♤55♤TODOS TIENEN SECRETOS
Año 9
10Ka, 50Ma.
Jadre.
Regresé con Kilian exhausta por la serie de acontecimientos. Deseé que mi coronación se postergara un día más y así poder dormir veinte horas seguidas como una inversión autoencomendada para recobrar fuerzas. Pero sabía que era más fácil que se cayera otra estrella a que eso sucediera.
Mi hermano y yo entramos juntos a palacio y nos despedimos en uno de los vestíbulos del segundo piso, el perteneciente a los cuartos de víveres que terminaba en la cocina. Era un pasillo largo con varios almacenes detrás de las puertas; así que o Kilian tenía demasiada hambre y estaba dispuesto a recorrerlo para buscar un bocadillo, o simplemente quería desviarse de su habitación para hacer otra cosa y escogió dicho vestíbulo para llegar al elevador.
Mi parte curiosa reclamó ir a investigar.
Ya sé, sé que después de haber conseguido que me tratara como una hermana, de ganarme su confianza, era una total falta de respeto el que lo espiara. Pero, cualquiera en mi posición hubiese hecho lo mismo. Digo, Kilian era misterioso e inalcanzable, un príncipe con miles de secretos y cero oportunidad para descubrirlos. Y sin embargo esa era mi oportunidad, teniendo a Kilian todavía cerca, con la guardia baja y el sigilo de la noche para cubrirme.
Lo seguí con un cuidado extremo y una distancia prudencial. En el bosque cuando cazaba ardillas controlaba el viento para que fuera en mi dirección, no quería batir ninguna onda en sentido contrario. Incluso fusionaba los átomos del entorno para que crearan una especie de red y al animal le fuese pesado avanzar hacia cualquier dirección lejos de mi alcance. Finalmente las soltaba porque mi objetivo no era comer ardillas, hacía mucho había dejado de comer carne.
Algo similar usé con Kilian pero sin la parte de la barrera invisible, él era daynoniano y se percataría. Sin embargo mi sigilo era extraordinario. Lo seguí hasta el piso bajo, a los jardines. Se sentó en uno de los pequeños muros, como si esperara a alguien, por lo que me escondí entre helechos tan grandes que cubrían dos Khristen de alto y ancho.
El paso del tiempo se me hizo más largo de lo que en realidad transcurrió. Kilian no parecía impaciente, más bien daba a entender por su postura que la calma que poseía era tan infinita como la galaxia. Entonces después de un tiempo una capa oscura apareció entre las plantas. Llegó hasta el príncipe, le hizo una reverencia completa de rodilla al piso, y luego se levantó quitándose la parte superior que impedía reconocerle el rostro. Cuando vi de quién se trataba todas las dudas que anteriormente tenía al respecto desaparecieron.
—Alteza, aquí está el encargo —dijo en susurros Ret Lee entregándole un frasco que debía contener alguna especie de fórmula.
—Bien. Todo se ha hecho tal cual lo habíamos planificado.
—Seguro que sí, mi príncipe. Recuérdele a ella que debe ingerir hasta la última gota de un sorbo.
¿«Ella»?, ¿quién era «ella»? Qué tramaría Kilian Daynon...
—Me aseguraré que lo haga.
—¿Puedo preguntar, sino es mucha osadía, cómo siguió el joven Loriel?
Arrugué el ceño. Loriel... no me sonaba de nada ese nombre. Pero al parecer para Kilian era importante porque enderezó la espalda con seguridad.
—Confío plenamente en su recuperación. No obstante, lo veré esta noche.
¿Lo vería esa noche? ¿Por qué Ret sabía cosas que yo no?
—Quiero agradecerle, príncipe, sin su respaldo y contribución a la causa nada fuese posible.
Contuve un suspiro. Estaba llegándome información a tropel sin que tuviera tiempo de masticarla toda.
Era él, mi hermano era el generoso patrocinador de los científicos clandestinos de la zona secreta debajo de las calderas. Jamás lo hubiese imaginado. Al parecer Kilian era más interesante de lo que sospechaba.
