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♤23♤LO PEOR DE BAJO MUNDO

Año 5.
10Ka, 50Ma.
Bajo Mundo.

Lo peor de Bajo Mundo no era el Valle Enrevesado, lo peor de Bajo Mundo en realidad resultó ser lo que estábamos a punto de vivir.

No necesitaba haber recorrido el criadero de pesadillas horrendas, ni vencido a los monstruos más escalofriantes porque cada segundo que viví a partir de ahí constituye el peor recuerdo que tengo de la travesía. El desagrado de las vivencias es tan grande que debo hacer uso de mi reserva de aplomo para contarlo...

El barco siguió su curso con la única variación de la velocidad; flotaba lento permitiéndonos admirar el diseño ocurrente que tenía grabado en la eslora. Justo cuando la parte de la popa iba pasando, lanzaron una escalera y aquel canto, el que podía llegar a traumar a un niño, dejó de escucharse. Me zarandié mentalmente y me levanté para tomar las escaleras.

—¿Qué crees que haces? —Bastian estaba aterrado.

—¿Subir?

—No, lo haré yo primero —dictaminó Forian—. Saben que estamos aquí, es inútil esconderse, pero podemos maquinar una estrategia.

Me detuve a pensar y sonreí con nostalgia cuando me vino a la cabeza Arthur ¿Qué haría él si estuviese a punto de subir a un barco pirata y necesitara tomar la encina para luego escapar?

—Bastian escalarás por estribor —indiqué armando todo el plan.

Forian clavó sus ojos en los míos y supe que estaba deduciendo mis pensamientos.

—Nostros tomaremos esta escalera y ascenderemos por babor. Así, mientras lidiamos con los piratas, tú tomarás la encina y bajarás al bote —siguió explicando el destroyador por mí—. Los distraeremos el tiempo suficiente para que puedas hacerlo.

—¿Dónde se supone que guarden algo como eso? —indagó el francés.

—En el camarote de municiones —siguió Forian y analizó con sus ojos luminosos unos segundos el barco—. La puerta está abierta, verás barriles con Fron, la bebida que se vende a contrabando en Imaoro, detrás de estos está la encina.

—¿Acabas de ver todo eso con un súper poder destroyador o algo así? —Bastian enarcó las cejas.

—¿Crees que puedas hacerlo? —se preocupó Forian ignorando la referencia del otro a su ultra visión.

—Mi única preocupación son ellos. —Nuestro amigo señaló las aletas de los tiburones que nadaban en derredor.

—No sucederá nada, confía en mí.

—Confío en ti. Son ellos en quienes no confío. —Miró una vez más las aletas que seguían nadando en círculos amenazantes.—¿Cómo puedes estar tan seguro al respecto?

—Puedo sentirlo Bastian—aseguró el Alfa—. Estos tiburones no tienen vía libre sino que siguen órdenes.

—¿De quién? —quiso saber.

—Eso no puedo saberlo. Pero sí te garantizo que podrás remar al otro lado del barco sin impedimentos.

—Bien. —Bastian tomó aire—. Así lo haré.

—Perfecto, hagámoslo —ordené yo y dejé que Forian subiera por la escalera.

Ya no hubo vuelta atrás.

Hicimos según lo planeado. Bastian esperó que saltáramos a las escaleras y luego remó al otro lado del Atroxdiom. Forian y yo seguimos subiendo; cuando este llegó arriba cruzó al otro lado y apenas se inclinó a darme la mano, su cuerpo fue tirado abajo en un golpe seco. Subí alarmada y una vez llegado a la cima entendí el miedo de los irlendieses.

El barco se había construido con madera y metales preciosos pero hasta ahí los detalles dignos de admiración porque lo deslumbrante del decorado se opacaba debido a sus tripulantes: todo tipo de criaturas horrendas y asquerosas estaban a bordo. Habían pertenecientes al clan Zook con figuras demasiado retorcidas para describir en palabras. También seres de otros clanes que debieron naufragar en las nebulosas aguas que protegían el capitán más temido de los ocho mares; porque a pesar de no conocer a grado cabal todo el mito que envolvía al capitán y su barco una cosa me quedó clara: esa niebla no era normal, sino cósmica y celeste. Mantenía escondido el colosal barco de las vistas indeseadas a la vez que se escurría entre los mástiles con un sigilo aterrador.

