♤73♤CONSECUENCIAS
Si entraron directo a leer este cap , pido que revisen el capítulo 71 y 72, los últimos actualizados pues WATTPAD no dio el aviso y muchos tuvieron problemas a la hora de continuar un orden en su lectura. Asegúrense por favor.
Año 13
10Ka, 50Ma.
Jadre.
Akenatem Hakwind no era imbécil, todos lo sabían. Y quizás por eso, estaba más resentido con el príncipe Kilian Daynon. Porque Kilian lo había dejado en el puesto de un miserable imbécil.
Se había dado cuenta de los encuentros del príncipe con ciertos fayremses de la infantería del ejército, pero no quiso deducir de más y achacó las reuniones a posibles intercambios tácticos y estratégicos para todo lo que acontecería. Y cuando Kilian solicitó crear un organismo oficial de espías que más tarde se nombró "Zorros Reales", el general del ejército concluyó que a ellos se debía las clandestinidades de Kilian.
Era frecuente verlo escaqueándose de deberes menores para desaparecer por buenos ratos.
Akenatem se hacía el de la vista gorda con la posada de Territorio Infame, esa que Kilian y su amigo Loriel iban desde adolescentes y a la que tantos soldados solían acompañarlos. Pero Akenatem conocía al príncipe desde bebé para saber que otros asuntos lo ausentaban de sus deberes. La cosa ascendió a más cuando el hermano de la emperatriz solicitó una misión de espionaje a Balgüim, como ya había deducido el general, Kilian ocupaba mucho tiempo entrenando a los Zorros Reales en vista que Khristenyara había determinado que ninguna figura representativa de Jadre se ausentara del mundo en caso de otro ataque sorpresa. Kilian había estado de acuerdo, había jurado quedarse y dejar que otros fuesen a Balgüim sin él.
Pero había mentido. Había estado mintiendo todo el tiempo.
Akenatem apretó los puños rememorando todas las veces que Kilian le ocultó la verdad descaradamente sin mostrar ningún tipo de aprensión en su rostro; ese muchacho que vio crecer, al que escuchó recitar los juramentos de Jadre, al que le entregó la antorcha fulgurante de energía Oserium para que consumiera el cuerpo de su padre el rey Kronok después de La última batalla en el rito funerario, ese chico era el que le había mentido.
Y ahora ya se ataban los nudos que comprendían la gran red. Faltaba Arthur Kane —cosa que tenía a la emperatriz de los nervios, por mucho que ella se esforzara por fingir sangre fría—, los Zorros Reales, por supuesto —que debían ser unos cincuenta—, Páirokal el centauro hijo de Tiónedes, y más de quinientos soldados del ejército, entre ellos cien Canisdirus —que por obvias razones estaban con sus compañeros fayremses—. En las escuadras del castillo faltaban ciento ochenta caballos, además de Seren el corcel blanco de su Alteza.
Para ese momento Khristenyara, el general, y el resto del Consejo y seres encumbrados de Jadre, sabían que el príncipe se había largado con un cuarto del ejército real para tomarse la justicia con sus manos, aplicándosela al clan Oscuro como si se tratase de una revuelta menor en Bajo Mundo. El Consejo estaba reunido para determinar el mejor proceder cuando Eskandar irrumpió con expresión amarga, la frente perlada del sudor y una agitación abundante.
Todos se pusieron de pie.
—Necesitamos refuerzos. El príncipe necesita urgentemente que se envíen tropas a Balgüim.
Ocurrió a continuación un estallido de rabia de Akenatem —que ya estaba discutiendo el caso de ir urgentemente a por Kilian—, y una conmoción por parte de la emperatriz cuando Eskandar agregó que había traído al capitán Arthur Kane muy debilitado y estaba siendo atendido en aposentos del palacio.
La emperatriz ordenó que trajeran al médico idryo Guthniel y a un astrónomo daynoniano de la Corte por si la situación más que clínica necesitaba erudición de otro campo.
