♤53♤ "EL ARROGANTE QUE NO DEJAS DE QUERER"
Año 9
10Ka, 50Ma.
Jadre.
Detrás de la puerta había un espacio estrecho y corto, como un pasillo curvo iluminado levemente por dos antorchas a cada lado de la pared de piedra. Al final se levantaban dos rejas de hierro revestidas con aislante. Di pasos vacilantes y recorté toda la distancia hasta situarme justo enfrente de la primera.
El calabozo no estaba tan mal. Se dividía en dos partes por otra reja para separar un hoyo donde se dejaban las necesidades, y del otro lado una cama personal acompañaba a una pequeña mesa de madera con un banco. Sin embargo Arthur no se encontraba en ninguno de esos lugares, sino en el suelo.
Estaba con las piernas estiradas, su cabeza apoyada en la pared trasera y los ojos cerrados. Al más mínimo movimiento mío, abrió el ojo derecho y sonrió.
—Vaya, al fin tengo la dicha de contar con que su hermosa Majestad venga a la penitenciaria de los pecadores a visitarme.
Suspiré hondamente. Me vi tentada a sonreír, pero recordé mis años de entrenamiento; no podía dejar que Arthur me viera vencida por palabritas simples. Sí, sí me tenía a sus pies, aún la melodía y letra de la canción de su iPhone abarcaba mi cabeza. Pero yo no podía permitir ponérselo tan fácil. Habíamos tenido un reencuentro intenso, es cierto, pero existían circunstancias atenuantes, enigmas demasiado pesados como para evadirlos. Yo era una persona diferente, y evidentemente Arthur también.
—No es «su hermosa Majestad», —dije a secas—, aún es «Alteza».
—Aún —aclaró abriendo el otro ojo—. Y lo de hermosa ha sido siempre.
«Por todos los clanes, ¡este hombre!»
Maclaré la garganta para no perder la compostura.
—Adrián vino a verte.
—Es cierto.
—¿Se puede saber qué hablaron?
—No se puede.
—Arthur... —presioné.
—Khristen —imitó mi tono y se quedó mirándome un rato. Yo me crucé de brazos para lucir disgustada, pero nada aflojaba la precisión de su mirada—. Haces un gesto con la nariz que se me antoja muy seductor cuando te molestas —notó.
—¿Y esa espontaneidad? Sino te conociera diría que estás siendo romántico.
—Estoy cansado de decirle las cosas a tu recuerdo. Por lo que sí, hermosa, seductora y no podía faltar, ridícula... —mencionó lo último con un placer envidiable y yo apreté mis labios reprimiendo otra sonrisa—. Te lo diré las veces que me plazca. Perdí casi seis meses sin poderte decir lo que me viniera en gana así que ahora no vas a detenerme.
—Sigue siendo agresivo a la hora de expresarse señor Kane —dije con aristocracia en un tono ofendido.
—Qué bueno que eso me importe lo mismo que a un político su reputación.
Esta vez no pude reprimir la sonrisa, aunque fue breve. Él también pareció divertido aunque contuvo cualquier sonido. Sin embargo su expresión innegablemente coqueta burló mis defensas.
«Sangre Fría» me regañé
—¿Cómo está mi madre? —quise saber. La extrañaba muchísimo.
—Vanessa está mejor que nunca. Sigue siendo ama de llaves a pesar que Alioth se oponga. —Arthur se encogió de hombros—. Según ella, no quiere estar ociosa como esas mujeres ricas que terminan bebiendo mucho.
—¿Por qué Vanessa diría...? —Entonces abrí la boca en una gran O. Arthur arqueó una ceja—. Desde... desde cuándo ellos...
—Comenzaron a salir cuatro semanas después que te marcharas. Mi padre..., sabes cómo es, demasiado lento e indeciso para ser un Kane. Pero finalmente se decidió a lanzarse y ha estado dando los primeros pasos hasta proponerle matrimonio.
