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♤38♤TERRITORIO INFAME

Año 7
10Ka, 50Ma.
Jadre.

Nuestros caballos trotaban con cautela sobre el camino pantanoso y áspero. La claridad del día se opacaba según nos íbamos adentrando en lo desconocido. Altos árboles deshojados formaban una maraña de ramas con figuras incomprensibles y la quietud escalofriante de las áreas paradójicamente me hacía sentir intranquila.

Territorio Infame era como tener un pedacito de Bajo Mundo en Jadre.

Cuenta la historia que de Bajo Mundo nacieron todos los seres y criaturas de Irlendia, y que de allí, partieron por el universo en busca de su propio destino. Cada grupo escogió el mundo que más le acomodaba, se establecieron según sus características. Formaron clanes fuertes y se hicieron numerosos.

Pero los libros no hablan de los inadaptados, los descarriados de los clanes, los que no encuentran propósito al sistema establecido en cada uno de los cinco mundos.

Creí que de esos estaba lleno Korbe, y que la posada cerca de su capital donde nos albergamos por el año quinto Forian, Bastian y yo, era una muestra de los delincuentes que Imaoro y sus alrededores podía esconder. Creí que las malformaciones se anclaban en Bajo Mundo, y las que lograban escapar al mundo más cercano a ese, Drianmhar, tenían un final doloroso al convertirse en presa de los destroyadores. Pero mi entendimiento estaba limitado, porque incluso Jadre donde residía el clan real, un porciento de aquella indecencia habitaba en las tinieblas. Sí, por mucho miedo que me diera admitirlo, mi mundo contenía tinieblas.

Lo comprobé con horror desde el instante que dejamos atrás Villa Imperial y nos montamos en el barco que se había preparado para cruzar a la isla. El mar Ciónico era de un azul más oscuro que el Meridional, mucho más frío, y la perspectiva de isla que se alzaba a los metros brindaba un horizonte inquietante. Las nubes que ocupaban su cielo no mengüaban la oscuridad que desprendía. Luego al bajarme del barco comprobé que la arena de allí era tiznada como si le hubieran aplicado veneno.

La isla se extendía a lo ancho y te invitaba a adentrarte por varios caminos. Según murmullos que escuché entre los que me acompañaban, la ruta conocida por ellos era la que se perdía entre dos muros de piedra. Quise creer que llevaba a un lugar terrorífico, pero por las bajas risitas de los fayremses con Kilian dudé de mi teoría. Risas entre serios soldados y un camino conocido en Territorio Infame... Supuse que debía preocuparme, pero ya tenía demasiadas cosas en la cabeza.

El general Hakwind no obstante, ordenó tomar el camino de la derecha, donde árboles extraños que cruzaban ramas entre sí prometían un recorrido muy escabroso. Akenatem liderando el grupo no aflojó el paso, sino que se mantuvo guiándonos con decisión. Los seleccionados éramos Lord Devian Dukor, por supuesto, el recién nombrado caballero Sir Adrián Bénjamin Kane, los centauros Tiónedes y Páirokal, el príncipe Kilian, dos guerreros fayremses y yo.

El ejército real daynoniano estaba constituido por dos tropas, caballería e infantería. Y luego estaban los caballeros rasos. En la caballería cabalgaba la realeza y nobleza del clan Daynon codo a codo con los centauros. Los daynonianos que se formaban para la caballería eran todos voluntarios así como los centauros, siendo el caso que nacían pocos cada bastantes kiloaños y el Consejo había determinado desde los tiempos del rey Kronok que no se podía empujar la especie a la extinción.

La infantería del ejército estaba conformada únicamente por fayremses acompañados de sus lobos gigantes; los miembros de este clan no tenían otro propósito de vida, nacían para luchar por la Corona y morir por ella de ser necesario. Los más jóvenes del clan Fayrem que por algún motivo de peso no llegaban a formarse como guerreros quedaban relegados como escuderos o para lustrar armaduras; por creencia popular, esto era un poco vergonzoso pues todos los aspirantes del clan soñaban con sangrar en batalla. Así como los portaestandartes y cuidadores de los caballos del ejército.

