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♤29♤ LA CORTE REAL

Año 6
10Ka, 50Ma.
Jadre.

Llegamos a la cima y los músicos, que resultaron ser miembros del clan Lirne, levantaron los cuernos y soplaron por ellos. Tuve que morderme la lengua para no soltar un jadeo de dolor por contemplar silfos tan preciosos y acordarme de Bastian. Él era como ellos pero sin alas iridiscentes. Le hubiese encantado conocer a sus legendarios, aprender de ellos...

La multitud de abajo volvió aplaudir enloquecida y yo tragué unas cien veces; una por cada grada. Me tocaba enfrentar el momento, me tocaba enfrentar la realeza.

La realeza Daynon...

Ellos eran sencillamente esplendorosos. Con sus cabellos rojos, sus capas rozando el suelo y los ojos dorados más brillantes de los cinco mundos. La piel era de un blanco pulcro, el porte denotaba lo magnánimo de la galaxia. Entonces caí en cuenta que yo misma tenía esas características, y recordé todas las veces que los herederos se quedaban observándome de igual modo; extasiados, enojados con ellos mismos porque a pesar de representar una plebeya en la jerarquía que mantenía Howlland, sencillamente no podían apartar la vista ni evitar el estremecimiento de todos sus huesos cuando yo pasaba.

Era el instinto evidenciándose. Un instinto de millones de años.

La daynoniana que tenía larga cabellera rizada y una corona magnífica anunciando su cargo, se acercó temblorosa llevándose una mano a la boca y la otra al frente, titubenado si tocarme o no. Tenía un vestido de corte abierto a partir de la cintura con un diseño ingenioso de colores pastel. Había algo demasiado cercano en ella. Demasiado... maternal...

—Khristenyara —sollozó recortando toda la distancia que nos separaba.

Recogió su mano y se quedó mirándome con un cariño infinito, mientras sus ojos ámbar parecían derretirse por el incesante flujo de lágrimas. Me descubrí a mí misma con las mejillas mojadas y una punzada que me debilitó. Ella me extendió los brazos, y yo oculté mi debilidad entre los mismos. Eran suaves y olían a jazmín.

—Mamá... —exclamé sorbiendo la nariz y la reina me apretó con fuerza.

Y yo la apreté.

Nos abrazamos como si nos fuera la vida en ello. Nos abrazamos recuperando el tiempo perdido, dieciocho años humanos sin tenernos; y sabrían los legendarios cuántos años representaban en Irlendia.

—Mi hija añorada —dijo apartándose un poco para contemplarme—. Has crecido tan bien. —Encunó mi rostro con sus manos—. Tan hermosa, tan fuerte... Y ahora estás aquí. —Sonrió mientras más lágrimas corrían de sus ojos—. Por los clanes, de verdad estás aquí.

No tuve tiempo de responder, porque volvió abrazarme vigorosamente.

—Bueno, déjala respirar hermana. —Se escuchó de repente y abrí los ojos.

Mi madre me soltó.

La dueña de la reciente voz resultó ser otra daynoniana igualmente hermosa, de mediana edad y con el cabello tan largo como la reina, aunque lacio. Su tonalidad de rojo era más oscuro y sus pómulos muy pronunciados, lo que le daba un aspecto un poco más recio pero que no lograba opacar su belleza. Sobre la cabeza llevaba una tiara de rubíes y su vestido era de un color avellana con ribetes carmín.

—Ten paz querida sobrina. —Extendió ambos brazos y dejé que me estrechara—. Un honor presentarme ante ti como Lady Kerisha Daynon, pero tú puedes llamarme tía Kerisha —dijo separándose—. Veo que es cierto lo que nuestra reina Korallie ha expresado. —Miró a la mencionada de reojo—. Has crecido bien, hermosa y fuerte. Imagino cuántos descendientes suspiraban por ti en la tierra.

Me sonrojé ante ese comentario.

—Ven querida —siguió hablando mi tía—, conoce a tus hermanos.

Parpadeé incredula. ¿Mis hermanos? ¡Tenía hermanos!

Aquella revelación me dejó un poco desubicada porque la verdad era que había crecido en Palm Springs como hija única. Miré a los dos chicos que se mantenían a una distancia prudencial y dejé que Lady Kerisha me presentara a ellos porque de hecho, eran los últimos daynonianos del área que portaban coronas. ¿Por qué sentía latente el peso de una ausencia importante?

