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♤61♤ESTRATEGIA

Año 10
10Ka, 50Ma.
Jadre.

El Consejo estuvo debatiendo el mejor proceder. Se desplegaron sobre la mesa de diamante los diferentes mapas de Jadre así como el de los otros cuatro mundos y sus lugares más conocidos. El mapa más deficiente era el de Balgüim, que contaba sólo con pocos puntos mostrados. Yo personalmente le había dado a Zac Dass detalles de mi travesía allá en el año cuatro.

Cada uno de los nobles comenzó a dar su idea sobre la forma más eficaz de devolverle el ataque al clan Destroyers. Yo me limité a escucharlos a todos, si algo me habían enseñado los escribas y maestres de palacio era la sabia cualidad de escuchar. Cuando hacía mis inspecciones con los junos por sus tierras y admiraba las edificaciones que habían llevado a cabo también me limitaba a mirar y escuchar, aunque eventualmente hacía una pregunta necesaria.

Aquella noche no fue la excepción. Lord Devian presentaba la sugerencia de esperar un poco antes de actuar violentamente. Kilian pensaba que debíamos atacar de frente, llevar tropas hasta Drianmhar y destruir a cuantos destroyadores se encontraran. El general Akenatem exponía que de hacerlo lo más juicioso era ir a por el Alfa (o falso Alfa, como yo aclaré, pues el verdadero estaría en sabría él qué escondrijo). El representante del clan Atamar insistió que se trajera más oro del mundo para reponer el de la Corona, pero se descartó luego que se discutieron formas menos hostiles de reponer el oro.

Por fortuna, la Corona tenía respaldos económicos en Korbe.

Los xarianos padre e hijo, Sir Yasaiko y Ret Lee, ofrecieron la innovación de chips especializados que viajarían a Drianmhar en barcos de carga y brindarían un reporte de la situación actual de los cazadores.

Y así cada uno de los presentes opinaba o disentía sobre los planes del otro. Sir Adrián participaba activamente en dichos intercambios y siempre resaltaba algún punto que se estaba pasando por alto. Desde la Tierra demostró ser un gran estratega.

Pero yo sabía quién era el estratega idóneo. Yo sabía que Tornado lo había escogido porque era el más capacitado para ese tipo de conflictos. Alcé los ojos a Arthur que se mantenía en su rincón de la grada, con las muñequeras apretándole la piel y el agotamiento marcando cada una de sus facciones. Me di cuenta que algo había cambiado. Antes, Arthur interrumpía con sus alegaciones, alegaciones que a su criterio eran las mejores. Pero en esos momentos de debate entrecerraba los ojos analizando interiormente cada palabra ajena, sacando sus propias conclusiones al respecto pero callando las mismas.

Cuando mencioné su nombre en voz alta abrió los ojos saliendo de su ensimismado porque no se lo esperaba.

—Me gustaría escuchar lo que el prisionero Arthur Kane tiene para decir.

Las cabezas giraron entonces hacia el hombre, que me miró brevemente antes de suspirar y enderezar la postura.

—Hay al menos un sesenta por ciento que todos los planes expuestos terminen en fallas —dijo monótono, como explicando una tesis laboral de todos los días.

—No puede saber eso con certeza —contrarió el juno.

—Sí, sí puede —afirmé yo y el mismo juno bajó la cabeza en señal de disculpa y respeto—. El señor Arthur Kane era muy influyente en su mundo y manejaba todo tipo de negocios. Además es descendiente del clan Fayrem, guerrero nato, líder por nacimiento. Y a eso le añadimos que es el Elegido, Tornado no le entregó el colmillo por nada.

—Dispénseme Majestad, no he pensado antes de hablar —se excusó el juno.

—Dices que hay un sesenta por ciento de fallas en cada una de nuestras propuestas —tomó la palabra Akenatem mirando con interés a Arthur.

—Aproximadamente —contestó este.

—Entonces, ¿qué propones tú?

Se hizo otro silencio largo. Mi madre y mi tía veían a Arthur con ansias, incluso su primo parecía esperanzado en lo que fuera que el otro Kane dijera. Yo también me sentí así, y era porque como Adrián, conocía a Arthur y con él en nuestro bando una quietud extraña acogía nuestros temores desesperados.

—He estado meditando mucho según ustedes hablaban —comenzó—. Todas son buenas ideas pero como dije antes, agujereadas con fallas. Entonces, ¿por qué no tomar lo bueno de ellas y desechar las partes rotas?