Sin embargo esa ocasión que partimos a Territorio Infame tenía carácter parlamentario, no militar. Así que el general decidió que la comitiva fuera reducida y con los representantes más altos de Jadre con el objetivo de ganar respeto y discreción.

Los caballos que montábamos eran de los más selectos y los habían preparado atamarinos que trabajaban en el castillo como mozos de cuadra. Así como el búho era el símbolo de los daynonianos; el lobo de los fayremses; el león de los idryos; el dientes de sable de los destroyadores; la pantera negra de los xarianos; el cóndor de los Oscuros; y los dracosaurios de los junos, los caballos representan para los atamarinos lo extraordinario del universo, su libertad y fortaleza.

Nuestros equinos pisaban firme; aunque avanzaban con cautela, no se dejaban amedrentar por lo sombrío del ambiente. Kilian iba en un corcel blanco, sin manchas; Lord Devian en el de color alazán. Para mí habían escogido uno moteado y Adrián montaba a Romeo. Este último había volado con su jinete sobre el barco cuando zarpamos a la isla.

Comenzamos a ver los primeros indicios de vidas entre las enredaderas de algunos arbustos exóticos. Eran monos con mandibulas extrañas y ojos hambrientos. Me dieron muy mala espina. Adrián me dijo que se nombraban "Simios de las montañas" porque la especie fue traída de las montañas de Bajo Mundo como broma por algún demente.

Decir que en esas montañas del mundo vecino muchos irlendieses habían perdido la vida sobraba.

Seguimos caminando y a las pocas yardas recorridas finalmente empecé a ver seres entre las rocas: junos y atamarinos, tirados sin ningún tipo de interés en subir la cabeza a nuestro paso, parecían drogados. Todos tenían una maraña de cabellos que albergaban hojas y ramas, ropas sucias y un hedor repugnante.

—Usan Óctaco —susurró Adrián cabalgando despacio a mi ritmo.

Ignoré por completo su atención hacia mí y me giré a Dev.

—¿Qué es? —le pregunté al hijo del duque viendo de reojo cómo Adrián tensaba la mandíbula.

—Un brebaje que preparan los Oscuros que hace caer a su consumidor en una especie de trance, te desconecta de la realidad.

Desvié mis ojos del panorama nauseabundo y divisé las primeras casas de campañas. Había una fogata en el centro y varios niños con ojos rasgados jugando en la tierra. También estaban sucios y tenían piojos. No quería atravesar ese sitio pero no me quedó más remedio. A medida que pasábamos, xarianos desahuciados con evidencias en su cuerpo de lo que parecía una enfermedad terminal salieron de sus mal armadas casas. Tenían úlceras en la piel y una mirada espantosa; me miraban con odio y algunos se atrevieron a escupir a los pies de nuestros caballos. Mi hermano desenfundó su espada y Akenatem con los demás guerreros lo imitaron.

Sin embargo, al no tener fuerzas para pelear contra una comitiva real, los xarianos se escurrieron entre las telas. Dejando atrás desagradable zona, nos encontramos con árboles torcidos y huecos que servían de refugio a híbridos del clan Zook que al parecer no habían conseguido encajar en algún mundo. También habían cuevas de las que salía un humo inhabitual.

El clan Zook tenía una característica curiosa, y era que la mitad de los animales eran pensantes, parlanchines y hasta carismáticos. Sin embargo la otra mitad era salvaje, actuaba por instinto y servía para transporte —como nuestros caballos—, trabajo bruto o simplemente de mascotas.

Luego llegamos a una área abierta con un estanque natural en el centro, con musgo crecido por los alrededores y más casas de campañas confeccionadas con diversos tipos de tela; algunas pocas habían utilizado piedras y corteza de árboles. Akenatem dio unos pasos al frente.

