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♤35♤EL CONSEJO REAL

Año 7
10Ka, 50Ma.
Jadre.

El Consejo Real era una evidente muestra de los cambios que tenía que hacer en mi mundo. Excepto Lady Kerisha y yo, no había otra fémina. Estaba por lo tanto, conformado de la siguiente manera:

Una mesa con apariencia de enorme diamante disponía de sillas en cada una de las cuatro puntas. Funcionaba también como una especie de brújula en donde a la punta norte, que tenía ubicado mi puesto, le sucedía un ventanal que dejaba a la vista la fascinante Villa Imperial. La punta sur le pertenecía al duque Lord Dominic Dukor y la oeste a su hijo, con el que evité el contacto visual la mayor parte de la reunión.

Estaba enojada porque me hubiese estado cortejando sin yo saber siquiera que no tenía elección respecto al matrimonio.

En realidad comprendía que Lord Devian no tenía la culpa, más bien actuaba según lo que se habían acordado nuestros padres sabrían ellos en qué momento. Pero me era imposible apartarlo del sentimiento negativo que me producía el matrimonio arreglado. Todo el mundo lo sabía menos yo, así que estaba indignada.

Y finalmente, en la punta este se encontraba el príncipe Kilian Daynon, mi hermano. Mantenía su expresión serena de siempre, vestido con una lustrosa capa color bronce que hacía lucir su cabello de un rojo más intenso. El mechón distintivo le caía por la frente pero en esos instantes no le cubría el ojo.

Alrededor de la mesa habían hileras de gradas que conformaban un semicírculo, dos a cada lado, donde estaban sentados los demás miembros del Consejo en su mayoría idryos. El resto se componía por el general del clan Fayrem, Akenatem Hakwind, un atamarino, un representante del clan Juno, un híbrido de zorro con espejuelos y dos xarianos. Me tensé con estos últimos pues la mayoría de mis vivencias habían conseguido que desconfiara de este clan.

El clan Xariens no era neutral como pensaban todos, era fiel a una sola cosa: él mismo.

Tomé asiento entre los presentes fijando mis ojos en los dos que me incomodaban.

—Tengan paz —saludé como era costumbre—. Antes de empezar esta reunión me gustaría pedirles que me juraran lealtad absoluta y eterna —pedí mirando a los xarianos.

Mi tía sonrió suspicazmente en cambio el duque pareció sorprendido. Uno de los xarianos, el más viejo, se puso de pie. Sus canas eran semejantes a la nieve de Balgüim; sus arrugas, surcaban la cara evidenciando el transcurrir de los kiloaños que debían pesar en sus espalda un tanto encorvada. Los ojos rasgados se posaron en mí, y aunque traté de encontrar traición solo hallé sabiduría mezclada a cansancio.

—Sea alabada alteza y que su vida llegue a ser tan larga como la de las estrellas más poderosas —comenzó él su discurso—. Juré lealtad a la corona Daynon en el kiloaño cinco al rey Ukar y desde entonces he reiterado mi juramento cada milenio que pasa —aseguró—. Mi hijo ha hecho lo mismo desde su nacimiento, y los incontables aportes científicos y tecnológicos que le hemos regalado a la corte y sus vasallos demuestran dónde está nuestra integridad.

—Sir Yasaiko se encarga de crearnos inventos, entre los que le permiten sus facultades, para que no tengamos que pagarle al clan Xarians —informó por lo bajo Lord Devian.

Excudriñé al viejo inventor y creí en su sinceridad. Su hijo, que se mantenía de pie al lado tampoco me pareció sospechoso.

—Muchas gracias. —Les dediqué una mirada aprobatoria y ambos se sentaron.— ¿Dónde está mi madre?

—La reina no forma parte del Consejo, nunca ha querido inmiscuirse en los asuntos políticos del reino —explicó el duque—. Suficiente le es lidiar con ciertos asuntos que en ausencia del Rey exigen su atención.

