
★19★"Desde otra perspectiva"
Arthur.
—Y dime —sigue preguntando Hugo, el alemán que estudia un grado más abajo—, ¿cómo soportas convivir con esa plebeya?
Mi grupo de amigos se ríe y les sigo la corriente. Estamos pasando el descanso después del almuerzo en mi alcoba privada con mis primos y algunos de mis amigos de otros linajes. Llevan aproximadamente treinta minutos divirtiéndose a costa de la humillante situación a la que me ha expuesto mi padre, que la hija de nuestra ama de llaves estudie en Howlland. La verdad quiero cambiar de tema, reírse de los demás no es mi pasatiempo predilecto. No, no es que compadezca a esa chiquilla. Solo es que tengo mejores cosas en las que emplear mi tiempo.
—Debe ser tan asqueroso —agrega Robin Dickson, el nigeriano—. Dicen que los plebeyos están llenos de piojos y su ropa huele a mugre.
Los chicos vuelven a reírse.
—Eso no es cierto —repongo—. Son personas normales pero con pésimo gusto.
Cada vez que recuerdo los atuendos de segunda mano de Khris me entran ganas de vomitar.
—No, esperen amigos —Hugo adopta una pose teatral—. Aquí nuestro superior Kane acaba de reconocer que esas ratas son personas normales —Me toca la frente— ¿Tienes fiebre?
Vuelven a sonar las carcajadas y son mis primos los que se quedan serios.
—Que estupideces hablas —Le doy un manotazo a la palma que reposa en mi frente—. Son personas normales en su nivel de inferioridad. Por supuesto que nosotros somos más...
—Ya déjalo Arthur, no quieras enmendar que eres flojo con ella —suelta Anira, la hija de mi tío Alker.
Alker tiene tres hijos. Abner, el mayor, es socio conmigo en el Concesionario. Tiene veintitrés y ya no estudia en la Academia. Anira es de mi edad y va en mi grado. Y Anssel, el menor, va en segundo.
—No soy flojo con ninguno de mis empleados, y mucho menos con esa ridícula.
—Si eso es cierto ¿por qué la trajiste a la alcoba privada el otro día? —inquiere Adrián que se había mantenido callado hasta ahora.
Ante su confesión los rostros divertidos se evaporan y en cambio muestran sorpresa desagradable. Esto es muy malo para mi reputación.
—Ya saben —Me aclaro la garganta—, los gemelos casi la matan y mi padre me obligó a cuidarla hasta que despertara.
—¿Y por qué obligaste al cocinero que le llevara los platos en cada almuerzo al Salón de clases? —sigue Adrián tranquilo mirando por la ventana.
—¿Tú hiciste eso? —se asombra Robin.
—Alioth me obligó —Me arreglo el nudo de la corbata.
—Y por qué... —pretende seguir mi primo con su tono perezoso.
—Adrián —atajo—, veo que has estado muy al pendiente de la ridícula ¿Acaso te gusta?
El grupo vuelve a reírse y me siento más seguro en mi posición. A punto ha estado mi imagen de echarse a perder por culpa de las extremas consideraciones de mi padre con Khristen y su madre. Adrián no responde, en cambio se mete las manos en los bolsillos y se va por la puerta.
Me importa un rábano si se ha molestado.
—Como sea, Alioth esta pendiente de la seguridad de la chiquilla —expongo—. No es como si fuera fácil para mí, siendo su primogénito, descolgarse de esto.
—¿A quién le importa Arthur? —reposta Hugo—. Un plebeyo más, un plebeyo menos... El mundo estaría mejor sin esas pestes.
—A veces hablas como un nazi Hugo —interviene Robin—, con toda la verdad por delante.
Hugo se encoge de hombros.
—Supongo que lo que se lleva en la sangre es más fuerte de lo que mi padre quiere admitir.
—¿Sigue molestándote? —pregunta Abbigail que está de pie detrás del mueble en donde está sentado Anssel, poniéndole mucho esmero a masajear su cabeza.
—¿Y a ti qué te importa? No estamos hablando de mí —recalca Hugo y me señala—. Sino de la extraña situación en la que Alioth nos ha puesto a todos. Creo que sabes más de lo que tu padre le contó a los nuestros, Arthur.
—Sé lo mismo que ustedes —me defiendo, no estoy dispuesto a que nadie crea lo contrario—. Esto es un misterio para mí como para ustedes.
—Mi madre dijo que Alioth tendrá otra reunión privada con el resto de padres —vuelve a intervenir Abby—. Ella sospecha que la chica es especial.
Ahora sí que suelto un bufido a voluntad.
—Si la conociera no opinara lo mismo.
—Pero piénsalo, Arthur —interviene Anira—. ¿Qué otra razón tendría Alioth para meterla aquí?