—En nombre del ejército real, salgan a la vista.

La orden pareció perderse en el viento, y el príncipe Kilian resopló bajándose del caballo y acercándose al estanque. Del otro lado se podía ver el humo saliendo de las tiendas de campañas y el olor a guisado inundó nuestra nariz. Me sorprendió que no estuviera nada mal, de hecho, olía delicioso.

—En nombre de la Corona, su príncipe real Kilian Daynon exige que se muestren ante él.

Pasó un minuto, pero al segundo las coronillas oscuras de los irlendieses empezaron asomar. Al principio distinguí atamarinos y junos sanos, y luego me asombré al ver idryos y daynonianos. Eran pocos, pero bastó para que un pesar profundo se anidara en mi corazón: estaban armados.

—Venimos en paz —tomó la palabra el general Hakwind calmando con sus manos—. Solo queremos conversar.

Ellos lucían irritados, y de sus miradas se desprendía desprecio. Otros miraron con burla a Kilian que mantuvo recio el semblante. La tensión creció a medida que más irlendieses salieron a la luz de todas las estaturas y clanes. Exceptuando al clan Oscuro y Destroyers, recepcioné que los inadaptados eran de los diferentes mundos y superaban la cantidad que yo había imaginado. Algunos tenían cicatrices y una ingravidez en sus extremidades que te mandaban el claro mensaje de alerta, porque si eran sueltos para desplegar sus poderes, no dudarían nada en usarlo a su antojo.

Me tensé y unas corrientes eléctricas me hiceron vibrar las manos. Ellos lo percibieron, así que la tierra tembló como respuesta, el agua del estanque se agitó y las plantas cerraron más el camino. Uno de los idryos dio un paso al frente, apretando su arma. La misma era un objeto alargado de cañón grueso, con un orificio que guardaba una luz azul en su interior. Un arma irlendiesa nada común.

—¿Así que eran ciertos los rumores? La princesa perdida ha regresado.

Me bajé del caballo considerando que era menester. Tragué grueso y controlé la energía nerviosa.

—Tengan paz —saludé tratando de calmar los ánimos.

—¿Paz? Usted ha venido porque ha llegado a sus oídos el disturbio de hace unos días —dijo—. Sabe muy bien que no tenemos paz desde que su asqueroso Consejo subió los impuestos y el costo de los víveres es inaudito.

Me pregunté qué hacían estos residentes para ganarse la vida y recordé que Zac había mencionado algo de una ayuda de la realeza. También vino a mi memoria las zonas alejadas de Imaoro como la posada, donde se concretaban todo tipo de negocios ilegales.

—Siento muchísimo estar ausente en esa decisión tan importante, pero ya estoy tomando cartas en el asunto.

—Yo digo que mejor te matamos y así la familia real nos escucha, ¿qué te parece?

Ante tal infamia, Akenatem y sus guerreros me cubrieron con sus cuerpos levantando sus espadas y Devian y los centauros hicieron lo mismo protegiendo a mi hermano .

—Si haces eso se desatará una guerra civil —habló entre dientes el general—. Y no les conviene, sabes que los fayremses estamos mejor preparados que tu grupito de desnutridos y drogadictos.

El idryo amplió la sonrisa, provocando que aumentaran mis temores.

—Tal vez tenga un grupito más preparado de lo que usted imagina general —declaró muy seguro de sí mismo—. Recuerde que el universo de Irlendia tiene cinco mundos, y Territorio Infame no es el único lugar donde los marginados venemos a cohabitar.

Otra vez la tensión podía reventar un juego de cristalería. Ellos estaban a una orden de comenzar los disparos; con la amenaza latente y la inconformidad que seguía acumulándose contra la nobleza de Jadre, podían desatar la oleada de balas de un instante a otro. Y por seguro eran balas extraterrestres, todavía no había recibido clases al respecto de la armería de Irlendia pero sabía sumar dos más dos. Teníamos las de perder por mucho.