—Siga trabajando como hasta ahora y mi respaldo lo acompañará como ha hecho todos estos años.
Wao... ¿años? ¿Cuántas cosas más habría hecho Ret Lee respaldado por mi hermano? ¿En qué otras clandestinidades estaría metido el príncipe? Y, ¿quién era la mencionada misteriosa y el joven Loriel?
El xariano se despidió con otra inclinación de cabeza, se volvió a subir la capa y se perdió entre las sombras. En menos de lo que podía inventar deducciones mi hermano ya estaba desapareciendo. Continué espiándolo de cerca hasta que llegamos a las caballerizas. Por supuesto que sacó a Seren. Yo no me podía dar el lujo de sacar un caballo, mi persecución silenciosa dejaría de ser silenciosa. Así que opté por una variable más segura aunque agotadora: levanté vuelo.
La cuestión de los poderes legendarios no era tan sencilla. Una vez en la Academia Forian me había revelado que no podía usar su híper velocidad cada vez que necesitara ir algún sitio, pues de hacerlo siempre se agotaría en extremo. Lo mismo sucedía con los demás irlendieses y las diversas habilidades que desplegaran. Pero eran tantas mis ganas por saber a dónde iría Kilian que me permití el derroche de energía, y seguí volando entre las nubes mientras él cabalgaba rumbo al norte.
Cuando bajó a Villa Imperial apretando el trote de Seren para llegar al puerto no tuve más dudas: se dirigía a Territorio Infame.
Me posé en una viga metálica de las tantas casas altas y formidables del lugar para ver cómo mi hermano intercambiaba unas breves palabras con el velador de esa noche. Después le dio una bolsa cargada, probablemente de oro, y se fue con su barco y su blanco corcel a la isla que tantos problemas nos había dado.
No supe exactamente por qué, pero a mi memoria regresó aquella mañana cuando acudí con la comitiva real y los soldados se rieron con Kilian respecto al camino que se perdía entre dos muros de piedra. ¿A dónde conduciría? ¿Sería allí donde el príncipe pasaba sus noches? ¿Se encontraría ahí «ella», a la que debía darle la fórmula que Ret Lee había preparado? ¿Lo estaría esperando el tal Loriel? Lo más seguro era que sí.
Me sentía cansada como para atravesar volando el mar Ciónico, además no existía en la trayectoria árboles y tejados para camuflarme, me expondría demasiado a ser descubierta y todo para nada. Decidí volverme por donde había venido con el gozoso placer de imaginar mi cálida cama. En cuanto al enigma del príncipe, tal vez Kyra podría darme el chisme más adelante, aunque según lo que le había escuchado al respecto sería una enamorada de tantas... Pero esa fórmula especial que le llevaba, uhm..., eso sí me interesaba descubrirlo. Y Loriel parecía ser alguien importante como para obviar.
Llegué exhausta al castillo y descendí en una de las almenas más alejadas de mis aposentos para no levantar la alerta de los fayremses que estaban de vigías. Esta conducía a uno de los pasillos que era paralelo al de los almacenes y la cocina, donde hacía casi una hora Kilian y yo nos habíamos despedido. Así que emprendí la marcha desviándome a este último con el claro pensamiento que todos tenían secretos en palacio por tanto, Lord Dominik Dukor no sería la excepción.
¿Qué secretos ocultaría el duque de Haffgar? Debía descubrirlos para adelantar mi objetivo de arrancarle su influencia para siempre y nunca más me representara una carga.
Me mantuve caminando hundida en mis pensamientos en dirección al elevador que llevaba al vestíbulo de los dormitorios reales. Cada vestíbulo tenía dos paradas de ascensor, así que me escurrí entre el sigilo de la madrugada para llegar cuanto antes a mi alcoba.
