atlético de Khristen, que había entrenado por años y desarrollado músculos. En contraste, el brazo extendido era débil, evidenciando que nunca había empuñado un arma o levantado una fuerza decente.
—El placer es mío —concedió estrechándola por fin.
Se dedicó a observar a la muchacha unos instantes, a observarla con profundidad como todo lo que observaba. Desde niño tenía esa necesidad de analizar las cosas, formar un estudio sobre ellas. Por ejemplo, a favor de Jaenice Dukor deducía que era sincera. Sus ojos azules, de una tonalidad celeste, expresaban paz. No había malicia o inquina en ellos, y Adrián se dijo que era un indicio que su político matrimonio no representaría un estorbo constante. Al menos, Jaenice sabía expresarse y su voz era dulce. Se notaba la preparación de años por haber nacido en cuna alta.
Sin embargo, aunque un matrimonio con ella presagiara paz, el resto de atributos femeninos le parecieron más bien sosos; no existía chispa en su mirada, atrevimiento en su expresión, seducción en sus labios. No era bella, Jaenice lucía como una dama aburrida. Adrián no sintió ni una pizca de estímulo al estrechar su mano. Ella se dio cuenta de la frialdad de la mirada gris y retiró la mano confundida. Pensó que había dicho algo que había ofendido a sir Adrián, que mantenía un rostro tan serio que resultaba inquietante.
—El duque nos espera arriba —dijo Devian para apurar la cuestión. Era menester que su padre aprobara el cortejo para que Adrián y Jaenice pudieran conocerse de un modo más íntimo.
—Claro —dijo Adrián y se acercó a la escalera donde ya Devian había avanzado algunos escalones.
Allá arriba estaba el verdadero problema de Adrián y por ende, de todo Jadre.
—•—
Primero el duque se burló de la propuesta, sacó a la luz todos los defectos de la Corona y se vanaglorió de que su influencia fuese tal que los miembros del Consejo tuvieran que aceptar la infamia que un indigno humano se arrastrara por ellos. Por la ley impuesta por los mismos idryos, ningún ciudadano de Jadre considerado menor podía contraer nupcias, así que la princesa Kyra estaba automáticamente fuera de la ecuación. Pero un humano, ¡un indigno humano! Dominik estaba ofendido.
—Pensé que habías dejado ese título despectivo atrás, padre —alegó Devian incómodo.
—¿Atrás? ¡Ustedes son los que deberían haber echado atrás una oferta tan lamentable! No es secreto mi disgusto con la Corona y todas las malas decisiones que se han tomado. Y la prueba palpable de que cada día ese reinado se desmorona es la elección de un cualquiera para ofrecérmelo como tributo de paz. ¿Por qué? Porque tienen un príncipe rebelde, una reina marioneta y una emperatriz impulsiva. —El duque golpeó su despacho con el puño—. Pero hasta la emperatriz impulsiva puede resolver que la única propuesta digna es ella misma. Rompió un pacto y la manera de arreglarlo es volviéndolo a instituir. —Miró con soberbia a los que habían acudido a él.
—La emperatriz está comprometida, padre —alegó su hijo.
—Ese no es mi problema. —Dominic se cruzó de brazos—. Yo no me siento en un trono que quieren derrocar y necesito desesperadamente todo apoyo posible. Haberlo pensado antes.
Devian estaba avergonzado de el hombre que lo había fecundado. Adrián no obstante, ni se inmutaba. Su expresión serena y pierna cruzada llevaban exactamente igual desde que el duque había comenzado hablar.
—La Corona no va a rebajarse a tus exigencias, padre. Queremos llegar a un acuerdo beneficioso para ambos.
—¿Y el acuerdo beneficioso es eso? —Señaló a Adrián cuando dijo «eso».
Devian suspiró y comenzó a enumerar todos los importantes cargos que sir Kane desempeñaba en palacio.
