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Capítulo 7: El arribo del corsario

Una gran cantidad de hombres se acumularon en la playa de la isla del coco, todos asombrados e impacientes por conocer el nombre del capitán que comandaba aquel barco inglés de bandera pirata. Después de largos minutos de observación, comenzó el descenso de los tripulantes de la desconocida nave y con ello, la gran cantidad de especulaciones que hacía cada hombre o mujer de la isla.

Bartolomeo, Julia, Alejandro, Gonzalo y Barboza, estaban de pie frente a la costa, analizando cada movimiento en espera de algo que les diera una pista de lo que se venía a continuación.

—¿Ves algo? —preguntó Julia, estirando el cuello como si con eso mejorara su visibilidad.

—No, nada importante, pero vienen armados —respondió Bartolomeo con el ojo en el catalejo.

—¿Y el que vengan armados, no te parece relevante? —replicó Julia con ironía.

—Son piratas iguales a nosotros. Siempre estamos armados, aun cuando decimos no estarlo —argumentó Bartolomeo después de poner los ojos en blanco.

Los hombres de vestimentas andrajosas, cabellos largos, sudoración excesiva y dientes amarillos, se acercaban cada vez más al territorio pirata, tenía que tratarse de una embarcación que sabía lo que hacía, nadie creería que se trataba de una casualidad o de un accidente. Los piratas de la isla prepararon sus armas, había silencio hasta en el viento, armonizados únicamente con el sonido de las olas del mar yendo y viniendo. Seis botes llegaron a las orillas y de a poco, los hombres fueron descendiendo para tocar tierra firme.

De uno de los botes, bajaba un hombre alto y delgado, de cabellos rubios, tan claros como la misma arena, usaba una coleta atada con un moño y vestía ropas bastante elegantes, algo fuera de lo común entre piratas, más bien parecía un conde, un virrey o un miembro de la nobleza.

Hello! ¡Hola a todos! —dijo el hombre con acento inglés.

Permaneció de pie, frente a sus hombres, como si este hubiera hecho arribo a su residencia londinense. El resto de los capitanes no podían quitarle la mirada de encima, era un completo desconocido y se ignoraba, en su totalidad, el propósito de su visita.

—Lamento mis modales, mi nombre es John, capitán John White. He sido enviado por la hermandad de piratería europea, nos hemos enterado de su famosa reunión anual a la que espero ser bienvenido —informó con total naturalidad, no lucía incomodo ni preocupado, más bien era todo lo contrario. 

Todos en la isla estaban perlejos, ¿qué hacía un inglés solicitando entrar a la reunión anual?

—Si usted es un corsario o pirata, es seguro que será bienvenido, pero díganos, ¿cuál es el motivo por el que ha sido enviado por su hermandad? —preguntó Bartolomeo al tiempo que le dirigía una mirada al extraño y excéntrico hombre.

—Hay unos pequeños asuntos de suma importancia que debemos tratar con ustedes y hemos querido aprovechar el momento. Se trata de simples asuntos de negocios —indicó el hombre que disfrutaba del lugar con suma felicidad y confianza—. Oh, it's a beautiful place! 

Bartolomeo le dedicó una mirada a Julia y hizo lo mismo para el resto. 

—Llega usted antes, capitán. Todavía faltan varios días para la reunión, pero puede usted pasear por tierra, si así lo desea y dormir en su barco. Lamentablemente, las cabañas de esta isla son reservadas para los capitanes de esta hermandad, imposible proporcionarle hospedaje en tierra firme —afirmó Julia, con el mentón en alto como señal de su autoridad en el paraje.

—Oh, sí. Ya había escuchado algo de eso, mas no deben preocuparse. Tomaré la cabaña del capitán Dominic: miembro de su honorable hermandad. Él no vendrá este año o los que siguen.

Una curvatura se formó en los labios del extraño. Una que no se molestó en ocultar. 

—¿Cómo lo sabe? —preguntó Julia.

Because, yo lo maté —respondió el hombre sin pestañear.

Tanto los capitanes como las tripulaciones que observaban aquella entrevista, quedaron sorprendidos con las frías noticias que estaban recibiendo, Dominic había muerto en manos del pirata inglés. ¿Cómo? Y, ¿por qué? Eran las cuestiones que quedaron flotando en el aire.

Julia tenía la boca abierta sin que esta soltara sonido alguno. Parpadeó un par de veces y buscó recomponer la compostura de una líder fuerte. 

—Bueno, de ser así. Entonces, lo llevaré a su nueva... morada —dijo no muy contenta con la situación. 

