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♤65♤DE VUELTA EN JADRE

Año 11
10Ka, 50Ma.
Jadre.

Cuando me adentré a Villa Imperial, dejando detrás las cenizas, las ruinas y la vegetación marchita, solo tenía en mente una única cosa: encontrarlo. Necesitaba verlo, besarlo y abrazarlo. Olvidé nuestro distanciamiento, hice caso omiso a la remota hipótesis de que estuviera enojado conmigo.

Por declaraciones de los guardias de las montañas, los del grupo nos enteramos que en nuestra ausencia había sucedido lo que tanto temíamos: el primer ataque Oscuro después del reinicio de la guerra.

Y Arthur había afrontado su primera batalla, con un cuerpo nuevo y descontrolado que albergaba poderes extraordinarios. Necesitaba mirar con mis propios ojos que el hombre que amaba estaba entero.

Usé mi poder sobre el viento a través de las montañas, por encima del mar y volé sobre este, no podía esperar el barco, no podía esperar desplazarme lentamente a su ritmo, no podía esperar. Las ráfagas me hicieron avanzar más deprisa y mi sentido de eco-localización encausó las intermitentes ondas de sonido a través del espacio que nos separaba. Así llegué a él.

Un grupo de fayremses estaba cerca del mar, con algunas partes de la armadura desprendidas y un estado de ánimo nada favorable para su sed de sangre. Sentí la furia contenida de los Legendarios más vengativos de Irlendia, vi cómo debatían los próximos movimientos. Una parte de ellos participaba en lo que parecía un intercambio de estrategia, pero la mayoría estaba entrenando con ahínco. Y allí, entre este último grupo, se encontraba mi guerrero favorito.

Bajo el cielo opaco y nubes hinchadas por la reciente tormenta, ambiente mezclado de acero, su mano balanceaba la espada en estocadas feroces. Se movía cada vez con más agilidad, y el ímpetu se notaba en cada ejecución. A veces parecía danzar, una danza bélica con el objetivo preciso de acabar con sus enemigos imaginarios. Los fayremses a su alrededor estaban entrenando con destreza, pero era Arthur el que más empeño derrochaba. Como carecía de las destrezas de un guerrero experto, realizaba un trabajo más duro, se exigía el triple que el resto. No debió sorprenderme, porque así era él en todos los aspectos.

Alzó la cabeza cuando intuyó mi levitación, y enderezó el cuerpo, repleto de ansiedad, a medida que me fui acercando. Yo comencé a temblar. Él también lo hizo. Y entonces supe que tampoco le importaba nada más que estar ahí, vivo, y volverme a ver.

Sus pies se agitaron contra la tierra y de un segundo a otro estaba elevándose sobre la superficie. Nos encontramos en el aire revolviendo los átomos a nuestro alrededor, y las siguientes acciones que nos dedicamos parecían albergar la promesa de gastar toda nuestra energía allí mismo.

—Khris... —exhaló. Sus ojos plomizos habían adquirido un brillo inmortal, así que presentaba una vista de puro éxtasis.

—Arthur... —gemí sin aliento.

—Regresaste —suspiró él. Su mano en mi mejilla derecha, mi expresión de alivio y el corazón de ambos retumbando como el motor más impaciente.

—Estás vivo —confirmé yo.

Y luego nos volvimos a abrazar. El agarre de él se sintió pesado pero sin duda reconfortante. Yo debía estar apretándole fuerte de igual manera, porque mientras más aspiraba su esencia más gritaba mi organismo lo mucho que lo necesitaba.

Oh, ¡cómo lo necesitaba segundo a segundo! Quería más de él, y no quería soltarlo jamás. Por la forma que me sostenía él sentía lo mismo. Allí estábamos, de esa manera expuestos a la vista de todos, pero ni siquiera pensamos en el pudor ajeno. Estar separados y en misiones peligrosas nos recordó que éramos almas conectadas para reencontrarnos.

Arthur se alejó entonces y me tomó la mano para que descendiéramos y volviéramos a tocar tierra.

—¿Estás bien? —preguntó y asentí como respuesta—. Esto se volvió un caos oscuro cuando tu grupo se marchó.

—Puedo imaginarlo —dije, realmente imaginando el miedo y desesperación en el pueblo de Jadre y probablemente, en el mismo Arthur.

—Fue tan emocionante Khris —alegó apoyando sus manos en mis hombros y fruncí el ceño ¿Se había emocionado?—. Ellos eran cientos de miles, jamás había visto algo así. Llegaron por las montañas del norte y congelaron el mar Ciónico al paso. Al frente estaba Dlor, y Jasper, y una línea organizada de sold...

