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♤51♤LA SOMBRA

Año 9
10Ka, 50Ma.
Jadre.

El Consejo Real no es que tuviera los mejores ánimos. Tras la repentina interrupción de la ceremonia de boda, las especulaciones sobre el Elegido, la muerte de los fayremses y la sed de venganza por algunos ciudadanos de Jadre el aire que se respiraba en el salón de la mesa de diamante no era saludable.

Cuando entré se estaba librando una discusión sobre las noticias que llegaron de todas partes de nuestro mundo. Los habitantes habían experimentado un temblor dentro de su cuerpo a raíz del desborde de energía Oserium por el eclipse. No obstante los del clan Daynon fueron los visiblemente experimentaron dicha reacción, mandando informes a palacio sobre las venas resplandecientes. Al parecer la mitad del Consejo, reiterando la amenaza de los Oscuros que había traído Jasper, opinaba que era el momento idóneo de atacar mientras que el resto se oponía a dar el primer golpe.

Me adentré al salón y todos se callaron. Ocupé mi lugar a la mesa y fue Lord Dominik quién rompió el silencio.

—Alteza... se encuentra en un estado normal —se asombró.

Tal vez porque el momento lo ameritaba, o porque el berrinche se le había pasado, Lord Dominic Dukor estaba en su puesto de siempre. Me pregunté cuánto duraría allí; parecía que el duque y yo estábamos destinados a chocar todas las veces.

—Así es —respondí alcanzando uno de los papeles sobre la mesa. Eran mapas y coordenadas de Balgüim. Tragué grueso.

—Estábamos debatiendo la posibilidad de atacar —retomó Dominic.

—Y también la negativa a hacerlo —agregó Devian.

Me gustó que le fuera a la contra a su padre abogando por la paz hasta que no quedara más remedio. Tuve un deja vu con Abner aquel día de la reunión en la Fortaleza previa al ataque de la misma.

—¿Qué opina el general? —quise saber.

Desde que había entrado Akenatem estaba perdido en sus pensamientos, mirando por el ventanal más allá de las lomas que marcaban el territorio de Haffgar.

—El prisionero... —comenzó y me tensé en la silla—, nos ha contado como fue que sucedió todo.

Akenatem hablaba pausado, haciendo acoplo de sus emociones. Siempre había visto al general muy por encima de cualquier situación, pero era obvio que procesar lo que Arthur le había contado lo llevaba a los límites de su aplomo.

—Ese era el próximo tema a tratar, el más importante de hecho. Pero ahora de manera breve debemos decidir por unanimidad si iniciaremos el ataque contra los Oscuros antes que lo hagan ellos —ratificó el duque—. Lo del monstruo de acero no concierne con...

—Oh sí que concierne duque —interrumpió Akenatem con un tono imperioso—. No tiene ni idea de cómo concierne. Le recuerdo que es el elegido por Tornado, que en su cuello ahora reposa el colgante del colmillo. Usted sabe que han ocurrido sucesos decisivos para la Guerra Roja. Eso por encima del eclipse, lo cambia todo.

Lord Dominic no se intimidó.

—Ese «Elegido» mató a más de diez guerreros suyos general. ¿Le recuerdo lo que estipula la ley para los asesinos? Zac Dass, enuncia la ley número cinco.

—"Nadie que levante su mano contra un miembro real o noble saldrá ileso si el asunto termina de forma mortal" —recitó el zorro bibliotecario acomodándose los lentes—. La sentencia dicta vida por vida. Pero...

—Es lo estipulado —volvió a interceder el duque sin darle oportunidad al híbrido rojo a terminar.

—Créame cuando le digo que me interesa más que a usted cobrar esas muertes —juró Akenatem—. Pero él aseguró que estaba fuera de sí, no controlaba la situación.

—Veo que un par de horas con el prisionero han logrado batirle el cerebro general —bufó Dominic—. Muchos lo habían intentado antes sin resultados, y he aquí un descontrolado que mata a diestra y siniestra que logra convencerlo con habladurías.

—Padre... —Devian tosió incómodo.

