♤28♤ EL CALOR DEL HOGAR
Año 6
10Ka, 50Ma.
Jadre.
Cuando era pequeña mi madre adoptiva me compró un libro de cuentos. Me lo leí cientos de veces, pero las páginas más llamativas eran las de los centauros. Sonreía de imaginarme trepada a sus lomos de caballos mientras me afincaba al torso humano que les salía a partir de la cintura.
Las leyendas cuentan el origen torcido de los centauros, nacidos en Grecia. Pero en ese momento que los vi frente a frente dándonos la bienvenida en Jadre, la capital de Irlendia, razoné que las leyendas griegas debían estar ligeramente alteradas y que el verdadero origen de los hombres caballos era que uno de ellos había cruzado kiloaños atrás al extremo noreste del mar Mediterráneo en la Tierra y como invariablemente ocurría con los irlendieses, había tenido prole en el mundo antiguo.
No obstante, a pesar de haber leído muchísimos cuentos de la especie, contemplar a centauros reales en todo su esplendor resultó maravilloso. Eran altos, robustos, con un pelaje limpio y reluciente que llamaba la atención. La crin les subía por la espalda y los brazos musculosos contenían más vellos que los de humanos comunes. Y sus rostros, sus bellos y divinos rostros sacaban todos los suspiros. Delante de nosotros se había formado un grupo de seis, y los seis eran diferentes en color, apariencia y mirada. Pero compartirán una igualdad arrolladora: la belleza.
Bajaron los cuernos y se quedaron observándome impresionados, justo como yo los estaba observando a ellos. Uno del grupo llevaba un estandarte rojo con un búho dorado en el centro: el símbolo de los daynonianos, la bandera de mi clan.
—Su alteza —dijo el que parecía más viejo, y dobló las rodillas delanteras al tiempo que bajó la cabeza.
Los cinco centauros restantes hicieron lo mismo.
—Hola. —Saludé con la mano sin noción de qué más hacer.
—Tenga paz princesa mía. Es... es un completo honor comparecer ante usted finalmente. —Aquel équido estaba haciendo un esfuerzo por articular palabras, era evidente. Percibí que le temblaba ligeramente la voz por la emoción—. Hemos esperado tanto este día... un glorioso día en que nuestra princesa ha regresado a donde pertenece.
Una brisa cálida de primavera sopló desde el sur trayendo consigo mariposas que me rodearon el cuerpo. Miré a Eskandar que me hizo un gesto para que respondiera. Tragué saliva, todo era muy nuevo para mí y no estaba acostumbrada a dar órdenes.
—D-De pie por favor... —pedí titubeante.
El primer centauro que se había arrodillado alzó la cabeza.
—Permítame el honor de presentarme, su alteza. Mi nombre es Tiónedes —anunció incorporándose. Su pelaje era marrón como la fértil tierra que se queda húmeda por el rocío matutino—. Este súbdito tuyo es el capitán de la tropa de caballería real daynoniana y junto a otros leales siervos soy parte del escuadrón especial —se presentó.
Los demás también se incorporaron pero uno de ellos, el que tenía una crin cobriza se acercó al capitán.
—Este es Páirokal, mi mano derecha —siguió hablando el viejo.
—Y su hijo —deduje en voz alta y el joven centauro sonrió con mesura.
Fue evidente concluir que eran padre e hijo. Páirokal era una copia más jovial y atrevida de Tiónedes, se le notaba en los ojos audaces y manera en que arqueaba las cejas. Incluso consiguió que me pasara el estúpido pensamiento que si viviera en Estados Unidos y tuviera una cuenta de Instagram las chicas de mi escuela se obsesionarían con su atractivo salvaje y anómalo. Y exceptuando su corta barba cobriza contrastando la del más viejo que era crecida y tupida, las demás características físicas eran idénticas.
—También es un completo honor mi princesa —habló Páirokal sorprendiéndome con el tono agradable de su voz—. Para todos nosotros, los que formamos el escuadrón especial de las tropas daynonianas, la mañana nos ha sonreído con el anuncio de su llegada.
—Mi llegada... —procesé—. ¿Sabían que llegaría hoy?