Todo palacio se movilizó. Khristenyara sin embargo, no se apartó del lado de Arthur ni un momento. Estaba inconsciente por efecto de un sedante que servía para la relajación de los músculos y la regeneración de células anormales, es decir, las células relativas al poder galáctico que el humano portaba en las venas. El astrónomo daynoniano había estado haciendo su trabajo desde antes de ser convocado por Su Majestad.
Allí se quedó la monarca pelirroja, tomando la mano del hombre, decidiendo si compartirle un poco de energía para fortalecerlo o dejarlo a su ritmo en una especie de castigo por: uno, mentirle, y dos, permitir que su hermano Kilian cometiera una locura como la que había cometido. Al final decidió infundirle fortaleza, hacía mucho tiempo que no usaba sus poderes para beneficios altruistas. Y con todo lo que estaba pasando se sentía... oxidada.
Sujetó ambas manos del Kane, y procedió a sacar de sí misma, conectando con sus salvaguardas del poder demoledor y también sanador que poseía. Dio paso a la influencia como el cauce de una presa de agua en las montañas, y dejó que se escapara de su piel para recorrer las venas de Arthur y alojarse en el resto de su cuerpo.
—Peleó valientemente. —Escuchó decir a Eskandar a cierta distancia.
El árabe cuidaba la distancia consciente del enojo de la emperatriz, lo mejor en esos momentos era darle su espacio.
—Lo esperaba de ellos pero no de ti —confesó Khristen con un evidente dolor en la voz.
No lo miraba, sus ojos ambarinos seguían fijos en el rostro del plácido y dormido Arthur. Era otra de las visiones hipnóticas que le ocasionaba su Fenómeno. Nunca lo había visto en ese estado. Después de tantas peleas y vivencias, era la primera vez que observaba a Arthur Kane dormir. Resultaba reconfortante a opinión de ella, sin la característica vena marcándole la frente, sin las cejas fruncidas por la presión o su cabeza inquieta maquinando, sin la tensión habitual. Solo... un hombre hermoso de cabellos oscuros, cejas bien delimitadas y facciones demasiado geométricas, demasiado varoniles.
Y pensar que ella conocía su verdadera naturaleza aunque dormido aparentara lo contrario. No le había sorprendido deducir que se había ido con Kilian a Balgüim.
Pero Eskandar...
—Lo siento mucho, Dinamita —dijo sentidamente el árabe, en privado se tuteaban con la misma peculiaridad que en la Tierra—. Al principio no quería pero Arthur...
Khris soltó un bufido.
—Parece que de mandarlo a volar pasaste a ser fiel seguidor y defensor del Kane que menos te simpatizaba.
Eskandar apretó los labios.
—Ya no somos los que éramos en la Tierra, y tú mejor que nadie deberías saberlo. —Habló suave, no quería discutir o hacerla sentir peor de lo que estaba—. Arthur decidió apoyar a Kilian porque entendió que era lo correcto, que no podíamos sentarnos y esperar que los Oscuros volvieran a atacar y creí en sus razones. Todo lo que hizo fue para protegerte, y yo también.
Entonces la emperatriz lo miró. Una mirada incómoda desde su posición, pues seguía sentada al lado de la cama de Arthur, sosteniendo su fría mano que empezaba a calentarse por el traspaso de energía. No se dignó a girar el cuerpo en dirección al árabe, solo la cabeza.
—Hemos escuchado tu declaración apresurada en el salón del Consejo, Eskandar, todas las muertes innecesarias que trajo este plan sinsentido. ¿Y dices que todo fue para protegerme? ¿Siendo el caso que yo sigo como antes, viva en mi trono, respirando y comiendo sin ninguna amenaza inmediata? Llevaron a las tropas a una misión suicida, y cuando Kilian regrese tendrá que responder por eso.
—Si regresa...