—¡Eso no es cierto! —Akenatem golpeó la mesa con furia poniéndose de pie y los presentes se estremecieron—. Estamos hablando de un hito sagrado para toda Irlendia. —Su tono no era precisamente amable—. Ese prisionero no es nada menos que un descendiente directo de Ared por ambos progenitores. Ared Hakwind, nuestro entrañable general que lideró las más de cincuenta victorias seguidas que ha tenido el clan Fayrem.

Hubo un murmullo de asombro entre el Consejo. Yo misma sentí una parálisis mental respecto a cualquier asunto, porque aquello significaba que...

—Es cierto —apuntó mi hermano Kilian—. He llevado a sir Yasaiko para que le extraiga sangre y se investigue lo que le pasa. Uno de los resultados mostró que el general Hakwind y este Arthur Kane comparten el mismo ADN.

Lord Dominic alzó las cejas pero no dejó que la estupefacción se apoderara por mucho tiempo. De repente, una sonora carcajada fue la protagonista.

—Ya entiendo. —Logró decir entre ahogos de risa ante la seriedad de todos nosotros—. La vena familiar te ha puesto débil Akenatem. —Siguió riendo—. Que ese engendro de acero sea descendiente de tu padre te ha sensibilizado de una manera tan indigna de un guerrero...

El duque reía y reía como si fuera la cosa más graciosa del mundo. Pero lo cierto es que no lo era, sobretodo para mí. Ared, el último de los Legendarios Fayrem en cruzar por un agujero no solo había sido bisabuelo de Arthur, el padre del gran Aquila Kane, sino que también fue el padre de Agamón y Akenatem. Ared, el general más entrañable de Irlendia. Me dieron ganas de acallar las carcajadas del duque pero a puñetazos.

—Piensa lo que quieras —dijo Akenatem con un tono más neutro, enderezando la espalda—. Pero lo cierto es que ese que llamas «engendro de acero» nació en la Tierra en la misma fecha que nació Khristenyara en Irlendia. Tornado no se ha equivocado.

Al escuchar eso todos los presentes abrieron la boca, incluyéndome. Incluso Lord Dominic le fue imposible reír. Ya no solo se trataba de un enlace sanguíneo con el general fayremse, sino de un enlace con la propia galaxia.

—Su origen es digno y ha sido escogido por encima de las opiniones personales de cualquiera de nosotros, incluso de usted duque —sentenció Akenatem y nadie se atrevió a contradecirlo.

Otro silencio abarcó el salón; este más pesado que el anterior que no fue interrumpido por ninguna burla. Me quedé atónita tras escuchar detalles de Arthur que antes no sabía y comprendí muchísimo mejor el porqué estaba por encima de los demás descendientes de la Academia, incluso de sus primos. Él había nacido un veinticuatro de julio, lo sabía porque todos los seres humanos se sabían la fecha mejor que cualquier otra. Y esa fecha en Irlendia, hacía muchos kiloaños atrás, un poderoso eclipse quíntuple había derrochado basta energía Oserium que escapó a través de los portales que unían ambos universos.

La misma fecha en que yo había nacido. El año seiscientos del kiloaño nueve en Irlendia, fue el veinticuatro de julio del año dos mil en la Tierra.

En ese momento razoné que en el planeta Tierra la radiación debió haber sido lo suficientemente poderosa para influir en la matriz de las que llevaban sangre legendaria, y por ende, a los nacidos bajo el efecto. Solo era cuestión de estar en el lugar exacto donde cayera la energía y en el momento preciso.

Por eso Arthur era especial y su abuelo Aquila lo sabía. Siempre lo trató con parcialidad por encima de sus primos y él se crió con esa idea de que era superior porque realmente lo era. Un portento sobrehumano viviendo entre descendientes. Su destino siempre había sido Irlendia y él había pasado sus años renegando del universo paralelo y deseando ser un chico normal, ser reconocido por méritos propios y no una alteración genética legendaria. Él nada menos.

Menudo chiste existencial.