Sin embargo, ese era el reglamento con el que la isla se regía y ni ella o nadie, podía obstaculizar su cumplimiento.

El resto de los presentes comenzaron a dispersarse, haciendo caso omiso de la llegada del inglés, mientras que otros tantos, sobre todo los capitanes de la isla, dieron indicaciones que tenían que ver con ser precavidos, tomando en cuenta la llegada de la nueva tripulación. Ese era el caso de Barboza, el desconfiado hombre, le dio a Gonzalo una serie de indicaciones que no debía pasar por alto.

—Vigila a los ingleses en todo momento y dile a la tripulación que no se mezclen entre ellos. No queremos problemas de ningún tipo. 

Gonzalo asintió y emprendió su camino.

Julia, por otro lado, acompañó al capitán inglés en una de las carretas que viajaba a la vieja cabaña de Dominic. El nuevo visitante, a pesar de ser extranjero, había demostrado conocer el idioma español con una habilidad innegable. Julia tuvo curiosidad por ello y se atrevió a indagar más con respecto de la visita sorpresa. 

—Habla bien el idioma para no ser de este lado del mundo —comentó.

—En efecto, mi padre era un importante comerciante en Europa, viajábamos mucho de puerto en puerto a través del mundo. Por razones obvias, me vi obligado a dominar cuatro diferentes idiomas, entre ellos el español, y esa es una de las razones por la que he sido enviado.

—¡Ah! ¡Entonces, era usted un aristócrata antes de convertirse en pirata! —expresó la morena, buscando obtener mayor información—. Tenemos a varios hombres que pasaron por lo mismo. ¿Cuál es su historia? 

El inglés la mostró tremenda sonrisa al tiempo que le devolvía la analizadora mirada a la mujer. 

—Es una historia realmente fascinante. Verá, en uno de los tantos viajes laborales que realicé, fuimos asaltados por un bucanero en medio del océano atlántico. Cuando presencié semejante momento, quedé completamente maravillado con la vida atroz, salvaje y libertina que llevaban aquellos viajeros; regresé a casa sin absolutamente nada, que no fuera la envidia y el deseo de convertirme en uno de ellos. —Él hacía todo tipo de ademanes con las manos como si estuviera contándole un cuento a un pequeño infante—. Así que, asesiné a manos frías a mi familia, tomé los barcos y la herencia familiar y enseguida ofrecí mis servicios a la hermandad para la que ahora trabajo tan felizmente.

Julia estaba pálida de los pies a la cabeza, el característico color canela desapareció luego de haber escuchado la emoción con la que el hombre blanco reveló su crimen. Ese que le llevó a las aguas bajo su propio deseo. 

—¿Usted mató a su familia? —interrogó a duras penas.

—Oh, sí. La mejor decisión de mi vida —afirmó el pirata para dejar a Julia sumergida en la atroz proeza. 

El carruaje se detuvo de golpe y de inmediato, la mujer supo que habían llegado a su destino. 

—Bueno, ya llegamos —agregó apuntando a la cabaña que perteneció a Dominic por mucho tiempo—. Una última pregunta, capitán White.

Of course, what is the question? Puede usted preguntar.

El tipo era peligroso y además un desconocido, aun así, Julia no se bajaría del carruaje sin antes resolver sus dudas. 

—¿Por qué mató a Dominic?

El corsario no mostró ningún tipo de sentimiento en todo el rostro, había frialdad en sus emociones, una que Julia no podría describir. Bajaron del carruaje y Julia abrió la puerta para que ambos ingresaran a los nuevos aposentos del extraño. 

—Fue un duelo, curiosa dama. Él apostó su barco, lo perdió e intentó huir. Sabe usted, que esos actos no son de hombres honorables como nosotros, y usted —respondió mientras observaba cada detalle de la cabaña que ahora le pertenecía.

Julia le indicó al inglés el lugar en el que la podía encontrarla en caso de necesitarla y luego lo dejó solo con su gente de confianza. Sin embargo, el recién llegado capitán, ya había logrado su cometido inicial: impuso su presencia en aquella isla, donde buscó hacerse notar ante todos. Del mismo modo, intimidó a Julia para que fuera ella, la que plantara sus miedos, en las mentes de los capitanes de velas negras que la acompañaban todo el tiempo.

La pirata llegó a su casa en la que esperaban el resto de los capitanes, aún faltaban días para la reunión por lo que únicamente estaban las personas en las que ella confiaba.

—¿Dónde lo dejaste, Julia? —preguntó Bartolomeo una vez que la miró ingresar al sitio.

