♤25♤CONTRAMAESTRE
Año 5
10Ka, 50Ma.
Bajo Mundo.
Del otro lado de la puerta ya me esperaba Eskandar o como se conocía en el Atroxdiom, el contramaestre. Para que el capitán le otorgara el puesto por encima de los demás piratas debían haber pasado tiempo juntos. ¿Cuánto exactamente llevaban en compañía del otro?
Ya ni siquiera me atrevía a preguntar. Tenía muchísimo rencor con Aaron por la muerte de Bastian, tenía muchísimo dolor con Eskandar por no impedirlo. Con cada pisada recordaba sus gritos desesperados entre las turbulentas aguas repletas de tiburones.
Tan joven, talentoso y guapo. Él quería casarse con Alissa, quería formar una familia en su tierra Francia. Las lágrimas se me acentuaron al sentirme como estiércol. Bastian me ayudó en varias ocasiones y seguro confiaba que yo, su futura emperatriz, le protegiera la vida.
Sumida en mi propia rabia no me percaté de lo que se desataba a mi alrededor hasta que empezó a llegarme el olor propio del humo. Levanté la cabeza al escuchar protestas bruscas y un jaleo sobre la cubierta. Me detuve al sentir el escozor familiar, el escozor del fuego. Estaba sucediendo algo que parecía improbable: al mítico Atroxdiom le habían prendido fuego.
Pronto se oyeron pasos firmes y aperecieron en nuestro campo visual cuatro híbridos. Se les notaba alterados y nerviosos y sus respiraciones entrecortadas demostraban la terrible desgracia a la que se estaban enfrentando. Dos de ellos siguieron de largo hasta puerta del capitán, tragando grueso y preparándose para la que de seguro sería una violenta reacción debido a la fatídica noticia. A los segundos de que se hubieron adentrado al camarote, sentí el estruendo de una mesa, probablemente el resultado de que Maltazar la volcara, y las reprimendas más vulgares que se podían soltar.
—Contramaestre —exhaló dirigiéndose a Eskandar uno de los híbridos que se había quedado junto a nosotros—. Allá arriba es una locura, el fuego inició en la bida y ha quemado las municiones. Ahora se propaga con el Fron que guardábamos y la tripulación está en peligro. Lo peor es que el fuego devora todo dirigiéndose aquí abajo.
—¿Dónde están los prisioneros? —fue lo único que preguntó el árabe.
Una chispa de esperanza se encendió, devolviéndome la resistencia. Lo primero que pensé fue que Forian había logrado escapar y provocado el incendio desatando su poder de Alfa. Pero descarté la idea cuando los híbridos informaron que todos los prisioneros habían sido trasladados de sus celdas.
—Los hemos puesto a apagar el fuego pero algunos se están tirando por la borda —informó el pirata jadeando producto a la conmoción—. Pero ya hemos mandado a buscar a los verdugos Contramaestre —añadió con una sádica sonrisa.
Eskandar en cambio se puso muy rígido y sostuve la teoría que los famosos verdugos, los cuales aún no había conocido, eran el As bajo la manga de Maltazar.
—Se comerán su carne chamuscada al próximo movimiento de huída —agregó el otro pirata disfrutando cada palabra.
—Ningún prisionero con alma podrida que ha intentado escapar por mar sobrevive a la niebla justiciera. Déjenlos a su suerte —intervino Eskandar—. Ahora vayan y continúen su trabajo, yo pondré a la daynoniana en la cavidad de los cañones.
Los piratas lo miraron sin comprender.
—Maltazar tiene otros planes con ella —explicó Eskandar y me tomó brusco del brazo para llevarme a donde quiera que me fuera a llevar, dejando atrás a sus subordinados.
Pero yo no podía permitirlo.
Tenía que encontrarme con Forian y juntos unir nuestras fuerzas con el elemento fuego para huir del infierno en que se había convertido el Atroxdiom. Sabía que se nos había presentado una oportunidad de oro y no podíamos desperdiciarla. Con los gritos de piratas cada segundo azotando mis oídos, el calor creciendo producto del incendio y a pesar de los tirones de Eskandar, fui forcejeando toda la trayectoria para librarme de su agarre.
Mas fue imposible.
