☆3☆ "PROMESA"
Khristen
—No te preocupes hija, verás que todo saldrá bien.
Eso aseguró mi madre apoyando cariñosamente sus manos en mis hombros cuando me comunicó la noticia que había conseguido trabajo en la Fortaleza de los Kane.
Por supuesto que he escuchado sobre ellos antes ¿quién no? Son conocidos en todo el planeta, respetados por el propio presidente, alabados por las firmas más importantes e idolatrados por quienes quieren ser como ellos. Mis compañeras de clases pegan fotos de los herederos Kane en sus cuadernos y casilleros, y también pósteres en los muros del colegio. Y no solo de los Kane, sino del resto de herederos de la Academia Howlland.
Menudas idiotas obsesionadas.
Ellos son simples seres humanos, no entiendo tanta adoración como si se tratasen de divinidades. Sí, son guapos ¿y? Tampoco son los únicos hombres guapos del mundo. Sí, también tienen dinero para curar la hambruna en cinco países, pero no lo han hecho, por tanto, no representan nada alucinante a mi perspectiva. Existen algunos rumores que los estudiantes de Howlland poseen habilidades especiales relacionadas con los elementos ¡Qué estupidez! Ya a sus seguidores no les basta con reverenciarlos como dioses del Olimpo, también tienen que inventarles poderes...
Estoy tan harta de los Kane que cuando mi madre me comunicó que viviríamos con ellos sentí como un golpe de ironía me reventaba la cara. El destino, la casualidad o lo que sea que exista se estaba burlando de mí pero a carcajadas.
—¿En qué piensas? —pregunta mi mejor amiga sacudiendo su mano derecha frente a mis ojos que para este instante, están clavados en el infinito—. Oh ya sé, en tu estupenda suerte.
—No juegues conmigo.
Reacciono y vuelvo a enfocarme en la pizarra que tiene presentados al menos cuarenta ejercicios de matemáticas pero me es trabajoso. Llega un punto donde las matemáticas consiguen darme dislexia; tantos números en la pizarra llegan a flotar en el aire y mezclarse entre sí.
—Khris, un millón de chicas matarían por ese empleo.
—Yo no estoy dentro de ese millón —aseguro convencida que ha hecho la referencia por su peli favorita.
Lillisbeth Stewart, mi mejor amiga desde que tengo cinco años. Nos conocimos en el jardín de infantes y desde entonces nos hemos vuelto inseparables. Sabemos los gustos la una de la otra y lo que nos pasa por el cerebro sin decirlo en voz alta.
—Vamos Khris, admite que estás un poco emocionada. —Me pincha un cachete con el lapicero.
—Claro que no, estoy segura que odiaré esa maldita casa desde que ponga un pie en ella.
—Silencio por favor —nos regaña la profesora con mirada severa a través de sus lentes redondos.
Vuelvo enfocarme en los ejercicios pero los números se me cruzan en la pizarra. Genial mi dislexia repentina vuelve de nuevo...
—Khris el hecho que los Kane sean internacionalmente reconocidos no significa que vayan a ser unos ególatras —susurra esta vez Lilly.
—Tan solo hay ver la pose que adoptan ante las cámaras. —Arqueo las cejas recordando la autosuficiencia que desprende el hijo mayor.
—Ese será Arthur, porque Aaron es la cosita más tierna del mundo. —Suelta un suspiro enamorada y de momento la visualizo como esos emojis con ojos de corazón.
—Ni siquiera lo conoces personalmente —bufo. Es demasiado gracioso ver como la pobre creé que acosar por internet significa conocer a una persona de verdad.
Lilly lleva obsesionada con Aaron Kane desde... Hummm..., creo que desde se enteró de la existencia de este, y eso fue a los cinco años. Quedó flechada, literal. Incluso inició un club de fans y se sabe todo absolutamente todo de la vida del individuo. Es mi mejor amiga, le quiero, pero no puedo evitar tirarle un cojín cada vez que se pone hablar de los pasos que da Aaron al día o sus suposiciones de lo que estará haciendo en determinado momento.
—Igual no te quedará más remedio que aguantarlos. Por mucho que te desagrade la idea, vivirás en su mansión.
—No me lo recuerdes. —Ruedo los ojos.
—Dios mío, solo de pensar que verás de cerca a mi bebé siento mariposas en el estómago, pecho, garganta. —Junta sus manos como niña a la que le regalan un caramelo.
—Ya calla. —Vuelvo a intentar concentrarme en los ejercicios de la pizarra. Odio que la dislexia me ataque cuando me desconcentro.
