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Epílogo

9 años después...

Un invierno intenso golpeaba la ciudad de Madrid, España, en el año de 1696 en vísperas de navidad. Danielle arreglaba el amplio escote que el corset de su nuevo vestido mostraba. «Espero no sea demasiado» pensó, mientras acomodaba un largo mechón rubio que caía a uno de los costados de su cabello.

—Creo que mi padre ya ha llegado —dijo la hermosa señorita rubia en la que se había convertido Colette. Observaba la nevada por la ventana cuando logró divisar la llegada de su padre. 

—Entonces bajemos. Ya sabes que tu padre detesta la impuntualidad —indicó Danielle, apresurando a la jovencita de quince años.

Al pie de las escaleras de una elegante mansión, aguardaba un apuesto caballero rubio con apenas un par de arrugas a los costados de los ojos y una notable sonrisa en el rostro.

—Se ven realmente espléndidas —enfatizó Alejandro.

—Gracias, cariño —respondió Danielle bajando las escaleras—. ¿Qué tal la reunión?

—¡Excelente! La empresa muestra muy buenos ingresos. Pronto nos consolidaremos como los más importantes en toda Madrid —comunicó el caballero satisfecho. 

—Me alegro y desde hoy te aviso que necesitas vacaciones. Esas ojeras tuyas comienzan a hacerse parte del rostro.

—¡Oh, Danielle! —expresó el esposo al tiempo que plantaba un beso en la frente de su mujer—. No dispongo del tiempo para...

—Padre, creo que madre no miente —agregó Colette colocándose por encima un abrigo blanco.

Este las miró a ambas a sabiendas de que no existía algo que pudiera negarles. 

—Tramposas, se unen en mi contra para hacerme tomar un descanso. Bueno, ustedes ganan, organízalas para el próximo verano. Ahora es mejor irnos que nuestros amigos aguardan —comentó Alejandro, presentando ambos brazos para escoltar a sus hermosas compañeras a la cena de navidad.

—Por cierto, recibí carta de Julia esta tarde —informó la rubia.

Alejandro arqueó una ceja y mostró una plácida sonrisa. 

—¿Qué nos dice? —inquirió. 

—Que está perfectamente bien —dijo Danielle confabulada con la noticia.

Para Danielle y Alejandro no fue complicado rehacer sus vidas después de su salida de la isla del coco. Alejandro trabajó dos años como corsario para la corona española, aprendió con agilidad todo lo que se debía saber sobre la labor y tan pronto como pudo, dejó las aguas para convertirse en un mercante importante de Madrid. Sin embargo, para Danielle fue difícil olvidarse de los sucesos que le provocaron lagunas mentales y momentos psicóticos que le recordaban los ataques sufridos en la isla del coco. Tanto Alejandro como Colette, estuvieron con ella en todo momento durante su recuperación mental. Ahora se habían convertido en una familia aristócrata y distinguida de la ciudad.

Por otra parte, muy lejos de Madrid, las olas del mar golpeaban con rudeza el casco del JJ, la nave que se encontraba anclada en un pequeño puerto de La Habana, Cuba. Frente al barco, había una taberna libertina, uno de esos lugares clandestinos para piratas y hombres que huían de la justicia. El lugar, que contaba con grandes cantidades de alcohol, era dirigido por Julia, quien estaba celebrando su victoria ante una competencia de bebidas.

—¡Pobres ilusos! ¡No habrá quien me gané, pero si gustan, pueden seguir dándome su dinero! —gritó para que un par de hombres abuchearan sus palabras—. ¡Me da igual! Ustedes saben que no me vencerán, ¿verdad, cariño? —. Le preguntó Julia a la hermosa y joven cantinera de aquella divertida taberna.

La mujer asintió, levantando un tarro sobre su cabeza y tirando un beso al aire para Julia.

—¿Es ella tu amante en turno? —preguntó un enorme pirata de facciones maduras que había estado pretendiendo a Julia por varios años.