El malnacido se había puesto muy musculoso en el tiempo que llevaba en Irlendia y por más que me retorcí no fui capaz de escaparme de sus brazos. No me quedó otra alternativa y decidí usar mis poderes. El heredero Kumar me había arrastrado hacia la parte más intrincada del barco, donde pasillos escasamente iluminados y tuberías con salideros producían escalofríos y malas sensaciones. Yo me había estado conteniendo de activar cualquier energía, porque tan cerca de su cuerpo el resultado sería muerte súbita. Al principo experimenté algo parecido al remordimiento pero no me retracté; Bastian había muerto y el Contramaestre pudo hacer algo para impedirlo.
Él merecía estar muerto, Bastian no.
Justo cuando la corriente empezó a vibrar debajo de mis poros la mano de Eskandar me cubrió la boca, mientras que con el brazo que le había quedado libre rodeó mi cintura. Entendí al acto el porqué.
Gruñidos toscos llegaron a mis oídos, luego pasos pesados. Podía fulminar al árabe allí mismo, pero algo desde lo profundo de mi ser me indicó que no lo hiciera todavía. No pasaron muchos segundos cuando un grupo de engendros gigantes con un solo ojo vestidos apenas con una tela sucia que caía de su cadera aparecieron por el pasillo. Tenían kilos de grasas que los hacían caminar pesado y en sus anchos y gordos pies tenían garras largas, como las de dragón. Sus cabezas eran ovaladas como un huevo y se le contaban muchísimas cicatrices y dibujos grabados a hierro ardiente por todo el cuerpo.
Eskandar se agazapó conmigo con rapidez en una grieta profunda de la pared, escondiendo nuestros cuerpos de la vista de los gigantes. Su presión sobre mí era tanta que aunque hubiera querido gritar o patalear no hubiese podido; había quedado completamente inmóvil. Mi espalda quedó apoyada en su pecho y sentí cómo le latía a toda marcha el corazón. Él se llevó el índice a los labios en un gesto de silencio y apretó más su mano contra mi boca, cuidando que no hiciera el menor ruido. Nuestras respiraciones se volvieron agitadas a medida que los gigantes fueron pasando. Uno de ellos se detuvo y empezó a olfatear. De forma inconsciente apreté con fuerza la camisa holgada del muchacho que estaba detrás mío, suplicando mentalmente que el olfato del gigante estuviese estropeado y no advirtiera nuestra presencia.
—Petoj odorgru?¹ —le preguntó a sus compañeros haciendo que se detuvieran.
¹¿Huelen eso?
Los demás comenzaron a olfatear y el corazón de Eskandar se apresuró al punto que pensé que se le saldría del pecho. Lo que provocó que yo contrajera todos mis músculos. Aquellos debían ser los verdugos. De repente, uno de ellos golpeó la cabeza del primero que se había detenido.
—Torpe, hay reos nuevos a bordo, claro que huele diferente —se burló en Káliz.
—Este olor es muy cercano...
—Torpe. —Lo golpeó un tercero—. ¿Ya se te olvidó cómo huelen los ojos de halcón? Es un olor penetrante ¡puaj! A hierbajo recién cortado. —Hizo una mueca de asco al recordar el olor a eucalipto que desprendían los destroyadores.
—Pero...
—¡Ya basta! —rugió un cuarto sin romper la rutina de golpearle la cabeza al otro—. Tenemos trabajo que hacer, nos necesitan en cubierta.
El primer gigante que había hablado masajeó su cabeza y avergonzado reanudó la marcha. No evité pensar que muchas neuronas de ese grandulón debían morirse por día producto a la costumbre de sus compañeros de golpearlo. Me pareció eterno el momento en que desaparecieran, pero cuando finalmente se perdieron de vista, Eskandar aflojó sus brazos soltándome.
—Por Daynon. —Ya fuera del escondite doblé mi cuerpo apoyando las manos en las rodillas. Había aguantado la respiración los últimos segundos.
—Vamos no hay tiempo que perder —apremió el heredero apretando el paso.
—Eh, eh, un momento —detuve, incorporando mi cuerpo— ¿Qué está sucediendo Eskandar?
No daba crédito, todo transcurría más rápido de lo que podía asimilar.
—Escucha. —Eskandar recortó la distancia mínima que se había creado y apoyó sus cálidas manos sobre mis hombros—. Te prometo por mi caballo que te lo contaré todo, pero ahora mismo no podemos perder tiempo o el incidente en la bodega del barco no me habrá servido de nada.
Su expresión era totalmente diferente a la que le había visto hasta entonces. No tenía en claro nada y me abarcaba mucho miedo mezclado a confusión; pero por primera vez desde que había pisado el Atroxdiom sentí cierta seguridad.