—Empecemos entonces. —Suspiré hondo.

Era ese día, en ese momento, que debía soltarle al Consejo las decisiones apresuradas que había tenido que tomar para llegar viva a Jadre. Pero dejé que ellos expusieran todos sus asuntos primero.

Comenzaron por lo que me pareció en un principio trivialidades, como la nueva repartición de hortalizas, los tributos e impuestos. En dicha cuestión se extendieron el representante del clan Atamar y del clan Juno, disgustados porque las ganancias que solían recoger de sus cultivos y ganados eran menores desde que el clan Idryo habían subido los impuestos. Entonces saltó el general Hakwind alegando que la guerra demandaba más recursos y los xarianos subían los precios por día. No llegando a una decisión unánime y concluyente, apelaron a la máxima autoridad: yo.

—Creo que por ahora, lo mejor será saltar a la siguiente cuestión. No quiero tomar una decisión a la ligera, necesito pensar en el asunto —alegué deseando contar con los conocimientos empresariales de los Kane.

Pero al instante se me alumbraron las entendederas: Sí que había un Kane en Jadre.

—Ya lo tengo —anuncié instantáneamente—. El asunto será encargado a una persona de mi total confianza que dispone de las capacidades necesarias para dictar lo más justo. —Como en sus caras continuó el desconcierto agregué—: Su nombre es Adrián Bénjamin Kane y estoy segura que cerrará este debate de la mejor manera.

Los presentes me miraron sin comprender lo que significaba ese nombre. No obstante Lord Devian se aclaró la garganta y tomó palabra.

—Disculpe princesa, pero el humano lleva poco tiempo en nuestro universo y aunque ejerce como bibliotecario no conoce a plenitud nuestra manera de actuar.

Miré al idryo porque no me quedó remedio; él se percató de cierta hostilidad en mi expresión.

—Con más razón. Ustedes llevan mucho tiempo haciendo las cosas a su modo, ¿y cuál es el resultado? Que ahora estamos aquí perdiendo el tiempo en dilemas que no debieran ocupar lugar teniendo una guerra encima. Les vendrá bien un cambio de aires, discernimiento humano para variar.

Nadie se atrevió a objetar contra mi lógica. Y aún si quedaban reservas, todos los miembros se las guardaron.

—Próximo asunto Lord Dominic —alenté.

—Lo siguiente a tratar es referente a la incursión periódica de un grupo de fayremse a Imaoro. General por favor.

Me tensé ante eso. Lo próximo que escucharía de seguro estaría relacionado con los dígitos.

—En efecto Alteza —tomó la palabra Akenatem—, enviamos un grupo cada cierto tiempo a disolver negocios ilícitos que se desarrollan en Korbe y se extienden por el mundo. Se donan alrededor de...

—Cancelado —corté tajante.

—¿Alteza? —Akenatem frunció el ceño sorprendido.

Mentiría si dijera que no me puse un poco nerviosa. Debía contarle al Consejo la verdad, pero aún no me sentía preparada. Ideé entonces con rapidez una justificación válida para que mi postura no se tomase como desesperada, aunque en realidad, en aquel momento que pacté con los dígitos la desesperación era lo que primaba.

—General, ya ha escuchado la inconformidad del clan Atamar debido a la reducción de ganancias en un comercio que llevan generaciones manteniendo; lo que exige que los junos doblen el esfuerzo. Vienen desde Drianmhar aquí a prosperar y a cambio, le rinden tributo a la Corona, no podemos ser mezquinos con ellos. Estas incursiones de sus guerreros a Korbe nos hacen perder tiempo y dinero, así que quedan terminantemente canceladas.

Un silencio incómodo se apropió del salón. Kilian levantó la mano y le permití hablar.