Una fugaz añoranza paternal hincó en mis entrañas.

Fijé mi atención al varón que era alto con una complexión musculosa y equilibrada, ni muy delgado ni muy ancho. Poseía un cabello rojo rubí intenso y a golpe de vista, sedoso. La mayoría de sus mechones se chorreaban debajo de la corona hasta el principio de la frente dejando al descubierto su llamativo rostro, excepto un mechón rebelde que no obedecía protocolos y le tapaba parte del lado derecho. Sus ojos permanecían tranquilos debajo de unas definidas cejas; me sorprendió lo largo de sus pestañas y también lo delicado de su nariz.

Vestía con un sobreveste de terciopelo, esa túnica sin mangas cubierta por delante en su mitad inferior y forrada de armiños. Era color turquesa y combinaba con unos pantaloncillos negros y un albornoz de arabescos celestes. A la cintura de su vestimenta tenía agregado una faja confeccionada con mucho esmero que dejaba ver una espada al costado. La empuñadura era de oro con forma de cabeza de búho.

El joven hizo una inclinación breve y me extendió la mano. Noté que algunas venas se marcaban, quizás por el manejo de la espada.

—Kilian Daynon, alteza. Príncipe de Jadre y segundo heredero a la corona de Irlendia. Es todo un honor tenerla finalmente de vuelta.

No fue la voz viril de mi hermano la que me causó desconcierto, sino su tono. Era demasiado... formal.

Nos observamos unos segundos hasta que él fue el primero en desviar la mirada. Comenzó a pasear los dedos por la empuñadura de su espada y comprendí que era un gesto nervioso, aunque aparentemente Kilian estaba muy sereno. Decidí sonreír.

—Mucho gusto. El honor es mío al poder conocerte Kilian.

Atisbé una ligera sonrisa en su moldeada boca.

—Tu hermano es un príncipe estupendo Khristenyara —aportó mi tía—. Forma parte principal del Consejo Real y ha estado sersiorándose de los asuntos monárquicos y bélicos. Además que es un espadachín diestro y maneja la energía Oserium con la facilidad de un experto.

Las mejillas de Kilian se sonrojaron un poco ante los halagos de su tía.

—Solo cumplo con mi deber —dijo tranquilo.

—Que sepas querida sobrina, que el príncipe tiene suspirando a casi todo el reino pero está tan volcado en sus asuntos que no ha querido desposarse.

Mi hermano se aclaró la garganta un poco incómodo por el comentario.

—Hay asuntos más urgentes que casarme —contestó a modo de defensa.

—¿Ya es mi turno tía? —intervino de repente la jovencita que estaba al lado.

Me fijé también en la que debía ser mi hermana menor y descubrí con gratitud todos sus bellos atributos. Cabello cobre con reflejos dorados que llegaba al terminal de su vestido verde. Ojos grandes y curiosos, y una expresión de juventud eterna. En años humanos, le calculaba unos quince.

—Ella es la princesa Kyra —anuncio mi tía—. La tercera en la línea real.

—Hola Kyra. —Tomé la iniciativa de abrazarla y cuando me incliné ella me correspondió.

—¿Te puedo llamar Khristenyara o tiene que ser alteza?

—Khris está bien —pedí.

—Hija mía, hemos preparado un banquete en tu honor. —Mi madre se acercó.

En realidad nuestra madre. Acostumbrarme a todo me llevaría algún tiempo.

—General Hakwind, le ruego nos acompañe —le pidió a Akenatem.

—Será un placer —aceptó este.

—Y esperamos que el joven valiente que te ha traído también haga acto de prescencia  —añadió mi tía.

En ese momento me acordé de Eskandar. Miré abajo y me mareé un poco al ver una serie de puntos por lo alto del lugar. Finalmente lo distinguí junto al escuadrón especial de centauros.

—Jamás lo admitiría pero está agotado del viaje y subir cien gradas sería demasiado.

—No se preocupe princesa, puede usar el elevador que se encuentra al otro lado del castillo.

Clavé estupefacta los ojos en el general.

—Ha-ay un... ¿elevador?

Creo que en ese momento mi interlocutor tuvo que agarrarme para que no me cayera rodando abajo.