Eskandar lo susurró, fue un susurro apenas audible. Pero el oído de Khristenyara se había perfeccionado después de años de entrenamiento. Así que se puso de pie y se acercó a su amigo. Lo miró largo y tendido.
—Tiene que regresar.
Eskandar no respondió, como tampoco pudo sostenerle la mirada mucho tiempo.
—Sigo estando muy enojada con todos ustedes, pero siguen importándome sus vidas. Y Kilian... es el único varón que queda en mi familia.
Eskandar estiró la mano para apoyarla en el hombro derecho de Khristenyara. Parecía que mantener las distancias ya carecía de sentido.
—Iré a Balgüim —reveló y Khris pareció sorprendida, aunque no se lo impidió—. Iré y pelearé por tu hermano, y lo traeré vivo ante ti.
—¿Estás seguro que no necesitas descansar?
—Descansaré cuando estemos de vuelta.
Khris frunció los labios, meditando. ¿Qué arte tenía Eskandar para conseguir que no pudiera odiarlo más de cinco minutos? Aunque mantenía el pensar que él y el resto deberían someterse a evaluación del Consejo por su complot rebelde. Pero ahora, lo importante era que terminaran el trabajo y pudieran regresar. Cuando ella le dio su bendición para el viaje, le golpeó el abdomen con un gesto cariñoso. Pero Eskandar se retorció en el lugar, haciendo una mueca que indicaba dolor en estado puro.
—¡Eskandar!
—Estoy... bien... —mintió él tratando de recuperar la compostura.
—Estás herido.
—No es tan grave, efectos secundarios de la guerra, ¿cierto? —Rió de su propio chiste pero para Khris no tenía gracia.
—Definitivamente no puedes ir a Balgüim —determinó aunque no podía ver la gravedad, Eskandar no apartaba los textiles que le cubrían.
—Hey, escúchame, iré con Akenatem y el resto de tropas, estaré bien. Te traeré a Kilian como prometí. Así me quito un poco de castigo de arriba, ¿no? —Volvió a intentar reír y en esta ocasión, la sonrisa quedó más sincera.
—Me siento en la tentación de impedírtelo...
—Pero no lo harás. —Eskandar acercó a Khristen y le besó la frente—. Estaremos de vuelta en menos de lo que imaginas.
—Yo también iré.
—No, no. Tu gente te necesita aquí.
—No se desprende de mí esa sensación de inutilidad. He estado entrenando por años, ¿para qué? Este es mi momento.
—Para estar preparada. No desees apresurarte a la guerra, Dinamita, ella vendrá a ti tarde o temprano.
Eskandar sabía de lo que hablaba, y era lo mejor que la emperatriz estuviese a salvo hasta que no quedara más remedio. Pero...
—Voy a ir —decidió ella con la frente muy en alto.
—Khristen...
—No te estoy pidiendo consejo, Eskandar Ahmed Kumar —dijo seria—. Estoy comunicando una decisión como emperatriz. El Consejo ha aprobado la salida de veinte naves, modelos X50, para viajar a Balgüim, irás con ellos. Pero yo me adelantaré por un portal para alumbrar el camino.
Un agujero de energía Osérium solo se usaba en casos que no quedaran más opciones puesto que la energía era muy preciada y para abrir un portal resistente que durara el tiempo necesario para que pasaran las cuatro tropas que reunió el general Hakwind, con los Canisdirus, y las dos brigadas de caballería, se requería mucha energía Osérium; y no eran tiempos de estar desperdiciando. Así que Khristenyara permitiría a sus tropas ir en naves, pero ella crearía un agujero personal, un atajo.
—¿Estás loca? ¿Sola?
El árabe se dio cuenta al instante de la falta de ética con la que había hablado delante de un monarca, aunque dicha monarca fuese su mejor amiga.
—Lo siento —expresó bajando la cabeza—. Ten mucho cuidado.
—Lo tendré. Ahora enfócate en ti y en pasar antes por la enfermería a que te vean eso —pidió Khristenyara señalando el abdomen masculino.