—Entiendo su pensar, Alteza, pero hay algo que usted desconoce y se llama Imperio Androide. —Traté que no se me notara la tensión en el rostro—. Existe un grupo de androides que es conocido en los mundos por mantener y esparcir una mafia lucrativa. Nuestras principales energías han estado concentradas en la Guerra Roja pero en este período de tregua se han aprobado las incursiones fayremses para ir disolviendo dichos negocios ilícitos.

Kilian se detuvo, esperando alguna reacción de mi parte. Me di cuenta que resultaba sospechoso que me quedara tranquila como si ya supiera de lo que me hablaba el príncipe, pero al mismo tiempo no podía fingir asombro puesto que tarde o temprano el Consejo se enteraría que me había involucrado con los dígitos. Opté por una tercera variable.

—Gracias por su aporte príncipe Kilian, pero todos los de este cuarto sabemos que un puñado de acciones no sirven de nada contra un imperio consolidado. Seguiremos perdiendo recursos y dinero y a ellos no les afectará en gran medida. Si se va a luchar contra la mafia que radica en Korbe debe hacerse de raíz, es decir, derribar a su cabecilla.

Con este comentario atrapé la atención de cada uno de los asistentes.

—No se sabe nada de este cabecilla —dijo Devian.

—Pues ya es hora de ir sabiendo, ¿no cree?

Vi que mi tía asentía.

—Mi sobrina tiene razón. A un gigante no se le ataca por la coraza, porque el esfuerzo sería como correr tras el viento: vano y sinsentido. Pero si le atacamos por la cabeza, el cuerpo completo se desplomará.

Akenatem la miró de solasayo pero al instante enfocó sus ojos en la mesa que le quedaba al frente.

—Eso se escuchó muy conocido. —Me fijé que las comisuras de sus labios tiraron levemente hacia arriba.

—Lo dijo el mejor general de Irlendia —respondió ella.

—Pero Lady Kerisha, eso nos llevará más energías y recursos —aportó Kilian siguiendo la línea de razonamiento.

—Por eso es que lo desplazaré hasta acabar la guerra —determiné.

Un murmullo quejumbroso se levantó entre el Consejo.

No me molestó ser la causa de inconformidad. Mi principal objetivo era detener la Guerra Roja, así que desmantelar el cabecilla de los dígitos, o como ellos lo llamaban «El Creador», tendría que esperar. De esa manera, cumplía el trato que había pactado con Uno en Cyberzone y los guerreros del clan Fayrem los dejaban tranquilos, al tiempo que evitaba confesarle a los míos que les había concedido inmunidad a los mafiosos en su mundo y encima, erradicaba la mafia en los demás mundos porque los dígitos no les quedaría más que cumplir su parte del trato.

«Tres pájaros de un tiro. Bingo Khris»

—El último asunto que quería tratar el Consejo Alteza, era con respecto al clan Zook.

Eso sí no me lo esperaba, así que atendí bien al duque.

—Cuando usted estaba inconsciente luchando con su alergia, estalló un disturbio en Territorio Infame.

El nombre me apretó las sienes. Nunca lo había escuchado, y sin embargo se me hizo familiar; algo que siempre estuvo ahí en mi cabeza pero nunca había tenido la necesidad de usar.

—¿Territorio Infame? —repetí, acostumbrándome a la sensación que me producía dicho nombre.

El híbrido de zorro que hasta el momento había estado callado, se puso de pie guardando los papeles que revisaba con tanto ahínco. Vestía con un levita marrón, llevando debajo una fina camisa verde limón con las mangas dobladas hasta la altura del codo; dejando al descubierto el pelaje rojizo de su fisionomía.

—Más allá de Villa Imperial, al otro lado del mar Ciónico, se encuentran la isla más tramposas de Jadre. —Su voz resultó suave y calmada a pesar de ser un mamífero que se mantenía en dos patas. Su porte elegante me dio a entender que se trataba de un híbrido estudiado—. El sol tiene difícil acceso debido a sus árboles con enrredaderas, y los pantanos proliferan como si el territorio estuviese programado liberalmente a ello. Allí su excelencia, residen los híbridos de mi clan que no encuentran refugio en otro mundo. También algunos Legendarios que deciden retirarse al olvido porque no hallan deleite en la vida, pero la aprecian al menos un poco para evitar terminar en Balgüim.

