♤22♤COMPRENSIÓN
Año 5.
10Ka, 50Ma.
Bajo Mundo.
Resultó un día opaco y bastante caluroso. Cada escenario lejano del bosque cambiaba, era lo peor, lo cambiante de todo. Excepto la zona de las casas pertenecientes a la tribu, lo demás alrededor cambiaba drásticamente ¿Por qué? Secretos del Bajo Mundo. También me sorprendió la rapidez de la variaciones del clima, así como la transición del día a tarde y luego noche.
Los Caníriles se estuvieron resistiendo bastante a dejar marchar al Alfa; sin líder se sentían a la deriva y como el destroyador había vencido al suyo, quisieron coronarlo con el puesto. Le colocaron una manta tejida con piel de oveja sobre los hombros y un collar de huesos representando el honor. Nos brindaron carne de sabrían ellos qué criaturas y estuvieron tocando y bailando alrededor de su amada fogata.
Bastian y yo optamos por comer fruta a diferencia de Forian que se zampó gustoso la carne.
Cuando estaba declinando el día ocultándose dos de los tres soles de Irlendia, el Alfa del clan Destroyers determinó que debíamos seguir el recorrido pues al amanecer las lluvias inundarían gran parte del área. ¿Cómo lo supo? Cosas de cazadores, imagino...
Pero como mencioné antes, las liebres carnívoras se negaron rotundamente a dejarnos marchar por su empecinada necesidad de un líder. Se me asemejaron muchísimo a un montón de minions rodeando a Forian; pero en vez de ser lisos, enanos y amarillos, tenían orejas largas, hocicos peludos y dientes filosos.
De repente pensé lo grave que sería si se topaban con Hiro Nakamura.
El destroyador les juró que volvería cuando terminara su misión y me sorprendí molestándome por el hecho. ¿Por qué se los había jurado? Los destroyadores son los seres más leales del universo, así que iba a cumplirlo. Tal vez por eso. Entre nosotros se mantenía esa tensión difícil, pero quería seguir teniéndolo a mi lado. Quizás fuera miedo a lo que podía pasarle si se aventuraba solo por Irlendia, desterrado de su tierra y condenado por traición. Si se mantenía conmigo podía protegerlo, como futura emperatriz no iba a permitir que le tocaran ni un cabello rubio.
Pero volviendo a los Caníriles, se creyeron el juramento del destroyador, confiaron en eso.
Solo así nos dejaron marchar y nos dieron innumerables regalos para el viaje aunque me deshice de todos cuando llevábamos algunos metros de camino: eran macabros y me daban repelús. Y así conseguimos escapar de una tribu caníbal. Después lo que comenzó a molestarnos fueron mosquitos insistentes con trompas más grandes de lo normal. Sin embargo las heridas de Forian curaban rápido y su piel se estaba regenerando con facilidad, y por supuesto, el aroma a eucalipto llegaba a mi nariz. No aguanté más y le pregunté:
—¿Por qué siento ese olor en determinadas situaciones?
Él miró de reojo sin dejar de caminar, sabía bien a lo que me refería.
—Creo que tú sabes la respuesta a eso —se limitó a responder, tomando la delantera en la marcha.
Los soles bajaban apresurados dejando el cielo en tonos rojizos y anaranjados, como mi cabello; aunque el mío gozaba de un aspecto más vivo y el panorama del firmamento transmitía una calma y tranquilidad extrañas. Las lianas a nuestro alrededor se levantaban gruesas, creciendo en dirección a la luz disponible sobre el dosel arbóreo del bosque. Algunos banianos¹ de follaje espeso se juntaban en ángulos específicos creando figuras tales como arañas y águilas. Yo sabía que era el efecto de hojas y espacios vacíos, pero no dejaba de darme esa sensación incómoda; incomodidad que agregaban los mosquitos circundantes.
No le insistí a Forian respecto a sus asuntos personales, aunque si él creía que yo tenía la respuesta así debía ser, solo que no había reflexionado en ella. Pensé por tanto en todas las situaciones en que dicho aroma inundaba mi nariz y llegué a una conclusión: ocurría invariablemente cuando acababa de comer o ser lastimado. Los del clan Destroyers sudaban fuerte y sus demás fluidos no eran agradables; cuánto más su aliento después de comer carne cruda. Deduje que el aroma a eucalipto era un aromatizante que destilaba su sistema para aplacar los malos olores.
