♤58♤LA EXCELENTÍSIMA EMPERATRIZ DE IRLENDIA
Año 10
10Ka, 50Ma.
Jadre.
La cantidad de búhos que sobrevolaban los alrededores del castillo no se podía contar. De todos los tamaños y tonalidades, sus radiantes cuerpos emplumados dejaban el claro mensaje de su felicidad y el sonido que emitían la demostración evidente del acontecimiento esperado en más de cuatrocientos años: La coronación de la emperatriz de Irlendia.
Habían destapado las campanas de las torres más altas. Extranjeros de otros mundos habían traído regalos costosos, telas de seda de Turia morada (una variación muy extraña de la especie, la cual nacía una morada entre diez mil negras), también trajeron lino, y aceite de ébano refinado. Los miembros de mi clan que no pertenecían a la nobleza, pero que se les consideraba intocables debido a su estatus daynoniano, se ofrecieron para el decorado botánico del castillo y sus alrededores; les ayudaron las Vilfas, que habían trenzado frutas con flores y plantado en macetas ornamentales acacias rojas y helechos de un verde brillante.
Los idryos trajeron sus leones pues como era sabido algunos guardaban aquel excentricismo de generaciones pasadas. Los llevaban con correas e hilos de oro, y el collar que abrazaba el cuello del animal brillaban diamantes incrustados. Una combinación acertada con los ropajes distinguidos y estandartes verdes con el símbolo de dorado de león; el mismo león que asomaba en forma de broche de oro en los pechos de los idryos.
Pero sin temor a equivocarme los más formidables resultaron los fayremses. Acudió un ochenta y cinco por ciento de Villa Imperial, pues el resto tenía encargado proteger la frontera de Territorio Infame. Vinieron mujeres y niños acompañando a los guerreros. Todos vestidos de azul prusia, con estandartes de lobos y la representación en físico de los mismos a su lado, firmes, vigilantes, con pelajes de plata y bronce, negro y violáceo evidenciando su naturaleza extraterrestre. Los miembros del clan Fayrem les hacían combinación con sus armaduras brillantes y espadas enfundadas cuya empuñadura resplandecía con los rayos solares.
Porque ese primer día del año décimo el sol que dirigía su atención a Jadre contenía tal fuerza que ni los tres juntos hubieran calentado tanto. Los pájaros coreaban exaltados, libélulas de cientos de colores se cruzaban entre la muchedumbre, los insectos salían de sus escondites y los animales del bosque que estaba al este se habían agrupado por razas y miraban desde sus ramas y otros lugarcitos estratégicos la algarabía que se estaba llevando al castillo.
Todos estaban ansiosos, felices. ¿Y yo? Bueno, yo estaba viendo la conmoción desde lo alto de mis aposentos y sí, me encontraba muy nerviosa.
—¿Lista? —La puerta se abrió y mi madre entró a la estancia.
La habían arreglado preciosa. Con el cabello trenzado por partes y flores de lidis en los puntos que unían cada trenza. Su vestido era color fuego, y debo reconocer que los toques anaranjados y amarillos daban la sensación que llamaradas habían dejado la tela candente.
—Llevo casi tres años deseando que Akenatem me haga la misma pregunta para poder responderle afirmativamente, pero ahora que debo hacerlo me doy cuenta cuánto me aterra. La verdad... no estoy lista para esto.
—¿Akenatem?
—Oh es que el general y yo... nos llevamos muy bien y nos molesta la formalidad... —respondí—. Es algo solo entre nosotros.
—Me alegra que haya cedido a un trato íntimo entre ustedes, eso es muy bonito y considerado por parte del general Hakwind. No suele ser... tan generoso.
—No es tan recto como parece.
—¿Cómo?
Las comisuras de mis labios se alinearon para formar una sonrisa de boca cerrada.
—A veces puede ser muy flexible —le dije.
«Te sorprendería saber lo flexible que es ese fayremse.»
—El general es muy estricto con la ley —resaltó mi madre—, pero sin duda es un gran entrenador.