—Reconozco que tiene su mérito ganado. —dijo Dominic cuando Devian terminó la exposición, dirigiendo sus palabras a Adrián sin gota de formalismo—. Has logrado escalar hasta lo más alto que podías permitirte, incluso casi consigues ser rey consorte de Irlendia. —Comenzó a aplaudir con hastío sin que más nadie lo acompañara—. Debo aceptar que te subestimé, jovenzuelo. Pero venir hasta mi hogar y proponerte como futuro marido de una de mis hijas ya es una osadía demasiado grande hasta para ti, ¿no crees?
Adrián estaba en uno de los muebles grandes de la estancia, uno que precisamente estaba colocado frente a frente del despacho caoba en el que Dominic Dukor escondía su barriga. Se miraron directamente a los ojos, dejando fuera de la batalla visual a Devian, que estaba de pie en un ángulo diagonal con respecto a ambos. Devian seguía intranquilo, como en toda la conversación desde su inicio. Porque para Devian no solo le iba en aquel asunto la confianza de la Corona, sino su reputación como conde y el bochorno de la derrota. Su padre, tan arcaico y orgulloso, no se veía dispuesto a ceder, y ahora aprovechaba la cobertura para atacar a sir Adrián, la mejor oferta que tenía el Consejo para un matrimonio.
—Padre —volvió hablar Devian en tono conciliador—. No es el objetivo de esta conversación lanzar ataques sinsentidos... Lo que de verdad queremos es pactar una tregua. Por favor, seamos razonables...
—¿Ahora me acusas de irrazonable, Devian? ¿Tanto te han lavado el cerebro en ese Consejo que ahora te crees con derechos por encima de tu propio padre?
—Sería mejor si guardamos nuestro veneno en vez de destilarlo en cada frase —aconsejó el conde.
—No, lord Devian, déjelo —instó Adrián para asombro de sus dos oyentes—. Venga duque, no se retenga de nada. Por favor, desahóguese respecto a todo lo que quiera decir.
Devian miró estupefacto a Adrián. Esa mirada de «¿qué centellas estás haciendo?».
El duque abrió los ojos.
—Había olvidado también sus espuelas, sir Kane.
—Es una característica de mi linaje más que de mi propia iniciativa, me temo —respondió este uniendo ambas palmas de sus manos con una tranquilidad envidiable.
—He dicho todo lo que tenía para decir. —Dominic alzó el mentón.
Devian estaba a punto de ponerse a rogar, pero Adrián se levantó del mueble hasta chocar con el despacho del duque. Apoyó sus manos en la superficie y se inclinó ligeramente hacia adelante.
—¿En serio? —preguntó retóricamente, en un tono confidencial—. ¿Y qué me dice de sus ganas de volver a mover los hilos?, ¿de esa condición privilegiada de la que usted solía jactarse? —El duque se tensó de pies a cabeza y destiló rabia pura por los ojos azules, pero esto no detuvo al descendiente—. Diga, duque, ahora que está relegado de su anterior puesto ¿cómo controla esas ansias de poder?
—¡SUFICIENTE! —El puñetazo en la mesa y el grito cargado de rabia consiguió el sobresalto en Devian y una risa en Adrián.
Eso era lo que el Kane quería, sacar el león rabioso que tanto tiempo había estado contenido.
—¿Crees que puedes venir a mi propia casa e insultarme a la cara y luego esperar que te entregue a mi hija en matrimonio? ¡Has perdido la cabeza!
Adrián cruzó sus manos detrás de la espalda, un gesto desinteresado.
—No señor, lo que pretendo es poner todas las cartas sobre la mesa. Estamos en guerra, y quiera usted o no, los ejércitos enemigos vendrán a Jadre para destruirlo; tarde o temprano la inmoralidad de ellos tocará Haffgar y entrarán a su mansión y despedazarán a sus hijas frente a sus ojos. Lo que le propongo, milord, es una defensa sólida para su familia, una que a la vez lo subirá a usted a esa condición de la que ahora carece. —Adrián se acomodó brevemente los mechones ensortijados y volvió a recortar la distancia que el exabrupto del duque le había obligado a adoptar—. Es cierto, la Corona está desesperada —susurró bajo—. Es cierto, su príncipe es un rebelde, su reina una marioneta y su emperatriz una impulsiva. Y sí, es cierto, hemos caído tan bajo que yo soy la mejor propuesta para ofrecerle. Pero, le preguntaré algo: ¿Eso que importa?
