Capítulo 33: Familia rota
Horas antes del ataque padecido por Danielle y Elena.
Barboza, Alejandro y Gonzalo, llegaron a la cabaña de Julia para encontrarse con un lugar revuelto por completo, las cosas de la pirata estaban esparcidas por todas partes del que fuera el hogar de Julia. Los pies de Alejandro se dirigieron escaleras arriba, impulsado por el deseo de encontrarse con quienes representaban su vida; sin embargo, no había señales de ellas por ningún lado, tampoco encontraron rastros de sangre que les hicieran creer que fueron agredidas. La cabaña tenía las clásicas señales de haber sido saqueada.
Alejandro regresó a donde los piratas lo esperaban para negar con la cabeza la presencia de mujeres y niños. Barboza maldijo en un par de ocasiones, la furia comenzaba a surgirle después de percatarse de su error. Volvió la mirada por la cabaña y notó que sólo una ventana permanecía abierta, la misma que daba hacia la selva.
—No se las llevaron, están en la selva —declaró después de sentir un mínimo alivio.
—¿Qué haremos? —preguntó Alejandro con un semblante de preocupación.
—Si huyeron a la selva, es porque hay hombres en esta parte de la isla. ¡Fui un idiota al pedirles que hicieran eso! —Barboza se reprochó a sí mismo, colocando ambas manos sobre su cabeza.
—No te culpes, hiciste lo que pensaste correcto —soltó Gonzalo.
—White vino un par de veces cuando ustedes desaparecieron, su gente conoce bien este lugar y si su plan era entrar por la selva es porque saben moverse en ella —aseguró Alejandro, reconociendo parte del error, puesto que Barboza había estado ausente durante todo ese tiempo.
No obstante, nada de lo que le dijeran a Barboza lo haría cambiar de opinión con respecto a su pésima idea, lo mejor que pudo haber hecho desde su nuevo punto de vista, fue mantenerlas a su lado, así nadie se hubiera atrevido a pasar sobre él.
—Corren peligro. Elena, Danielle y los niños, están ahí adentro con ellos. Ya usaron una vez a Elena para atraer mi atención y después ella me habló de las intenciones de White por quitarle a Antonio. Existe la probabilidad de que estén tras de ellas.
—¿Por qué quiere a Antonio? —cuestionó Alejandro, contemplando las irrefutables palabras del pirata, creyó que algo le estuvieron ocultando y no estaba equivocado.
—Porque es un imbécil que lo ha reclamado como suyo, cuando no lo es, Antonio es mi hijo —respondió Barboza, soltando su enojo con una silla—. Será mejor ir en su búsqueda.
—¡No, déjamelo a mí! Alejandro y yo podemos hacerlo. Todos cuentan contigo en la playa para el contraataque, sabes que esos barcos volverán. Eso, si no entraron ya, por los alrededores de la isla —especuló Gonzalo.
—No, no puedo hacerlo, me será difícil pensar en la batalla con Elena y Antonio en peligro. Entiéndeme, necesito encontrarlos, yo fui quien se equivocó, los puse en peligro y ahora... —expresó Barboza con la mirada suplicante en su contramaestre.
—Gonzalo tiene razón, Barboza —intervino, Alejandro, luego de notar la desesperación del capitán—. Será mejor que estés aquí afuera que internado en la selva. Te prometo que las traeremos a salvo —dijo Alejandro.
El enorme hombre terminó por aceptar la decisión, de ningún modo le gustaba la idea de enviar a Gonzalo en su lugar, pero era la única opción que tenía para rescatar a su familia y expulsar a White de la isla. El capitán les dio una palmada en la espalda a los piratas como símbolo de aprobación y deseos de suerte.
Los hombres no perdieron el tiempo y tanto Gonzalo como Alejandro se internaron en la selva intentando hacer el menor alboroto posible. Optaron por salir en busca de las jóvenes de manera inmediata y sin algún tipo de compañía extra, ya que, para muchos de los filibusteros, no sería bien visto la desconcentración de tres de los mejores guerreros que su hermandad poseía. Por suerte, para los piratas, Alejandro sabía bien donde debía comenzar la búsqueda de su familia. Colette y él solían internarse en la selva como si se tratara de una pequeña aventura, el padre organizaba expediciones con su hija constantemente como una forma de entrenamiento y pasatiempo para su pequeña.