«Quebranta junto a tu hermana la ley» gritó mi voz interior.
—Sí, es el mejor entrenador que he podido desear.
—Muy bien querida, creo que es momento que te acompañe al salón de embellecimiento para que conozcas al vestido que acompañará esta ceremonia. Dices que no estás lista pero quiero que grabes algo. —Tomó una de mis manos con ternura—. Debes estar siempre lista para arder en tu propia llama.
—Arder en mi propia llama...
—Con toda la fuerza posible —añadió.
—Existe el riesgo de quedar en cenizas.
—¿Cómo podrías de otro modo levantarte de nuevo renovada para arder?
No hubo necesidad de otra réplica, comprendí sus palabras. Pero al comprenderla no pude evitar recordar a Aaron.
—Qué te pasó... —le había preguntado yo.
—Resurgí de las cenizas —había revelado él.
Existe un tipo de muerte interna, una que permite al alma seguir sosteniendo carne y huesos para la apreciación externa. Cuando uno muere internamente tiene dos opciones: quedarse estancado en lo que un día fue, o convertirse en una versión más fuerte de uno mismo.
Aaron había escogido la segunda, permitiendo que su resurgimiento se tragara por completo la dulzura y sensibilidad. Su triunfo había sido contra ese lado inocente, prevaleciendo la oscuridad. Pero yo, yo no resurgiría de las cenizas como una emperatriz tirana. Yo sería la mejor versión de mi misma y la mejor monarca que el universo de Irlendia hubiese conocido. Había aprendido a controlar mis impulsos que me guiaban a la debilidad y estaba aprendiendo a controlar los nocivos. Tenía a mi lado consejeros y amigos para lograrlo.
—Creo que la reserva de resiliencia que he estado guardando me será muy útil ahora —confesé en voz alta mientras salíamos al pasillo.
Resiliencia, la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumática, superponerse a la adversidad y amenazas, afrontar tensiones significativas. Y yo había adquirido mucho de eso.
—Hija mía, eres más resiliente de lo que cualquiera hubiera imaginado. Mira cuántas situaciones diferentes has vivido, y todas las has pasado con éxito. —dijo tomando mi mano para cruzarnos de brazos e ir caminando de ese modo hasta el salón—. También podrás con esto.
Suspiré.
—Sí puedo. Con la ayuda correcta, podré.
Empujé la puerta sin cierre que daba al salón de embellecimiento y todas las caras giraron a mi dirección. Un abanico de distintos tonos de piel y colores de cabello se extendía por el lugar. Se trataban de las hijas de la nobleza de Jadre, todas las cortesanas que trabajaban en palacio y que yo me había cruzado algunas veces pero no mantenía relaciones estrechas con ninguna; no por animosidad sino por falta de tiempo. Pero todas parecían agradables y hermosas. Sí, tanta variedad resultaba hermosa.
—Tengan paz —saludé con una sonrisa y cada presente bajó la cabeza en señal de respeto pero también admiración, en sus labios había una sonrisa.
—Su Alteza agradecerá que le concedan a partir de ahora el salón para arreglarse —pidió mi madre con esa etiqueta típica de reina.
Todas las doncellas dejaron lo que estaban haciendo y salieron por turnos haciéndome pequeñas reverencias antes de desaparecer por la puerta. Entonces fue mi turno y las Vilfas pudieron deleitarse en lo que les fascinaba sobre todas las cosas: resaltar la belleza. Se tomaron su tiempo para rizar mi cabello y amoldarlo con generosos moños que aumentaban de volumen mi cabellera. Me aplicaron aceites en ellos y usaron otros diferentes para la piel.
La preparación corporal siguió dándose con esmero según indicaba la ocasión. Me pintaron alrededor de los ojos con tintura oscura y le agregaron capas de una mezcla especial a mis labios; fresa derretida y un ingrediente secreto de las Vilfas.
