Capítulo 9: Danza con el enemigo
El evento de bienvenida, organizado por Julia, estaba pronto a comenzar sólo con la presencia de unos cuantos invitados al almuerzo que se realizaría en una de las hermosas áreas abiertas de la isla. Así no disfrutarían únicamente de la comida y compañía, sino también, de un atardecer de los que la Isla del coco comúnmente ofrecía. Para ese día, se preparó un festín que incluía carne de cerdo, mariscos y aves colocados sobre una larga mesa de manteles largos para su degustación. La anfitriona seleccionó el mejor vino de su cava privada, puesto que no quería que el inglés se sintiera insatisfecho con el trato recibido por parte de sus colegas piratas.
En medio de la organización, Julia y la Gitana discutían por el entretenimiento, ya que Julia había solicitado traer un cuarteto de músicos a fin de amenizar el momento, mientras que la Gitana quería que les acompañaran las tres mejores mujeres que trabajaban en su burdel. Los alaridos eran tales que cualquiera que rondara los alrededores podría escucharlas.
—Te aseguro que antes de que la velada termine, el caballero estará solicitando los servicios de mis mujeres —expresó la Gitana con su particular voz ronca.
Julia cruzó los brazos he hizo una mueca como si fuese una niña malcriada.
—Bien, que lo haga, pero no aquí durante la comida. No quiero que esta isla se convierta en un prostíbulo, después será imposible controlar a los hombres —respondió en su alegata.
—¡Es porque eres demasiado blanda, Julia! —replicó la vieja mujer con las manos en el aire.
—¡Por supuesto que no! Yo puedo controlar a los hombres perfectamente.
—¡Bueno, ya basta! Es mejor que dejen de discutir, señoras —interrumpió Bartolomeo, intentando calmar a ambas piratas—. Nuestro invitado no tardará en llegar.
Las mujeres callaron y después de algunos minutos, el inglés hizo arribo a la celebración portando un traje verde esmeralda como si de un príncipe se tratara, esta vez dejó su cabello suelto para permitir fluir su larga, sedosa y blanca cabellera, eran muy notorias sus lejanas raíces. Después le indicó un par de cosas a su contramaestre y saludó con toda caballerosidad a quienes presenciaban su llegada, incluyendo a las cuatro damas que asistían a la celebración, prestando más atención a Elena que permanecía al lado de Manuel Barboza.
—Good afternoon, les agradezco a todos su muy apreciable invitación —expresó el capitán con el acento inglés que no podía evitar.
Los presentes regresaron el saludo con un gesto de la cabeza y enseguida dieron inicio a la pequeña e íntima comida de bienvenida que Julia ofreció apetición de la Gitana.
Entre los piratas, surgió una forzada conversación que mencionaba parte de los últimos negocios, donde miembros de la hermandad estaban involucrados, nada importante, desde el punto de vista de algunos.
Momentos después, los invitados tomaron sus respectivos asientos en la mesa. Sorpresivamente, para Elena, su lugar estaba justo al frente del inglés a quien veía por primera vez, pensó en cambiar de silla con Julia o alguien más, pero Manuel ya estaba sentado a su lado derecho, por lo que simplemente dejó caer sus posaderas sobre el asiento. Sin otra opción, recordó sus clases de etiqueta y comenzó a degustar los exquisitos platillos que fueron preparados y servidos por los empleados de la isla.
El inglés hablaba de temas de navegación con Bartolomeo y Gonzalo; Julia bebía al tiempo que contaba bromas a Alejandro y Danielle; el resto se limitó a escuchar lo que ambas partes tenían para decir.
El último platillo que tendrían para degustar sería el postre, un plato dulce con aroma y sabor sutil a vainilla. Elena sonrió, apenas lo vio, y sin darse cuenta, el inglés tenía los ojos puestos sobre ella.
—Es la vainilla el sabor más peculiar y armonioso en lo que a mí respecta —expresó White disfrutando el aroma de aquel platillo.
Elena levantó la mirada del postre para encontrarse con la profundidad de un par de ojos azules.