—Me alegro por ellos. —Sonreí con nostalgia. Álioth la haría feliz.
—También se alegran los socios de mi padre. Por las cámaras se nota claramente cómo se les van los ojos a Vanessa.
—Ella siempre ha tenido una presencia digna de admirar —resalté.
—Tú más —me sorprendió él y mi estúpido corazón pegó un brinco. Al instante Arthur esbozó una sonrisa maligna—. Aunque sigo pensando que tus pijamas son horribles y sin ningún sentido de la moda.
—A lo mejor en Jadre he aprendido algo de moda y mis pijamas ya no son horribles —aposté osada.
—Oh, ¿en serio? —Me dedicó otra sonrisa maligna y yo caí en cuenta de lo que había dicho—. Habrá que descubrirlo...
—Ejem... —Me aclaré la garganta para volver a sonar serena—. Se piensa realizar mi coronación a emperatriz empezando el año diez, es decir, después de esta noche.
Arthur chifló.
—Quién lo diría, nuestra ridícula terca convertida en emperatriz.
—Respeto prisionero, técnicamente tengo muchísimos más años que usted.
—Según mis cálculos más de cuatrocientos.
—Cuatrocientos nueve irlendieses para ser exactos —reconocí.
—¿Te das cuenta que no tenías realmente diecisiete años cuando Alioth te matriculó en Howlland, verdad?
—Sí, podría hasta haber sido tu maestra —dije.
—Lo dudo. Tenías un carácter bastante inmaduro, ideal para compartir guardería con niños de cinco años.
—Ah, ¿yo carácter inmaduro, Señor Respeto, dueño del Complejo Kane?
No pude evitarlo, me salió tan espontáneo que compitió con la actitud ajena con la que había entrado a la celda. Ambos nos sentíamos reconfortados al remontarnos al pasado. Era agradable después de tantas vivencias separados mencionar cosas claves que caracterizaron nuestra relación tiempo atrás. Sin embargo, yo no había olvidado tampoco lo que había sufrido, ni todo el rencor acumulado durante años en Irlendia tratando de olvidarlo.
De un momento a otro, la tensión se extendió por el calabozo y Arthur debió ser consiente del recrudecimiento de mi expresión, de lo sombría que se volvió mi mirada. La felicidad se le borró del rostro.
—Imagino que ya te hayas puesto al día con lo que sucede conmigo.
—Recién salgo de una acalorada reunión con el Consejo Real por lo que sí, estoy al tanto de lo más importante aunque los detalles se nos escapen a todos.
—La ley dicta que deben matarme, eso repitió Akenatem y el príncipe...
—Kilian.
—Sí, Kilian. ¿Imaginabas que tendrías un hermano?
—Y una hermana.
—¿Es más hermosa que tú?
—¿Te gustaría que así fuera?
Arthur alzó las cejas y esbozó otra sonrisa socarrona.
—¿Celosa?
—Para nada —admití. Mi hermana era hermosa a su modo, una hermosura diferente a la mía. Se parecía mucho a nuestro padre según los retratos—. De hecho, puedes admirar cada fémina del reino, no conseguirás mis celos.
—No creo ni una palabra de lo que dices. —Se puso de pie y empezó a caminar a la primera reja de su lado.
Yo ahogué un suspiro.
Por el clan Fayrem, qué rápido había olvidado su altura, constitución y atractivo. Arthur Kane eran esas líneas perfectas, esas curvas moldeadas, ese conjunto hipnótico de hombre en una mezcla de gris, blanco y rojo. Y ahora que el cabello se le había oscurecido sus rasgos recios, firmes y sensuales se agudizaban con una intensidad poderosa.