Dominic acercó su rostro al de Adrián. Por inimaginable que pareciera, el joven Kane había logrado atrapar la completa atención de un idryo que segundos atrás había tenido un ataque de rabia. Ahora, el mismo idryo curioso y absorto en estratégicas palabras, se acercaba a la boca que las pronunciaba ávido de lo que vendría después:
—Si usted recupera el poder, su puesto en el Consejo y la confianza del ejército real para su familia que estará directamente ligada a la Corona, ¿qué importan los medios para lograrlo? —Adrián volvió a apoyar ambas manos en la mesa y se inclinó para hablar más bajo todavía—. Muchos asesinan por el poder, duque, porque los medios no importan cuando se desea algo con tanta fuerza que quema..., justo como usted desea volver a extender su influencia en palacio. Y lo único que tiene que hacer para obtenerlo es permitir que su hija se case con un noble. Que los demás piensen lo que quieran, su palabra es la ley de Jadre, y es lo único que importa.
Entonces lord Dominic enderezó la espalda, escudriñando con desconfianza al caballero de rizos castaños y ojos grises que era condenadamente inteligente. No era menos cierto que todo lo que salía de sus labios resultaba verídico. Y la interrogante reflexiva era el razonamiento irrefutable: ¿Qué importan los medios para recuperar el poder?
Lord Dominic Dukor, duque de Haffgar, extendió una mano sin perder la severidad de su rostro:
—Felicidades sir Adrián Bénjamin Kane, le concedo la mano de mi hija en matrimonio.
—•—
Jaenice recién había sido informada de su compromiso. Tuvo que esperar que su hermano y sir Kane bajaran de la recámara auxiliar para que su padre se lo informara. Ella nunca imaginó que la presencia del caballero se debía a concretar un compromiso matrimonial, más bien había intuido que él y Devian venían a la mansión Dukor por asuntos diferentes y apremiantes relacionados con la guerra. Al parecer, el matrimonio era una medida necesaria y urgente.
Jaenice aceptó con entereza su deber e invitó al caballero a tomar el té en los jardines traseros, invitación que fue aceptada. La idrya comprendía que la acción beneficiaba a su padre, pues recuperaría su poder en la Corte, beneficiaba al clan Idryo terminando las divisiones, y beneficiaba a la Corona, que recuperaría el apoyo de todos los residentes de Jadre. Todos salían beneficiados y estarían unidos para continuar las adversidades de la guerra, lo lógico era que ella se esforzara por cumplir su papel como se esperaba.
No obstante, paseando con sir Adrián se percató que él no estaba tan inclinado a abrirse por el deber y permanecía en cambio, con una actitud seca y distante.
—¿Le gustan las flores, sir Kane?
—Disfruto ver algunas.
—Mis favoritas son las petunias. Si pudo notar en el jardín delantero de nuestra mansión, hay muchas sembradas.
—Las petunias me dan alergia. He estado tosiendo sin parar hasta que salí del alcance de su aroma.
—Oh... —Jaenice se quedó unos segundos en silencio tratando de hilar otra conversación, decidiéndose por las plantaciones de rosas blancas que justo comenzaban en esa zona del camino—. Estas las mandó a sembrar mi madre. ¿No le dan alergia?
—No, estas no. De hecho, me parecen bastante refrescantes a la vista.
—Opino lo mismo —secundó ella caminando hacia la fuente del jardín, allí híbridos de libélula con mariposa sobrevolaban el agua—. He pensado que mañana podemos acudir a ver los leones pertenecientes a mi familia.
—Prefiero que no, milady, los leones son peligrosos con los extraños.
—Bueno, puede ser un comienzo. En vista que usted será mi esposo, mi compañero león desde que era pequeña puede irse adaptando a su presencia.
El caballero pareció un tanto irritado por el comentario y Jaenice se regañó mentalmente por insistir. Tal vez él tenía miedo y no quería decirlo en voz alta, los del género masculino solían ser orgullosos respecto a la gran mayoría de cosas.