Tragué saliva ante los pares de ojos que me observaban. A Forian lo había inmovilizado un hombre musculoso con cabeza de tigre; tenía agujereadas las orejas para sostener tantas argollas que perdí la cuenta. De pronto, un lagarto con cuatro ojos y dos lenguas bífidas se acercó a donde yo estaba, escudriñando mis ojos y cabello.

—Están locos. Lo saben ¿verdad?

Mentiría si afirmara que no me sentí un poco atemorizada, pero no dejé que la situación se apropiara de mis nervios. Fue entonces cuando distinguí al otro lado del barco, cómo Bastian abordaba cuidadoso, buscando la puerta del camarote que le había indicado Forian. No podían descubrirlo o sino todo estaría perdido.

—Queremos ver al capitán —exigí para llamar más la atención, debía darle tiempo a mi amigo.

Sonoras carcajadas llegaron como respuesta.

—La niebla cósmica les ha afectado —se burló uno de los piratas de aspecto vacuno.

—¿Acaso han tragado mucha agua turbia? —siguió el lagarto dirigiéndose a Forian y a mí—. Llévenlos a la celda de abajo hasta que sepamos cuándo usarlos de carnada —ordenó y el hombre cabeza de tigre levantó a mi guardián en tanto un atamarino se me acercó con una cuerda.

El destroyador se zafó de los brazos del otro de forma ágil y yo lo tomé como señal para propiciarle un corrientazo al atamarino. Pegué mi espalda a la de Forian mientras él sacó ambas garras. Estaba a punto de formarse un altercado cuando una voz un tanto grave llena de autoridad nos hizo detenernos.

—No harán tal cosa —resonó desde el fondo y se me puso la piel de gallina.

Mi cuerpo entero se estremeció al reconocer esa voz.

Su voz...

Pero hasta que no lo confirmara con mis propios ojos no iba a creerlo. Era tan ilógico que solo pude ver cómo se abrió paso entre los piratas para seguir al frente. Me sentí estafada de cierta manera, ¿era real?, ¿en qué momento había sucedido? Ellos lo dejaron pasar con respeto y tal vez, cierto temor. Lo que me llevó a la conclusión que llevaba un buen tiempo en el Atroxdiom para generar dichas reacciones.

Seguí cada uno de sus movimiento seguros y firmes hasta que estuvo parado a un metro de mí. Tragué saliva.

Estaba cambiado.

—¿Eskandar? —medio afirmé todavía convenciéndome que no era una figura de mi imaginación.

Sus ojos seguían atrapantes contrastando con la piel canela, siempre fresca y jovial; pero en esos momentos los atributos esmeralda se mantuvieron rudos. El cabello café le había crecido, quizás demasiado y a pesar que una liga le sujetaba detrás haciendo una coleta, varios mechones le caían hasta el cuello. Tenía agujeros en las orejas y cejas. Su musculatura para ese entonces se había vuelto voluminosa. No quedaba rastros de un simpático chico de dieciocho años, pues ante mí era todo un hombre lo que  estaba de pie.

Una brisa fría me entró por la nariz y no supe si aquello significaban buenas o malas noticias.

—Contramaestre Eskandar para ti —corrigió en tono glacial pero justo en ese instante me importó poco.

Me desprendí de formalidades y lo abracé con fuerza. Era la última persona que esperaba encontrarme en Irlendia ¡y justo en Bajo Mundo navegando en un barco pirata! No sabía cómo había llegado y estaba totalmente sorprendida, mas decidí ceder al lado positivo del encuentro y seguí abrazándolo sin recato. Por eso la figura de viento me había enviado allí: quería que me encontrara con mi amigo.

—Oh Eskandar, es tan bueno verte. Y tengo tantas preguntas...

Él, contrario a mi emoción se apartó, desprendiéndose del agarre.

Lo miré seria tratando de escrutar en su rostro alguna expresión de alegría, pero solo encontré una impavidez que me asustó. Di pasos atrás, confundida.

El árabe le hizo una seña al hombre mitad tigre que había estado sujetando a Forian.

—Amárralo al mástil.

—¿Qué? —salté indignada—. ¡No! —Fui hasta Forian y me aferré a él.