—Claro. De hecho varios ¿Se imagina cada vez que tuviéramos que subir o bajar? Seríamos unos completos retrógrados sino le hubiéramos solicitado a los xarianos colocar una vía de ascenso automático a la cima del palacio.

—Pero a mí nadie me avisó antes de que... —Señalé abajo con pesar, mirando otra vez las anchas cien gradas que había subido.

—Debía hacerse la subida triunfal. Por la ceremonia y etcétera —contestó él como si fuera la cosa más obvia del mundo.

—Ah...

Intenté alejar ese pensamiento para no quedarme procesando que me habían obligado a subir cien gradas solo porque se veía épico tratándose de la princesa perdida.

—Bien, ordena que traigan al humano —dictaminó la reina y el general asintió con la cabeza—. Y tú hija mía irás con las doncellas del clan Lirne para la preparación del banquete.

—¿Preparación? —pregunté intentando que no se me saliera el tono de queja.

Lo cierto era que aquello se escuchaba como un proceso de horas y yo tenía muchísima hambre.

—Ellas son las encargadas de dejarte digna de tu cargo. —Mi madre me tomó ambas manos—. Quedarás como la princesa que eres.

Solo pude asentir sin evitar recordar las icónicas palabras que hacía mucho tiempo me había dicho Arthur cuando me llevó al Centro comercial...


Ir al Centro con Arthur resultó por mucho más divertido que soportar que una decena de Vilfas me bañaran, peinaran, perfumaran y vistieran. Las órdenes de la reina habían sido claras: «Atiendan a su futura emperatriz como se merece.»

La tarea no era sencilla, pues llevaba años dando tumbos por los mundos sin prestar atención a mi apariencia. Y eso que en Korbe los dígitos me permitieron un baño decente y ropas limpias. Pero nada digno de la princesa de Jadre. Por lo que mis asistentas se empeñaron a cabalidad de sacarme los cabellos dañados, la suciedad de lugares que ni sabía que guardaban suciedad y pulir como un herrero a metal hasta que lo quedara fuera de su agrado. Me escogieron un vestido púrpura, de la misma tonalidad que se extrae del famoso festejo de la vendimia cuando las uvas sólidas son convertidas a vino. La tela llegaba al suelo y el escote tenía vuelos dorados. Me trenzaron el cabello dejando ondas sueltas y otras recogidas. Me maquillaron, y me calzaron convenientemente para que luciera más alta.

Como toque final, la única idrya del grupo que se había presentado como mi doncella personal, me colocó una espléndida corona. No era tan grande, pero sí muy lustrosa. Tampoco pesaba mucho, y quedaba acorde con los bucles altos que decoraban mi peinado.

Cuando estuve lista, dejaron que me admirara en un espejo inmenso que había en el salón.

Abrí la boca, incrédula. Era tan... daynoniana...

—Su alteza —dijo la doncella y las Vilfas se inclinaron—. Pedimos permiso para retirarnos.

—Permiso concedido. Usted y sus compañeras han hecho un gran trabajo —agradecí con sinceridad.

—Es un honor resaltar los atributos de nuestra princesa —respondió ella y tomó paso para retirarse con las demás.

Me reí al imaginarme a Jessica O'Brien sirviéndome como sus consanguínea legendaria. De seguro preferiría morir antes.

Me dediqué a apreciar la belleza del salón donde me habían arreglado. El techo tenía pinturas en óleo de danzas interminables y enchapados en oro y remaches en otros metales preciosos. Vino a mi mente que el oro era el valor comercial predominante en Jadre y pensé que había muchísimo desperdiciado en las paredes.

No podía afirmar qué clase de habitación era la que me acogía, pero a falta de una cama decidí que no era un dormitorio. Habían tres saunas, cinco bañeras, miles de indumentarias de maquillaje y armarios con ropas y capas masculinas y femeninas. Al parecer era un salón dedicado a recrear la belleza de los miembros de la corte.

Busqué la puerta y salí del lugar. Mi madre me había mostrado antes el comedor real y dejado la directriz que acudiera al mismo en cuanto estuviera lista. Así que dejé atrás los corredores del palacio y encontré el sitio sin problema. La belleza en cada montículo también se apreciaba en esta área, habían esculturas de búhos . Y al final en vez de una pared se abría una puerta levadiza a un exuberante jardín.

Después supe que se trataba de un jardín flotante.