—¿Jasper? —Temblé ante la visión del Príncipe de las Tinieblas obligado a batallar en el frente aún convertido en una bestia negra emplumada.

—Es... se ha convertido...

—Lo sé —intervine, con rostro amargo.

—Oh, cierto. En ese encuentro que desaprovechaste para deshacerte de él.

—Arthur, por favor...

Pensé que allí terminaría la conversación porque Arthur tenía sus reservas muy bien guardadas contra Jasper. Antes que estallara, le conté con lujo de detalles todos los episodios que había vivido con el Príncipe de las Tinieblas; cuando estuve en Balgüim con Forian, y cómo él, su hermana Isis y Maya habían colaborado para ayudarme a escapar. Del deseo tan inmenso de Jasper de acabar la guerra.

Pero el odio de Arthur por la pelea aérea que habían tenido en California era tan intenso que le nublaba el juicio.

—Está jugando con tu cabeza, es lo que hacen los Oscuros —alegó.

Habíamos estado caminando hasta llegar al límite de Villa Imperial, donde empezaban las Zonas Vírgenes y el castillo se podía observar a lo lejos. Esa zona no estaba dañada como lo que yo había dejado atrás. Tuve una agradable sensación al saber que la batalla no había sido tan extensa y la mayor parte de mi mundo estaba a salvo de secuelas.

—Arthur tú no...

—Lo conozco, Khris, luché con él. ¡Me partió la columna!

—¡Y lo siento muchísimo! —Me giré para encararlo—. Lo siento muchísimo —repetí con suavidad, llevando una mano al lateral de su cara.

Arthur tragó saliva dificultosamente.

—No eres capaz de imaginar el dolor..., la angustia y humillación que sufrí después de esa pelea. Aún si Jasper te ayudó en el pasado por una retorcida manera que todavía no logro comprender, es nuestro enemigo, Khris. Nuestros clanes son enemigos a muerte y estamos destinados a matarnos. —Él levantó la mano para acariciarme igualmente la cara—. No pienso dejar que me mate, no pienso dejar que ninguno de esos seres se acerque a ti.

—Jamás quise dar a entender que careció de importancia lo que te sucedió, lo siento —volví a disculparme y lo abracé—. Siento que tuvieras que pasar por todo eso.

—Tampoco es para tanto comparado a lo que has tenido que pasar tú —dijo y nos separamos.

—¿Sabes? En el pasado, cada vez que me sentía inepta en mis obligaciones me culpaba por no madurar con la rapidez que estas exigían —confesé.

—Khris, eso era bastante duro viniendo de ti.

Lo miré por un segundo reposando mi idea de continuar para hacerle una pregunta:

—¿Viniendo de mí?

—Sí, viniendo de ti. Porque yo conozco el sentimiento, yo sé lo que es exigirte más de lo que puedes dar en ciertos momentos. Arthur Kane se formó para eso; vivir con la presión constante, con la atención de prestigiosas corporativas, como la máxima exigencia que puede existir en el mundo de los humanos. Mi abuelo..., bueno ahora sé que mi abuelo nunca me quiso realmente, solo le interesaba el experimento en el que me había convertido, aún así él siempre tuvo presente que mi crianza debía sustentarse con una formación empresarial, que desde la cuna era lo mejor que haría conmigo.

—También lo siento por eso —expresé imaginando un pequeño Arthur siendo obligado por el inhumano Aquila a afrontar cosas que ningún niño debía afrontar.

—Pero tú lo tenías todo asegurado —continuó él—, tan sólo era cuestión de práctica, el entrenamiento adecuado, y tu poder resplandecería como el alba en el cielo. No me imagino a una Khris cuestionándose por no ser suficiente. No esa Khris que entró una tarde en Mansión Fortress y despotricó en contra de los herederos de la academia a la que le obligarían a asistir.

Sonreí con tristeza.

—Pues esa Khris murió el día en que los herederos la amarraron a una máquina para extraerle energía Oserium.

Arthur tensó la mandíbula y habló entre dientes apretados.

—Cómo me hubiese gustado estar ahí para reventar a esos malditos.

—Lo sé, sé que lo hubieses hecho con una determinación extraordinaria. —Bajé la cabeza antes de seguir dialogando—. Pero a partir de esa tarde debí convertirme en otra persona, llegué a Irlendia entrando por Balgüim y si hubiese tenido una gota del dominio que tengo ahora, muchas cosas no hubieran sucedido de la manera que lo hicieron. Pude... pude evitarlas...

—Los poderes estelares llevan tiempo.

—¿Y los sentimientos? Dime, ¿esos quién los domina a grado cabal?