Muy ingenioso y conveniente.
—¿Faltará mucho para encontrar ese combustible? —indagó Bastian sacudiendo la mano para espantar los mosquitos.
—Unas cuantas millas —informó Forian que se mantenía al frente, guiándonos.
El combustible natural que buscábamos no era más que una encina que expulsaba una vez al año un manglar específico. Según Forian, para encender de nuevo el Y90s Pro y no esperar que llegara el año sexto para que la nave se activara automáticamente, debíamos encontrar dicha encina; de ese modo podríamos viajar a Jadre. Yo estaba ansiosa por encontrarla, ya habíamos lidiado con suficientes impedimentos.
—Me estoy cansando de aguantar estos mosquitos —se quejó el francés aplastando algunos contra su piel.
—Tengo la sensación que a medida que nos acercamos al río el enjambre de mosquitos aumenta —declaré matando uno.
Al hacerlo sentí una ardentía poco común.
—Aush —se quejó Bastian.
—¿También lo has sentido? —le pregunté alarmada— ¡Ah!
Nuestros quejidos se intercalaron hasta convertirse en gritos a medida que más mosquitos nos picaron. No eran los mismos de hacía un rato, estos dejaban una ardentía terrible en la piel consiguiendo que esta se enrojeciera e hinchara.
—Lo temía. —Forian nos ayudó a espantarlos con su manta de piel de oveja—. Se trata de una especie mortal típica de Bajo Mundo.
—¡¡¡Mortal!!! —chillé espantada.
—Tenemos que salir de aquí y perderlos —apuró él—. Demasiadas picaduras pueden conseguir la muerte.
—¡¿Por qué a ti no te pican?! —inquirió Bastian que parecía volverse loco cada segundo.
—Los destroyadores... nuestra sangre los envenena —explicó balanceando la tela de un lado a otro pero no era suficiente.
Los mosquitos asesinos se juntaban en una espesa nube negra que sin duda iba a derribarnos. Me vi tirada en el piso pataleando mientras agonizaba sin esperanza.
—¡Corran! —alzó la voz Forian y no tuvo que repetirlo.
Corrimos desesperados saltando los troncos que nos aparecían por el camino y las raíces prominentes. Creo que en la huida mis pies chocaron con algún animalejo pequeño y duro pero no me importó comprobarlo. Cada picada dolía muchísimo y ni siquiera podíamos ver a dónde nos estábamos dirigiendo. Solo seguíamos a Forian, pero aún sin usar su ultra velocidad, resultaba demasiado veloz para nosotros. No obstante continuamos corriendo, esforzándonos por no perderlo de vista y dejar atrás la banda de insectos asesinos.
Finalmente los árboles oblicuos dieron paso al río y Forian se detuvo como si se tratase de un terreno lleno de bombas.
—¡Métanse al agua! —ordenó y no lo pensamos dos veces.
Cuando mi cuerpo ardiendo entró en contacto con el agua fría del río el alivio fue inmediato. Bastian sintió lo mismo. Los mosquitos se habían esfumado, como si nunca hubieran estado persiguiéndonos. Como ya no había peligro salimos del agua.
—¡Por Lirne! Pensé que no se irían nunca —replicó el francés.
Me fijé que las picaduras en su cuerpo fueron desapareciendo una a una con increíble rapidez. Miré el río y luego mi propia piel.
—Las aguas son curativas —expresé—. Y deben ser nocivas para esos insectos.
—No son las aguas —habló Forian parado encima de una ancha raíz de sauce—. Miren. —Extendió la mano señalando el terreno que habíamos dejado atrás.
Bastian y yo nos asomamos y la escena nos resultó impactante. Un mar negro de mosquitos muertos cubría la zona verde. Todos los que nos habían perseguido y picado yacían ante nuestros ojos.
—Pensé que solo la sangre de los destroyadores era venenosa para ellos.
—Así es. —Forian arrugó la frente, pensativo—. Eso solo apunta a una hipótesis. —Miró al francés que se revolvió incómodo en el lugar.
—Q-Qué pasa...