—Hay rumores de que es su hija bastarda —vuelve hablar la brasileña, calentándome la sangre.
—¿Por qué no te callas de una vez, eh? —le digo de tal modo que ella deja lo que está haciendo y se queda en firme.
—Yo solo...
—¡Que te calles!
Anssel, que hasta ahora ha estado despreocupado con los ojos cerrados disfrutando de su masaje, abre los ojos y me mira molesto.
—No tienes que gritar.
—Hablo como se me da la gana, estoy en mi alcoba. Si quieren hacer otra cosa, piérdanse de aquí —espeto y les doy la espalda, encontrándome nuevamente con la mirada de Robin, Anira y Hugo—. Esa ridícula no es mi media hermana, me niego.
—¿Cómo estás tan seguro? —debate Anira arqueando una ceja.
Suspiro hondo para no gritarle una grosería.
—Mi padre no es el tuyo —alego y el resto de chicos se ríen. Todos conocen a mi tío Alker.
—Una prueba de ADN bastará —continúa ella—. Si estás tan seguro que no comparten sangre, al menos será algo que descartar.
—Piensen por un momento, ¿creen que si esa ridícula tuviera sangre Kane no tendría al menos alguna característica física del linaje? ¿O una pequeña habilidad sobre el elemento aire? No piensen estupideces, que sea hija de mi padre no tiene ningún sentido.
—Pero, ¿no recuerdas el caso de Brigitte Dubois? —interviene Alissa, la menor de mis primas. Alissa junto con Adrián son los dos hijos de Adara, mi tercera tía en orden cronológico—. Tuvo una hija con un senador americano y la criatura nació sin habilidades y más parecida a su padre de lo estimado.
Sacudo la cabeza en acto de negación.
—Es diferente. Todos saben que el clan Lirne es el que tiene los genes más débiles. Sus descendientes se han pasado la vida mezclándose con cualquiera, es natural que una hija de Brigitte con un no descendiente carezca de sangre legendaria. Pero no nosotros, no los Kane.
—Otro rumor es que ella... —susurra Abbigail con cuidado de que no la tome contra ella—. Bueno, ya saben, su cabello y su cabello y sus ojos...
—¡Que no! —la corto—. Si no vas a decir nada útil puedes empezar a perderte de mi vista.
—También puede ser posible, Arthur —apoya Anira.
—¿Tú también? —protesto.
—Parece descabellado, pero pudiera tener sentido —suelta Anssel con el mismo desinterés que tiene desde que llegó.
Lo único que le importa es su masaje, que por cierto, ha terminado por la incomodidad de Abbigail ante mis reproches. Anssel le hace señas para que continúe y ella vuelve afanarse en la tarea. No sé cómo a mi primo puede resultarle atractiva una mujer que no exige que se le defienda frente a cualquier humillación. Él solo la tiene de muñeca de compañía, al parecer. Y está más interesado en recibir su masaje que en gastar energías en llevarme la contra por hablarle como se merece la brasileña.
Camino de un lado a otro por mi alcoba, obligándome a pensar. La coincidencia de las características físicas de Khristen con mis conocimientos de Irlendia parece una posibilidad más que certera. Pero, ¿por qué mi padre lo oculta? ¿Qué más hay envuelto?
—¿Sería posible que nuestros padres nos ocultaran algo así? —plantea Robin—. ¿No deberíamos estar al tanto desde el momento en que nació?
—Deberíamos —confirmo—. Y sin embargo, todo parece en orden con el nacimiento de esa niña. Una madre normal, con un parto normal, en un hospital normal. Ya lo he investigado. Y otra vez, si realmente viniese de ese clan, tendría que hacer algo... Sería más poderosa que todos nosotros juntos, ¿no lo entienden? No puede llegar a dieciocho años sin haber experimentado lo que es poseer algún tipo de energía. Mínimo hubiese electrocutado algo...
—Sí, tienes razón... —murmura Robin pensativo—. ¿Qué hay de su padre?
—Aún sigue siendo un misterio —respondo. Tengo a un detective privado en ello.
—Deduzco que averiguando eso se aclararán todas las incógnitas —dice Hugo—. ¿Que ha dicho ella?
—No sabe nada. Y según lo que he investigado, su madre tampoco sabe. Me facilitaron los registros de su ginecóloga pos-parto, y la historia que Vanessa le contó fue que quedó embarazada en una fiesta donde había mucho alcohol. Estaba segura que quien quiera que fuese el padre, no querría hacerse cargo de un hijo, así que le evitó ese dolor a Khristen.
—Es muy extraño —dice Alissa lo que todos pensamos.
—Sí, muy extraño...
Nos quedamos un momento sumidos en todas las posibilidades, en hilvanar hilos, hasta que la voz de Anira rompe la concentración.