—A una hora de camino, aproximadamente, hay un manantial —indicó Alejandro mientras caminaba por enfrente de Gonzalo.
—¿Crees que estén ahí? —preguntó Gonzalo.
—Quiero pensar que así es. Colette y yo acostumbramos ir ahí para que ella descansara de su madre. Además, intenté enseñarle algo de supervivencia, era nuestra actividad padre e hija.
Gonzalo se compadeció después de ver el rostro de Alejandro, era el mismo que el de un padre preocupado por su hija. Ese era un sentimiento que el contramaestre no podía compartir; sus deseos por formar una familia no eran nulos; sin embargo, seguía sin encontrar la oportunidad de hacerse de la esposa que le diera hijos.
»Es valiente de tu parte, venir en busca de una mujer que no es tuya —comentó Alejandro, luego de varios minutos de camino.
—Es la mujer de mi capitán, no le veo la importancia —Gonzalo no recibió del todo bien el comentario hecho por Alejandro, que más le daba lo que él estuviera haciendo por Barboza o por cualquier otra razón.
—Supongo que es por la amistad que ustedes tienen desde hace tiempo.
—Sí, es una larga amistad —resolvió Gonzalo sin la menor relevancia a las palabras del rubio. ¿Cruzaban la selva y este pretendía usar el tiempo para conocerse mejor? No, claro que no, sus intenciones tenían que ser otras.
—¿Ella te gusta? —cuestionó Alejandro de nueva cuenta, pero esta vez sin tapujos.
Los pasos de Gonzalo se detuvieron en seco, luego de escuchar semejante pregunta.
—¿Qué dices?
—Los vi hace unos días platicando, a mi parecer ella te gusta. —Había cierta saña en las palabras de Alejandro.
—Te lo diré de nuevo. Ella es la mujer de mi capitán y aunque ella me gustara, yo no me le pienso acercar —expresó el contramaestre con suma molestia.
—Disculpa, no pretendía fastidiarte. Es sólo que, a pesar de que Barboza le hace daño a Elena, ella siempre está ahí para él. Terminarás con el corazón roto.
El semblante desencajado de Gonzalo fue más notorio; sin embargo, no quería hacer un escándalo de aquello que Alejandro opinaba. Sus intenciones por rescatar a Elena eran por ahora una prioridad.
—Ella siempre está ahí para él, porque Barboza no solamente la hace sufrir, como tú crees. Él la protege, la hace sentirse mujer, está ahí en todo momento para ella, asechando como una maldita sombra, vigilando y admirando desde la oscuridad, así es él, esa es su manera de amar y ella lo sabe. Yo también lo sé y es por eso que no terminaré con el corazón roto.
Sin decir ni una palabra, Alejandro continúo señalando el camino que los llevaría al manantial, Gonzalo supo encontrar la explicación idónea para ayudar a Alejandro a entender el matrimonio de Elena y Barboza, pese a que este fuera un tormentoso romance que nadie parecía comprender a excepción de Gonzalo y Danielle, las dos personas que mejor conocían a la pareja. Los piratas llegaron al manantial casi al amanecer, pero el lugar se encontraba desierto, sin señales de personas que hicieran gozo de sus ventajas. No obstante, Gonzalo se percató un conjunto de hojas del árbol de plátano acomodadas de manera que simularan una cama.
—Mira, debieron descansar aquí —señaló Gonzalo, estando en cuclillas y tocando el húmedo suelo.
Alejandro mostró una diminuta sonrisa, pues sabía que, en efecto, se trataba de una idea de su pequeña hija, luego recordó una de las ocasiones que entraron a la selva: Colette usaba uno de esos vestidos rosados con encajes que su madre la obligaba a vestir. Alejandro le pidió a la niña que entrara con él al manantial, así ambos se podrían refrescar, pero la niña rechazó la idea por culpa del vestido de su madre. Debido a ello, fue que el padre le dio la idea de utilizar las hojas de plátano como una cama para colocar sobre ellas el vestido rosa, así este no se ensuciaría y su madre no podría darse cuenta de su pequeña travesura.
—Sí, estuvieron aquí —aseguró Alejandro.