En un principio me pareció raro que el recorrido estuviese tan oscuro y que los faroles que siempre irradiaban una luz abarcadora no estuviesen encendidos en ese lado, que daba además a balcones construidos en circunferencia. Estaba consciente de la seguridad del castillo, y que la retaguardia estaba montada por la infantería más selecta de los mundos, no obstante mis nervios se alteraron con ligereza por lo que me vi en la obligación de repetirme que todo estaba bien una y otra vez; al menos funcionaría hasta que llegara a donde el fuego irradiaba cada rincón.
Sin embargo, justo cuando empezaba la hilera de columnas que daba paso a un nuevo balcón, escuché risas bajas y un movimiento sospechoso. Sin pensármelo dos veces me agazapé detrás de una de las columnas y asomé la cabeza.
Quedé paralizada.
El cerebro me dio mil vueltas.
El general Akenatem Hakwind tenía entre sus brazos a una mujer, solo que yo no alcanzaba a verle el rostro. La luz de la luna se colaba entre el mármol y resplandecía en la poca armadura que llevaba. ¿Por qué había venido a estas horas al castillo? ¿Le estarían relevando el turno en La Sombra? ¿Qué sentido tenía que me hubiese hecho enviar la cesta para Arthur en su nombre si tenía pensado acudir a palacio?
—Ya me queda poco para volver musa mía, sabes que no puedo ausentarme mucho —advirtió entre respiraciones cortas.
Me pareció extremadamente impropio estar contemplando dicha escena. Si él se había escapado de su deber unos minutos para estar con su amada, ¿qué tenía que ver yo en el asunto? Akenatem se había saltado varias reglas por mí, así que no me nacía echarle en cara nada. Di media vuelta y estaba a punto de regresar por donde había venido cuando sentí el rebotar de unas perlas en el suelo. Se había roto un collar y sus piezas se esparcían por el pasillo escasamente iluminado.
—Te... compraré otro —dijo con dulzura—. Te compraré miles.
La mujer volvió a reír.
—Consigues que pierda todo el sentido del deber, mi musa —murmuró él con una seducción increíble a quién quiera que fuera la afortunada.
—Estoy agotada de escondernos hasta para recibir un collar —reveló ella apesadumbrada y fue la única frase que necesité para identificarla.
Fui incapaz de moverme, por una fracción de segundos quise con todas mis fuerzas que aquello no fuera verdad, que más bien fuese producto de mi imaginación. Aunque en realidad jamás de los jamases hubiera podido imaginar algo así. Por más que lo intenté, menos pude asimilarlo.
Pegué mi espalda a la columna aguantando la respiración. Ellos se habían corrido un poco a donde yo estaba y el miedo me abarcó hasta los huesos. Una cosa era que se escondieran y yo me hiciera la de la vista gorda y otra muy distinta que nos topáramos todos y su secreto fuese vergonzosamente descubierto frente a la futura emperatriz de Irlendia.
Perdí la cuenta de cuantas reglas estaban rompiendo, pero la más grande era la que estipulaba la horca debido a la condición de ambos.
Me atreví nuevamente y con mucho cuidado a asomarme. Entonces la contemplé de perfil, rendida contra Akenatem como si fuera su único salvavidas en un mar de desesperación. Tenía su lacio cabello rojo hecho un desastre aunque evidentemente a ninguno le importaba. La piel le lucía más blanca, su expresión había perdido la rigidez; más bien mostraba una pasión incondicional. Esa actitud de entrega terminó de darme la imagen que necesitaba para comprender que aquello no se trataba de un momento, no.
Lady Kerisha Daynon, mi tía, estaba completamente enamorada del general.
«Por el clan Daynon» pensé tragando saliva «Se están exponiendo a la muerte más terrible».
Aquello era malo, extremadamente malo. Sabía que Kerisha era viuda porque mi hermana lo había revelado el día de mi boda, y el general también lo era. La ley prohibía que un residente viudo de Jadre desposara a una irlendiesa que no fuese virgen, como también le imponía a las que habían estado casadas en el pasado guardar un luto largo e inflexible y terminado este, solo podían adquirir matrimonio nuevamente si un joven soltero se los pedía. Por eso no me asombró demasiado que el hijo del Barón Blof-Alante intentara cortejar a mi tía pues este nunca había desposado a ninguna fémina.