—Bueno, cambiemos de tema, esto no es el FBI y no podremos resolver cada interrogante con solo pensar. Estoy agotada. —Se sienta correctamente en el mueble, abandonando su postura acostada— ¿Iremos al yate este fin de semana o también se ha cancelado?
—¿Tan rápido cambiando de tema? —bufa Hugo—. Me gustaba nuestro tema anterior.
—Llevas media hora hablando de la pelirroja —protesta Alissa, mi segunda prima—. Te irá a gustar a ti.
—No me ofendas sino quieres que te suelte a mis Dóbermans —repone serio el alemán.
—Entonces caso cerrado —dictamino—. Anira tiene razón, estamos perdiendo el tiempo con caminos que siguen llevando a un callejón sin salida. Por el momento, hay que evitar conclusiones hasta no tener más información.
Hugo me mira confuso, escudriñando cada centímetro de mi cara.
—Estás diferente...
—Simplemente vivo la vida aprovechando cada minuto de mi valioso tiempo. ¿Cómo figuras que es ser un millonario? Oh, no, no tienes ni idea —digo dándole donde más le duele. Todos saben que Hugo es la oveja negra en su familia, recriminado siempre por su padre y abandonado por su madre no descendiente de ningún clan.
Él calla ante mis palabras. Bien. Finalmente le he cerrado la boca.
—Acabo de recibir un mensaje de Hiro Nakamura —alza la voz Anira revisando el teléfono—. La fiesta en el yate se mantiene este fin.
—Bien, me hartaba de la mansión de los Kumar —suspira Robin.
La mansión de los Kumar está ubicada en la mejor zona de Beverly Hills y generalmente organizamos las fiestas allí. Pero Hiro, de último grado, se ofreció a organizar un evento en uno de los yates que maneja la cadena de su familia. A pesar de este clima de octubre, la mayoría de los chicos de Howlland han aceptado.
—Pues ya iré buscando el... —Hugo se calla de repente al leer el mensaje que acaba de recibir en su teléfono.
—¿Qué pasa? —pregunta el nigeriano ante la expresión que se le queda a nuestro compañero.
—Schwein¹ —resopla el alemán y sin dar más explicaciones sale por la puerta.
¹Schwein: Cerdo.
—¿Y a este qué le pasa? —interroga Alissa.
—Tanto tiempo y todavía no sabes... —frunce los labios Anira.
—Iré a hablar con él —anunció y salgo de la alcoba. No es que me pese la culpa por haberle soltado un dardo verbal sobre el asunto, pero de alguna manera siento que es mi responsabilidad no permitir que ninguno de mis amigos se envilezca por asuntos que ya deberían tener controlados.
Sé lo que le pasa, su problema se llama Rainer Meyer, en otras palabras: su progenitor.
Recuerdo la primera vez que vi a Hugo, con su coronilla rubia hurgando en la jaula de un guacamayo. Recién había ingresado en la Academia y lo primero que hizo fue visitar el área de mascotas. Howlland alberga los animales más descabellados que alguien se le pudiera ocurrir adoptar. Y allí se pasaba las horas el alemán, entre panteras y leopardos, entre caballos y monos. Se escapaba de las clases para estar en el área y volaba turnos de comida. Un día mi padre me encargó la tarea de convencerlo de aplicar en sus clases. Obvio, Arthur para todo lo que no quiera hacer el director... El caso es que yo pensaba más bien reprenderlo, no me van esos rollos sentimentales para convencer. Pero mi discurso mental se fue a pique cuando lo sorprendí sorbiendo mocos con el guacamayo posado en el hombro.
»—Vete y déjame en paz —había dicho.
Me quedé meditando qué hacer, pues yo y una persona que lidia con las emociones humanas somos polos opuestos.
»—Venga, vete a tu clase —logré decir inquieto por salir de esa situación. No hubiese sabido qué hacer si se le ocurría empezar a llorar.
—Todo te resulta fácil a ti, ¿no? —Comenzó a reír—. No tienes un fervoroso seguidor de Hitler tratándote como basura.
Desde ese día comprendí muchas cosas de los Meyer. No tenía amigos entre los descendientes de los oscuros, pero Hugo marcaba una clara diferencia. Para su linaje era una vergüenza que no demostrara ser todo lo que ellos deseaban. El chico no era enigmático ni complejo, no desprendía esa aura aterradora y prefería contar chistes antes que disecar ranas con sus primos. Su padre vivía recordándole que era un error del linaje, que nunca debió haber nacido y cosas por el estilo. Su hermano Thomas en cambio, era el papel calcado que formaban todos los Meyer.