Esperé que Akenatem como buen estratega tuviese un plan. Sin embargo, fue otro táctico el que salió a la defensa.

Adrián se aclaró la garganta, consiguiendo que mis ojos se encontraran con los suyos. Me dedicó un ademán con la cabeza de «lo tengo todo controlado» y se bajó del caballo.

—Residentes de Territorio Infame —comenzó—, me presento como Sir Adrián Bénjamin Kane, caballero real y mediador de la Corona. He estado considerando el caso y en vista que...

—¡No queremos más promesas vanas! —gritó una daynoniana que cargaba en brazos a un bebé.

—¡Mejor vuélvanse por donde vinieron! —chilló otra.

—¡Lo que hay que hacer es acabarlos de una vez!

Hubo un disparo al aire e instintivamente me agarré del brazo de Adrián para mantenerlo detrás del escudo viviente que conformaban los guerreros y el general. Akenatem sacó un aparato de su armadura que desprendía un fulgor azul por la punta. Se parecía mucho al de ellos, solo que este daba la impresión de ser más pesado y letal.

Los atacantes retrocedieron del otro lado del estanque.

—¿Saben qué es esto? Claro que lo saben —dijo con una sonrisa maliciosa que al mismo tiempo enseriaba su expresión—. Fabricada en las mismísimas instalaciones de la PIC¹, recargada con una mezcla especial de fuego azul de Balgüim y encina de los manglares de Bajo Mundo. Les vuelve a temblar la manito y escapárseles un tiro y les aseguro que al que no le va a temblar la mano será a mí, porque apuntaré directamente al corazón.

El idryo que parecía el cabecilla principal miró severo a los suyos y le pidió que soltaran las armas y a los otros que dejaran de usar sus poderes naturales.

—¿Qué hace esa cosa que lleva el general? —le pregunté a mi hermano.

—Lleva dentro un ácido tan corrosivo que desintegra de forma dolorosa la piel donde caiga. Una fórmula imitando a la hemolinfa de las Lutérbolas.

Lutérbolas. Las recordaba sobrevolando flores de hierro del otro lado de la capital de Korbe cuando Forian, Bastian y yo salíamos del mundo con el Y90s Pro y la referencia mortal que el destroyador había dejado en advertencia.

—Ahora, escucharán lo que Sir Adrián tiene que decir —continuó Akenatem con tono autoritario y radical—. Y cuidado con las sorpresas, las odio y no perdonaré la próxima —recordó y le hizo un ademán al mencionado para que empezara a hablar.

—He considerado el asunto cuando la princesa me comunicó que anulaba la nueva subida de impuestos —gritó Adrián para que en todos los rincones del lugar se le oyera—, y a partir de esta tarde estaré personalmente en la repartición de víveres. Una quinta parte se destina a Territorio Infame de forma gratuita y ustedes consideran que no es suficiente, ¿cierto?

—Nuestros hijos tienen hambre —se quejó un viejo daynoniano señalando cinco niños de diferentes edades.

—Nuestros huesos se parten dentro de nosotros —ironizó un idryo encorvando los brazos.

—Por eso he decidido que tendrán más alimentos y municiones —anunció Adrián y lo miré boquiabierta—. Pero ustedes las ganarán. —Hizo un ademán con la cabeza—. Sembrarán y cosecharán como sus hermanos irlendieses.

Nuestro grupo intercambió miradas de confusión, sobretodo Lord Devian que siendo un integrante crucial del Consejo debió pensar que la votación era necesaria antes de un anuncio así.

El idryo que antes había iniciado la conversación bufó.

—La mayoría de nuestra aldea está enferma y lisiada, ¿cómo pretendes que trabajemos?

—¿Poseen los inválidos manos? —preguntó atacante Adrián.

—Sí pero...

—Que cosan y tejan.

Empecé a ver la aprobación en el rostro del general Hakwind y el respeto en el de mi hermano.