Era una buena oportunidad para mi tía y la única siendo viuda. Las viudas del reino tenían difícil situación. ¿Qué joven se casaba por primera vez con una mujer que ya había pertenecido a otro? En la Tierra quizás fuera un asunto de poca monta, pero en Jadre era algo mal visto, incluso hasta vulgar. El irlendiés que lo hiciese corría el riesgo de perder el favor familiar; incluso había escuchado una vez a Devian contar el caso de un atamarino que había sido deseheredado.
Comprendí las sugerencias con cierta presión que Kerisha me había dedicado con anterioridad: «La vida no se presenta como uno quiere y aun cuando se nos dan oportunidades no podemos aprovecharlas por circunstancias externas, esas que lo complican todo».
Y cuando dijo: «A veces uno debe sacrificarse por amor, a veces uno ama tanto que ese amor te empuja a dejar ir a la otra persona».
Reflexioné en las palabras con ese deje amargo basado en su experiencia. ¿Cuántas veces el general y mi tía habían intentado dejarse sin resultado?
Ambos estaban conscientes del peligro de muerte, pero su amor los soprepasaba.
Y luego estaba mi hermana Kyra y su obsesión desbordante por Akenatem. Enterarse de aquello iba a ser demasiado para su joven corazón. Y mi madre, ¡mi madre ardería en vergüenza! Que la hermana de la reina fuera desprestigiada a vista de todo el pueblo para luego ser apedreada, horcada, o decapitada según lo entendiese el Consejo debía ser la peor de las suertes.
Mi miedo se hizo más grande. Ellos pertenecían al Consejo Real, tenían altos cargos en Jadre y estaban por encima de la mayoría. Su castigo de seguro era peor que el de ciudadanos cualquieras. Se suponía que debían respetar la ley, no profanarla con su conducta. En resumen: sus pecados pesaban tanto que resultaban imperdonables.
Con extremo sigilo me volví en mi camino. No miré atrás ni siquiera para comprobar si ellos se habían dado cuenta de mi presencia. Me escurrí entre la oscuridad del vestíbulo y avancé hasta llegar al otro elevador, encerrándome en el mismo y esperando que el temblor de mis extremidades cesara. No debía tomar acción, no debía hacer absolutamente más nada.
«Solo tienes que olvidarlo Khris. Olvida lo que has visto como si nunca hubiera pasado».
Llegué a mi habitación y cerré la puerta con brusquedad. Hasta el momento no me había dado cuenta de que estaba aguantando la respiración. Solté una exhalación de alivio y me acerqué al fuego llameante que se encargaba de darle calor y cierta claridad al lugar. Por eso mi tía había estado tan enfadada el día de mi boda, opuesta a la idea que adquiriera matrimonio con un hombre cuando mi corazón le pertenecía a otro.
Entonces quise saber todo de ella. ¿Con quién se había casado? ¿Por cuánto tiempo había estado viuda? Según los registros oficiales su primer prometido había sido Lukt el hijo de Olasis la mano del Rey. Todos sabían cómo terminaba la historia: Lukt la noche previa a la boda contrajo nupcias en secreto con su amada del clan Juno y se fugaron a Drianmhar. Una traición que terminó en tragedia para la mano derecha de mi padre y el escriba que ofició tal ceremonia.
Pero no me había dedicado a investigar qué sucedió con Lady Kerisha posterior a eso, ni a quién le habían buscado como esposo. Para ser sincera, los registros en Jadre no se trataban de chismes de la corte, más bien se limitaban a dar datos. Entonces, si alguien importante para la historia estaba casado para el momento que ocurrieron ciertos hechos, los registros no lo recogían. Información solamente, eso era lo que tenía al alcance. Aun así, en alguna parte debía figurar el acta del primer matrimonio de la hermana de la reina, y yo iba a encontrarlo.