—Por favor háblale de mí cuando lo veas, ¿sí? Serás la mejor amiga que se ha inventado si lo haces.
—Seré una criada en su casa, probablemente no me dirija la palabra —respondo esta vez con un tono de hastío.
Lilly puede ser intensa como nadie tiene idea.
—Promete que lo intentarás Khris, por favor, por favor, por favor...
Estoy a punto de precintarle la boca con cinta adhesiva cuando la bendita campana de la última hora escolar me salva del suplicio de escuchar a mi mejor amiga y por ende, de las matemáticas.
El pasillo se llena al instante de adolescentes locos que corren por su libertad. Mi colegio público es el típico lugar donde las reglas las tiran al retrete. Lilly y yo nos apretujamos entre el tumulto para llegar pronto a la puerta principal cuando alguien me empuja tan fuerte para adelantar el paso, que mi amiga debe sujetarme para que no bese el suelo.
—¡Dónde está tu educación animal! —le grita.
—Educación ¿qué es eso? —bufa el chico montándose en su patineta.
—Estudiamos en un centro de neandertales —se queja— ¿Estás bien?
—Sí. —Me masajeo el hombro.
Tener el escalafón más alto de la escuela lejos de conseguirme elogios solo me ha ganado el repudio de mis compañeros. No me gusta sobresalir, odio ser el centro de atención. Pero al parecer mi cerebro superdotado no opina lo mismo.
Salimos finalmente a las afueras del colegio y nos dirigimos a la parada a esperar el autobús que nos deja a una manzana de casa. Se tarda, como siempre. Cuando llega, ocupamos nuestros asientos habituales ubicados al final del mismo. Lilly y yo somos chicas de costumbres, por eso ella mejor que nadie puede comprender lo difícil que será mudarme. He vivido toda mi vida en Palm Springs y jamás he salido del estado de California, así que sobra decir, viajar fuera del país. Solo espero sacar la madurez que requiere la situación cuando llegue el momento y eso es pasado mañana, en la tarde. Mi madre se desvive por mí, siempre lo ha hecho, y no es justo que sea rebelde cuando ha encontrado el trabajo mejor pagado que se le pudo ocurrir soñar alguna vez.
Me permito desplazar las preocupaciones y cerrar los ojos, descansando en lo que dura trayecto hasta mi vecindad.
—Khris, despierta. —Lilly chasquea los dedos en mi oído—. Ya llegamos.
Nos quedamos en la parada correspondiente y me despido de ella antes de bajar la esquina que dobla a mi casa.
—¿Vendrás el domingo, cierto? —pregunto con temor que se haya arrepentido.
Cuando Lilly se enteró que me iría estuvo llorando una semana hasta ayer, que decidió fingir que se alegraba por la noticia. Lo que ha resultado peor, pues se la pasa sacando los puntos "positivos" de vivir con los arrogantes más grandes de Estados Unidos.
—Por supuesto que sí, no puedes marcharte sin la Suerte L.
—Suerte L... —Me río—. Nunca dejarás de usarla ¿verdad?
—Nunca. —Me guiña un ojo—.
Te veo después pelirroja.
Se marcha colocándose los auriculares y yo empiezo a caminar todavía riendo por sus ocurrencias. La 'Suerte L' nació el día que Lilly estaba protestando por su poca fortuna en la vida y por accidente se tropezó con un fajo de billetes más grande que la remesa que le daban sus padres mensualmente en un año. Desde entonces cada vez que le pasa algo bueno, se lo atribuye a la 'Suerte L'.
Me da un poco de pena teniendo en cuenta que la suerte en general no existe. Las cosas pasan porque pasan y el suceso imprevisto le ocurre a cualquier persona. Todo radica en estar en un mal lugar en el momento equivocado o lo contrario en sentido positivo. Punto final. Pero, ¿quién convence a Lilly? La misma que vive a fe de que un lejano día algún heredero insoportable le firme la blusa...
Cruzo la entrada del jardín de mi casa y saludo a nuestra vecina Daysi que está regando sus plantas de índigo como cada tarde. Daysi es más que una vecina, pues ha estado presente en todos los momentos importantes. También fue la que ayudó a mamá a conseguir el nuevo empleo en la Fortaleza pues tiene contactos más allá de lo que puedo imaginar. Siempre ha sido buena conmigo y es otra de las personas que me duele dejar.
—¿Cómo estuvo tu día, cariño? —pregunta después de abrazarme.
—Igual que todos. —Me encojo de hombros— ¿Huele a lo que imagino?