Páirokal volvió a sonreír levemente y un mechón anaranjado de su alborotado cabello le cayó sobre la ceja izquierda; sin embargo fue su padre Tiónedes el que respondió:
—Por supuesto, su alteza. En cuanto su nave entró a la órbita de Jadre nuestros astrónomos la captaron. En primera instancia el instinto fue abrir fuego pero los radares notaron que era una nave no hostil y los lentes graduales mostraron clara su imagen cuando el transporte descendió a metros de tierra. En todo palacio se ordenaron preparativos y la corte está como loca.
—Por todos los clanes —exclamé llevándome una mano a la boca.
Fue como idealizar un sueño épico, así que mis nervios se tensaron.
—Hemos venido a escoltarla hasta el castillo donde la familia real la espera ansiosa.
¡Mi familia! Una punzada hincó mi corazón y se me humedecieron los ojos de la felicidad.
—Vamos por favor no quiero perder más tiempo —supliqué deseosa.
—¿Qué pasa con la nave? —preguntó Eskandar.
—Después los conserjes vendrán a llevársela —le informó Páirokal y Eskandar asintió.
Giré la cabeza hacia el Y90s Pro y arrugué la frente.
—¿Dónde está Tornado?
Eskandar se encogió de hombros y fue a revisar.
—Disculpe su alteza, ¿ha dicho «Tornado»? preguntó Tiónedes visiblemente nervioso.
—Así es Capitán. Sonará sorprendente, pero se trata de un lobo que...
—Por Daynon. —Dio un paso atrás y la cola se le empezó a mover inquieta.
Las colas de los otros centauros se movieron por igual.
—No está —contó Eskandar a altas voces saliendo de la nave y uniéndose nuevamente a nosotros.
—Akenatem Hakwind lo dijo padre —le comentó por lo bajo Páirokal al capitán aunque logramos oírlo.
El centauro mayor tragó saliva.
—Ciertamente.
—Em... ¿hay algo que debería saber? —formulé optando por la primera pregunta, dejando de lado la interrogante sobre quién era Akenatem.
—Dispénseme princesa Khristenyara. —Tiónedes hizo una inclinación de cabeza—. Estoy seguro que hay muchas cosas que desea saber, y una vez llegado a palacio será informada de todo. Pero no nos corresponde al escuadrón ese privilegio. Le suplico nos acompañe, para escoltarla hasta el castillo y se puedan efectuar las ceremonias de bienvenida.
Suspiré de forma serena. Si en algo tenía razón el centauro era que deseaba saber muchísimas cosas. Pero no obstruiría el proceder que tocaba según las tradiciones daynonianas. Por tanto, empecé a caminar en dirección al castillo.
—Alteza. —Tiónedes cabalgó a mi lado—. Si he hallado favor a sus ojos, le pido que suba a mi lomo para llevarla tal como se me ha indicado.
Me detuve y miré su cuerpo de caballo con curiosidad. ¿Cómo treparía hasta allá arriba? Él pareció ver la interrogante en mi cara y me alargó el brazo.
—De acuerdo. —Me dejé cargar hasta el lomo centauro.
Tiónedes me levantó con solo con su brazo sin esfuerzo. Así de poco pesaba para él.
—Páirokal. —Le hizo un gesto a su hijo con la cabeza en dirección de Eskandar pero el árabe dio pasos atrás cuando el centauro más joven se colocó a su lado.
—No, ni hablar —negó rotundamente.
—No seas cabezota Eskandar —reí por lo gracioso que se vio apresurando el paso para alejarse de nosotros rumbo al castillo.
—Yo monto caballos, no híbridos o lo que sea que ellos sean —protestó mientras se alejaba.
Comprimí una carcajada y en cambio una leve tos se escapó de mi boca. Debía hacer intentos por comportarme diplomáticamente desde ese momento pero Eskandar me lo ponía difícil.
—¿Su escolta siempre es así de tozudo? —inquirió Páirokal interesado arrascándose la barbilla.
—Sí y dudo que cambie —respondí deseando que en efecto, mi amigo árabe nunca cambiara.
Sin hablar mucho más, la travesía hasta el castillo se me hizo hermosa. El campo olía fresco, los cultivos estaban listos para segar. Se trataba de All-Todare, la tierra del clan Juno que era cuidada y trabajada con esmero. Las mariposas seguían acompañándome, permitiendo que disfrutara de sus llamativos colores. Le pregunté a Tiónedes cómo era que Jadre lucía en esas condiciones paradisíacas si la Guerra Roja persistía a través de los años y él me explicó que llevaban desde finales del kiloaño anterior, el nueve, en una especie de tregua. Pero además nuestro mundo contaba con un proceso regenerativo alucinante. No obstante afirmó que dicho período no duraría y yo noté la voz amarga con la que lo dijo.