—Sí, ya sabes que soy un alma libre. Hoy es ella, pero mañana podría ser otro —respondió la mujer, alejándose de las mesas.

—¿Qué hay de mí? Te he pedido que seas mi esposa y te has negado, tampoco me aceptas como amante. —Aquel guapo y elegante caballero, no quitaba su dedo del renglón, caminó detrás de ella a fin de tener su atención.  

—Lo siento, no. —Negó la pirata ahora más calmada—. Yo no puedo dejar de ser lo que soy para convertirme en lo que no soy. No soy una mujer de relaciones serias como la que tú buscas.

El hombre mostró una seductora sonrisa en la que Julia no caía.

—¿Y qué es lo que eres Julia? —inquirió con la idea de conocerla más.

—Soy esto... Una pirata, una mujer libre y feliz, ¿lo entiendes? —replicó, golpeando el fuerte hombro de su pretendiente para después tomar la copa del hombre y beber su contenido—. ¡Salud y feliz navidad!

Julia navegó las aguas del mar atlántico por cuatro años hasta que decidió retirarse de los atracos. La mujer optó por continuar haciendo lo que mejor sabía hacer, las negociaciones para ella se volvieron parte de su vida diaria. Fue por ello que estableció una taberna donde se pudieran efectuar dichos negocios de compra y venta de productos de origen clandestino y contrabando. Aunque Julia aseguraba sentirse plena con su nueva vida, ella sabía que siempre extrañaría la isla del coco y los momentos maravillosos que pasó en aquel lugar, rodeada de su gente y amigos. En ocasiones subía al JJ con su tripulación y navegaban hasta los alrededores de la isla con la sola idea de verla a la lejanía.

Frecuentemente, Julia solía contar las grandes hazañas de las que fue testigo junto a Manuel Barboza, Bartolomeo, la Gitana y su madre; historias por las que muchos viajeros de la mar visitaban la taberna, puesto que escuchar de la voz de Julia aquellas proezas era algo digno de recordar.

En Michoacán, México; los vientos helados corrían del este al oeste sobre un risco con vista al mar. El atardecer estaba próximo a llegar mientras Elena observaba el movimiento del agua desde la altura de aquel lugar, donde se encontraba sentada. Con regularidad dejaba la comodidad de su hacienda ganadera para caminar al punto más alto de sus terrenos y dialogar con quien una vez fue su esposo.

Esa tarde, Elena sintió más que nunca la presencia de Manuel Barboza sobre las olas del mar, movimientos que venían desde la profundidad con tanta fuerza que parecían apoderarse de la tierra golpeada y humedecida. Una ligera sonrisa se dibujó en su aún iluminado y terso rostro, pues a pesar de la edad, seguía siendo una hermosa mujer atractiva a la vista de los hombres que se acercaban a ella. Dio un suspiro largo y acarició el anillo del diamante negro que todavía portaba en su mano.

Estiró la mano y cogió el diario que la acompaña siempre que buscaba esos momentos de intimidad que agradecía. Abrió por la mitad el libro y se dispuso a leer el contenido del mismo.

Abril 8 de 1720, puerto de Yucatán, México.

Las mercancías vendidas en Yucatán nos han dado buenas ganancias, las suficientes para cubrir los sueldos de la tripulación, más una buena bonificación por su eficiencia, además surtimos el almacén de carne y provisiones suficientes como para no volver a tocar puerto por algunos meses. Eso es precisamente lo que espero, alejarme el mayor tiempo de este puerto que me debilita los huesos. La sangre se me ha convertido en agua, apenas la vi caminar por la bulliciosa calle, tomada de la mano de un pequeño caballerito. Evidentemente, parece tener la edad suficiente para que pueda considerarlo mío. No obstante, hay una nube negra que me entorpece la visibilidad, una duda que carcome mi corazón y engrandece mi sed de venganza.

Por otra parte, el solo mirarla me ha llenado la vida de gozo, casi olvido por completo mi actual condición y mis deseos por estar en las aguas. Mi Elena, mi amada Elena, es y seguirá siendo mi mayor tesoro. Su felicidad fue la mía por esos instantes en el que la vi marchar. Absurdamente, me imaginé caminando de su lado, con el pequeño en mis brazos, como si pudiera merecerlo.

He tenido que provocarme una herida punzante con la espada para impedirme correr hacia ella, al menos así dejaría de soñar despierto y no me entrometería en su dulce vida. Decidí no dejar a nadie vigilando. En vez de ello, volveré siempre que me sea posible al puerto de Yucatán. De ese modo, sabré de ella y de su nueva felicidad.

La castaña levantó los ojos de aquel escrito para fijarlos de nuevo en el estrepitoso mar. Un par de minutos después, Elena escuchó el grito de unos niños que venían en su dirección.

—¡Mamá! ¡Madre! —gritaban dos varones de ocho y cuatro años que corrían a sus espaldas.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó la madre con tremenda sonrisa. Al tiempo que el viento le sacudía el cabello.

—Padre nos dijo que era tiempo de tu regreso a casa —dijo el pequeño de cuatro años llamado Gonzalo. —Ya todo esta listo para celebrar la navidad. 

—Sí, pero él y Antonio también vienen para acá —agregó el apuesto Manuel, de ocho años de edad, quien cada vez se parecía más a su padre.

—¿Y eso a qué se debe? —cuestionó la madre con las manos en la cintura.

—Supongo que también tengo deseos de hablar con un viejo amigo. ¿Cierto, Barboza? —comentó Gonzalo, apareciendo por el risco con un pequeño de brazos de apenas un año.

Gonzalo mantenía aquel porte relajado que lo caracterizaba con pequeñas canas que brillaban por sobre las orejas de la sedosa cabellera.

—Ven acá, mi pequeño Julio —susurró Elena, tomando al bebé de los brazos de su padre.

—¿Qué cuenta Barboza? ¿Qué hay por el mar? —interrogó Gonzalo con la sonrisa sínica que Manuel siempre detestó.

—¡Oh, yo lo sé! —interrumpió Antonio quien llegó al lado de Gonzalo.

Antonio, era ahora un joven de catorce años, cuyo semblante era muy similar al de su abuelo cuando era joven. Era todo un caballero, bien educado, amable, perfeccionista, competitivo y afectuoso con sus hermanos y padres. 

—Él dice que nos cuida y nos protege desde las aguas—. Se detuvo para mirar a la castaña—. También dice que nos ama, ¿cierto, madre?

La mujer le correspondió la sonrisa y le abrazó por la cintura. Luego miró a su familia con un feliz semblante marcado en su rostro, pues finalmente ella había logrado lo que muchas veces añoró, aun cuando el amor de su vida no estuviera a su lado en su forma física.

—Cierto. Él está aquí con nosotros.

Nueve años atrás, Gonzalo y Elena decidieron permanecer en México para establecerse a las afueras de Michoacán. Gonzalo no se despegó de ella en ningún momento, pues estaba decidido a cumplir con la promesa que le hizo a su mejor amigo antes de su muerte. Pasaron varios años antes de que Elena lo aceptara en matrimonio, ya que ella sabía que tanto Antonio como Manuel requerirían de una imagen paterna y de un apellido que ella no podría proporcionarles. Gonzalo representaba todo aquello que necesitaban, él se había convertido en una parte importante para ella y sus hijos. Después, la pareja realizó una íntima ceremonia a la orilla de la playa para desposarse, formando así una gran familia de cuatro hijos varones. Gonzalo jamás hizo distinción entre sus hijos o los de Barboza, para él todos eran maravillosos. Elena veía todos esos aspectos positivos y enternecedores en Gonzalo, sintiendo esa paz y felicidad que su vida requería. Sobre la colina, agradecía sentir las caricias del viento, pues aseguraba que se trataba de su madre, su padre y el gran amor de su vida.

FIN

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