—Te diría que se puede... pero ese ideal murió el día que te conocí. Mi vida estaba perfectamente organizada, nula de sentimientos hasta que cierta pelirroja llegó y me sometió a un gran caos.

—¿Estás diciendo que soy un gran caos?

Hizo una pausa para acariciarme el mentón, colocar sus manos firmes en esa zona específica de la cara y alzarme un poco la cabeza. Me miró desde el ángulo de forma penetrante, tratando de analizar la actual mujer en la que me había convertido.

—Eres mi gran caos. El único caos que estoy seguro, necesito en mi día a día por el resto de mi vida.

—Me alegra que la conversación se haya desviado a esto. No quiero discutir contigo.

—No vamos a discutir —aseguró Arthur—. Perdí mucho tiempo discutiendo en la Tierra.

—Yo no me quedaba muy atrás, ¿eh? —dije en tono divertido y logré sacarle una sonrisa.

—Tengo que reconocer que eras la única testaruda que podía devolverme con el mismo ahínco.

Apoyé mis manos en los hombros de Arthur y las crucé tras su cuello. La derecha se complació acariciando el nacimiento de su cabello.

—Oh Señor Control, ¿tan rápido olvida nuestra tendencia a destruirnos? Es lo que mejor hacemos.

—¿Sabes qué se nos da también de maravilla? —preguntó con ojos pícaros volviéndose en gran parte de acero a la vez que mi fuego brotaba por toda la piel.

Pero la felicidad no duró muchos segundos, porque él estaba tan débil que apenas podía realizar dos acciones que requirieran intensidad. Se despegó de mí, regresando su piel a la normalidad y tambaleándose un poco.

—Khris, yo... —Con ambas manos se agarró la cabeza, sus ojos apretados por el dolor—. He tenido un esfuerzo muy grande en el combate y mi cuerpo no está fortalecido del todo.

—Está bien —calmé—. Tenemos tiempo, todo el tiempo.

Arthur resopló con una mueca.

—Odio ser... ser... débil.

—No lo eres —me apresuré a decir sabiendo lo mucho que él odiaba la palabra "debilidad" y todas sus variantes—. Solo estás aprendiendo de tu nuevo cuerpo y eso está bien.

Me miró unos instantes con profundidad.

—¿Cómo has madurado tanto?

Volví a sonreír.

—Han pasado muchos años. Tú también lo has hecho.

—Bueno, en mi caso han pasado cinco meses. Seis terrenales si contamos el tiempo que llevo en Irlendia. Es un poco confuso, pero me he puesto al tanto de la manera de llevar el horario aquí.

—De cualquier forma, hay algo en ti que se siente diferente... Y no me refiero a lo físico.

Arthur se peinó el cabello hacia atrás. Diamantes y centellas... amaba ese gesto.

—Cuando quedé recluido a la silla de ruedas, mi vida dio un giro enorme. Pasé de ordenar y controlar a ser un vegetal inanimado. No, espera, al menos los vegetales tienen su función. —Contuve una carcajada y él sonrió, pero había basta tristeza en sus ojos—. Yo era más como un objeto decorativo de Mansión Fortress. Ya sabes, mi hermosa cara me hacía un adorno superior.

—Ja, ja. Por supuesto.

—La verdad, es que conocí el lado más oscuro de la vida, una vida lujosa pero sin propósito. Lo efímero que es estar en la cima y de repente caer tan bajo que ni siquiera reconozcas la persona que solías ser. Yo lo tuve todo, pero al serme arrancado ese "todo" choqué con la realidad de mi lado más... vulnerable.

Lo miré, concentrada de a lleno en lo que decía. Cuando se mordió el labio inferior, apunté otro de sus gestos que amaba.

—Tuve tiempo de pensar, de pensar mucho. Empecé a ver lo que me rodeaba y reflexionar en peculiaridades que antes pasaba por alto, ya fuera por estar demasiado ocupado en mis negocios o simplemente porque no quería ocupar mi valioso espacio libre en lo que consideraba "nimiedades". Y luego estaba la cuestión de "la ridícula".

Reí.

—¿Yo?

—Estar sin ti fue desesperante. No quiero pensar en todo lo que traté de hacer para poder continuar algo decente a lo que llamar vida sabiendo que tú no estarías en ella. Y eso, sufrir por la condición física y emocional, sufrir desde el corazón, puede hacer cambiar a una persona.

El aire entre nosotros pasó de ser normal a violento. Y cuando las ráfagas de viento envolvieron mis manos, cinturas y piernas, supe que era la forma de Arthur de tener contacto conmigo aunque no le quedaran fuerzas para revestir su piel y hacerlo por él mismo.

