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Capítulo 8: Gladiador

Desde la llegada del corsario inglés, las actividades en la isla del coco fueron normalizándose conforme el avance de los días. Los avistamientos de las naves de vela negra, se presentaban diariamente, lo que le decía a Julia que la reunión anual estaba por iniciar. Pronto, la isla del coco estaría llena de piratas que aprovechaban su llegada a tierra firme para embriagarse, apostar y visitar el burdel de la gitana. Todo parecía normal, según Julia, la mujer que se encargaba de coordinar todo tipo de actividades que tenían que ver con la compra y venta de mercancías y del abastecimiento de las naves piratas. 

«La mejor época del año para hacer negocios» aseguraba ella cada vez que se acercaba la reunión anual. 

Sin embargo, ese año era diferente no sólo para Julia, sino para todos los capitanes que se presentaron al importante evento. La presencia del inglés, comenzaba a causar intrigas y especulaciones en quienes deseaban conocer las razones de la visita del capitán White: el hombre rubio que se paseaba por la isla como ave en el cielo.

—No puedo dejar de observarlo —le expresó Julia a Alejandro, mientras miraba a White salir de su cabaña.

—¡Sólo deja de hacerlo! —intervino Alejandro en un tono de reprimenda—. De cualquier manera, lo tenemos vigilado.

—Sí, lo sé y estoy segura de que él también lo hace con nosotros, pero no puedo dejar de sentir escalofríos cada que lo veo venir —expuso sin retirar los ojos del camino que daba a la playa. 

—¡Julia, actúa normal! —El rubio se relajó en la silla que estaba en portico de Julia—. Nos pones nerviosos a todos con tus especulaciones, ¿por qué no haces lo que te dijo la gitana?

—¿Qué cosa? ¿La cena en su honor?

—Sí, la cena sería una manera de hacerle sentir bienvenido y que no nos intimida su presencia en la isla.

—Es obvio que no es bienvenido y me inquieta demasiado pensar que ese hombre mató a su familia —replicó la mujer volviendo su atención hacia Alejandro, una vez que perdió de vista al inglés —. ¿Qué cosa hará con nosotros? ¿Comernos?

—A todos nos inquieta, Julia. Además, los ingleses no son caníbales, en cambio, la tribu que tienes del otro lado de la isla, sí lo es —explicó Alejandro colocándo ambos pies sobre un taburete de cuero y madera. 

—Sí, pero ellos son amigos, no me comerían o al menos eso creo —soltó reclinada sobre la cerca de su pórtico, luego levantó la mirada y se recordó a sí misma uno de sus pendientes—. Hablando de amigos, ¿has visto a Elena? —preguntó arqueando una ceja.

Alejandro dejó de afilar su espada para dirigir sus ojos en dirección a Julia. 

—Danielle también está preocupada, dice que hace más de dos días no la ve, incluso la buscó en su cabaña, pero el mismo Barboza le dijo que dormía.

Aquello no nada más fue preocupante para ambos, sino también sospechoso en cuanto los voluntariosos actos que Barboza había estado comentiendo en la isla. Más de uno lo notó y preferían evitar contacto con el pirata, al menos así se saltarían las peleas. 

—Iré a buscarla por la tarde y no me interesa lo que diga Barboza —escupió Julia cansada de la terquedad de su amigo. 

Sin embargo, Alejandro no desaprovecharía aquella oportunidad en la que podría librar a Elena de las supuestas cadenas del hombre. 

—¿Supiste que la golpeó en la María?

La mujer hizo grandes los ojos, olvidándose de cualquier tipo de pensamiento reservado que tuviera en su cabeza. 

—¡¿Qué hizo qué?! Manuel no hace esas cosas, además la quiere —dijo con la mirada en el rubio.

El aludido se encogió de hombros e hizo una mueca. 

—Pues lo hizo, Danielle me lo confirmó el mismo día que sucedió. Al parecer, las cosas entre ellos están muy mal. —Agachó la cara y respiró hondo—. Quisiera acercarme a ella y averiguar qué es lo que pasa, aunque, si Barboza la mantiene encerrada y vigilada, no habrá manera de hacerlo.

—Es mejor que no te acerques, ya tenemos suficientes problemas por aquí. —Julia, mejor que nadie, sabía como calmar el furioso temperamento del capitán, puesto que lo conoció desde que era un adolescente—. Déjamelo a mí.

De pronto, el búlgaro corría a toda velocidad rumbo a la cabaña de Julia, jadeaba e intentaba decir algo sin poder lograrlo, ya que la falta de aliento le impedía soltar palabra.

—¡Habla ya y di qué pasa! —expresó Julia con inquietud después de mirar al hombre.

Sin embargo, el desganado hombre apenas si lograba respirar para mantenerse de pie. Enderezó el cuerpo y cogió aire de una. 