—Esa zona será vista —contestó Eskandar para evitar mentir de nuevo.
La zona sí que sería vista... por él.
Cuando se marchó, Khristen se quedó con una sensación inquieta por las circunstancias. Se repitió el cansino lema «Sangre fría» para contrarrestar que en el fondo, muy en el fondo, tenía miedo. Volvería a Balgüim. Al mundo de sus pesadillas.
—¿Cuánto... he dormido?
La queja de Arthur con la voz rasposa de quien se acaba de despertar después de un arduo combate —como en efecto había sucedido— hizo que la muchacha regresara a la cama y se sentara en el borde. Su primera acción para con Arthur fue darle una cachetada.
—¡Aush!
—¡Te lo merecías! —gritó con ojos húmedos.
—De acuerdo —aceptó Arthur levantándose—. Pero no me arrepiento de nada.
—¿A dónde crees que vas?
—Kilian necesita ayuda. —Arthur hablaba vistiéndose con la ropa que le habían traído de Villa Imperial. Razonó que necesitaba una armadura nueva—. Los Oscuros estaban rodeando a los Zorros Reales antes que el príncipe me mandara por el portal. Necesito...
—Arthur. —Khristen lanzó una ráfaga de viento que lo tiró en la cama—. No vas a ir a ninguna parte. Akenatem va a salir con la mayor parte del ejército en las naves hacia Balgüim y yo iré adelante.
—Debo ir con ellos.
—Si mi hermano te mandó a Jadre es porque...
—¡Me mandó porque estaban perdidos! —gritó él y Khris sintió que el miedo, ese que se había esforzado por aplastar, resurgía—. No hay forma de superar a los Oscuros, Khristen, no sería un combate parejo. El rey... Dlor estaba allí, con Jasper.
La emperatriz palideció en tanto Arthur se sentaba al borde de la cama, al lado de ella, bajando la cabeza para mirar las lozas.
—Están perdidos. Si Akenatem no llega rápido... Si tú no llegas a tiempo...
—Es por eso que debes obedecer y no darme preocupaciones, debo dirigirme a las montañas del norte y lo haré más serena si sé que te quedas aquí, recuperándote —pudo decir ella poniéndose de pie—. Llegaré a tiempo.
—Debo ir, me necesitan.
—Arthur...
—No es solo por ser capitán del ejército, soy el Elegido, y Tornado se quedó allá, sin mí. Juntos somos más fuertes, y es una conexión que está afectada ahora mismo.
—Eskandar dijo que tuviste un derroche de poder muy grande debido a unos... ¿podridos?
—Nunca habíamos visto algo como eso.
—Lo que fueran Arthur, no estás en toda tu capacidad y te necesito aquí liderando la tropa que quedó en caso de un asalto sorpresivo a Jadre.
—¿Quién va atacar? No seas ingenua Khris, el verdadero problema está en Balgüim y lo sabes.
—No te atrevas a hablarme así. —Khristen enderezó la espalda—. Soy tu emperatriz, y debes respetar mis decisiones.
Arthur se recostó en el espaldar de la cama, resoplando.
—¿Y qué vas hacer? ¿Atarme para impedir que vaya?
Ella captó el total desafío que había en los ojos del hombre. No tuvo que mover las manos para que la tierra se estremeciera y unas plantas delgadas y con pocas hojas entraran por la ventana y con una rapidez que Arthur no pudo prever se enroscaran en sus muñecas, dejándolo incapacitado en el lugar. Era como tener esposas vegetales con sogas que tiraban fuertemente.
Él soltó una carcajada, pero la irritación bullía por sus poros.
—¿Ahora posees Agrokinesis¹?
—La tierra es uno de mis elementos primarios, y me obedece. No controlo las plantas, solo le he pedido a la tierra ayuda extra y ella se ha encargado del resto. Es fácil cuando ejercitas tu psiquis, cosa que he tenido años para ejercitar.