Agarró la reja con las manos y apretó al punto que las venas se empezaron a marcar, como en esas ocasiones que manejaba y transmitía su rabia al timón del auto. Eran manos varoniles, con uñas perfectamente recortadas. Enserió la expresión y habló como en una especie de reto:
—Puedes decir lo que quieras, puedes fingir lo que quieras, yo continuaré siendo la debilidad más grande de la futura emperatriz de Irlendia.
También me acerqué a la segunda reja, también apreté sus barrotes. La rabia que había acumulado creció violentamente como una lengua de fuego que recibe leña:
—Llevo años entrenándome para no ser más débil, Arthur Kane, para no dejar que ninguna debilidad me rinda..., incluyéndote.
Él arrugó la frente, en realidad no se lo esperaba.
—No tienes ni idea de lo que he vivido estos años en Irlendia —dije trayendo el resentimiento—. Era mi corazón Arthur, mi corazón que seguía aferrado al tuyo a pesar de los años luz de distancia que nos separaban. De la desesperanza...
—Khristen... —Sus dedos aflojaron el agarre de la reja.
—No me podía desprender de la sensación de dolor, rencor y deseo. Y me odiaba por eso, odiaba no poder prosperar en mi nueva vida porque tu recuerdo seguía doliéndome mientras sonreía como tonta al rememorar tus gestos, palabras o preferencias. Pero a pesar de extrañarte el rencor hacia tu persona era inmenso, hacia todo lo que me hiciste sufrir aun con un propósito, hacia cada palabra hiriente siguió creciendo un rencor que debía estar prohibido. Y finalmente el deseo, ese que ardía dentro de mis células, que me corroía los huesos y me derretía la piel. Deseo por tenerte, por golpearte, gritarte, amarte... Incluso sin estar presente me fuiste un suplicio Arthur Kane, porque mientras te llevaba conmigo el universo alrededor me necesitaba y tú eras un martirio imposible de arrancar.
Él se había quedado observándome con esa profundidad que frecuentemente emanaban de sus ojos grises; a veces podía significar ira, otras veces pasión, para alguien que no lo conociera sería difícil descubrirlo. Pero yo había aprendido a descifrar a través del gris más turbulento que existía en la galaxia.
—¿Y ahora? ¿Ahora que se ha desvanecido tu primera reacción al verme aquí, en tu mundo?—Tragó saliva con seguridad, sus hombros se quedaron rectos y su pecho erguido.
Ambos todavía teníamos a flor de piel el emotivo encuentro que puso fin a la ceremonia de boda antes que yo diera los votos. Fue un momento inigualable que nunca olvidaríamos.
—Dime Khristenyara Daynon, Por qué viniste a La Sombra a pesar de ese odio inmenso que dices tener. ¿Tiene lógica?
Me estaba retando, quería destruir mis barreras y ahondar en mi interior.
—Porque te necesitamos para acabar la guerra —dije a secas—. Me fui en contra de casi todo el Consejo para hacerles entender que usaré como desee al Elegido. Vine a decírtelo.
Noté la decepción en su rostro, pero rápidamente recibió otras emociones, unas apegadas a decisión y seguridad.
—¿Y por qué no mandar a cualquiera a dar el recado?
—Quería hacerlo en persona —confesé, observándolo de pies a cabeza muy lentamente—. Y eso no entra en discusión.
—¿Por qué te empeñarías en aferrarte a lo que te hizo y hace tanto daño?
Y volvió a desarmarme. La respuesta que tenía para eso quería reservármela, no estaba dispuesta regalársela tan fácil después de tantos entrenamientos con sangre y sudor. Sí, me había dicho que me amaba, había venido a Irlendia por mí, pero tenía que seguir demostrándome ese amor. Tenía que ganarse mis respetos y el despojo de mi odio. Si él se creía el único capaz de dañar estaba muy equivocado. Yo me había moldeado fuerte, me había formado bajo el yugo de acero del general Fayrem.