Era lógico. Ahora que la princesa había regresado y que en los mundos fuera corriendo la voz la tregua iba a desaparecer.
No habíamos alcanzado el perímetro principal del castillo cuando observé a lo alto de una de sus torres criaturas con patas de cabras alzando cuernos para dar el anuncio. Apenas salía del asombro por los centauros y ya divisaba sátiros en todo su esplendor.
—Son los centinelas —explicó Tiónedes al sentir la inclinación de mi cuerpo cuando me quedé mirándolos.
—¿Trabajan solo de centinelas? —quise averiguar.
—Bueno, algunos ayudan como conserjes.
—Oh...
Cada dato sobre la vida en Jadre me parecía fascinante y trataba de guardarlo para acomodarme en el mundo lo más rápido posible.
Bordeamos las murallas y la puerta levadiza principal fue bajando para darnos paso. Como el río estaba del otro lado y nosotros habíamos acudido desde la parte trasera, los centauros simplemente cabalgaron bordeando los muros.
Dejamos detrás el punte levadizo y nos encontramos con la entrada principal, donde vislumbré una barbacana simétrica con dos rejas de oro macizo, abiertas igualmente, flanqueadas por dos torres laterales. Cada torre tenía una enorme bandera roja que ondeaba según la dirección del viento y resplandecía con los rayos solares el búho dorado en su centro. Cuando bajé la mirada las rejas ya se estaban abriendo y las puertas con estas. Tuve que apartarme porque sin aviso pares de alas salieron contra nosotros, nos bordearon y volaron arriba para encontrarse con el grupo que estaba posado en lo último de las torres. Se veían magistrales, su plumaje embellecía las altas fronteras evidenciado lo que por milenios era legitimidad daynoniana.
Justo después mis ojos bajaron para enfocarse en el mar de seres que estaban apretados en la plaza que antecedía al palacio, una gran muchedumbre que me fue imposible contar; una muchedumbre inquieta y excitada por la noticia más fuerte de todos los tiempos: la futura emperatriz había regresado.
Todavía atónita seguí detallando la estructura del sitio que resultó impactante, un tributo artístico rebosante de realeza. Aprecié las cornisas rematadas con almenas en todo derredor y gabletes puntiagudos.
Atravesé la algarabía y vi unas gradas tan anchas que parecían rozar las nubes; arriba se encontraba la entrada al palacio. Allí, músicos con una serie de instrumentos de cuerda y viento comenzaron a tocar apenas me dejé ver. Pero lo que en realidad resaltaba en la cima, era el grupo de pelirrojos vestidos con jubones dignos de la realeza y capas que arrastraban el suelo.
Tragué saliva.
Ellos eran la familia real, mi familia.
—Espera —le supliqué a Tiónedes cuando reanudó la marcha.
—¿Alteza?
—Esperemos a Eskandar —pedí haciendo intentos por bajar del lomo del centauro.
Páirokal se dio cuenta y me ayudó a poner los pies en el suelo.
Miré ansiosa al árabe que le faltaba todavía un buen tramo. Capitán e hijo intercambiaron miradas y resoplaron.
—Iré a buscarlo —determinó finalmente el más joven y salió en su dirección con trote firme.
Era maravilloso verlo correr de aquella manera.
Eskandar se quejó cuando el centauro lo tomó por la camisa y lo tiró a su lomo, pero no le quedó más remedio que sujetarse cuando este apretó la carrera. A los pocos segundos se reunieron con nosotros y Eskandar se tiró para pisar tierra firme.
Ahí sí que no aguanté la carcajada.
—Primera y última vez —escupió el heredero y le di un codazo.
—Venga Eskandar, necesito entrar contigo.
Él flexionó su brazo invitándome a tomarlo para hacer la gloriosa entrada.
—Bueno, apartando el desagradable momento que acabo de vivir, me alegra aceptar este privilegio.
—A mí también.
Me forcé a sonreír reprimiendo las lágrimas. En el pasado había imaginado entrar con Forian pero en vista de los acontecimientos agradecía infinitamente tener aunquesea un amigo leal y cercano para enfrentarme a ese momento.