—Se escucha como un lugar que hay que mantener vigilado —expresé, imaginando que había muchas omisiones por parte del zorro para no llenarme de abrumaciones; pero abrumaciones existentes ya que Territorio Infame debía haberse ganado su nombre por mucho más que un puñado de inadaptados viviendo allí.

—Y lo está su excelencia, ese es mi trabajo.

—¿Me permite su nombre?

—Zac, Zac Dass para servirle siempre.

—Y a qué se debió este disturbio en Territorio Infame que según dice, tiene vigilado Zac Dass.

—Una parte menor de las cosechas que se recogen en All-Todare es donada a la isla como ayuda a los necesitados, pero en vista del conflicto político que se ha venido presentando, pasaron dos segadas y no se realizó la donación habitual.

—¿Y esa fue la respuesta de los seres que están comiendo sin mover un dedo? ¿Levantar un disturbio? —Me enojé y nadie respondió—. Me crié en Estados Unidos como una humana de clase baja Zac, donde nadie te regala comida diaria y mucho menos te deja vivir en su tierra sin pagarla. ¿Crees que nos quejábamos haciendo disturbios específicamente por ello? Pues no, lo que hacíamos era trabajar y ganarnos la vida.

—Alteza... —intentó calmarme Lord Devian pero lo ignoré.

—Muchos de ellos no pueden trabajar debido a sus condiciones físicas —explicó el zorro sin perder la mansedumbre.

—Mañana organizaré una gira a Territorio Infame. —Sorprendí a todos—. Y ya determinaré lo que se hará con dichos seres en concordancia con lo que establezca Adrián.

—Alteza, con el debido respeto, pido que se someta a votación el dictamen de dejarle esa responsabilidad a un simple descendiente —se inquietó el duque.

—¿Qué? ¿Votación?

—Para eso es el Consejo Real princesa —explicó Akenatem—. La futura emperatriz expone sus pareceres, pero es el Consejo el que aprueba las decisiones finales.

Reí por lo que estaban escuchando mis oídos. Resultaba que después de todo, no estaban para «aconsejar», sino que el Consejo funcionaba como el parlamento americano.

Arrugué la nariz.

—¿Me dan un motivo válido por el que Adrián les parece inadecuado para la tarea?

—No tiene un título nobiliario —soltó un idryo del cual no me preocupé en saber el nombre—. Solo es un bibliotecario cualquiera.

—Bien. —Mostré una sonrisa de boca cerrada suprimiendo la incomodidad que me crecía—. Queda concluida la sesión de hoy. —Me puse de pie y todos los presentes conmigo—. Mañana en la primera parte de la hora sexta presentaré mis pareceres para que ustedes decidan cuál permanece.

Sin más, llamé al general en exclusivo y me dispuse con él a la salida sin importarme quién se quedaba para seguir discutiendo.

Akenatem respondió mis interrogantes demostrando que intuía para qué necesitaba la información. Por respeto no preguntó nada de vuelta y yo le agradecí formal, a la altura de mi posición.

Para lo que haría a continuación no necesitaba los votos del Consejo.

Mi rumbo fue fijado a la otra parte del castillo, la parte menos prominente donde los mozos de cuadra y la servidumbre dormía. Caminé lamentando que la situación se me hubiera vuelto tan tediosa que el tema de Hiro Nakamura se hubiese quedado en la cola de próximos asuntos. Cuando di con la puerta que me había descrito Akenatem, agarré la aldaba y golpeé insistente.