—¿A cuántos de sus enfermos no les falta al menos un ojo? Pues que vigilen las tortas que se cuecen al sol. ¿Hay entre ustedes uno que destaque en velocidad? Que pesque según su habilidades y suministre lo que alcance a pescar. ¿Están sus féminas libres de malestares graves? Que preparen las alforjas para el viaje y sus maridos las lleven a los comerciantes en otros mundos para que estos vendan su contenido y regresen con las mismas llenas, ya sea de monedas o intercambios fructíferos.

Se hizo un silencio ante el desenvolvimiento de palabras irreprochables del caballero Kane.

—¿Quieren más? Luchen más. Se come por lo que se trabaja. La mayoría prefiere consumir Óctaco y esperar las migajas de la Corona. Es hora de cambiar eso, y el mayor cambio lo harán ustedes mismos.

En aquel momento comprendí que no había sido del todo un error nombrarlo caballero. Estaba enfermo y necesitaba ayuda, pero esto solo aplicaba a su desmedida obsesión conmigo. Lejos del aspecto romántico que parecía estar desequilibrado en la cabeza de Adrián, sus demás aptitudes ayudarían en su nuevo puesto. Noté que los residentes de Territorio Infame comprendieron que lo que él proponía resultaba razonable y beneficioso, aunque ello implicara laborar.

Pero Adrián les estaba ofreciendo una oportunidad que antes no tenían, les estaba abriendo las puertas a negociar por su trabajo, tener un lugar decente entre sus coterráneos de Jadre.

—Pueden explotarnos y darnos poco a cambio —respondió el idryo, receloso.

—Doy mi palabra que recibirán tanto como trabajen, el pago será justo, en concordancia con su esfuerzo. Tendrán como los junos y atamarinos.

Los del otro lado del estanque entrecerraron los ojos. Sentí una tensión de desconfianza en el aire, así que decidí intervenir.

—Yo, la futura emperatriz de Irlendia me uno a esa promesa. —Tomé la mano de Akenatem para montar a lomos de mi caballo.

—Por mi parte, el acuerdo está hecho —aseguró Kilian también montándose en su corcel.

Todos miraron a Lord Devian. Jadre completo debía saber que era hijo del duque de Haffgar y miembro importante en el Consejo. Este se aclaró la garganta y lo presioné con la mirada porque no era hora de andar pensando en el Consejo y arraigadas tradiciones de votación, sino en la situación actual y que aquellos irlendieses estaban armados.

—Me comprometo, en nombre del Consejo a declinar a favor de ustedes —dijo solenme y le agradecí con la expresión.

Montó a lomos de su caballo y haló las cuerdas para que el animal diera media vuelta. Nosotros lo imitamos esperando que el acuerdo de paz tuviera validez para los que acababan de oírlo. Tal vez fue esa seguridad la que hizo que bajara la guardia al punto de ser la última del grupo en marcharme. Tal vez fue que nuestra actitud debía mantenerse tensa y no relajada, pues se tomó como falsa.

Porque de un momento a otro se formó el caos.

Yo solo alcancé a escuchar un disparo y sentir un tirón hacia abajo, como un aventón antinatural provocado por un dominante del aire. Después de eso la confusión en el campamento, los gritos, poderes desatados y el relinche de caballos no me dieron margen a pensar, ni siquiera a ver. Páirokal fue el que en plena confusión del ambiente me levantó en brazos y me puso a lomos de Romeo. Los cascos del pegaso-unicornio impactaron sobre el terreno con total furia, dándose a la carrera. La velocidad que alcanzó segundo a segundo fue más potente. Rodeé su cuello con mis manos y me afinqué con la esperanza que me sacará pronto de aquella isla infame y traicionera.

No fue hasta que alcancé a ver el mar y Romeo alzó vuelo que me atreví a girar la cabeza, pero no había ni un alma viviente tras nosotros.