—Las Syrizas tienen un estupendo sentido del olfato. Cuando te rodearon en el río turbio, ¿no intentaron morderte verdad?
—No, ni siquiera me encajaron las uñas y eso que les hubiese sido mucho más fácil inmovilizarme así. Más bien trataron de dejarme sin oxígeno ahogándome.
—¿Eso no te dice nada Khris? —intentó mi guardián que razonara y activé mis sentidos.
—Bueno —comencé a pensar—, primero las Syrizas infestadas no atacan a Bastian de la manera más lógica y ahora los mosquitos que nos picaron terminan muertos —expuse uniendo todos los puntos en mi mente—. Nuestra sangre. —Fruncí el ceño y miré a Forian—. Los dígitos trabajaron con mi sangre y la de Bastian.
—En efecto —apoyó Forian—. Y luego nos enviaron aquí con la nave programada a despegar en una semana.
—¿Qué tiene que ver el Y90s Pro con que nuestra sangre? —quiso saber Bastian.
—Ponernos a prueba —llegué finalmente a la conclusión y el cazador asintió despacio—. Todo tiene que ver con el virus, los dígitos están fabricando la cura.
—Em... no te sigo Khristen. Te pido me perdones, pero tu intelecto supera al mío.
—¿No te das cuenta Bastian? Siete me extrajo el veneno y me introdujo algún preparo secreto. Pudo hacer lo mismo contigo cuando te infestaste recién llegado a Korbe. Por alguna razón, desconozco cuál, su intento de cura no puede probarse en laboratorio, sino con el sujeto a contacto directo con el virus. Como hicimos un pacto para salir de ese mundo las posibilidades a que tuviéramos nuevamente contacto con las sombras olvidadas se redujeron a cero.
—Por eso nos enviaron aquí. —Bastian empezó a comprender todo—. Porque ellos sabían que tarde o temprano tendríamos contacto con alguna especie infestada y cuando eso ocurriera su experimento de cura daría resultado.
—O no lo daría —intervino Forian—. Lo que hicieron esos androides inservibles fue una prueba a ciegas, sin saber cómo terminaría. Habían posibilidades que saliera mal, que la cura que están preparando no fuese efectiva y en cambio ustedes terminaran muertos.
—Por Lirne, nos usaron como conejillos de indias. —Bastian tragó grueso.
—Sabía que algo andaba mal con ellos. —El destroyador apretó sus puños.
—Igual ya no podemos hacer nada —calmé—. Por suerte estamos vivos y lo que sea que nos han inyectado funciona. Si lo siguen desarrollando tendrán la solución para erradicar un virus peligroso que se puede propagar por Irlendia.
—¿Tienes idea de a cómo venderían dicha cura? —saltó Bastian—. Yo sí. Si algo les interesa a los xarianos es lucrarse con sus inventos, cuánto más a los líderes del imperio androide. Debemos impedir que el virus se propague a toda costa.
—Lo sé —suspiré con amargura.
—Conozco a los dígitos —siguió mi amigo—. Son muy capaces de extender el virus para luego lucrarse con la cura.
—Ya... ya pensaré en algo —expresé sintiendo un repentino dolor de cabeza—. Solo necesito llegar a Jadre, allí me darán fondos para pagarles o qué sé yo; a algún acuerdo llegaremos con los mafiosos.
—Será un costo altísimo.
—Pues el costo será lo de menos Bastian. Soy la princesa y debo velar por el bienestar de mis súbditos —dije firme tratando que el asunto no me afectara en demasía.
La verdad, descubrir de repente aquellas cosas me propició otro temor a la larga lista de temores. Ya no solo debía preocuparme por la Guerra Roja, sino que también debía pensar en cómo atajar el grave problema que recién habíamos desmantelado.
Deseé contar con un poco de apoyo Kane, ellos sabrían actuar de la mejor manera.
—Felicito tu forma de pensar —encomió Forian—. Pero debes tener presente princesa que tu clan está costeando una guerra que lleva años activa. Te recuerdo que todos los recursos de los daynonianos están enfocados en eso.
—Yo vine a detener esa guerra Forian. —Tomé aire, empezaba a sentirme realmente abrumada.
—Solo espero, de corazón espero, que el virus no se haya desatado en otro mundo —mencionó Bastian preocupado.