—Es un destroyador, todos los cuidados son pocos —contestó sin perturbarse mientras otra criatura repulsiva se acercaba para ayudar a inmovilizar a Forian y arrastrarlo al mástil.

El Alfa mantuvo en alto las garras dispuesto a atacar mirando discretamente al camarote. Solo deseé que Bastian saliera para que todos nos largáramos de allí lo más pronto posible. Algo había pasado con Eskandar y ese algo no era nada bueno.

—Eskandar sabes que no es peligroso, ¿qué pasa contigo? —repliqué con un hilo de voz.

—Contramaestre —tomó la palabra el lagarto de antes—, la niña daynoniana ha exigido hablar con el capitán y usted ha interrumpido cuando he dado la orden de llevarla abajo.

—Así es —dijo tranquilo Eskandar cruzándose de brazos. Noté nuevamente cómo le habían crecido los músculos—. Si han encontrado el Atroxdiom es por decisión del capitán, de lo contrario la niebla se los hubiera impedido.

—¿Entonces va a mostrarse? —se asombró el lagarto.

—Eso parece. —Eskandar apretó los labios antes de continuar y bajó el tono de voz considerablemente—. Aunque de seguro desearán que este no lo hubiera hecho...

—Tenemos que entregarle un mensaje importante —intervino Forian y esperé que tuviera algo creíble preparado pues a mí se me habían agotado las ideas y la perplejidad de ver al extrovertido Eskandar convertido en Contramaestre de un navío fantasma todavía sacudía mi cerebro—. Es un mensaje para el capitán Maltazar y solo se lo daremos cara a cara.

Ante la mención del nombre otra vez, varios truenos rajaron el cielo. Mi corazón dio un vuelco y alcé la vista al igual que Forian para ver como en el firmamento una densa oscuridad se tragaba el color verde.

Los nombres tienen poder, y sin duda Maltazar era uno muy poderoso.

Los piratas dejaron sus expresiones de burla, contrayendo los músculos faciales en un claro estado de sumisión. Forian movió la nariz captando un olor que a mí me era desconocido y aunque el silencio total abarcó el ambiente dejando como único sonido el vaivén de las olas, no sentí nada de paz. Tragué saliva para ignorar el escalofrío que me abarcó al escuchar las botas.

Era él, el capitán se estaba acercando.

Las pisadas eran firmes, seguras, y resonaron por todo el barco. Junto a ellas se oyó también un taconeo apresurado. Entonces apareció una Turia y en mi rostro se formó una mueca. Era grande y llevaba una chaqueta con listones carmelitas y mangas al estilo bucanero. De la cintura hacia arriba tenía aspecto de una bella mujer, con el cabello negro recogido y grandes pestañas. Pero sus patas largas de araña y su abdomen en forma de caparazón liso confirmaban su clan, Lirne. Desde la plataforma mantuvo su mentón en alto e identifiqué que debía tener un importante cargo entre los tripulantes. Clavó sus ojos en Forian, luego en mí, y al hacerlo una chispa de ira irradió dentro de ellos.

—Inclínense ante el venerado capitán, el terror de los ocho mares. El soberano del miedo de Irlendia, el que navega por aire y controla el elemento.

Todos los piratas bajaron la cabeza y Forian y yo los imitamos. Parecía que ellos contenían la respiración y a pesar que quise pensar que estaban exagerando, un estremecimiento en las ondas de aire me indicó lo contrario. De repente cada partícula, cada átomo pareció comprimirse y las pisadas se escucharon más cerca, y más...

Hasta que se detuvieron.

Finalmente vería quién era el terror de los mares, finalmente vería su cara.

—Bienvenidos al Atroxdiom —habló y un viento arrastró las palabras por toda la popa.

Abrí mi boca, escapándoseme un suspiro de horror.

No, no, no.

¿Qué habían acabado de escuchar mis oídos?

Todavía la estupefacción por Eskandar se mantenía para tener que soportar la figura que se alzaba imponente en la plataforma. Empecé a sudar a mares y las chispas se escaparon de entre mis dedos. Se me olvidó qué hacía allí, se me olvidó mi vida pasada. Creo que la lengua se trabó en su cavidad y perdí el habla durante unos segundos.

Alcé la cabeza incrédula, negando lo que apreciaban mis ojos.