—Así es. —Daysi me sonríe con dulzura—. Tu tarta de arándanos favorita, la hice especialmente para esta tarde. Vamos adentro, sé que estás ansiosa por probarla.
Entro tras ella consciente que extrañaré cada centímetro de sus fabulosas tartas. También su muffin de chocolate y por supuesto, las gelatinas naturales que elabora. Daysi es un As en la cocina, mi madre ha aprendido mucho de ella. La sigo hasta el comedor y aunque he entrado billones de veces a esta casa, nunca me canso de admirar la decoración.
Para cualquiera luciría disparatada. De hecho, a la señora Daysi la tildan de loca en la vecindad. Sus costumbres extrañas y su estilo nada ortodoxo la han convertido en el blanco de burlas de Palm Springs. Años atrás, los niños corrieron la voz que era una bruja malvada que se los comería una noche cuando nadie se lo esperara. Yo me peleaba con ellos por estas crueldades, literalmente. Le di muchos dolores de cabeza a mi madre cuando aparecía con rasguños y la ropa hecha jirones después de haberme enfrentado a niños que doblaban mi estatura.
Nunca he sido una chica cobarde, llevo en mis entrañas defender a quién lo merezca.
Pero reconozco que mi querida amiga Daysi posee características peculiares que le han ganado su fama. Tiene árboles dentro de su casa, y no de cualquier tipo. Son los árboles más extraños que yo he presenciado. Sus raíces torcidas se entrelazan bajo el techo y recorren cada habitación. De ellos cuelgan sonajeros con figuras mitológicas y algunos tienen hojas de colores brillantes, moradas, rosadas, azules... Y el aroma que desprenden es difícil de explicar con palabras, pero me ha transmitido una clara sensación de hogar desde que tengo memoria, una de la que no quisiera desprenderme.
Las paredes cuentan historias, como los jeroglíficos de una caverna, pero más intensos y sofisticados. Están repletas de cuadros simbólicos y abstractos con elegantes combinaciones de formas que la mayoría no podría comprender; pero por alguna razón yo lo hice desde la primera vez que los vi. Entendí el mensaje escondido detrás de las pinceladas. Un hemoso reino secreto en el lugar más intrincado de la tierra, con fuentes inagotables de energías, con campos vírgenes e inexplorados. Pero también era capaz de ver batallas sangrientas que azotaron los dominios, animales descuartizados en ríos oscuros, miedo y muerte cubriendo la paz y abundancia que una vez existió...
Recuerdo que cuando era niña, recorría la casa de Daysi buscando alguna pintura que completara el final de aquella historia; me negaba a creer que terminara de una forma tan caótica. Me obsesioné a tal punto, que mi madre tardó en convencerme que se trataba de algo ficticio y no debía empeñarme en buscar una esperanza para lo que realmente no existía. Sin embargo Daysi nunca dijo nada al respecto ni me convenció para que abandonara la idea. Cada vez que sacaba el tema su respuesta era la misma:
"Todo ocurre de la forma que tiene que ocurrir, de lo contrario sería tentar al Universo"
A mi corta edad no comprendía sus palabras. Luego crecí y me di cuenta que es una de las cosas más sabias que jamás escucharé. Por lo menos la parte primera. Que ocurra lo que tenga que ocurrir... porque lo del 'Universo' pues... nunca me ha quedado tan claro. Daysi me enseñó muchas cosas de las estrellas pero jamás explicó nada de la frase. Pero la usé respecto a la decisión que cambiaría mi vida y no opuse resistencia cuando mi madre me comunicó que nos mudaríamos a Westlake Village. Sí debía ocurrir... que ocurriera.
—Ten Khris. —Daysi me extiende un pequeño plato con un trozo de tarta.
—Deliciosa, como esperaba —acuño después del primer bocado.
—Khristen, hay algo que debo decirte. —Su mirada se oscurece.
—¿Pasa algo malo?
—Es sobre tu partida a la Mansión Fortress de los Kane.
—Esperaba dejar las despedidas para mañana. —Dejo el pedazo de dulce que me queda sobre la mesa. Ya no tengo hambre.
—El domingo te despediré como tu vecina, con un beso y un abrazo. Pero hoy te despediré como la Daysi que te ha visto crecer, la Daysi que te recuerda que eres especial. Hoy te despediré con una advertencia.
De momento su tono me da miedo.
—Si te refieres al cuidado que debo mantener por convivir con dos jóvenes que se creen que lo merecen todo en el mundo, descuida —aclaro—. Tengo muy presente que...