Hablado esto la atención sobre él aumentó. Cada miembro del Consejo estaba sumamente interesado en su exposición. Arthur se puso de pie y bajó la grada para acercarse a la mesa por el puesto sur que de antaño le había pertenecido al duque de Haffgar pero ahora el general Hakwind la ocupaba como principal estratega. Akenatem permanecía de pie, y le hizo un lugar a su descendiente que señaló con el índice un punto en el mapa de Drianmhar.

—El príncipe Kilian tiene razón, hay que actuar cuanto antes y el mejor modo es estudiando las defensas del clan Destroyer, pero no con chips —dijo mirando de soslayo a los xarianos—, sino personalmente. El método más eficiente es introducirnos en Drianmhar pero no en afrenta directa, sino sigilosos.

—¿Propones que actuemos de espías? —Se indignó Devian.

—Entrar de esta forma será la mejor. No levantaremos las alertas de los destroyadores, justo como ellos hicieron con nosotros. El motivo de la incursión a su mundo no es por fines bélicos, sino informativos —rebatió Arthur—. Necesitamos toda la información que podamos de ellos. Cómo están organizados, qué planean, cuántos recursos poseen para enfrentarnos...

—Los Oscuros se están preparando para atacarnos, su príncipe nos dio el aviso con antelación —declaró Akenatem aumentando la tensión en el salón—. Ya lo discutimos antes, debemos estar preparados.

—No podemos confiar del todo en Jasper, sigue estando del lado enemigo —dijo Adrián—. Pero si se arrastró hasta aquí en su forma emplumada es porque el clan Oscuro ya está preparado. Se nos agota el tiempo.

Arthur observó a su primo unos segundos antes de comenzar nuevamente la marcha.

—¿Qué? —Su pregunta era una grava filosa que parecía desgarrarle la garganta—. Estás diciendo que Jasper...

Entonces me miró, yo desvié la vista. No era hora de aclararle detalles a Arthur. Él era demasiado inteligente como para atar cabos solos. Aún así, procesar el shock de la sorpresa le duró algunos segundos.

Todavía con el ceño fruncido por lo que su cerebro acababa de recepcionar, se dirigió al puesto norte, es decir, a mi lado. Sobra decir como mi respiración se descontroló de inmediato. Sentir su proximidad en público fue tanto exaltante como vergonzoso.  Me atormentaba no haberle contado lo de Jasper antes pero, ¿cómo hacerlo? Sentía que cada instante con Arthur se vivía apurado y en guardia. Me apetecía mucho que llegara ese momento que no tuviéramos que rendir cuentas por estar juntos todo lo que quisiéramos.

Arthur, ya recuperado del asombro, señaló la costa norte de Villa Imperial en el mapa que estaba frente a mí. Cuando se inclinó, el débil aroma de Hugo Boss de su cabello corrió adentro de mis fosas nasales.

—Si el general está de acuerdo, aquí se montará una guardia. Dispondremos de otras postas de guerreros al noreste para resguardar el castillo, y los atamarinos se ubicarán con las flotas reales en el mar Ciónico entre Territorio Infame y las montañas —expuso dando un golpecito en la zona.

Después de pensar un momento, Akenatem asintió.

—Se escucha inteligente. De hecho, reconozco que no podría planearse algo mejor.

Kilian también evidenció su agrado.

—Me gusta esa estrategia. Pero le agregaré un batallón en el flanco sur-oeste del castillo por si el ataque proviene de las tierras de All-Todare.

—Sabio, príncipe —apoyó Arthur y ambos compartieron miradas de complicidad.

—Es indispensable Lord Devian que nos garantice la defensa del sur-este —continuó mi hermano—. Si esos puntos cardinales están bloqueados por los idryos y sus leones, nuestros enemigos no tendrán acceso fácil por ninguna tierra.

—He jurado hacer todo lo que esté en mi mano Alteza —reconfirmó en recién nombrado Conde.

—Solo queda una cosa por discutir —tomé la palabra atrapando todas las miradas—. ¿Quiénes conformarán el grupo de espías que viaje a Drianmhar?

—•—

Apoyé mis manos en el barandal que protegía la gran ventana del salón del Consejo, esa que mostraba una vista espléndida de Villa Imperial; al igual que una parte de mis aposentos, ambas habitaciones estaban en la misma ala del castillo. Suspiré antes de girar mi cuerpo para encararlo. ¿Cómo podía poseer un descendiente mitad monstruo mitad humano una figura tan exquisita, tan magnética?