—Yo también —apoyé con inquietud—. Ahora enfoquémonos en encontrar el combustible y salir de aquí. Forian ¿dónde está la encina?
El destroyador movió ligeramente las orejas y empezó a olfatear el ambiente. Sus ojos se oscurecieron dándole ese toque salvaje a su semblante. Dio unos pasos confundidos y luego miró el río con desesperación.
Malas noticias, eso era lo que significaban las acciones.
—¿Qué pasa? —pregunté.
Él se tomó varios minutos para responder. Los soles bajaban a su espalda de una manera escandalosa. Pronto el firmamento volvería a ser de ese verde tóxico que condensaba el oxígeno.
—Nada bueno. —Tragó saliva y dio pasos al frente, sin dejar de mirar ese punto en el horizonte acuoso.
—Forian...
—Se lo han llevado todo. —Su voz se escuchó muy grave.
—¿Quién se lo ha llevado? —insistí sin tener idea de lo que él veía preocupado pero con una ola de pesar golpeándome el cuerpo.
El manglar solo expulsaba una encina una vez al año. Sin encina no podríamos salir de Bajo Mundo pronto. Resumen: estábamos condenados.
Enfoqué mis ojos en la misma dirección que el Alfa, pero solo aparecía niebla. No obstante percibí un aire gélido que me hizo acariciar mis brazos. Un olor intenso a salitre inundó mis fosas nasales, y un sonido vago, muy lejos, comenzó a esparcirse entre las nubes.
Algo estaba pasando detrás de la niebla y ese 'algo' era lo bastante malo para ensombrecer la expresión del destroyador y dejarme además, con un presentimiento siniestro.
—¿Qué ven ustedes que yo no? —interrogó Bastian parándose en vano en punticas.
—Creo que Forian es el más indicado para responder eso —aproveché la cobertura y el cazador se tensó entero.
—No puedo verlo —negó—, pero lo siento con todos mis instintos.
—¿Qué sientes? —presionó Bastian.
—Lo peor de Bajo Mundo —sentenció sabiendo todo lo que encerraban esas palabras.
Yo también lo sentía. La necesidad abrupta de correr y esconderme, el llanto atorado en la garganta y esa vocecita que gritaba piedad a pesar de no haber ningún torturador; pero muy dentro de mí sabiendo que existía, sabiendo que era real y una vez me topara con eso frente a frente no habría margen para retirarme.
Y eso estaba en el mar y se había llevado la encina que necesitábamos.
—¿Qué puede ser peor en Bajo Mundo que el Valle Enrevesado? —quiso averiguar el heredero.
—Nunca leíste sobre ello en el libro legendario —dijo en contestación Forian—. Algunos irlendieses afirman que es un mito, aunque en el fondo todos saben que es tan real como los tres soles. Lo nombraban "El terror de los ocho mares".
Ante aquello Bastian y yo nos estremecimos. Nunca había escuchado dicho título, pero me hice a la idea que no se refería a un simple monstruo marino.
—Dinos Forian —exigí—, dinos cuál es "El terror de los ocho mares" y el mito que los irlendieses tanto le temen.
Solo una palabra salió de su boca.
—Maltazar.
La brisa gélida sopló más fuerte contra nuestros rostros, evocando oscuridad. Los nombres tienen poder, y el poder que rodeaba a ese atraía aflicción. La brisa envolvió nuestros cuerpos pero fui yo la que alzó la cabeza para ver más allá en el punto cardinal norte el revuelo de unas hojas secas y la figura familiar que estas formaron.
Esa figura...
Esos ojos...
Fue algo efímero que se desvaneció con el soplo de viento. Se desvaneció al norte perdiéndose en la niebla.
—Tenemos que ir —anuncié y mis dos acompañantes prestaron atención.
—Khristen —tomó la palabra Forian—, se trata del capitán más temible de Irlendia. Su barco el Atroxdiom es una embarcación de proporciones descomunales y nadie que lo ha pisado ha vuelto para contarlo.
—¿Entonces esperaremos a que se cumpla el año sexto para que el Y90s Pro funcione nuevamente? —indagó Bastian.
—Sin encina no podemos encender la nave, así que esperaremos a que...
—Que vamos a ir a ese barco —repetí con convicción.