—¿T-Tú provocaste el incendio? —Mi boca se quedó en una gran O.
Mi interlocutor solo se limitó a asentir y tomándome del brazo, esa vez con delicadeza, me condujo hacia donde quería.
—¿Y qué pasa con Forian? —pregunté todavía asombrada.
—Para esta hora ya debe estar esperándonos en el bote —respondió por lo alto Eskandar sin aflojar el paso.
Me quedé todavía más confundida.
—Lo he interceptado en la cubierta justo después de incendiar la bodega, mientras tú estabas en el camarote de Maltazar —añadió guiñando un ojo.
«Eskandar en realidad no es un traidor»
Gritó mi otro yo desde el subconsciente y por algún motivo me vino un dolor de cabeza que presagiaba descontrol en mis poderes. ¡Eskandar no era un traidor! El órgano palpitante que guardaba en el pecho me latió veloz con el descubrimiento y también al comprender que gracias a él escaparíamos de ese terrible barco.
Pero una verdad era latente: Eskandar llevaba tiempo al servicio del capitán y este lo había nombrado Contramaestre.
¿Por qué había estado fingiendo?
¿Aaron también lo estaría?
Dudé ante esa última cuestión. Al árabe en pequeñas facciones de segundos lo había atrapado incómodo frente a las circunstancias anteriores, pero no al menor de los Kane. Aquel demonio de Maltazar era auténtico y reconocerlo me ensombreció de pena el corazón.
El Contramaestre me guió decidido por unas escaleras que daban a un compartimento que dejaba ver la andana más baja del navío, donde estaban colocados los cañones. Los piratas conmocionados que se encontraban allí se apilaban en la escalera para subir lo antes posible a donde el fuego se expandía e intentar salvar su preciado barco. Sin embargo al vernos a ambos detuvieron el apuro y cuestionaron con la mirada.
Me abarcó un sobresalto y pensé que todo se había perdido. Y no contribuyó nada sentir cómo Eskandar se tensó tras de mí. Sujetó mi brazo con fuerza y me empujó moderadamente para que diera dos pasos.
—Contramaestre, ¿qué hace con la prisionera aquí? —interrogó un ser con cabeza deforme y tres ojos.
—El Capitán ha ordenado resguardarla —respondió tan firme y sereno Eskandar que hasta yo me creí sus palabras—. Es demasiado valiosa para arriesgar que se dañe más de lo permitido por accidente —agregó para consolidar la coartada.
Fue una auténtica bendición que los piratas no supieran de mi control sobre el fuego.
—¡Qué esperan! —rugió Eskandar y pegué un brinco— ¡Muévanse que el Atroxdiom se está quemando!
Las espantosas criaturas volvieron entonces a su tarea de subir sin atreverse a replicar. No obstante, mi amigo no perdió tiempo y me condujo al final del compartimento, donde había una puerta redonda de acero y un panel que pedía un código. A medida que los números iban apareciendo en el panel mi cuerpo se estremeció de asombro: 072420001030.
Era la misma serie de números que Hiro introdujo para entrar al lugar que guardaba la máquina extrae-poderes en el refugio subterráneo de Jasper. Tragué grueso.
Eskandar tiró de mí hacia adentro y un frío se me hizo muy presente en la piel. Era un compartimento oscuro que desprendía olor a salitre y humedad. Tenía una ranura que daba a mar y unas sogas cortadas. Sin embargo la misma niebla nebulosa que protegía el Atroxdiom de la vista de enemigos emergía por la ranura en un estilo amenazante.
—Tomaré esto. —El árabe sacó un frasquito con un líquido gris—. Me protegerá de la niebla. —Se dio un buche pero no me pasó el recipiente.
—¿Y yo?
—No lo necesitas. Las almas puras pueden escapar sin problemas, la niebla no se los impide. Mi alma en cambio... —Apretó los labios y miró a la nada, remontándose al pasado—. No es que esté orgulloso de muchas cosas que he hecho.
Comprendí lo que dijo sintiéndome un poco triste al respecto. Si existía algo que le preocupaba a Eskandar Ahmed Kumar era la justicia. ¿Bajo que circunstancias había sucumbido a violarla? Supuse que su puesto en el Atroxdiom no lo había adquirido gratis.
—Espero puedas aguantar las heladas aguas de abajo, tendremos que nadar un poco —anunció.
—Puedo hacerlo —contesté.