Arthur forcejeó, pero las lianas estaban bien apretadas y se negaban a soltarlo.
—Mandaré que te traigan la cena antes de partir a Balgüim.
—¡No pienso comer mientras mi ejército está en una batalla! —gritó el capitán, impotente.
Khristen, que ya se había dado la vuelta para dirigirse a la salida entendió el peyorativo: ella misma no iba a comer producto a la ansiedad. Debía darse prisa.
—Una Vilfa te la traerá en un rato, lo necesitas —aseguró abriendo la puerta.
—¿Sabes qué necesito? ¡Salir de aquí, maldita sea!
Los jadeos furiosos se escucharon aun cuando Khristen cerró la puerta. Y el forcejeo de Arthur con apretones de dientes se mantuvo junto a juramentos airados. Los guardias que estaban al otro lado de la puerta se pararon en firme cuando su soberana suspiró.
—No se aparten de aquí ni por un momento —dio la orden, precaviendo.
—Majestad —dijeron a la vez con el semblante rígido.
Mientras tanto, del otro lado de la puerta, Arthur se reprochaba la ausencia en el rescate del que a su justa comprensión, tenía que participar. Después de un tiempo forzando las tiras verdes que lo incapacitaban, recordó que Khristenyara lo había revitalizado traspasando energía, energía que podía usar para liberarse. No tuvo que cerrar los ojos siquiera, solo concentrarse un poco y dejar que una porción de su enojo, una diminuta, se expulsara por la piel y marchitara las plantas. El acero caliente bulló por los poros, cumpliendo su objetivo. El paso siguiente consistió en abrir la puerta y disculparse a su modo:
—No es nada personal —anunció para sorpresa y confusión de los guardias.
Antes de que pudieran reaccionar, Arthur los noqueó hábilmente dejándolos inconscientes en el suelo. Despojó a uno de su armadura y después de colocársela, se dirigió a la aldea de los daynonianos. Conseguiría lo necesario para abrir un agujero negro que lo llevara a Balgüim.
¹Agrokinesis: Es la capacidad de convocar, controlar y manipular mentalmente y/o físicamente las plantas y la vegetación.
—•—
Balgüim.
Kilian se batía con varios contrincantes a la vez, tal como había hecho instantes antes con los podridos. Era hábil y valeroso, pero... no resistiría durante mucho tiempo. Loriel le cubría la espalda, y su caballo le daba la altura propicia para enfrentarse a los Oscuros. Pero el enfrentamiento se estaba desequilibrando a favor de sus enemigos, eran demasiados y los Zorros Reales, o lo que quedaba de ellos, se encontraban agotados y gravemente heridos. Los alces negros embestían con sus luminiscentes tarros contra los caballos, y el contacto frío les quemaba el pelaje por los cristales de hielo que penetraban hasta el tejido más profundo. Las lanzas del clan replicaban el mismo efecto, eran igual de mortales.
Kilian levantó la vista en derredor, observando cómo masacraban a sus leales. Era una batalla violenta y claramente perdida. Inspiró aire. Aunque fuese con su último aliento, él debía dar todo de sí para honrar la muerte de cada uno de los que lo habían acompañado en la misión.
—Kilian ¡cuidado!
La alerta de Loriel, obviando el título y llamándolo por su nombre le ganó a Kilian los segundos exactos para retroceder sobre Seren antes que el cetro de Dlor lo partiera en dos pedazos. Ambos se miraron, los ojos del rey de los Oscuros con un vacío infinito que encerraba almas.
—Hoy... me cobraré... tu vida —le dijo al príncipe con un ápice de orgullo en esa voz tan áspera y quebrada, como un susurro en tu cabeza realizado con el menor movimiento de labios—. Al igual que me cobré... la del general de su ejército. El ejército Daynon... —Levantó las comisuras de la boca, no era una sonrisa, era una expresión siniestra—. Y la de Kronok, t-u p-a-d-r-e....