La imagen que tuve al abrirse esta consiguió que unas chispitas salieran por mis manos: Adrián Bénjamin Kane al parecer estaba recién salido de un baño. Tenía el cabello mojado, por lo que sus rizos andaban desparramados por la cara propiciándole un atractivo húmedo y difícil de ignorar. Los lunares se le notaban más, los esculpidos labios parecían más rojos. Él sonrió por la sorpresa de mi llegada y levantó un brazo por encima de la cabeza para apoyarse en el marco vertical de la puerta.

—Vaya, mi solitaria noche acaba de ponerse mejor. Todo estaba muy negro hasta este minuto.

—Desde la segunda parte de la hora séptima, cuando los rayos del sol abandonan Jadre, la iluminación artificial se hace presente por todo el castillo. —Alcé los ojos cruzándome de brazos.

—Será tu prescencia, que alumbra con mayor intensidad por cada zona que pasa.

Me sonrojé ante el comentario y me regañé mentalmente por ello. No había venido a tontear con Adrián, tenía asuntos importantes que tratar con él.

—Necesito que hablemos.

—Siempre. —Él incorporó su cuerpo y abrió del todo la puerta—. Entra.

Entré un poco cohibida porque introducirme en habitaciones de chicos no era algo que hiciera con frecuencia; y más teniendo en cuenta que aquel chico tenía un especial deleite por demostrarme a cada minuto lo que sentía por mí.

Su habitación no era tan amplia, estaba bien para tratarse del bibliotecario real. Tenía cortinas bordadas en las ventanas, cajoneras y todo tipo de artilugios de interés, evidenciando ese carácter curioso y profundo que se desprendía también de su habitación personal en la Academia. Justo al frente de la cama, atrapando una ubicación central en relación con lo que lo rodeaba, había construida un estanque con una estatua de Syriza.

Una mueca deformó mi rostro al recordar las que atacaron a Bastian.

—¿No te gusta la escultura? —interrogó Adrián pasando de largo para seleccionar una camisa entre sus ropas.

—No me trae memorias bonitas, es todo —limité, sabiendo que el tema del pintor era doloroso también para él.

—Listo —dijo abotonándose el último broche coloquial que servía de adorno en la suntuosa camisa blanca de mangas anchas—. Soy todo oídos. —Se sentó en el borde de su cama pero yo no me moví de mi ubicación, permaneciendo de pie.

—Hoy he estado por primera vez en el salón donde se reúne el Consejo —conté—. Entre los temas que suscitaron, salió a relucir un dilema de intereses entre atamarinos y junos que espero que resuelvas.

—¿Yo?

—Arrodíllate —pedí.

En el rostro de mi acompañante se formó una expresión de picardía.

—Si quieres que te pida matrimonio, al menos déjame buscar un anillo —dijo arrodillándose en el suelo.

—¡Tonto! —chillé sintiendo la ardentía en mis mejillas—. Estoy apunto de cambiarte la vida en Jadre así que compórtate a la altura.

Adrián rió sin poder contenerse y levantó las brazos en un gesto de rendición. Me acerqué a él para colocarle una mano en el hombro, pero estaba tan nerviosa por ser la primera vez que haría algo como aquello que mi palma era el centro de un mogollo de chispas que salían y entraban por la piel. Estiré por tanto el brazo derecho según me había indicado Akenatem y dejé un espacio considerable entre mi palma y el hombro de Adrián.

—Yo, princesa Khristenyara Daynon, futura emperatriz del universo de Irlendia te nombro a ti mozo Adrián Bénjamin Kane, descendiente del clan Fayrem, caballero real de la Corte y confidente de la Corona. —Adrián levantó la cabeza mirándome en una mezcla de expectación e incredulidad—. De ahora en adelante serás Sir Kane y no tendrás obligaciones en la biblioteca de palacio a menos que quieras cumplirlas en tus ratos libres. Puedes seguir atendiendo tareas allí siempre y cuando estés disponible si se te necesita en el Consejo. Tu primer deber será a los intereses del reino y los deseos de tu Alteza. Ahora, ponte de pie.