De alguna manera desconocida reuní la suficiente saliva para hablar:

—Aaron...

Ante la mención otros relámpagos rajaron el cielo y más truenos zarandearon las nubes. El viento se volvió inestable y violento y las negras velas se estiraron al máximo. Sentí pavor de verdad, pavor como hacía mucho tiempo no sentía.

—Mi nombre es Maltazar —rectificó con soberbia en un tono tan glacial que consiguió helarme la nuca.

Mi temblor descontrolado me extendió chispas por todo el cuerpo. Recorrieron mis piernas, saliendo y volviendo a entrar por los poros como si tuviera un corte en mis circuitos. Como resultado las piernas me quedadaron tan endebles que se hizo dificultoso el mantenerme en pie. Aquello no podía estar pasando de verdad.

No, Aaron no podía ser el malévolo capitán del Atroxdiom.

Lo miré con atención todavía perpleja mientras él me sostenía la mirada sin expresión alguna. Detallé las facciones de su rostro, y a pesar que eran las de Aaron Kane, la impresión de ternura e inocencia que una vez transmitieran había desaparecido. En su lugar una turbulencia arrolladora se había apropiado, y el gris de sus ojos tenía un reflejo extraño. En efecto era él, pero era como si todo lo que significara su existencia se hubiera esfumado...

Para siempre.

—Por todos los mundos de Irlendia. —Me llevé las manos a la boca completamente azorada.

Forian se había quedado igual de impactado. De momento no hubo nada que pudiéramos hacer, nada tenía sentido. Era como si estuviéramos contemplando la pesadilla de alguien más, alguien malvado que tejía telarañas torciendo toda la realidad a la que necesitábamos aferrarnos.

—Ustedes querían verme —habló de nuevo el que una vez fuera un chico encantador—, aquí me tienen. Les he concedido el deseo pero les costará caro: deberán quedarse hasta el último de sus días.

—Qué... qué estás hablando... Yo...

Ni siquiera podía coordinar una frase coherente. Mi voz salía tan débil como la capacidad que tenían los recién nacidos de cargar peso. Y es que me pesaba, toda la situación que estaba enfrentando me pesaba en sobremanera y temí no poder soportarlo.

—¡Capitán! —llamaron desde alguna parte. ¿O había sido mi imaginación?

¿Y si todo era mi imaginación? ¿Y si tenía otro ataque de locura como en el alcázar del rey Dlor en Balgüim? ¿Cómo en cuestión de días habían pasado tres años y el universo paralelo había complicado todas las horas de mi existir?

—¿Qué sucede? —inquirió brusco mirando al camarote y los presentes giraron sus cabezas a la dirección, incluyéndome.

—Lo hemos encontrado tratando de robar la encina —informó un híbrido sin forma definida, una mezcla entre ciempiés, oruga y escorpión.

Arrastró a Bastian entre los presentes y otro vuelco tiró de mi corazón. El francés tenía un ojo morado y las ropas rotas.

El capitán alzó las cejas asimilando la noticia y luego nos miró a Forian y a mí.

—Han venido a robar. —Entrecerró los ojos, analizando en su cabeza sabría él qué retorcida cosa—. Eso sí no me lo esperaba. Tendré que hacer algo al respecto. Robar está mal, ¿verdad?

—Solo tomaríamos un poco —me atreví a decir y me arrepentí en el acto.

—¿Procedo capitán? —pidió la Turia a su lado.

Transcurrió un minuto completo en absoluto silencio, en cuyo minuto Aaron y yo nos sostuvimos miradas intensas. La suya difícil de interpretar, la mía cargada de súplicas, pidiendo piedad.

—Proceda Aracnéa —aprobó este.

—A la tabla —le habló la Turia al híbrido que tenía sujeto a Bastian y este me miró desesperado.

—¡No por favor! ¡Khristen no lo permitas! —rogó por su vida y yo sin pensarlo dos veces corrí a él para impedirlo.

Entonces se desató el desorden en la popa. Varios piratas intentaron atraparme y Forian me escudó con sus técnicas de defensa. Me deslicé entre las largas piernas de un felino y esquivé híbridos de toros, serpientes y cangrejos. A Bastian lo habían llevado al borde de la embarcación y otros peones bajaban la tabla. Estaba ya muy cerca de él cuando alargué mi brazo apuntando a la cabeza del que lo custodiaba, pero una red cayó sobre mí y las chispas que recorrían mi mano se esfumaron.