"Puedes sentir dónde está el viento?
¿Puedes sentirlo a través de todas las ventanas dentro de esta habitación?

Porque yo quiero tocarte cariño, y también quiero sentirte"

La estrofa de la canción de Zayn acudió a mi cabeza, con ese sonido dulce y nostálgico.

—Oh, Arthur... —Me acerqué a él sin saber muy bien qué decirle.

Debió pasarle lo mismo, porque se dedicó a observarme intensamente por un tiempo prolongado.

—No me has contado mucho sobre la batalla —dije rompiendo el silencio y sentándome en la hierba—. Además que fue de lo más emocionante.

—No pude hacer mucho —se lamentó Arthur sentándose también—. Los fayremses de la tropa en la que estaba asignado se cerraron frente a mí como escudos —justificó y por un momento advertí frustración en su voz. Luego le lanzó un rápido vistazo a Villa Imperial, en dirección al grupo de guerreros que se habían quedado detrás—. De seguro el general Akenatem dio la orden que me mantuvieran lo más al margen posible.

Callé al respecto. Él no necesitaba saber que yo era la que había dado esa orden. Arthur ya estaba lo suficientemente molesto por no estar al frente de las líneas de batallas del ejército real.

—Estaba pensando... Me dijiste la noche que fui a visitarte a prisión que temías lo que tus nuevos poderes desatados podrían conseguir. ¿No estás aliviado que el combate fuera corto y salieras prácticamente ileso? —resalté, tratando de agarrar lo positivo de su situación.

—¿Bromeas? Khristen, soy bisnieto de un Legendario del Clan Fayrem, sobrino del actual general del ejército. Soy un Kane. En mi sangre está el reclamo de guerra.

Enderezó la espalda y se quedó mirando a las montañas del norte, permitiéndome admirar una vez más lo hermoso que era bajo los efectos del gris del cielo, bajo los efectos de su sangre letal y vengativa. Eso debía ser malo. No debería haber caído en las telarañas de un ser como él, pero ya estaba hecho y ni arrancándome la piel podría deshacerlo. Había aceptado hacía muchísimo tiempo atrás que estaba completamente enamorada de ese hombre prepotente y orgulloso. Con sus defectos, con su tendencia a lo nocivo.

Eso teníamos en común ambos: la tendencia a lo nocivo.

—Hoy en el campo de batalla me sentí como pocas veces me he sentido, Khris —dijo manteniendo la misma emoción antinatural en sus ojos.

—¿Y qué sentiste?

—Propósito —se sinceró, su tono grave y decidido—. Una causa, un objetivo que siempre se había acumulado en mis células, amontonándose hasta finalmente poder salir... —Entonces suspiró, un suspiro corto pero hondo—. Me sentí vivo.

No supe qué responder ante eso. Tal vez porque no tenía que responder, solo... dejarlo estar. Eso era lo que era Arthur Kane, lo que lo había destinado su abuelo a ser desde que nació. Decidí enfocarme en que el mal más inmediato había pasado, temporalmente, y nosotros debíamos aprovechar cada segundo.

—Ahora que el ataque ha pasado, quería pedir tu ayuda para algo.

—Uhm, ¿cuando has necesitado mi ayuda para algo? —bromeé.

—Es solo que en este universo no soy el rey que solía ser en el otro, ¿sabes?

—Ajá. —Puse los ojos en blanco.

—Entonces debo contar con quien esté al mando, es decir, tú.

—¿Y qué es eso tan importante para requerir la ayuda de la emperatriz?

—Aaron.

Todo rastro de gracia se evaporó de mi cara. Sentí un calor en la garganta y un retorcijón en las tripas. Luego ganas de vomitar. Luego dolor. Luego ira.

—Khristen, ¿qué tienes? Te has puesto muy pálida de repente.

Giré mi cara a mi izquierda, arrancando una hierbita del terreno. Tenía que controlarme. Tenía qué hacerlo. Tragué saliva y busqué ecuanimidad.

—Es... esto... Hay mucho qué hacer aquí como para gastar recursos en buscarlo.

—Khristenyara, ¿te escuchas? Se trata de mi hermano, tu amigo.

No respondí, me limité en controlar la necesidad de soltar lágrimas por Bastian Dubois.

—Sé... sé que estar perdido en Irlendia es su culpa —dijo Arthur después de suspirar—. Y cuando lo vea, lo golpearé por eso. Pero siempre fue un niño dependiente y delicado, además de emocionalmente vulnerable. Ahora que estoy aquí y ha pasado la situación de estar encarcelado, no puedo simplemente ignorar el hecho que mi hermano menor está ahí afuera, pasando sabrá su cuerpo qué vicisitudes. Debemos encontrarlo, Khristen.

Yo seguía callada. ¡Por Daynon! Se me había atorado la garganta con un gran nudo de culpabilidad.

—¿Khris? —Arthur me giró nuevamente hacia él para encontrarse con mi rostro rojo y ojos hinchados. Entonces supo, con su privilegiado cerebro, que yo le ocultaba algo, que yo sí sabía de su hermano, y que la cuestión era grave—. Dime lo que sabes —exigió, con la boca seca.

—Verás, no... no sé cómo decirte esto... —Un fuerte impulso me halaba a tartamudear, pero lo controlé—. Quise ocultarlo lo más que pude, ni siquiera lo sabe el Consejo, ni siquiera Adrián. Pero a ti no puedo mentirte.

Arthur se tensó completo. La vena en la frente se le marcó, como cuando estaba molesto. Aunque en ese instante, no fue molestia lo que le abarcó, sino algo más pesado: terror.

—¿Está muerto? —preguntó con lentitud, concientizándose en cada palabra.

—¡No! Es decir... no de la manera que piensas.

—¿Qué rayos, Khris? Solo hay una manera de estar muerto en cuanto a la muerte se refiere. ¡No entiendo lo que quieres decir! —Se puso de pie, exaltado.

—Sigue respirando, ¿de acuerdo?

—Oh, debería estar más tranquilo con eso —bufó en tono irónico mientras se llevó la mano al puente de su nariz.

—Cálmate, por favor.

—¡¿Que me calme?! —Abrió las manos adoptando un estado muy alejado al de calma—. ¡Acabas de reconocer que sabes lo que le ha pasado a Aaron y durante todos estos años no has hecho nada para traerlo aquí, a la seguridad de Jadre, a la comodidad del castillo.

—Arthur... —Me puse de pie, tratando de agarrar sus manos que seguían batiendo al aire.

Él no se dejó.

—Dime dónde está Aaron Taylor Kane.

Una orden tan severa como urgente.

—No lo sé —dije con sinceridad.

—¡Pero acabas de reconocer...!

—Sé que está respirando, lo estaba la última vez que lo vi. Pero no sé dónde se encuentra en estos momentos, podría estar en cualquier mar de Irlendia, ¿entiendes?

—Cualquier mar de... —Arthur murmuró mis palabras consternado.

—Escucha —inicié en tono conciliador—. Sé que amas a tu hermano, pero el Aaron que conocíamos no... no existe. En su lugar... —Arthur me miró en esa pausa, sus ojos tan tempestuosos e inquisidores—. Él es otra persona ahora. —Desvié mis propios ojos, dominando el dolor.

—Necesito saber Khristen —pidió Arthur sin gritar, por lo bajo. Había pasado de la estupefacción al desespero—. Yo... necesito que me cuentes todo.

Y entonces lo hice. Todo, absolutamente todo fue expuesto ante sus oídos. No por ser su hermano menor minimicé las acciones de Maltazar. También detallé ese extraño encuentro en su camarote en el que el actual capitán del Atroxdiom me había mostrado con la pantalla de sus ojos las desgarradoras vivencias que soportó cuando todavía era humano por completo. Conté cada aspecto de mi encuentro con todos los sentimientos que lo caracterizaron: incredulidad, dolor, ira, inflexibilidad y condena; salpiqué sobretodo de condena mi narración porque le había albergado un rencor tan grande a Maltazar que solo me di cuenta de la dimensión al vaciarme.

Él no me juzgó ni corrigió. De hecho, no me dedicó ningún tipo de sentimiento. Estuvo escuchando con atención, y después que hube terminado reflexionó por mucho tiempo, sin articular palabra y con la mirada perdida.

—Di algo —supliqué.

Él frunció el ceño, todavía mirando a la nada.

—Necesito estar solo.

No lo convencí de lo contrario. Me puse de pie para marcharme, sin saber determinar por primera vez desde que él había llegado, qué sensación lo abarcaba.

—¿Te espero para cenar? —pregunté antes de alejarme más.

Arthur, con las manos detrás de la espalda y el ceño todavía fruncido, negó con la cabeza.

—No comeré esta noche.

Y antes de permitirme decir otra cosa, salió volando hacia el norte, de regreso a Villa Imperial.

Nota:
Quieren ver un mini clip del final de este capítulo? Después de horas de edición, miren lo que hice para ustedes:

[Aquí debería haber un GIF o video. Actualiza la aplicación ahora para visualizarlo.]

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