—Princesa, te digo que no es para nada razonable.
Forian cuidaba su tono, no quería contradecirme ni faltarme el respeto. Pero sobre todos las cosas, no quería pisar ese barco.
—Debemos hacerlo.
—¿Por qué estás tan segura? —preguntó el francés.
Lo único que había hecho el último tiempo era preguntarme lo mismo. El porqué estaba tan segura, el porqué me dejaba guiar por esa figura de viento con ojos especiales que me había estado acompañando desde Balgüim. Y fuera o no producto de mi imaginación, me había guiado a objetivos precisos; de alguna manera inexplicable confiaba en ella.
—Simplemente lo sé —respondí—. Debemos ir a ese barco y enfrentar al capitán.
—Solo haré que lo reconsideres una última vez —insistió Forian—. Por favor, desiste de la idea.
—No puedo Forian, siento en cada una de mis células que es la decisión correcta.
—Siendo el caso no me queda otra que acompañarte.
Asentí con la cabeza y volví a mirar a la niebla. Había como un imán detrás de la misma, arrastrando curiosidad y ansias pero también un peligro inmenso.
—Solo nos queda buscar la forma de...
—¡Miren!
Bastian se había apartado para comprobar lo que fuera que captó su atención. Se trataba de un bote con dos remos que permanecía estancado a la orilla del río.
—Eso no estaba ahí —mencionó el destroyador.
—No, no estaba —confirmé—. Pero ya que ha aparecido hay que aprovecharlo. —Me adelanté y subí en el mismo.
—Remaré a donde pidas —se ofreció Bastian sentándose en el bote.
—Para nada. —Forian lo hizo a un lado y tomó los remos.
Su mirada reacia dejaba muy en claro su desaprobación por lo que estábamos haciendo. Pero yo no iba a retractarme pues sentía una poderosa inclinación hacia el Atroxdiom y todo el mito que lo rodeaba. Además necesitábamos la encina; yo necesitaba desesperadamente llegar a Jadre.
El Alfa comenzó a remar con ahínco y el acto remarcaba los formados músculos de sus brazos. Bastian observaba con insistencia el horizonte difuso y yo trataba de mantener la calma a pesar del nerviosismo que se estaba cociendo en mi interior.
Ahora recuerdo aquella situación y me es imposible rechazar el amargo remordimiento que me embarga. Lo más probable es que de retroceder en el tiempo hubiera hecho todo exactamente igual porque solo tenía en la cabeza los intereses que defendía y no pensaba en consecuencias mayores.
Pero debí haberlo pensado.
Tan solo debí usar esa capacidad de imaginar para deducir los peores escenarios.
Quizás ahora no estuviese tan arrepentida y no se me saltaran las lágrimas con el recuerdo.
Jamás me voy a perdonar eso, jamás...
Forian remó hasta que el bote entró en la niebla y a partir de ese instante el tiempo pareció detenerse. Luego escuchamos el sonido causante de que algunas noches despierte temblando en mi alcoba: era un canto espeluznante, varias voces a coro que ponían la piel de gallina.
La niebla empezó a disiparse y la expectación aumentó.
Lo primero que distinguimos fueron las aletas de tiburones circundando nuestro insignificante bote. Respiramos despacio, tratando que no cundiera el pánico. Bastaban dos embestidas y estaríamos perdidos.
Entonces poco a poco, fue apareciendo el mito de los mares. El mascarón de la proa se hizo visible y me sobrecogí. Cualquier otro barco portaría una sirena o algo por el estilo, pero no el Atroxdiom que ostentaba una criatura tallada en madera, con una luz verde extraterrestre brillando desde las cuencas oculares y raíces saliendo de la cabeza. Las proporciones de la embarcación eran descomunales y las velas negras parecían llevar el control del aire y no al revés; aquello se movía a donde se le antojara pero no por mar, no. El legendario Atroxdiom flotaba por encima del agua.
Capturé una buena bocanada de aire.
Detallé que el heredero Dubois se encontraba con una sudoración excesiva y los vellos de punta. El cazador se puso pálido y su rostro mostraba todo tipo de malas emociones, tal como si hubiera ingerido algo en descomposición.
No podíamos marcharnos, solo quedaba enfrentar las precarias circunstancias.
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