—El eclipse —tomé la palabra y todos me miraron—. El eclipse de hoy debe haber ocurrido en la Tierra horas antes que en Irlendia. El tiempo aquí no transcurre igual, pero el fenómeno quíntuple debe haber propasado la balanza del tiempo y roto el equilibro universal, justo como hace más de cuatrocientos años atrás. Ahora lo entiendo. —Me puse de pie, aceptando todas las conexiones que trazaba mi cabeza—. Yo esperaba consecuencias excepcionales del eclipse sobre mí, pero estaba equivocada. —Caminé hacia el ventanal y apoyé una mano. El cielo se había tornado de un rojo muy oscuro como sangre podrida. Sin embargo las estrellas resplandecían como si la sangre que destilara el cielo no les afectara—. Siempre se trató de Arthur.

—Alteza, él ha pedido verla —comunicó Akenatem pero no aparté la mirada del cielo.

Había una paz extraña en lo que captaban mis ojos.

—¿No pensará dejar a ese pecador sin castigo, Alteza? —instigó el duque y apreté mis puños.

«Lord Dominik Dukor, duque de Haffgar, te estás acercando peligrosamente a un derrumbe de tu cargo y vida» gritó la voz interior que habitaba en mis profundidades daynonianas mientras mis puños se contraían y corrientes eléctricas verdes y mortales los recorrían.

«Sangre fría. Sangre fría. Sangre fría»

Las comisuras de mis labios se alzaron en una sonrisa que bien podía catalogarse como impávida.

—Lo someteré a algo que ni a usted ni al resto del Consejo les cabe en la cabeza, Lord Dominic —revelé, girándome finalmente.

Posé en él mis ojos encendidos en fuego. Aumenté mi sonrisa de triunfo.

—Sabía que nuestra futura emperatriz tomaría la decisión correcta —dijo el duque remilgado, dando por hecho que aunque se usara a Arthur para fines beneficiosos, no se libraría de la ley—. Me parece que hablo en nombre de todo el Consejo cuando digo que nos gustaría saber qué pretende con el monstruo.

No desarmé la sonrisa. Mis ojos seguían incendiados en fuego, y una luz dorada recorrió mis brazos. Levanté el mentón en un gesto imperial con una amenaza silenciosa que debía acompañar a todos los monarcas que habían existido.

—Pretendo convertirlo en mi Mano Derecha.

—•—

La Sombra no se comparaba al Séptimo Abismo, pero no significaba que era una prisión común y corriente. El clan Daynon se tomaba muy en serio el incumplimiento de leyes y por tanto el pago o castigo.

Una noche, cuando Devian me ayudaba a repasar las lecciones aprendidas del día, hicimos hincapié en dicha prisión. La había diseñado Sir Yasaiko, trabajó para mi padre en su tiempo y contribuyó grandes diseños. La mano de trabajo fue llevada a cabo por el clan Juno y como era su habilidad especial, en un año estuvo terminada.

A simple vista, era una edificación rectangular que contenía además una alta torre en su extremo derecho. Pero por dentro, el xariano había diseñado todo tipo de pasadizos y calabozos. Habían celdas oscuras destinadas al interrogatorio con la única luz de un bombillo que colgaba del techo y creaba figuras difusas. Como La Sombra era particular por contener Legendarios con poderes, los accesorios como rejas y grilletes estaban revestidos con aislantes. Otros artículos para usos específicos podían infligir dolor sin siquiera tocar a las víctimas.

Devian aseguró que habían muchas cosas que él desconocía pero que el general Hakwind tenía en su conocimiento cada una de las técnicas y recovecos de La Sombra.

Mientras mi hermano Kilian me escoltaba con su caballo hacia aquel sitio, me fue inevitable pensar si le habían dado algún tratamiento hiriente a Arthur para controlar sus poderes. Akenatem estaba consciente que era una ficha valiosísima, pero eso no quitaba la gravedad de lo que Arthur contenía. El eclipse lo había marcado para siempre, y nadie, ni siquiera él mismo, sabía con exactitud cómo manejarlo de la mejor manera ahora que se había fundido con pura energía Oserium.