Así que levanté el mentón con orgullo y mis palabras se escucharon con la solidez que pretendía:
—Porque soy la bomba que estalla ¿lo olvidaste? Soy el volcán en erupción, soy el hielo que congela, soy la energía que consume hasta las cenizas. Tan nociva, obstinada y poderosa que represento una gran bandera roja andante. Soy tan dañina como tú, Arthur Kane.
Él se relamió los labios para murmurar:
—Entonces luchemos contra el daño juntos.
Diciendo esto la celda empezó a temblar, el suelo, las paredes... El aislante estaba haciendo reacción con el despliegue de poder del hombre que se convertía en una escultura móvil de acero. Arthur cerró los ojos y apretó los puños. Las venas de sus brazos resplandecieron en un color ocre conocido. Las muñequeras brillaron y él gimió de dolor. Trató de tranquilizarse, exhalando e inhalando, y todo temblor se detuvo.
Llevó una mano a su oscuro cabello y lo peinó hacia atrás con frustración, un acto que me pareció de lo más provocador; algunas hebras volvieron a caer delante, pegándosele a la frente sudada. Me miró desesperado y se mordió el labio inferior.
—Si esas malditas rejas no estuvieran en medio, si yo no estuviera preso, si tan solo pudiera llegar a ti Khristen... —Resopló y pateó la reja con enojo. El sonido reverberó hacia arriba—. Juro por los diez clanes que te hiciera olvidar todo ese odio que crees sentir, te recordara lo bien que se siente estar a centímetros de mí, te susurrara un millón de secretos de los que solo nos podemos enterar tú y yo.
Aunque ya nada estaba temblando alrededor mis rodillas sí lo hicieron. ¿A dónde se había ido tan veloz la resistencia que me daba la rabia?
—Nociva o bandera roja, lo que sea que se te ocurra para nombrarte, a mí no me importa ¿sabes? Puedo contigo y con todas tu facetas. Y si crees que lo nuestro es dañino quiero que sepas que me parece perfecto, porque lucharé contra eso. Lo único que me importa es estar contigo, todo lo demás sobra. El mundo me sobra, nada podrá detenerme.
—Eres un maldito arrogante —evidencié con cierta satisfacción. Una felicidad extraña me recorrió entre los miembros.
—Tu maldito arrogante, solo tuyo.
Una vez más había burlado mis defensas sin siquiera tocarme. Ese poder..., ese poder tan supremo no lo poseía nadie más que él. Sí, era mi maldito arrogante sin par. Y estaba enamorada de eso, por mucho que me negara a reconocérselo.
Arthur volvió a permitirse sonreír complaciendo mis ojos. El acto tuvo un efecto revitalizador, porque hacía unas horas cuando lo había visto agonizando descontrolado cubierto de acero, fue como si algo dentro de mí se rompiera.
—No has sentido más... ya sabes...
—¿Dolores? —terminó y asentí. Automáticamente negó con la cabeza—. Antes cuando me han traído la comida me han dado calmantes y una especie de invento de los xarianos. Aguanta la transformación en contra de mi voluntad por un tiempo, como has podido notar. El aislante también ayuda y las muñequeras hacen su parte.
—La mitad del Consejo desertó hoy —revelé—. La otra mitad está decidiendo cuándo soltarte. Eres lo suficientemente peligroso para que se tomen su tiempo, pero les he convencido que eres un ser racional y más adepto al control que nadie.
Arthur arrugó la frente.
—Esto es tan nuevo para ti como para mí. No sé cómo controlarlo solo. Aunque me he dado cuenta que si no me hacen enojar, todo se mantiene bajo control.
—Eso no se escucha muy prometedor.
—Pudiéndonos tocar tú y yo, todo lo demás me importa poco, te lo dije. Me tomaré los brebajes que hagan falta para tenerlo controlado.