Porque no podía simplemente abordar a Kerisha para preguntarle. Su rostro siempre mantenía una expresión triste, a veces era seca y distante. Instuí que tenía que ver con ese anterior matrimonio, uno que jamás mencionaba, y que de yo hacerlo, solo conseguiría remover espinas y cicatrices.
No obstante la situación actual de mi tía no debía ser difícil a los ojos de los demás; era hermana de la reina, una distinguida dama de la realeza Daynon, hermosa en atributos tanto físicos como mentales. Ella era la excepción, cualquier noble soltero podía cortejarla y pedir su mano que se consideraría un privilegio y no una deshonra. Si en todo ese tiempo había permanecido sola significaba que era fiel a Akenatem y su amor trascendía las leyes y prohibiciones.
Y él era un fayremse fuerte, intrépido y por más, bello desde la cabeza a los pies. La expresión gallarda de sus ojos mezclada con seguridad debía tener suspirando a toda Villa Imperial. Y cuando mostraba una sonrisa ¡madre mía! todo alrededor se paraba, lo había experimentado en carne propia. En ese instante se me hizo latente la estrecha relación consanguínea con Arthur: ambos sonreían y a ti se te olvidaba tu nombre, porque esas pocas veces que lo hacían todo tipo de paradojas se escondían en sus labios: peligro, orgullo, respeto, picardía.
Yo estaba convencida que las mujeres se le tiraban encima al general y sin embargo este se había rendido en el regazo de una viuda, sin importarle el desliz de la ley, sin temer el despojo de su cargo y la muerte segura.
Decidí no darle más vueltas al tema. Debía olvidarlo, debía descansar. El día siguiente sería por mucho el más importante de mi vida, finalmente sería coronada emperatriz de los cinco mundos. Tenía que enfrentarme a Dlor y su ejército; tenía que destruir el imperio androide antes que esparcieran el virus, tenía que descubrir a su creador; tenía que encontrar a Forian y someter de alguna manera al clan Destroyer para que me aceptaran como soberana y lo restituyeran como Alfa; tenía que encontrar a la sabandija de Hiro y hacerlo pagar por sus pecados.
Tenía tanto y tanto y tanto por hacer...
Extrañé ser la Khris de diecisiete años que comía pizza en Palm Spring con su mejor amiga; extrañé los problemas absurdos que en algún momento me parecieron enormes, como asistir a una academia multimillonaria con herederos arrogantes y ambiciosos que se creían el ombligo del mundo. Hasta extrañé a mi búho Órga y al malamute Ulises porque verlos jugar sin prejuicios era refrescante y motivador.
No obstante, aunque extrañé mi pasado agradecí la vida que tenía actualmente, la oportunidad de poder cambiar los mundos, de poder salvar millones de vidas y por supuesto, de poder unirme a Arthur. Porque de seguro en esa historia alterna donde yo me criaba en palacio y me prometía con Lord Devian, y llegaba a mi mundo en medio del eclipse, las cosas se pondrían patas arribas. Porque ni las piedras, horcas y guillotinas serían suficientes para amedrentar nuestros corazones, esos que estaban condenados a entrelazarse.
Sentí compasión por Akenatem y Kerisha. Me dio coraje que existieran leyes tan severas e injustas, a pesar que las mismas no podían impedirles que creciera su amor. Una vez más, odié las leyes irlendiesas.
Porque cuando el amor llama la razón calla y la felicidad prevalece. Porque amar no son ataduras, amar es libertad.
Incluso pensé en Kilian, probablemente reprimido y escondiendo a sus amores por tener un origen indigno, ser de baja cuna. Pero pronto no tendría que estarlo, nadie más tendría que sufrir las consecuencias de prejuicios y leyes estúpidas. Yo me propuse ser la solución de esas almas que exigían en silencio ser liberadas.
PD- 👆🏻Quién te mire como Akenatem a Kerisha, chiquita, ahí es. (Esta imagen fue generada con iA)
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