—Imposible conocer el camino que tomaron. Está muy oscuro. Con algo de iluminación podríamos ver las huellas y rastrearlas —dijo Gonzalo de pie frente al rubio.
—Nada de esto tiene sentido, llegaron aquí, apilaron hojas para dormir, pero no están aquí. Entonces, ¿dónde están?
Los ojos de ambos se abrieron grandes luego de responderse a sí mismos aquella pregunta formulada por Alejandro. Para ambos la evidencia pintaba conclusiones muy poco favorecedoras.
—¡Maldición! Están tras ellas o ya las tienen —expresó el contramaestre sin dudar de sus palabras.
Alejandro miró a los alrededores de la selva como si quisiera escuchar o mirar algo que le ayudara a negar lo dicho por Gonzalo, pero no había nada que lo llevara lejos de su realidad.
—Colette y yo tenemos dos paradas más adelante, la última es una cueva, estoy seguro de que ella las llevó hacia allá. Pudieron refugiarse ahí.
—¿Dónde está la cueva?
—Lejos, tres o cuatro horas caminando por esta dirección. —Apuntó un torpe camino que se perdía entre la oscuridad de la selva.
—Amanecerá para entonces y si no están ahí, tendremos que regresar con luz, lo que es un riesgo, ya que la selva podría estar plagada de los hombres de White —repuso Gonzalo luego de imaginar el camino de ida y de regreso.
—¡Maldita sea, Gonzalo! Se trata de mi hija y mi esposa. Están ahí adentro, solas y asustadas, yo tengo que hacer algo —soltó Alejandro con inquietud con una mano en su cabello rubio.
Este volvió el rostro y pensó en un modo de solucionar el problema.
—Podemos intentar seguir el rastro, buscar las huellas.
—No hay manera, está oscuro y tampoco pretendo quedarme aquí a esperar a que amanezca.
—Pero no falta mucho, serían nada más dos o tres horas a lo máximo y el camino que pretendes seguir es aún más largo, si contamos el tiempo de regreso. Escucha, de haber logrado llegar a la cueva estarán a salvo, al menos hasta que amanezca y si no tomaron ese camino, podremos rastrearlas, pero sólo con el primer rayo de luz, ¿estás de acuerdo?
Los enfurecidos ojos azules de Alejandro, se escondieron en la oscuridad de la selva, le dolía la idea de dejar pasar tres horas sin hacer absolutamente nada, bien podía estar en peligro su familia, pero entendía que el mejor plan que tenían era el de esperar el regreso de la luz solar para averiguar el paradero de madres e hijos.
—Bien, de acuerdo. Aun así, daré una vuelta por los alrededores, tal vez escuche o encuentre algo.
—Como quieras, yo beberé algo de agua de este manantial —dijo Gonzalo tras un relajado semblante que le permitía ocultar la preocupación que sentía. Regresar con Barboza sin Elena y Antonio, no era una posibilidad para él. Lo conocía bastante bien y sabía que podría olvidarse de la guerra para entrar a la selva por sí mismo, lo que, de ninguna manera, era conveniente para la hermandad.
Los minutos cedieron y los primeros signos del amanecer comenzaron a presentarse, Alejandro rápidamente se puso de pie para acercarse a aquellas hojas de plátano que Colette colocó para su madre y Elena. Enseguida notaron dos rastros: uno iba derecho a donde Alejandro señaló que se encontraba la cueva; sin embargo, eran sólo huellas pequeñas, se trataba del rastro que Colette y Antonio dejaron en el fango; el otro rastro pertenecía a pies más grandes, como los de una mujer, yendo hacía el costado derecho de donde ellos estaban parados.
—¡Con un demonio! ¿Hacia dónde fueron? Hay dos posibles caminos —expuso Gonzalo contrariado y analizando el suelo.
—No comprendo, pero es posible que ellas fueran por allá por alguna razón y luego retomaron el camino hacia la cueva. —Alejandro mantenía sus manos sobre las huellas que creía que pertenecían a la pequeña Colette. Imaginarla indefensa y temerosa le corrompía el corazón.
—¿Ahora qué haremos?
Pequeñas ramas verdes parecieron moverse a los ojos del capitán, bien podría tratarse de algún animal o un hombre. Cualquier opción estaba pronto a averiguarlo.