El joven lo hizo, ya con un semblante más sosegado, y apretó los labios dispuesto hablar. Pero finalmente los aflojó y sacudió la cabeza, como si todo el asunto fuera parte de una obra de teatro y él hubiese interpretado su papel correctamente.

—¿De verdad acabas de hacer eso?

—De verdad.

—Ni siquiera me has preguntado —Sonrió arrugando la frente, confundido.

—No me hace falta siendo soberana de este mundo —traté de sonar contundente—. Ahora te debes a los asuntos pertinentes que quiera dejar a tu cargo. No eres un simple descendiente, sino un caballero, así que actúa como tal.

Adrián dio un paso al frente mirando mis facciones faciales con ese poco recato que me avergonzaba en California.

—No necesitaba ningún nombramiento para deberme a la Corona y mucho menos a su soberana. —Movió una de sus manos hasta descansar sus nudillos en el dorso de mi brazo y de esa manera fue subiendo, produciédome una guerra de electricidad que no me apetecía sentir, definitivamente no—. Tus ordenes serán mis deseos, tu voluntad será mi prioridad.

—Entonces compórtate según tu cargo y no te acerques más de esa manera —exigí, separándome de él para crear otra vez la distancia correcta.

—Khris... —Mordió su labio inferior con la esperanza que el diminutivo de mi nombre apaciguara la firmeza que yo había conseguido reunir.

Pero no aflojé.

Desde que salté a Irlendia había permitido que mi corazón se descarriara y me llevara a estados penosos para una Legendaria con mis responsabilidades. Puse en un lugar complicado a mi guardián, aunque este contara con la madurez necesaria para saber lidiar con dicha complicación. Y al aparecer Adrián, mi nostalgia por mi hogar anterior disparó muchísimos sentimientos. Él había sabido brindarme lo que tanta falta le hace a cualquier ser viviente: cariño y admiración.

Comprendí que había estado llenando el vacío de Arthur con las poesías de su primo. Que Adrián siempre estuvo cuando el primero me cerraba la puerta a su corazón, y que mi debilidad carnal estaba haciendo que me rindiera en otros ojos grises, buscando quizás, algún tipo de consuelo. Pero era tan irreal como la fantasía del amor perfecto.

Y crecer también era entender eso.

—Pasa buenas noches Adrián —dije firme—. Mañana, en la primera parte de la segunda hora nos reuniremos en el salón del Consejo para tratar el asunto pertinente —decidí, dando por concluida mi visita porque no tenía resistencia ante su tacto.

A esas alturas no estaba segura de mi autodominio.

—Espera, no te vayas por favor. —Hizo nuevamente intento por acercarse pero se lo impedí de una manera que él nunca había experimentado excepto accidentalmente: Usando mis poderes.

—No. —Extendí la mano al frente con un fuego llameante en cada uno de los dedos.

Era tan intenso que el solo vapor lograba quemar.

Vi que sus ojos brillaron probablemente por el anuncio de lágrimas, pero no llegaron. Si tenía necesidad de derramarlas se las arregló muy bien para contenerlas. Kane tenía que ser... Dio un paso atrás e hizo un ademán de cabeza.

Un despido que acepté.

Di media vuelta y salí sin cerrar la puerta. Esa noche me costó conciliar el sueño, me costó controlar el fuego de mis manos y evitar que chispas violetas me recorrieran el cuerpo. Esa noche sobre todas las noches me costó dormir en la inmensidad de mi alcoba, completamente en soledad. A pesar de las velas encendidas todo se percibía oscuro... en un oscuro vacío. Así me sentía.

«Te necesito Arthur»

Se me hizo menester concentrarme en los problemas de mi pueblo. Concentrarme en eso alejaría la profunda necesidad que cada vez crecía con más fuerza. Crecer también incluiría desprenderme de sentimientos que solo estaban haciéndome daño.

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