Al llegar, Kilian se bajó de su caballo y yo del mío y los atamos en un árbol cercano. La noche seguía roja y estrellada, pero a La Sombra la atendían con una luz artificial; constaba de una serie de postes electrificados que rodeaban el perímetro. Los guardias fayremses que resguardaban la entrada —un elevado que antecedía a unas puertas, similares a las de un gran almacén—, se acercaron a nosotros y nos hicieron una reverencia. Uno de ellos tomó la palabra.

—Altezas.

—Akenatem nos espera dentro —habló Kilian.

—Sí príncipe, he sido enviado a escoltarlos.

Sin decir más nos introdujimos por aquellas puertas fortificadas con metal y hierro. Fui viendo los calabozos de los presos, que en su mayoría tenían alojados a los habitantes de Territorio Infame. Tomamos un desvío a la derecha y supuse por el ascenso de la plataforma que nos elevábamos a la Torre. Los prisioneros de allí eran de grados mayores, lo supe por las marcas encima de sus celdas. Funcionaba así: Anaranjado para los de tercer grado, rojo para los de segundo y púrpura para los de primero. Estaban retirados en donde no llegaba la luz, pero vi de refilón alguno que otro, y descubrí con terror que se trataban de Oscuros.

Finalmente, llegamos a la última puerta en lo que debía ser la cima de la torre. Los pequeños agujeros que funcionaban como ventanas así lo demostraban. Me asomé para comprobar la altura; los árboles se veían diminutos y motas de nubes tapaban otras zonas.

Los dos guardias nos dedicaron a Kilian y a mí una reverencia.

—Vienen a ver a Akenatem —dijo el que nos acompañaba.

—Está adentro —contestó uno de ellos y le hizo un ademán con la cabeza para que se marchara.

Tomé aire y entré por la puerta, mi hermano me dejó pasar de primera.

Adentro nos esperaba una estancia construida de piedras, con antorchas en las paredes y asientos de madera. Había una mesa de ladrillo y par de fayremses haciendo ronda esperando su turno para jugar a las cartas. Akenatem, que estaba conversando con Markus en una esquina nos vio y salió a nuestro encuentro.

En otras circunstancias me sentiría avergonzada, pues después de mi rotunda decisión frente al Consejo de posicionar a Arthur al mayor cargo que se podía aspirar por debajo de emperatriz las reacciones fueron muy diversas. Mi tía Kerisha me apoyó con fuerza, como era de esperarse. Devian hizo lo mismo, aunque notaba en su expresión cierta melancolía. El duque se quedó enojadísimo, y los idryos se sumaron a él. Lord Dominic Dukor alegó que había soportado la cancelación del compromiso con su hijo y que hubiera metido a «un indigno humano» en el Consejo después de nombrarlo caballero. Incluso había «permitido» la absurda ceremonia a la que «nadie podía pretender llamar boda» en contra de todos los principios que regían el mundo de Jadre, pero jamás aceptaría una infamia como la que yo proponía.

Él «permitir», como si fuese el amo y señor de Irlendia cuando no era más que la antigua mano derecha de mi padre. ¿Qué se creía para hablar con tal autoridad?

Escupió de forma determinante que no podía hacerse de la vista gorda a que yo siguiera haciendo lo que me diera la gana pasándome por el fregado la monarquía constitucional que se había instituido en Jadre desde su fundación.

Ahora recordarlo se me hace tan insultante que me chispean las manos.

Los ánimos en aquella reunión se caldearon bastante. Kilian objetó que Arthur Kane cómo elegido por Tornado y siendo parte crucial de la profecía, era más que perfecto para asumir el puesto de Mano, solo necesitaba el entrenamiento adecuado. Parte del Consejo se opuso objetando que desde el mismo día en que nací yo le pertenecía a Irlendia y su beneplácito, por tanto no podía actuar como me pareciese.

Zac Dass aportó escritos que defendían que sino había ningún asunto político en peligro, la realeza Daynon podía nombrar Mano a quien quisiera, pero el grupo del Consejo que se escudaba en el cobijo moral del duque, alegó que el asunto político más importante era la Guerra Roja y la futura emperatriz necesitaba una Mano cuerda, capaz, y lo más importante, con autodominio.