—Shhh... Guarda silencio —solicitó Alejandro, al tiempo que colocaba su dedo índice sobre la boca como señal de silencio. Tomó la pistola que portaba e irguió su cuerpo como quien se prepara para soltar un disparo—. ¡Sal de ahí o disparo! —alertó.
Luego Gonzalo se fue de una contra la planta para buscar en el arbusto, pero sorprendentemente para él, quien estaba escondida entre las ramas del ficus, era la pequeña Colette.
—¡Dios santo, estás a salvo! —soltó Alejandro con alivio, después de ver a la niña correr a sus brazos. El padre cayó de rodillas y soltó el arma para abrazar del todo a su hija. Él no podía más que besar su pequeña cabeza y abrazar su tembloroso cuerpo.
—Creí que eran los corsarios malos, padre —dijo la niña con la cabeza reclinada en el pacho del pirata.
—Despreocúpate, ahora estás a salvo, pero dime ¿dónde está tu madre? —cuestionó sin separarse de la pequeña.
—Ella se fue con la tía Elena, unos hombres estaban cercas de nosotros y nos pidieron ir hasta la cueva, aunque Antonio y yo no pudimos llegar a ella—. Colette explicó lo sucedido, indicando el camino con sus delgados dedos.
—¿De qué hablas? ¿Se perdieron?
La niña le mostró a su padre los humedecidos ojos azules y negó con la cabeza.
—Los corsarios malos aparecieron de nuevo y nos atraparon. Yo logré golpear a uno de ellos y pude correr, pero ellos tienen a Antonio —confesó entre sollozos.
Alejandro, de nuevo, tomó a su pequeña en sus brazos, buscando calmar sus nervios, luego levantó la mirada hacia Gonzalo, quien comenzaba a temer lo peor.
»¿Dónde está mi madre? —preguntó Colette.
Alejandro respiró hondo, ahora los problemas eran mayores, ¿qué haría una hija sin su madre o un salvaje pirata sin su familia? Barboza acabaría con medio mundo hasta obtener respuestas.
—No lo sé. Tranquila, ya la encontraremos —susurró el padre para ponerse de pie y continuar con la búsqueda.
Durante la noche, los piratas ingleses sucumbieron a su cansancio, permitiéndose un largo descanso hasta el amanecer. Por otro lado, Elena seguía a la expectativa de cualquier actividad que pudiera ser perjudicial para ella o Danielle. Con riguroso cuidado, observó a su alrededor y notó la falta de atención que tenían los hombres sobre ellas, puesto que, el hombre designado como vigía desapareció después de haberse internado en la selva.
La castaña logró reincorporarse, acomodando brevemente sus ropas, en casi total silencio, se dirigió a donde Danielle permanecía: en el suelo de espaldas a Elena.
—Danielle —susurró sin obtener respuesta, ya que la mujer no se giró—. Danielle —repitió acercándose más a su amiga.
La rubia sintió el frío tacto de Elena y su cuerpo se estremeció de un salto, pues tenía miedo de que fuera uno de los piratas el que se acercaba a ella.
—¡Shhh! ¡Calma, soy yo! —alertó la castaña, señalando con la mano a los hombres que continuaban durmiendo—. ¿Estás bien?
Danielle se reincorporó de a poco y completamente temerosa de lo que pudiera suceder, los hombres que estaban derribados sobre el suelo podían despertar con el más mínimo sonido.
—¿Cómo saberlo? —preguntó reincorporándose con la ayuda de Elena.
—Tenemos que irnos, aprovechemos que duermen.
Danielle asintió con la cabeza, al tiempo que miraba a los sucios piratas durmiendo. Pensó en ir hacia ellos, robarles el arma y asesinarlos a todos, eso era lo que Julia hubiera hecho, pero ni Elena ni ella eran guerreras, no fueron entrenadas como cualquier pirata, ambas crecieron bajo la protección de un hombre y era así como hacían sus vidas. Reflexionar en lo desprotegida que se sentía le provocaba incluso repulsión.
Elena vio la oportunidad de robar uno de los cuchillos que portaban aquellos hombres, pues dejaron sus cinturones y pertenencias a uno de los costados de su improvisado campamento, se acercó sigilosamente, evitando hacer cualquier ruido, casi al grado de evitar respirar. Llegó al cuchillo y lo tomó junto con una pistola, dio un par de pasos hacia atrás y de pronto escuchó a Danielle gritando alarmada.