Eskandar asintió en modo aprobatorio, tomó mi mano y saltamos al mar...
Las aguas parecieron cuchilladas que se clavaron sin piedad en mis extremidades. Tuve ganas de gritar al sentir el frío y la desesperante sensación de hundimiento. Pero hice un esfuerzo, me sobrepuse y avanzé nadando dispuesta a seguir a Eskandar. Pero este se había quedado desconcertado, mirando el mar en todos los puntos cardinales.
—¡¿Dónde está el bote?! —pregunté alzando la voz para hacerme oír por encima del violento bamboleo de las olas.
El alboroto tanto en la proa como la popa del barco, la expansión desenfrenada del fuego y el mar embravecido amenazaban mi concentración, arriesgando el flote que a penas lograba mantener para no hundirme.
—No lo ha conseguido —dijo Eskandar y en mi cara se formó una mueca desagradable.
En parte por las cuchilladas acuosas, pero mayormente producto al temor por Forian.
—¿Quieres decir que sigue allá arriba rodeado de los piratas y los verdugos gigantes?
No lo entendía ¿qué había salido mal?
—¡¿Y quién se ha llevado el bote?! —chillé temblando entera.
Pensaba que era más resistente después de haber pasado por Balgüim, pero lo cierto era que aquella situación con todos los elementos mezclados me estaba destrozando los nervios.
Eskandar se limitó a chiflar. Un chiflido agudo y potente que me sorprendió recorriera a través del mar en un alcance único. Lo repitió tres veces, pero todo continuó exactamente igual.
Al cabo de unos segundos sin embargo, un burbujeo proveniente del sur renovó mi fe. Vi sus saltos majestuosos y luego el nado veloz. Eran tantas Syrizas que me fue imposible contarlas. Un grupo de cinco guiaba el recorrido mientras que las de atrás empujaban el bote con sus cuerpos, y las últimas servían como guardia, dando un toque excepcional. Cuando llegaron a nosotros tuve que entrecerrar los ojos porque la luminiscencia de sus colas era tanta que podía dejar ciego a cualquiera que se enfocara en ellas por varios minutos. Sus cabellos eran coloridos, al igual que sus ojos. Su piel variaba en todos los tonos existentes; sus semblantes respetuosos me infundieron seguridad. Sentí emoción porque nunca había visto en directo a las auténticas Syrizas del clan Lirne, unas que no estaban infestadas por el virus.
Nos ayudaron a subir sin borrar la sonrisa de sus labios.
—Tenía un plan B por si el A no funcionaba —explicó Eskandar quitándose la camisa holgada para exprimirla con las manos.
Me fijé que tenía tres cicatrices parejas sobre el estómago, le atravesaban los cuadritos del abdomen. Parecían secuelas de un ataque con garras.
Eskandar levantó la vista hacia el Atroxdiom que desprendía trozos quemados y tanto humo negro como la chimenea más estropeada. Truenos resonaron en el cielo y el viento levantó olas altas para tratar de rescatar lo que quedaba del navío. Parecía una misión perdida y yo no sentí la menor compasión. Pero no dejaba de preguntarme dónde estaba Forian y por qué no había conseguido saltar.
—Tenemos que irnos —apremió Eskandar—. A estas alturas Maltazar debe saber que hemos escapado.
—No puedo irme sin Forian —dije firme con un temblor quebrándome la garganta.
—Khristen. —Eskandar suspiró—. Forian mismo me pidió que si no lo conseguía nos fuéramos sin él.
Muy típico de Forian.
—¡No! No me iré sin él, es una promesa que no puede romperse.
—Khris...
—¡Calla! —Lo detuve con la mano y cerré los ojos para concentrarme.
«Forian ¿me escuchas?»
Me concentré todavía más. Alejé la premura de las circunstancias, la vehemencia de las olas. Ensordecí mis oídos, supliqué con mi corazón.
«Forian dónde estás»
Me estremecí.
No recibí respuesta verbal, pero mi cuerpo sintió su presencia hasta en la punta de los dedos. Me estaba escuchando, me estaba respondiendo a su manera.
—¡Mira! —exclamó Eskandar consiguiendo que abriera los ojos y viera el salto de un destroyador a mar.
Mi destroyador, mi guardián.
—¡Forian! —animé desde el bote porque sentía cómo le costaba cada brazada.
El agua estaba helada y el mar, furioso.