La cosa se puso tan fea que Akenatem se tomó la libertad de suspender la sesión hasta un momento más conveniente, donde el eclipse no estuviera influyendo y la tensión de nuestros organismos se hubiese esfumado. Sin embargo el duque, llevado al límite de su paciencia y con el rostro rojo, renunció a las claras a su puesto en el Consejo. Esto conllevó una revolución entre los miembros pues todos los idryos, exceptuando a Lord Devian, renunciaron con él. Salieron por la puerta con la promesa de no volver hasta que se llevaran las cosas de la manera correcta, pues a su parecer ellos como nobles no podían formar parte de decisiones tan degradantes para lo que debía representar la Corona de Irlendia.

Se disolvió la reunión y el general se adelantó a La Sombra. Yo me fui directo a la enfermería de palacio a pedirme un preparo para la jaqueca y tomarme una infusión de jengibre para calmar mis nervios. Adrián se mantuvo en sus asuntos y yo agradecí no topármelo. Cuando me sentí más calmada me vestí para visitar la prisión, escogiendo una larga capa oscura para evitar que cortesanos pertinentes me insistieran en que no fuera.

Me escabullí a escondidas a la Cuadra Real a por un caballo, encontrándome con Kilian que recién venía de regreso. Por supuesto que se ofreció a escoltarme.

—Me alegra que llegaran Altezas, sobretodo usted Khristenyara —dijo el general. En público no nos tutéabamos a condición de él—. Sir Adrián Kane salió hace dos cuartos de hora.

—¿Adrián?

Entonces ahí había ido, a La Sombra, a ver a su primo.

—No nos lo cruzamos en el trayecto hacia acá —explicó Kilian.

—No tenían por qué príncipe, el caballero vino en su híbrido pegaso-unicornio y se fue volando en el mismo.

¿Qué habrían conversado? ¿Qué exigencias o reclamos se habían hecho? ¿Tal vez llegaron a una conclusión unánime? Tendría que esperar para saber las respuestas.

—¿Está detrás de esa puerta? —Señalé con el índice la otra existente aparte de la que habíamos usado para entrar.

—Así es. Solo la puede abrir Sir Yasaiko o yo. La puerta está fabricada con un sistema de cierre múltiple, bisagras aseguradas con pernos y cilindros de perfil de seguridad con protección antitaladro. Del otro lado está revestida con aislante de poderes y un sistema de alarma en caso de que algún elemento natural se dispare.

—Parece muy sofisticada.

—Lo es.

—¿Y por qué esta sala en cambio luce como un compartimento secreto de clandestinos medievales? —quise saber.

—La antesala a la celda de máxima seguridad no debe absorber ninguna energía, de lo contrario, el preso pudiera usarlo a su favor de alguna manera.

Suspiré.

—De acuerdo, lléveme con él.

—Estaré esperándola a las afueras princesa —dijo mi hermano y le agradecí con un gesto de cabeza.

Me acerqué con Akenatem a la super puerta y en cuanto él se hubo parado delante, un láser le escaneó la cara y cuando un panel se abrió, el general colocó la palma abierta. Entonces se escuchó un sonido aprobatorio y acto seguido, se abrió la puerta.

—Khris. —Akenatem me detuvo por el brazo antes que entrara—. Estoy con ustedes, recuérdaselo.

—Lo haré —prometí y él me soltó.

Akenatem me parecía un general excepcional. Cuando Arthur representaba un peligro para todos no se lo pensó dos veces para liquidarlo. Pero cuando comprobó de primera plana que Tornado lo eligió su actitud cambió por completo. Estaba segura que su integridad estaba con Daynon pasara lo que pasara, porque a pesar de que Arthur era un monstruo de acero, Akenatem estaba convencido que era la clave para acabar la guerra.

Y el general estaba dispuesto a ser leal a la causa.

Volví a tomar aire por enésima vez y pasé a encontrarme con el fenómeno más intransigente de los Kane. Ese hombre que minutos atrás me había echo llorar a lágrimas sueltas sin siquiera estar presente, solo con una canción de la lista de su maltrecho iPhone. Ese hombre que desde siempre había ocupado el puesto del amor de mi vida.

•Nota•
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