El filo de la espada de Kilian chocó contra el cetro de Dlor, y el joven la apartó antes que se congelara por completo. Así se mantuvieron un tiempo que no se podía catalogar ni largo ni corto. Se trataba del tiempo de Balgüim, donde el humo de sus habitantes más desagradables se expandía por el entorno, y el escaso significado de un reloj dejaba remota la posibilidad de calcular.
Lo que Kilian sintió fue el menguar de sus fuerzas, sintió el dolor cuando Dlor lo tiró del caballo contra la nieve, cuando lanzó su espada de empuñadura de búho, Luz de Fuego, a metros de distancia y cuando el rey apuntó con su cetro al corazón.
«Es el final» pensó.
Pero no cerró los ojos. Miraría su muerte de frente y la recibiría como el héroe que habían entrenado sus difuntos.
Dlor no le permitió unas últimas palabras. Por eso resultó tan desconcertante el «Noooo» que se interpuso en la trayectoria del arma y el corazón del príncipe. Kilian, con el pecho agitado, miró como el cuerpo congelado de Loriel cayó encima del suyo, con aquellas raíces negras recorriendo cada miembro hasta dejarlo convertido en un cadaver envenenado.
Loriel Graybreeze, el primogénito del capitán Markus, el heredero que debía mantener el linaje, el orgullo de su padre y su mejor amigo, había entregado la vida para salvarlo.
Dlor rugió, un rugido que hizo reverberar la nieve y los troncos huecos de los alrededores. Cargó de nuevo su cetro, pero ya Kilian se había puesto de pie y corría hacia la zona más alejada donde había caído su espada. El rey temible levitó en su dirección y en el proceso el firmamento que contenía la noche eterna tembló y la luz de los relámpagos delinearon la espalda del de cabellos rojos. El príncipe se agachó para tomar el arma, pero una patada en los riñones hizo que perdiera el equilibrio lastimándose el rostro; rostro que había alocado a muchos corazones del reino y que tanta dignidad le remuneraba.
Dlor le asestó un golpe en el rostro, obteniendo un ángulo perfecto para lastimarlo con el filo trasero del cetro, consiguiéndole una herida profunda que le atravesó la ceja izquierda al príncipe. Dejó que sus servidoras, las sombras, abarcaran al alteza de Jadre, y que apretaran su cuello para que la entrada de oxígeno fuese inevitable. Kilian empezó a toser y supo con mucha certeza que había acontecido su fin.
Los refuerzos de su mundo no llegarían a tiempo. Akenatem recogería un montón de cuerpos inertes y congelados. Y todo por culpa de Kilian Daynon. El príncipe se reprochó que todo había sido su culpa... Cuando el corazón le dio el aviso de colapso y la opresión en su tráquea rozó con lo daynonianamente soportable, lamentó no poder mirar la muerte de frente, como había querido; los ojos se le empezaban a cerrar por la falta de oxígeno.
Pero entonces un ruido basto, como de varias máquinas viniendo en conjunto, hizo que el príncipe buscara la resistencia necesaria. Las naves espaciales del ejército real daynoniano habían entrado en la órbita de Balgüim.
«Bendito seas Akenatem» pensó el príncipe con una calma inigualable.
Él podría morir en paz con la certeza que el resto de su ejército había llegado y salvaría a sus soldados.
La muerte estaba muy cerca, tan cerca...
Una luz se abrió ante él. Irracional a su entender. ¿No se suponía que debía ver oscuridad? Tal vez fuera la luz al final del túnel que te guiaba en la muerte. Sin embargo esta luz penetró en la oscuridad de Balgüim y atravesó con una velocidad abismal en línea recta para estrellarse contra Dlor, que salió volando hacia la nada.