—Su alteza Khristenyara Daynon —anunció en alta voz un lacayo que se encontraba al lado de la puerta.

Los comensales se pusieron de pie. Distinguí a mi recién conocida familia, el general, Eskandar que lo habían arreglado muy guapo, y dos irlendieses rubios los cuales no vi en la ceremonia de bienvenida pero deduje que pertenecían al Clan Idryo no solo por sus características físicas sino por el
broche de oro distintivo: una cabeza de león. No me los habían presentado y sin embargo uno de ellos, el más joven, me resultó conocido de alguna parte...

—Gracias —dije por la espera a mi demora cuando llegué a la mesa y tomé asiento a su cabecera que me habían dejado libre.

Los presentes se sentaron y la reina hizo sonar una campanilla. Entonces los camareros entraron en fila trayendo los primeros platos. Mi posición quedaba de la siguiente forma: yo estaba en la cabecera y la mesa se extendía al frente. En el lado derecho de la misma, iniciaba su majestad la reina Korallie, mi madre, y en el izquierdo, el príncipe Kilian, mi hermano. Al lado de él, Eskandar se debatía entre escoger la pimienta negra o la roja para su entremés; finalmente escogió la segunda. Frente a él y consecutivo a la reina estaba mi tía y luego el general. Cara a cara con este, mi hermana Kyra ocupaba asiento quedando después de Eskandar en la misma línea. Me pareció curioso el hecho de que perteneciendo a la familia real, estuviera sentada frente al general y no antes que Eskandar.

Al lado de Akenatem, el noble Idryo le echaba sal refinada a su plato y por último, en la otra cabecera de la mesa y justo al frente de mí, el joven con cabello color miel y ojos de tonalidad indescifrable estaba mirándome con sonrisa amable.

Me pregunté por segunda vez por qué me parecía tan conocido.

—Hija mía, me gustaría presentarte a Lord Dominic Dukor, duque de Haffgar y máximo consejero real —dijo mi madre en referencia del señor—. Y su hijo, Lord Devian Dukor.

—Un gusto —expresé.

El más joven, Devian, se limitó a regalarme otra sonrisa de boca cerrada al tiempo que asintió con la cabeza.

—Tenga paz Alteza, y el gusto es todo mío —habló el duque—. No sabe cuántos años hemos estado esperando su regreso. Al principio se sugirió preparar un grupo especializado en saltos por agujeros negros a buscarla, pero luego se determinó que en vista de las circunstancias de la guerra lo mejor era que se quedara donde estaba —contó el idryo intercambiando la mirada en mí y en su plato. Gesticulaba con las manos mientras lo hacía—. La situación emperoró más de lo que imaginábamos, y se fue aplazando el plan de búsqueda.

—Fueron momentos muy críticos —suspiró abatida mi madre pinchando con el tenedor su entrante—. Por todo Jadre se sintieron los estragos de la Guerra Roja. Y la familia real quedó destrozada con tu ausencia.

La familia real... Medité en todo lo que englobaban esas palabras.

—¿Y el rey? —solté de repente acaparando todas las miradas. Incluso Eskandar dejó lo que estaba haciendo.

Se hizo un silencio muy incómodo. Sentí la tensión en el aire la cual podía cortar nuestras copas si se tirasen al aire.

—El rey Kronok... —la reina se propuso contestar, pero el tema debía ser doloroso para ella, porque ahogó un sollozo y se llevó una servilleta de lino a la boca.

Mi corazón dio un vuelco.

—Querida... —Lady Kerisha, mi tía, fue la que tomó la palabra—. Tu padre fue un hombre valeroso que luchó con la energía Oserium de forma intrépida.

Solté mi tenedor.

«Fue». Ella había dicho «fue»...

—Él... —Intenté continuar pero la voz me falló.

Sentí una acumulación extraña en la garganta, esa sensación de algo que has añorado por años y sencillamente te lo arrebatan antes de que puedas palpar apenas el borde.

Mi madre cerró los ojos, mi tía asintió apenada. Mis hermanos dejaron de comer y Eskandar esbozó con sus labios las palabras sin sonido «Lo siento». El general se revolvió inquieto, y los representantes del clan Idryo cruzaron miradas amargas.

Mi padre el rey había muerto.

Y como en la Tierra, aquí también debería enfrentarme a los problemas sin una figura paternal a la que aferrarme.