—Esto es serio Arthur, no es como que te prendes fuego a ti mismo —alegué, contrastando mi descontrol de poder con el suyo—. Debes aprender a dominarte, no puedes estar eternamente tomando brebajes. Si no te dominas, aunque estés lejos puedes matar a inocentes. Pero yo sé que lo harás sin necesidad de fórmula alguna—aporté para no desanimarlo—. Por eso es necesario que cuando comparezcas ante el Consejo, jures que controlarás tus arrebatos y es indispensable que te esfuerces por cumplirlo.
—Tal vez nunca pueda sin la ayuda de la fórmula... —insinuó por lo bajo con sinceridad.
—Claro que sí, eres Arthur Kane, lo puedes todo —animé—. Mírate, míranos, ¿quién nos diría que podríamos estar aquí? De alguien haberlo hecho nos hubiéramos burlado en su cara. Pero aquí estamos, separados por unas rejas que pronto desaparecerán.
Arthur en cambio recrudeció la expresión.
—Me estoy desatando hermosa, y probablemente eso signifiquen muchas cosas malas. Temo que no podré jurarle al Consejo lo contrario.
Trepidé. Arthur con poderes desarrollados y su ira desatada en medio de una guerra no era buena combinación. Pero ahí estaba, sin una silla de ruedas, demoliéndome con la mirada; ni siquiera tenía que tocarme para conseguir que se extendiera la debilidad por mis piernas.
Había pasado el primer impacto por verlo, esa alegría e incredulidad..., ya estaba desvaneciéndose. Luego, mi odio, rencor y rabia habían tomado lugar, esos sentimientos negativos que me habían ayudado a ser fuerte, a no permitir que nadie dañara mi corazón nunca más. Y había acudido a la celda de Arthur con todos ellos presentes.
Sin embargo con sus palabras sinceras él había podido desbaratarlos.
Aunque siguiera siendo un peligro andante. Aunque siguiera siendo un arrogante. Aunque yo fuese una mujer complicada. Aunque nos faltara mucho daño que intercambiar, pues nuestra tendencia a probarnos con el otro continuaba tan latente como cuando nos conocimos. Pero, ¿qué hacerle? Él estaba dispuesto a enfrentar todo eso. Yo no me hallaba descubriendo un romance con nadie más.
Éramos un veneno del cuál ambos éramos el antídoto.
Arthur se volvió a morder el labio, volteándose a la única ventana de su celda desde donde se veía en la distancia del terreno bajo un árbol y llanura hasta que las lomas de All-Todare iniciaban su escalonada.
—¿Sabes que a veces te veía por la Mansión Fortress? Cuando miraba a la piscina, bailabas en el fondo del agua. Cuando en la noche se encendían las estrellas en el cielo de California, ninguna brillaba tanto como tus ojos. Cuando dejaba volar la imaginación, mis labios se encontraban con la suavidad de los tuyos en una danza eterna de la que nadie nos podía despegar.
Mordí también mi labio inferior.
—Llegaste justo a tiempo. Si le daba el Sí a Adrián...
Arthur bufó sacudiendo la cabeza.
—No ibas a dar el sí.
—Estaba a punto de hacerlo. Solo estaba recogiendo valor para...
Volvió a negar con la cabeza, en esa ocasión resoplando y enarcando las cejas.
—Tendrías que volver a nacer para ver si en otra vida te enamoras de él. —aseguró—. Y aún así, si yo existiera en esa vida, jamás pudieras conseguirlo.
—Maldito arrogante —repetí casi que feliz.
Arthur continuó sin afectarse:
—No tiene la táctica adecuada para arrancarme de tu pecho Khristen. Nadie la tiene.
Sentí mi alma desplomarse hacia el vacío e impactarse ruidosamente contra la nada. ¿Contradictorio? No, absoluto. Arthur me producía todo tipo de cosas imposibles de creer.
—Adrián siempre me ha cuidado y ayudado en momentos difíciles, es como un bálsamo —declaré.