—¿Tienen vainilla en Inglaterra, Capitán White? —preguntó con la finalidad de evitar ser grosera con el extranjero.
—¡Oh, sí! Por supuesto que sí. Aunque, por ningún motivo es nativa. ¿Sabía usted que existen más de cien especies de vainilla, señora Barboza?
—¿De verdad? —preguntó curiosa con una ligera curvatura en los labios.
—Of course. —Asintió complacido por la compañía—. He transportado vainilla incluso antes de iniciarme en este maravilloso negocio.
Elena desvió un poco la mirada hacia las manos del inglés, un hombre de rasgos delicados que terminó en un mundo lleno de salvajismo.
—¿Se refiere a la piratería? —inquirió atraída por su imponente presencia.
—Sí, así es. Es increíble cómo la piratería puede ofrecernos la libertad que todo hombre añora: viajar por el mundo, hacer gozo de nuestra liberación, y por supuesto, embellecer nuestros días con hermosas damas... como usted.
Las palabras del capitán White, provocaron en Elena un leve sonrojo en las mejillas, le pareció un tanto atrevido el comentario, sobre todo, sabiendo que su celoso esposo estaba sentado junto a ella. Sin embargo, Barboza seguía desinteresado en la conversación que el inglés tenía con Elena, ya que este se encontraba sumergido en una intensa y agobiante discusión sobre ataques marítimos con Bartolomeo y Gonzalo.
Elena notó el desinterés de su esposo y continuó con la conversación por sí sola.
—Entonces usted disfruta su trabajo, Capitán —indicó.
—Es la mejor decisión de mi vida, aun tomando en cuenta que, está vida nos impide disfrutar de otros placeres como, por ejemplo, una existencia tranquila igual a la que usted llevaba con su esposo en Portobelo —comentó White con una sonrisa en el rostro.
Elena separó levemente los labios sin emitir sonido, puesto que le pareció extraño que un desconocido supiera ese tipo de detalles.
—Bueno, son momentos que todos merecemos vivir —agregó tratando de no sonar dudosa.
—¡Oh, no me mal entienda! Yo apruebo parte de lo que usted y su esposo han hecho, pero por favor, deguste ese maravilloso postre que han preparado para nosotros —soltó el corsario señalando el plato que tenía frente a él.
La celebración continuó por un par de horas más, Elena comenzaba a sentirse algo incómoda con la presencia del inglés, pues no dejaba de mirarla, quería regresar a la tranquilidad de su cabaña a sabiendas de que Julia y Danielle estarían especulando sobre todo lo que sucedía en su matrimonio. Para evitar los fastidiosos comentarios de sus amigas, decidió caminar alrededor del área destinada para el almuerzo y después de unos minutos, se refugió junto a una de las mesas sin haber notado la presencia de Alejandro sirviendo un par de bebidas.
—Hola —saludó Alejandro, dejando de lado la botella que tenía en la mano.
Ella volvió la mirada y de inmediato una leve sonrisa apareció en el rostro.
—Hola. Lo siento, no te reconocí. Ya comienza a oscurecer.
—Lo sé, la fiesta está animada, he —expresó el capitán, señalando a unos cuantos en estado de ebriedad.
—Las reuniones de la hermandad son siempre así —agregó Elena, observando a su alrededor—. Ya te acostumbrarás.
—Tal vez, aun cuando no deseo hacerlo.
Ella centró su atención en él, la presencia de Alejandro era siempre reconfortante.
—¿Por qué? Ahora eres parte de la hermandad.
—Sí, y no me molesta, pero creo que sería más sencillo si Danielle no estuviera embarazada.
—En eso tienes razón. Ahora tienes dos razones para salir de aquí —continuó Elena jugando con los dedos de su mano como señal de nerviosismo.
Había cierta complicidad en aquella leve charla, Elena parecía más relajada y Alejandro ansioso de permitir que las palabras lo gobernaran.
—Elena, yo quería hablarte de...
Las intesiones de Alejandro fueron interrumpidas por Julia, quien demandaba la bebida que momentos antes le pidió servir. El pirata de cabellos rubios cerró la boca, agachó la mirada y asintió resignado.
—Supongo que mejor le llevó esto a Julia —comentó sin ninguna expresión en el rostro y dejando a Elena en soledad.
Ella respiró con profundidad frente al momento de alivio que estaba creando para sí misma, organizó sus ideas por breves momentos junto con las emociones que fueron sosegadas, aunque no por mucho tiempo, ya que el inglés apareció nuevamente junto a ella.
La intensidad de su mirada, el mentón en alto, su ya característica aroma a tabaco y licor, el cabello claro. Todo de él le resultaba incomodo, a sus ojos, era una aparición en la que no debía permitirse confiar. Su sóla voz le erizaba la piel.
—Si me permite preguntar, ¿hay alguna razón por la que se esté alejando de la celebración? — cuestionó el hombre de cabello blanco.
La mujer tragó saliva después de inspeccionar su porte, luego desvió los ojos y se fingió desinteresada.
—No me alejo en absoluto, nada más observo desde aquí —mintió.
—Entonces, me he equivocado. Supuse que se escondía de mí o de su esposo —soltó el inglés mientras Elena volvía la mirada en dirección al hombre.
Era obvio que algo le habían dicho o investigado, ella estaba completamente acostumbrada a lidiar con esas situaciones donde era hostigada, pero en esta ocasión, se trataba de un completo desconocido indagando sobre su matrimonio.
—No me escondo de mi marido o usted —aseguró con una voz firme.
—Excelente, entonces me permitirá esta pieza —respondió el inglés señalando la música que sonaba.
—¿Bailar? —El hombre planeaba algo y ella no tenía idea de cómo lidiar con él.
—Sí, así es —resolvió para tomar del brazo a Elena y llevarla directo a la zona de baile casi a empujones.
White y Elena danzaban frente a los ojos de todos, cada uno de ellos en completo asombro ante la imagen que intentaban comprender. Tanto Barboza como Alejandro, observaban extrañados aquellos movimientos que para ellos eran más que inquietantes, los dos querían impedir que la danza continuara, puesto que no soportaban la idea de ver las manos del peligroso corsario sobre la cintura de Elena.
—Es usted una magnífica bailarina —comentó el inglés casi al oído de Elena.
—Gracias, usted no lo hace mal para ser un pirata —resolvió ella con la respiración un tanto alterada.
—Oh, of course! Tuve una educación envidiable, pero le diré un secreto no muy propio de mi educación. La he estado observando, Elena. En el momento que supe de usted, me sentí intrigado por su persona y tenía amplios deseos de conocerla.
Los ojos de Elena se encontraron de una con la intensa mirada azul del corsario, esa que le inspiraba todo tipo de miedos.
—Nos vimos apenas hoy —dijo en un susurro que a duras penas logró emitir.
—I know it, but ... Escuché de usted en muchas otras ocasiones desde que pisé esta isla —respondió el corsario totalmente relajado al tiempo que sus pies y manos guiaban la danza.
La mujer estaba intrigada por aquello que inglés tuviera para decir. Dio un delicado giro y se atrevió a preguntar.
—¿Qué fue lo que le contaron?
—Cosas realmente fascinantes desde mi punto de vista. Una dama como usted, criada y educada en este mundo por un pirata, me parece increíble —confeso al oído de su compañera de baile—. Justo ayer presencié un momento maravilloso protagonizado su esposo, a quien vi comportarse como una bestia, atacando a sus presas. Lo singular en esto, no fue su agresivo comportamiento, sino lo que se me ha dicho sobre él. Un hombre a quien todos aclaman como fuerte, valiente e inteligente, pero que es finalmente controlado y domesticado por usted: una mujer delicada, de rostro y cuerpo angelical que busca salir de este atroz mundo.
Las palabras del corsario azotaron la cabeza de Elena, la mujer sintió la necesidad de alejarse de ahí lo más pronto posible. Sin embargo, ella entendía cuan peligroso podría ser, pues el hombre era un desconocido para todos. Nadie podía imaginar las capacidades del corsario. El capitán Montaño, siempre la incitaba a actuar con cautela ante un desconocido, sobre todo, cuando este pertenecía al complejo mundo de la piratería.
—Yo no lo controlo, capitán White. Mi marido es quien toma las decisiones —declaró Elena esquivando los ojos azules del corsario—. Como verá, nuestro matrimonio no es muy diferente al resto.
El hombre sonrió sin disimulo al tiempo que continuaba su danza.
—¡Oh, sí! ¡Sí que lo hace! No dejamos la piratería para tener vacaciones o envolvernos en una íntima y larga luna de miel. Los piratas somos bestias y así es como vivimos, nuestros actos son siempre un reflejo de quien realmente somos en nuestro interior —indicó el hombre casi rosando con los labios el cuello de Elena.
La música finalmente dejó de sonar y Elena pudo alejarse del capitán White, notando así, que los ojos de todos estaban sobre ellos. El corsario, de cabello blanco, la acompañó al lado de Barboza sin eliminar la sonrisa sínica que les mostraba a todos, enseguida tomó la mano de Elena y depositó un beso sobre el dorso mientras las miradas continuaban en cauteloso silencio.
—Su esposa es una excelente conversadora y bailarina, si me permite decirlo —continúo el Capitán White en dirección a Barboza.
Manuel supo controlar sus instintivos impulsos a pesar la molestia que sentía por el repentino interés que White manifestó por Elena. De ninguna manera, debía permitirse caer en el provocativo juego que este inició tan abiertamente.
—Le agradezco el cumplido. Elena tiene muchos otros talentos, además de la danza —respondió el pirata no tan relajado.
—¿Y de qué hablaban? —preguntó Danielle inapropiadamente.
—¡De la vainilla! —resolvió Elena espontáneamente antes de que el inglés lo hiciera, pues temía que Barboza perdiera el control que hasta el momento había mostrado—. El capitán White me contó sobre las más de cien especies de vainilla que existen —mintió para evitar que la situación se tornara trágica.
El inglés sonrío sin disimulo después de haber confirmado que la esposa del capitán Barboza, había entendido su mensaje de intimidación.
—Exquisita velada, señorita Julia. Yo me despido. Me temo que mañana tengo que repartir un botín entre mis hombres, es algo complicado trabajar con piratas deseosos de oro, aunque qué puedo decirles, si ustedes lo saben perfectamente. Les deseo una muy placentera noche —expresó el capitán White con la mirada en Elena y de inmediato se encaminó junto a su contramaestre por el camino que lo llevaría de regreso a su cabaña.
El resto de los presentes hicieron exactamente lo mismo, la celebración había terminado con el extraño momento protagonizado por Elena y el inglés, sin que nadie más hiciera preguntas o averiguaciones. Tanto Manuel como Elena, caminaron solos rumbo a la intimidad de su cabaña en completo silencio, ella optó por esquivar la mirada, esperando el interrogatorio que sabía que llegaría por parte de su esposo.
—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Barboza con total tranquilidad al llegar a su hogar.
—No lo sé con exactitud, él se acercó a mí y me pidió bailar, apenas si contemplé su petición cuando ya me encontraba bailando. Sucedió todo muy rápido, Manuel.
—¿Te habló de algo más?
—Se los dije hace un momento, él me habló de la vainilla. Por favor, no te enojes —agregó Elena, ocultando parte de la conversación.
El se posicionó frente a ella, no planeaba sembrar más miedo del que claramente le provocó White.
—No te asustes —colocó sus manos sobre los hombros de su esposa—, no estoy molesto contigo, el hombre es muy peligroso y no sabemos qué es lo que quiere él y su hermandad con nosotros, es mejor andarse con cuidado.
—No te preocupes por eso, la presencia de ese capitán me incomoda más que a cualquiera y prefiero no volver a estar cercas de él —explicó Elena tratando de tranquilizar a Barboza—. Me iré a dormir, ¿vienes?
Barboza asintió sin olvidarse del inglés o del dolor que sentía en el cuerpo por su última pelea. Iría a dormir con Elena a sabiendas de que, no podría hacer algo de lo que disfrutaba hacer por las noches con su amada esposa.
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