—Yo... yo no sabía... —quise excusarme revolviendo las raíces de mi plato.

—No pasa nada. —La mano de mi madre reposó sobre la que tenía apoyada en la mesa.

Ambas compartimos unos segundos de complicidad y la sonrisa volvió a su rostro.

—Estoy segura que Kronok 'El Valiente', hubiera estado muy orgulloso de tenerte hoy sentada aquí y ver la hermosa adulta en la que te has convertido.

—Bueno —habló mi tía recuperando su jovialidad—, creo que es hora que nuestra Khristenyara deguste el famoso "Framín" de palacio.

Diciendo esto hizo sonar la campanilla y los sirvientes acudieron a retirar los entrantes y traer los nuevos platos y cacerolas. Fue cuando se empezó a servir el vino, uno rojo muy oscuro que tenía excelente calidad, y bandejas con todo tipo de hortalizas y plantas comestibles. Según los pajes iban ofreciendo, todos tomaban un poco de cada cosa; yo los imité en menor grado esperando que algún momento apareciera el plato fuerte.

Se llenó la mesa, que hasta ese momento destacaba por su cristalería vacía. Los manjares ocuparon cada zona de la superficie incluyendo las partes donde no había nadie sentado. Pero no vi ni rastro de carne. Forian se hubiese sentido muy mal en esta mesa.

Los presentes empezaron a comer escogiendo los cubiertos correctos para cada cosa. Arthur me había dado clases de cubertería antes y pensaba que había aprendido todo sobre la etiqueta en la mesa. ¿El problema? Los cubiertos no eran iguales. Nada en Jadre era igual. De inicio, lo único que compartía similitud con los cubiertos humanos era el tenedor y un artefacto parecido a un cuchillo, pero aquel estaba recubierto de oro y el mango ostentaba un complejo diseño curvo y sinuoso del que le sobresalía algunas espirales. El resto eran artículos bastante raros.

Fijé la mirada en Eskandar en busca de ayuda, pero mi amigo estaba muy a gusto probando lo que habían traído; concentrado en sus platos, escogía con maestría los cubiertos correctos. Claro, al ser heredero de un sultán y habiendo pasado un tiempo como Contramaestre con el Capitán del Atroxdiom, no tendría problemas en la elección adecuada. Además Maltazar debía haber mantenido el lujo en muchas cosas porque a pesar de ser un pirata de Irlendia había arrastrado sus refinados modales de Estados Unidos.

Fui posando la mirada en cada presente, y cada uno de ellos comía sin ningún tipo de problemas. Mi estómago se contrajo a modo de queja y mi pecho se estremeció cuando Lord Dominic mencionó en voz alta mi nombre.

—¿La princesa Khristenyara no tiene hambre? —indagó con curiosidad.

Oh vaya si tenía hambre ¡Tenía un hambre voraz! Poco me faltó para perder la cordura y abalanzarme a todo con las manos...

—De hecho sí tengo hambre —le sonreí al máximo consejero y bajé la vista para escoger el cubierto.

Frente a mí tenía dos tenedores, el mencionado cuchillo, un palito de cedro con el terminar curvo y hondo, una especie de Y de piedra con sus dos puntas filosas (como puntas de lanza), y un tubito de plata del que salía un pequeño colmillo afilado.

«Por favor adivina»

Me lancé por la última opción pero justo antes de que mis dedos hicieran contacto, alguien se aclararó la garganta. Alcé la cabeza y me encontré con los ojos de el hijo de Lord Dominic, Devian, negando con sutileza. Llevó su mano a uno de los cubiertos que tenía al frente y lo alzó de manera casual para demostrarme que aquel era el correcto.

Lo imité.

—Está delicioso —anuncié y sentí la relajación instantánea en todos mis músculos.

Sí, definitivamente el muchacho me había salvado de lo que podría haber sido un vergonzoso momento.

Nota

Holaaaaa! Aquí su autora favorita o al menos una de ellas jjj. Necesito que me dejen sus impresiones de este bello capítulo. Yo en lo personal moría por presentarles al príncipe Kilian porque VAYA Khris tiene un hermano, ¿quién lo diría?. Les dejo un fanart que hice en un sitio de crear rostros:

Y antes de que especulen, me imagino completamente a Lord Devian Dukor hijo del duque como Douglas Booth  :)
Aquí el edit.

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