—Lo sé —afirmó, obligándome a que subiera la cabeza para encontrarme nuevamente con su rostro—. Por eso precisamente no lo amas. Entrenamiento por años y todas las excusas que quieras poner, tú tienes una debilidad insana por el riesgo y eso aplica en todo aspecto de tu vida Khris, incluyéndome.
Nos quedamos unos segundos en silencio, segundos que él aprovechó para observarme una vez más con tantas ansias que simplemente ponían los nervios de punta. Su cabello tan oscuro, casi negro me hizo sospechar que llegaría el punto de nunca más ser ese castaño que según el ángulo atrapaba los rayos del sol. Noté también cómo el cuello y los brazos se le revestían de acero por segunda vez, luego volvían a la normalidad en un proceso disparejo.
—Adrián es transparente y apacible, todo lo contrario a mis defectos. Pero ¿adivina? Yo seguiré siendo el arrogante que no dejas de querer.
No articulé palabra. En cambio emití un sonidito débil producto a una exhalación de placer. Arthur me clavó las tormentas incansables que le daban el toque fiero a su rostro, con ellas fue recorriendo un camino que logró estremecerme.
—Lo nuestro es indestructible Khristen. No tiene fronteras, no tiene impedimentos y no tendrá final.
—Basta —pedí tratando que no me fallara la voz y me aferré a las rejas de la prisión.
¿Adónde se había ido la rabia, el rencor y odio cuando los necesitaba? ¿Qué estaba pasando con la mujer inaccesible que quería mostrar?
—Vas a conseguir que me metan presa por derretir esto que se interpone entre nosotros. —Las rejas revestidas no se inmutaron bajo mis manos que se prendieron en un fulgor dorado. Pero yo sabía que de exponerlas el tiempo suficiente mi deseo iba a lograr derretirlas. Disponía de la alineación cósmica en mi anatomía para lograrlo.
—Entonces que suceda. —Sonrió el preso con picardía—. Piénsalo, te encierran aquí en una celda apartada conmigo —figuró y mis mejillas ardieron más de la cuenta—, así podrás vengarte con todas esas palizas que llevas años guardándome. Bingo para ti princesa.
Sonreí, sonreí amplio y libre y ¡cielos! al excusado la insensibilidad, quería disfrutar ese momento de lleno.
—Pts, oye —captó mi atención que ya estaba en sueños vívidos—. Te amo, ¿escuchaste? Te he estado amando todo este tiempo. Te amo, no quiero retenerlo más.
Y en esa ocasión el suspiro sí escapó de mi boca. Fue algo así como un jadeo y se llevó consigo la poca estabilidad que me armaba. No veía la hora que pudiéramos estar juntos, la ansié más que nada. Cómo cambiaban las cosas, tan... tan drásticamente. En otro tiempo cualquier palabra salida por esos labios Kane voluminosos me hubiera irritado. Sin embargo allí en una prisión de Jadre me hacían sonreír como una idiota enamorada, pero una idiota enamorada libre después de todo.
Éramos libres a pesar de los elementos que indicaban lo contrario. Libres para amarnos sin miedo a lo que pasara después. Libres aunque la ley nos tildara de pecadores. Yo iba ir en contra de todo el que se opusiera para conseguir nuestro enlace como algo más que emperatriz y Mano Derecha. El universo y su eclipse quíntuple nos habían concedido libertad inquebrantable.
Respiré como me había enseñado Akenatem. Respiré recuperando la cordura.
—Me encantaría aceptar tu oferta de entrar a la celda pero debo marcharme. Hay muchos preparativos en palacio en los que se necesita mi presencia. Como te dije mañana será la coronación.
—Entiendo excelentísima, hermosa majestad —añadió jubiloso—. No tienes que disculparte.
—Cómo me gustaría que estuvieras presente...
Arthur torció los labios en aquel gesto que le quedaba tan bien. Pero en ese instante denotaba frustración. Él sabía que no podría asistir a uno de los días más importantes de mi vida.