En aquel salón vacío Arthur llenaba los espacios con su pedazo de cuerpo, no tan alto para perder elegancia, no tan bajo para pasar desapercibido. Una estatura idónea acompañada de una mirada idónea... Esa mirada que me hacía temblar.

—¿No dirás nada? —pregunté después de un largo tiempo en silencio.

Él había ocupado los segundos en admirarme desde todos los ángulos posibles, y a pesar del largo vestido real que llevaba me sentí muy expuesta.

—Creo que todo quedó dicho en la reunión —contestó con simpleza y subió los antebrazos al espaldar de la grada para acomodarse.

Anteriormente, el Consejo había estado debatiendo sobre los que debían ir a Drianmhar. Akenatem como máximo general de Irlendia, líder del clan Fayrem y estratega real sería el primero del grupo. Se decidió que el capitán de las tropas de infantería, Markus, se quedara en Jadre dirigiendo la defensa por si aparecían los Oscuros. El príncipe Kilian no se quedaría atrás en la incursión a Drianmhar, así que sería el segundo integrante. Lord Devian decidió que el espionaje no era para él y se comprometió en cambio en conseguir los aliados idryos que necesitábamos.

Para equilibrar la balanza el general ofreció a su hija Ginebra como remplazo. Ante los ojos de todos, nobles o no, la fayremse era tan diestra con el elemento aire como letal. Una aliada así para espiar el mundo de los destroyadores sería más que acertado, por lo que el Consejo completo estuvo de acuerdo. Yo, como era de esperarse, sería la otra integrante, pero propuse un último miembro que de seguro ya había visitado las costas del Mar Ardiente y el Mar Volcánico, los dos mares que rodeaban y atravesaban Drianmhar: Eskandar Ahmed Kumar sería también un gran aliado entre los espías.

El grupo estaba completo y cerrado al entender de todos, pero entonces Arthur dijo que debía ir.

Me negué rotundamente. Él estaba débil, demasiado delgado para trabajo de campo y lo más importante, no tenía ningún tipo de entrenamiento. Akenatem, Kilian y yo podríamos defendernos pero no Artur. Planteé que era irracional llevar a un prisionero sin dominio de sí mismo a uno de los mundos más peligrosos del universo y la mitad del Consejo estuvo de acuerdo conmigo. Pero entonces Adrián intervino recordando que el Elegido por Tornado no debía quedarse recluido en una celda mientras «la guerra transcurría».

Miré severo a Adrián por atreverse a irme a la contra en plena reunión, pero entonces Arthur dijo que quería cumplir con su deber y así la Corona y el resto de Jadre lo vería como el aliado que era y no el peor pecador de La Sombra. Fue cuando mi rabia se disparó en gritos, y ordené que no podía poner un pie fuera de Jadre porque de hacerlo se consideraría alta traición y su cabeza rodaría en la guillotina del patio central. Acepto que me dejé llevar por el miedo, el miedo a perderlo. Eso no podía suceder, no de nuevo.

El silencio que precedió envolvió a los presentes en una sumisión absoluta, nadie se atrevió a replicar...., nadie excepto Arthur, por supuesto.

«Entonces mi cabeza caerá sirviendo a Irlendia» anunció sin pizca de miedo.

No podía creer lo estúpido y a la vez valiente que era. No negaré que una parte de mí le complació dicha determinación, esa era una de las cualidades que me enamoraban de él. Y ante la vista de todos Arthur no había cometido una afrenta, pues acababa de aceptar que estaba dispuesto a perecer con el castigo de guillotina por desobedecer mi orden. ¿Cómo reaccionaría yo ante tal terquedad, valentía y fortaleza? Si apenas lograba controlar mis piernas cuando él exhalaba cerca de mi oído...

Sin embargo estaba resuelta a no dejar que Arthur marchase con nosotros, así que determiné que la reunión había llegado a su fin y yo me quedaría a solas con él. Y así estuvimos ambos durante un buen rato, observándonos como era nuestro pasatiempo habitual. Yo con el ceño fruncido, enojada; él sin recatos ni vergüenza con un hambre que no debía estar permitida de un hombre preso hacia una emperatriz.