Cuando llegó la hora de vestirme y trajeron el vestido de la coronación, mi corazón latió emocionado. Era... magnífico. Su color rojo brillante consiguió que mi piel blanca pareciera de porcelana. Tenía tantos vuelos que tardaría siglos en contar; si me movía, la luz de diminutos diamantes se movía conmigo en la tela. La textura era suave hacia abajo, pero dura a partir de la cadera, siguiendo de esta forma a la cintura, donde un apretado corsé trasero se aseguraba que mis escasos centímetros quedaran bajo su yugo. Toda la confección de esta parte superior era de un bronce celestial, donde el pecho me quedaba fuertemente sujeto.
Como toque final me pusieron anillos típicos de Jadre —esos que cubren todo el dedo y tienen pequeñas cadenas— y adornaron mi cuello con un colgante de oro finísimo. Cuando me llevaron a uno de los gigantescos espejos del salón y pude ver mi reflejo... Fue una bomba de sensaciones.
Mi mera apariencia podía someter.
Mi imagen evocaba poder y gloria.
Recibí alabanzas de las Vilfas, de mi madre que no encontraba las palabras adecuadas, de los cortesanos cuando salí al vestíbulo. Mi andar se convirtió en una marcha magnífica de oro y fuerza pura, porque el rojo que me envolvía desde los pies a literalmente la cabeza conseguía un efecto excelso. Llegué a la sala del trono donde reconocí a todos los que me eran cercanos y sonreí con timidez ante sus miradas de estupor. Pero lo más alucinante fue encontrarme con el ansiado trono supremo. Lo habían traído de donde fuera que estuviera guardado por tanto tiempo y su estructura era el mismísimo concepto de supremacía. Tallado en forma de sillón cubierto de hojas de oro y rodio con incrustaciones de piedras preciosas e incrustaciones de cristal que reflejaban la esplendorosidad del salón.
Sentada en ese trono la victoria sería mía.
Me acerqué para tocarlo y fui deslizando los dedos por su estructura. Estaba tan concentrada viendo mi futura yo sentada, gobernando, que no escuché cuando Lord Devian Dukor llegó a mi espacio.
—Por los diez clanes —expresó y yo me giré a encararlo.
Allí estaba, suplantando el lugar del duque que por razones personales le había cedido el «privilegio». Yo estaba consciente que la brecha con Lord Dominik era cada vez más ancha pero sinceramente ni me importaba ni me causaba angustia. Ese día era de celebración, la celebración sobre la libertad que tendríamos y no iba permitir que nada arruinara el gozo. Es más, me sentía agradecida que fuera Devian y no su padre.
—Estás... estás... —Tomó aire para seguido darse un minuto de pausa, ordenar las ideas—. Estás magnífica. No tengo otra palabra que describa lo magnífica que luces.
—También estás...
—No digas magnífico —atajó él sonriendo y sonreí—. Es la palabra que acabo de usar para referirme a ti y yo no llego a tal magnificencia.
—Eres un idryo Devian, la magnificencia corre por tus venas.
—Pero nunca será mayor que la tuya. —Sus ojos de tonalidades compuestas centellaron.
Volví a sonreír notando como mi hermano se unía al círculo de proximidad.
—Alteza. —Hizo un gesto con la cabeza que devolví—. Hoy reluces más que la propia estrella Saol cuando cayó del cielo irlendiés hermana —ensalzó.
—Debo devolverle el cumplido al príncipe de Daynon —declaré con simpatía—. Hoy te alejas de mi lado porque te robarás las miradas.
Kilian se río. No fue una risa desparpajada ni escandalosa, sino con mesura. Mantenía los brazos detrás de la espalda, el pecho erguido y la expresión neutral. Su mechón de cabello acomodado hacia atrás, los labios similares a rubíes, las pestañas de un rojo muy oscuro. Sus ropajes y capa daban envidia, hasta las mujeres quisieran llevarlas ese día. No es que el aspecto en general fuera principesco, sino que era de una realeza extragaláctica, divina, eterna...
