Capítulo 34: Una revelación
—¡No puedes pedirme que me calme cuando White tiene a mi hijo! —gritó una Elena alterada y consumida por su propio dolor. El sólo hecho de contemplar la idea de no volver a ver a Antonio, era la misma muerte para la madre.
Elena quedó inclinada en el suelo sobre ambas rodillas, cubierta de fango, mientras las lagrimas le recorrían las mejillas. El grito desgarrador era un simple reflejo de lo que había en su interior.
—Elena, tienes que hacerlo. No nos sirve de nada que pierdas la cabeza. Por ahora sólo podemos salir de la selva y llevarte con Barboza —dijo Gonzalo con la mujer entre sus brazos.
El llanto de la castaña cesó en el momento que escuchó el nombre de su esposo, de alguna manera su ausencia parecía pesar. La oscuridad en la mirada reemplazó el entristecido semblante provocado por la sensación de soledad.
—¿Por qué no está aquí? ¿Por qué no ha venido por nosotros? —cuestionó con frialdad.
—Bueno... Lo necesitan en la playa —respondió Gonzalo luego de ver los ojos de la enfurecida mujer.
—¡No más de lo que lo necesita su familia! ¿Por qué siempre tengo que estar en segundo término? ¿Por qué siempre debe ser primero la piratería y la hermandad?
Tanto Danielle como Alejandro se habían vuelto simples espectadores del dolor y la rabia que invadía a la mujer, misma que demostraba en cada una de sus palabras y expresiones cargadas de coraje y dolor.
—Elena, él sí quería venir. Barboza pretendía dejarlo todo para buscarlos, él dijo que de ninguna manera podría estar tranquilo hasta que ustedes dos regresaran a salvo. Fuimos Gonzalo y yo quienes insistimos en que se mantuviera fuera de la selva.
Elena miró a Alejandro entre sollozos, en su mente surgió la idea de que se trataba de una piadosa mentira que le ayudaría a sosegar sus dolosos pensamientos. Pero, por otro lado, en ese momento, ella necesitaba creer en algo, requería de ese pequeño rayo de esperanza que le hacía creer que Manuel Barboza, el pirata más temido de todo el océano y a quien ella llamaba esposo, estaría dispuesto a hacer lo imposible por rescatar a su hijo de las manos del capitán John White.
—Llévenme con mi marido —dictó Elena, reincorporándose rápidamente con la dureza marcada en el rostro.
Alejandro ayudó a Danielle a ponerse de pie, notando las fuertes heridas que estremecían el cuerpo de la rubia.
—¿Qué pasó? ¿Las golpearon? —preguntó.
Danielle miró a su pequeña hija: la niña que se mantenía sujetada a su cadera. Luego regresó la mirada a los ojos de su esposo, quien, sin escuchar palabra alguna, lo dedujo todo.
—¡Mal nacidos, bastardos! —gritó Alejandro para después estallar en un gritó doloroso, uno que representaba su impotencia.
Gonzalo miró a Elena con gran inquietud y se atrevió a preguntar, aun cuando no ponía en duda el atroz acto.
—Elena... ¿Ellos también lo hicieron contigo? —cuestionó con una voz temblorosa.
La mujer desvió levemente la mirada y terminó por asentir con la cabeza, al tiempo que limpiaba las lágrimas de su rostro.
—Los mataremos a todos. Esto no se quedará así —aseguró Gonzalo atrayendo a Elena a su cuerpo para oprimir la rabia que surgía de su interior.
El camino de regreso para los cinco, fue menos largo de lo que pensaron. Regresaron sin mayores problemas por el mismo sendero por el que se internaron en la selva un día antes. Ambas mujeres fueron llevadas en breve a la cabaña de Barboza, lugar que se había convertido en una especie de centro de control de la isla. El capitán miró a Elena entrar a la cabaña y de inmediato corrió hacia ella para tomarla en sus brazos como quien busca aliviar parte de la culpabilidad que sentía.
—Me fue imposible pensar en algo que no fueras tú. Estaba sumamente preocupado —declaró besando la frente de su esposa.
—Debiste estar junto a nosotros —Le respondió Elena con la frialdad en los ojos.
—Lo sé y tienes razón en estar molesta —resolvió sin importarle que el resto de los hombres que le rodeaban lo escucharan—. No tienes idea de lo difícil que fue para mí imaginar mi vida sin ustedes.