—Me enfrentaste delante de todos —recordé con seriedad—. Fuiste en contra de una orden dando tu veredicto. Te envalen...

—Hice lo que tenía que hacer —me cortó—, lo que he venido hacer. Para lo que fui creado.

—No hables de ti como si fueras un experimento.

—¿Acaso no soy fruto de un experimento de Aquila Kane? —replicó.

Luego sonrió incrédulo mirando sus piernas estiradas y después se puso de pie, andando con las manos metidas en los bolsillos laterales de su larga camisa de lino blanco. De repente podías visualizar la gran promesa de Estados Unidos paseándose por los pasillos de Howllan Academy con un aire altanero y mentón alto, envuelto en sus trajes de diseñador y sus caros perfumes. Una vista así aproximándose de seguro ponía nerviosa a cualquier chica del planeta, a cualquier empresario que quisiera firmar con él, a cualquier corporación que intentara agasajarlo para luego presumir que tenían al primogénito de Alioth entre su filas de socios.

—Tú eres Arthur Kane. Magnate por excelencia, ingeniero cotizado y adicto a la velocidad —detallé tratando de escucharme firme aunque cierta añoranza se albergaba en mi voz. Añoranza por lo que un día fue—. El primer escalafón de la Academia en su momento, el hombre que era reconocido en todos los países de la Tierra. Tu vida no se basaba en ser el Elegido de un mundo extraterrestre Arthur, siempre destacaste por méritos propios. Y lo que Aquila hizo fue la acción de un demente, sí. Pero eso no significa que tú seas un mero resultado de su demencia y debas resumirte como tal. Eres más, mucho más. Eres... especial.

Cada palabra que salió de mi boca fue recibida por mi receptor como plataformas invisibles que usaba para escalar. Su antiguo y arraigado ego lo agradecía.

—Increíble. —Arthur sacudió la cabeza y creí atisbar cierto brillo de complacencia en sus ojos.

—¿Qué pasa?

—Tuve que pasar el proceso de quedarme en silla de ruedas —respondió usando sus dedos para contar—, sobrevivir durante cinco meses a la creencia general que estaba muerto, soportar la transformación dolorosa sobre mi cuerpo de esta energía extraterrestre, terminar siendo un prisionero en el apartado más protegido de La Sombra y finalmente decidir arriesgar mi vida en un mundo ardiente y peligroso para que tú, Khristenyara Daynon, me aceptaras en voz alta que soy especial —concluyó riéndose al respecto—. Estabas loquita por mí pero siempre fuiste muy terca para reconocérmelo en voz alta.

Ante eso mi enojo creció mucho más.

—¡Eres un maldito arrogante!

—Tu maldito arrogante —recordó la frase correcta—. Todo eso que dijiste de mí, de mi antigua vida, todo ha sido vanidad Khris. Porque no te tenía, porque conocerte me enseñó lo vacío que estaba y estar sin ti me recordó lo que es volver a las garras de la soledad.

La tristeza se evidenciaba en sus ojos, y a pesar de haber escuchado un resumen de lo que fue su vida antes de la falsa muerte, acababa de reconocer que ninguna de aquellas cosas logró complacerlo. Caminando se acercó a mí y no me sorprendió encontrarme tan contraída que el oxígeno aspirable era como gravillas en mi garganta. Así de nerviosa me ponía ese hombre. ¿Cómo pude convencerme que iba a olvidarlo?

Su mano viajó por el contorno de mi brazo hasta encontrarse con mis dedos que entrelazó con los suyos.

—Ahora que estoy aquí, junto a ti, finalmente puedo decir que mi existencia tiene sentido.

—Entonces quédate a salvo. —Las palabras me salieron entre dientes mientras apretaba mis dedos entre los de él—. ¿Por qué me desafiaste delante de todo el Consejo? —Golpeé su pecho con la mano libre— ¿Por qué te empeñas en ir a Drianmhar a morir y dejarme sola?

—Khris...

—No Arthur, no. Siempre haces lo que te da la gana sin pensar en los demás. —Le solté la mano y me aparté de él—. —No quiero que mueras. No ahora que nos falta tanto por hacer. No sin antes haberme pedido...

Y sin aguantar más, mis sollozos se escaparon sin reparos mientras su presencia a mi espalda era suficiente para que las defensas de mi alma guerrera pudieran rendirse. Hacía tanto tiempo que no lloraba que había olvidado lo que era sentirse frágil. Mi odio al fenómeno de ojos grises de cierta forma estaba justificado, él me recordaba que tenía debilidades como cualquier ser viviente, que tenía miedos... Y yo quería dejar de sentir miedo.