Traté de sacármela de encima pero la misma me cortaba la piel con cada nuevo esfuerzo. Razoné que era algún invento xariano y estaba planeando prenderle fuego cuando una docena de piratas me rodearon.

—Amárrenla —ordenó molesto el capitán y yo detuve los intentos de safarme al escucharlo.

¿Realmente había dado esa orden?

La adrenalina que crecía en mi interior parecía atravesarme los pulmones. Seguí luchando sin que importaran las heridas que me causaba la red pero un látigo fuera de lo común con luminiscencia roja aporreó mi espalda procurándome un alarido.

—Suficiente —protestó el lagarto y me golpeó las piernas haciendo que cayera de rodillas.

Miré a todos lados buscando a Forian con la esperanza que hubiera llegado hasta Bastian pero al destroyador lo tenían atado con cadenas y en sus brazos y espalda se veían las luminosas marcas del mismo anómalo látigo.

—¡Khris! —gritó Bastian a medida que lo obligaban a caminar por la tabla.

—¡Bastian! —chillé yo incapaz de hacer nada.

Giré mi cara al capitán y comencé a dirigirle mis gritos. Le imploré, lloré... Pero él mantuvo esa expresión fría y ausente.

—Por favor, ¡por favor! Haré lo que me pidas pero no dejes que muera —insistí aterrada de ver que Bastian caería por la tabla sin que pudiera evitarlo.

Pero no hubo variación en el rostro de Maltazar, ni un rápido pestañeo.

¿Qué diantres habían hecho con Aaron para que quedara convertido en un asesino sin gota de compasión? Supe con horrenda certeza que no iba a conseguir absolutamente nada de aquel ser; si es que todavía era de carne y hueso y no un androide desprovisto de corazón humano.

Busqué con intensa angustia a Eskandar entre la multitud de criaturas y lo encontré en el rincón más apartado de la popa con una tensión incómoda en cada uno de sus músculos. Me aferré a eso como señal, no estaba disfrutando la escena, no estaba de acuerdo.

No sabía qué había pasado con él, con Aaron, no sabía si sus almas habían sucumbido a la oscuridad; lo que sí tenía en claro era que Bastian no podía morir, no sin encontrarse con su querido mejor amigo, cruzar a la Tierra, y hacer lo que desease hacer, como convertirse en el pintor más famoso de Francia, por ejemplo. Tal vez después de todo, decidiera casarse con Alissa y tener mucha descendencia. O quizás podía hacer algo por encima de eso, podía ser libre en su corazón sin el trato de Adara; porque como mismo había confesado, nunca se trató del trato con Adara. Bastian quería brindarle felicidad a los que admiraba y amaba y solo después de que pasaran los años suficientes y que las canas le cubrieran la cabeza, el mejor pintor del linaje Dubois podría descansar en paz.

No allí. No en ese momento.

—¡Eskandar has algo! —supliqué a voz en cuello y él me observó por unos segundos.

Pensé que su consciencia le remordería, o que en algún profundo rincón de lo que parecía una persona insensible quedaría esa escencia del amigo maravilloso que me enseñó a cabalgar en la Academia.

Pero también me equivoqué respecto a Eskandar, porque mantuvo sus labios sellados y no se enfrentó al capitán. Se apartó de mi vista y desapareció por unas escaleras al departamento interior del barco.

Y entonces un miedo horrible sacudió mi alma.

El pirata extendió un látigo hacia el francés que estaba en la punta de la tabla y consiguió que este cayera abajo.

—¡Nooooooooo! —Presa de una emoción asfixiante me rendí de rodillas en el suelo.

Cerré los ojos, sintiendo cómo salía líquido hirviendo de ellos. El derrame de mi dolor en tonalidad roja surcó las mejillas creando vapor. Mordí mis labios para que los quejidos no se propagaran por el aire, mordí mis labios con fuerza intentando crear una herida y repartir el dolor.

Pero no funcionó, aquello me azotó con una potencia abrumadora.

Lo siguiente que hice fue tupir mis oídos para no escuchar el agite de las aguas, los gruñidos de las mordidas letales de los tiburones y sobretodo, los gritos de Bastian...

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