Kilian ya libre de la opresión del rey temible, sentándose en el suelo y masajeándose el cuello, tuvo que parpadear varias veces para enfocar la figura fulgurante que se encontraba ante él: la aclamada emperatriz de Irlendia resplandecía en energía Oserium como una antorcha que presagia victoria. Su corona llameaba en fuego, los flecos de su vestidura eran carámbanos de hielo, y las manos exudaban un fulgor verde de rabia.
La mismísima Khristenyara Daynon estaba en Balgüim, usando los poderes necesarios para prevalecer.
Dlor se recompuso más rápido que la locución de su boca, pero Khristenyara voló contra él y llevó a ambos cuerpos lejos de todo el campo de batalla. Antes de desaparecer en las sombras, el rey de los Oscuros volvió a rugir, y la estela negra de su rugido alcanzó al Príncipe de las Tinieblas, que fue inmediatamente a terminar el trabajo de deshacerse de Kilian.
Kilian vio de cerca un ángel de muerte, con las alas negras desplegadas en toda su longitud y una pálida advertencia en el rostro. Acostado en la nieve, con la sangre aún marcando un recorrido por su cara, afincó las cansadas manos en la empuñadura de Luz de Fuego, repitiéndose que solo muerto se daría por vencido, aunque sus probabilidades estuvieran cero contra cien. El Príncipe de las Tinieblas alzó vuelo, alto, muy alto, y se lanzó en picada apuntando con las garras de sus pies al príncipe de Jadre. Pero antes de que ambos príncipes impactaran, una figura de dos metros de color ocre, el color del acero, lo impidió atravesándose justo a tiempo.
Arthur Kane.
El capitán de acero guardaba un ímpetu especial para Jasper Dónovan y ahora que finalmente se daba su oportunidad, convocó a Tornado y a un grupo de lobos —los más fieros de la manada— para cobrar su venganza. Se desató una contienda desigual en la que plumas y sangre predominaron.
Mientras tanto el príncipe Kilian Daynon, incapaz de caminar, se deslizó sobre la nieve hacia el cuerpo de Loriel, congelado y con las raíces negras que habían envenenado su último suspiro. Lo apretó contra su pecho e hizo algo que hacía centenas de años no hacía desde la muerte de su padre y el anterior general: lloró. Su llanto ocurrió en gemidos lentos y bajos, semejantes a las rocas que chocan en el fondo de un río cuando la corriente las impulsa en temporada de lluvias. Gimió el nombre completo del joven muerto, gimió un «Lo siento» sincero que le sacudía la consciencia con firmeza; vez tras vez... innumerables veces no parecía ser suficiente.
—Kilian...
El capitán Arthur, con el cuerpo ya en su normalidad, apoyó una rodilla en la nieve frente al príncipe. Jasper había usado las sombras, al igual que su padre, para desaparecer y huir.
—Kilian no te tortures... Ya no hay nada que hacer.
—Es mi culpa —susurró bajo y sin fuerzas el príncipe.
—Cállate, es una orden de capitán —dijo, le quebraba ver al príncipe en esas condiciones, sumido en culpa.
El pelirrojo sonrió con tristeza. De esas sonrisas vacías y huecas que esbozas porque sientes un repentino orgullo por ver el esfuerzo de alguien cercano en levantarte el ánimo.
—¿Me vas a ordenar a mí? ¿Un capitán a un príncipe? Eres el menos indicado, teniendo en cuenta que desobedeciste mi última orden. —Lo miró con sus ojos ambarinos derretidos en lágrimas que habían conseguido un poco de calma—. Viniste. No sé ni por qué me sorprendo.
Arthur agarró el cuello de Kilian, su palma abierta en la parte trasera de este:
—¿Pensabas que iba a permitir que te murieras?
Kilian tosió como respuesta, una expresión en su rostro de satisfacción.
Arthur lo ayudó a levantarse a la vez que tropas recién llegadas salían de las naves con ímpetu fresco. El campo de batalla se iluminó con la antorcha de la esperanza a la vez que la emperatriz, con poder en acción, demostraba quiénes eran los legítimos amos del universo.
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