(1) Entre las Cuerdas de un Violín
"Los Nakamura siempre cumplen sus promesas"
Repetía la tele una y otra vez, los periódicos y las redes sociales.
Y bueno, a pesar de la larga lista con los innumerables defectos de nuestra familia, teníamos a favor que realmente cumplíamos las promesas. Mi padre era muy recio al respecto, mi abuelo hizo lo mismo, y el tatarabuelo, y el padre del tatarabuelo antes que él... Era un viejo lema japonés que catalogaba a los Nakamura por tanto todos debían no solo esforzarse por cumplirlo, sino también estar dispuestos a dar la vida en caso de llegar a ser necesario.
Para mi hermano mayor Hiro, esto siempre fue llevado al pie de la letra.
Tuvo desde pequeño esa sed insaciable por saber, por el conocimiento indebido, por acumular todos los datos, operaciones y fórmulas que le permitieran sus facultades. Pero, con las ansias de aprender llegaron de igual forma sus ganas de poner en práctica teorías, experimentar... Y se prometió así mismo llegar al fondo de ciertos asuntos. En nuestro linaje, descendiente del erudito Clan Xarians, había un pensamiento marcado: haz todo lo que puedas por el poder de la ciencia, nunca te quedes con dudas. El pensamiento nos lo inculcaban desde que nacíamos junto con el lema "Los Nakamura siempre cumplen sus promesas". Sin embargo, Hiro usó estos ideales al límite, los usó con su propio hermano, o sea, conmigo.
Solía justificarse, diciendo que de todas maneras yo estaba enfermo.
Mi niñez no fue igual que la de mis hermanos pues había crecido entre medicamentos y restricciones. Nadie supo dar una respuesta certera del porqué era un descendiente defectuoso. No se podía culpar la matriz de mi madre porque sus otros hijos estaban perfectamente sanos. Tal vez yo era el eslabón débil de la cadena, tal vez lo mejor para el linaje hubiera sido que nunca hubiese visto la luz. Pero el caso es que aquí estoy, respirando y robándole un poco de oxígeno al mundo.
Como se trataba de un padecimiento crónico mis padres determinaron que el tratamiento de leucemia se llevara en secreto en casa. No obstante mis hermanos sí estaban al tanto del caso, y fue Hiro el que empezó a experimentar. Al principio sus deseos sinceros que yo me recuperara motivaban sus acciones. Pero luego se obsesionó con hallar la cura para la humanidad y esto lo llevó a cruzar la frágil línea que separa a un científico obsesionado de un psicópata. Me pinchaba y extraía incontables muestras de sangre; me cortaba para sacar tejidos y luego me introducía preparos que según él darían resultados.
Traté de escabullirme varias veces, pero Hiro siempre me encontraba. No importaba si me escondía debajo de la cama, en el desván o en el laundry, mi hermano realizaba su aparición como el monstruo de esa pesadilla que nunca superas.
—No seas cobarde Haru y piensa en la ciencia, piensa en nuestro lema. Me prometí a mí mismo hallar la solución a las patologías humanas, y un Nakamura siempre cumple sus palabras.
《No me encontrará, no me encontrará, no está vez》
Solía repetirme mentalmente.
Pero como todas las veces, yo me equivocaba y mi hermano terminaba halándome por el brazo y llevándome a su cuarto de experimentos.
—Padre te va a regañar.
Le dije entre lágrimas una tarde que me encontraba demasiado indispuesto para soportar sus técnicas.
—Padre está orgulloso de lo que hago, porque además de ser un genio en la ingeniería mecánica que recuerdo, es fundamental para nuestro reconocido imperio naval, soy un superdotado para los cuerpos físicos y celestes. ¿Sabes cuánto tienen que esmerarse los demás herederos para lograr eso? Mucho Haru, mucho.
—No quiero que me sigas lastimando...
—Míralo por el lado bueno, aún enfermizo e inútil puedes contribuir al adelanto de esta inferior humanidad.
Y luego me arrastró hacia el cuarto para probar una nueva teoría sobre los glóbulos rojos. En esa ocasión me provocó una infección en el abdomen por una aguja mal esterilizada. Tuvieron que hacerme urgentemente una operación ambulatoria a nivel profesional y estuve una semana sin poder comer del dolor.
A Hiro no lo regañaron, nuestro padre lo defendía en todo. Como él mismo había dicho, era un erudito a su corta edad y la familia tenía expectativas muy altas puestas en él.
—Un día terminará matando a su hermano.
Le planteó en tono bajo madre a padre una tarde que tomaban el té. Yo escuché la conversación por pura casualidad y nadie advirtió mi prescencia. Supongo que me había acostumbrado demasiado bien a esconderme y pasar desapercibido, ser invisible.
—Hiro sabe lo que hace, un pequeño error lo comete hasta el más juicioso de los médicos. Mi hijo cada vez se vuelve más hábil y las malas consecuencias en Haru son efectos colaterales de las ambiciones de su hermano.
—Entiendo esposo. Solo menciono que cada vez Hiro se propasa más.
—¿Y es problema mientras siga superándose a sí mismo? Haru nació defectuoso, es una vergüenza para el linaje Nakamura...
Recuerdo con exactitud la espina tan dolorosa que se encajó en mi estómago aquel día. Ya me sentía decepcionado de mi propia existencia, pero que padre lo confirmara y lo expresara con tal desprecio fue como si todas esas inseguridades y reproches que me habían acompañado a medida que crecía explotaran de golpe y me volvieran más miserable de lo que ya era. Me escurrí a mi habitación y cerré la puerta sin ganas de vivir. Descubrí un sabor salado entre mis labios, y me percaté que lágrimas escapaban de mis ojos sin control. Tragué grueso intentando ahogar los sollozos, pero nada parecía calmar la aflicción oscura que se desataba en mi órgano palpitante.
Y entonces, acudí a lo único que resultaba fuente de alivio, lo único que podía sacarme de mi agonizante realidad y trasladarme a un lugar seguro donde nadie podía hacerme daño, fuera físico o emocional: la música.
Así habían trascurrido dieciocho años de mi vida, perdidos en los efectos narcóticos de la música porque era la única capaz de ayudarme a soportar.
Agarré mi fiel violín y una vez que las cuerdas hicieron su magia, me perdí en la melodía...
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