Alejé de mi mente el impulso de preguntarle por su escapada nocturna, pero a juzgar por el aspecto radiante le había ido de maravilla.
—¿Debo tomar eso como un cumplido? —increpó con coquetería.
—Es un cumplido al estilo Tierra.
—Claro, los humanos y sus raras tendencias.
Sonreí ante eso.
—No son tan malos, puede que si los conoces más hasta te gusten.
—Será interesante descubrir más sobre esas raras criaturas, por ahora tengo con sir Adrián y el Elegido Arthur. —Levantó su mano para hacer un ademán hacia afuera—. Nuestro pueblo te espera, Khristenyara. Debo llevarte hasta el límite donde comienzan las gradas.
—Por supuesto.
Kilian intercambió una mirada con Devian, una señal que le indicaba que era hora.
«Todo saldrá bien» Interpreté su movimiento de labios cuando su coronilla rubia se alejaba. Le tomé a mi hermano el brazo que me brindaba y nos desplazamos afuera donde estaban en filas organizadas los nobles del palacio. Sin embargo me percaté que Adrián no se figuraba entre ellos. Como miembro del Consejo y Confidente de la Corona debía permitírsele estar presente entre los nobles y no abajo con el resto de habitantes.
—¿Dónde está Sir Adrián Bénjamin Kane? —le susurré a Kilian.
—El general Hakwind lo necesitaba para algo.
Me quedé tranquila pensando que él estaba con su grupo legendario y deseé que el otro Kane tuviera la misma ventaja.
«Ojalá estuvieras aquí Arthur»
Con rapidez mis ojos discurrieron abajo, la plaza se encontraba abarrotada y los patios exteriores de las almenas repletos de irlendieses de la mayoría de los clanes. Los músicos estaban apostados a la derecha igual que el día de mi llegada. Todos aplaudieron cuando la luz natural tocó los vuelos de mi vestido y una aura dorada se levantó en un círculo: mis poderes se activaban.
—Ciudadanos de Jadre —inició Lord Devian y el sonido amplificado de su voz se escuchó a metros de distancia. ¿Sistema de audio personalizado por cortesía de sir Yasaiko? Probablemente—. Estamos aquí reunidos en el primer día del décimo año, en el kiloaño diez del mega anum cincuenta para el evento más impresionante de todos los siglos.
Un murmullo de júbilo y emoción se alzó hasta las nubes y mis nervios se tensaron debajo de la piel, volviéndose dorados. Entonces cuatro idryos salieron de adentro del salón del trono, dos portaban el estandarte del clan supremo, bandera roja con un búho dorado con sus alas abiertas, y los otros dos cargaban un arca de vidrio que dejaba a la vista la corona más impresionante que yo había visto en toda mi vida: De oro puro con diademas de ámbar justo como mis ojos. El metal se forjaba hacia las puntas en un delicado diseño de hojas de apio y en la parte frontal le sobresalían cinco hileras enarboladas con zafiros incrustados. Cinco hileras como los cinco mundos de Irlendia.
Mis ojos se humedecieron de orgullo.
Fue la misma reina quien extendió sus manos para tomar el valiosísimo objeto y una vez asegurado entre sus dedos se giró en mi dirección. Las rodillas me temblaron.
—Este día ha sido esperado por más de cuatrocientos años —siguió Devian—. Y será recordado generación tras generación, después del mega anum cincuenta y por la eternidad.
Un coro de exclamaciones exaltadas acentuaron el temblor de mis piernas y también hicieron que se estremecieran las paredes. Mi madre sostuvo la corona a centímetros de mi débil cuerpo y yo me agaché para recibirla en mi cabeza.
—Reciban gustosos a su princesa perdida, Khristenyara Daynon, levantándose como la única, la irremplazable, la excelentísima emperatriz de Irlendia. ¡Larga vida a la emperatriz!
—¡Larga vida a la emperatriz! —gritaron a todo pulmón por la plaza, las almenas y las cimas de las torres.