Debido a la presión, Hugo representaba en Howlland ese tipo rebelde y problemático que suele ser el centro de disgustos en las escuelas. Se pelaba al rape, vestía estilo hip hop y de seguro había caído en adiciones prohibidas para todos los herederos de los clanes. Las veces que daban pases, regresaba de Alemania con algunos moretones y aunque nadie decía nada, todos sabían que el Káiser Rainer Meyer no dejaba pasar una equivocación. Rainer era un hombre que no me caía en gracia. No por tener la mano suelta, sino por sus absurdas aferraciones al pasado. El título "Káiser" (Emperador) se había dejado de usar en mil novecientos dieciocho. Pero el Legendario de los Meyer fue un científico loco que trabajó para las SS durante la Segunda Guerra Mundial e inculcó a sus descendientes costumbres extrañas que aún a día de hoy se empeñan en mantener.
Hugo es todo lo opuesto a eso y por tanto, es el único de un grado inferior al que le permito entrar a la alcoba. Bueno, también está Jessica, pero ella prefiere venir cuando no haya más nadie que yo, aunque Hugo le cae genial. Hugo también ha realizado trabajillos para que nosotros no nos ensuciemos las manos pero esas son otras historias.
Salgo de la alcoba en su búsqueda. No tardo en descifrar su paradero y atravieso el jardín trasero directo al área de mascotas. Esta área es bastante grande, algo así como el palacio de animalandia para la gente común. Dentro todo funciona como mismo en la Academia, el nivel de lujo, la limpieza y la organización. Las mascotas están divididas por géneros: felinos, aves, equinos y etcétera. Y cada una tiene su espacio personal donde sirvientes de Howlland las atienden como a la realeza.
Y ahí está Hugo, sentado en el suelo de la mega caseta de sus Dóbermans, acariciando sus cuellos con la mirada irritada clavada en el infinito.
—¿Y ahora que hizo el soldado? —Me cruzo de brazos apoyándome en el marco de la entrada.
—Va a venir Arthur —responde sin mirarme—, va a venir el fin de semana.
Intuyo que su pecho debe estar comprimido bajo la presión que se carga la noticia.
—Aquí en Howlland no puede hacerte nada
—¡No le tengo miedo! —Se levanta, enfrentándome—. Solo lo odio, ¿entiendes? ¡Es puro odio! —grita, rojo de ira.
—Cálmate, no soy uno de tus perros —regaño.
—Blöde Sau² —escupe apartándome para salir.
²Blöde Sau: Ofensa en alemán.
Quiere estar solo.
Dejo que se vaya sin tomarme la molestia en perseguirlo. No soy de esos, tratar los berrinches se lo dejo a mi padre.
Para cuando suena el último timbre de la tarde, estoy mentalmente agotado debido a las materias finales que se han tratado para los de tercer grado. En esta etapa estudiamos como interpretar debidamente la información económica de cualquier empresa, así como gestionar el flujo de caja de manera adecuada. Gracias a mi voluntad impuesta, he venido solo en mi Lamborghini y no tengo que esperar por nadie así que me largo a la velocidad que me gusta.
De trayecto a casa recuerdo el episodio del sábado y lo asustada que se puso Khristen cuando usé mis habilidades. Pobre ingenua, no tiene ni idea que eso es solo una pequeña muestra de lo que puedo hacer.
Cuando llego a la Fortaleza, después de parquear mi auto, camino hasta la sala central para subir las escaleras, ordenarle a cualquier sirviente que me prepare un baño de burbujas y ponerme a estudiar el sinnúmero de deberes que nos han dejado. Debería llamar a la pelirroja para que me lo prepare, verla irritada sin tener más opción que obedecerme a regañadientas después de mi largo día sería un buen relajante.
Qué puedo decir, disfruto molestarla...
Me estoy riendo solo a punto de subir por la escalera cuando me detengo estupefacto por la escena que se desarrolla a pocos metros, en el comedor. Aaron está recostado al borde de la mesa, sonriendo y agarrándole ambas manos a una mujer morena que está tonta de la risa ante la idea de estar inhabilitada por él.
No, no es 'una mujer morena'. Es... ¡es la insolente que despedí la semana pasada! Pero ¿cómo está aquí de nuevo? ¡Cuánto descaro!
La sangre empieza a calentárseme por debajo de la piel y no necesito un espejo para saber que estoy colorado. Avanzo conteniendo la ira y...
Mi hermano estira su mano y le coloca un mechón de cabello detrás de la oreja mientras ella sigue sonriéndole encantada. Entonces él se inclina.
¿Contener ira? No, se acaba de desatar toda.
No puedo entender lo que mis ojos están viendo pero Aaron se va a enterar de toda la furia que me cargo.
•Nota•
Este libro se encuentra en proceso de corrección. Los capítulos están completos pero en borrador. Los iré sacando diariamente. Por favor, no empezar el 2do libro hasta leer este completo.
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