—¿Sin nosotros? —preguntó Elena.
—Por supuesto, hablo de ti y de Antonio.
La mujer observó a el resto de los piratas, Barboza entendió rápidamente que era tiempo de una conversación a solas, sólo con su gente de confianza.
»¡Salgan todos! —demandó el hombre y en el acto la cabaña comenzó a vaciarse.
El lugar contaba únicamente con la presencia de Alejandro, Gonzalo, Danielle y Julia. Barboza volvió los ojos de nuevo a donde Elena parecía palidecer.
—A Antonio se lo llevo White —dijo finalmente la mujer con sumo esfuerzo.
—¿Qué? ¿Cómo? —preguntó en dirección a Gonzalo y Alejandro.
Los piratas se vieron entre sí, en sus mentes se tegía la mejor manera para hacer saber toda la verdad.
—Barboza, hay mucho que hablar —soltó Gonzalo.
Elena y Danielle fueron sentadas en uno de los cómodos y cálidos sillones, cubiertas con mantas por la misma Julia, quien se negó a salir de la cabaña luego de percatarse del regreso de sus amigas. La pirata abrazó con fuerza a la pequeña Colette, pues para ella, la niña se había convertido en lo más parecido que tendría a una hija.
—¿Qué fue lo que pasó? —pinquirió de nuevo Barboza.
—No las encontramos a tiempo —confesó Gonzalo, evitando que mayores palabras salieran de su boca.
Elena interceptó la conversación, estaba decidida a no permanecer al margen, no en esa ocasión donde toda decisión involucraba la vida de su único hijo.
—Los hombres de White nos vieron salir de la cabaña de Julia, a partir de ahí siguieron nuestros pasos en todo momento. Los niños se cansaron y decidimos parar por un momento pensando que ya no estaban cercas, pero no fue así, ellos nunca dejaron de seguirnos y tuvimos que separarnos. Danielle y yo nos ofrecimos como carnada para evitar que encontraran a Antonio.
—¿Carnada? —interrogó el pirata con miedo a la respuesta.
—Buscamos hacer ruido, para que nos siguieran mientras los niños huían. Solo así ellos se irían tras nosotras y perderían el rastro de Antonio —explicó Elena, quien a diferencia de Danielle se mostraba completamente coherente y consiente de cada una de sus palabras.
Los oídos de Manuel estaban alertas de cualquier palabra que la mujer dijera fuera de sí misma, cualquiera que le diera un mayor indicio de aquello que sucedió en el interior de la selva.
—¿Qué pasó después?
—Más tarde encontraron a Antonio y ahora lo tienen. ¡Tienes que ir a buscarlo!
—¡No respondiste a mi pregunta, Elena! —emitió en un compulsivo grito—. ¿Qué pasó después?
Elena miró contrariada a Danielle, ella seguía sin emitir sonidos, seguía siendo consumida por los ataques recibidos. Temía que, si decía algo que recordara los sucesos, más de uno en la habitación perdería el control. Tragó saliva y se negó a responder.
—Fueron violadas —declaró Gonzalo, ya que era el único que se atrevería a decirlo en voz alta.
—¡Hijos de perra! ¡Los mataré, juro que los mataré a todos! —gruñó Barboza como si se tratara de una sentencia. Apretó los puños y derribó un vaso que reposaba sobre una mesa.
—¡Pero eso no importa ya! —interrumpió la esposa saltando del sillón.
—¿Qué no importa? ¡Elena, te hicieron daño!, ¿Cómo puedes siquiera creer que no importa?—gruñó.
—Lamentarme, no me traerá de vuelta a Antonio y él es lo único que te debería de importar por ahora.
—¡Por supuesto que traeré de vuelta a Antonio, pero no me pidas que me olvide de lo que te han hecho esos malnacidos! —espetó el furioso hombre, descargando parte de su rabia con uno de los muebles.
—¡No, por dios! ¡Olvídate de eso! Debemos retroceder, dejarles ganar terreno, si los atacas saldrán de la isla. Danielle y yo escuchamos a los corsarios decir que estaban es desventaja en cuanto a hombres.
Las miradas de todos se cruzaron, la madre desesperada estaba fuera de control.