Aun así él podía comseguirlo; era fuerte, decidido. Pero desde nuestro entrada al universo de Irlendia nada había sido tan simple. Temblé de espanto cuando contemplé la figura del capitán Maltazar en la eslora del barco. Estaba sudado, sin su distinguido sombrero y con los ropajes chamuscados.
Y estaba hecho una furia.
—¡¡¡Allá están!!! —le gritó a un pirata a su lado, señalándonos.
El capitán destellando pura rabia por los ojos movió sus labios en una orden que interpreté como «atrápenlos» y al momento de emitirla, un grupo de híbridos peculiares se lanzaron sumisos al agua recortando la distancia que separaba a Forian.
—¡Vámonos! —ordenó a la vez Eskandar y las Syrizas se re organizaron para empujar el bote.
—¡No, espera! —imploré—. Forian puede conseguirlo.
Eskandar se puso de pie inquieto, mirando ansioso al destroyador que nadaba lo más rápido que podía, deseando que realmente lo consiguiera. Pero todos los híbridos que estaban en su captura eran peculiares por ser reptiles marinos, con colas idénticas a las de los mesosáuridos y membranas interdigitales. Fueron recortando la distancia cada vez más, y una oleada de terror me zarandeó desde el cuello hasta los tobillos cuando Forian, dándose cuenta que lo atraparían y por ende a nosotros, se detuvo.
Forian se detuvo y yo me deshice sobre el bote.
Recuerdo perfectamente cómo me miró con ese verde inigualable y pardo a la vez que el tiempo se paró por segundos. La secuencia de imágenes se pasmó a mi alrededor, el viento dejó de soplar y los ruidos enmudecieron.
Clavó sus ojos tristes que a pesar de la precaria situación no se mostraron oscuros, sino despejados. Levantó la comisura de los labios y sonrió, otra sonrisa verdadera que congeló mi alma, una que produjo espasmos consecutivos en mis miembros porque adiviné lo que pasaría sin necesidad de que lo transmitiera telepáticamente.
«Fue un honor servirte princesa»
Se oyó en mi cabeza y ahogué un grito.
Mordí mis dedos y no retuve las lágrimas que salieron; negué en vano, sin poder evocar alguna súplica.
Forian bloqueó la conexión y sentí el desprendimiento doloroso de algo importante, como si me hubieran arrancado un brazo, o mejor descrito, un órgano vital. Un alarido interno hizo que tirara mi peso sobre el bote, estirando la mano, como intentando alcanzar algo que estaba fuera de mi alcance.
Sentí el agarre de Eskandar sobre mi cintura, la presión que ejerció para que no saliera del bote y volviera a caer al mar. Debí perder el juicio por la agonía de ver al destroyador girarse de espaldas a nosotros.
Entonces hizo algo inaudito.
Se prendió sobre las aguas; su cuerpo entero se convirtió en esa llama que solo el Alfa podía controlar. Se abalanzó sobre sus contrincantes y les cortó el paso, impidiendo que llegaran a nosotros, quémándolos, derrochando sus últimas fuerzas mientras otro séquito de híbridos descendían del Atroxdiom a suplantar a los que ya no eran...
Cerré los ojos, me encogí en posición fetal.
Una vez Forian me contó un secreto de destroyadores que pocos seres conocían. En situaciones extremas, cuando no existiera otra alternativa que la muerte, su sistema apelaba a una reserva que los volvía más veloces y más letales. Era un último intento de la especie en sobrevivir, en ser el opresor y no la víctima; en ser el cazador y no la presa. Pero existía un precio al ser usado: debían ganar porque de lo contrario nunca más podrían sobreponerse.
Forian había desatado ese recurso al incendiar su propio cuerpo con fuego entre las opulentas aguas del mar de Bajo Mundo. Estaba dando el máximo, su límite... Pero no podría ganar, era imposible ganar. Su recurso extremo no solo sería la perdición de sus enemigos: sería su propia perdición.
Todo por salvarnos. Su vida a cambio de las nuestras.
—¡Vámonos! —ordenó Eskandar y las Syrizas obedecieron al instante.
Empujaron el bote sin parar, nadaron lejos del Atroxdiom que se hundía sin remedio, lejos del desenfrenado ataque de agua y fuego mientras yo me convencía que acababa de perder a Forian, que era el punto final a la travesía con mi guardián y que en esa ocasión no podía hacer absolutamente nada para llevarlo conmigo.
Nada para rescatarlo.
Nada para cumplir mi promesa.
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