—Hermosa mía —volvió a susurrar apretando sus labios contra la piel que guardaba mi oído mientras estrechaba mi espalda—. Hermosa y ridícula mía...

—Eres un imbécil —despotriqué todavía sollozando—, y vas a quedarte en Jadre.

—Debo ir a esa incursión Khristenyara, de verdad debo hacerlo —declaró con un sentimiento sombrío, en sus ojos seguía esa tristeza infinita.

Mis sospechas cobraron mayor fuerza, esas que venían acechando desde que él había hecho cosas locas de repente, como guiarme a la Bóveda Real, mostrar un cariño mayor del que había mostrado en todos sus veintiún años y enamorarme segundo a segundo como si en cualquier momento...

Palidecí y lo miré horrorizada. Eso era.

Lo que yo llevaba notando desde que se apareció a medio día cubierto con su capa en el patio del castillo, con el cabello negro como el averno y los ojos color tormenta tan marchitos como si un huracán les hubiese devorado la chispa.

—Dime la verdad —pedí de nuevo no dispuesta a conformarme con excusas baratas—. Dímela Arthur Kane. —Me alejé de él tanto como pude, como si se tratara de un fruto prohibido.

Él no bajó la cabeza. No desvió la mirada. Ni siquiera dudó. Simplemente lo dijo:

—Me estoy muriendo.

Y con eso se estrujaron mis órganos vitales.

—¿Qué?

No fue una pregunta porque no escuchara, o porque no entendiera. Escuché con claridad y entendí lo que significaban las palabras. Era más bien una queja, una súplica, una expresión de desconcierto hecha por alguien que le han arrebatado las pequeñas felicidades de la vida.

—Lo que oíste Khris. —Arthur suspiró antes de morderse los labios y yo quise gritarle que se callara, que no me atormentara con mentiras—. Hasta hace poco mi cuerpo humano empezó a empeorar. Lo último que supe es que necesitaba someterme a una operación con urgencia, operación que jamás tuvo lugar así que técnicamente estaría a un paso de la tumba en la Tierra. El venir a Irlendia me dio apariencia de acero, pero mi cuerpo humano sigue debilitándose. Me di cuenta desde el momento que salté por el agujero.

—Yo... no... No entiendo Arthur.

—No conozco mucho de este mundo, pero calculo que caería unos ochenta kilómetros al norte —dijo, procediendo a contar cómo había sido la travesía que hasta el momento me era desconocida—. Apenas tuve tiempo de distinguir la Villa que se extendía terreno abajo, porque la visión me empezó a parpadear y justo después perdí la conciencia. Volví en mí en un lugar diferente, del otro lado del mar. Era una isla extraña de tierra oscura, fangosa. Estuve casi un día vagando por las orillas, buscando una forma de cruzar pues aunque estaba consciente que el sitio de mi caída no estaba desprovisto de formas de vida, mi lado racional me indicaba que no era necesario descubrirlas.

»En esas horas la muerte más que una vaga idea se hizo una constante. Aunque no contaba con dolores musculares y podía estar en pie, era latente que la fatiga interior crecía y crecía sin retroceso. Necesitaba ayuda con urgencia, así como comida y agua potable. Pero sobre todas las necesidades, controlar mi conversión de acero era la primordial. Cada vez que sucedía perdía la consciencia y despertaba en una zona diferente de la isla. Finalmente en una ocasión abrí los ojos y estaba en medio de aquella villa que vi a lo lejos, llena de construcciones de titanio y rodio.

—Villa Imperial.

Arthur asintió.

—Convertido en acero había vuelto a cruzar el mar de alguna manera, pero no tuve mucho tiempo para pensarlo, porque cuando escuché aullidos de lobos la monstruosidad que me afecta volvió apoderarse. El resto de lo que sucedió ya lo conoces. En cuanto a mi tiempo de vida... bueno, ahora lo sabes. Estuve razonando esta mañana que mientras más tiempo retengan mis poderes legendarios, con mayor brutalidad se afecta mi lado humano, o al menos lo que queda de este.

Yo no hablé nada por unos instantes. No quería procesar lo que acababa de oír, solo quería tomar sus palabras, escacharlas como papel desechable y tirarlas lejos, bien lejos...