—¡Elena, cuidado!
Uno de los corsarios había despertado e intentaba alcanzar a la mujer, ella golpeó su rostro con la empuñadura del arma, y el hombre se dejó caer. Elena se pensó victoriosa, buscando salir del alcance del pirata, pero esté logró estirar una de sus manos desde el suelo para tomarla de sus pies, la sujetó con rudeza, lo que le provocó a su vez, una caída directo al fango para que el hombre se posicionará sobre ella.
—Veo que te ha gustado lo de anoche —dijo el corsario deslizando una de sus manos por el pecho de Elena.
No obstante, ella no estaba dispuesta a padecer de nuevo el ataque violento al que tanto ella como Danielle fueron sometidas durante la noche. Así que, golpeó al hombre con todas sus fuerzas, logrando desequilibrarlo, la mujer se percató del cuchillo que tenía junto a ella y haciendo uso del afilado metal, lo encajó primero en el rostro del hombre y después sobre el dorso y espalda.
Los piratas despertaron ante la pequeña batalla de Elena contra el corsario, los hombres corrieron de manera inmediata al auxilio del pirata, aunque la sangre ya fuera derramada sobre la misma Elena. Derribaron a ambas mujeres por medio de golpes, intentando repetir los sucesos de horas antes. Sin embargo, los atacantes no contaban con la cercanía a la que se encontraban Alejandro y Gonzalo, quienes al escuchar semejantes gritos de lucha, corrieron en el auxilio de ambas mujeres. Los corsarios ingleses, apenas si notaron la presencia de sus enemigos, hasta que estos ya se encontraban en una contienda de armas. Gonzalo atravesó el pecho de uno de los ingleses, girando su espada enterrada aún en el cuerpo y provocándole un fuerte dolor que se fue agudizando, el hombre murió en el momento en que Gonzalo retiró el arma del cuerpo. Por otro lado, Alejandro rebanó el cuello de su primer oponente de un sólo movimiento y derrumbó a otro más después de acercarse a uno de los hombres de tez clara y larga barba. Danielle miraba cautelosa desde el húmedo suelo como ambos rescatistas peleaban para salvar sus vidas, incluyendo la de ella y Elena.
Gonzalo resbaló gracias a la fragilidad del barro, perdiendo el completo control de su cuerpo, su adversario vio su ventaja y con sumo regocijo apuntó el arma hacia el pecho de Gonzalo, pero su intento de asesinato fue frustrado por el disparo del arma que Elena tomó del suelo para ayudar a su amigo: hiriendo de gravedad al corsario que la había sometido la noche anterior. Danielle apenas si podía creer aquel acto heroico protagonizado por Elena.
Finalmente, los últimos dos corsarios cayeron por obra de las espadas de Gonzalo y Alejandro, quienes mostraron una vez más su destreza y fuerza en combate.
Alejandro corrió a los brazos de su esposa, quien continuaba en un estado de shock después de la atrocidad padecida la última noche.
—¡Calma, calma! Ya todo está bien —dijo Alejandro para sosegar a Danielle.
—Colette, ella está por ahí sola, debes ir por ella —logró articular la rubia mujer.
—Ella está bien, no debes preocuparte —resolvió Alejandro, mientras hacía una señal para que la pequeña Colette saliera de su escondite. La niña corrió a los brazos de sus padres para que todos estallaran en lágrimas.
Elena miraba a detalle aquella enternecedora escena, al tiempo que Gonzalo se acercaba a ella para ayudarla a ponerse de pie.
—¿Estás bien? ¿Sucedió algo? —interrogó preocupado por el pálido semblante.
—¿Dónde está Antonio? —preguntó Elena después de ver a Colette.
Alejandro y Gonzalo se miraron entre sí, no sabían de qué manera hablarle a una madre sobre la desaparición de su hijo, sin duda alguna, la respuesta sería un enorme golpe para la mujer.
—Los hombres de White tienen a Antonio —soltó Gonzalo.
La madre abrió grandes los ojos y, entre gritos y llanto, callo al fango una vez más.
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