Los sátiros de los lugares más altos rompieron el aire contra los cuernos y los músicos reales lo tomaron como señal para unir los demás instrumentos.
Me erguí ungida como emperatriz, con el símbolo distintivo en la cabeza y miles de seres irlendieses aplaudiendo con gratitud y devoción. Pero había algo más, algo en sus rostros extasiados... como si estuviesen contemplando una estrella caída. Entonces me di cuenta que el poder que había empezado a sentir minutos atrás estaba saliendo de mí, derrochándose hacia el exterior con una magnitud deslumbrante: la energía Oserium destilaba por mis poros.
Ocurrió seguido algo insólito pues el astro sol aumentó de tamaño —pero la temperatura se mantuvo agradable— y una línea de energía subió a encontrarse con el mismo. Por el firmamento se esparció una estela dorada que brindó a su vez una fina precipitación a cada zona circundante, como copos de sol. Dudé que cualquiera de los presentes hubiera visto antes algo semejante, y aún así se sentía antiguo y primario.
Sin duda fue un momento excepcional.
—•••—
La recepción de la basta nobleza con banquete en palacio la orquestaba Leidy Kerisha Daynon. Y gracias a la generosidad de nuestro clan y que nuestras reservas de oro habían aumentado en el período de tregua, después del acto de coronación se invitó al pueblo a quedarse en la plaza y sus alrededores para beber vino de calidad y participar de la celebración que continuaría hasta la hora matura.
Me tomé un buen tiempo sentada en el trono supremo recibiendo las congratulaciones de los nobles y sus presentes que iban desde telas preciosas a flotas de barcos. Se apareció entre ellos Ret Lee con una cajita que me entregó después de una reverencia.
—No tenías que traerme nada. —Sonreí mirando la caja con curiosidad.
—Esto le agradará más que otra cosa que yo pudiera traerle, Majestad —contestó invitándome con un gesto de manos a abrirla.
Cuando quité la tapa y vi que se trataba del celular de Arthur mis ojos se abrieron como platos.
—¿Lo arreglaste?
—Como ve, perdió su figura original para siempre, pero reproduce sonidos y se puede acceder a las imágenes, aunque no se vean en toda la amplitud de antes.
—Muchísimas gracias Ret. —Mis ojos se humedecieron de gratitud—. Arthur se alegrará enormemente de tenerlo de vuelta.
El xariano volvió hacer una reverencia antes de retirarse y yo noté lo satisfecho que marchaba lejos del trono.
Seguí recibiendo a los siguientes nobles y sus regalos. Algunos se atrevieron a preguntarme cuál sería mi mandato especial ahora que estaba coronada como emperatriz.
Mi madre me había preparado al respecto. Desde el ungimiento de Kronok se creó la tradición que cada daynoniano que ascendiera al trono tuviera un «mandato especial», un deseo a realizar sin contar con el Consejo o escribas. Un deseo salido de su corazón por el simple hecho de aceptar en sus hombros la pesada carga de gobernar el universo.
En el momento que me enteré de dicha posibilidad había pensado en varios deseos que guardaba en mi corazón: Extinguir el Consejo Real actual y conformarlo como quisiera; mandar a que una comitiva encontrara a Forian; anular las leyes con respecto al matrimonio de los nobles y viudas; liberar a Arthur y que sus pecados anteriores fueran perdonados...
Al final no me había decidido por nada, reservando mi «mandato especial» para cuando estuviese segura.
Los irlendieses siguieron por turnos llegando a mi trono y jurándome lealtad, también se inclinaban. Hubo un momento que el Barón Market Blof-Alante se presentó con todos sus hijos. Ya se había presentado solo el primer día del festejo pero ahora traía a su prole completa. Eran siete, un joven primogénito y seis hijas hembras cual de las seis más preciosas. Entendí el comentario de Eskandar y la entrega de Mateo Alonso al clan familiar; con dichas hijas cualquier legendario o humano perdería la cabeza. La piel de todos estaba tostada por el sol y sus cabellos cafés le llegaban más abajo de la cintura. Tenían las características físicas de los atamarinos y sus collares y brazaletes de oro competían con los del clan Idryo.