—Déjate de bobadas Khris esto es importante. —Agarra mi brazo fuertemente con ojos desquiciados—. Necesito que tengas cuidado con los seres que son en verdad peligrosos.
—¿Qué?
—Cuídate de los destroyadores, aléjate de ellos ¡No confíes en ellos!
¿Destroyadores? ¿Qué clase de palabra es esa? Delira cosas sin sentido y no deja de agarrarme fuertemente.
—Daysi, me haces daño.
—Y sus descendientes son tan peligrosos como ellos. —Abre los ojos ojos como visualizando algo—. Pero los destroyadores son peor, mucho peor.
—De qué estás...
—Los Oscuros también amenazarán contra ti, pero tú puedes doblegarlos, eres fuerte.
No sé si es mi imaginación pero todo el entorno parece haberse ensombrecido junto con unos ojos desorbitados. Su agarre no disminuye y parece estar poseída por el estado alterado en que se encuentra.
—Daysi...
— ¡Prométemelo!
—Te lo prometo.
Lo he dicho a pesar que no entiendo un rábano de qué habla, pero al menos he conseguido que me suelte. La zona se me queda roja y lastimada por sus uñas. Sin embargo, ante mi afirmación parece más calmada y vuelve a ser la agradable vecina Daysi de las tartas de arándanos y gelatinas.
—Bien. —Se levanta de la mesa y toma mi plato con el sobrante de dulce—. Te prepararé unas galletas para el domingo. Sé que eres alérgica a las almendras así que le agregaré chispas de chocolate.
Comienza hablar como si nada hubiese pasado. Como si hace unos segundos no me hubiese clavado las uñas en el brazo delirando cosas sin sentido y exigiéndome una promesa que sigo sin comprender.
De locos. Completa y absolutamente de locos.
Tal vez los niños tuvieran razón y Daysi está un poco chalada, y el cariño que le tengo no me ha dejado verlo. Pero decido de momento pasarlo por alto porque ella parece haber recuperado la compostura y no me apetece verla en el estado anterior
No obstante no evito que por la noche me den vueltas las extrañas palabras que salieron de su boca. Los nombres destroyadores y oscuros me resuenan una y otra vez. Quizás los herederos de la Academia tengan títulos diferentes entre ellos, quién sabe...
—☆—
Mi despedida el domingo resulta como suponía, dolorosa y cargada de sensibilidad. Lilly se prende de mi cuello rehusando a soltarse y yo trato de sacar fuerzas para no unírmele llorando.
—Jura que les harás muchas fotos —dice sorbando la nariz.
—De primera plana. —Volteo los ojos en blanco, sonriendo—. Capaz que hasta empieces tu propio negocio vendiendo fotos exclusivas de los Kane.
—Sí, lo más seguro. —Ella intenta sonreír fracasando en el acto, pues salen más lágrimas—. Serás recordada en el club de fans por tu valioso aporte.
—¿En serio? ¿Estoy a punto de irme y sacas eso? —bufo.
—Quería que lo supieras. Además así sobrellevo la pérdida, pensando que te vas por una buena causa y tendremos exclusivas de Aaron que nadie más tendrá.
—No prometo nada respecto a ese chico —confieso—, pero lo intentaré solo para que no me lo recuerdes todos los días.
—¿Hablaremos todos los días? —Su cara roja por el llanto se ilumina.
—Lilly... —La abrazo de nuevo—. Nos videollamaremos todos los días. Será como si nunca me hubiese ido.
—Ya basta —se auto regaña secándose la cara—. No tengo cinco años.
—Claro que no, eres fuerte —miento. Lilly es como las gelatinas de Daysi.
—Que la Suerte L siempre te acompañe. Ah, y recuerda no tocar nada que tenga almendras.
—No lo haré. Daysi. —Me dirijo a ella que está dándole las deliciosas galletas a mi madre.
—Cariño. —Me besa la frente— Mantén la fortaleza que siempre te ha caracterizado.
—Lo haré. —Le dedico un breve abrazo y cojo mis maletas.
—Y recuerda: Eres especial.
—Te extrañaré Daysi. —La observo por última vez.
Desde que tengo memoria mi vecina se la ha pasado diciendo que soy especial. Creo que me quiere demasiado y por eso me sobrevalora.
—Cuídense mucho —despide mi madre con la mano antes que nos montemos en la limusina que nos llevará a Westlake Village.
El señor Alioth Kane ha insistido en enviarla para que viajemos seguras y sin contratiempos. A medida que avanza, tanto mi barrio como mi ciudad, van desapareciendo. Realmente me marcho de Palm Springs, sin retorno.
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