—Supongo que Elena sigue algo perturbada por todo lo que vivió, ¿por qué no intentas tranquilizarte y dejas que Barboza nos diga lo que debemos hacer? —interrumpió Julia tratando de hacer que Elena regresara al sillón.
—¿Perturbada? No, yo no estoy perturbada, ¿por qué demonios creen que debería estar sentada en un sillón con una manta, cuando es mi hijo el que está en peligro?
—¡Porque sufriste un ataque y nos pides que los dejemos en paz! —argumentó Barboza con tono autoritario.
—Sí, es claro que sufrimos un ataque, es claro que fuimos violadas, pero ¿y qué? ¿Está estúpida guerra se va a detener por eso? ¿A alguien fuera de esta cabaña le importa? No, a nadie le importa, no les importó en lo más mínimo hace seis años cuando todos votaron a favor de White en la reunión.
—¡Fue diferente, Elena! —soltó Julia.
—No, no fue diferente para mí. Anoche me violaron cinco hombres, uno después del otro, y años atrás lo hicieron todos los piratas de la hermandad cuando votaron sí. En aquel entonces, White sólo fue el ejecutor; el resto, se sentó a obserbar. Pueden creerme loca, perturbada o llena de ira, pero es la verdad. Danielle es hoy, solamente un reflejo de lo que yo fui hace seis años cuando salí de la isla. Al menos, ella tiene a su familia consigo, ella tiene a su esposo para protegerla y a su hija a salvo, pero yo no tenía nada aquel día y ahora ustedes me están negando de nuevo ese derecho. Los necesito a mi lado.
Nadie en el recibidor se atrevía a emitir palabra después del pequeño monólogo lleno de sufrimiento de Elena, una mujer que había sido golpeada por la vida en cuantiosas ocasiones, pero que aun así se mantenía firme y de pie para darles una lección de vida a los experimentados piratas.
—¿Qué es lo que quieres? No entiendo eso de retroceder —cuestionó el esposo.
—Ellos se creen derrotados y absolutamente temen de ti. Lo sé porque cada vez que se me acercaban le pedían al cielo que no aparecieras frente a ellos o que no te enteraras, presumían de tener a la mujer del gran Barboza, pero les acobardaba el solo pensar en tu venganza. Danielle y yo seríamos asesinadas esta mañana de no ser por Alejandro y Gonzalo.
—¡Oye, tú tampoco lo hiciste mal! —agregó Gonzalo con una diminuta sonrisa en el rostro—. Elena salvó mi vida.
—¿Cómo? —preguntó Barboza con la curiosidad reflejada.
—Bueno... Tú me enseñaste a disparar y a usar cuchillos para defenderme —resolvió la castaña.
—Mató a dos hombres —expresó Alejandro, quien seguía junto a Danielle.
—Me da gusto que las lecciones de Elena hayan dado frutos, pero aún no nos explica su plan para salvar a Antonio —indicó Julia.
—Es simple. Si les hacemos creer que no están en desventaja querrán quedarse a continuar con los ataques y ahí podrán ustedes acabar con ellos, pero si los ingleses retroceden, terminarán saliendo de la isla, llevándose a Antonio con ellos. En realidad, a esos hombres no les interesa acabar con la hermandad, lo que quieren es que continúen pagando el porcentaje de las ganancias y para lograrlo requieren la cabeza de Manuel. La corona está desesperada por eliminarlo —aseguró Elena, de pie y junto a Barboza.
El plan de Elena no sonó descabellado para ninguno de los presentes, incluso Barboza vio las ventajas del nuevo plan. Su mujer era fuerte, ganó una pelea, salvó la vida de un amigo y ahora diseñaba estrategias de batalla a favor de recuperar a su hijo. Luego recordó que a ella nunca se le permitió comportarse como pirata, su padre fue quien la educó para convertirse en una sumisa y educada esposa.
«Montaño se equivocó», pensó.
—¿Cuál es el terreno que tenemos ganado? —interrogó Alejandro en dirección al líder de la batalla.