El hijo del Barón, sir Balion Alante, se excusó en cuanto vio pasar a mi tía para intercederla. Inconscientemente busqué por la sala con la vista a Akenatem y descubrí con satisfacción que tenía los ojos clavados en Kerisha con un reclamo territorial. Ella ostentaba en el cuello un collar costoso que no había lucido antes, de seguro se trataba del nuevo que el general le había prometido.
Cuando Balion se acercó a mi tía, el general dio un paso adelante pero se contuvo y se obligó a desviar la mirada a los fayremses que hablaban y bebían vino dentro su círculo. Akenatem apretó la copa de bronce que sostenía, y lo hizo con tanta fuerza que el material se abolló bajo sus manos furiosas, perdiendo la figura inicial.
Un sátiro se acercó, ofreciéndole otra copa y llevándose la deforme.
Me concentré entonces en atender lo que tenía al frente. La prometida de Mateo, Evet, me dirigía la palabra. Alabé su nombre y me contó que fue nombrada así en honor al idioma de las tierras que conquistaron sus ancestros de Atamar en el mundo de los humanos, donde traducido significa: canela. Continué intercambiando palabras con ella y justo estaba por tocar el tema de su prometido cuando un sátiro con cara de urgencia pidió permiso y me entregó un pergamino. Lo abrí mirando a ambos lados, pero nadie parecía estar al tanto que lo leyera. Se había escrito en Káliz lo siguiente:
"En la plaza, cerca de la barbacana derecha del estandarte Daynon"
Mi vista volvió a discurrir por el salón del trono. La música sonaba como si la muerte no existiera, como si la amenaza de guerra fuera un recuerdo relegado al pasado. Los irlendieses bailaban y las Vilfas alrededor de ellos. Todos parecían felices y satisfechos. Me despedí cortésmente de Evet y salí del trono sin dejar de mirar a los alrededores. Mi primera sospecha fue que se trataba de una trampa pero luego despedí la idea. ¿Quién iba a ser tan osado como para tenderme una trampa en plena plaza donde el pueblo vitoreaba a su emperatriz?
Pensé en Adrián, que no se había presentado. Quizás tenía algo secreto que tratar conmigo y no le era posible entre tantos lores y nobles haciendo fila para hablarme. Así que decidí acudir a la cita con la idea de usar una capa para cubrirme la cabeza y el resto del cuerpo. Pero aún así llamaría la atención, porque el espacio que abarcaba el vestido era demasiado ancho.
—¿Se retira Majestad? —preguntó el escriba que tenía a la derecha. Sostenía una pluma y un rollo, seguramente para registrar cada detalle de ese día.
—No pongas esto en los registros —pedí con amabilidad.
—¿Khristenyara? —Kilian se acercó preocupado—. ¿Estás bien? No se supone que dejes el trono supremo y abandones a los invitados.
—¿Puedes hacerme este favor? —supliqué.
—¿Cuál?
—Entreténlos, da la excusa que más te guste. Por favor hermano —usé nuestro parentesco cercano con la esperanza de convencerlo—. Mira a todos. —Ambos giramos las cabezas para ver a nuestra familia conversando, a los nobles bailando y en general, a los demás con sus asuntos—. No se darán cuenta que no estoy sino tardo mucho.
—Prométeme que no saldrás de los límites del castillo.
—Lo prometo.
Entonces me apresuré a salir del salón para acudir a mis aposentos y así cambiarme de ropa con esa emoción de intriga en el pecho.
•NOTAS•
Moría de ganas por mostrarles este fanart que hice con iA. Créditos a nuestra modelo ucraniana que encarna a Khris: Aleksandra Girskaya.
LARGA VIDA A LA EXCELENTÍSIMA EMPERATRIZ DE IRLENDIA!!!!
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