En el inferior de las gradas una ilera de sátiros con tambores empezaron a tocar, y el resto de instrumentos musicales se fueron uniendo, uno por uno, dándome la bienvenida.
Y entramos.
Adentrarme no fue lo difícil, sino lidiar con las reacciones ajenas. Habían daynonianos, híbridos y demás miembros de los otros clanes leales, algunos llevaban estandartes con el símbolo de su clan y cada uno de ellos estaban con rostros alegres, asombrados, llevándose las manos al pecho. Los niños me señalaban y los viejos alzaban los brazos al cielo.
—Mira Dinamita —susurró Eskandar a mi oído—, mira la felicidad que les causa ver a su princesa perdida.
Me aferré más a su brazo, conteniendo los temblores y respaldándome en la seguridad que como jeque de Dubái derrochaba al caminar. Él estaba acostumbrado a toda la pompa, yo no. Ver las emociones a flor de piel de todos aquellos seres que por años habían estado esperándome me produjo severas contracciones en el estómago. Justo cuando pensaba que me iba a desmayar unas campanas sonaron en lo alto de las torres y unos lazos color dorado y rojo explotaron desde alguna parte, creando una lluvia colorida. Los búhos alzaron vuelo y los presentes no pudieron reprimir y unieron sus palmas en aplausos sonoros que inundaron la gran plaza del castillo de Jadre.
Entonces, una manada de lobos salió marchando de un portón ubicado en el extremo izquierdo de la plaza. Por su diseño que encuadraba los tableros de madera con una extensa disposición de clavos de cabeza plana, debía separar la plaza pública de un sitio especial. Los animales lucían enérgicos y saludables y por su tamaño extinto no debían ser otros que los famosos Cansidirus de Irlendia. Mi corazón retumbó emocionado porque la marcha de lobos significaba el preludio de lo que estaba por aparecer: los legendarios guerreros del clan Fayrem.
No hubo espera al respecto, porque en cuanto los animales terminaron de marchar y se pararon firmes formando una ilera de dos decenas delante de las gradas un ejército formidable con armadura reluciente de acero y gáleas en la cabeza aparecieron por el mismo portón. Los presentes se volvieron como locos acompañando los aplausos con vítores frente a los hombres con capas azules y ojos grises, ráfagas de viento soplaron desde su dirección volviendo sus pasos ligeros. La actuación llegó a su cumbre cuando sacaron sus magníficas espadas y las alzaron al firmamento.
Se me escapó un suspiro de admiración, pero no dejé de avanzar. Un estremecedor sentimiento me abarcó de pies a cabeza cuando finalmente quedé frente a los inigualables guerreros reales, los ancestros de los Kane.
Había leído sobre ellos pero otra vez, tenerlos a un alargar la mano de distancia no era comparación. Entendí el porqué los Kane causaban inquietud y magnetismo donde quiera que estuvieran. Entendí como genes tan potentes habían sido heredados al engendrar humanos con basta inteligencia, belleza y prácticamente perfección. Con su altura de dos metros y la mirada más desestabilizadora de los universos, los fayremses lograban un respeto reverente como nunca antes pensé sentir.
Estaban de mi lado, lo sabía, no obstante no pude evitar encandilarme con el metal pulido de sus corazas y el grabado lustre de sus escudos; que comprendía una cabeza de lobo con expresión fiera y un búho encima, con alas abiertas que abarcaban ambos lados del objeto. Sin embargo, a pesar de mi enajenación ocurrió un acto que me dejó muda por completo: Los implacables guerreros se postraron a tierra, inclinándose ante mí.
Los Cansidirus doblaron sus patas.
Eskandar desprendió su brazo de mi agarre y se inclinó del mismo modo.
Giré mi cuerpo: todo el escuadrón especial de centauros se arrodilló.
Mi corazón dio un vuelco, el flujo de seres en la plaza también se había inclinado.
Alcé los ojos a la punta superior de las gradas: mi familia ¡la familia real! se había arrodillado.
Todos... todos se habían inclinado ante mí, la futura emperatriz de Irlendia.
Los tambores resonaron en una nota final en la que cuernos y gaitas se sumaron, dando una despedida rítmica a la ceremonia.
Y ahí estaba yo, siendo enaltecida como nunca antes; teniendo el juramento visible de miles de criaturas legendarias que esperaban con todo su ser que su princesa ascendiera en el trono supremo y pusiera fin a la guerra más sangrienta de todos los tiempos.