—Suficiente. Contamos con todo el centro de la isla y la playa. Ellos siguen internados en la selva. No han salido y tampoco quise enviar gente tras de ellos, creí que, si lo hacía, atacarían de nuevo. En cuanto a la batalla naval, sus naves se fueron, pero sabemos que volverán. También rehicimos las filas y las naves ya están formadas en dos líneas de ataque, como la última vez. Perdimos ocho barcos por completo y once más están en reparación, pero pueden continuar; y por hombres, no te apures, tenemos gente suficiente, aquí en tierra y en el agua.
—Y en la selva —agregó Julia, para que las miradas de todos se posicionaran sobre ella —La tribu, ellos tampoco quieren a los ingleses en sus terrenos. Ya es un milagro que nos permitan estar aquí, es casi seguro que los estén cazando en el interior de la selva si se llegasen a topar.
—Julia, sólo a ti se te ocurre hacerlos partícipes en esto —bramó Gonzalo, derrumbándose en uno de los sillones.
—Sí, lo sé. Es un riesgo, pero ya veremos después como apaciguarlos.
—¿Qué hay de los españoles? No creo que a Gaspar y a Patricia les guste la idea de dejar a los ingleses ganar terreno. España envió los galeones con la idea de acabar con los ingleses —declaró Alejandro.
—¡Al diablo con ellos! Esta guerra ha dejado de pertenecerles en el momento en el que White secuestro a Antonio —dijo Barboza mientras tomaba la mano de la madre de su hijo.
Elena sintió satisfacción y orgullo en aquellas palabras dichas por su marido, por primera vez, sus actos concordaban con sus promesas, demostrándole a Elena lo importante que era para él su pequeña familia.
—No considero que sea bueno hacerles saber a ellos o a alguien más, el verdadero objetivo de este nuevo plan, será mejor decirles que quieres acabar con White en tierra —comentó Alejandro pensando en mantener el control de los hombres en la isla.
—No diré nada, solo si Elena lo acepta, el plan es suyo después de todo. También requiero de la aprobación de ustedes, dejaré de tomar decisiones por mi propia cuenta —indicó el líder para que todos posicionaran sus miradas en él, pues ahora estaba escuchando cada uno de los consejos—. ¿Qué? —preguntó después de notar que era observado.
—Ahora sí eres un verdadero líder, Barboza. Eso es bueno —comentó Julia mientras golpeaba el hombro del robusto hombre—. Bueno, será mejor que le haga saber el nuevo plan a Bartolomeo. El viejo lobo estaba algo afectado por la muerte de la gitana y lo envié a descansar —expresó para salir de la cabaña.
El resto la vio salir. Por breves segundos se sintió un aire de libertad y gloría, muy a pesar de que aún había mucho por hacer.
—Ustedes también deberían tomarse un descanso. Tenemos hombres vigilando el regreso de los ingleses, por lo pronto no hay mucho que podamos hacer, además de esperar.
—Manuel, yo no puedo descansar sabiendo que Antonio está...
—Lo sé, sé que no podrás, pero debes intentar. Tú, Danielle y Colette se quedarán en esta cabaña. Pondré gente vigilando en todo momento, confía en mí, por favor —suplicó Barboza tocando el rostro de su amada con una tibia caricia producida con su mano.
Luego ella asintió y se permitió cerrar los ojos acogidos por el calor y la tranquilidad que aquel tacto le proporcionó.
Barboza salió de la cabaña, acompañado por Gonzalo y Alejandro, apenas si dieron un par de pasos fuera de esta, cuando Barboza dio la orden a su gente de custodiar con riguroso cuidado el área que rodeaba la cabaña.
—¿Crees que estén a salvo aquí? —preguntó Alejandro.
—No, cuando la guerra se desate de nuevo, estos hombres buscarán salvar sus vidas y se olvidarán de la cabaña. Tendremos que ser nosotros tres quienes se encarguen de protegerlas.
—De acuerdo, no habrá problema —asintió Díaz.
—¿Pero qué pasará cuando tengas que ir tras de White? Llevar a Elena contigo te distraerá —continuó Gonzalo.
—Lo sé. Por eso, tú te quedarás a su lado para cuidar de ella en todo momento. Te lo pido como amigo y no como tu capitán —dijo Barboza, tomando el hombro de su contramaestre y amigo.
—No te preocupes, lo haré con gusto.
—Bien, por ahora sólo queda ver la manera de hacerlos creer que tienen ventaja sobre nosotros —expresó, seguido de un largo suspiro con la mirada puesta sobre la selva.
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