—Eso... ¿significa que tendrás que volverte de acero cada cierto tiempo para impedir morir? —inquirí con las lágrimas acumulándoseme en los ojos.

—No lo sé con certeza. Pero si tengo que volver a La Sombra hasta que ustedes vuelvan de Drianmhar y entonces el Consejo determine qué hacer conmigo tengo los días contados. Si me impiden transformarme y la parte humana sigue apagándose...

—No.

—... puede que yo...

—Arthur...

—... me apague sin volver a encenderme.

—Eso no va a ocurrir —dije por lo alto apretando mis puños—. Yo no voy a permitirlo, no voy a dejar que te desvanezcas ahora que estamos juntos.

—Khris, si decidí ir a Drianmhar es, sobre todas las razones, porque quiero que pasemos juntos todo el tiempo que podamos. Como ya te dije antes y te reitero ahora, quiero que disfrutemos lo que podamos mientras podamos. Quiero ver las cosas más increíbles cuando tengo oportunidad, verlas contigo. Quiero hacer tantas cosas y ni siquiera sé el tiempo del que dispongo...

Levantó mi mentón y nos miramos con tristeza. Acto seguido apoyó su frente en la mía y probé las exhalaciones de su boca, sabían a gloria. Volví a sentirlo tan fuerte en ese momento, tanto que quemaba. Pero como aún tenía las muñequeras y no podía protegerse detrás del acero, tuve que separarme para no causarle daños irreparables. Arthur apretó los labios sin dejar de mirarme:

—Quiero ser el significado de amar plenamente para ti.

—Por qué no me contaste todo esto antes de que diera esa orden—musité.

—No era el momento.

—¿Hablas en serio? —increpé, indignada— ¡No te puedes guardar cosas así!

—Oh, ¿cómo mismo tú te guardaste que el cadaver andante de la Academia era el hijo príncipe de nuestros principales enemigos y que vino aquí, a tu mundo, débil y lo dejaste escapar?

—No metas a Jasper en esto, no sabes ni la mitad.

—Lo que tengo clarísimo es que él intentó matarte en la Tierra, Khristen.

—Y salvó mi vida en Balgüim —respondí y noté que la actitud desafiante desaparecía del rostro de Arthur. No esperaba escuchar eso para nada—. Escucha... —intenté calmarme—. Sé que hay mucho que debo contarte, mucho que debemos contarnos. Pero justo ahora hay cuestiones más urgentes, y no quiero desaprovechar nuestro tiempo discutiendo. Tú... —Lo miré con cierta tristeza

—No te atrevas a compadecerte o mostrar lástima por mí.

—Arthur...

—Prométemelo —presionó.

Lo miré con entereza, dispuesta a negociar.

—Solo si tú me prometes que no irás a Drianmhar. —Arthur arrugó el ceño y yo continué—. Te necesito vivo, aquí en Jadre.

—Khristen, ¿escuchaste lo que te acabo de contar?

—Sí, y también estoy consciente de la orden que te di. Y de hecho, la que voy a reforzar —añadí viendo que no sacaría una promesa de él al respecto.

Sería por las malas entonces.

—No puedes impedir que vaya.

—Sí puedo hacerlo, soy la emperatriz de Irlendia y mi palabra es ley. El mandato de cortar tu cabeza si sales de Jadre para esta misión sigue en pie. Y si te atreves aún así a partir, daré órdenes a los fayremses de perseguirte.

—Khristen qué te suced...

—¡Te arrastrarán de vuelta aquí y te encadenarán de ser necesario!

Después de mi grito no hubo más réplica, ni siquiera un reproche. Me separé de él para dirigirme a la puerta. Fui consciente que cada paso que daba para alejarme la ira y decepción de Arthur crecía. Pero estábamos en Irlendia y mi decisión estaba por encima de la suya. Ya no se trataba de seguir los deseos del Kane más influyente del planeta.

Mi mundo, mis reglas.

Y eso incluía no dejarme vencer por mi pasión hacia él y tener en claro lo más importante: mantenerlo a salvo. Hallaría una manera para no detener forzosamente su concreción y acelerar su deterioramiento, pero se haría en Jadre.

—Te quedarás y ayudarás a los fayremses en la defensa del norte. Esta es mi orden final, y es irrevocable.

Diciendo esto, salí por la puerta sin mirar atrás.

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