Uff...
—Tenga paz princesa del clan Daynon, alteza de todos los mundos de Irlendia —una voz ronca, rasposa, captó mi atención.
Se trataba de uno de los guerreros que todavía yacían con una de las grebas doblada en el suelo. Así agachado, se quitó el yelmo y dejó al descubierto su rostro gallardo, con cejas arqueadas y mechones de cabello castaño oscuro y lacio cayendo por doquier. Parecía un actor de cine escogido para interpretar un mito del Olympo.
—El pueblo de Jadre se enorgullece de presenciar este día. Los soles se inclinan a sus pies y las estrellas se entrelazan para alzar su corona —dijo sin apartar los ojos grises y lozanos de los míos—. Permítame escoltarla gradas arriba para el feliz encuentro con la tan apreciada familia real y así el festejo continúe tal como se ha establecido.
Terminó de hablar y se quedó mirándome, expectante. Yo sabía que tenía que poner de mi parte y controlar mis nervios, que no me quedaba más que conseguir el aplomo que debía correr por mi sangre real y hacerme partícipe de ese momento actuando como se esperaba de mí. Por tanto, cerré unos segundos los ojos, busqué paz y decidí que así lo haría. Había llegado el momento.
Mi momento.
—Tenga paz fiel soldado —devolví el mismo saludo—. De pie por favor, y escólteme como es su deseo hasta la cima de las gradas.
El fayremse se levantó, también los demás guerreros. Se pusieron de pie Eskandar, los centauros y el resto de los presentes.
Así el guerrero y yo nos encaminamos arriba, pisando con intrepidez cada grada.
—¿Cuál es su nombre y estatus soldado? —pregunté después de cuarenta gradas subidas.
Eran unas cien y no quise concentrarme en el dolor de mis pies. Además tenía curiosidad, el fayremse ostentaba varias medallas estampadas en la parte del uniforme que la armadura de acero no le cubría.
—Permítame presentarme alteza —tomó la palabra él con aquella voz ronca tan atrapante—. Soy Akenatem Hakwind, servidor hasta la muerte de la corona y máximo general del ejército Fayrem.
«Wao el general»
—Osea que también dirige el escuadrón especial de tropas —razoné mientras alcanzábamos la grada sesenta.
—Sí alteza. Todos los escuadrones para ser exactos. Mi trabajo como general es lideral la caballería y la infantería, preparar los ataques y entrenar a los guerreros de su majestad.
—Oh...
Seguimos subiendo con rapidez. Casi habíamos alcanzado la grada ochenta cuando volví a escrutar en su rostro. No era joven, se desprendía. Los kiloaños en el almanaque de sus huesos debían pesar. Unas ligeras arrugas se hospedaban alrededor de sus preciosos ojos pero fuera de eso, el aspecto seguía denotando un hombre muy enérgico. Si fuese humano le hubiese calculado unos cuarenta, pero vividos de una forma estupenda. Tenía la mandíbula marcada y simétrica, como si alguien la hubiese dibujado a medida. La nariz recta combinaba exquisita con la boca, que no poseía labios carnosos, pero se alzaban en unas comisuras atrevidas cuando sonría débilmente.
El general parecía alguien serio, pero me dio la impresión que debajo de toda aquella armadura y porte educado, escondía un alma accesible y carismática. No obstante, gracias a que había adquirido un poco de experiencia no solté tal disparate y continué a su lado subiendo en silencio. Al menos ya había aprendido a controlar mi boca.
Grada a grada, llegamos a la cien, a lo alto, a los mismas puertas del palacio. Mis nervios volvieron a apropiarse de la situación, paralizándome. Había llegado la hora con la que tantas noches soñé desde que me enteré de la verdad en la Tierra: conocería a la corte de Jadre.
—♤Notas♤—
Pero bueno ¡qué capitulazo!
Antes de que me pregunten, me imagino con total exactitud al general Akenatem Fayrem como Ian Somelharder : )
Ojo con este personaje...
Y aquí un fanart de cómo me imagino a los guerreros Fayrem, con su armadura con hombreras de lobos (Encontré la imagen en Pinterest, créditos a quién correspondan):
Les diré como Tiónedes: Si he hallado favor a sus ojos, voten en este capítulo por favor 🙏🏻
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