—¡Es el capitán Barboza, está peleando con unos hombres!

Las sorpresas no paraban y ahora tenían que ver con la furia descontrolada de un miembro de la hermandad. 

—¿Peleando? ¿Por qué? —inquirió ella con la cara de espanto. 

—Creo alguien lo insultó —respondió el búlgaro aún jadeante.

—¡Maldición! —soltó la mujer.

De inmediato, caminó hasta donde estaba su caballo y subió en este, acompañada por Alejandro. Golpeó al animal y lo dirigió por el camino principal. Tenía la insignia de ir en busca de la trifulca protagonizada por Barboza, antes de que esta se saliera de control. 

Ambos llegaron al lugar, donde ya se había acumulado una multitud de hombres riendo, gritando y apostando como cualquier arena de gladiadores. Manuel Barboza había iniciado una pelea con cuatro marineros que se atrevieron a mofarse de él, dos de ellos se mantenían en la pelea, mientras los otros dos yacían en el suelo quejándose de los golpes recibidos por parte del capitán.

Gonzalo cuidaba de la espalda de su amigo, al mismo tiempo que observaba con todos sus sentidos aquella pelea en la que Barboza hacía alarde de su fuerza y tamaño. Manuel recibió fuertes golpes en el rostro, otorgados por su oponente, lo que le provocó un leve desequilibrio que le hizo caer al suelo.

Sin embargo, el fuerte hombre logró ponerse de pie con rapidez antes de seguir siendo hostigado por la insistencia de su adversario. Con suma agresividad, se fue contra el pirata que le atacaba como si se tratara de un toro salvaje buscando embestir, lo derribó, y estando ya en el suelo, le regresó el golpe que recibió con anterioridad, el pirata quedó tendido en el suelo. Pese a ello, otro poderoso combatiente continuaba en la disputa y los golpes continuaron hasta que ambos piratas estaban bañados de sangre sin poder distinguir si esta era propia o de quien les atacaba.

Finalmente, Barboza elevó a su adversario haciendo uso de su fuerza a fin de lanzarlo sobre la arena, donde fue hostigado por el enloquecido hombre con severos golpes sobre el rostro y dorso para después dejarlo palidecer.

—¡¿Alguien más cree que no soy lo suficientemente fuerte para dirigir un barco pirata?! ¡¿Alguien más me supone débil?! —gritó alterado en el centro de aquella multitud—.¡Respondan! 

Julia apareció de entre los espectadores, dispuesta a detener las peleas. 

—¡Barboza, ya basta! Está claro que nadie se atreverá a enfrentarte. ¡Todos lárguense de aquí! — gritó la mujer para verlos a todos dispersarse.

—¿Tú estás perdiendo la razón o qué? —preguntó alterada, cuando ya todos los piratas se habían marchado, con excepción del capitán John White, quien había estado de pie entre el público, admirando aquella demostración de fuerza.

—¡Excelente pelea, capitán! —expresó con aplausos—. Es bueno que se les haga saber a la muchedumbre quién manda.

El hombre parecía haber estado observando una obra de teatro. Tanto Barboza como Julia, miraban con recelo los movimientos del capitán White, se notaba a leguas que la pelea de Barboza fue motivo de entretenimiento para él.

—Sí, capitán. A veces, jugamos a ser gladiadores con nuestra gente —comentó Julia con tono burlón, luego volvió la mirada a donde el furioso hombre aguardaba—. ¡Maldita sea, Barboza! ¿Tenías que hacer eso?

—Sí, tenía que... —resolvió escupiendo la sangre que brotaba de su boca.

—No te ganas el respeto de los hombres de esa manera. Sólo te tendrán miedo.

—Ellos me creían débil, Julia —replicó Barboza con el ceño fruncido al tiempo que limpiaba la sangre que tenía en la cara. 

—Y lo eres si piensas que poniéndote a su nivel, los harás cambiar de opinión. El respeto de tu tripulación se gana en el mar, no se consigue a golpes—. La pirata se posicionó de una frente al enorme hombre que era Barboza—. Y quiero que me expliques, ¿por qué demonios golpeaste a tu mujer? 

Manuel miró a Alejandro y a Gonzalo, ambos hombres se encontraban observando la reprimenda que estaba recibiendo por parte de Julia.

—No te metas, Julia —soltó fastidiado para después darles la espalda a los tres.

—Entonces... Sí lo hiciste.

—¡Te dije que no te metas! ¡Elena es mía! Le pese a quien le pese —declaró sin quitarle los ojos de encima a Alejandro. 

Enseguida dio media vuelta y salió caminando con largos pasos a su momentáneo hogar. Barboza entró a la cabaña, hecho una fiera; pareciera que no le fue suficiente la pelea que protagonizó en la playa con los piratas. El mar de emociones que traía consigo, seguían estando por encima de sus límites, cada sentimiento estaba siendo impulsado por la rabia, frustración e impotencia de no haber alcanzado la culminación de sus sueños. Buscó una botella de licor y bebió directo de ella, lo que le provocó ardor en las recientes heridas que tenía en la boca.

Pasaron tres días en los que Elena y él no se dirigieron la palabra. Ella se pasaba todo el día encerrada en la cabaña, mientras que Barboza abordaba sus complicados asuntos vagando por la isla en compañía de Gonzalo. Luego, en su regreso a la cabaña, ella dormía y él bebía.

Las emociones del pirata, de a poco fueron remplazadas por los sentimientos que iban en dirección contraria, le era claro que no podía seguir así, arruinando cada parte de su vida, cada pequeño avance que le guiara a sus objetivos, los mismos por los que luchó tanto tiempo. Sin poder controlarlo, Manuel dio un corto suspiro, mientras el nombre de su esposa le invadía la mente.

—Elena, siempre Elena —dijo para sí mismo y se puso de pie para ir en su búsqueda sin remedio alguno—. ¿Elena? ¿Estás ahí? —preguntó llamando a la puerta de la habitación, la misma donde pasaron la primera noche juntos después de su boda.

—¿Qué necesitas? —preguntó la joven sin querer verlo.

—Necesito que hablemos.

Elena viró la cabeza para dirigirle una cruda mirada a su esposo, pero el frío semblante que tenía preparado, fue reemplazado por la preocupación que se adueñó de sus protectores instintos.

—¿Qué te pasó? —preguntó alterada por la sangre que corría sobre la cara de Manuel.

—Tuve que pelear con unos tripulantes —respondió el hombre.

Se internó en la habitación y se dejó caer sobre la cama de Elena, al mismo tiempo que ponía una gran mueca en el rostro por el dolor naciente que comenzaba a sentir.

—Manuel, no puedes compórtate como un salvaje todo el tiempo. Tienes que aprender a controlar tu temperamento —expuso la castaña analizando más de cerca las heridas del pirata. 

—Lo sé, lo sé, ya hablaremos después sobre eso. —Tomó la mano de Elena para evitar que la mujer le siguiera inspeccionando el rostro—. Mejor explícame, ¿por qué sigues a mi lado?

La mirada profunda de Elena se fijó en los ojos marrones de Barboza, mientras asimilaba la complicada pregunta que este recién hizo.

—¿Ya no me quieres contigo? —preguntó con la mirada en los ojos de su amado.

—Te he fallado de muchas maneras, te estoy haciendo daño, incluso sé que ya no te hago feliz.

Ella agachó la cara y luego asintió evitando el contacto visual. 

—Sí, me has lastimado, pero eso no quiere decir que te haya dejado de querer. Debería hacerlo mas no puedo.

—¿Por qué? —inquirió Barboza, ahora levantandole el mentón a su esposa. En el acto se encontró con una timida que ella no lograba disimular. 

—Porque tú estás tan solo como yo en este mundo. Además, yo también te lastimé antes de casarnos y después en Portobelo cuando perdí a los bebés. Ni siquiera puedo darte hijos —dijo escondiendo de nuevo los ojos.

No obstante, Barboza no le permitió suprimirse, colocó su mano sobre la de ella como señal de fortaleza y apollo. 

—Eso no fue tu culpa, fui yo el que te dio demasiados problemas. Te provoqué mortificación, tras mortificación, ¿lo recuerdas? 

Elena le miró con unos ojos cristalinos que estaban a punto de desahogarse. Tenía todavía clavadas en la cabeza las palabras que su esposo le dijo durante su última pelea.

—No puedes andar por la vida protegiéndome. El mundo entero no puede callar las verdades sólo para no herirme, lo dijiste tú mismo hace unos días —replicó, recordando lo que él mencionó días atrás. 

Barboza soltó el aire y agudizó el rostro que parecía llenarse de lamento. 

—Perdóname por eso, no debí hablarte así.

—¡Pero lo hiciste! —soltó con furia alejandose de su marido—. Traeré algo para limpiarte las heridas y te puedes quedar aquí hoy. Yo dormiré en la otra habitación.

—¿Hoy tampoco te quedarás conmigo? —preguntó con una mueca de dolor.

—Mis heridas también duelen, Manuel —respondió Elena y salió de la habitación.

La castaña despertó la mañana siguiente después de un merecido descanso que hace tiempo no tenía, las disculpas de Barboza le ayudaron a concebir el sueño esa noche y sentir un peso menos sobre su pecho. Aun así, las cosas entre ellos no habían mejorado nada en absoluto, ya que, aún tenían mucho por hablar y reparar. Después de unos minutos de contemplar la naturaleza de la espesa selva por la ventana, Elena escuchó la puerta, ser golpeada estrepitosamente desde afuera de la cabaña, era Julia quien hacía un gran escándalo gritando el nombre de Elena.

—¿Y ahora qué sucede? —preguntó la castaña después de notar que era Julia y Danielle las que causaron el escándalo tras la puerta.

—¡Oh, nada! Disculpa el escándalo, eso fue porque creímos que no abrirías la puerta —respondió Julia inspeccionando a la joven.

—¿Por qué?

—Bueno... has estado varios días aquí encerrada y debe haber una razón para eso.

—No, ninguna, estuve ocupada arreglando las cosas de mi padre, eso es todo —resolvió Elena con toda seguridad.

La castaña no deseaba que todo el mundo se enterara de sus altercados matrimoniales, además no mentía, puesto que sí había pasado tiempo contemplando y guardando los recuerdos de Montaño en enormes baúles. Para ella fue el sepulcro al que no pudo asistir.

—¿Segura? —cuestionó una vez más la pirata, entrecerrando los ojos y entrando a la cabaña para observarlo todo.

Elena frunció el ceño, comenzaba a sentirse incómoda y molesta con cada suposición que ella hacía.

—Lo estoy, puedes asegurarte si te apetece, tampoco tengo por qué mentirles.

—Entonces, supongo que Barboza no tiene nada que ver en tu encierro en este lugar —disputó Julia —Por cierto, ¿cómo está?

—Él sigue durmiendo, imagino que sigue incómodo por los golpes. ¿Julia por qué crees que él me tiene encerrada?

—Ah, sí. Danielle me contó sobre la bofetada en la María.

—¡Julia! —expresó Danielle.

—¡Danielle! ¡Te pedí que no lo hicieras! —respondió una Elena alarmada—. ¡Ahora todo mundo lo sabe!

—Lo siento, yo sólo estaba preocupada —resolvió la rubia con tono melancólico.

—Entiendo, pero no tienen por qué hacerlo. Es mi matrimonio y necesito que respeten nuestra intimidad —indicó Elena.

—Sí, entiendo que se trata de tu matrimonio, pero no puedes permitir que el idiota de Barboza te golpeé de nuevo.

—¡Él no lo ha vuelto a hacer, Julia!

Por el pasillo de la cabaña, apareció el enorme hombre con movimientos torpes y cierta dificultad para caminar, luego de la pelea del día anterior.

—¿Por qué el escándalo? —preguntó mientras hacía muecas con la cara y tocaba su abdomen para calmar el ardor que sentía en el cuerpo.

—Le decía a tu mujer de la comida que tendremos hoy por la tarde para darle la bienvenida al inglés, espero que Elena no se sienta indispuesta esta vez —dijo Julia tratando de incomodar aún más a Barboza.

—Ahí estaremos, Julia. No te aflijas —respondió poniendo los ojos en blanco.

—¡Perfecto! Entonces, los veo más tarde. Me voy porque tengo que prepararlo todo, la gitana no sabe hacer otra cosa que no sea dirigir ese estúpido burdel, ¿me acompañas, Danielle?

—Me quedo un rato más, quisiera hablar con Elena —dijo la rubia con la mirada en su amiga.

—¿Podemos hacerlo más tarde? Manuel aún está muy adolorido y un baño le ayudará a relajarse —indicó.

Evidentemente, Elena estaba esquivando a su mejor amiga, ya que no quería herirla de ninguna manera después de las revelaciones hechas por Manuel días antes, donde se enteró del amor secreto de Danielle por su esposo.

—Oh sí, entiendo... entonces te dejo —dijo y salió tras de Julia.

Era más que claro para Julia y Danielle, que las cosas estaban complicadas en el interior de la cabaña, Elena y Barboza no solo tenían problemas para mantener en pie su matrimonio, sino que también, estaban obstaculizando cualquier ayuda que cualquiera pudiera proporcionarles.

—Bueno, es evidente que las cosas están mal, aunque para la mala suerte de Barboza y Elena, no pienso dejar de meter mis narices en ese matrimonio. Son mis amigos y los quiero, aun cuando creo que ya no deben estar juntos.

—¿Por qué lo dices, Julia? —preguntó Danielle arrugando la nariz.

Julia se detuvo en seco, pensaba que estaba de más explicarlo, pero aun así, lo haría. 

—Barboza es un hombre temperamental que de ninguna manera alguien podrá controlar, se ha sosegado mucho tiempo por esa mujer, mas no creo que falte mucho para su explosión.

—¡Julia, me asustas! —soltó Danielle, sintiendo como se le erizaba la piel.

—Sí, todos debemos tener miedo. Vamos, hay mucho que preparar —aseguró Julia y ambas mujeres desaparecieron por el camino que lleva a la playa de la isla. 

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