—En la cabaña de Dominic o la que era de Dominic. ¡Demonios, necesito un trago! —expresó la mujer. De inmediato corrió a su pequeña mesa cantinera para servir unos vasos.

—¿Te dijo algo más? —inquirió el pirata sin dejar de seguirla con ambos ojos. 

Julia detuvo todo movimiento, bebió de una su trago y luego volvió el rostro. 

—Sí, me lo dijo todo, incluyendo cosas que hubiera preferido no conocer, pero al menos sabemos que no es de confianza.

—Eso lo sabemos de sobra. Llega aquí sin invitación con decenas de hombres armados, diciendo que mató a Dominic con toda tranquilidad. No debe tratarse de una simple visita de negocios, como dijo —especuló Barboza con ambos brazos sobre el respaldo de una silla.

—Ese malnacido mató a toda su familia, les robó lo que tenían y se unió a la hermandad por gusto propio. —Julia tenía el rostro tan palido que parecía que se desmayaría en cualquier minuto—. Lo hizo únicamente, porque quería vivir robando, asesinando y no quiero ni imaginar cuantas atrocidades más. 

Bebió la copa de una y la llenó de nuevo con la botella que tenía en la otra mano.

»Dice que aprendió el idioma gracias a su antigua profesión, era comerciante, aún lo es, si sabes a lo que me refiero, pero no de la misma manera que su padre hubiera querido.

El viejo lobo de mar apretó los labios y llevó una mano hacia su mentón. 

—mmm... Ya veo —emitió menos impaciente que el resto. 

Para Julia, la expresión de Bartolomeo fue fuera de lugar . 

—¡Ya veo! ¿Es todo lo que dirás, Barto?

—¡Julia, tranquilízate! No es el primero o el único —reprendió el pirata a sabiendas de que comenzaba a preocupar al resto—. Todos tenemos esas historias oscuras en nuestro pasado, aunque hay que decir, que fue bueno que hayas averiguado su pasado. ¡Mira que matar a su familia! Eso, sí que es maldad.

—Yo dejé a mi padre en prisión, ni siquiera sé si fue sentenciado a muerte o no por ser partícipe en la piratería con ustedes. También me olvidé de mi hermana y mi madre, las abandoné por completo. ¿Eso en qué me convierte, Julia? —agregó Alejandro reclinándose sobre un sillón.

—¡Bueno, ya basta de lamentaciones! ¿Qué haremos? —interrumpió Barboza deseoso de saber más sobre el inglés.

—Nada, no podemos hacer nada, no tenemos ni la menor idea de a que ha venido. Solamente nos queda cuidarnos y ser más astutos, no olvidemos que ese hombre mató a Dominic —respondió el sabio Bartolomeo.

Julia levantó la mirada luego de darle un sorbo a la bebida que tenía todavía tenía en su poder. 

—Dice que lo hizo por una apuesta que Dominic se negó a pagar. Se trataba de su barco, tenía que entregarlo.

Bartolomeo se mostró reacio de inmediato con un movimiento de cabeza. 

—¡Me niego a aceptarlo! Dominic si viajaba por Europa y Asia, pero no hubiera apostado su barco.

—Ni siquiera estoy seguro de que usara el juego para beneficiarse, él lo tenía prohibido en su nave, aunque podemos averiguarlo entre las tripulaciones, podríamos encontrarnos con uno que haya trabajado para él —dijo Barboza.

Alejandro negó con un movimiento tosco y respondió para todos.

—Gonzalo trabajó para Dominic. Lo sé porque me habló sobre cada uno de ustedes.

—¿Nos estudiaste? —cuestionó Julia con el ceño fruncido.

—Tuve que hacerlo. Terminé aquí por accidente, ¿recuerdas? —replicó con ambas manos en el aire. 

—Muy astuto de tu parte —resolvió la mujer—. En fin, mandaré por la gitana para que nos hable sobre esa hermandad europea y de las posibles razones por las que han llegado hasta aquí. Debemos estudiarlos tanto como ellos lo han hecho con nosotros. Podrían querer cualquier cosa.

—Oro, Julia. La respuesta siempre es oro —respondió Bartolomeo al tiempo que se dejaba caer en una silla.

Aunque para Barboza la respuesta era otra, por un leve momento se perdió entre sus pensamientos y enseguida habló en voz alta como si se hubiese olvidado de que no estaba solo. 

—Pero si ya tuvieras lo necesario para toda una vida de lujos y derroche, lo único que podrías desear sería poder, el poder absoluto de todos los mares —soltó Barboza acariciando su mentón con la mirada en el aire—. ¿Cuándo será la reunión?

—Faltan nueve días —aseguró Julia, después de soltar el aire.

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