Al llegar al otro lado pasó como un relámpago Villa Imperial y siguió batiendo sus alas en dirección sur, no aflojando una vez llegó a las altas almenas del castillo donde los sátiros le hicieron señas para que aterrizara.

Sofocada y confundida, recibí escolta hacia el interior del castillo y una vez alcanzado el primer elevador que se cruzó en mi recorrido, bajé con toda la intención de esperar en la barbacana metálica de entrada el resto del grupo. En contra de las sugerencias de la servidumbre, mandé a bajar el puente levadizo y allí me quedé expectante, posando mis ojos en el horizonte para ver quién era el siguiente en llegar.

Cuando al fin divisé la comitiva con la que había partido una hora antes, mi cuerpo se estremeció. Pero fue mi corazón el que dio un vuelco de agonía al ver que entre ellos, traían a uno inconsciente y sangrando. Lo adentraron al castillo y se dio la orden que buscaran los idryos del personal curativo para comenzar a extraer la bala lo más pronto posible. Se formó una muchedumbre alrededor horrorizada por la escena. Las voces se alzaron pidiendo urgencia y tenacidad a la hora de tratarlo. Alguien me pidió que me apartara, pero no pude hacerlo.

Me acerqué a detallar la gravedad de la situación.

Ante mí rajaron la camisa de lino y dejaron al descubierto su espalda llena de lunares dañada mortalmente en la zona superior izquierda, justo arriba del pulmón. La fea herida sangraba a mares y no fue hasta que me sentí temblando con violencia al punto de desmayo que me aparté de su cuerpo.

—Él... él...

—Haremos todo lo posible por salvarle la vida —garantizó Akenatem apoyando sus fuertes manos en mis hombros.

Me infundió un calor agradable, dándome un poco de paz.

—Tengo muchísimo miedo —confesé—. No puede... él no puede morir...

—Se intermedió entre la trayectoria de una bala y usted, cumplió su deber. Si muere, morirá como un héroe.

—No... no lo entiende...

Mis lágrimas evidenciaron la desesperación por dicha idea. No podía perder a Adrián, no podía. En ese universo paralelo carecía del apoyo de Aaron, de Arthur, de Lilly, de madre adoptiva Vanessa, de Bastian, de Forian mi guardián..., no tenía a mi guardián para sustentarme. Y aunque yo me había resuelto alejar a Adrián por el bien de todos y reconocía que necesitaba ayuda psicológica, su pérdida me sería insoportable, me volvería loca, no podría gobernar.

Por todos los clanes, Bastian había muerto por culpa mía, si también moría Adrián no me lo perdonaría jamás. Lo último que le había dicho era «loco enfermo».

—Si le pasa algo juro que no podré recuperarme —musité, viendo cómo se lo llevaban en la camilla que habían traído.

—No jure cosas que no puede cumplir, el deber y el honor para con Irlendia está ante todo —dijo el general pero no fui capaz de asentir. Así que me giró hacia él, mirándome a los ojos, derrochando la intensidad gris que poseían los fayremses—. Ahora debemos confiar en las capacidades sanatorias del clan Idryo y velar noche y día porque despierte.

Palidecí ante las palabras. ¿Cómo iba a soportar aquella incertidumbre?

—¿Se me permite abrazar a un general? —pregunté porque cuando estuve con Forian, los abrazos siempre funcionaban. Apartaban lo malo, me hacían sentir segura.

—Un abrazo no servirá de nada —aclaró.

—Lo sé.

Akenatem me observo fijamente con neutralidad, luego apartó la mirada y se acercó para palmearme un hombro, unas palmaditas de consuelo cargadas de desesperanza.

—Tiene que ser fuerte, Alteza —sugirió bajo, intentando sonar condescendiente.

Clavé los en su pecho recubierto de metal pulido y telas del azul más profundo de los ocho mares y deseé una y otra vez que la fortaleza de los guerreros reales trascendiera en uno de sus descendientes. Después de todo, había parado una bala por mí. Me había salvado la vida ofreciendo la suya.

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