—Lo siento, tengo trabajo en palacio que me ocupará toda la mañana.
—Por supuesto, podemos quedar otro día —alentó ella mirando el abanico de encaje que llevaba entre manos.
Adrián no respondió a eso, y Jaenice siguió guiando el trayecto hacia ningún sitio en particular; de momento, la caminata parecía no tener sentido.
—¿Puedo hacerle una pregunta? —se animó ella después de un tiempo largo en silencio.
—Claro, milady —aceptó Adrián.
—Quisiera saber qué opina sobre este matrimonio.
El joven Kane la miró serio. Luego fijó los ojos en el camino que recorrían.
—Lo mismo que usted, deduzco.
—¿Cómo puede saberlo? No me conoce, ni siquiera se había fijado en mí antes de hoy.
—En cuanto su padre le ha comunicado el compromiso, usted me ha invitado a tomar té y pasear. Eso no demuestra otra cosa más que está dispuesta a cumplir con su deber y hacer lo que mejor pueda para aligerar la carga.
—¿Está diciendo que me es una carga?
—Sería una total mentira si lo negara, puesto que usted no alberga sentimientos por mí. Ni yo por usted.
—Pero eso puede cambiar. —Jaenice detuvo el paso y adquirió una expresión esperanzadora—. He escuchado mucho de usted, sir, mis amigas de palacio hablan constantemente de su atractivo y personalidad. —Diciendo esto, bajó la cabeza un tanto avergonzada—. Y ahora yo tengo la oportunidad de conocerlo más íntimamente porque vamos a casarnos... —Sus mejillas se sonrojaron—. Considero que de todas las propuestas que pudieron llegarme, esta es por mucho la más emocionante.
Adrián frunció el ceño.
—¿Nunca tuvo perspectivas de elegir?
—La verdad es que me preparé para respetar lo que eligiera mi padre. Han estado llegando propuestas, pero él estaba considerando la más... rentable.
—Entiendo.
—Por eso ahora me siento... emocionada. —Jaenice subió la cabeza y se abanicó para despejar el calor—. Discúlpeme por ser tan franca, pero no podía estar más agradecida con este compromiso.
Adrián se dio cuenta que su opinión difería bastante de la de su prometida. Ella, además, estaba sugiriendo que crecieran sentimientos, cosa que Adrián se resolvió aclarar. Porque por ningún motivo dejaría que otra mujer pensara que tenía siquiera esa posibilidad.
—Escuche, lady Jaenice —le dijo intentando que su tono fuera el más educado posible, aunque para ella se escuchó bastante recio—, hago esto por mi emperatriz. Yo entiendo que lo que haremos es un medio para un fin, espero que usted lo vea así a partir de ahora. No espere más que un cumplimiento de deber por mi parte para que no se decepcione.
—Pero el matrimonio es de por vida —enfatizó ella.
—Lo sé —respondió él tajante y con una mirada tan glaciar como podían permitirse sus ojos grises.
Sin siquiera moverse, se llevó la mano derecha a los labios y soltó un chiflido agudo que al cabo de unos segundos consiguió que se revolvieran las ondas de aire. Era Romeo, batiendo con sus alas negras las nubes y descendiendo al jardín trasero de la mansión Dukor. Una vez sus cascos tocaron tierra, trotó hasta su compañero, relinchando con apremio. Adrián usó su habilidad para impulsarse y quedar a horcajadas sobre el híbrido. Antes de ejecutar la señal de vuelo, miró a una sorprendida Jaenice para recordarle lo que él tenía muy presente, lo que ella debía tener presente desde ese minuto en adelante, todas las horas y años que le siguieran:
—Es solo un acuerdo político.
Y terminando de hablar, se inclinó para palmear la quijada de Romeo y se agarró fuerte a su crin cuando las grandes alas negras lo subieron por los aires.
•Notas•
Por si no lo sabían, el nombre Jaenice se pronuncia en Káliz "Yenís"
(Tienen una ilustración de ella en la cuenta oficial de Instagram de la saga)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro