♤62♤ DRIANMHAR
Año 10
10Ka, 50Ma.
Jadre.
Drianmhar. Traducido literalmente del Káliz: Carencia-mares. O por el método versionado para habla común: "Carente de mares".
En el mundo originario del clan Destroyer y clan Juno, y de otras criaturas gigantes y peligrosas así como híbridos inimaginables del clan Zook, se había desarrollado —como su propio nombre lo indicaba— sin necesidad de los mares que tanto embellecían a Irlendia.
No obstante su nombre no era literal a un cien por ciento, como suele ocurrir con muchas cosas del universo paralelo. Drianmhar si que tenía acceso a un mar, y por extensión ese mar tenía acceso a otro... Pero las aguas del primero no eran comunes, y la vida debía adaptarse al sistema establecido por la temperatura: máximo calor a grado mortal. Todos en el universo sabían que los tres soles miraban de lleno a Drianmhar, y que los grandes desiertos y las laderas con escasa vegetación predominaban por las cuatro secciones del mundo.
Drianmhar se dividía en cuatro secciones. La primera sección era "Oasis" el gran desierto. Cuando aprendí esto de los escribas de palacio recuerdo que felicité la ironía del que nombró así al desierto más grande de los mundos.
La segunda sección se nombraba "El Forastero", y se componía de zonas donde llegaban las únicas aguas que verías en Drianmhar. El aspecto en mayor grado era una selva enorme de varias millas en todas las direcciones y albergaba razas del clan Zook que no se veían en otros lados del universo. También según lenguas antiguas, existía una manera de conectar con Bajo Mundo y muchas especies se colaban, de ahí el nombre Forastero. Pero lo más sobresaliente era que en dicha sección, las calientes aguas del Mar Ardiente se transformaban algunos días en aguas dulces y templadas; había quienes afirmaban que incluso hasta frías. "El Forastero" contaba en el mapa con varias islas alternas y de poco tamaño donde toda clase de reptiles y anfibios cohabitaban. Pero en general era una sección misteriosa, con animales prehistóricos dispuestos siempre a matar y montañas que escondían los respetados dracosaurios, monstruos alados que podían derribar a un ser vivo solo con la fuerza del aire de su rugido.
La tercera sección correspondía a la perteneciente al clan Juno. De antaño ellos llamaban a su sección "Tectumquepyros" un término en Káliz que traducido significa "Refugio del fuego" y hacía alusión obviamente a que la sección era un refugio frente a las altas temperaturas, lo desconocido que acechaba y mataba en El Forastero, y por supuesto, a los destroyadores.
Había aprendido en mis estudios que en dicha sección los junos tenían construido inumerables columnas con techos de lajas para ofrecer sombra entre los caminos y que donde se hacía difícil construir por las características del terreno, habían labrado la Tierra y sembrado árboles inmensos para que sus ramas y hojas también sirvieran de refugio. Conseguir el microclima ideal para que estos árboles siguieran subsistiendo en un mundo hostil no era tarea simple, así que entre el clan existía un grupo selecto, los "Abonadores" que abonaban y cuidaban los árboles y otras plantas para que continuaran creciendo y fortaleciéndose en la sección.
El agua la traían los "Valerosos" de la sección dos, y cuando no podían conseguirla de una temperatura agradable, los junos tenían un sistema de templado con grandes tanques de titanio y líquidos comprados a los xarianos para llevar a cabo la tecnología de "refrigeración".
Todo esto lo había aprendido en mis estudios, y trataba de rememorarlo a voz baja en las comidas.
—Nada de eso importa ahora —había dicho Kilian—. Los destroyadores son nuestro principal interés.
Y tenía razón. La última sección, la cuarta, era la más peligrosa. Desde que se tenía memoria el clan Destroyers era el dueño de esas zonas rocosas y volcánicas. Habitaban en subterráneo, como los suricatas, y tenían un sistema de vida arriesgado y al límite cerca del famoso Volcán de los Azares. Ese volcán era el productor del extraño Mar Volcánico. Si bien no era un mar de agua dulce o salada , las olas de lavas que rodeaban la gran montaña se extendían hirvientes por varios terrenos de la sección cuatro de Drianmhar. Cuando el volcán erupcionaba, el mundo se paraba literalmente. Sus llamaradas de fuego alcanzaban grandes longitudes, a las diferentes secciones, siendo peor en la de origen. El destroyador que no estuviera bajo tierra para el momento moría gritando a causa de las quemaduras. Las raras veces que caía agua pura del cielo, la llovizna movilizaba el sedimento volcánico en las laderas del Volcán de los Azares trayendo como consecuencia flujos de lodo que arrasaban todo a su paso.
Pero ni el volcán ni sus consecuencias eran las más temidas de la sección cuatro. En realidad constituía un área prohibida en Drianmhar por sus carnívoros cazadores, los que tenían garras filosas para descuartizar un dracosaurio entero. Esos con audición insuperable y una rapidez nunca antes vista entre los seres vivientes. Los que olían el miedo y sangre a kilómetros de distancia, criaturas capaces de devorarte hasta los huesos. Domadores de tigres dientes de sables y ojos de halcón, desarrollados estos en la hora nocturna. Los destroyadores eran los más intimidantes de su mundo, los más vengativos y los indiscutibles amos. Cada híbrido, animal y juno los respetaban y evitaban, porque cuando salían a cazar eran letales y no perdonaban.
Y precisamente a esas bestias salvajes trataríamos de evitar el grupo de espías que saldríamos de Jadre.
Creo que hasta el momento de dirigirme a Drianmhar no sentí el verdadero terror que los destroyadores debían inspirarme. Solo había conocido a un destroyador y era el ser más leal y hermoso con el que mi alma hubiera interactuado. Yo amaba a Forian por encima de nuestro vínculo, ese que él había roto cuando se sacrificó en las aguas de Bajo Mundo para que Eskandar y yo pudiéramos escapar. Así que me costaba entender a plenitud el miedo reverente de los demás hacia el clan.
Podía hacerme una idea, después de todo mis propios ojos captaron la ferocidad de la especie cuando mi guardián devoró una mujer-venado a escasos pasos de mí, una visión que estuvo atormentándome por noches seguidas. Pero Forian sabía separar su salvajismo del proceder general, cosa que mi hermano Kilian aseguró, no sucedía con los demás destroyadores.
—Son máquinas creadas para matar Khris —reconoció—. Son incluso peor que los Oscuros.
Estábamos en la frontera de Villa Imperial esperando que terminaran de prepararnos el barco que nos llevaría a las montañas del norte, esas que tenían las vibraciones precisas para crear portales entre mundos. El grupo como se había planificado, contaba con la emperatriz, el príncipe, el general Hakwind y su hija Ginebra, y Eskandar. Ya habían transcurrido los cinco días dados para prepararnos. Durante esos cinco días el ejército real reforzó su entrenamiento para defender los límites más expuestos de nuestro mundo. En dicho entrenamiento entraba Arthur Kane, pero aún así, para todos resultaba apresurado e insuficiente. Sin embargo yo conocía su secreto de muerte paulatina, y no podía resguardarlo sin más en una prisión hasta que volviera. Debía usar sus poderes, aunque fuera con moderación. Aunque el Elegido prometió que aprendería rápido, nosotros sabíamos que se necesitaba de años para moderar los poderes. Cada legendario había crecido preparándose, familiarizándose con su elemento. Mas Arthur repuso que haría un esfuerzo superior.
Era Arthur siendo Arthur: ofuscado, perfeccionista y exigente.
En cinco días estuvo practicando la espada con Kilian. Durante cinco días Akenatem le enseñó técnicas de relajación, concentración y autodominio. Durante dichos días se le llevó al límite de sus cabales, para probar su control; se probó con fuego y antorchas manejadas por Kilian (pues nadie más se atrevió a entrenar con este elemento y a mí me era imposible tratar). Arthur se negó a hablar, dirigirme siquiera una simple mirada.
Estaba disgustado conmigo y lo entendía. Percibía su resentimiento, y no hubo ningún trato romántico o de otra índole entre nosotros. Agradecí en parte que canalizara su frustración e impotencia sobre los elementos, eso le ayudaría con el progreso.
Procuré dentro de lo posible acudir a sus entrenamientos, aunque fuera a presenciar de lejos su espalda brillante bajo el sol y el sudor que le mojaba el cabello por el esfuerzo requerido. Me embelesaba observándolo, tanto por su atractivo como el empeño que ponía en cada una de las ejecuciones exigidas. Pero cada vez que terminaba y se iba sin mirar atrás, una parte de mi corazón se agrietaba. Supe que el veneno que ambos éramos marcaba una constante en nuestra relación... Sabía que seguiría enojado conmigo durante algún tiempo, pero solía recordarme que mi decisión había sido la correcta.
A Arthur también lo entrenaban los idryos con agua. Eran muy pocos los que Devian había logrado disuadir, pero el Conde había prometido hacer su mayor esfuerzo, así que quedaba esperanza. Arthur no tenía poder sobre el agua, tierra o fuego, pero sí sobre el acero y la ira. Así que someterlo a diferentes ataques usando componentes de la naturaleza, lo preparaban a no derretir con acero árboles, a no metalizar ríos, y a no intensivar llamas.
Los entrenamientos con el elemento aire, no obstante, eran los primordiales dentro del ejército real, y Akenatem redobló dedicación sobre el pupilo para que resistiera con escudos de acero y disparos de balas que salían de sus manos. Se le pidió a sir Yasaiko que perfeccionara las muñequeras que impedían a cabalidad su transformación, para que él pudiera ir probando diferentes métodos de ataque y protección sin riesgo de matar a alguien.
Arthur apenas durmió entrenando, aunque no puedo decir lo mismo de su alimentación, comía como un lobo gigante.
Yo seguía en secreto encontrándome con Ret Lee para repasar que mis encargos estuvieran marchando bien. Hasta esa fecha quedaban dos: uno para Arthur y otro para Adrián. Como ya tenía guardado el celular, lo que faltaba para Arthur sería una sorpresa muy agradable para ambos. Lo de Adrián era la cura a su propio trastorno. Para ello Ret me pedía todo tipo de cosas: un pelo de la cabeza, un poco de saliva, una hebra de la ropa, una uña de los pies... Confieso que los requerimientos se me hicieron difíciles de cumplir pero yo me había formado para superar cualquier prueba, así que me las arreglaba para entregar cada cosa.
Durante esos cinco días también, nuestro grupo de «espías» tuvo la posibilidad de encontrarse durante las comidas en reuniones que abarcaban muchas veces la hora matura; planeando, teorizando y preparándonos para cruzar a Drianmhar.
Recuerdo la primera vez que Eskandar y Arthur se vieron frente a frente. Por las propias palabras del árabe, el linaje Kane era maldito e insoportable, y Arthur debía tener a flor de piel la última ocasión que trató al hijo del sultán: cuando me sacó de la mansión Fortress en el Devel Sixteen (o Max, como le gustaba llamarlo Eskandar). No fue un intercambio amable precisamente, y a pesar de la negativa de Arthur en que me montara en un auto que no había salido al mercado, el árabe lo molestó con la idea que me llevaría de vuelta a la Fortaleza sobre la media noche, después que acabara conmigo. Dado la fama de casanova y libertino del heredero Kumar, Arthur se quedó echando humos y demasiado molesto como para intentar dirigirme la palabra después de eso.
Fue de lo más glorioso para mí. Teniendo en cuenta nuestra fea discusión de la noche anterior, se puede decir que saboreé mi venganza.
Y todas aquellas amargas sensaciones debían estar presente en ambos cuando se encontraron aquí en Jadre. Pero lo que hicieron, después de mirarse intensamente por unos segundos, fue estrecharse en un abrazo breve que me dejó boquiabierta.
—Veo que has cuidado y protegido a la emperatriz cómo se te encargó —encomió Arthur.
—Y pobre de mí sino hubiese cumplido. —Eskandar sonrió y Arthur le dejó unas palmaditas en el hombro antes de seguir en lo suyo.
Fue una noche entretenida, porque después de planear la primera parte de la incursión a Drianmhar, los dos compartieron anécdotas de la Tierra y Howlland Academy. Era como si tener un pasado en común los ayudara a conectar con el mismo, revivir tiempos que ya no volverían. Fue refrescante ver a Arthur y Eskandar, los dos pilares del pasado que me quedaban, conversando y riendo como si fueran amigos de toda la vida. Algo que no podía decirse de Adrián respecto al árabe.
Desde que le había contado de la muerte de Bastian en el Atroxdiom, Adrián evitaba a Eskandar. No se tomó para nada bien saber que el árabe había sido Contramaestre en el barco y por demás había presenciado cómo el francés era obligado a saltar por la tabla a los tiburones. Pienso que algo de Adrián se rompió para siempre con la muerte de Bastian pues estaban demasiado unidos. Bastian había sido el único heredero apartando a los demás Kane, que había logrado acercarse a Adrián; de hecho, era más íntimo que los mismos primos. Al enterarse de la muerte del pintor con cara de silfo, Adrián se desmoronó interiormente. Y como su obsesión le impedía culparme, Eskandar Ahmed Kumar se volvió la diana de sus flechas de amargura y resentimiento. Nunca tomó represalias, pero era muy obvio que prefería no verlo, no escucharlo, ni siquiera a lo lejos.
Mis temores aumentaron al pensar cómo sería para ambos Kane enterarse que Aaron era el nuevo capitán del barco más temido en los mares. No se lo había confesado a nadie y me atormentaba diariamente saber que en algún momento tendría que hacerlo.
En lo que respectaba a mi amigo árabe, había madurado en sus años en Irlendia. Ambos habíamos vivido y trabajado en base a crecer de diferentes maneras, pero crecer después de todo. Como mismo mi físico había obtenido un cambio atlético, el suyo había aumentado y tonificado. Cuando yo conocí al hijo de sultán de dieciocho años, me pareció un chico que aparentaba mucha más edad. Pues bien, después de sus aventuras en el universo paralelo del chico no quedaba ni vestigio. Era un hombre fornido y corpulento, con el cabello café un tanto oscuro que ya le pasaba los hombros y la piel canela que contrastaba con los ojos esmeraldas más seductores del clan. No había abandonado su costumbre de ataviarse con oro desde las orejas, el cuello, las manos y los tobillos. Cuando lo mirabas, era todo eso que los sultanes legítimos debían ser; él era el ejemplo vivo de que los genes legendarios atamarinos mezclados a los árabes de la Tierra conseguían una magnificencia absoluta.
Al igual que Arthur, aprovechó los cinco días para practicar su ya aprendido dominio con la espada. En vista que era un asunto de la Corona, sus obligaciones en All-Todare pasaron a un segundo plano.
Su madurez no se vio reflejada sin embargo en el trato que daba a Ginebra, la hija del general. Aparte de mí, era la otra única fémina del grupo. Ginebra tan bella, intrépida y de una actitud fiera como su loba Luz de Luna. El antiguo Eskandar seguía vigente en el trato que le daba a la muchacha y yo me molesté grandemente preguntándome qué sería de la Syrisa que tan enamorada estaba de él. A esa a la que le había dado un «Te amo».
No le pregunté al respecto, pero notaba a Eskandar raro, menos expresivo, aunque ligar con Ginebra fuese su pasatiempo habitual en las comidas (ligue no correspondido). Seguía llamándome «Dinamita» en ocasiones no formales, pero yo lo conocía y sabía que algo pasaba; algo diferente al hecho que su debilidad seguía siendo cualquier cosa que se moviera y tuviera sonrisa bonita.
Lo otro sobresaliente que ocurrió en esos días fue que mi hermana Kyra con sus dotes increíbles se enteró que íbamos a partir de Jadre y estuvo atosigándome para que la dejara ir con el grupo.
—Mamá no te dejará —solía decirle.
—Tú eres la emperatriz, puedes ordenarlo y mamá no se resistirá.
—Eso no va a pasar Kyra —respondí sin intenciones de dejarme doblegar.
Conocía las habilidades de mi hermana y era buena espiando. Pero cotilleos de castillo eran una cosa, y la sección cuatro de Drianmhar otra. Además, ¿cómo controlarla estando cerca de Akenatem? Ni siquiera había tenido el valor de pedirle que se olvidara de él. No podía encima propiciar que pasaran ese tiempo juntos, alimentando esperanzas infantiles que nunca darían frutos.
Kyra se enojó conmigo y desapareció de mi presencia haciendo que me replanteara la idea de pedir disculpas.
Finalmente llegó el tiempo esperado. Arthur no estaba ni remotamente cerca de estar listo, pero su disposición ofuscada ya le había conseguido un puesto en las tropas del norte y todos sabían que únicamente cortándole la cabeza lo disuadiríamos de una posición menos riesgosa. Así que como buena emperatriz, le encargué al capitán Markus que lo cuidara y planeara entre los suyos cómo sacarlo del campo de batalla en caso que las cosas se pusieran feas. Le pedí discreción, si Arthur se enteraba me odiaría por porción doble. Quizás me odiaría en los próximos cien años.
El resto de nosotros ya estaba preparado. Akenatem Hakwind se había desprovisto de su lustrosa armadura platinada y sobresaliente capa azul para quedar con una túnica gris, con ribete de piel adjunto y mallas de protección en el pecho y piernas. Ginebra iba enarbolada de metales, dagas, dardos escondidos y fundas de toda clase de armas que yo no recordaba. Su vestimenta era cómoda, ajustada en zonas específicas, con terciopelo en otras partes y armaduras en el resto. En el cabello tenía tejido trenzas y plumas de búho, y accesorios igualmente metálicos que debían contener bayas explosivas.
Un poco de esto me tocó a mí misma. Ginebra era diestra peinando, aunque no se podía decir que entraba en el rango de "delicada y femenina" como las damas debían ser. Tal vez por eso nos hicimos buenas amigas en poco tiempo. Yo siempre estuve más en el lado de las luchadoras que de las delicadas. No obstante, mis clases de etiqueta real me habían moldeado para comportarme con la elegancia típica de un monarca.
Cuando la hija de Akenatem me trenzó algunos mechones del cabello y me colocó también las plumas de búho como símbolo del clan supremo Daynon, sentí que estaba verdaderamente lista para la misión. El resto del atuendo lo dejé a discreción de las Vilfas al igual que Kilian, que se dejaba vestir sin problemas ya que toda su vida lo habían estado arropando como si de un maniquí se tratara. Cuando estaba recién llegada a Jadre, recuerdo que esto me chocó bastante, por una cuestión de pudor. Pero al igual que mi hermano terminé acostumbrándome como muchas de tantas cosas que eran tradición en Jadre.
Acudimos a Villa Imperial a lomos de nuestros caballos. Arthur no había olvidado sus clases de equitación en la Academia y a pesar de haber estado casi seis meses en silla de ruedas, cuando montó el potro que le ofrecieron los mozos parecía todo un noble de cuna criado en Jadre. En las orillas del Mar Ciónico nos aguardaba el general Hakwind con tres brigadas de infantería fayremse como había sugerido Arthur. Por el sur ya debían estar formadas las tropas de caballería con la élite: Tiónedes, Paírokal y los demás centauros.
Sin embargo las noticias que teníamos del clan Idryo no eran tan favorables. El conde Lord Devian Dukor no había reunido muchos aliados al final de los cinco días. Pero confiábamos que poco a poco se sumaran más a la causa.
Era la primera parte de la hora séptima cuando partimos, por lo que el sol caía libre vertiendo sus rayos naranjas en el cielo, evocaba el ocaso como una digna despedida a sus compatriotas. El viento por la época del año, cursaba frío entre las nubes, y la sensación de peligro inminente comenzó a corroer nuestros huesos antes de zarpar.
Y ahora llegamos al punto inicial del relato, donde mi hermano expresó su pensar sobre el clan que trataríamos de evitar a toda costa:
—Son máquinas creadas para matar Khris —reconoció—. Son incluso peor que los Oscuros.
—Forian es diferente, por eso mi preocupación no logra asimilarse a la tuya —le contesté.
—La cuestión del destroyador que te robó de la cuna para llevarte al otro universo fue un largo tema de debate por aquella época. Yo era pequeño, pero recuerdo la tensión y suplicio que se vivió por esos años.
—Él me salvó.
—¿Pero su intención era salvarte cuando burló la defensa del castillo y te tuvo entre sus garras?
No contesté. Forian me había contado que su única motivación para llegar hasta mí antes que los otros era despedazarme y llevar mis trozos al actual alfa, su padre, como trofeo.
—Está en su naturaleza, hermana —prosiguió en vista que me quedé callada—. Por mucho que uno de ellos intente contenerse, al final sale la verdad de lo que son: bestias despiadadas que no merecen consideraciones ni perdones.
—No lo conociste Kilian —defendí—, pero yo sí. Yo tuve la oportunidad de ver todas sus facetas, incluso esa salvaje de la que hablas.
Mi hermano enarcó las cejas impresionado. Yo continué:
—Él estuvo como protector cuando era infante y me llevó a manos seguras que me trasladaron de universo —recordé, haciendo alusión a Daysera—. Estuvo pendiente mientras crecía entre humanos, estuvo a mi lado para rescatarme de los herederos agresores; de los propios descendientes del clan Destroyer, Kilian. Forian luchó contra ellos por mí. —Tragué saliva y me acerqué más a mi hermano, hablándole desde el corazón—. Sé que todos odian a los destroyadores, y que nuestros clanes han estado en guerra por centurias. Pero él, ese que es el auténtico Alfa, fue atacado por su manada y desterrado por mi causa. Y ahora está afuera en sabrán las estrellas qué mundo, solo y sin auxilio —dije sintiendo cada expresión que salía de mi boca—. Pasando penurias, quizás herido, sin mí. Necesito encontrarlo, Kilian. Necesito que él se vuelva mi mandato especial.
El príncipe suspiró tranquilo, sus ojos ámbar demostraban serenidad. Apoyó sus manos en mis hombros, en un gesto fraternal.
—Si tanto luchó por tu seguridad como dices, él no quisiera que ahora la arriesgaras para buscarlo. —Lo miré confusa y él tomó aire—. No uses tu mandato especial con el Alfa del clan Destroyer, porque desatarás en Jadre la peor guerra civil que haya existido y nuestros enemigos la aprovecharán para ganar la Guerra Roja.
—Entonces...
—Si de verdad quieres encontrarlo y que se mantenga sano y salvo lo mejor es actuar con cautela. Lo buscaremos, te lo prometo —aseguró con sinceridad—. Pero primero tenemos que mantener a Jadre libre de ponzoña enemiga, y por tanto, debemos terminar este trabajo.
—Después de la incursión a Drianmhar, ¿me ayudarás a buscarlo?
—Te lo prometo —repitió y me ofreció la mano.
La estreché cerrando la promesa con un pacto de carne que sería inquebrantable.
En esos instantes nos avisaron que el barco estaba listo. Arthur y yo no compartimos palabras de despedida, pero por sus ojos sabía que estaba nervioso. Conocía esos ojos más de lo que hubiera admitido. Con mis propios ojos traté de infundirle serenidad y gritarle a través del silencio que lo llevaría conmigo en mi viaje.
Fue un breve instante que compartimos antes que él desviara la mirada y frunciera el ceño.
Después los del seleccionados nos embarcamos. Y la verdadera inquietud creció a través del oscuro y helado mar Ciónico. Bordeamos Territorio Infame para llegar a las montañas y una vez allí se abriría el agujero que nos conduciría al mundo más soleado y caliente de ambos universos.
-Notas-
Aaaah finalmente conoceremos Drianmhar!!! No sé si estoy contenta o aterrada por eso jeje. (Por cierto se pronuncia Drianmmjar)
Una imagen de nuestro Eskandar que se nos volvió un hombre tan rápido por los clanes!!! 🤧. La creé con iA y luego la retoqué con otras 2 aplicaciones de edición para que quedara perfecto. Me tiene babeando, y a ti???
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