—Intenta descansar —le sugerí señalando la cama.
—Está dura y desprende un olor asqueroso, a saber cuántas sabandijas se han tirado ahí. Probablemente haya hasta pulgas... Prefiero el suelo, gracias.
—Arthur, estás en una cárcel.
Me miró con obviedad. Fue una expresión que traduje: «¿Significa que debo comportarme como un sucio preso?. Puff ni lo sueñes sigo siendo Arthur Kane aunque me haya dejado apresar».
—De acuerdo —concedí—, ordenaré que te traigan sábanas con olor a lavanda y almohadas con plumas de pavo real.
La idea pareció animarlo.
—Eso se escucha mejor. —Levantó el pulgar y yo hice lo mismo, preguntándome si tal vez debería dejarlo en la cama asquerosa para que aprendiera un poco de humildad.
Entonces sin aviso Arthur volvió atravesar el calabozo, llegando hasta su reja, la primera en su lado de las dos que nos separaban. Me puse nerviosa y mis piernas volvieron a flaquear. No quería sentirme débil de nuevo pero como había reconocido el causante, él representaba la debilidad más grande de la futura emperatriz de Irlendia.
Cojeaba un poco, y a pesar que estiró sus manos entre los barrotes intentando vencer la distancia de la segunda reja apenas logró rozarme los dedos de la mano que yo también estiré. Pero ese pequeño roce lleno de chispas fue suficiente para zarandearme hasta el suelo que pisaba.
—Me encanta sentir cómo me mimas.
—No debería hacerlo. —Torcí los labios intentando parecer enojada pero la verdad fue que me salió un puchero—. Bastante mimado creciste.
—Anda ridícula mía —hizo uso del apelativo para sacarme una sonrisa—. No negarás que te encanta que me encante que lo hagas.
Qué puedo decir, terminó de derretirme con eso.
«Maldito arrogante»
—Pero, ¿te digo un secreto? —continuó.
—Si me lo dices ya no será secreto —respondí a pesar de la curiosidad.
—Será un secreto solo de nosotros dos —ronroneó—. Cuando salga de esta pocilga, te devolveré los mimos.
—¡Arthur!
El rubor se me hizo evidente por millonésima vez.
—Hablo en serio. Y mis mimos serán mejores que los que me estás dando ahora, ya verás.
—Buenas noches —despedí porque de quedarme un segundo más habrían pasado cosas graves.
Como que Lord Dominic Dukor le hubiera dado un infarto al enterarse que había roto la seguridad de la celda más protegida de La Sombra solo para meterme dentro con el pecador. Y en esa Akenatem no podría respaldarme.
Lo que más quería en ese momento era acurrucarme a Arthur y cerrar los ojos sin el peso de las responsabilidades, sin monarquía, sin la guerra. Solo nosotros dos haciendo sobrar al mundo. Ser una prisionera más en ese momento tendría sus ventajas.
—Buenas noches —despidió él rozando ágilmente los dedos de mis manos antes de recoger sus brazos.
Lo miré por última vez, anhelando seguir viéndolo todo el tiempo que me apeteciera... Pero no podía, al día siguiente me coronarían emperatriz y no podía ni siquiera decidir sobre el hombre que amaba sin causar otra guerra civil en Jadre.
Al parecer Arthur comprendió el debate que se ejecutaba en mi cabeza porque hizo una leve inclinación de cabeza. Un movimiento que encerraba el claro mensaje de despido, de que me fuera y no me atormentara al respecto.
Salí de aquel lugar en contra de mi verdadera voluntad, arrastrando mis pies con esfuerzo.
—•Notas•—
Aaaaaaaaaah! No dejo de gritar, no dejo de gritar desde que apareció mi Arthur!!! ESTE ES DE MIS CAPÍTULOS FAVORITOS! (Ok llevo como 3 capítulos diciendo eso 🤭)
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